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Orar como el Hijo, orar como hijos: Lo que necesitamos nosotros tus hijos

Elevaciones al Padre Nuestro
Autor: P. Horacio Bojorge

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Capítulo Cuarto: Lo que necesitamos nosotros tus hijos para seguir siendo hijos tuyos

“También nosotros, que poseemos ya las primicias del Espíritu [aún así] gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo.Porque nuestra salvación es objeto de esperanzay una esperanza que se ve, no es esperanza... Si esperamos lo que no vemos, lo aguardamos por la paciencia. Y asimismo el Espíritu acude en auxilio de nuestra debilidad porque no sabemos pedir lo que conviene. Mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables Y el que sondea los corazones sabe cuál es la aspiración del Espíritu, y su intercesión a favor de los santos es según Dios” (Romanos 8,23-27)

“Y puesto que llamáis Padre a quien,
 
sin acepción de personas, juzga a cada cual según sus obras, conducíos con temor durante el tiempo de vuestro destierro, sabiendo que habéis sido rescatados [de la esclavitud] de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha ni mancilla, Cristo” (1ª Pedro 1,17-19)



1. - LAS TRES PETICIONES SIGUIENTES


Estas tres peticiones siguientes, tienen algo de gritos de auxilio

1) Las tres primeras peticiones del Padre Nuestro se referían al Padre y estaban dominadas por el pronombre posesivo TU: “1) santificado sea Tu Nombre, 2) venga Tu Reino, 3) hágase Tu voluntad”. Las tres siguientes que comenzaremos a meditar ahora, se refieren a los hijos y se caracterizan por los pronombres NUESTRO - NOS: “1) nuestro pan, 2) nuestras ofensas, los que nos ofenden, 3) no nos dejes caer y líbra-nos.

2) El uso de los pronombres pone de manifiesto quiénes son los interlocutores en este diálogo. Los hijos hablan con el Padre, le hablan al Padre. 
- Nosotros y Tú, nosotros a Ti
- Tú y Nosotros, Tú a nosotros
Sienten, quieren, desean, piden, en forma unánime, conjunta, colectiva, comunional. Se expresan desde una conciencia común y desde una convergencia de voluntades filiales. 

3) Las tres peticiones que contenía la primera parte del Padre Nuestro tenían algo de gemido desde lo más hondo del alma filial y desde la unanimidad solidaria del nosotros fraterno. Y en esa forma individual y solidaria, expresaba el deseo de la santificación del Nombre, de la venida del Reino, o sea la instauración de una conciencia filial en el corazón de todos los hombres y, por fin, el cumplimiento de la voluntad y la realización del beneplácito del Padre.

4) Las tres nuevas peticiones, en la segunda parte del Padre Nuestro, “tienen algo de gritos de auxilio y su vehemencia parece ir creciendo de una a otra... Los hijos experimentan siempre serias necesidades, necesidades peligrosas” . Sienten la debilidad de su naturaleza humana herida por el pecado y las consecuencias de ser hijos de Adán y Eva:

a) necesitan la ayuda de la Providencia, para seguir siendo engendrados como hijos

b) sienten a diario el problema de sus culpas y la herida del pecado original

c) experimentan ira y rencor en su corazón pero quieren configurarse con el Padre misericordioso

d) experimentan los asaltos del enemigo y el vértigo de salirse de la filialidad y entrar en la tentación

5) Estas tres peticiones brotan del deseo del Reino. “Se trata de necesidades cuya suprema profundidad sólo se siente cuando se conoce la cercanía del Reino. Se trata de las tres necesidades existenciales del hombre que vive aguardando el reino de Dios que está cerca” . Son parte de la experiencia del corazón filial. 

6) Estos tres deseos se corresponden con las tres acciones características del Buen Pastor del Salmo 22: alimentar, guiar, defender. Expresan tres aspectos de la dependencia filial respecto del Padre, Quien, como el Buen Pastor: 1) alimenta, 2) conduce, y 3) defiende. 

a) Da el Pan en el sentido complexivo: todo lo que mantiene en el ser filial al hombre y lo fortalece física, anímica y espiritualmente, en su caridad filial y fraterna. 

b) El Padre también perdona, como quien busca a la oveja perdida y devuelve a la senda a la descarriada. Sus caminos son de paz, de reconciliación, de misericordia, de perdón.

c) Defiende del lobo, del ‘Padre de la mentira’ y ‘homicida desde el principio’, que ‘ronda buscando a quien devorar’ (1 Pedro 5,8). 

