San Juan de Ávila: predicador, director espiritual y reformador
por Luis Fernando Figari
El Apóstol de Andalucía, como fue conocido Juan de Ávila, nace según se cree
el 6 de enero de 1499, en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), en la
jurisdicción de Toledo. Fue hijo de un acaudalado descendiente de cristianos
nuevos, Alonso de Ávila, y de Catalina Xijón (1), hidalga de sangre, quienes
constituían un hogar cristiano piadoso. En Almodóvar realiza Juan sus
primeros estudios, pasando luego, en 1513, a estudiar leyes en Salamanca.
Luego de cuatro años, abandona sus estudios jurídicos y regresa al ambiente
familiar, donde vive en aislamiento en la casa de sus padres. Dado a una
intensa vida espiritual en que se confesaba a menudo, vio nacer una vigorosa
piedad eucarística manifestada en sus largas y frecuentes visitas al
Santísimo y en la unción con la que comulgaba. Esta situación parece
responder según fray Luis de Granada (2), su primer biógrafo (3), a que «le
hizo Nuestro Señor merced de llamarle con un muy particular llamamiento». Al
tiempo reanuda sus estudios sistemáticos, pero esta vez no de leyes.
En 1520 se le encuentra cursando artes, pero ya no en Salamanca sino en
Alcalá de Henares. Fue alumno de fray Domingo de Soto, O.P. (4), quien
enseñaba desde una renovadora perspectiva escolástica. Culminada esta etapa
con el grado de bachiller, continuará en Alcalá por un trienio sus
incompletos estudios de teología. El Cardenal Francisco de Cisneros (5),
fundador de la universidad complutense, había establecido el sistema de
cátedras paralelas en las que se exponía los sistemas del hoy Beato Juan
Duns Scoto, de Santo Tomás de Aquino y de los Nominales, en alusión al
nominalismo (6). Existe una muy remota posibilidad de que quizás en 1526
conociera en Alcalá a Iñigo López de Loyola (7), más adelante fundador de la
Compañía de Jesús. En 1526, sale de la universidad formado en la corriente
trisistémica renovada de Alcalá (8). Estaba ya entonces decidido a ordenarse
y embarcarse a América como misionero.
Cabe señalar que antes de finalizados sus estudios, fallecieron sus padres,
legándole una gran fortuna, cuyos beneficios repartió entre los pobres. El
mismo año de 1526, recibe el sacramento del Orden, y canta su primera misa
en memoria de sus progenitores. Luego de la celebración del Santo
Sacrificio, según relata fray Luis de Granada: «por honra de la Missa, en
lugar de los banquetes y fiestas que en estos casos se suele hacer (como
persona que tenía ya mas altos pensamientos) dió de comer à doce pobres y
les sirvió à la mesa y vistió y hizo con ellos otras obras de piedad».
Apostolado andaluz
Juan de Ávila nunca partió para las entonces llamadas Indias. Falló su deseo
de ir a Nueva España (México). Otros eran los designios del Altísimo. El
Arzobispo Alonso Manrique (9), entonces Inquisidor General, le mandó
quedarse en Sevilla, iniciándolo en la predicación, con la que tan notables
servicios prestaría al Pueblo de Dios.
Desde un principio se vinculó con él un grupo de clérigos, que se reunían
para ahondar en su formación espiritual y pastoral. Si bien además de la
celebración de los sacramentos, en particular la Eucaristía, la predicación
era su principal ministerio, desde un primer momento Ávila mostró
predilección por la atención de hospitales y por la doctrina de los niños y
jóvenes. Corriendo el tiempo sería un gran promotor de escuelas, y un
pedagogo de talla, cuya influencia se prolongaría a lo largo del tiempo.
Su predicación lo hizo popular, realizando misiones en la zona de Andalucía.
En 1531 fue denunciado a la Inquisición acusado de haber proferido algunas
proposiciones sospechosas. Tras el proceso informativo del Santo Oficio, fue
puesto en prisión, donde permaneció debido a esas acusaciones hasta julio de
1533. Sometido a un interrogatorio "preliminar", y luego de responder a
varios cargos que se le hacían, «todos los dichos inquisidores y letrados
fueron unánimemente de parecer que el dicho bachiller de Ávila fuese
absuelto de la instancia de juicio».
Ávila quedaba libre. La Inquisición le mandaba moderarse en sus expresiones
para evitar malas interpretaciones y escándalo entre los feligreses. El
proceso del Santo Oficio purificó y templó aún más la vida interior del
Santo. Eran tiempos confusos, en los que el límite entre la ortodoxia y las
novedades peligrosas para la fe estaban fijándose. Eran también tiempos de
sospechas y pasiones, donde fácilmente se levantaban falsos testimonios. No
fueron pocos los fidelísimos a la Iglesia que cayeron bajo la celosa
penitencia de los custodios de la Inquisición. Ellos, sin embargo, fueron
siempre respetuosos de la acción del Santo Oficio, apresurándose a purificar
sus obras de cuanto errado o confuso pudiera dar pie a «frisar con el
lenguaje y frases de los herejes», como decía San Francisco de Borja en un
conocido sermón.
Luego de permanecer un tiempo en Sevilla, se marcha a la ciudad de los
Califas. Para 1535, está en Córdoba, donde hace conocer el manuscrito del
Audi, filia, elaborado a poco de salir de la prisión. Al año siguiente lo
descubrimos en Granada, donde encuentra a Juan Ciudad Duarte, mejor conocido
por nosotros como Juan de Dios (10), a quien encamina por senderos que le
harán alcanzar la perfección en la caridad y cuyas virtudes serán
públicamente reconocidas por la Iglesia. Es en ese tiempo que se vincula
fraternalmente con Luis de Granada (11), el conocido fraile dominico cuyas
obras espirituales se editan hasta nuestros días.
Es también en Granada donde ocurre aquel famoso episodio con otro hombre que
alcanzará los altares, Francisco de Borja (12). Para mediados de mayo de
1539, llegó a la ciudad el Duque de Gandía acompañando el cadáver de la
emperatriz Dña. Isabel. El sermón en la Catedral estuvo a cargo de Juan de
Ávila, quien después fue llamado para dialogar por el futuro San Francisco,
quien le solicitó consejo. Según pone Luis Sala en su biografía, sería luego
del diálogo espiritual entre Juan y Francisco que este último habría quedado
«pensativo, abrigando en su ánimo un propósito: no más servir a señor que se
pudiera morir». Según esto, parecería haber intervenido San Juan de Ávila en
las cavilaciones de San Francisco al ver marchitarse rápidamente los restos
mortales de la emperatriz.
