IMITACIÓN DE CRISTO por TOMAS A KEMPIS: Libro 4
LIBRO CUARTO:
DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
1.- EXHORTACIÓN
A LA SAGRADA COMUNIÓN
Jesucristo:
Venid a Mí todos los que tenéis, trabajos y estáis cargados, y yo os
aliviaré, dice el Señor. El pan que yo os daré, es mi carne, por la vida del
mundo. Tomad y comed: este es mi cuerpo; que será entregado por vosotros.
Haced esto en memoria de Mí. El que come mi carne y bebe mi sangre, está en
Mí, y yo en él. Las palabras que os he dicho, espíritu y vida son.
2.- RECIBIR A JESUCRISTO
El Alma:
1. Estas son tus palabras, ¡oh buen Jesús, Verdad eterna! Aunque no fueron
dichas en un tiempo, ni escritas en un mismo lugar. Y pues son tuyas, y
verdaderas, debo yo recibirlas todas con gratitud y con fe. Tuyas son, pues,
Tú las dijiste; y también son mías, pues las dijiste por mi bien. Muy de
grado las recibo de tu boca, para que sean más profundamente grabadas en mi
corazón. Despiértanme palabras de tanta piedad, llenas de dulzura y de amor;
mas por otra parte mis propios pecados me espantan, y mi mala conciencia me
retrae de recibir tan altos misterios. La dulzura de tus palabras me
convida; mas la multitud de mis vicios me oprime.
2. Me mandas que me llegue a Ti con gran confianza, si quiero tener parte
contigo, y que reciba el manjar de la inmortalidad, si deseo alcanzar vida y
gloria para siempre. Dices: Venid a Mí todos los que tenéis trabajos y
estáis cargados, que yo os recrearé. ¡Cuán dulces y amables son a los oídos
del pecador estas palabras, por las cuales Tú, Señor Dios mío, convidas al
pobre y al mendigo a la comunión de tu Santísimo Cuerpo! Mas ¿quién soy yo,
Señor, para que presuma llegarme a Ti? Veo que no cabes en los cielos de los
cielos; y Tú dices: ¡Venid a Mí todos!
3. ¿Qué quiere decir esta tan piadosa dignación, y este tan amistoso
convite? ¿Cómo osaré llegarme yo que no reconozco en mí cosa buena en que
pueda confiar? ¿Cómo te hospedaré en mi habitación yo que tantas veces
ofendí tu benignísima presencia? Los ángeles y arcángeles tiemblan: los
Santos y justos temen. Y Tú dices: !Venid a Mí todos! Si Tú, Señor, no
dijeses esto, ¿quién lo creería? Y si Tú no lo mandases, ¿quién osaría
llegarse a Ti?
4. Noé, varón justo, trabajó cien años en fabricar una arca para guarecerse
en ella con pocas personas: ¿pues cómo podré yo en una hora prepararme para
recibir con reverencia al que fabricó el mundo? Moisés, tu gran siervo y tu
amigo especial, hizo una arca de madera incorruptible, y la guarneció de oro
purísimo para poner en ella las tablas de la Ley; ¿y yo, criatura podrida,
osaré recibirte tan fácilmente a Ti, hacedor de la ley y dador de la vida?
Salomón, el más sabio de los reyes de Israel, edificó en siete años, en
honor de tu nombre, un magnífico templo. Celebró ocho días la fiesta de su
dedicación, ofreció mil hostias pacíficas, y colocó solemnemente el Arca del
Testamento, con músicas y regocijos, en el lugar que le estaba preparado. Y
yo, miserable y más pobre de los hombres, ¿cómo te introduciré en mi casa,
que difícilmente estoy con devoción media hora? Y ¡ojalá que alguna vez
gastase bien media hora!
5. ¡Oh Dios mío! ¿Qué no hicieron aquellos por agradarte? Mas ¡ay de mí!
¡Cuán poco es lo que yo hago! ¡Qué corto tiempo gasto en prepararme para la
Comunión! Rara vez estoy del todo recogido, y rarísima me veo libre de toda
distracción. Y en verdad, que en tu saludable y divina presencia no debiera
ocurrirme pensamiento alguno poco decente, ni ocuparme criatura alguna;
porque no voy a hospedar a algún ángel, sino al Señor de los ángeles.
6. Además, hay grandísima diferencia entre el Arca del Testamento con cuanto
contenía, y tu purísimo Cuerpo con sus inefables virtudes; entre aquellos
sacrificios de la ley antigua que figuraban los venideros, y el sacrificio
de tu cuerpo, que es el cumplimiento de todos los sacrificios antiguos.
7. ¿Por qué, pues, no me inflamo más en tu venerable presencia? ¿Por qué no
me dispongo con mayor cuidado para recibirte en el Sacramento, al ver que
aquellos antiguos santos patriarcas y profetas, reyes y príncipes, con todo
su pueblo, mostraron tanta devoción al culto divino?
8. El devotísimo rey David bailó con toda su fuerza delante del arca de
Dios, acordándose de los beneficios hechos en otro tiempo a los padres. Hizo
diversos instrumentos músicos; compuso salmos, y ordenó que se cantasen con
alegría; y aun él mismo los cantó frecuentemente el arpa, inspirado de la
gracia del Espíritu Santo; enseñó al pueblo de Israel a alabar a Dios de
todo corazón, y bendecirle y celebrarle cada día con voces acordes. Pues si
tanta era entonces la devoción, y tanto se pensó en alabar a Dios delante
del Arca del Testamento, ¿cuánta reverencia y devoción debo yo tener, y todo
el pueblo cristiano, a presencia del Sacramento y al recibir el Santísimo
cuerpo de Cristo?
9. Muchos corren a diversos lugares para visitar las reliquias de los
Santos, y se maravillan de oír sus hechos, miran los grandes edificios de
los templos, y besan los sagrados huesos guardados en oro y seda. Y Tú estás
aquí presente delante de mí en el altar, Dios mío, Santo de los Santos,
Criador de los hombres y Señor de los ángeles. Muchas veces los hombres
hacen aquellas visitas por la novedad y por la curiosidad de ver cosas que
no han visto; y así es que sacan muy poco fruto de enmienda, mayormente
cuando andan con liviandad, de una parte a otra, sin contrición verdadera.
Más aquí, en el Sacramento del Altar, estás todo presente, Jesús mío, Dios y
hombre; en él se coge copioso fruto de eterna salud todas las veces que te
recibieren digna y devotamente. Y a esto no nos trae ninguna liviandad ni
curiosidad o sensualidad; sino la fe firme, la esperanza devora, y la pura
caridad.
10. ¡Oh Dios invisible, Criador del mundo, cuán maravillosamente lo haces
con nosotros! ¡Cuán suave y graciosamente te portas con tus escogidos, a
quienes te ofreces a Ti mismo en este Sacramento para que te reciban! Esto,
en verdad, excede sobre todo entendimiento; esto especialmente cautiva los
corazones de los devotos y enciende su afecto. Porque los verdaderos fieles
tuyos, que se disponen para enmendar toda su vida, de este Sacramento
dignísimo reciben continuamente grandísima gracia de devoción y amor de la
virtud.
11. ¡Oh admirable y escondida gracia de ese Sacramento, la cual conocen
solamente los fieles de Cristo! Pero los infieles y los que sirven al
pecado, no la pueden gustar. En este Sacramento se da gracia espiritual, se
repara en el alma la virtud perdida, y reflorece la hermosura afeada por el
pecado. Tanta es algunas veces esta gracia, que de la abundante devoción que
causa, no sólo el alma, sino aun el cuerpo flaco siente haber recibido
fuerzas mayores.