7) Pueden meditarse estas tres peticiones a la luz del Salmo 22: “El Señor es mi Pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas... aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo... preparas una mesa ante mí, frente a mis enemigos”. El pastor alimenta en verdes praderas, guía por el camino justo, y a través de cañadas oscuras, prepara una mesa frente a los enemigos... 

8) Son también las tres formas de la Providencia divina con el pueblo de Israel, sobre todo en la gesta de la liberación de Egipto: la conducción a través del desierto hacia una tierra que mana leche y miel, la alimentación con el maná y la defensa contra los pueblos hostiles: Egipto, los pueblos entre los que camina hacia la Tierra y por fin los pueblos que la ocupaban. 

9) Ya en el Antiguo Testamento, el Señor, el Pastor de Israel, que guía a José como un rebaño (Salmo 79,1), se manifestó como un Dios nutricio, fiel, que guía, dirige y defiende a los suyos. Un verdadero Pariente redentor, como Bo’oz lo fue de Noemí y de Rut. Al pariente auxiliador, en hebreo, se le llamaba el Go’el. Y Dios, pariente por Alianza de su pueblo elegido, se presenta así, auxiliador del pobre, del débil y humillado: “No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo te socorro, oráculo del Señor, y tu Redentor (Go’el) es el Santo (Qadosh) de Israel” (Isa 41,14); “así dice el Señor, rey y go’el de Israel...” (Isa 44,6).

10) El redentor (go’el) – explica en nota la Biblia de Jerusalén – es ante todo el vengador de sangre (Num 35,19 y su nota) y también el que rescata al encarcelado por deudas, el pariente próximo encargado de defender a la viuda (Rut 2,20 y su nota). La palabra designa a Dios como vengador del oprimido o libertador de su pueblo de la esclavitud en Egipto. En este sentido se lo llama así frecuentemente en los Salmos (Sal 19,15 y su nota) y en la segunda parte de Isaías (41,14; 43,14; 44,6.24; 47,4; 48,17; 59,20; ver Jer 50,34).

11) La suprema revelación de la verdadera naturaleza de este goelato divino, tiene lugar en el Nuevo Testamento. El Padre envía a Jesús, su hijo, a redimir a los esclavos, a reunir a los dispersos, a salvar a los oprimidos. Jesús aparece realizando las obras salvíficas profetizadas por Isaías: “Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen...” (Lc 7,22s; Isa 26,19; 35,5-6; 61,1). 
12) El clamor de los hijos sube hasta los oídos del Padre como el clamor del pueblo oprimido en Egipto (Ex 6,5).


2. - EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁNOSLE HOY (1)

Una petición muy comentada ¿cómo entenderla? Diversas interpretaciones

1) “Pocos textos bíblicos han sido y son objeto de tan reiterado estudio por la exégesis patrística, medieval, renacentista y moderna, como esta petición” . 

2) La sola palabra griega “epioúsios”, que en nuestra versión litúrgica se traduce “cotidiano”, “de cada día” constituye un verdadero enigma para los intérpretes, que desde el tiempo de los Santos Padres explican su sentido en las más diversas direcciones y dimensiones. De la interpretación que se dé a este término depende que se vuelque la interpretación hacia un pan espiritual o el pan material o en un sentido que los abraza a ambos. Y éste es el que parece más satisfactorio.

3) “La cuarta petición es interpretada de diferentes maneras por los Santos Padres y escritores eclesiásticos. 
a) Gregorio de Nisa, San Basilio y otros piensan que se trata del alimento y el vestido material; 

b) San Cirilo de Jerusalén, Ambrosio, Jerónimo, Casiano, Mario Victorino, Agustín y Efrén lo explican como el pan eucarístico; 

c) Tertuliano, Cipriano, Cirilo, Isidoro de Sevilla e Ildefonso de Toledo lo interpretan como el alimento corporal y el ‘maná’ eucarístico a la vez; 

d) según Orígenes, Isidoro de Pelusio y Teodoreto de Ciro, es el Logos divino, o sea la Palabra de Dios; 

e) Agustín, Hilario, Jerónimo lo explican también como el pan de la Palabra y de la Eucaristía afirmando la doble acepción, material y espiritual, y abarcando tanto el sustento corporal como el pan de la Palabra y el pan eucarístico. 

f) Varios Padres de occidente mencionan la recepción diaria de la Eucaristía como ese “pan de cada día” de la petición. 