En las más de 250 cartas suyas que se conservan se encuentra el testimonio
de su diálogo epistolar con personas de vida cristiana ejemplar, entre ellas
algunos santos hoy canonizados. Así por ejemplo con San Juan de Dios y San
Francisco de Borja, así como con San Ignacio de Loyola, San Juan de Ribera
(13) y Santa Teresa de Jesús (14).
Al parecer es en Granada donde finaliza sus estudios de teología, que había
dejado inacabados, pues es allí donde por primera vez se le da el título de
Maestro.
Como su modelo San Pablo, como predicador es infatigable, «insiste a tiempo
y a destiempo» (15). Hacendoso por el anuncio de la Buena Nueva, predica, da
consejo espiritual, ayuda a los pobres, enseña la doctrina cristiana. Desde
Granada inicia la «evangelización metódica» (16) avanzando por las villas y
las ciudades año tras año. El Maestro Juan de Ávila venía reuniendo
discípulos en torno suyo. Algunos son laicos, otros son sacerdotes. Entre
estos últimos se encuentran quienes conforman un movimiento de «sacerdotes
operarios y sanctos». Se llega a hablar hoy de «San Juan de Ávila y su
escuela», de su «escuela sacerdotal» (17), incluso de «un movimiento
sacerdotal de tipo reformardor». Uno de los objetivos principales del Santo
es la reforma eclesial, y para ello ve como buen camino la fundación de
institutos educativos para niños, jóvenes y para candidatos al sacerdocio.
Su estilo catequético pasará, a través de sus discípulos, a jesuitas,
carmelitas y seculares, plasmándose en el estilo pedagógico de la enseñanza
de la doctrina que se difunde mucho en el siglo XVI español.
San Juan y los suyos fundan unos quince colegios menores y mayores, sin
contar las escuelas para seminaristas que fundó o inspiró en Granada,
Córdoba y Évora, en Portugal. Entre ellos destaca la universidad de Baeza,
en Jaén. Mientras crecía su fama, se incrementaba el número de sus
seguidores, y de los que recurrían a él para discernimiento espiritual.
Reforma sacerdotal
Ávila era un convencido de la necesidad de la reforma, y para llevarla
adelante cree en la necesidad fundamental de reformar al clero (18). ¡Urgen
santos sacerdotes! En tiempos de Trento, en un memorial, sostiene: «Ya
consta que lo que este santo Concilio pretende es el bien y la reformación
de la Iglesia, y para este fin también consta que el remedio es la
reformación de los ministros de ella. Y como éste sea el medio de este bien
que se pretende, se sigue que todo el negocio de este santo Concilio ha de
ser dar orden cómo estos ministros sean tales como oficio tan alto requiere.
Pues esta sea la conclusión: que se dé orden y manera para educarles a que
sean tales: y que es menester tomar el negocio de más atrás y tener por cosa
cierta que, si quiere la Iglesia buenos ministros, conviene hacellos; y si
quiere tener gozo de buenos médicos de las ánimas, ha de tener a su cargo de
los criar y tomar el trabajo de ello; y sin esto no alcanzará lo que desea».
Escribe dos memoriales para el Concilio de Trento, además de unas
advertencias para el concilio que se realizaría en Toledo para aplicar
Trento.
Es importante destacar que el principio de la recta instrucción y formación
tiene para el Santo una muy importante base teológica y pastoral. No sólo
está orientado a la reforma del clero y encaminado a la constitución de
seminarios, sino también a la reforma de todos los demás fieles. Se podría
decir que la instrucción y la internalización son para él fundamentales en
su perspectiva pastoral de la urgencia de la reforma general. La fe que
ilumina la mente y arde en el corazón es el camino de la reforma.
Los hoy conocidos memoriales de San Juan fueron escritos a petición del
Arzobispo de Granada, don Pedro Guerrero, presidente de la delegación de los
obispos españoles a Trento (19). En relación al primero, Mons. Guerrero
explícitamente lo «hará suyo en el Concilio de Trento, con aplauso general»,
como dice el Papa Pablo VI (20). El tema que ha pasado a la historia es
aquel de la reforma del clero y de los medios para ello. No se trata sólo de
un catálogo de males en el clero; hay avisos prudentes y, más aún, medios
prácticos para encontrar una solución. Para la reforma de las costumbres, el
de Ávila no cree en la suficiencia de la leyes, por buenas que sean, por sí
mismas. Ciertamente no confía en su condición de vis compulsiva. Más que en
la conminación o el castigo cree en la educación, en la internalización de
los valores, en la convicción personal. Así, dice en su primer Memorial:
«Mas, como no haia fundamento de virtud en los súbditos para cumplir estas
buenas leyes, y por eso le son cargosas han por fuerza de buscar malicias
para contaminarlas y disimuladamente huir de ellas, o advertidamente
quebrantarlas». Más que la compulsión propone el camino del conocimiento, la
internalización y el amor; así, «los eclesiásticos» -que a ellos va dirigido
principalmente el asunto- «facilmente cumplirán lo mandado; y aún harán más
por amor que la ley manda por fuerza».
Sacerdotes para la reforma católica
Hacia mediados de siglo andaba considerando la idea de institucionalizar el
movimiento de reforma sacerdotal que había surgido en torno a sí y que lo
seguía en su camino de intensa vida espiritual y amor a la Iglesia (21). En
algún momento, además de los numerosos sacerdotes que se hacían cargo de
obras avilinas, no sólo en España, sino también en Portugal, donde había un
colegio de sacerdotes discípulos suyos, Ávila llega a tener juntos a más de
veinte compañeros reunidos en el Alcázar viejo. Pero el asunto simplemente
no cuajó. Y así, él mismo alienta a no pocos de sus discípulos a entrar a la
Compañía de Jesús. Ellos van entrando de a pocos. Igualmente va entregando
algunos de sus colegios a los de la Compañía.
San Juan y San Ignacio de Loyola intercambian cartas. Al ser informado por
Ignacio sobre las incomprensiones y confrontaciones que la nueva forma
religiosa de los jesuitas despertaba, Ávila le escribe una histórica carta a
Ignacio, en la que en medio de hondas reflexiones espirituales sobre una
nueva fundación, señala: «desde el principio del mundo nunca faltó bondad
que padeciese y malicia que persiguiese».
El Santo de Loyola estaba totalmente persuadido de la conveniencia de que el
de Ávila ingresara a la nueva sociedad religiosa. Por unas notas tomadas por
Juan Alfonso de Polanco (22) para una carta de San Ignacio, se sabe lo que
el fundador de la Compañía pensaba: «Una letra, mostrable a Ávila, donde
diga que en tanta uniformidad de voluntades y modos de proceder del Mtro.
