San Bernardo de Claraval te aconseja: Las tres contemplaciones posibles en esta vida
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S. Bernardo
Cantar SERMON 31
I. SOBRE LA VISION FUTURA DEL VERBO, COMPARADA CON LA DEL SOL-II. LAS TRES
CONTEMPLACIONES DE DIOS QUE SON POSIBLES EN ESTA VIDA, Y LA SOLICITUD DEL
ANGEL POR EL ALMA.-III. LA TERCERA MANIFESTACION DEL ESPOSO, QUE ES
INTERIOR, SE REALIZA DE CUATRO MANERAS: COMO ESPOSO, COMO MEDICO, COMO
CAUDILLO Y COMO REY.-IV. SOBRE LA SOMBRA DE LA FE Y LA PLENITUD DE LA
VISION, Y EL VESTIDO DE PASTOR CON QUE APARECE EL ESPOSO.
I. 1. Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas, dónde recuestas tu ganado
en la siesta. El Verbo esposo se presenta con frecuencia ante los espíritus
diligentes y no bajo una sola forma. ¿Por qué? Porque todavía no se le ve
tal cual es. En cambio, en la visión inmutable aparece siempre bajo la forma
en que subsiste siempre; él siempre es, y no sufre mutación alguna de lo que
es, fue o será. Prescinde del "fue" y del "será": ¿dónde quedan las fases o
los períodos de la sombra? Pero todo lo que procede del pasado no cesa de
tender hacia el futuro, y quien hace posible este tránsito se debe a lo que
"es", pero no perfectamente. Porque ¿cómo es lo que nunca permanece en el
mismo estado? Por eso sólo es verdaderamente lo que no se encadena con el
"fue", ni desaparece con el "será", porque mantiene sólo e inexpugnable el
"es" y permanece en su ser. Ni el "fue" le arrebata el ser eterno, ni el
"será" le determina a quedarse así por toda la eternidad. Y esto es lo que
se apropia el verdadero ser, es decir, su increabilidad, su invariabilidad,
su interminabilidad. Por tanto, cuando contemplemos como es en sí al que es
así, incluso al que no es así o así, entonces tiene lugar esa visión, como
dije, a la que no se le interpone cambio alguno.
A todos los que le ven así, se les dará el mismo denario del Evangelio que
se prometió a todos por igual. Porque al mostrárseles lo que en sí es
invariable de una manera inmutable, ya no pueden ni quieren ver otra cosa
más deseable ni más deleitable. Efectivamente, con esa visión ¿cuándo se
hastiará su deseo, cuándo desaparecerá su delicia, cuándo defraudará su
verdad, cuándo se agotará su eternidad? Porque si el deseo y el bienestar de
esa visión se extiende a toda la eternidad, ¿cómo no va a ser plena esa
felicidad? Nada les faltará jamás a los que siempre la ven, ni se hastiarán
los que suspiran por ella.
2. Mas esa visión no corresponde a la vida presente; se reserva para la
futura, y sólo entonces se podrá decir: Sabemos que cuando Dios se
manifieste y lo veamos cómo es, seremos como él. Ahora se revela a quienes
quiere y como quiere, no como es. Ningún sabio, ni santo, ni profeta pudo ni
puede verle como es con este cuerpo mortal; pero el que sea digno podrá
verle con su cuerpo inmortal. Por eso aquí se le ve también, pero de la
forma como se muestra, no como es.
No me estoy refiriendo a este astro mayor, a nuestro sol, que vemos todos
los días; le ves en definitiva no como es, sino en cuanto ilumina, por
ejemplo, el aire, la montaña o la pared. Pero ni eso siquiera podrías ver,
si en cierto sentido la misma luz de tu cuerpo, por su claridad y
transparencia, no fuese semejante a la luz del sol. Porque ningún otro
órgano de tu cuerpo es capaz de percibir la luz, a causa de su radical
desemejanza.
