¡El infierno existe y podríamos ir ahí! Fátima y la visión del infierno
Padre Marcel Nault [1] (1927-1997)
Discurso pronunciado por el Padre Marcel Nault en la Conferencia Mundial
de Paz de Obispos Católicos, en Fátima, Portugal, en el año 1992. Este
discurso causó tal impacto que después de la conferencia, algunos Obispos
pidieron al Padre Nault que escuchara sus confesiones.
Nuestro Señor Jesucristo vino a la tierra por un motivo, para salvar a las
almas del Infierno. Enseñar la realidad del Infierno es la tarea más
importante e ineludible de la Santa Iglesia Católica. Uno de los grandes
Padres de la Iglesia, San Juan Crisóstomo, continuamente enseñaba que
Nuestro Señor Jesucristo predicaba con más frecuencia sobre el Infierno que
sobre el Cielo. Algunos piensan que es mejor predicar sobre el Cielo. No
estoy en acuerdo. Predicar sobre el Infierno produce muchas más y mejores
conversiones que las obtenidas con la mera predicación sobre el Cielo.
San Benito, el fundador de los Benedictinos, al estar viviendo en Roma el
Espíritu Santo le dijo: “Tú vas a perder tu alma en Roma e irás al
Infierno”. Él dejó Roma y se retiró a vivir en el silencio y la solicitud
fuera de Roma para meditar sobre la vida de Jesús y el Santo Evangelio. San
Benito huyó de todas esas ocasiones de pecado de la Roma pagana. Él oró, se
sacrificó por sí mismo y por los pecadores. El Espíritu Santo difundió la
noticia de su santidad. Como resultado, la gente lo visitaba para ver,
escuchar y seguir su ejemplo y consejo. San Benito se apartó por sí mismo de
toda ocasión de pecado y alcanzó la santidad. La Santidad atrae a las almas.
¿Por qué piensan que San Agustín cambió su vida? ¡Por temor al Infierno! Yo
predico con frecuencia sobre la trágica realidad del Infierno. Es un dogma
católico que sacerdotes y obispos ya no predican más. El Papa Pío IX, que
pronunció los dogmas de la Infalibilidad del Papa y el de la Inmaculada
Concepción de María, y que también emitió su famoso Sílabo condenatorio
contra los errores y herejías del mundo moderno, solía pedir a los
predicadores que enseñaran a los fieles con mayor frecuencia sobre las
Cuatro Postrimerías, en especial sobre el Infierno, así como él mismo daba
ejemplo predicando. El Papa pidió esto porque la meditación sobre el
Infierno genera santos.
Los santos temen al Infierno
Escapulario de la Virgen del Carmen
Aquí nos encontramos con algo curioso,
los santos temen ir al Infierno pero los pecadores no sienten tal temor. San
Francisco de Sales, San Alfonso María Liguorio, el Santo Cura de Ars, Santa
Teresa de Ávila, Santa Teresita del Niño Jesús, tuvieron miedo de ir al
Infierno. San Simón Stock, el Superior General del Carmelo, sabía que sus
monjes tenían miedo de ir al Infierno. Sus monjes ayunaban y hacían oración.
Vivían recluidos, separados del peligroso mundo dominado por Satanás. Aún
así tenían miedo de ir al Infierno. En 1251, Nuestra Señora del Monte
Carmelo se apareció en Aylesford, Inglaterra, a San Simón Stock. Ella le
dijo: “No teman más, te entrego una vestidura especial; todo el que muera
llevando esta vestidura no irá al Infierno”. Yo llevo puesto mi Escapulario
del Carmen bajo mis vestiduras y llevo otro en mi bolsillo porque nunca sé
cuándo la gente me pedirá que les hable sobre el Infierno o el Escapulario
del Carmen.