12. Pero es muy mucho de sentir y de llorar nuestra tibieza y negligencia,
porque no nos movemos con mayor afecto a recibir a Cristo, en quien consiste
toda la esperanza y el mérito de los que se han de salvar. Porque El es
nuestra santificación y redención, El nuestro consuelo en esta peregrinación
y el gozo eterno de los Santos. Y así es muy digno de llorarse el poco caso
que muchos hacen de este saludable Sacramento, el cual alegra al cielo, y
conserva al universo mundo. ¡Oh ceguedad y dureza del corazón humano, que
tan poco atiende a tan inefable don, y por la mucha frecuencia ha venido a
reparar menos en él!
13. Porque si este sacratísimo Sacramento se celebrase en un solo lugar y se
consagrase por un solo sacerdote en todo el mundo, ¿con cuánto deseo y
afecto acudirían los hombres a aquel sacerdote de Dios para verle celebrar
los divinos misterios? Mas ahora hay muchos sacerdotes, y se ofrece Cristo
en muchos lugares, para que se muestre tanto mayor la gracia y amor de Dios
al hombre, cuanto la sagrada Comunión es más liberalmente difundida por el
mundo. Gracias a Ti, buen Jesús, pastor eterno que te dignaste recrearnos a
nosotros pobres y desterrados, con tu precioso cuerpo y sangre; y también
convidarnos con palabras de tu propia boca a recibir estos misterios,
diciendo: Venid a Mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo
os aliviaré.
3.- LA BONDAD DE DIOS EN EL SANTÍSIMO SACRAMENTO
El Alma:
1. Señor, confiando en tu bondad y gran misericordia, vengo yo enfermo al
médico; hambriento y sediento, a la fuente de la vida; pobre, al rey del
cielo; siervo, al Señor; criatura, al Criador; desconsolado, a mi piadoso
consolador. Mas ¿se dónde a mí tanto bien, que Tú vengas a mí? ¿Quién soy yo
para que te me des a Ti mismo? ¿Cómo se atreve el pecador a comparecer
delante de Ti? Y Tú ¿cómo te dignas de venir al pecador? Tú conoces a tu
siervo, y sabes que ningún bien tiene por donde pueda merecer que Tú le
hagas este beneficio. Yo te confieso, pues, mi vileza, reconozco tu verdad,
alabo tu piedad, y te doy gracias por tu extremada caridad. Pues así lo
haces conmigo, no por mis merecimientos, sino por Ti mismo, para darme a
conocer mejor tu bondad; para que se me infunda mayor caridad, y se
recomiende más la humildad. Pues así te agrada a Ti, y así mandaste que se
hiciese; también me agrada a mí que Tú lo hayas tenido por bien. ¡Ojalá que
no lo impida mi maldad!
2. ¡Oh dulcísimo y benignísimo Jesús! ¡Cuánta reverencia y gracias
acompañadas de perpetua alabanza te son debidas por habernos dado tu
sacratísimo cuerpo, cuya dignidad ningún hombre es capaz de explicar! Mas
¿qué pensaré en esta comunión, cuando quiero llegarme a mi Señor, a quien no
puedo venerar debidamente, y sin embargo deseo recibir con devoción? ¿Qué
cosa mejor y más saludable pensaré, sino humillarme profundamente delante de
Ti, y ensalzar tu infinita bondad sobre mí? Yo te alabo, Dios mío, y deseo
que seas ensalzado para siempre. Despréciome y me rindo a tu majestad en el
abismo de mi bajeza.
3. Tú eres el Santo de los Santos, y yo la basura de los pecadores. Tú te
bajas a mí, que no soy digno de alzar los ojos para mirarte. Tú vienes a mí,
Tú quieres estar conmigo, Tú me convidas a tu mesa. Tú me quieres dar a
comer el manjar celestial, y el pan de los ángeles; que no es otra cosa por
cierto sino Tú mismo, pan vivo que descendiste del cielo, y das vida al
mundo.
4. ¡Cuánto es, pues, tu amor, cuál tu dignación! y ¡cuántas gracias y
alabanzas te son debidas por esto! ¡Oh cuán saludable y provechoso designio
tuviste en la institución de este Sacramento! ¡Cuán inefable tu verdad! Pues
Tú hablaste, y fue hecho el universo; y se hizo lo que Tú mandaste.
5. Admirable cosa es, digno objeto de la fe, y superior al entendimiento
humano, que Tú, Señor Dios mío, verdadero Dios y hombre, eres contenido
entero debajo de las especies de pan y vino, y sin detrimento eres comido
por el que te recibe. Tú, Señor de todo, que de nada necesitas, quisiste
habitar entre nosotros por medio de este Sacramento. Conserva mi corazón y
mi cuerpo sin mancha, para que con alegre y limpia conciencia pueda celebrar
frecuentemente, y recibir para mi eterna salvación este digno misterio, que
ordenaste y estableciste principalmente para honra tuya memoria continua.
6. Alégrate, alma mía, y da gracias a Dios por don tan excelente y consuelo
tan singular que te fue dejado en este valle de lágrimas. Porque la caridad
de Cristo nunca se disminuye, y la grandeza de su misericordia nunca mengua.
7. Por eso te debes preparar siempre con nueva devoción del alma, y pensar
con atenta consideración esta gran misterio de salud. Así te debe parecer
tan grande, tan nuevo y agradable cuando celebras u oyes Misa, como si fuese
el mismo día en que Cristo, descendiendo en el vientre de la Virgen se hizo
hombre; o aquel en que puesto en la Cruz padeció y murió por la salud de los
hombres.
4.- QUE ES PROVECHOSO COMULGAR CON FRECUENCIA
El Alma:
1. A Ti vengo, Señor, para disfrutar de tu don sagrado, y regocijarme en tu
santo convite, que en tu dulzura preparaste, Dios mío, para el pobre. En Ti
está cuanto puedo y debo desear; Tú eres mi salud y redención, mi esperanza
y fortaleza, mi honor y mi gloria. Alegra, pues, hoy el alma de tu siervo,
porque a Ti, Jesús mío, he levantado mi espíritu. Deseo yo recibirte ahora
con devoción y reverencia, deseo hospedarte en mi casa de manera que merezca
como Zaqueo tu bendición, y ser contado entre los hijos de Abrahán. Mi alma
anhela tu sagrado cuerpo; mi corazón desea ser unido contigo.
2. Date, Señor, a mí, y me basta; porque sin Ti ninguna consolación
satisface. Sin Ti no puedo existir; y sin tu visitación no puedo vivir. Por
eso me conviene llegarme muchas veces a Ti, y recibirte para remedio de mi
salud, porque no me desmaye en el camino, si fuere privado de este manjar
celestial. Pues Tú, benignísimo Jesús, predicando a los pueblos y curando
diversas enfermedades, dijiste: No quiero consentir que se vayan ayunos a su
casa, porque no desmayen en el camino. Haz, pues, ahora conmigo de esta
suerte; pues te quedaste en el Sacramento para consolación de los fieles. Tú
eres suave alimento del alma, y quien te comiere dignamente será
participante y heredero de la gloria eterna. Yo que tantas veces caigo y
peco, tan presto me entibio y desmayo, necesito verdaderamente renovarme,
purificarme y alentarme por la frecuencia de oraciones y confesiones, y de
la sagrada participación de tu cuerpo; no sea que absteniéndome de comulgar
por mucho tiempo, decaiga de mi santo propósito.
