La Cruz del Viernes Santo: Reflexión del Papa Viernes Santo 2001
1. «Cristo se ha hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil
2,8).
Acabamos de concluir el Víacrucis que, como cada año, nos reúne en la tarde
del Viernes Santo en este lugar evocador de profundos recuerdos cristianos.
Hemos recorrido las huellas del Inocente injustamente condenado, teniendo
fija la mirada sobre su rostro adorable: rostro ofendido por la maldad
humana, pero iluminado por el amor y del perdón.
¡Es verdaderamente sobrecogedor el acontecimiento dramático de Jesús de
Nazaret! Para restablecer la plenitud de vida en el hombre, el Hijo de Dios
se ha anonadado del modo más humillante. De la muerte, libremente elegida
por Él, mana sin embargo la vida. Dice la Escritura: «oblatus est quia ipse
voluit». El suyo es un extraordinario testimonio de amor, fruto de una
obediencia sin igual, que va hasta la extrema donación de sí mismo.
2. «Obediente hasta la muerte y muerte de cruz».
¿Cómo apartar la mirada de Jesús, que muere en la Cruz? Su cara afligida
suscita desconcierto. El profeta afirma: «no tenía apariencia ni belleza
para atraer nuestras miradas, ni aspecto que pudiésemos estimar. Despreciado
y repudiado por los hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como
uno ante quien se oculta el rostro» (Isaías 53, 2-3).
En aquel rostro se condensan las sombras de todos los sufrimientos, las
injusticias, las violencias padecidas por los seres humanos de cada época de
la historia. Pero ahora, delante de la Cruz, nuestras penas de cada día, y
hasta la muerte, aparecen revestidas de la majestad de Cristo abandonado y
moribundo.
El rostro del Mesías, sangrante y crucificado, revela que Dios se ha dejado
implicar, por amor, en los hechos que atormentan a la humanidad. El nuestro
ya no es un dolor solitario, porque Él ha pagado por nosotros con su sangre
derramada hasta la última gota. Ha entrando en nuestro sufrimiento y ha roto
la barrera de nuestro llanto desesperado.
En su muerte adquiere sentido y valor la vida del hombre y hasta su misma
muerte. Desde la Cruz, Cristo hace un llamamiento a la libertad personal de
los hombres y las mujeres de todos los tiempos y llama cada uno a seguirlo
en el camino del total abandono en las manos de Dios. Nos hace redescubrir
hasta la misteriosa fecundidad del dolor.
3. «Resplandezca sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro» (Sal 4,7).
Mientras se concluye nuestra asamblea, seguimos meditando sobre el misterio
de este Rostro que innumerables artistas, a lo largo de los siglos, han
representado empeñando toda su maestría.
¡Ay, si los hombres se dejaran enternecer por sus rasgos inconfundibles! En
aquel Rostro santo pueden encontrar adecuada respuesta los muchos
interrogantes y dudas que agitan el corazón humano. De la contemplación del
Rostro cariñoso del Hijo de Dios hecho hombre es posible sacar la fuerza
para superar las horas de la oscuridad y el llanto. Desde el Calvario una
paz divina inunda el universo en espera de la gloria de la Pascua.
Virgen María, que has quedado intrépida bajo la Cruz y has recogido en el
regazo el cuerpo exánime de Jesús, ayúdanos a entender que nuestro
sufrimiento es participación preciosa en la Pasión de tu divino Hijo, que
por nuestro amor «se ha hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz».
Conduce nuestros pasos por la senda de sus huellas indelebles, que nos
conducirán al asombro y a la alegría de su resurrección.