María dijo al sacerdote dominico, el beato Alán de la Roche, “Yo vendré y
salvaré al mundo a través de Mi Rosario y Mi Escapulario”. Uno no puede
especializarse en todo y enseñar sobre todo; uno debe elegir. Yo creo que
ésta es la voluntad de Dios: que yo predique sobre el Infierno. Un Moseñor,
mi superior hace tiempo, me dijo en una ocasión: “Predicas con demasiada
frecuencia sobre el Infierno y eso asusta a la gente”. Él agregó: “Marcel,
yo nunca he predicado sobre el Infierno, porque a la gente no le gusta. Tú
los asustas”. En un tono muy amistoso, Monseñor me dijo en su oficina:
“Marcel, yo nunca he predicado sobre el Infierno y nunca lo haré, y mira qué
agradable y prestigiada posición he alcanzado”. Yo guardé un largo silencio,
luego lo mire a los ojos. “Monseñor”, le dije, “usted está en la vía del
Infierno para toda la eternidad. Monseñor, usted predica para complacer al
hombre, en lugar de predicar para complacer a Cristo y salvar a las almas
del Infierno. Monseñor, es un pecado mortal de omisión el rehusarse a
enseñar el Dogma Católico sobre el Infierno”. Cuando Dios envió Profetas en
el Antiguo Testamento, fue para recordarle al hombre que regresara a la
verdad, que regresara a la santidad. Jesús vino, predicó y envió a sus
Apóstoles al mundo para predicar el Santo Evangelio. La Serpiente vino y
difundió su veneno a través de herejías, pero Jesús envió a su Amadísima
Madre, la Reina de los Profetas: “Ve a la tierra y destruye las herejías”.
Los Padres de la Iglesia han escrito que la Madre de Dios es el martillo de
las herejías. Si se toman el tiempo de estudiar con gran atención el mensaje
de Nuestra Señora de Fátima, notarán que es un mensaje de lo más trágico y
profundo, que refleja las enseñanzas del Santo Evangelio.
Las Lecciones dadas en Fátima
El resumen del Mensaje de Fátima es, que el Infierno existe. Que el
Infierno es eterno y que iremos ahí si morimos en estado de pecado mortal.
“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”
Nuestra Señora vino y nos dijo que podemos salvarnos a través de sus dos
divinos sacramentos de predestinación: el Santo Rosario y el Escapulario del
Carmen. También manifiesta un énfasis especial sobre la Devoción a su
Inmaculado Corazón y la Devoción de los Primeros Cinco Sábados. En la
primera aparición del Ángel de Portugal en el Cabeco, en mayo de 1916, el
Ángel vino a los tres niños y les mostró cómo adorar a Dios con la oración:
“Dios mío, yo creo, adoro, espero y Te amo. Te pido perdón por los que no
creen, ni adoran, ni esperan y no Te aman”. El Ángel oró esta oración
mientras se postraba con la frente en el suelo. El Ángel de Fátima les había
mostrado a los tres niños en el orden de las oraciones, qué es lo primero.
Primero, uno debe adorar a Dios y después orar a los santos. Primero Dios,
las criaturas después. El Ángel de Fátima mostró al hombre que debe adorar a
Dios y orar ante Él de rodillas. Cuanto más conoce el hombre a Dios, más se
humilla ante Dios su Creador.
El gran Obispo francés Bossuet dijo: “El hombre en verdad se engrandece
cuando está de rodillas”. Sí, el hombre realmente se engrandece cuando se
arrodilla ante su Creador y Redentor, Jesús, en el Santísimo Sacramento. El
Ángel de Fátima vino a enseñarles a los tres niños que nuestro primer deber,
de acuerdo con el Primer Mandamiento, es adorar a Dios. En su tercera
aparición en el Cabeco, el Ángel de Portugal vino con un Cáliz en su mano
izquierda y una Hostia en la mano derecha. Los niños se preguntaban qué
estaba pasando. El Ángel milagrosamente suspendió el Cáliz y la Hostia en el
aire y se postró en tierra y recitó una oración Trinitaria de profunda
adoración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Te adoro
profundamente y Te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad
de Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de
todas las ofensas, sacrilegios, abandonos e indiferencias con Él mismo es
ofendido y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y por la
intercesión del Inmaculado Corazón de María, Te pido la conversión de los
pobres pecadores”.
Dios desea que Le adoremos de rodillas. ¿Nos arrodillamos en adoración y
oración ante Jesús en el Santísimo Sacramento? Debemos hacerlo. Cuando los
tres Reyes Magos de Oriente fueron a Belén y entraron en donde estaba el
Niño Jesús, se postraron frente a Él para adorarlo de rodillas. Tenemos este
ejemplo en las Escrituras y del Ángel de Fátima, que Dios quiere que Le
adoremos de rodillas.