3. Porque las inclinaciones del hombre son hacia lo malo desde su juventud;
y si no le socorre la medicina celestial, al punto va del mal en pero. Así
es que la santa Comunión retrae de lo malo, y conforta en lo bueno. Y si
ahora que comulgo o celebro soy tan negligente y tibio, ¿qué sucedería si no
tomase tal medicina y si no buscase auxilio tan grande? Y aunque no esté
preparado cada día, ni bien dispuesto para celebrar, procuraré, sin embargo,
recibir los divinos misterios en los tiempos convenientes, para hacerme
participante de tanta gracia. Porque el principal consuelo del alma fiel,
mientras peregrina unida a este cuerpo mortal, es acordarse frecuentemente
de su Dios, y recibir a su amado con devoto corazón.
4. ¡Oh admirable dignación de tu clemencia para con nosotros, que Tú, Señor
Dios, Criador y vivificador de todos los espíritus, te dignas de venir a una
pobrecilla alma y satisfacer su hambre con toda tu divinidad y humanidad!
¡Oh feliz espíritu y dichosa alma la que merece recibir con devoción a su
Dios y Señor, y rebosar así de gozo espiritual! ¡Oh, qué Señor tan grande
recibe, qué huésped tan amable aposenta, qué compañero tan agradable admite,
qué amigo tan fiel elige, qué esposo abraza tan noble y tan hermoso, y más
amable que todo cuanto se puede amar ni desear! Callen en tu presencia, mi
dulcísimo amado, el cielo y la tierra con todo su ornato, porque todo cuanto
tienen de esplendor y de hermosura lo han recibido de tu beneficencia; y
nunca pueden aproximarse a la gloria de tu nombre, cuya sabiduría es
infinita.
5.- A LOS QUE COMULGAN
El Alma:
1. Señor Dios mío, preven a tu siervo con las bendiciones de tu dulzura,
para que merezca llegar digna y devotamente a tu sublime Sacramento. Mueve
mi corazón hacia Ti, y sácame de este grave entorpecimiento; visítame con tu
gracia saludable para que pueda gustar en espíritu de suavidad, cuya
abundancia se halla en este Sacramento como en su fuente. Alumbra también
mis ojos para que pueda mirar tan alto misterio; y esfuérzame para creerlo
con firmísima fe. Porque obra tuya es, y no poder humano; sagrada
institución tuya, y no invención de hombres. Ninguno ciertamente es capaz
por sí mismo de entender cosas tan altas, que aun a la sutileza angélica
exceden. Pues yo, pecador indigno, tierra y ceniza, ¿qué podré escudriñar y
entender de tan alto secreto?
2. Señor, con sencillez de corazón, con fe firme y sincera, y por mandato
tuyo, me acerco a Ti con reverencia y confianza; y creo verdaderamente que
estás aquí presente en el Sacramento como Dios y como hombre. Pues quieres,
Señor, que yo te reciba, y que me una contigo en caridad. Por eso suplico a
tu clemencia, y pido la gracia especial de que todo me deshaga en Ti, y
rebose de amor, y que no cuide ya de ninguna otra consolación. Porque este
altísimo y dignísimo Sacramento es la salud del alma y del cuerpo, medicina
de toda enfermedad espiritual, con la cual se curan mis vicios, refrénanse
mis pasiones, las tentaciones se vencen o disminuyen, dase mayor gracia, la
virtud comenzada crece, confirmase la fe, esfuérzase la esperanza, y se
enciende y dilata la caridad.
3. Porque muchos bienes has dado y das siempre en este Sacramento a tus
amados, que devotamente comulgan, Dios mío, huésped de mi alma, reparador de
la enfermedad humana, y dador de toda consolación interior. Tú les infundes
mucho consuelo contra diversas tribulaciones, y de lo profundo de su propio
desprecio los levantas a esperar tu protección, y con una nueva gracia los
recreas y alumbras interiormente, y así los que antes de la Comunión estaban
inquietos y sin devoción, después, recreados con este sustento celestial, se
hallan muy mejorados. Y esto lo haces de gracia con tus escogidos, para que
conozcan verdaderamente, y experimenten a las claras cuánta flaqueza tienen
en sí mismos, y cuán grande bondad y gracia alcanzan de tu clemencia. Porque
siendo por sí mismos fríos, duros e indevotos, de Ti reciben el estar
fervorosos, devotos y alegres. Pues ¿quién llegando humildemente a la fuente
de la suavidad, no vuelve con algo de dulzura? O ¿quién está cerca de algún
gran fuego, que no reciba algún calor? Tú eres fuente llena, que siempre
mana y rebosa; fuego que de continuo arde y nunca se apaga.
4. Por esto, si no me es dado sacar agua de la abundancia de la fuente,
beber hasta hartarme, pondré siquiera mis labios a la boca del caño
celestial para que a lo menos reciba de allí alguna gotilla, para templar mi
sed, y no secarme enteramente. Y si no puedo ser todo celestial, y tan
abrasado como los querubines y serafines, trabajaré a lo menos por hacerme
devoto, y disponer mi corazón para adquirir siquiera una pequeña llama del
divino incendio, mediante la humilde comunión de este vivifico Sacramento.
Pero todo lo que me falta, buen Jesús, Salvador santísimo, súplelo Tú
benigna y graciosamente por mí; pues tuviste por bien de llamar a todos,
diciendo: Venid a Mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo
os recrearé.
5. Yo, pues, trabajo con sudor de mi rostro, soy atormentado con dolor de mi
corazón, estoy cargado de pecados, combatido de tentaciones, envuelto y
oprimido de muchas pasiones, y no hay quien me valga, no hay quien me libre
y salve, sino Tú, Señor Dios, Salvador mío, a quien me encomiendo y todas
mis cosas, para que me guardes y lleves a la vida eterna. Recíbeme para
honra y gloria de tu nombre; pues me dispusiste tu cuerpo y sangre en manjar
y bebida. Concédeme, Señor Dios, Salvador mío, que crezca el afecto de mi
devoción con la frecuencia de este soberano misterio.
6.- DIGNIDAD DEL SACRAMENTO
Jesucristo:
1. Aunque tuvieses la pureza de los ángeles, y la santidad de San Juan
Bautista, no serías digno de recibir ni manejar este Sacramento. Porque no
cabe en merecimiento humano que el hombre consagre y tenga en sus manos el
Sacramento de Cristo y coma el pan de los ángeles. Grande es este misterio,
y grande es la dignidad de los sacerdotes, a los cuales es dado lo que no es
concedido a los ángeles. Pues sólo los sacerdotes ordenados en la Iglesia
tienen poder de celebrar y consagrar el cuerpo de Jesucristo. El sacerdote
es ministro de Dios, cuyas palabras usa por su mandamiento y ordenación; mas
Dios es allí el principal autor y obrador invisible, a cuya voluntad todo
está sujeto, y a cuyo mandamiento todo obedece.
2. Así, pues, debes creer a Dios todopoderoso en este sublime Sacramento más
que a tus propios sentidos y a las señales visibles. Y por eso debe el
hombre llegar a este misterio con temor y reverencia. Reflexiona sobre ti
mismo, y mira qué tal es el ministerio que te ha sido encomendado por la
imposición de las manos del obispo. Has sido hecho sacerdote y ordenado para
celebrar; cuida, pues, de ofrecer a Dios este sacrificio con fe y devoción
en el tiempo conveniente, y de mostrarte irreprensible. No has aliviado tu
carga; antes bien estás atado con más estrecho vínculo, y obligado a mayor
perfección de santidad. El sacerdote debe estar adornado de todas las
virtudes, y ha de dar a los otros ejemplo de buena vida. Su porte no ha de
ser como el de los hombres comunes; sino como el de los ángeles en el cielo,
o el de los varones perfectos en la tierra.