Ávila y nosotros, que no me parece que quede sino que nosotros nos unamos
con él o él con nosotros, para que las cosas del divino servicio mejor se
perpetúen» (23).
Se habla de fusión, integración. San Ignacio da sus directivas desde Roma
urgiendo establecer más contactos con el P. Ávila y los suyos. Éste tenía
gran simpatía por el nuevo Instituto, e incluso ofrece donarle los colegios
que en diversos lugares había fundado. Su entusiasmo y aprecio a la
primitiva Compañía es grande, tanto que incluso anima a quienes dudan en
ingresar en ella. Así, por ejemplo, a un hijo de la marquesa de Priego,
Antonio de Córdoba, a quien escribe resolviéndole las dudas despertadas por
prejuicios que muchos tenían en relación a los padres de la Compañía: «Ni
daña ser gente nueva, porque si eso bastara para condenar, ¡cuántas de cosas
buenas fueran condenadas!». Añadiendo luego de animarle a decidirse a favor
de ingresar a la nueva sociedad: «porque la experiencia nos dice que las
Órdenes tienen más fervor en los principios que después, y es bueno gozar
del fervor en los principios que después». Otra carta seguirá, en donde se
ve cómo San Juan tomaba como asunto suyo alentar el ingreso a la Compañía de
Jesús: «Los peces grandes son malos de tomar, y han menester muchas vueltas,
río abajo y río arriba, hasta que cansados tengan poca fuerza y los prenda
del todo el anzuelo». Finalmente, accedía don Antonio, ingresando a la
Compañía de Jesús, en Oñate. Con el correr del tiempo se convertiría en uno
de los forjadores del estilo educativo jesuita, contribuyendo a él desde la
pedagogía avilina.
Así de entusiasmado andaba Ávila con los jesuitas, a quienes frecuentaba, y
en una de cuyas Iglesias pediría ser enterrado. Pero pasa el tiempo y Ávila,
amigo y en cierto sentido protector del entonces nuevo instituto, no ingresa
a él. Tampoco ese asunto cuajó. Él continúa animando y liderando a los
sacerdotes que se reúnen en torno a la perspectiva avilina. «Todos ellos
tienen un denominador común, a pesar de ministerios muy diversos y de
encontrarse en casi todas las regiones de España: predicar el misterio de
Cristo, enderezar las costumbres, renovación de la vida clerical según los
decretos conciliares, no buscar dignidades ni puestos elevados ("atributo
común de todos los discípulos", dice Muñoz (24)), vida intensa de oración y
penitencia, paciencia en las contradicciones y persecuciones, sentido de
Iglesia, enseñar la doctrina cristiana ("ejercicio común a todos los
discípulos"), dirección espiritual, etc.» (25).
Cerca de treinta discípulos suyos se harán jesuitas. Otros, reunidos bajo
una regla común en la zona de Tardón, restauraron en España la antigua Orden
de los basilios. Aún otros, reunidos en un paraje de la Sierra Morena, la
Peñuela, optan por tomar el hábito de los carmelitas de la reforma de los
descalzos. San Juan de Ávila había también apoyado a Santa Teresa de Jesús,
y éstos sin duda lo sabían. Otros seguirán su camino como sacerdotes
seculares. Los avilinos, pues, forman una buena simiente de la que se nutren
institutos religiosos que llevan adelante la Reforma Española, y lo que
algunos mal llaman "contra-reforma" ya que en realidad se trata de la
Reforma Católica que tomando origen en las reformas del siglo XV y lo que
iba del XVI recibe un impulso unitario en el Concilio de Trento.
Su espiritualidad
Proveniente de Salamanca primero, y de Alcalá, con su vía trisistémica,
después, San Juan de Ávila se presenta como un producto de la perspectiva de
la Reforma Española. Hay quien lo ha querido asimilar de una manera
"radical" a la llamada vía paulista en boga en aquellos tiempos, pero la
lectura de su acabada obra Audi, filia permite una perspectiva para
descodificar sus otras obras, epistolario y sermones que muestra un panorama
mucho más variado. El Santo de Ávila, más que pertenecer a una corriente
determinada, parece representar una combinación de diversas vías que se dan
encuentro en las también diversas etapas de la Reforma Española. En él la
vía de la oración metódica se encuentra con la vía paulista, y con la de los
beneficios divinos, con la de virtudes contra vicios, con la del propio
conocimiento, y así en adelante. Igualmente el humanismo se da encuentro con
el cristocentrismo de su espiritualidad, destacando el seguimiento del Señor
Jesús y el camino del amor transformante. A pesar de que algunos busquen
destacar rasgos erasmianos en San Juan de Ávila -y para ello resalten que
había leído algunas obras del de Rotterdam, probablemente desde Alcalá, que
lo cita en algunos de sus trabajos, y que en alguna ocasión recomienda la
lectura de algún libro de Erasmo (26)-, no se ve cómo puedan eliminarse de
su vida y sus escritos el apasionado amor eucarístico, la reverencia
litúrgica, el amor por el Santo Rosario y su ejercicio cotidiano, el valor
de las imágenes y tantas otras características que en nada se compadecen con
el camino de "interiorizaciones" de la perspectiva erasmista. Por lo demás,
otras diversas razones culturales hay para explicar las coincidencias
respecto al camino de profundización interior, que en el Santo de Ávila es
sendero de mayor seguimiento del Señor Jesús y de transformación por el
camino del amor.
Así, pues, lo primero que se puede decir es que la espiritualidad de San
Juan de Ávila es una expresión de la Reforma Española, añadiéndose a
continuación que constituye una síntesis original de diversas vías entonces
en boga, fundidas en el crisol de la experiencia personal del Santo de Ávila
al transitar los caminos por los cuales lo iba guiando el Espíritu. Ante las
antítesis en las que se quiebra la perspectiva erasmista, se alza la
síntesis lograda de diversas perspectivas que en la vida de San Juan se
tornan en respuesta a la gracia recibida y en recorrido, con ella, por un
seguro sendero de perfección. La espiritualidad del Santo lleva su huella
personal. Es una impostación propia de la gran espiritualidad de la Reforma
Española con diversas de sus vías. Sus acentos son ciertamente distintos de
los de otras síntesis. Se asemejan más a algunos, y se distancian de otros.
P. Pourrat, en su famosa obra La espiritualidad cristiana, con rápidos
trazos describe el horizonte en que se manifiestan los rasgos activos de la
síntesis viva de San Juan, tanto en su predicación como en sus escritos:
«Instruir a los ignorantes, convertir a los pecadores, exhortar a la
práctica de la perfección y preservar del error a las almas, santificar al
clero; tal era el estado de su celo» (27). Por el ardor evangélico que se
muestra en el deseo de anunciar la íntima vivencia de la fe en el Señor
Jesús, se ha aludido a su concreción apostólica, manifestada en tan variadas
formas, como expresión de lo que se ha llamado una «teología paulina de
acción» (28).