El Reforzamiento de los Dogmas Católicos
Un año más tarde, el 13 de mayo de 1917, los niños vieron a una jovencita
aparecerse ante ellos. Era la primera aparición de Nuestra Señora. Lucía le
preguntó: “¿De dónde vienes?” Ella le contestó: “Vengo del Cielo”. El Dogma
Católico de la existencia del Cielo. Los niños preguntaron: “¿Iremos al
Cielo?” Ella contestó: “Sí, irán al Cielo”. Entonces preguntaron: “¿Nuestras
dos amiguitas están en el Cielo?” María les contestó: “Una de ellas, sí”.
Los niños preguntaron: “¿Dónde está la otra chica? ¿Está en el Cielo?” María
les contestó: “Ella está en el Purgatorio y lo estará hasta el fin del
mundo”. Esta chica tenía unos 18 años de edad. Un segundo Dogma Católico, el
Purgatorio existe y prevalecerá hasta el fin de este mundo. La Madre de Dios
no puede mentir. El Ángel de Fátima enseñó a los tres niños cómo adorar a
Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Este es un reforzamiento del
Dogma de la Santísima Trinidad, el mayor de todos, sin el cual la
Cristiandad no podría permanecer. Debemos adorar a las Tres personas de la
Santísima Trinidad.
Una Visión del Infierno
El viernes 13 de julio de 1917, Nuestra Señora se
apareció en Fátima y les habló a los tres pequeños videntes. Nuestra Señora
nunca sonrió. ¿Cómo podía sonreír, si en ese día les iba a dar a los niños
la visión del Infierno? Ella dijo: “Oren, oren mucho porque muchas almas se
van al Infierno”. Nuestra Señora extendió sus manos y de repente los niños
vieron un agujero en el suelo. Ese agujero, decía Lucía, era como un mar de
fuego en el que se veían almas con forma humana, hombres y mujeres,
consumiéndose en el fuego, gritando y llorando desconsoladamente. Lucía
decía que los demonios tenían un aspecto horrible como de animales
desconocidos. Los niños estaban tan horrorizados que Lucía gritó. Ella
estaba tan atemorizada que pensó que moriría. María dijo a los niños:
“Ustedes han visto el Infierno a donde los pecadores van cuando no se
arrepienten”.
Un Dogma Católico más, la existencia del Infierno. El Infierno es eterno.
Nuestra Señora dijo: “Cada vez que recen el Rosario, digan después de cada
década: Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del
Infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más
necesitadas de Tu misericordia”. María vino a Fátima como profeta del
Altísimo para salvar a las almas del Infierno. El patrono de todos los
pastores, San Juan María Vianney, solía predicar que el mayor acto de
caridad hacia el prójimo era salvar su alma del Infierno. Y el segundo acto
de caridad es el aliviar y librar a las almas de los sufrimientos del
Purgatorio. Un día en su pequeña iglesia (donde hasta este día se conserva
su cuerpo incorrupto), un hombre poseído por el demonio se le acercó a San
Juan María Vianney y le dijo: “Te odio, te odio porque arrebataste de mis
manos a 85 mil almas”. Eminencias, Excelencias, Sacerdotes, cuando seamos
juzgados por Jesús, Jesús nos hará una sola pregunta: “Yo te constituí
Sacerdote, Obispo, Cardenal, Papa, ¿cuántas almas salvaste del Infierno? San
Francisco de Sales, de acuerdo con estadísticas, ha convertido, y
probablemente salvado, a más de 75 mil herejes. ¿Cuántas almas has salvado
tú? Cuando leemos a los Padres de la Iglesia, a los Doctores de la Iglesia y
a los santos, uno se estremece ante una realidad: todos ellos enseñaron el
Evangelio de Jesús y sobre las Cuatro Postrimerías: Muerte, Juicio, Infierno
y Paraíso. Todos han predicado el Dogma Católico del Infierno porque cuando
meditamos en el destino de los condenados, no deseamos ir al Infierno. No es
mi intención criticar a los Obispos, pero debo confesar esta verdad. En mis
30 años de sacerdocio, es triste reconocer que nunca he visto, ni escuchado,
que un Obispo, aún mi Obispo o cualquier otro Obispo, predique el Dogma de
la Iglesia Católica Romana sobre el Infierno. Supongo que en sus países o en
otros lugares sí lo hacen, pero en Norteamérica no es predicado este Dogma
de Fe.
