El infierno es estar solo (texto inédito de Benedicto XVI)
"Lo que aquí tenemos es algo más profundo: el hecho de que el hombre, cuando
encara la soledad definitiva, no tiene miedo de algo determinado, sino que
tiene miedo de la soledad, de la inquietud"
Alfa y Omega
El infierno son los otros: la conocida frase de Sartre resume como pocas el
vacío y el nihilismo modernos. En 1968, en la época en que el autor francés
desarrolló su obra, un joven teólogo alemán, Joseph Ratzinger, pronunciaba
en Munich una conferencia en la que defendía lo
contrario: El infierno es estar solo. Ahora, sus palabras forman parte del
libro Perché siamo ancora nella Chiesa (Por qué estamos aún en la Iglesia),
recién publicado en Italia, con lecciones y textos inéditos de Benedicto
XVI.
El artículo del Credo sobre el descenso del Señor a los infiernos nos
recuerda que, de la revelación cristiana, forma parte no sólo el hablar de
Dios, sino también su callar. Dios no sólo es la palabra comprensible, que
se acerca a nosotros; también es la causa callada e inaccesible,
incomprendida e incomprensible, huidiza. Ciertamente, en el cristianismo hay
una primacía del logos, de la palabra con respecto al silencio: Dios ha
hablado, Dios es la Palabra. Pero tampoco debemos olvidarnos del verdadero
escondimiento de Dios. Sólo cuando lo hemos conocido como silencio, podemos
esperar oír también su hablar, que emana de su silencio.
La cristología culmina en la Cruz, el momento de la tangibilidad del amor
divino, en la muerte, en el silencio y en la oscuridad. En el grito de
muerte de Jesús: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, el secreto
de Su descenso a los infiernos se hace visible como una lámpara en medio de
la noche. No debemos olvidar que esta frase del Crucificado es el verso
inicial de una oración de Israel, en la cual se resume de modo impresionante
la necesidad y la esperanza del pueblo elegido de Dios, en apariencia
profundamente abandonado por Él. Esta oración presentada como un grito en
medio de la oscuridad de Dios acaba con una exaltación de Su grandeza.
Se ha dicho que, en este artículo de fe, el término infierno sería sólo una
traducción errónea de sheol (en griego: hades), palabra con la cual el
hebreo definía aquella condición más allá de la muerte, que se imaginaba de
un modo muy vago, como una especie de existencia en la sombra, más un no-ser
que un ser. Por tanto, la frase habría significado originalmente que Jesús
entró en el sheol, o sea que murió. Puede que esto sea verdad. Pero
permanece la cuestión de qué es verdaderamente la muerte y qué sucede
después, cuando alguien muere y penetra en el destino de la muerte.
Todos nosotros debemos admitir nuestro embarazo ante esta pregunta. Pero
quizá podríamos intentar un acercamiento partiendo del grito de Jesús. En
esta última oración, así como en la escena del Monte de los Olivos, parece
que el núcleo más profundo de su Pasión no es el dolor físico, sino su
soledad radical, su completo abandono. En este punto aparece verdaderamente
el abismo de la soledad del hombre como tal, del hombre que en lo más íntimo
está solo. Esta soledad, que por lo general es cubierta de muchos modos,
significa al mismo tiempo la más profunda contradicción en la esencia del
ser humano, que no puede permanecer solo, sino que tiene necesidad de
comunión. Por tanto, la soledad es la esfera del miedo.
Aclarémoslo con un ejemplo. Si un niño debe caminar solo por un bosque en
mitad de la noche, tiene miedo, también aunque se le haya demostrado que no
tiene nada de lo que temer. En el momento en que está solo en la oscuridad y
siente la soledad de manera radical, surge el miedo, el verdadero miedo del
hombre, que no es miedo de algo, sino un miedo en sí mismo. El temor hacia
algo determinado es, a fin de cuentas, algo inocuo; puede ser exorcizado
alejando el objeto en cuestión.
Lo que aquí tenemos es algo más profundo: el hecho de que el hombre, cuando
encara la soledad definitiva, no tiene miedo de algo determinado, sino que
tiene miedo de la soledad, de la inquietud y de la suspensión de la propia
esencia, algo que no puede ser superado racionalmente. Es el estar a solas
con la muerte, la siniestra sensación de la soledad en sí misma.
Debemos preguntarnos cómo puede ser superado un miedo así. El niño perderá
su miedo en el momento en que haya una mano que lo tome y lo conduzca.
También aquel que esté a solas con la muerte sentirá decrecer el impulso del
miedo si alguien está con él.
Debemos ir un poco más allá. Si existiese una soledad tal que ninguna
palabra de otro pudiese llegar y tener un efecto transformante; si hubiese
una suspensión de la existencia tan grave que en ese lugar no pudiera haber
ningún tú, entonces tendría lugar esa verdadera y total soledad que el
teólogo llama infierno. Lo que significa este término podemos definirlo
precisamente así: una soledad en la cual no puede penetrar la palabra del
amor, y que significa la verdadera suspensión de la existencia. En este
contexto, es preciso recordar que los poetas y los filósofos de nuestro
tiempo están convencidos de que todos los encuentros entre los hombres
permanecen, sustancialmente, en la superficie; nadie tendría acceso a la
verdadera profundidad del otro.
Todo encuentro, aunque pueda parecer bello, a fin de cuentas no haría otra
cosa que narcotizar la incurable herida de la soledad. En lo más íntimo y
profundo de cada uno de nosotros habitaría el infierno, la desesperación, la
soledad, que es tan indefinible como terrible. Sartre ha constituido su
antropología sobre esta idea.
De hecho, una cosa es cierta. Hay una noche a cuyo abandono no llega ninguna
voz; hay una puerta que podemos atravesar sólo en soledad: la puerta de la
muerte. La muerte es la soledad por antonomasia. Pero aquella soledad en la
cual el amor no puede penetrar es el infierno. Con esto nos situamos de
nuevo en nuestro punto de partida. Cristo ha atravesado la puerta de nuestra
última soledad; en su Pasión ha entrado en el abismo de nuestro ser
abandonado. Allí donde no se puede escuchar ninguna voz, allí está Él.
De este modo, el infierno está superado; o mejor: la muerte, que antes era
el infierno, ya no lo es más. Ambas cosas no son ya lo mismo, porque en el
corazón de la muerte está la vida, porque el amor habita en su corazón. El
infierno es, o una clausura voluntaria o, como dice la Biblia, la segunda
muerte.