Cabe destacar la centralidad del amor en su camino espiritual. Ante todo el
amor a Dios, del que brota una sed de la gloria de Dios y el servicio
apostólico. Luego, lo que el padre Granada destaca como «un corazón tierno y
muy de carne para aver compasión de los hijos», y el amor a los prójimos en
general. Para él la causa del amor es Cristo, «el cual recibe el bien al
prójimo hecho, y el perdón al prójimo dado, como si a Él mismo se diera».
Un segundo acento es el cristocentrismo de su vida interior. Siempre invita
a tener presente quién es Jesucristo. Esta perspectiva se extiende a los
diversos misterios de Nuestro Señor, que invita a profundizar, pero de
manera muy especial se concentra en aquellos de su Pasión y Muerte. Dice el
Santo de Ávila: «Los que mucho se ejercitan en el propio conocimiento, como
tratan a la continua y muy de cerca, sus propios defectos, suelen caer en
grandes tristezas, desconfianzas y pusilanimidad de corazón; por lo cual es
necesario que se ejerciten en otro conocimiento que les alegre y esfuerce,
mucho más que el primero les desmayaba. Y para esto, ninguno otro hay igual
como el conocimiento de Jesucristo nuestro Señor; especialmente pensando
cómo padeció y murió por nosotros». La confianza en Dios fundada en los
misterios redentores es también una nota significativa de su experiencia de
fe. El Apóstol de Andalucía tenía, como se ha dicho, una manifiesta y grande
devoción al Santísimo Sacramento. En una ocasión en diálogo familiar señaló:
«No teneis aí el Sanctissimo Sacramento? Quando yo dél me acuerdo, se me
quita el deseo de todo quanto ay en la tierra». En sus enfermedades, para
poder comulgar sin el prescrito ayuno previo -recordemos que entonces la
disciplina del ayuno era muchísimo más extensa que hoy- obtuvo un Breve del
Papa Pablo IV, en 1558.
Al tratar De la devoción que tenia à nuestra Señora, el padre Granada dice
que San Juan de Ávila «como era tan amigo del Hijo, assi lo era de la Madre.
Porque es tan grande la unión y liga que ay entre Hijo y Madre, que quien
ama mucho al uno ha de amar mucho al otro». Y así lo vemos unir los sagrados
misterios del Señor con la presencia de su Madre. Por ejemplo al señalar
diversos pasos de la Pasión para meditar según los diversos días de la
semana, llegado al sábado, dice San Juan: «Y en el sábado quedaos de pensar
en la lanzada cruel de su sagrado costado, y como le quitaron de la cruz y
le pusieron en brazos de su sagrada Madre... Y tened memoria de pensar en
este día las grandes angustias que la Virgen y Madre pasó, y sedle compañera
fiel en se las ayudar a pasar, porque allende ser cosa debida os será muy
provechosa».
Otro rasgo de su espiritualidad era la conciencia siempre presente de la
dignidad del sacerdocio, y del don que significaba ser llamado a tamaño
servicio. Esto influye sobre los desvelos que testimonia por la recta
formación de los sacerdotes. Ante la grandeza del sacerdocio que San Juan de
Ávila tenía, el padre Luis de Granada, que lo sobrevive algunos años, llega
a decir: «A algunos por ventura parescerá riguroso este parecer, tomando
para esto por argumento la costumbre de los tiempos presentes; mas este
Padre pésa las cosas con el peso del Sanctuario (que diximos) esto es, con
la estima que desta dignidad tuvieron los sanctos antiguos, por cuyo
parescer él se regia». El de Ávila escribía en una ocasión a un sacerdote:
«Pues que, por la gracia de Jesucristo, es vuestra merced sacerdote, asaz
tiene en que entender para dar buena cuenta de oficio tan alto y tan
tremendo aún para hombros de ángeles. Estime mucho este misterio, agradezca
esta merced, y esta consideración le sea bastante a recogerle cuando
estuviera distraído y a ponerle espuelas cuando se viere flojo; y ansi se
enseñoree de su corazón esta merced, que por ella se tenga muy obligado a
servir con gran diligencia al Señor; y le ponga gran cuidado para así
ejercitar oficio tan soberano, que agrade a los ojos del que se lo dio»
(29).
El Papa Pablo VI, en la homilía de canonización de Juan de Ávila, destaca su
fe en la vocación sacerdotal. «Tiene conciencia de su vocación. Tiene fe en
su elección sacerdotal. Una introspección psicológica de su biografía nos
llevaría a descubrir en esta certeza de su "identidad" sacerdotal la fuente
de su celo impertérrito, de su fecundidad apostólica, de su sabiduría de
preclaro reformador de la vida eclesiástica y de delicado director de
conciencia. San Juan de Ávila enseña al menos esto, y sobre todo esto, al
clero de nuestro tiempo, que no dude de su ser: sacerdote de Cristo,
ministro de la Iglesia, guía de los hermanos. Él advirtió profundamente lo
que hoy algunos sacerdotes y muchos alumnos de los seminarios no comprenden
como un deber corroborante y un título específico para la cualificación
ministerial en la Iglesia, la propia definición -llamémosla también
sociológica- separada de aquella que, como siervo de Jesucristo y como
Apóstol, San Pablo daba de sí: "Separado para anunciar el Evangelio de Dios"
(30)» (31).
Así, pues, el Santo Maestro de Ávila en términos generales representa
cabalmente la espiritualidad de la Reforma Española, en una específica
concreción espiritual, con los acentos particulares surgidos en su recorrido
por los caminos por los que lo conducía el Espíritu Santo.
Tránsito del Padre Maestro
Retirado en Montilla, Córdoba, se entrega a la vida de oración con sus
momentos fuertes, a los que a lo largo de sus años dedicaba dos horas por la
mañana y dos horas por la noche, enmarcados en la «unión interior que tenía
siempre con Dios, con lo cual procuraba tener siempre el horno de su corazón
caliente, para que al tiempo del recogimiento no fuese menester mucha leña
de consideraciones para meterlo en calor», según dice su primer biógrafo. A
ello sumaba el ejercicio de su sacerdocio, la dirección espiritual y la
preparación de la edición definitiva del Audi, filia. San Juan de Ávila
tiene una doctrina muy precisa sobre la enfermedad y el sentido del
sufrimiento, en el que se ejercita de manera singular en esos tiempos.