3. El sacerdote vestido de las vestiduras sagradas, tiene el lugar de Cristo
para rogar devota y humildemente a Dios por sí y por todo el pueblo. El
tiene la señal de la cruz de Cristo delante de sí, y en las espaldas, para
que continuamente tenga memoria de su sacratísima pasión. Delante de sí en
la casulla, trae la cruz, para que mire con diligencia las pisadas de
Cristo, y estudie en seguirle con fervor. En las espaldas está también
señalado de la cruz, para que sufra con paciencia por Dios cualquiera
injuria que otro le hiciere. La cruz lleva delante, para que llore sus
pecados, y detrás la lleva para llorar por compasión los ajenos, y para que
sepa que es medianero entre Dios y el pecador, y no cese de orar ni ofrecer
el santo sacrificio hasta que merezca alcanzar la gracia y misericordia
divina. Cuando el sacerdote celebra, honra a Dios, alegra a los ángeles, y
edifica a la Iglesia, ayuda los vivos, da descanso a los difuntos, y hácese
participante de todos los bienes.
7.- EJERCICIOS PARA ANTES DE LA COMUNIÓN.
El Alma:
1. Señor, cuando pienso en tu dignidad y mi vileza, tengo gran temblor y me
hallo confuso. Porque si no me llego a Ti, huyo de la vida; y si
indignamente me atrevo, incurro en tu ofensa. ¿Pues qué haré, Dios mío,
ayudador mío, consejero mío, en las necesidades?
2. Enséñame Tú el camino derecho; propónme algún ejercicio conveniente para
la sagrada Comunión. Porque es útil saber de qué modo deba yo preparar mi
corazón devotamente y con reverencia para recibir saludablemente tu
Sacramento, o para celebrar tan grande y divino sacrificio.
8.- EXAMEN DE CONCIENCIA
Jesucristo:
1. Sobre todas las cosas es necesario que el sacerdote de Dios llegue a
celebrar, manejar y recibir este Sacramento con grandísima humildad de
corazón y con devota reverencia, con entera fe y con piadosa intención de la
honra de Dios. Examina diligentemente tu conciencia, y según tus fuerzas
límpiala adórnala con verdadero dolor y humilde confesión, de manera que no
tengas o sepas cosa grave que te remuerda y te impida llegar libremente al
Sacramento. Ten aborrecimiento de todos tus pecados en general, y por las
faltas diarias duélete y gime más particularmente. Y si el tiempo lo
permite, confiesa a Dios todas las miserias de tus pasiones en lo secreto de
tu corazón.
2. Llora y duélete de que aún eres tan carnal y mundano, tan poco
mortificado en las pasiones, tan lleno de movimientos de concupiscencia; Tan
poco diligente en la guarda de los sentidos exteriores, tan envuelto muchas
veces en vanas imaginaciones; Tan inclinado a las cosas exteriores, tan
negligente en las interiores; Tan fácil a la risa y a la disipación, tan
duro para las lágrimas y la compunción; Tan dispuesto a la relajación y
regalos de la carne, tan perezoso al rigor y al fervor; Tan curioso para oír
novedades y ver cosas hermosas; tan remiso en abrazar las humildes y
despreciadas; Tan codicioso de poner mucho; tan encogido en dar; tan
avariento en retener; Tan inconsiderado en hablar, tan poco detenido en
callar; tan descompuesto en las costumbres, tan indiscreto en las obras; Tan
desordenado en el comer, tan sordo a las palabras de Dios. Tan presto para
holgarte, tan tardío para trabajar; Tan despierto para oír hablillas y
cuentos, y tan soñoliento para velar en oración; Tan impaciente por llegar
al fin, y tan vago en la atención; Tan negligente en el rezo, tan tibio en
la Misa, tan indevoto en la Comunión; Tan a menudo distraído, tan raras
veces enteramente recogido; Tan prontamente conmovido a la ira, tan fácil
para disgustar a los demás; Tan propenso a juzgar, tan riguroso en
reprender; Tan alegre en la prosperidad, tan abatido en la adversidad; Tan
fecundo en los buenos propósitos, y tan estéril en ponerlos por obra.
3. Después de haber confesado y llorado estos y otros defectos con dolor y
gran disgusto de tu propia fragilidad, propón firmemente de enmendar siempre
tu vida, y mejorarla de allí adelante. En seguida, abandonándote a Mí con
absoluta y entera voluntad, ofrécete a ti mismo para gloria de mi nombre en
el altar de tu corazón, como sacrificio perpetuo, encomendándome a Mí con
entera fe el cuidado de tu cuerpo y de tu alma. Para que de esta manera
merezcas llegar dignamente a ofrecer el santo sacrificio, y recibir
saludablemente el Sacramento de mi cuerpo.
4. Pues no hay ofrenda más digna, ni mayor satisfacción para borrar los
pecados, que ofrecerse a sí mismo pura y enteramente a Dios, con el
sacrificio del cuerpo de Cristo en la Misa y Comunión. Si el hombre hiciere
lo que está de su parte, y se arrepintiere verdaderamente, cuantas veces
acudiere a Mí por perdón y gracia: Vivo yo, dice el Señor, que no quiero la
muerte del pecador, sino que se convierta y viva; porque no me acordaré más
de sus pecados, sino que todos les serán perdonados.
9.- DEL OFRECIMIENTO DE CRISTO EN LA CRUZ
Jesucristo:
1. Así como yo me ofrecí voluntariamente por tus pecados a Dios Padre con
las manos extendidas en la cruz, y todo el cuerpo desnudo, de modo que nada
me quedó que no pasase en sacrificio para reconciliarte con Dios: Así debes
tú también ofrecérteme cada día en la Misa en ofrenda pura y santa, cuanto
más entrañablemente puedas, con toda la voluntad, y con todas tus fuerzas y
deseos. ¿Qué otra cosa quiero de ti más que el que te entregues a Mí sin
reserva? Cualquier cosa que me des sin ti, no gusto de ella; porque no
quiero tu don, sino a ti mismo.
2. Así como no te bastarían todas las cosas sin Mí, así no puede agradarme a
Mí cuanto me ofrecieres sin ti. Ofrécete a Mí y date todo por Dios, y será
muy acepto tu sacrificio. Mira cómo Yo me ofrecí todo al Padre por ti; y
también te di todo mi cuerpo y sangre en manjar, para ser todo tuyo, y que
tú quedases todo mío. Mas si tú estás pegado a ti mismo, y no te ofreces de
buena gana a mi voluntad, no es cumplida ofrenda la que haces, ni será entre
nosotros entera la unión. Por eso a todas tus obras debe preceder el
ofrecimiento voluntario de ti mismo en las manos de Dios, si quieres
alcanzar libertad y gracia. Porque por eso tampoco se hacen varones
ilustrados y libres en lo interior, porque no saben del todo negarse a sí
mismos. Esta es mi firme sentencia: Que no puede ser mi discípulo el que no
renunciare todas las cosas. Por lo cual, si tú deseas serlo, ofréceteme con
todos tus deseos.
10.- DEBEMOS OFRECERNOS A DIOS
EL ALMA:
1. Señor, tuyo es todo lo que está en el cielo y en la tierra. Yo deseo
ofrecérteme de mi voluntad y quedar tuyo para siempre. Señor, con sencillez
de corazón me ofrezco hoy a Ti por siervo perpetuo, en obsequio y sacrificio
de eterna alabanza. Recíbeme con este santo sacrificio de tu precioso Cuerpo
que te ofrezco hoy en presencia de los ángeles que están asistiendo
invisiblemente, para que los recibas por mi salud y la de todo el pueblo.