4) El vocablo griego ‘epioúsios’ se ha interpretado de dos maneras: 
Un primer grupo de Santos Padres lo considera resultante de la preposición griega ‘epí’ que quiere decir ‘encima de, sobre, arriba de’; y el vocablo ‘ousios’, que quiere decir ‘sustancial’. De ahí que Cirilo, Jerónimo, Ambrosio Casiano y otros, lo traducen como ‘pan supersubstancial’ o ‘pan substancial’. En cambio, Teodoro de Mopsuestia, Cirilo alejandrino y el Pseudo Crisóstomo lo traducen como pan ‘conveniente’. 

Un segundo grupo de Padres entiende el vocablo ‘epioúsios’ como una forma del verbo ‘epieinai’ que quiere decir ‘estar encima’ o también, en sentido figurado: ‘sobrevenir’. Por eso lo traducen como 
a’) pan `’sobreviniente’ es decir ‘futuro’, ‘que vendrá’. Así lo entienden Orígenes, el Pseudo Atanasio, Evagrio, Severo antioqueno

b’) o también lo traducen otros como ‘pan cotidiano’: Así nuestra actual traducción litúrgica sobre las venerables huellas de las antiguas versiones latinas y siríaca, Tertuliano, Cipriano, Ambrosio, Juan Crisóstomo, Agustín y Casiano.

5) Combinando las distintas interpretaciones San Basilio, Máximo el Confesor y Juan Casiano acumulan las dos significaciones ‘futuro’ y ‘cotidiano’, prefiriendo o inclinándose más a acentuar la primera . 


3. - EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁNOSLE HOY (2)


¿Un pan material? ¿Un pan sacramental? ¿Un pan espiritual? ¿Todo a la vez?

Sigamos con la historia de la interpretación de esta petición de sentido tan intrigante

1) En su explicación del Padre Nuestro, Santo Tomás de Aquino entiende que en esta petición se trata, en primer lugar, del pan material que nos es necesario para la vida. Pero no se trata exclusivamente de él, sino también del pan de la Eucaristía y del pan de la Palabra de Dios. 

2) El Pan Físico o Material: Comentando esta petición, Santo Tomás dice que el Espíritu Santo nos ha enseñado a pedir el pan “mostrándonos que Dios tiene providencia de nuestras necesidades materiales” . Pero a la vez, enseñándonos a limitarnos a pedir solamente lo que es estrictamente necesario para la vida presente, es decir, el pan, nos enseña a evitar el inmoderado deseo de los bienes de este mundo y de las cosas que exceden nuestro estado y condición, y a contentarnos con lo que es estrictamente conveniente. 

3) Nos hace pedir el pan “de cada día” para que evitemos la voracidad desmesurada que consume en un día lo que alcanzaría para muchos . Nos enseña a decir “dánosle” para que sepamos que nos viene de su mano y seamos agradecidos. Y nos enseña a pedirlo para “hoy” con el fin de que evitemos la preocupación excesiva por las cosas de este mundo y por el mañana: “Hay hombres – dice – que se preocupan hoy por los asuntos que le sobrevendrán a lo largo de todo un año; los que así se comportan jamás descansan” .

4) Además del pan, alimento del cuerpo – agrega Santo Tomás, recogiendo las diversas vertientes que vienen de la tradición patrística – hay otras dos clases de pan: el pan del sacramento y el pan de la Palabra de Dios. En la oración dominical, pedimos 

5) El Pan nuestro Sacramental, que diariamente se consagra en la Iglesia, para que recibiéndolo sacramentalmente sea para nosotros prenda de salvación. Pedimos asimismo el otro pan, que es 

3) La Palabra de Dios: “No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Pedimos pues que nos dé ese pan, es decir su palabra. Con ello alcanza el hombre la bienaventuranza que merecen aquellos que tienen hambre y sed de justicia. Porque cuando se poseen los bienes espirituales, más se los desea; y de este deseo proviene el hambre, y del hambre la saciedad de la vida eterna” .


4. - EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁNOSLE HOY (3)


El “pan” es todo aquello que los hijos necesitan para ‘ser y vivir como hijos’. Pero el pan del que tienen hambre y viven los hijos es, principalmente, el pan espiritual: la Eucaristía, la Palabra, el Reino...

1) Esta es la única petición del Padre Nuestro donde lo que se pide va delante de la frase, como enfatizando el objeto del deseo ¡El pan...! “En la lengua materna de Jesús, el pan, significa no sólo el alimento de pan, sino también el alimento en general, ya que el pan es el principal alimento de los habitantes de Palestina” . 

3) Según san Lucas, una persona que piensa en el Reino de Dios puede decir: “¡Feliz el que coma pan en el reino de Dios!” (Lc 14,15). Pero en el Padre Nuestro no se trata de pedir cualquier pan, sino “el pan de los hijos”. El pronombre “nuestro” lo determina como un pan propio del nosotros filial. No es un pan cualquiera ni el común que hambrea y necesita el hombre natural. Es aquél pan que los hijos desean y reconocen como suyo, porque los establece y reafirma en su condición de hijos de Dios. El pan que alimenta no sólo su naturaleza humana, sino el que alimenta su condición “divina”, su participación en la vida de Dios. El pan que los hace ser y los mantiene en el ser de hijos de Dios. 

4) Por ser hombres necesitan, como el común de los mortales, el pan físico, un pan que los pone en comunión alimenticia con la materia, con el mundo mineral, vegetal y animal. Pero por ser discípulos se alimentan de la Eucaristía, un pan que los pone en comunión con la humanidad divinizada de Jesús. Por ser hijos tienen hambre de hacer la voluntad del Padre y viven de su Palabra. La Palabra de Dios los pone en comunión con el Padre, con la Vida divina, con el Amor y la Caridad del Padre. 

5) El hombre filial entiende lo que quiere decir “Tu Palabra me da vida”. Jesús dice: “mi comida es hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 4, 34). El pan del que viven los hijos es pues principalmente el pan espiritual. Los hombres hijos de Dios, entran en comunión, por el pan material con la creación material, y por el pan eucarístico y espiritual, en comunión con el Creador. Pero el Pan que Jesús le pide al Padre es el que más responde a la condición de hijos, la eucaristía y la Palabra. Y es, por lo tanto, el Pan que quiere enseñarnos a hambrear y a pedir. Del otro, no nos prohibe que lo pidamos, pero nos asegura que es inútil hacerlo, porque “Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de esas cosas” (Mt 6,8.32).


5. - EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁNOSLE HOY (4)


“El Padre concede día por día, cada día el pan a los que siguen a Jesús y porque están con Él. Es el Pan de los Hijos”

1) Se puede errar por entender el “pan nuestro de cada día” en forma precipitadamente alegórica y simbólica, diríamos ‘espiritualista’ o, por el contrario, en forma profana o naturalista. Las interpretaciones tradicionales nos enseñan a afirmar las tres dimensiones del ‘Pan nuestro’, o sea: del ‘pan de los hijos’. Metafóricamente podríamos decir que: ‘El Pan nuestro’, es un ‘pan integral’: terreno y espiritual a la vez. 

2) Pero Jesús nos enseña también a desear y pedir prioritariamente el aspecto más propiamente ‘nuestro’ del pan nuestro. Más que al pan ‘genérico’ común a todos los hombres Jesús enseña a pedir el pan ‘específico’, que hace hijos: la Eucaristía que une al hijo, y la Palabra que una al Padre en la escucha filial y gozosa de su voluntad. “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia [filial], y todo eso [comida y vestido] os lo dará [el Padre] por añadidura” (Mt 6, 33). 