Pero ni siquiera los ojos cuando enferman pueden acercarse a la luz, porque
pierden su semejanza con ella. Así pues, los que se alteran hasta llegar a
una desemejanza total, son absolutamente incapaces de ver la claridad del
sol; y el que está sano puede contemplarlo parcialmente, debido a su grado
de semejanza con él. Pero si los ojos fuesen tan puros como el sol, lo
verían tal como es, sin deslumbrarse, gracias a su total semejanza. Lo mismo
acontece con ese Sol de justicia, que ilumina a todo hombre que viene a este
mundo. Lo podemos ver con la luz que nos alumbra, porque mantiene una
semejanza con ella. Pero no puedes verle tal cual es, porque todavía no eres
totalmente semejante a él. Por eso dice: Acercaos a él y quedaréis
radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Esto es cierto con tal que
seamos iluminados de tal modo que, contemplando la gloria de Dios a rostro
descubierto, nos vayamos transformando en su imagen con resplandor
creciente, por influjo del Espíritu del Señor.
3. Acerquémonos a él, sin precipitarnos; no sea que por una irreverente
curiosidad nos aplaste su gloriosa majestad. No se precisa un cambio de
lugar para acercarnos, sino de claridad; no corporal, sino espiritual: la
del Espíritu del Señor, no del nuestro, aunque esté en nosotros. Así el que
tenga mayor claridad, ése está más cerca; y tener la máxima claridad es
haber llegado hasta él. Por eso, para los que están ya presentes, verle como
es equivale a ser como es, sin deslumbrarse por ninguna desemejanza. Pero
esto sucederá entonces, como ya hemos dicho.
II. Entretanto, esta gran variedad de formas y esta innu-merable diversidad
de especies de la creación ¿qué son sino ciertos rayos de la divinidad, que
nos muestran que verdaderamente tienen un Creador, aunque no expliquen cómo
es? Contemplas sus obras, pero no a él. Y como contemplas todo cuanto
procede de ese a quien no ves, tienes ya la certeza de que existe alguien a
quien debemos buscar; que la gracia no defrauda a quien le busca y la
ignorancia no le excusa a quien se desinteresa por buscarlo. Esta clase de
contemplación es común a todos. Según dice el Apóstol, es algo evidente para
todo ser racional que lo invisible de Dios resulta visible para el que
reflexiona sobre sus obras.
4. Aunque en tiempos pasados Dios se dignó conceder a nuestros padres un
trato familiar muy frecuente, tampoco a ellos quiso revelarse tal cual es. Y
no se manifestó a todos de una misma manera, sino como dice el Apóstol, en
múltiples ocasiones y de muchas maneras, a pesar de que él es uno, como se
lo dice a Israel: El Señor tu Dios es solamente uno. Esta revelación
ciertamente no es común a todos, pero se comunicó externamente a través de
imágenes que se aparecían visiblemente o de palabras que resonaban.
Pero existió otra visión divina, diferente de las anteriores por ser más
interior. Por ella Dios se digna visitar personalmente al alma que le busca,
la que se entrega a buscarle con todo su anhelo y amor. Hay una señal de
esta venida, según nos lo manifiesta alguien que la experimentó: Delante de
él avanza fuego, abrasando en torno a los enemigos. Porque es menester que
el ardor del santo deseo anticipe su presencia en el alma, a la que él mismo
va a llegar, para consumir toda la inmundicia de los vicios y aparejar así
un lugar para el Señor. Entonces conoce el alma que el Señor está cerca,
porque se siente abrasada por ese fuego y dice con el Profeta: Desde el
cielo ha lanzado un fuego que se ha metido en los huesos y me lo ha hecho
saber. Y aquello otro: El corazón me ardía por dentro; pensándolo me
requemaba.
5. De repente, ese deseado a quien busca sale compadecido al encuentro del
alma que suspira continuamente, que ora sin cesar y se abrasa en deseos. Yo
creo que por su experiencia propia podría decir con el santo Jeremías: ¡Qué
bueno eres Señor para los que en ti esperan, para el alma que te busca! Pero
también su ángel, uno de los compañeros del esposo, asignado para ello en
calidad de enviado como testigo de este secreto y mutuo saludo; ese ángel,
repito, en cierta manera no cabe en sí de gozo, se alegra y se deleita con
la esposa, se vuelve hacia el Señor y le dice: Te doy gracias, Señor de la
majestad, porque le has concedido el deseo de su corazón, no le has negado
lo que pedían sus labios. Ese mismo ángel no cesa de incitarla con todo mimo
como un lacayo que le sigue por todas partes, insinuándole asiduas
sugerencias y diciéndole: Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que pide
tu corazón. Y también: Confía en el Señor, sigue tu camino. O esto otro:
Aunque tarde, espéralo, que ha de llegar sin retraso.