2. Señor, yo te presento en el altar de tu misericordia todos mis pecados y
delitos, cuantos he cometidos en tu presencia y de tus Santos ángeles desde
el día que comencé a pecar hasta hoy, para que tu los abrases todos juntos y
los quemes con el fuego de tu caridad, quites todas las manchas de ellos,
limpies mi conciencia de todo delito, y me vuelvas a tu gracia que perdí por
el pecado, perdonándomelos todos enteramente, y admitiéndome
misericordiosamente al ósculo de tu paz y amistad.
3. ¿Que puedo yo hacer por mis pecados, sino confesarlos humildemente,
llorando e implorando tu misericordia sin cesar? Yo imploro, pues, en tu
divino acatamiento; óyeme propicio, Dios mío. Aborrezco mucho todos mis
pecados, y no quiero yo cometerlos jamás; antes, arrepentido y pesaroso de
ellos mientras viviré, estoy dispuesto para hacer penitencia, y satisfacer
según mis fuerzas. ¡Perdona, oh Dios, perdona mis pecados por tu santo
nombre! Salva mi alma que redimiste con tu preciosa sangre. Vesme aquí que
me encomiendo a tu misericordia, me entrego en tus manos. Haz conmigo según
tu bondad, y no según mi malicia e iniquidad.
4. También te ofrezco, Señor todos mis bienes, aunque muy pocos e
imperfectos, para que tú los enmiendes y santifiques, para que los hagas
agradables y aceptos a Ti, y siempre los mejores; y a mí, hombrezuelo inútil
y perezoso, me lleves a un santo y bienaventurado fin.
5. También te ofrezco todos los santos deseos de los devotos, y las
necesidades de mis parientes, amigos, hermanos y de todos los conocidos, y
de cuantos me han hecho bien a mí y a otros por tu amor; Y de todos los que
desearon y pidieron que yo orase, o dijese Misa por ellos, y por todos los
suyos vivos y difuntos; Para que todos sientan el fervor de tu gracia, el
auxilio de tu consolación, la protección en los peligros y en el alivio en
los trabajos; para que, libres de todos los males, te den muy alegres y
cordialísimas gracias.
6. También te ofrezco mis oraciones y el sacrificio de propiciación,
especialmente por los que en algo me han enojado o vituperado, o me han
hecho algún daño o agravio; Y por todos los que yo enojé, turbé, agravié y
escandalicé, por palabra, por obra, por ignorancia o advertidamente; para
que Tú nos perdones a todos nuestros pecados y ofensas recíprocas. Aparta,
Señor, de nuestros corazones toda mala sospecha, toda ira, indignación y
contienda, y cuanto pueda estorbar la caridad, y disminuir el amor del
prójimo. Misericordia, Señor, da tu misericordia a los que la piden, tu
gracia a los que la necesitan, y haz que vivamos de tal modo, que seamos
dignos de gozar de tu gracia, y que aprovechemos para la vida eterna. Amén.
11.- NO SE DEBE DEJAR FÁCILMENTE LA SAGRADA COMUNIÓN.
JESUCRISTO:
1. Muy a menudo debes acudir a la fuente de la gracia y de la misericordia
divina; a la fuente de la bondad y de toda pureza, para que puedas sanar de
tus pasiones y vicios, y merezcas hacerte más fuerte y más despierto contra
todas las tentaciones y engaños del demonio. El enemigo, sabiendo el
grandísimo fruto y remedio que hay en la sagrada Comunión, trabaja cuanto
puede sin perder medio y ocasión por retraer y estorbar a los fieles y
devotos.
2. Así sucede con algunos que, cuando piensan en prepararse para la sagrada
Comunión, entonces padecen peores tentaciones de Satanás que antes. Este
espíritu maligno se mete entre los hijos de Dios, como se dice en el libro
de Job, para turbarlos con su acostumbrada malicia, o para hacerlos
excesivamente tímidos y perplejos; y de este modo entibiar su devoción, o
quitarles la fe con las impugnaciones que les sugiere, por si acaso consigue
así que dejen del todo la comunión, o se lleguen a ella con tibieza. Mas no
debemos cuidar de sus astucias y tentaciones por más torpes y espantosas que
sean, sino rechazar contra el mismo los fantasmas abominables que nos
representa. Despreciarse debe este desdichado y burlarse de él; y no dejar
la sagrada Comunión por todos sus acometimientos, y por las turbaciones que
levantaré.
3. Muchas veces estorba también la demasiada ansia de tener devoción, y
cierta inquietud por confesarse bien. Haz en esto lo que te aconsejen los
sabios, y deja el ansia y el escrúpulo, porque impide la gracia de Dios y
destruye la devoción del alma. No dejes la sagrada Comunión por alguna
pequeña tribulación o pesadumbre; sino vete luego a confesar, y perdona de
buena gana todas las ofensas que te han hecho. Y si tú has ofendido a
alguno, pide perdón con humildad, y Dios te perdonará también de buena
voluntad.
4. ¿De que sirve retardar mucho la confesión, o diferir la sagrada Comunión?
Límpiate cuanto antes, vomita luego el veneno, como presto el remedio, y te
hallarás mejor que si lo dilatares mucho tiempo. Si hoy la dejas por alguna
causa, mañana te puede acaecer otra mayor; y así te apartarás mucho tiempo
de la Comunión, y después estarás menos dispuesto. Lo más presto que
pudieres, sacude tu pereza e inacción; porque nada se gana con angustiarse e
inquietarse largo tiempo y apartarse del divino sacramento por obstáculos
diarios. Al contrario, daña mucho el dilatar demasiado la Comunión; porque
esto suele causar un grave entorpecimiento. Pero ¡Oh dolor! Algunos tibios y
disipados dilatan con gusto la confesión, y desean retardar la sagrada
Comunión por no verse obligados a guardar su alma con mayor cuidado.
5. ¡Oh, cuán poca caridad y flaca devoción tienen los que tan fácilmente
dejan la sagrada Comunión! ¡Cuán bienaventurado es, y cuán agradable a Dios
el que vive tan bien y guarda su conciencia con tanta pureza, que este
dispuesto a comulgar cada día, y muy deseoso de hacerlo así, si le conviene
y no fuese notado! El que se abstiene algunas veces por humildad o por
alguna legítima,es de alabar por su respeto. Más si poco a poco le entraré
la tibieza, debe despertarse a sí mismo, y hacer lo que este de su parte, y
el Señor ayudara su deseo, por la buena voluntad, que es a la que
especialmente atiende.
6. Más cuando estuviere legítimamente impedido, tenga siempre buena voluntad
y devota intención de comulgar, y así no carecerá del fruto del Sacramento.
Porque cualquier devoto puede cada día y cada hora comulgar espiritualmente
con fruto. Más en ciertos días y en el tiempo mandado, debe recibir
sacramentalmente el cuerpo de su Redentor con afectuosa reverencia, y buscar
más bien la gloria y honra de Dios, que su propia consolación. Porque tantas
veces comulga místicamente y se alimenta invisiblemente su espíritu, cuantas
se acuerda con devoción el misterio de la Encarnación y Pasión de Cristo, y
se enciende en su amor.