3) Este dicho podríamos aplicarlo a la petición del pan: “Buscad primero el Pan celestial: la Eucaristía y la Palabra del Padre, el pan terrenal se os dará por añadidura”. A este apetito preferencial por los bienes divinos se refiere el dicho de Pedro: “apeteced la leche espiritual ... si es que habéis gustado qué bueno es el Señor” (1 Pedro 2, 2-3). Esta ‘opción preferencial’ del hombre religioso por la relación con Dios mismo se reflejaba ya en el dicho del salmista: “¿Acaso no te tengo a Ti, en el cielo? Y contigo: ¿qué me importa la tierra? Se consumen mi corazón y mi carne por Dios” (Sal 72, 25-26) 

4) Al Señor le agradó que Salomón prefiriera pedirle el bien del pueblo elegido más que bienes para sí mismo; y le concedió por añadidura los que no había pedido (1 Reyes 3,4-15). 

5) Al Padre le complace que sus hijos: 1) apetezcan y pidan el pan celestial, es decir la eucaristía y la Palabra de Vida y 2) confíen en su Divina Providencia que no les dejará faltar la comida y todo lo demás necesario para su vida biológica.

6) En situaciones de extrema necesidad material puede ofuscarse el corazón del hijo. El hambre lo cegó a Esaú. Menospreció la Promesa y vendió su derecho por un plato de guiso (Génesis 25, 29-34). En una situación de miseria o de hambre, el Tentador puede cuestionar la Providencia del Padre y poner a prueba la condición filial: “Si Dios es tu Padre...”; “¿Cómo permite esto?”, “Si eres hijo de Dios...”. La prueba y la tentación son momentos de gracia privilegiados, ocasiones de profundizar la fe en la Providencia del Padre, y hambrear filialmente su Palabra (Sal 118, 103).


6. - PERDÓNANOS NUESTRAS OFENSAS, DEUDAS (1)


“Los derechos de Dios que le son debidos: a Dios le ‘debemos’ los derechos que le hemos arrebatado”

1) Las ofensas o también: las deudas. La ofensa es una deuda contra el honor o la gloria debida a alguien y que no se le da, o se le sustrae. Por eso una ofensa a Dios es también una deuda con Él. Le debo el honor de Padre, el reconocimiento, pero vivo como si no fuera mi Padre ni yo su hijo.

2) “Con esta petición ocurre lo mismo que con la anterior: solamente la podrá decir como conviene el que haya escuchado las palabras de Jesús y haya aprendido de Él: 1º) que es deudor de Dios y por cierto en gran medida y 2º) que el Padre quiere perdonar y cuáles son sus condiciones” 

3) Esta petición corresponde al Don del Consejo. Santo Tomás considera que es un gran Consejo que el Espíritu Santo le da al pecador para salir de su pecado, como un médico le prescribe el mejor remedio al doliente. El mejor remedio del pecado, en efecto, es la limosna y la misericordia. Y por eso a esta petición le corresponde la Bienaventuranza: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”

4) ¿Qué le debemos a Dios? “A Dios le debemos los derechos que le hemos arrebatado” , dice Santo Tomás. “Es derecho de Dios que cumplamos su voluntad, pero nosotros le arrebatamos ese derecho cuando anteponemos nuestra voluntad a la suya”. 

5) Esta petición nos hace reconocernos pecadores y nos ayuda a ser humildes y a temer ofender a Dios. Pero también nos ayuda a no desesperar de alcanzar el perdón divino fortaleciendo nuestra esperanza. “Así, dice Santo Tomás, de esta petición nace no sólo el santo temor sino también la esperanza, porque nos muestra que todos los pecadores que se arrepienten y confiesan sus pecados, alcanzan misericordia” . 

6) Pero hay una condición, una sola: que también nosotros perdonemos a los que nos ofenden; a nuestros deudores. Hemos dicho ya que la ‘deuda’ se refiere no sólo al dinero, sino a todo lo que se nos debe y no se nos da. En otras palabras a todo el que comete injusticia contra nosotros y nos trata injustamente, porque la justicia consiste en dar a cada uno lo suyo, lo que se le debe. El que no nos da lo que nos debe, obra ‘injustamente’ con nosotros, así como nosotros somos injustos con Dios. La justicia lesionada se repara, pues, por el perdón que concede el ofendido. 

7) Esta petición nos revela, por último, que perdonar a los demás, es algo que le debemos ‘en justicia’ a Dios mismo. 
7. - “NUESTRAS OFENSAS” (2)

También a Dios Padre, las ofensas de sus hijos le duelen más que las de los extraños.

