El pueblo donde los vivos se meten en ataúdes para agradecer que no se han muerto
Por Raphael Minder, NYTimes
Pilar
Domínguez Muñoz y otros dentro de sus ataúdes durante las procesiones
fúnebres en Santa Marta de Ribarteme, en España
SANTA MARTA DE RIBARTEME, España — En el interior de una pequeña iglesia en
esta aldea gallega, Pilar Domínguez Muñoz se acomodó el vestido, se puso
lentes oscuros y se metió a su ataúd.
Su hija, Uxía, observaba nerviosa mientras los portadores del féretro
cargaron a su madre sobre sus hombros. Pilar Domínguez Muñoz parecía descansar en
paz mientras recorría las calles acompañada por una banda de músicos.
Después de todo estaba viva, al igual que su hija. Esa era la razón de la
procesión.
Pilar
Domínguez Muñoz fue una de las nueve personas que participaron en el
extraordinario ritual funerario que se celebra cada 29 de julio en Santa
Marta de Ribarteme, un pueblo de unos cuantos centenares de residentes, en
lo alto del noroeste de España.
Unos cuantos comenzaron la procesión en sus
rodilla, mientras que otros caminaron con una vela.
Por macabro que parezca, el festival es una celebración para quienes
escaparon de las garras de la muerte el año anterior. Se celebra el día de
la santa patrona más importante de la parroquia local, Santa Marta, cuyo
hermano, Lázaro, volvió a la vida cuando Jesús visitó su hogar según el
relato bíblico.
“Sé que algunas personas creen que estamos locos, porque incluso mi madre me
lo dijo cuando decidí participar hace unos años”, dijo Karina Domínguez,
quien ya había escenificado su propio funeral y fue portadora de un féretro
este año.
Algunos devotos representan su propia muerte después de sobrevivir a un
accidente o una enfermedad grave, mientras que otros lo hacen para
agradecerle a la santa haber salvado a un familiar.
Pilar
Domínguez Muñoz participó por segundo año consecutivo para mostrar su
agradecimiento porque la salud de su hija ha mejorado. Uxía sufre
osteogénesis imperfecta o trastorno de huesos de cristal.
Visitando las tumbas de familiares en Santa Marta
de Ribarteme
“El año pasado yo estaba en mi ataúd y ella iba en su silla de ruedas, con
ambos tobillos rotos”, dijo Domínguez Muñoz. “Hoy, mi hija camina gracias a
Santa Marta”. La marcha funeraria, que data del medioevo, es un ejemplo del
fervor pagano y religioso en Galicia, donde abundan leyendas acerca de
poderes curativos de brujas locales, o meigas.
Aunque el festival de esta aldea es inusual, la curación —tanto física como
espiritual— está en el núcleo de algunos de los principales peregrinajes
católicos del mundo, como el de Lourdes en Francia y Fátima en Portugal.
Xosé Manuel Rodríguez Méndez, funcionario del ayuntamiento, dijo que la
festividad celebra “la victoria de la vida por sobre la muerte”. Los
orígenes de la festividad no son claros, pero Rodríguez Méndez sugirió que
también estaba vinculada con la pobreza y el aislamiento de las aldeas que
rodean esta región.
Unas personas esperando para el inicio de la procesión
“Esta era una sociedad feudal hasta bien entrado el siglo XX; la gente
dependía de su fe y de curanderos locales porque no tenía acceso a la
medicina moderna”, dijo.
La peregrinación ha atraído a multitudes más grandes en años recientes, a
tal punto que las autoridades locales dijeron que harían cabildeo para
añadir el evento a la larga lista de festividades oficiales en España que
reciben subsidios públicos por constituir actividades turísticas.
Este año, la iglesia de la aldea cobró por primera vez por rentar ataúdes:
100 euros por cada uno; el reverendo Alfonso Besada lo justificó como una
manera de filtrar a los excéntricos que buscan participar “solo por el
folclor” en vez de hacerlo por su fe religiosa.
Para obtener la salvación, “hacer esto nada más no es suficiente, desde
luego: también debes asistir a misa y confesarte”, dijo.
Pilar Domínguez Muñoz participó en el ritual un segundo año porque ella
quiere demostrar
su gratitud por la mejoría de salud de su hija.
Sin embargo, Pilar Domínguez Muñoz estaba molesta por tener que pagar su funeral.
“Estoy aquí por Santa Marta, no por ningún sacerdote”, comentó.
Horas antes de la procesión de ataúdes, los devotos ya se habían reunido
alrededor de la iglesia para escuchar la misa realizada en el exterior, así
como para hacer fila y tocar la figura de la santa.
Muchos frotaron un pañuelo blanco en los pies de Santa Marta, antes de
tocarse la cara con él. Algunos comenzaron la procesión de rodillas,
mientras que otros caminaron con una larga vela en la mano.
Justo detrás de los ataúdes, un pequeño coro de fieles cantó una y otra vez
un himno de alabanza a Santa Marta.
Ataúdes apoyados en un muro dentro de la iglesia de Santa Marta de Ribarteme.
Algunos se sintieron incómodos viendo cadáveres vivientes.
“Me encanta cada parte de este peregrinaje, excepto esos ataúdes”, dijo
Josefa Díaz Domínguez, una jubilada. “Estoy segura de que Dios no le pide a
nadie que haga todo eso”.
Bernardo Alonso, un diseñador gráfico, dijo que le impresionaba la
procesión, pero que le daría mucho miedo meterse en un ataúd. “Todos vivimos
con nuestros miedos individuales, pero creo que debes sentirte completamente
desesperado para meterte en un ataúd”, dijo.
Este año, de hecho, estaban programadas 11 personas para unirse a la
procesión, pero dos ataúdes se quedaron en la iglesia, incluyendo un pequeño
ataúd blanco que habían guardado para un niño.
Marta Domínguez, la sacristana de la iglesia, dijo que las ausencias no eran
comunes, y que se debían a un ataque de pánico de último momento o un
problema físico grave. El año pasado, dijo, “alguien tuvo que cancelar
porque debía someterse a quimioterapia”.
UnUna estatua de la santa patrona de la comunidad, Martha, cuyo hermano,
Lázaro, fue resucitado cuando Jesús visitó su hogar, según la Biblia.
Cuando comenzó la procesión, la mañana lluviosa ya se había convertido en
una tarde calurosa de verano. Acostados en sus ataúdes, algunos devotos
utilizaron una sombrilla para proteger sus rostros del sol sofocante
mientras que otros se abanicaban con la mano o con un pequeño ventilador
eléctrico.
Uno de los muertos vivientes usó un sombrero Panamá blanco. Domínguez Muñoz
dejó que una brazo colgara por afuera del ataúd para tomar la mano de uno de
sus portadores.
Después de que los ataúdes regresaran a la iglesia sus ocupantes salieron,
estiraron sus piernas y se limpiaron el sudor y las lágrimas. Marcos
Rodríguez, de 38 años, dijo que sintió un “alivio enorme” mientras abrazaba
a Nicolás, su hijo de seis años, quien se veía feliz y confundido porque su
padre estaba llorando.
El pasado 29 de julio, Nicolás fue sometido con éxito a una cirugía
cerebral. “Le prometí a Santa Marta que le agradecería si salvaba a mi
hijo”, dijo Rodríguez.
“He llorado mucho hoy al recordar lo que le pasó a Nicolás, pero si llego a
enfrentar una situación tan terrible de nuevo, desde luego que lo haré una
vez más”.