Cierto día en una catedral le dije a un Obispo: “Su Excelencia, usted
realiza bellas meditaciones sobre el Santo Rosario cada noche por la radio.
Esto es hermoso. Pero debo preguntarle, por qué no abrevia un poco su
meditación e inserta después de cada decena del Rosario la oración: ‘Oh
Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno, lleva
al Cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu
misericordia’. ¿Por qué se rehúsa decir esta pequeña oración después de cada
decena, tal como lo pidió Nuestra Señora de Fátima el 13 de julio de 1917,
después de que les había mostrado el Infierno a los tres videntes?” El
Obispo me dijo: “Mire, a la gente no le gusta que prediquemos sobre el
Infierno, la palabra Infierno les asusta.”No estamos para predicar lo que
complazca a las multitudes sino para salvar sus almas del Infierno, para
evitar que vayan al Infierno eternamente. Es probable que esta afirmación no
sea aceptada por todos los Obispos pero con frecuencia los oigo rezar el
Rosario omitiendo esta oración piadosa para salvar almas del Infierno.
Yo creo que esta pequeña oración de Nuestra Señora de Fátima dada a los
niños el 13 de julio de 1917, es más poderosa y más placentera a Dios que
cualquier meditación por bella que sea, aunque haya sido expresada por un
Obispo. Cada uno de nosotros hemos recibido nuestra misión de Dios, y creo
que Jesús y Nuestra Señora desean que mi misión sea que yo predique sobre el
Infierno. Por esto es que predico sobre el Infierno. Hay muchas revelaciones
que podemos leer en la biografía de las almas privilegiadas. Algunas almas
que están en el Infierno han sido obligadas por Dios a hablarnos para
ayudarnos a crecer en nuestra fe. Constituye un pecado mortal de omisión el
rehusarse a predicar el Dogma Católico sobre el Infierno. Tales almas
condenadas han dicho:”Podríamos soportar estar en el Infierno por mil años.
Podríamos soportar estar en el Infierno un millón de años, si supiéramos que
un día dejaríamos el Infierno”. Amigos míos, debemos meditar, no sólo en el
fuego del Infierno, no sólo en la privación de contemplación de Dios, sino
también en la eternidad del Infierno. Meditar seriamente frente al Sagrario
sobre el Dogma Católico sobre el Infierno. Queridos Obispos, ustedes deben
predicar por completo el Evangelio de Jesús, incluyendo la trágica realidad
del Infierno eterno.
Concepto Herético de la Misericordia de Dios
Un sacerdote en una conferencia carismática dijo a una
multitud de unas 3 mil personas y unos 100 sacerdotes que: “Dios es amor,
Dios es misericordia y verán su infinita Misericordia en el fin del mundo,
cuando Jesús liberará a todas las almas del Infierno, aún a los demonios”.
Este sacerdote sigue predicando y su Obispo no suspende sus facultades por
enseñar tal herejía. “Vayan al fuego eterno”, dijo Jesús. Fuego eterno, no
fuego temporal. Con mi limitada inteligencia humana me atrevo a hacer una
pequeña reflexión filosófica: “Dios es amor. Dios es Nuestro Padre. ¿Cómo
puede un padre, ¡por amor de Dios!, tomar al pequeño Pedro y arrojarlo a un
horno ardiente? Es imposible. Es un insulto a Dios, que Es amor”. ¿Cuántas
veces han escuchado esto? La verdad, sin embargo, es que el Infierno existe.
El Infierno es eterno, y todos iremos al Infierno si morimos en estado de
pecado mortal. Yo puedo ir al Infierno. Ustedes pueden ir al Infierno. Si
algunos de nosotros morimos en pecado mortal, estaremos en el Infierno por
toda la eternidad, ardiendo, llorando y gritando sin consuelo. No por un
millón de años, sino por billones y billones y billones de años y más allá,
por toda la eternidad.
