San Bernardo de Claraval te aconseja: EXHORTACION A LA ACCION DE GRACIAS
Páginas relacionadas
San Bernardo
Cantar de los cantares:
SERMON 11, I
I. 1. Al terminar el sermón anterior os dije, y no me pesa repetirlo, cuánto
deseo que todos vosotros exhaléis esa sagrada unción que recoge los
beneficios de Dios en la gozosa gratitud de la santa devoción. Esto es muy
saludable; tanto porque alivia las penas de la vida presente, al volverse
más tolerables cuando vivimos la alegría de la alabanza de Dios, cuanto
porque nada anticipa tanto aquí en la tierra la paz de los conciudadanos del
cielo como alabar a Dios con vivo entusiasmo. Así lo dice la Escritura:
Dichosos los que viven en tu casa, Señor, alabándote siempre. Pienso que a
este perfume se refiere principalmente el Profeta cuando dice: Ved qué
dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. Es ungüento precioso en
la cabeza. Pero esto no guarda relación con el primer perfume. Aquél es
bueno pero no agradable, pues el recuerdo de los pecados deja amargura y no
engendra alegría. Además los que lloran sus pecados no viven juntos, ya que
cada uno llora y deplora sus pecados personales.
Mas los que viven en acción de gracias, sólo miran a Dios que atrae toda su
atención, y por eso conviven realmente entre sí. Su actitud es buena, porque
toda la gloria se la dan al Señor, a quien corresponde en justicia, y además
es muy agradable por el gozo que reporta.
2. Así pues, amigos míos, os exhorto a que intentéis salir del molesto y
angustioso recuerdo de vuestros pecados y caminéis por las sendas más
cómodas del recuerdo sereno de los beneficios de Dios. De este modo,
contemplándole a él, os aliviaréis de vuestra propia confusión. Mi deseo es
que experimentéis el consejo del santo Profeta, cuando dice: Sea el Señor tu
delicia y él te dará lo que pide tu corazón. Ciertamente es necesario el
dolor de los pecados, pero no continuo. Hay que variarlo con el recuerdo más
agradable de la ternura divina, no sea que la tristeza endurezca el corazón
y acabe en desesperación. Añadamos algo de miel al ajenjo; la amargura será
saludable y redundará en salvación sólo cuando pueda beberse suavizada con
la dulzura introducida.
Escucha finalmente a Dios: él mitiga el sinsabor del corazón quebrantado,
sacando al abatido del abismo de la desesperación, consolando al afligido
con la miel de sus promesas y animando al desalentado. Lo dice por el
Profeta: Moderaré tus labios con mi alabanza para no aniquilarte. Es decir:
"Para que no caigas en una tristeza extrema al contemplar tus maldades, para
que desesperado no caigas como si te arrojara un caballo desbocado, porque
perecerías, yo te contengo con el bocado de la brida, saldrá al paso mi
indulgencia, te reconfortaré con mis alabanzas. Tú que te ofuscas con tus
males, sentirás alivio en mis bienes y descubrirás que es mayor mi
benignidad que todas tus culpas".
Si Caín hubiese sido detenido con ese freno nunca habría dicho en su
desesperación: Mi culpa es muy grave y no merezco el perdón. No, de ningún
modo. Es mayor su ternura que cualquier iniquidad. Por eso el justo no se
acusa incesantemente; sólo cuando comienza a hablar. E incluso al terminar
concluye alabando a Dios. Ved, efectivamente, qué orden sigue: He examinado
mis caminos, para enderezar mis pies a tus preceptos. Encuentra primero el
dolor de la contrición y de la desdicha en sus propios caminos, para gozar
después en la senda de los preceptos de Dios, corno si fuesen toda su
riqueza.
Vosotros también, a ejemplo del justo, cuando os sintáis humillados,
recordad igualmente la bondad del Señor. Así podéis leer en el libro de la
Sabiduría: Creed que el Señor es bueno y buscadlo con un corazón sencillo.
El recuerdo frecuente e incluso habitual de la generosidad de Dios induce
fácilmente al espíritu a pensar así. De otra manera, no sería posible
cumplir lo que dice el Apóstol: Dad gracias en toda circunstancia, si se
ausentasen del corazón los motivos de la gratitud. No quisiera echaros a
cuestas aquella afrenta de los judíos con que los acusa la Escritura: que
olvidaron las obras de Dios y las maravillas que les había mostrado.