En la madrugada del 10 de mayo de 1569, Juan de Ávila, el fecundo Apóstol de
Andalucía, iniciaba su viaje postrero hacia la Casa del Padre. Tras
dieciocho años de constantes enfermedades, «con muy poca intermisión»,
limitado en hacer lo que se sentía llamado «por mis indisposiciones, que
cada día crecen más», moría, en su retiro de Montilla, en olor de santidad.
Santa Teresa de Jesús, lloró «con gran sentimiento y fatiga» por la pérdida
para «la Iglesia de Dios, (de) una gran columna, y muchas almas un grande
amparo, que tenían en él» (32).
En 1894 fue beatificado por León XIII, y en 1970 es canonizado por Pablo VI,
luego de haber sido declarado Patrono Principal del clero secular español
por el Papa Pío XII en 1946.
Audi, filia
Dedicados a Dña. Sancha Carrillo, dirigida suya, San Juan va escribiendo
algunos pliegos con advertencias sobre el buen vivir en los caminos de la
fe, teniendo como inspiración el salmo 44(45), cuyo versículo 11 empieza en
latín con las palabras «Audi, filia» («Escucha, hija»).
El tratado pasará por no pocas vicisitudes, desde su origen primero como
escritos «ocasionales» de dirección espiritual específicamente dirigidos a
una persona concreta con ciertas características propias. Poco tiempo
después de ser liberado por la Inquisición, a mediados de 1533, el de Ávila
completaba el núcleo inicial de lo que sería la famosa obra (33). Para 1535
empiezan a circular manuscritos de la misma que en poco tiempo muestran
añadidos y corrupción textual al punto que se hace necesario que el autor
fije su texto a través de la imprenta. Aún demora un tiempo, probablemente
con escrúpulo por cómo habrían de ser tomados ciertos pasajes. Nos podemos
hacer una idea de lo que podría haber pensado que le ocurría a su escrito,
si hacemos una lectura retrospectiva de lo que le dice a Teresa de Ávila,
ante una consulta de la Santa, en carta del 12 de setiembre de 1568: «El
libro no está para salir a manos de muchos, porque ha menester limar las
palabras de él en algunas partes; en otras, declararlas; y otras hay que al
espíritu de vuestra merced pueden ser provechosas, y no lo serían a quien
las siguiese; porque las cosas particulares por donde Dios lleva a unos, no
son para otros» (34).
En todo caso, hacia 1539, una redacción completa del Audi, filia era
conocida por fray Luis de Granada, quien con admiración seguía los pasos
espirituales de Ávila. En 1545, el Conde de Palma, Luis Portocarrero, ofrece
sufragar la edición. Ya no se trata de la obra original, sino de un tratado
más amplio y que corregía «muchas mentiras peligrosas» que se habían ido
colando en las muchas copias a mano que circulaban, a punto que «siendo por
mí compuesto, yo mismo no le entendía», escribe San Juan en su dedicatoria
al Conde de Palma.
«El intento del libro es dar algunas enseñanzas y reglas cristianas, para
que las personas que comienzan a servir a Dios, por su gracia sepan efectuar
su deseo. Y estas reglas quise más fuesen seguras que altas, porque, según
la soberbia de nuestro tiempo, de esto me pareció haber más necesidad. Danse
primero algunos avisos, con que nos defendamos de nuestros especiales
enemigos, y después gástase lo demás en dar camino para ejercitarnos en el
conocimiento de nuestra miseria y poquedad, y el conocimiento de nuestro
bien y remedio, que está en Jesucristo. Las cuales dos cosas son las que en
esta vida más provechosa y seguramente podemos pensar».
Sin embargo, la convocatoria del Concilio de Trento, en 1546, mueve a San
Juan a esperar los resultados de las decisiones conciliares, porque entre
otros asuntos en su obra hace referencia al tema de la justificación que
sería materia del Concilio.
Mientras trabajaba en introducir las enseñanzas tridentinas, en 1556, un
editor de Alcalá de Henares, Luis Gutiérrez, publica sin consultar con el
autor, Avisos y reglas christianas para los que dessean servir a Dios,
aprovechando en el camino espiritual. Compuestas por el Maestro Ávila, sobre
aquel verso de David: «Audi, filia, et vide et inclina aurem tuam». Se trata
del texto del manuscrito dedicado al Conde de Palma, que por alguna copia
manuscrita llegó a Luis Gutiérrez.
El tratado ascético y místico, uno de los primeros dedicados a todos los
fieles en general, en el que el autor insiste en medios como el conocimiento
propio, la oración y la penitencia, y en el que anima a recorrer un camino
iluminado por la misericordia y el amor de Dios, los méritos de Cristo, el
amor al prójimo como respuesta al amor de Dios, etc., fue incluido en el
Índice de libros prohibidos de 1559, junto con alguna obra de San Francisco
de Borja, y obras de fray Luis de Granada, entre otros muchos.
El Índice fue responsabilidad del entonces Inquisidor General Fernando de
Valdés (35), y ha estado sumergido en una intensa y apasionada polémica.
Incluía el catálogo obras de variada índole, desde libros hebreos o
mahometanos, pasando por textos de nigromancia, hasta aquellos portadores de
proposiciones heréticas, o erróneas, o escandalosas, o sospechosas.
Respondía a un amplio panorama con un trasfondo de peligros, en donde
buscando, según sus luces y afectos, amparar los contenidos de la fe y la
praxis cristiana, los inquisidores cayeron con sus censuras sobre no pocas
obras. Como se sabe, la polémica sobre el Índice sigue hasta nuestros días.
Pero el caso es que el Maestro Ávila toma noticia de las censuras y procede
a reformar más el Audi, filia, lamentando que la obra fuera publicada «sin
la corrección del autor». En realidad el estilo algo fogoso y por momentos
nebuloso que se percibe en algunos pasajes de la primera edición, pudo haber
llevado a ciertas imprecisiones que detectan los peritos de la Inquisición y
que motivan la censura del libro. Habría que tomar en su debido peso lo que
fray Álvaro Huerga señala sobre el famoso predicador, más dado al estilo
oral que al escrito: «Casi nunca escribió Ávila para la imprenta: escribía
para los amigos, para las almas. Las copias circulaban de mano en mano,
exhalando perfume y doctrina. Las ediciones son generalmente tardías» (36).
Así se constata en este caso del Audi, filia.