En nuestra vida mortal, ¿quién no ha cometido un pecado mortal? Un solo
pecado mortal no confesado con arrepentimiento, antes de morir, es
suficiente para que Jesús nos arroje al Infierno. Uno de los grandes Padres
de la Iglesia, Patrón de todos los predicadores católicos, San Juan
Crisóstomo dijo: “Pocos Obispos se salvan y muchos sacerdotes se condenan”.
Cuando venía de Lisboa a Fátima por autobús, tuve la ocasión de predicar a
los laicos, sacerdotes y obispos presentes en el autobús. Les imploré: “Por
favor, cuando lleguen a Fátima, por qué no se animan a hacer una buena
confesión general de vida. Quizás hace diez años, quizás hace cincuenta, no
han tenido el valor de confesar ese pecado grave por vergüenza. Por favor,
hagan una confesión santa y completa en Fátima antes de su regreso. Hay
muchos sacerdotes en Fátima que nunca más volverán a ver hasta que lleguen
al Cielo”. Yo predico a los Obispos como lo hago con toda persona, porque
los Obispos también tienen un alma que salvar. Y si los Obispos son
realmente humildes, aceptarán la verdad aún si proviene de un simple y
ordinario sacerdote. No nos vayamos de Fátima sin hacer una Santa Confesión
General.
Un Gran Acto de Caridad
Sus Excelencias, Jesús nos hizo sacerdotes. Jesús, Nuestro Señor, nos
escogió entre millones de hombres para hacernos sacerdotes. Nos hicimos
sacerdotes por un motivo: para ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa a Dios
Padre Todopoderoso, para rezar el Breviario cada día y para predicar el
Evangelio de Jesús para salvar las almas del Infierno. Nadie tiene la
seguridad de ir al Cielo a menos que haya recibido una revelación privada de
Dios como le ocurrió al Buen Ladrón en la cruz o a los tres videntes de
Fátima. ¿Por qué no abrazar los medios seguros que el Cielo nos ha dado, el
Santo Rosario (“la devoción a Mi Rosario es un signo seguro de
predestinación”), el Escapulario del Carmen y el maravilloso Sacramento de
la Confesión.
Prediquen, mis queridos Obispos, como los hacían los Padres de la Iglesia.
La tarea principal de un Obispo es predicar, no sólo administrar una
diócesis. La Iglesia necesita ver y escuchar a los Obispos predicando como
lo hacían los Padres de la Iglesia. Si uno solo de ustedes, Obispos
presentes aquí en Fátima, regresara a su diócesis y en ciertas ocasiones
predicara sobre las Cuatro Postrimerías junto con todo el mensaje de Fátima,
qué gran acto de caridad sería para todos sus amados fieles. Con la
asistencia del Espíritu Santo digan a sus fieles: “Escuchen, mis hermanos en
Cristo, yo soy su Obispo, estoy aquí para salvar su alma del Infierno. Por
favor escuchen, acepten y mediten mi enseñanza en este día. Ustedes también,
mis amados sacerdotes de mi diócesis, imiten a su Obispo, y prediquen sobre
el Infierno con la autoridad que Jesús les ha dado. Prediquen cuanto menos
una vez al año un sermón completo sobre el Infierno”. Si hacen esto, están
realizando el mayor acto de caridad de su sacerdocio, de su episcopado.
Como mencioné anteriormente, en mis treinta años de sacerdocio, nunca he
escuchado a un Obispo predicar sobre el Infierno. Cuando deseo encontrar un
sermón sobre el Infierno, me veo obligado a leer a San Juan Crisóstomo, a
los Padres de la Iglesia, a los Doctores de la Iglesia y a los santos
predicadores. Queridos Obispos, por favor, prediquen sobre el Infierno como
lo hizo Jesús, Nuestra Señora de Fátima, los Padres y los Doctores de la
Iglesia y salvarán a muchas almas. Quien salva a un alma, salva a su propia
alma. Predicar sobre el Infierno es un gran acto de caridad porque quienes
los escuchan creerán por la autoridad que les confiere la Iglesia. Estas
personas rectificarán su modo de vivir y harán una santa confesión de sus
pecados.
