San Bernardo de Claraval te aconseja: Salmodiad como conciudadanos de los consagrados y familia de Dios
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San Bernardo
Cantar de los cantares
(hom. 7, III-V)
Con todo, rebosando de amor, no se dirige de inmediato al esposo, sino a
otros, como si él estuviese ausente: ¡Que me bese con besos de su boca! Y es
que como pide lo más maravilloso, envuelve la súplica con el pudor para dar
más ascendiente al que lo demanda. Por eso busca a los amigos e íntimos del
esposo; para que la lleven a su intimidad, hasta conseguir lo que
ardientemente ansía. ¿Quiénes son estos amigos?
Yo pienso que son los santos ángeles que asisten a los que oran, para
presentar a Dios las súplicas y deseos de los hombres, pero cuando ven que,
sin iras ni querellas, alzan sus manos inocentes. Así lo atestigua el ángel,
que decía a Tobías: Cuando tú estabas rezando con lágrimas y enterrabas a
los muertos. Cuando te levantabas de la mesa para esconder en tu casa a los
muertos y los enterrabas de noche, yo presentaba al Señor tu oración. Pienso
que para convenceros os sea suficiente este testimonio de la Escritura. Así
lo afirma también claramente el Salmista: Iban delante los príncipes unidos
a los cantores de salmos, y en medio las muchachas tocando panderos. Por eso
decía: En presencia de los ángeles te cantaré salmos.
IV. Por esta circunstancia, me duele mucho que algunos de vosotros se
duerman profundamente durante las sagradas vigilias. Faltan a la reverencia
debida a los conciudadanos del cielo, como cadáveres ante los príncipes de
la gloria, mientras ellos, conmovidos por el fervor de los demás, gozan
participando de vuestro culto. Temo que un día abominen nuestra desidia y se
retiren indignados. Entonces será ya tarde para comenzar a decir
acongojados: Has alejado de mí a mis conocidos y me has hecho repugnante
para ellos. O también: Has alejado de mí amigos y compañeros, mi compañía
son las tinieblas. O aquello otro: Los que estaban junto a mí se alejaron y
me amenazan de muerte los que atentan contra mí. Por cierto: si los
espíritus buenos se alejan de nosotros, ¿quién podrá resistir la violencia
de los malos?
A los que se comportan así les digo: ¡Maldito el que ejecuta con negligencia
la obra de Dios! También dice el Señor, no yo: ¡Ojalá fueras tibio o
caliente! Pero como estás tibio, voy a escupirte de mi boca. Reparad en
vuestros príncipes, manteneos reverentes y recogidos mientras oráis o
salmodiáis, rebosantes de satisfacción, porque vuestros ángeles están viendo
siempre el rostro del Padre. Además de ser enviados para servirnos, porque
hemos heredado la salvación, llevan al cielo nuestra devoción y nos traen la
gracia. Aprovechémonos de su oficio y compartiremos su gloria, para que de
la boca de los niños de pecho brote una alabanza perfecta. Digámosles:
Salmodiad a nuestro Dios. Y escuchemos cómo ellos nos responden: Salmodiad a
nuestro Rey.
5. Y unidos en la alabanza a los celestiales cantores, como conciudadanos de
los consagrados y familia de Dios, salmodiad sabiamente: como un manjar para
la boca, así de sabroso es el Salmo para el corazón. Sólo se requiere una
cosa: que el alma fiel y sensata los mastique bien con los dientes de su
inteligencia. No sea que por tragarlos enteros, sin triturarlos, se prive el
paladar de su apetecible sabor, más dulce que la miel de un panal que
destila. Presentemos con los Apóstoles ese panal de miel en el banquete
celestial y en la mesa del Señor. La miel se esconde en la cera y la
devoción en la letra. Sin ésta, la letra mata, cuando se traga sin el
condimento del Espíritu. Pero si cantas llevado por el Espíritu, corno dice
el Apóstol, si salmodias con la mente, también tú experimentarás qué verdad
es aquello que dijo Jesús: Las palabras que yo os he dicho son espíritu y
vida. E igualmente lo que nos confía la Sabiduría: Mi espíritu es más dulce
que la miel.
6. Así saboreará tu alma platos sustanciosos y le agradarán tus sacrificios.
Así aplacarás al Rey y complacerás a sus príncipes. Así tendrás satisfecha a
toda su corte. Y embriagados en el cielo por la suavidad de ese perfume,
dirán de ti también: ¿Quién es esa que sube por el desierto como columna de
humo, como nube de incienso y mirra y perfumes de mercaderes?
V. Son los príncipes de Judá con sus tropeles, los príncipes de Zabulón, los
príncipes de Neftalí, es decir, los cantores de Dios, los continentes y los
contemplativos. Porque saben nuestros príncipes que es grata a los ojos del
Rey la santidad de los que salmodian, la fortaleza de los continentes y la
pureza de los contemplativos. Pero también se preocupan de nosotros,
exigiéndonos estas primicias del espíritu que, por cierto, son los primeros
y purísimos frutos de la Sabiduría. Ya sabéis que Judá significa el que
alaba o testimonia; Zabulón, mansión fuerte; y Neftalí, ciervo suelto. Este
simboliza, por los saltos de su agilidad, los éxtasis de los contemplativos.
El ciervo penetra, además, en la espesura de los bosques; y los
contemplativos se adentran en los sentidos más ocultos. Sabemos quién dijo:
El que me ofrece un sacrificio de alabanza, ése me honra.
7. Pero si no cae bien la alabanza en boca del pecador, ¿no tendréis suma
necesidad de la continencia, para que el pecado no reine en vuestro cuerpo
mortal? Por otra parte, ante Dios carece de todo mérito una continencia que
busque la gloria humana. Por eso se requiere suma pureza de intención, para
que vuestro espíritu codicie agradar a Dios sólo y pueda vivir junto a él.
Estar junto a Dios es lo mismo que ver a Dios; y eso sólo se concede a los
puros de corazón, como una felicidad inigualable. Un corazón puro tenía
David y decía a Dios: Mi alma está unida a ti. Para mí lo bueno es estar
junto a Dios. Viéndolo se unía a Dios y uniéndose a el le veía.
Cuando las almas se entregan a estos ejercicios, los espíritus celestiales
conversan a menudo con ellas, sobre todo si ven que son asiduas a la
oración. ¡Quién me concediera, príncipes benignos, que vosotros presentarais
ante Dios mi oración! No digo al mismo Dios, para quien está abierto el
pensamiento más íntimo del hombre, sino a los que están junto a Dios: las
Potestades bienaventuradas y los demás espíritus libres de la carne. ¿Quién
levantará del polvo a este desvalido y alzará de la basura a este pobre,
para sentarme con los príncipes en el mismo trono de su gloria? Estoy cierto
que acogerán gustosamente en su palacio al que se dignan visitarlo entre la
basura. Si hicieron fiesta por su conversión, ¿no lo reconocerán cuando sea
llevado a su gloria?