7. El que no se prepara sino al acercarse la fiesta, o cuando le fuerza la
costumbre, muchas veces se hallara mal preparado. Bienaventurado el que se
ofrece a Dios en entero sacrificio cuantas veces celebra o comulga. No seis
muy prolijo ni acelerado en celebrar; sino guarda el medio justo y ordinario
de los demás con quienes vives. No debes causar a los otros molestia ni
enfado, sino ir por el camino ordinario de los mayores, y mirar más al
aprovechamiento de los otros, que a tu propia devoción y afecto.
12.- EL CUERPO DE CRISTO Y LA SAGRADA ESCRITURA
EL ALMA:
1. ¡Oh dulcísimo Señor Jesús! ¡Cuanta es la dulzura del alma devota, que se
regala contigo en el banquete, donde se le presenta otro manjar que a su
único amado, apetecible sobre todos deseos de su corazón! Seria ciertamente
muy dulce para mí derramar en tu presencia copia de lágrimas afectuosas, y
regar con ellas tus pies como la piadosa Magdalena. Mas ¿dónde está ahora
esta devoción? ¿ dónde el copioso derramamiento de lágrimas devotas? Por
cierto en tu presencia, y en la de tus santos ángeles, todo mi corazón
debiera encenderse y llorar de gozo. Porque en el Sacramento te tengo
verdaderamente presente, aunque encubierto bajo otra especie.
2. Porqué el mirarte en tu propia y divina claridad no podrían mis ojos
resistirlo, ni el mundo entero subsistiría ante el resplandor de la gloria
de tu majestad. Tienes, pues, consideración a mi imbecilidad cuando te
ocultas bajo de este Sacramento. Yo tengo verdaderamente y adoro al mismo a
quien adoran los ángeles en el cielo: más yo solo con la fe por ahora, ellos
claramente y sin velo. Debo yo contentarme con la luz de una fe verdadera, y
andar con ella hasta que amanezca el día de la claridad eterna, y
desaparezcan las sombras de las figuras. Mas cuando llegue este perfecto
estado, cesará el uso de los Sacramentos; porque los bienaventurados en la
gloria no necesitan de medicina sacramental. Sino que están siempre absortos
de gozo en presencia de Dios, contemplando cara a cara su gloria; y
trasladados de esta claridad al abismo de la claridad de Dios, gustan el
Verbo encarnado, como fue en el principio, y permanecerá eternamente.
3. Acordándome de estas maravillas, cualquier contento, aunque sea
espiritual, se me convierte en grave tedio, porque mientras no veo
claramente a mi Señor en su gloria, en nada estimo cuanto en el mundo veo y
oigo. Tú, Dios mío, me eres testigo de que ninguna cosa me puede consolar,
ni criatura alguna dar descanso sino Tú, Dios mío, a quien deseo contemplar
eternamente. Mas esto no es posible mientras vivo en carne mortal. Por eso
debo tener mucha paciencia, y sujetarme a Ti en todos mis deseos. Porque
también, Señor, tus Santos, que ahora se regocijan contigo en el reino de
los cielos, cuando vivían en este mundo esperaban con gran fe y paciencia l
a venida de tu gloria. Lo que ellos creyeron, creo yo; lo que esperaron,
espero; adonde llegaron ellos finalmente por tu gracia, tengo yo confianza
de llegar. Entretanto caminaré con la fe, confortado con los ejemplos de los
Santos. También tendré los libros santos, para consolación y espejo de la
vida; y sobre todo esto, el Cuerpo santísimo tuyo por singular remedio y
refugio.
4. Pues conozco que tengo grandísima necesidad de dos cosas, sin las cuales
no podría soportar esta vida miserable. Detenido en la cárcel de este
cuerpo, confieso serme necesarias dos cosas que son, mantenimiento y luz.
Dísteme, pues, como a enfermo tu sagrado Cuerpo para alimento del cuerpo, y
además me comunicaste tu divina palabra para que sirviese de luz a mis
pasos. Sin estas dos cosas yo no podría vivir bien; porque la palabra de
Dios es la luz de mi alma, y tu Sacramento el pan que le da la vida. Estas
se pueden llamar dos mesas colocadas a uno y a otro lado en el tesoro de la
Santa Iglesia. Una es la mesa del sagrado altar, donde está el pan
santificado, esto es, el precioso cuerpo de Cristo. Otra es la de la ley
divina, que contiene la doctrina sagrada, enseña la verdadera fe, y nos
conduce con seguridad hasta lo mas interior del velo donde esta el Santo de
los Santos. Gracias te doy, Jesús mío, esplendor de la luz eterna, por la
mesa de la santa doctrina que nos diste por tus siervos los profetas, los
apóstoles y los otros doctores.
5. Gracias te doy, Criador y Redentor de los hombres, de que, para
manifestar a todo el mundo tu caridad, dispusiste una gran cena, en la cual
diste a comer, no el cordero figurativo, sino tu santísimo Cuerpo y Sangre,
alegrando a todos los fieles, y embriagándolos con el cáliz saludable en
esta sagrado banquete, donde están todas las delicias del paraíso, y donde
los santos ángeles comen con nosotros, aunque gustan una suavidad más feliz.
6. ¡Oh, cuán grande y honorífico es el oficio de los sacerdotes, a los
cuales es concedido consagrar al Señor de la majestad con las palabras
sagradas, bendecirlo con sus labios, tenerlo en sus manos, recibirlo en su
propia boca, y distribuirle a los demás! ¡Oh, cuán limpias deben estar
aquellas manos, cuán pura la boca, cuán santo el cuerpo, cuán inmaculado el
corazón del sacerdote, donde tantas veces entra el Autor de la pureza! De la
boca del sacerdote no debe salir palabra que no sea santa, que no sea
honesta y útil, pues tan continuamente recibe el santísimo Sacramento.
7. Deben ser simples y castos los ojos acostumbrados a mirar el cuerpo de
Cristo, puras y levantadas al cielo las manos que tocan al Criador del cielo
y de la tierra. A los sacerdotes especialmente se dice en la ley: SED
SANTOS, PORQUE YO, VUESTRO DIOS Y SEÑOR, SOY SANTO.
8. ¡Oh Dios todopoderoso! Ayúdenos tu gracia a los que hemos recibido el
oficio sacerdotal, para que podamos servirte digna y devotamente con toda
pureza y buena conciencia. Y si no podemos proceder con tanta inocencia de
vida como debemos, otórganos llorar dignamente los pecados que hemos
cometido, y de aquí adelante servirte con mayor fervor, con espíritu de
humildad; y con buena y constante voluntad.
13.- CÓMO RECIBIR A CRISTO
JESUCRISTO:
1 Yo soy amante de la pureza, y dador de toda santidad. Yo busco un corazón
puro, y allí es el lugar, de mi descanso. Prepárame una sala grande y
adornada, y celebraré contigo la pascua con mis discípulos. Si quieres que
venga a ti y me quede contigo, arroja de ti la levadura vieja, y limpia la
morada de tu corazón. Desecha de ti todo el mundo, y todo el ruido de los
vicios; siéntate como pájaro solitario en el tejado, y piensa en tus excesos
con amargura de tu alma. Pues cualquier persona que ama, dispone a su amado
el mejor y más aliñado lugar: porque en esto se conoce el amor del que
hospeda al amado.
2. Pero sábete que no puedes alcanzar esta preparación con el mérito de tus
obras, aunque te preparases un año entero y no pensases en otra cosa. Mas
por sola mi piedad y gracia se te permite llegar a mi mesa; como si un rico
convidase e hiciese comer con el a un pobre mendigo que no tuviese otra cosa
para pagar este beneficio sino humildad y agradecimiento. Haz lo que este de
tu parte, y hazlo con mucha diligencia, no por costumbre, sino por
necesidad; sino con temor, no por costumbre, ni por necesidad; sino con
temor, reverencia y amor recibe el cuerpo de Jesucristo, tu amado Dios y
Señor que se digna venir a ti. Yo soy el que te llame y mande que vinieses,
yo supliré lo que te falta; ven y recíbeme.