Y al Señor le dice: Como busca la cierva corrientes de agua, así esta alma
te busca a ti, Dios mío. Te ansía de noche, pero tu Espíritu en su interior
madruga por ti. Y otra vez: Todo el día te está invocando, tendiendo las
manos hacia ti. Atiéndela que viene detrás gritando. Acógela y sé compasivo
con ella. Mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar a esta desolada. Como
fiel padrino de bodas, testigo de este mutuo amor, pero no celoso, que no
busca su propio interés sino la gloria de Dios, pasa entre el amado y la
amada, ofreciendo los deseos y llevando los dones. A ella le estimula, a él
le aplaca. Otras veces, aunque no muchas, provoca una cita entre los dos,
arrebatándole a ella o trayéndole a él; como es familiar y conocido en el
palacio, no teme una negativa y contempla cada día el rostro del Padre.
6. No vayas a pensar que en esta íntima unión entre el alma y el Verbo se
percibe algo corporal o imaginario. Nos limitamos a afirmar lo que dice el
Apóstol: Estar unido al Señor es ser un espíritu con él. Con nuestras
palabras, adaptando frases espirituales a los espirituales, reproducimos en
lo posible la sublimación del espíritu puro hacia Dios o el amoroso descenso
de Dios al alma. Por supuesto, este vínculo es espiritual, porque Dios es
espíritu. Y queda prendado de la belleza del alma cuando advierte que
procede guiada por el espíritu, y no consuma con el deseo las tendencias de
la carne, especialmente al reconocer que arde en amor hacia él.
III. El alma, as�� afectada y así amada, no quedará satisfecha con la
manifestación común del esposo a través de las cosas creadas, ni tampoco con
su presencia, más insólita, en sueños y visiones. Reclama un privilegio: que
Dios baje del cielo y penetre en lo más íntimo de ella misma. Entonces
poseerá a quien desea, pero no en figura sino infundido, ni meramente
visible, sino tocando y provocando un gozo tanto más intenso cuanto es
interior y no superficial. Se trata del Verbo sin sonido, que penetra; no
habla y actúa; no hiere los oídos y halaga con sus afecciones. Su rostro no
tiene forma determinada, pero se imprime en el alma; no deslumbra los ojos
del cuerpo, pero regocija el corazón; gratifica con el don del amor, no con
algo sensitivo.
7. A pesar de esto, yo diría que aún no se presenta como es, aunque con esta
visión no se le ve totalmente distinto de lo que es. Y ni siquiera los
espíritus más fervientes gozan continuamente de esta presencia, ni es
uniforme para todos. Porque conforme a la variedad de deseos de cada alma,
varía el gusto de su divina presencia; y el sabor infuso de la dulzura
celestial deleita de muy diversas maneras las variadas apetencias del al-ma.
Además habréis caído en cuenta, cuántas veces ha mudado el Verbo de
semblante en este cántico amatorio, y de cuántos modos se ha dignado
transformar sus infinitas dulzuras ante su amada. Unas veces, como esposo
deferente, solicita los íntimos abrazos de la esposa santa y la delicia de
sus besos; otras, como un médico se presenta con sus bálsamos y ungüentos a
las almas delicadas, que necesitan estos fomentos y medicinas; por ello se
les designa con el delicado nombre de doncellas. Y si alguno lo critica,
escuche que no necesitan médico los sanos, sino los enfermos.
Otras veces se aparece como un caminante que se une a la esposa y a las
doncellas peregrinas, para aliviar el cansancio del camino a toda la
comitiva, con una conversación tan agradable que, cuando se ausenta,
exclaman: ¿No estábamos en ascuas mientras nos hablaba por el camino? Ameno
compañero, que por la dulzura de su palabra y sus modales, invita a correr
detrás de sí, como en pos de cierta fragancia suavísima que exhalan sus
perfumes. Y por eso dicen también: Correremos al olor de tus perfumes.
Otras veces sale al encuentro como un rico padre de familia, en cuya casa
sobra el pan, y hasta como un rey magnífico y poderoso que parece aliviar la
timidez de la pobre esposa, y provoca su deseo mostrándole \ todas las
maravillas de su gloria, sus ricos lagares y despensas, la fecundidad de sus
huertos y campos, y llega a introducirla en lo más íntimo de su alcoba. Es
que su marido se fía de ella y piensa que no debe ocultarle absolutamente
nada, puesto que la rescató de su pobreza, probó su fidelidad y la abraza
cariñosamente. Ahora de una manera, ahora de otra no cesa de aparecerse
frecuentemente a la mirada de los que le buscan, y se cumple lo que dijo:
Mirad que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo.
