Suicidio: la escalofriante falta de sentido
Joan Figuerola
1 junio, 2012
La actualidad viene marcada por la anomalía y la incertidumbre que produce
la recesión económica en la vida de la gente. Las noticias, los debates y
las conversaciones, en especial los rumores, generan una negatividad y una
pandemia de pesimismo cuando no se percibe el final de una desalentadora
realidad que, en algunas personas, deviene insoportable. Si no existen
motivos de esperanza que doten de significado el proyecto existencial
cualquier revés conduce a la desesperación, a la consecuente pérdida de
voluntad de vivir y a la posibilidad real del suicidio. En cambio, si
existen motivos la persona humana se adapta a toda circunstancia, por
funesta y sempiterna que resulte, con el objetivo de salvar el pellejo en
vistas a ese fin.
El suicidio sólo se plantea cuando la realidad carece de sentido; en el
instante en que deja de existir toda esperanza. Trágicamente, en no pocos
casos, el hombre contemporáneo es, consciente o no, un mero producto
socioeconómico. Si se tambalea el Estado del bienestar del que es actor –
consumidor –, si ya no tiene capital para la realimentación de aquella
máquina que, una y otra vez, le dice “insert coins”, carece, en su
empobrecimiento existencial, de función y motivo para soportar y cambiar la
situación.
El hombre debe ser capaz de autotrascenderse, de descubrir que en realidad
existe algo más que uno mismo. Los cristianos, por ejemplo, tenemos esa
relación con Dios, que es el faro que nos sitúa de nuevo en el rumbo
correcto cuando la realidad contingente se vuelve especialmente oscura y no
nos deja avanzar. Los no creyentes pueden, igualmente, localizar ese motivo
de esperanza en el amor. “El amor es la meta última y más alta a la que
puede aspirar el hombre […] la salvación del hombre sólo es posible en el
amor y a través del amor. Intuí cómo un hombre, despojado de todo, puede
saborear la felicidad – aunque sólo sea un suspiro de felicidad – si
contempla el rostro de su ser querido. Aun cuando el hombre se encuentre en
una situación de desolación absoluta, sin la posibilidad de expresarse por
medio de una acción positiva, con el único horizonte vital de soportar
correctamente – con dignidad – el sufrimiento omnipresente, aun en esa
situación ese hombre puede realizarse en la amorosa contemplación de la
imagen de su persona amada” (V. Frankl, “El hombre en busca de sentido”).
Es importantísima la búsqueda de motivos que doten de significado la
existencia, que aporten razones para seguir con vida más allá de las
dificultades que comportan aquellas circunstancias tan reales y aciagas como
puede ser la crisis económica que padecen muchísimas personas y familias en
el mundo. Motivos para aceptar el dolor, para liberarse de él ofreciendo la
batalla por seguir viviendo por aquella realidad que es mucho mayor que toda
circunstancia, porque tiene razón de fin. En palabras de Nietzsche, el que
tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo.
También es importante que esos motivos lleven al hombre, como ya he dicho
antes, a salir de sí mismo, pues el sentido de la vida no está dentro de uno
mismo sino fuera, en el mundo, en la relación con las demás personas y, si
se posee visión sobrenatural, en Dios. Si el hombre no se concibe como un
mecanismo cerrado, si entrega su vida a un proyecto, si resta absorbido por
la entrega a este deber, este porqué permitirá siempre soportar cualquier
contexto, por la simple razón de que no habrá espacio para el desengaño,
sino siempre para el sentido de la vida.