3. Cuando yo te concedo afectos de devoción, da gracias a tu Dios, no porque
eres digno, sino porque tuve misericordia de ti. Si no sientes devoción, y
te hayas muy seco, persevera en la oración,gime, llama y no ceses hasta que
merezcas recibir una migaja, o una gota de gracia saludable; Tú me necesitas
a Mí; yo no necesito de ti. Ni tú vienes a santificarme a Mí; sino que yo
vengo a santificarte y mejorarte. Tú vienes para que seas por Mí santificado
y unido conmigo, para que recibas nueva gracia, y te enfervorices de nuevo
para la enmienda. No desprecies esta gracia, mas bien prepara con toda
diligencia tu corazón, y recibe dentro de ti a tu amado.
4. Pero conviene que no solo procures la devoción antes de comulgar, sino
que también la conserves con cuidado después de recibido el Sacramento. Ni
es menos necesario después el recogimiento y vigilancia, que lo es antes la
devota preparación; porque el cuidado que después se tiene, es la mejor
disposición para recibir nuevamente mayor gracia. Y al contrario, se
indispone para ella el que luego se entrega con exceso a las complacencias
exteriores. Guárdate de hablar mucho, recógete a algún lugar secreto, y goza
de tu Dios; pues tienes al que no te puede quitar todo el mundo. Yo soy a
quien te debes entregar sin reserva, de manera que ya no vivas en ti, sino
en Mí sin cuidado alguno.
14.- DESEO DE UNIRSE A CRISTO
EL ALMA:
1. ¿Quien me dará, Señor, que te halle solo para abrirte todo mi corazón, y
gozarte como mi alma desea, y que ya ninguno me desprecie, ni criatura
alguna me mueva u ocupe mi atención; sino que Tú solo me hables, y yo a Ti,
como se hablan dos que mutuamente se aman, o como se regocijan dos amigos
entre sí? Lo que pido, lo que deseo, es unirme a Ti enteramente, desviar mi
corazón de todas las cosas criadas, y aprender a gustar las celestiales y
eternas por medio de la sagrada Comunión y frecuente celebración. ¡Ay Dios
mío,! ¿Cuando estaré absorto y enteramente unido a Ti, del todo olvidado de
mí? ¿Cuándo me concederás estar Tú en mí, y yo en Ti; y permanecer así
unidos eternamente?
2. En verdad Tú eres mi amado escogido entre millares, con quien mi alma
desea estar todos los días de su vida. Tú eres verdaderamente el autor de mi
paz; en Ti esta la suma tranquilidad y el verdadero descanso; fuera de Ti
todo es trabajo, dolor y miseria infinita. Verdaderamente eres Tú el Dios
escondido que no comunicas a los malos, sino que tu conversación es con los
humildes y sencillos. ¡Oh Señor, cuán suave es tu espíritu, pues para
manifestar tu dulzura para con tus hijos, te dignaste mantenerlos con el pan
suavísimo bajando del cielo! Verdaderamente no hay otra nación tan grande,
que tenga dioses que tanto se le acerquen, como Tú, Dios nuestro, te acercas
a todos tus fieles, a quienes te das para que te coman y disfruten, y así
perciban un continuo consuelo, y levanten su corazón a los cielos.
3. Porque ¿ dónde hay gente alguna tan ilustre como el pueblo cristiano? O
¿que criatura hay debajo del cielo tan amada, como el alma devota, a quien
se comunica Dios para apacentarla con su gloriosa carne ? ¡Oh inefable
gracia ! ¡Oh maravillosa dignación ! ¡Oh amor sin medida, singularmente
reservado para el hombre! Pues ¿qué daré yo al Señor por esta gracia, por
esta caridad tan grande ? No hay cosa más agradable que yo le pueda dar, que
mi corazón todo entero, para que este unido con el íntimamente. Entonces se
alegrarán todas mis entrañas, cuando mi alma estuviere perfectamente unida a
Dios. Entonces me dirá. SI Tú quieres estar conmigo, yo quiero estar
contigo. Y yo le responderé: Dígnate, Señor, quedarte conmigo, pues yo
quiero de buena gana estar contigo. Este es todo mi deseo: que mi corazón
este contigo unido.
15.- LA DEVOCIÓN SE ALCANZA CON HUMILDAD
JESUCRISTO:
1. Debes buscar con diligencia la gracia de la devoción, pedirla con
instancia, esperarla con paciencia y confianza, recibirla con gratitud,
guardarla con humildad, obrar solícitamente con ella, y dejar a Dios el
tiempo y el modo en que se digne visitarte. Te debes humillar en especial
cuando sientes interiormente poca o ninguna devoción; mas no te abatas
demasiado, ni te entristezcas desordenadamente. Dios da muchas veces en un
instante lo que negó largo tiempo. También da algunas veces al fin de la
oración lo que dilató desde el principio.
2. Si siempre se nos diese la gracia sin dilación, y a medida de nuestro
deseo no podría abrazarla bien el hombre flaco. Por eso la debes esperar con
segura confianza y humilde paciencia; y cuando no te es concedida, o te
fuere quitada secretamente, echa la culpa a ti mismo y a tus pecados.
Algunas veces es bien pequeña cosa la que impide y esconde la gracia, si es
que debe llamar poco y no mucho lo que tanto bien estorba. Mas si aquello
poco o mucho apartares, y perfectamente vencieres, tendrás lo que
suplicaste.
3. Porque luego que te entregares a Dios de todo tu corazón, y no buscares
cosa alguna por tu propio gusto, sino que del todo te pusieres en sus manos,
te hallarás recogido y sosegado; porque nada te agrada. Cualquiera, pues,
que levantarse su intención a Dios con sencillo corazón, y se despojare de
todo amor u odio desordenado de cualquier cosa criada, estará muy bien
dispuesto para recibir la divina gracia, y se hará digno del don de la
devoción. Porque el Señor echa su bendición, donde halla los vasos vacíos. Y
cuanto más perfectamente renunciare alguno las cosas bajas, y estuviere
muerto a sí mismo por su propio desprecio, tanto más presto viene la gracia,
más copiosamente entra, y más alto levanta el corazón ya libre.
4. Entonces verá y abundará, y se maravillará, y se dilatará su corazón; por
que la mano del Señor está con él, y él se puso enteramente en sus manos
para siempre. De esta manera será bendito el hombre que busca a Dios con
todo su corazón, y no ha recibido su alma en vano. Este, cuando recibe la
santa Comunión, merece la singular gracia de la unión divina; porque no mira
a su propia devoción y consuelo, sino sobre todo a la gloria y honra de Dios
.
16.- MANIFESTEMOS A CRISTO NUESTRAS NECESIDADES
EL ALMA:
1. ¡Oh dulcísimo y amantísimo Señor, a quien deseo recibir ahora
devotamente! Tú conoces mi flaqueza y la necesidad que padezco, en cuantos
males y vicios estoy abismado, cuántas veces me veo agobiado, tentado,
turbado y amancillado. A Ti vengo por remedio, a Ti acudo por consuelo y
alivio. Hablo a quien todo lo sabe, a quien son manifiestos todos los
secretos de mi corazón, y a quien solo me puede consolar y ayudar
perfectamente. Tú sabes los bienes que más falta me hacen, y cuán pobre soy
en virtudes.