8. Siempre se muestra bueno y clemente, rico en misericordia. Por sus besos,
afectuoso y suave; por el perfume y ungüentos, clemente y rico en entrañas
de bondad y compasión; en el camino, alegre y afable, desbordante de gracia
y solaz; mostrando sus riquezas y posesiones, espléndido y dadivoso; y por
su liberalidad regia, un incomparable remunerador. Y así a lo largo del
texto de este cántico encontrarás al Verbo que se cubre bajo la sombra de
estas analogías. Por eso pienso yo que esto es lo que quiere decir el
Profeta: Cristo el Señor es un aliento para nosotros: a su sombra viviremos
entre los pueblos; es decir, ahora vemos confusamente en un espejo, y
todavía no cara a cara. Es así porque vivimos entre los pueblos; pero entre
los ángeles será distinto, cuando con una felicidad totalmente inmutable le
veamos con ellos como es, o sea, en la misma forma de Dios y no en su
sombra.
IV. Porque así como para los antiguos Padres, según decíamos, subsistió la
sombra y la figura, y a nosotros nos ilumina la luz de la verdad misma, a
través de la gracia de Cristo presente en la carne, así también nosotros con
relación al mundo futuro vivimos ahora bajo cierta sombra de la verdad. Esto
únicamente lo negará quien rechace aquella afirmación del Apóstol: Limitado
es nuestro saber y limitada nuestra inspiración. Y aquello otro: Yo no
pienso haberlo ya obtenido personalmente. ¿Cómo no va a existir diferencia
entre el que camina a la luz de la fe y el que goza de la visión? Por eso el
justo vive de la fe y el bienaventurado se transforma con la visión; por eso
mismo el hombre santo vive aquí a la sombra de Cristo, y el ángel santo se
gloría en el rostro esplendoroso de la gloria.
9. Buena es la sombra de la fe, pues condiciona la luz a la oscuridad de la
vista y la prepara para recibir la luz. Porque está escrito: Ha purificado
sus corazones con la fe. La fe, pues, no apaga la luz, la guarda. Todo lo
que ve el ángel, eso me lo guarda la sombra de la fe como en el depósito de
su seno fiel, para revelarlo un día. ¿Acaso no es útil poseer, aunque sea
escondido, lo que es incomprensible al descubierto?
También la Madre del Señor vivía a la sombra de la fe, y por eso le dijeron:
Dichosa tú que has creído. También guardó para sí la sombra del cuerpo de
Cristo, pues así le dijeron: La fuerza del Altísimo te cubrirá con su
sombra. No es una sombra común la que se forma bajo la fuerza del Altísimo.
Tenía realmente gran fuerza la carne de Cristo, cuando cubrió a la Virgen
con su sombra: lo que es imposible para toda mujer -soportar la presencia de
la majestad y su luz inaccesible- lo consiguió por la interposición de un
cuerpo vivificado y oculto. Era tal esa fuerza que dominó toda resistencia
contraria. Esa fuerza y esa sombra dispersó a los demonios y defendió a los
hombres; o mejor aún: era una fuerza vital y una sombra refrigerante.
10. Los que caminamos a la luz de la fe y nos nutrimos de su carne para
vivir, vivimos a la sombra de Cristo. Porque la carne de Cristo es verdadera
comida. Piensa por eso si en este pasaje no se aparece como vestido de
pastor, cuando la esposa lo toma como tal al decirle: Avísame, amor de mi
alma, dónde pastoreas, dónde acuestas tu ganado en la siesta. ¡Buen pastor
que da la vida por sus ovejas! Por ellas da su vida y les da su carne. Lo
primero como precio de rescate; lo segundo, como alimento. ¡Qué maravilloso!
El mismo pastor es alimento y es redención.
Pero este sermón se alarga demasiado, porque es un tema amplio que encierra
cosas muy profundas, y no pueden explicarse brevemente; obligado por ello,
creo que debo interrumpirlo y no acabarlo. Y como lo dejo pendiente, la
memoria debe intensificar su esfuerzo, para que donde nos hemos detenido
volvamos a tomarlo y exponerlo, tal como nos lo permita el Señor Jesús,
Cristo, Esposo de la Iglesia, que es bendito por siempre. Amén.