Mi fe de anciano
Todavía en la vejez producen fruto,
se mantienen frescos y lozanos
para anunciar lo recto que es Yahveh…”
(Sal. 92, 15-16)
La riqueza de la edad
Agradezco a Dios porque me ha dado la riqueza de la vida.
Gracias a la ciencia y la búsqueda tecnológica nosotros ancianos somos
siempre más numerosos.
Hemos sido protagonistas y espectadores de los acontecimientos históricos.
De las situaciones más difíciles y complejas somos testigos.
Cuantos recuerdos! Conservo de aquellos bellos y de aquellos menos
agradables. Pero todos son importantes.
Más cercanos a la visión de Dios
Ahora estamos más cercanos a la visión de Dios.
Tenemos más tiempo para contemplarlo, para orar, para dialogar con El, para
conocerlo mejor. Para dedicarle el tiempo que, tal vez, no fuimos capaces de
donarle, cuando estábamos en la plenitud de nuestras fuerzas y nuestro
tiempo lo ocupaban muchas otras cosas.
No es un regreso de resignación. Lo recuerda también la Biblia “Corona de
los viejos es la mucha experiencia, su orgullo es el temor del Señor” (Sab
25,6).
La experiencia vivida nos lleva a El.
Me interesa leer, meditar, reflexionar sobre aquello que habla de El.
Y siento cercano:
un Dios rico de misericordia
un Dios amante de la vida
un Dios lento a la ira y grande en el amor.
La plenitud de la esperanza
Son múltiples nuestras situaciones de vida hoy a nivel personal, familiar,
social. Disponemos de más tiempo para los encuentros, para estar juntos. Es
verdad que no siempre es fácil. Se pueden presentar momentos de soledad, de
desánimo, pero es posible encontrar compañía.
En casa, además, como abuelos estamos en grado de darle a las nuevas
generaciones juveniles el sentido de la casa y de educar a la intimidad
doméstica.
A los nietos podemos narrar episodios de nuestra propia experiencia que son
siempre muy útiles para evitar de ser muy desatentos hacia nosotros mismos.
A los más pequeños les podemos narrar episodios de la vida de Jesús y
fábulas educativas.
A todos podemos participar la experiencia de la paciencia del construir, del
saber empezar siempre de nuevo cuando sueños y proyectos se destruyen y se
encuentran con la realidad de la vida cotidiana.
La fe del anciano
Podemos llegar a nuestra edad con una fe sólida y rica: entonces nuestro
camino se puede recorrer en actitud de agradecimiento y de confiada espera.
Podemos vivir una fe más o menos gris y una débil práctica cristiana:
entonces es necesario un momento de nueva luz y de experiencia religiosa. A
veces podemos llegar al final de nuestros días, con profundas heridas en el
alma y en el cuerpo: el itinerario de la fe, entonces, debería ser orientado
a vivir esta situación en la actitud de la invocación, del perdón, de la paz
interior.
Pero no debemos olvidar la actitud de la esperanza y de la confianza, que
provienen de la certeza del encuentro amoroso y definitivo con Dios.