2. Vesme aquí delante de Ti, pobre y desnudo, pidiendo gracia e implorando
misericordia. Da de comer a este tu hambriento mendigo, enciende mi frialdad
con el fuego de tu amor, alumbra mi ceguedad con la claridad de tu
presencia. Conviérteme todo lo terreno en amargura, todo lo pesado y
contrario en paciencia, todo lo ínfimo y criado en menosprecio y olvido.
Levanta mi corazón a Ti en el cielo, y no me dejes andar vagando por la
tierra. Tú solo me seas dulce desde ahora para siempre; pues Tú solo eres mi
manjar y bebida, mi amor, mi gozo, mi dulzura y todo mi bien.
3. ¡Oh, si me encendieses todo con tu presencia, y me abrasases y
transformases en Ti para ser un espíritu contigo por la gracia de la unión
interior y por la efusión de un amor abrasado! No consientas que me separe
de Ti ayuno y seco; sino pórtate conmigo piadosamente, como lo has echo
muchas veces con tus Santos de un modo admirable. ¡Que extraño sería que yo
me abrasase todo en tu amor, sin acordarme de mí, siendo Tú fuego que
siempre arde y nunca cesa, amor que limpia los corazones y alumbra el
entendimiento!
17.- DEL DESEO DE RECIBIR A CRISTO
EL ALMA:
1. Con suma devoción y abrasado amor, con todo el afecto y fervor del
corazón, deseo, Señor, recibirte en la comunión, como lo desearon muchos
Santos y personas devotas que te agradaron mucho con la santidad de su vida,
y tuvieron devoción ardentísima. ¡Oh Dios mío, amor eterno, todo mi bien,
felicidad interminable! Deseo recibirte con el deseo más vehemente y con la
reverencia más digna, cual jamás tuvo ni pudo sentir ninguno de los Santos.
2. Y aunque yo sea indigno de tener aquellos sentimientos devotos, te
ofrezco todo el afecto de mi corazón, como si yo solo tuviese todos aquellos
inflamados deseos. Y cuanto pueda el alma piadosa concebir y desear. Todo te
lo presento y te lo ofrezco con humildísima reverencia, y con entrañable
fervor. Nada deseo reservar para mí, sino ofrecerme en sacrificio con todas
mis cosas voluntariamente, y con el mayor afecto. Señor, Dios mío, Criador y
Redentor mío, con tal afecto, reverencia, honor y alabanza, con tal
agradecimiento, dignidad y amor, con tal fe, esperanza y pureza, deseo
recibirte hoy, como te recibió y deseo tu Santísima Madre la gloriosa Virgen
María, cuando al ángel que le anunció el misterio de la Encarnación
respondió humilde y devotamente:He aquí la esclava del Señor; hágase en mi
según tu palabra.
3. Y como el bienaventurado San Juan Bautista, tu precursor, y el mayor de
los Santos, cuando aún estaba encerrado en el vientre de su madre, dio
saltos de alegría en tu presencia con gozo del Espíritu Santo; y después,
viéndote Jesús mío, conversar entre los hombres, con devoto y humildísimo
afecto decía: El amigo del esposo, que esta en su presencia y le oye, se
regocija mucho al oír la voz del esposo: así deseo yo estar inflamado de
grandes y santos deseos y presentarme a Ti con todo el afecto de mi corazón.
Por eso te ofrezco y dedico los júbilos de todos los corazones devotos, los
vivísimos afectos, los embelesos espirituales, las soberanas iluminaciones,
las visiones celestiales, y todas las virtudes y alabanzas con que te han
celebrado y pueden celebrar todas las criaturas en el cielo y en la tierra:
recíbelo todo por mí y por todos los encomendados a mis oraciones, para que
seas por todos dignamente alabado y glorificado para siempre.
4. Recibe, Señor, Dios mío, mis deseos y ansias de darte infinita alabanza y
bendición inmensa, los cuales te son justísimamente debidos, según la
multitud de tu inefable grandeza. Esto te ofrezco ahora, y deseo ofrecerte
cada día y cada momento; y convido y ruego con instancia y afecto; a todos
los espíritus celestiales, y a todos tus fieles, que te alaben y te den
gracias juntamente conmigo.
5. Alábente todos los pueblos, todas las tribus y lenguas, y engrandezcan tu
santo y dulcísimo nombre consumo regocijo e inflamada devoción. Merezcan
hallar tu gracia y misericordia todos los que con reverencia y devoción
celebran tu altísimo Sacramento, y con entera fe lo reciben; y ruegan a Dios
humildemente por, mi, pecador. Y cuando hubieren gozado de la devoción y
unión deseada, y se partieren de la mesa celestial muy consolados y
maravillosamente recreados, tengan por bien acordarse de este pobre.
18.- SER HUMILDE IMITADOR DE CRISTO
JESUCRISTO:
1. Guárdate de escudriñar inútil y curiosamente este profundísimo
Sacramento, sino te quieres ver anegado en un abismo de dudas. El que es
escrudriñador de la majestad, será abrumado de su gloria. Más puede obrar
Dios, que lo que el hombre puede entender. Pero no se prohíbe el devoto y
humilde deseo de alcanzar la verdad a aquellos que siempre están prontos a
ser enseñados, y caminar según las santas doctrinas de los Santos Padres.
2. Bienaventurada la sencillez que dejando los ásperos caminos de las
cuestiones, va por la senda llana y segura de los mandamientos de Dios.
Muchos perdieron la devoción, queriendo escudriñar las cosas sublimes. Fe se
te pide y vida sencilla, no elevación de entendimiento ni profundidad de los
misterios de Dios. Si no entiendes y comprendes las cosas más triviales,
¿cómo entenderás las que están sobre la esfera de tu alcance? Sujétate a
Dios, y humilla tu juicio a la fe, y se te dará la luz de la ciencia, según
tu fuere útil y necesaria.
3. Algunos son gravemente tentados contra la fe en este Sacramento; más esto
no se de imputar a ellos, sino al enemigo. No tengas cuidado, no disputes
con tus pensamientos, embriagándolos ni respondas a las dudas que el diablo
te sugiere; sino cree en las palabras de Dios, cree a sus Santos y a sus
Profetas, y huirá de ti el malvado enemigo. Muchas veces es muy conveniente
al siervo de Dios el padecer estas tentaciones. Pues no tienta el demonio a
los infieles y pecadores a quienes ya tiene seguros; sino que tienta y
atormenta de diversas maneras a los fieles y devotos.
4. Acércate, pues, con una fe firme y sencilla, y llégate al Sacramento con
suma reverencia; y todo lo que no puedes entender, encomiéndalo con
seguridad al Dios todopoderoso. Dios no te engaña; el que engaña es el que
se cree a sí mismo demasiadamente. Dios anda con los sencillos, se descubre
a los humildes, y da entendimiento a los pequeños, alumbra a las almas
puras, y esconde su gracia a los curiosos y soberbios. La razón humana es
flaca, y puede engañarse; mas la fe verdadera no puede ser engañada.
5. Toda razón y discurso natural debe seguir a la fe, y no ir delante de
ella ni quebrantarla. Porque la fe y el amor muestran aquí mucho su
excelencia, y obran secretamente en este santísimo y sobreexcelentísimo
Sacramento. El Dios eterno, inmenso y de poder infinito, hace cosas grandes
e inescrutables en el cielo y en la tierra; y sus obras admirables se
ocultan a toda investigación. Si tales fuesen las obras de Dios, que
fácilmente se pudiesen comprender por la razón humana, no se dirían
inefables ni maravillosas.
F I N
Gloria a Cristo Jesús...........ahora y siempre. Amen