Ya por los problemas suscitados, ya por aquellas razones que mencionará con
gran minuciosidad y detalle en su carta a Santa Teresa, ya referida, el
Maestro Ávila irá depurando su trabajo, expurgándolo de todo lo que pudiera
llevar a error o escándalo, precisando conceptos y expresiones, ampliando
pasajes e incluso introduciendo nuevos capítulos en busca de mayor claridad
que en la primera edición. Inclusive hasta finales de 1568 tomará en cuenta
las observaciones a su trabajo formuladas por el dominico fray Alberto de
Aguayo (37), más adelante Obispo de Astorga. Con las enmiendas del tratado
tenemos la edición definitiva, obra de toda una vida de San Juan de Ávila,
póstumamente publicada en 1574 por sus discípulos con el título de: Audi,
filia. Libro espiritual, que trata de los malos lenguajes del mundo, carne y
demonio, y de los remedios contra ellos. De la fee y del proprio
conoscimiento, de la penitencia, de la oración, meditación y passión de
Nuestro Señor Iesu Christo, y del amor de los proximos.
El largo proceso de redacción, precisión, depuración y de humilde corrección
del Audi, filia pone de relieve una característica fundamental del Santo: su
inmenso amor a la Iglesia. No se aferra a lo suyo, no se cree medida de
todas las cosas, no usa de influencias para evitar tener que rectificarse,
no lanza sutiles ni explícitas campañas de propaganda para rodearse de una
aureola que lo haga una especie de "intocable", no usa el esquema de
"víctima" de incomprensiones, ni nada que a estas argucias se asemeje. Su
amor a la Iglesia, su confianza en los Pastores, lo conduce con serenidad
por el camino de la humilde rectificación. El cuidado y diligencia que pone
en ello, muestra también claramente su respeto por el ser humano, a quien no
quiere defraudar ni guiar por senderos de error. Predomina en él una
eclesiología clara que se expresa tanto en sus actos como en su enseñanza:
«Siempre veremos esto -dice- en los amigos de Dios: que cualquiera
corrección que de parte de Dios se les da, cualquiera reprehensión que se
les haga, la admiten con grande voluntad y con muy alegre corazón, sin
indinarse contra los ministros que Dios toma para aquel oficio; los malos,
al revés» (38). San Juan de Ávila se muestra así, con sus hechos, como un
"amigo de Dios".
Los rasgos principales de la doctrina espiritual expuesta en la edición de
1556 son fundamentalmente los mismos que en la definitiva de 1574. Sin
embargo, los cambios que se hicieron necesarios son claramente perceptibles
en algunos pasajes y en varios añadidos. Una comparación de ambas ediciones
deja ver que muchos de éstos son prudentes precisiones para aclarar ideas
que quedaban oscuras o que expresadas sin el necesario rigor y el debido
matiz teológico eran susceptibles de llevar al error (39).
En el libro se puede apreciar una visión más o menos sistemática de la
enseñanza espiritual de Ávila. Incluso en muchas de sus cartas se perciben
ecos muy claros de las mismas ideas que se encuentran recogidas en el libro.
En todo caso no hay que olvidar que el Audi, filia es una obra que se va
depurando y precisando a lo largo de algunas décadas y en ese sentido
refleja el proceso de maduración de su autor y su crecimiento en
experiencia, en doctrina y en vida cerca al Señor.
Un método de oración en San Juan de Ávila
San Juan es un convencido de la importancia de la oración en la vida
cristiana. Por doquier se ven sus recomendaciones sobre ella. Además de la
oración vocal, que no abandona, busca ejercitarse -y que otras personas
también se ejerciten- en la lección y la oración. Esta perspectiva lo sitúa
claramente en el ancho cauce de la Reforma Española, dentro de la cual ocupa
un lugar no sólo de importancia, sino también con características propias,
como ya se ha venido señalando.
En algunos lugares instruye acerca de cómo rezar (40). Pero el lugar más
indicado para entender cabalmente las orientaciones de San Juan parece ser
el Audi, filia. En lo que respecta al método de oración que se desprende del
Audi, filia, habría que decir que también se muestra fundamentalmente igual
en ambas ediciones. Obviamente, tratándose de una obra de exhortaciones y
ejercicios espirituales no aparece tal cual es sistematizado más adelante a
partir de los elementos que se encuentran en la famosa obra. San Juan de
Ávila, fiel a su cometido de edificación, va intercalando el desarrollo del
método de lección y oración con explanaciones sobre algún aspecto del tema y
con aplicaciones de los ejercicios que va desarrollando. Por lo demás no se
muestra del todo parejo al describir «el modo» de proceder en las
consideraciones del propio conocimiento y en las de la Pasión del Señor.
Cabe destacar que San Juan suele estar muy atento al principio de
individuación. En tal sentido se abre a las diferencias personales, así como
a la flexibilidad ante las situaciones particulares que se producen en la
lección y en la oración, por lo cual recomienda no atarse rígidamente a
reglas y tareas tan fijas que impidan a las personas la necesaria
simplicidad «con que en este negocio han de tratar con Dios» (41). Esta
misma aplicación del principio de individuación y la consiguiente
flexibilidad se percibe cuando dice: «También os aviso que hay otros
ejercicios de meditación para caminar al Señor; así como la meditación de
las criaturas y de los beneficios de Dios, y por la vía del recogimiento del
corazón que entiende en amar, que es el fin de todo pensamiento y de toda la
Ley; y que como hay diversos ejercicios, hay diversas inclinaciones en los
hombres, y es muy gran merced del Señor poner al hombre en aquello que le ha
de ser provechoso; lo cual cada uno le debe pedir con mucha insistencia, y
procurar, por lo que en sí siente, dando relación de ello a quien más sabe,
de atinar con qué ejercicio le va mejor, porque aquel es el que debe
seguir». Asimismo, se cuida de recordar en el prefacio a la edición que fue
póstumamente publicada en Toledo en 1574, que el Audi, filia fue escrito «a
aquella religiosa doncella que dije, la cual, y las de su calidad, han de
menester más esforzarlas el corazón con confianza que atemorizarla con
rigor», y como descargo a las características de cada lector añade: «toma de
aquí lo que hallares que te conviene, y deja lo otro para otros que lo
habrán menester», esto es que cada uno se aplique aquello que mejor le sirve
a sus características y realidad personal. Con esta declaración no sólo se
abre el santo apóstol de Andalucía a las diferencias de personalidad, sino
también, quizá sin saberlo ni pensarlo, a la provisionalidad de numerosos
pasajes de sus voluminosos escritos (42), que es necesario tomar en cuenta
desde la perspectiva de los cambios de los tiempos.
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Método de oración
San Juan de Ávila - Audi, filia
Preparación próxima
Buscar un lugar conveniente y apartado del bullicio, dedicado a contener
libros e imágenes devotas, para la lección de cosas divinas y la oración
continua: desocuparse de todos los negocios y de toda conversación (43).