El Vestido de Gracia
La gente con frecuencia me pregunta: “¿Por qué, Padre, es
que ya no se predica sobre el Escapulario del Carmen? En el pasado
recibíamos el Escapulario en nuestra Primera Comunión, pero ahora ya no hay
más bendiciones e imposiciones del Escapulario del Carmen. ¿El Escapulario
del Carmen sigue siendo válido como en el pasado?” Sí, el Escapulario del
Carmen es válido en estos tiempos también, esta verdad no ha cambiado. El
sábado 13 de octubre de 1917, durante el Milagro del Sol en Fátima, la
Virgen María apareció ante los tres videntes sosteniendo el Escapulario del
Carmen en una de sus manos. La hermana Sor Lucía dijo: “El Rosario y el
Escapulario del Carmen son inseparables”. ¿Por qué entonces los sacerdotes
ya no predican sobre el Escapulario del Carmen? ¿Cómo podrían hacerlo si
deliberadamente rehúsan predicar sobre el Infierno? Si nunca predican sobre
el Infierno, la gente no creerá en el Infierno y por tal motivo, ¿cuál sería
el objeto de recibir y llevar consigo el Escapulario del Carmen?
Jesús dijo: “Si tienen fe, moverán montañas”. Si tienen fe, convertirán las
almas con la gracia de Dios. Si predican sobre el Infierno con fe, la gente
creerá en el Infierno. San Pablo dijo a sus discípulos: “Prediquen con
convicción”. Solo pronunciar o leer una homilía en una iglesia no es
predicar. La predicación debe buscar mover las voluntades; la predicación
debe motivar a los hombres a cambiar sus vidas para salvar sus almas del
Infierno.
La Deserción Sacerdotal
Hay cuatro razones principales por las que 75 mil sacerdotes han abandonado
el sacerdocio: 1) Porque se han negado a orar cada día. 2) Porque no
evitaron las ocasiones de pecado y olvidaron que la prudencia es la ciencia
de los santos. 3) Porque no tuvieron la humildad y el valor para hacer
confesiones santas y completas. Jesús dijo: “Sin Mí, nada pueden realizar.”
4) Porque vivían en pecado mortal y continuaban celebrando. Si un sacerdote
está en estado de pecado mortal y celebra la Santa Misa, es una Misa
sacrílega para él. Cuando recibe la Comunión en este estado, realiza una
Comunión sacrílega. Entonces, ¿cómo puede un sacerdote en estado de pecado
mortal predicar bajo la inspiración y la fuerza del Espíritu Santo? ¿Cómo
puede predicar si está endemoniado? Sacerdotes, vayan y hagan una santa
confesión y se volverán en excelentes predicadores. El Espíritu Santo les
hablará a ustedes y por medio de ustedes, y salvarán a miles de almas de ir
al Infierno. Un día, el Santo Cura de Ars recibió la visita de un joven
sacerdote de una parroquia cercana. Este sacerdote tenía gran interés de
conocer personalmente al Cura de Ars. Después del almuerzo, el Cura de Ars
le dijo: “¿Serías tan amable de escuchar mi confesión?” El joven sacerdote
por poco se cae de su silla ante la súplica del Cura de Ars de escuchar la
confesión de este admirable sacerdote con fama de santidad. ¡Los Santos se
confiesan! Y los que se confiesan se vuelven Santos.
Finalmente, Nuestra Señora de Fátima dijo: “Oren, oren mucho y hagan muchos
sacrificios porque muchas almas se van al Infierno porque no hay quien ore
ni se sacrifique por ellas”. Oremos continua y diariamente la oración que
Ella nos enseñó: “Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego
del Infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más
necesitadas de Tu misericordia”.
[1] El 30 de marzo de 1997, domingo de Pascua, a
las 12:00 del mediodía, el Padre Marcel Nault fue llamado de esta vida
terrenal a la presencia de Dios a quien él amó y sirvió con profunda
devoción. Nació el 3 de marzo de 1927 en Montreal, Québec, Canadá y su
vocación fue relativamente tardía. Se ordenó como sacerdote diocesano el 4
de marzo de 1962, un día después de su cumpleaños 35.