Preparación inmediata
1. Lección: «Tomad primero algún libro de buena doctrina, en que, como en
espejo, veáis vuestras faltas» (44).
Suplicar a Dios «que os hable en vuestro corazón con su viva voz, mediante
aquellas palabras que de fuera leéis, y os dé el verdadero sentido de
ellas».
Atención y reverencia, «escuchando a Dios en aquellas palabras que de fuera
leéis, como si a Él mismo oyérades predicar cuando en este mundo hablaba».
Mediana y descansada atención «que no os captive ni impida la atención libre
y levantada que al Señor habéis de tener».
Arrepentimiento-confianza: «y daros ha nuestro Señor el vivo sentido de las
palabras, que obre en vuestra ánima, unas veces arrepentimiento de vuestros
pecados; otras, confianza de Él y en su perdón».
2. Oración: «Y algunas veces conviene interrumpir el leer, por pensar alguna
cosa que del leer resultó, y después tornar a leer; y así se van ayudando la
lección y la oración». «Y a este propósito hace que si estáis leyendo o
rezando vocalmente y el Señor os visita con algún sentimiento debéis
interrumpir lo que hacéis y deteneros en aquel beneficio para luego
proseguir lo interrumpido».
3. Presencia de Dios: «Vuestras rodillas hincadas, pensaréis a cuán
excelente y soberana Majestad vais a hablar» (45).
4. Humillación del corazón: considerar la propia pequeñez, hacer una
entrañable reverencia, y pedir licencia para hablarle a Dios.
5. Arrepentimiento: Rezar la confesión general y pedir perdón por los
pecados del día. También ha de servir para esto, «mirando una imagen del
Crucifijo, o acordándose de Él», pensar cómo y por quién padeció el Señor.
«¡Yo Señor pequé, y pagarás vos!» (46).
6. Rezo vocal de devociones: «Rezad algunas devociones que debéis tener por
costumbre». Rezar por sí mismo, por aquellos por los que se tiene
obligación, y por toda la Iglesia, «el cuidado de la cual habéis de tener
muy fijado en el corazón», y también por los no creyentes. Dirigir estas
oraciones a Nuestra Señora, «a la cual habéis de tener muy cordial amor y
entera confianza que os será muy verdadera Madre en todas vuestras
necesidades» y, «a la Pasión de Jesucristo, nuestro Señor, la cual también
os ha de ser muy familiar refugio de vuestros trabajos, y esperanza única de
vuestra salud».
Cuerpo de la oración
1. Introducirse en el corazón: callar «con la boca, y meteos en lo más
dentro de vuestro corazón». Y «suplicad al Señor os envíe lumbre del
Espíritu Santo».
2. Unión con Dios: «Y haced cuenta que estáis delante de la presencia de
Dios, y que no hay más que de Él y de vos»; «haced cuenta que lo tenéis allí
presente».
3. Con o sin representación imaginaria: «se puede hacer en una de dos
maneras: o con representar a vuestra imaginación la figura corporal de
nuestro Señor, o solamente pensar sin representación imaginaria»; «poned la
imagen de aquel paso que quisiéredes pensar, dentro de vuestro corazón»
(47).
4. Consideraciones: pensar en la materia con «ejercicios de devotas
consideraciones y habla interior». Discurrir por los beneficios de Dios, las
bondades hechas, los bienes recibidos, lo malo de la propia conducta.
5. Afectos: sentir con la voluntad. «Este negocio más es de corazón que de
cabeza». «Si con vuestro pensar sosegado el Señor os da lágrimas, compasión
y otros sentimientos devotos», debéis tomarlos pero sin «ir mucho tras
ellos», para evitar así perder «por seguirlas (los sentimientos o las
lágrimas) aquel pensamiento o afección espiritual que las causó».
6. Aplicación: Presentar delante de Dios los pensamientos tenidos,
pidiéndole que los «asiente en lo más dentro de vuestro corazón».
Conclusión
1. Ofrecimiento: de «sufrir con paciencia cualquier trabajo o desprecio que
se os ofreciese», asumiendo con criterio práctico las conclusiones que
fluyen de la materia considerada. «Y los propósitos buenos y fuertes que
allí se cobran suelen ser sin comparación más vivos y salir más verdaderos
que los que fuera de la oración se alcanzan».
2. Examen: ante Dios de lo malo y lo bueno que hay en nosotros.
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Notas
1. Se escribe también "Jijón" o "Gijón".
2. 1504-1588.
3. Las referencias a esta fuente están tomadas de
Obras del V.P.M. Fr. Luis de Granada. Libro quarto de trece sermones con
otros varios tratados espirituales; La Escala Espiritual de Sant Juan
Climaco, Contemptus Mundi ó Imitación de Christo, y las vidas Del Ill.mo. Y
R.mo. Sr. Don Fr. Bartolomé de los Martyres, y del V.M. Juan de Avila,
Imprenta de la Real Compañía, Madrid 1800.
4. 1494-1560. Luego de 1524 se encontrará a fray
Domingo enseñando en Salamanca.
5. 1436-1517.
6. Al parecer en esta cátedra se enseñaba la
postura ecléctica de Gabriel Biel. Ver Melquiades Andrés, La Teología
Española en el siglo XVI, BAC, Madrid 1977, pp. 77ss, especialmente 92ss.
Sobre las características del nominalismo de Biel se puede ver John L.
Farthing, Thomas Aquinas and Gabriel Biel. Interpretations of St. Thomas
Aquinas in German Nominalism on the Eve of the Reformation, Duke University
Press, 1988.
7. 1491-1556.
8. Ver Historia de la Teología Española. Desde
sus orígenes hasta fines del siglo XVI, Fundación Universitaria Española,
Madrid 1983, pp. 589ss.
9. † 1538.
10. 1495-1550.
11. Sobre él se puede ver El maestro fray Luis de
Granada, en VE, n. 11, pp. 87-96.
12. 1510-1572.
13. C. 1532-1611.
14. 1515-1582.
15. 2Tim 4,2.
16. Ver Dictionnaire de Spiritualité, Beauchesne,
París 1972, vol. LII-LIII, col. 270.
17. No se ha de confundir la «escuela sacerdotal
de San Juan de Ávila» con aquella a la que se refiere Baldomero Jiménez
Duque en La escuela sacerdotal de Ávila del siglo XVI (Universidad
Pontificia de Salamanca/Fundación Universitaria Española, Madrid 1981) que
en realidad se refiere a los sacerdotes de la ciudad de Ávila.
18. Sobre esto existe un librito ligero de leer
escrito por Florencio Sánchez Bella con título semejante, La reforma del
clero en San Juan de Ávila, Rialp, Madrid 1981.
19. Con don Pedro mantiene además
correspondencia. Sobre otros menesteres se conservan ocho cartas dirigidas
por el de Ávila que se pueden leer en su Epistolario. La influencia de los
famosos Memoriales ha venido siendo destacada en los últimos tiempos, y
parece ser que fue muy importante su influjo sobre la redacción final de
algunos puntos de Trento, como p. ej. el referido a los seminarios, que
sigue de cerca la concepción de Ávila. Más adelante también desempeñan
importante papel en la aplicación del Concilio en España.
20. S.S. Pablo VI, Homilía durante la
canonización del Beato Juan de Ávila, 31/5/1970.
21. Al parecer el grupo o escuela sacerdotal va
adquiriendo cierta fisonomía hacia 1537, aunque antes ya tenía algunos
discípulos, como se ve por su apostolado andaluz inicial.
22. 1517-1576.
23. Se puede ver el texto completo en Monumenta
Historica Societatis Iesu, Monumenta Ignaciana, s. 1a. III, 16.
24. Referencia a la obra de Luiz Muñoz, en Fr.
Luis de Granada-Licdo. Luis Muñoz, Vidas del Padre Maestro Juan de Ávila,
Juan Flors, Barcelona 1964.
25. Juan Esquerda Bifet, Biografía de un
sacerdote de postconcilio en Juan de Ávila. Escritos Sacerdotales, BAC,
Madrid 1969, p. 17.
26. Cabe notar que por su formación en Alcalá,
San Juan de Ávila es aficionado a ciertos métodos de aproximación a la
Sagrada Escritura en la búsqueda del sentido literal. En ese aspecto
encuentra útil recurrir a algunos trabajos de Erasmo, pero siempre con
cautela y supeditado en todo a la enseñanza de la Iglesia, y no teniendo
reparo alguno en contradecirlo, como p. ej.: «es esto conforme a lo que va
tratando el Apóstol, y no lo que dice Erasmo» (Lecciones sobre la epístola a
los Gálatas, 10). Esa misma prudencia la expresa con toda claridad en las
recomendaciones que de él hace en un par de cartas. Francisco Martín
Hernández trata este tema desde un enfoque algo diverso del que se ha hecho
aquí, y restringido al tema bíblico, en su Introducción al tomo de
Comentarios Bíblicos de las Obras Completas del Santo Maestro Juan de Ávila
(BAC, Madrid 1970, pp. 5-7).
27. P. Pourrat, La spiritualité chrétienne, III,
Les temps Modernes. Première Partie. Sixième édition, J. Gabalda, París
1927, p. 160.
28. Francisco Martín Hernández, ob. cit., p. 12.
29. Carta 8, en Obras Completas del Santo Maestro
Juan de Ávila. Edición Crítica, t. V, Epistolario, BAC, Madrid 1970. 9
30. Rom 1,1.
31. S.S. Pablo VI, Homilía durante la
canonización del Beato Juan de Ávila, 31/5/1970.
32. Citado en Obras Completas del Santo Maestro
Juan de Ávila, t. I, p. 340.
33. El padre Juan Esquerda Bifet presenta así el
asunto: «El Audi, Filia, pensado en la cárcel de la Inquisición, esbozado
posteriormente y hasta adulterado por los numerosos copistas, se había
editado contra la voluntad del autor en 1556 (y con la consiguiente reacción
del Santo Oficio). El retiro de Montilla sirvió para corregir el texto, de
acuerdo con el pensamiento del autor y de los documentos de Trento» (ob.
cit., p. 15).
34. Carta 158, en Obras Completas del Santo
Maestro Juan de Ávila. Edición Crítica, t. V, Epistolario, BAC, Madrid 1970.
35. 1483-1568.
36. A. Huerga, O.P., La vida cristiana en los
siglos XV-XVII, en Historia de la Espiritualidad, t. II, Juan Flors,
Barcelona 1969, p. 92.
37. 1525-1589.
38. Lecciones sobre la epístola a los Gálatas,
19, en Obras Completas del Santo Maestro Juan de Ávila. Edición Crítica, t.
IV, Comentarios bíblicos, BAC, Madrid 1970.
39. Para ver los matices y cambios introducidos a
lo largo de los años entre la edición primera y la última, se puede ver la
edición crítica realizada por Luis Sala Balust y continuada por Francisco
Martín Hernández en Obras Completas del Santo Maestro Juan de Ávila. Edición
Crítica, t. I, Biografía. Audi, filia 1556 y 1574, BAC, Madrid 1970, pp.
393ss.
40. Por ejemplo, en la Carta 5 del Epistolario,
dirigida «A un predicador [El Mtro. García Arias, sacerdote teólogo]», de
1538, da pormenorizadas indicaciones de los ejercicios que debe realizar de
día y de noche. Allí se pueden ver algunos de los temas y avisos que San
Juan recoge en el Audi, filia.
41. Ver Audi, filia, cap. 75.
42. La BAC los ha editado en seis tomos.
43. «Buscado, pues, este lugar quieto, recogeos
en él a lo menos dos veces al día: una por la mañana, para pensar en la
sacra Pasión de Jesucristo nuestro Señor, como después diremos (caps. 68ss),
y otra en la tarde, en anocheciendo, para pensar en el ejercicio del propio
conocimiento. Y el modo que tendréis sea éste» (Audi, filia, cap. 59). En
otro pasaje dice: «ninguno sabrá provechosamente orar en todo lugar, sino
quien primero, hubiere aprendido este oficio en lugar particular, y gastado
en él espacio de tiempo» (Audi, filia, cap. 70).
44. En el caso de los ejercicios sobre la Pasión,
dice: «Y después leed aquel mismo paso de la Pasión (según la presentación
de los pasos de la Pasión de acuerdo a los días de la semana que ha hecho en
el cap. 72) que queréis pensar, en algún libro que trate de la Pasión»
(Audi, filia, cap. 74).
45. Sobre la postura señala San Juan que está
relacionada con la fuerza de la persona y que ha de mantenerse si se puede
buscando que no impida «el sosiego del alma». Lo mismo se constata en una
carta de 1538: «se sosiegue o de rodillas, si lo pudiese sufrir sin daño el
cuerpo y sin vagueamiento del pensamiento -el cual suele acaecer cuando el
cuerpo está penado-, o sentado en suelo o en silla» (Carta 5, del
Epistolario).
46. Habría que distinguir este ejercicio de la
confesión sacramental a la que se refiere el Santo en el cap. 71.
47. En el cap. 75 se explaya el Santo sobre las
cautelas que se han de guardar para no caer en los peligros de la
imaginación. Igualmente trata de los peligros de "pensar con ahinco".