1) Así como hay un pan ‘nuestro’, propio de los hijos, así también hay ofensas y deudas con Dios que son ‘nuestras’; las que le inferimos al Padre como hijos. Son faltas ‘filiales’, específicas de nuestra relación filial-paterna. Jesús enseña, a los que quieren vivir y orar como hijos, a pedir perdón a su Padre por todo aquello en lo que se quedan cortos ‘como hijos’. 

2) ‘Nuestras’ ofensas no son, pues, aquéllas que provienen de la transgresión de la ley. ¡Esas son también ofensas a Dios! Pero son las ofensas que le infieren también los siervos, los que no son hijos (¡con cuánta mayor razón son ofensivas, si son los hijos los que transgreden la ley!). Pero esas no son, las ofensas ‘nuestras’; las que ‘como hijos’ le inferimos al ‘Padre Nuestro’. Esta petición se refiere, me parece, a las actitudes que duelen y ofenden al Padre de parte de sus hijos o también de los hombres que rechazan la vocación a la filialidad.

3) ‘Nuestras’ ofensas le duelen mucho más al Padre que las meras transgresiones de su Ley por parte de los hombres en general, porque todos los hijos estamos llamados a vivir una justicia filial, que es “mayor que la de los escribas y fariseos” (Mt 5, 20) y que Jesús llama ‘vuestra justicia’ (Mt 6,1) es decir, la justicia filial, que consiste en ‘hacer la voluntad de mi Padre’ (Mt 7,21). 

4) Por lo tanto, no se trata, de lo que entiende por ‘ofensas’ la conciencia y una culpabilidad sinaítica, que podríamos calificar de pre-filial o para-filial. No es ésa la conciencia filial, de donde brota y desde donde se ha de entender la oculta sabiduría de ese: ‘nuestras ofensas’. La conciencia legalista, y la puritana, derivan su experiencia de culpa de la infracción de la ley y reciben su justicia del cumplimiento de la misma. Esa conciencia, ante la imposibilidad tanto de abolir la ley como de cumplirla, termina escondiéndose tras las máscaras de la hipocresía. ¡No! Jesús se refiere a otra cosa

5) ‘Nuestras ofensas’ consisten por ejemplo: 
a) en la negativa a entrar en la condición filial a la que Jesús nos invita; 

b) o bien en la deficiente conciencia filial, 

c) en contentarnos con cumplir la ley, con el ‘habéis oído que se dijo’, desentendiéndonos del plus revelado por Jesús: ‘pero Yo os digo’ que es necesario para llevar la ley a la perfección de la justicia filial: ser perfectos, misericordiosos, santos como el Padre celestial 

d) en obrar mirando de reojo lo que dicen los hombres y esperando su aprobación o temiendo su desaprobación, en vez de vivir en lo secreto y de cara al Padre;

e) en esperar nuestra seguridad del dinero, y no confiar en la Providencia del Padre; 

f) en estar desconformes con nosotros mismos y vivir envidiando a los demás; 

g) en la falta de confianza filial, que duda de que el Padre lo mire y ame como a hijo. 

Sí Padre ¡Perdona ‘nuestras’ ofensas! ¡Las que te inferimos tus hijos!


8. - “NUESTRAS” OFENSAS (3)

A los hijos les duele ver al Padre ofendido, especialmente por sus demás hermanos, y sienten como propias las ofensas de todos.

1) No comparecemos ante el Padre en forma individual. Jesús no nos enseñó a decir: ‘mis’ ofensas, o ‘mis’ deudas, sino ‘nuestras’ ofensas. Se trata, lo repetimos, de las ofensas que recibe el Padre de parte de sus hijos y de los que se niegan a la invitación de serlo. 


2) Jesús nos enseña a ponernos delante del Padre solidarios de las faltas de todos nuestros hermanos y de todos los hombres que no quieren ser hijos suyos ni hermanos nuestros. El Padre no es ofendido solamente por mí o por cada uno de nosotros, en forma individual. Y al que es hijo de verdad, no le duelen solamente las ofensas que le infiere él mismo al Padre, cuando se comporta más como hijo de Adán y Eva que de Dios. Le duele ver al Padre ofendido por sus hijos y por el desprecio con que su llamado a la Humanidad es desoído.


3) La conciencia filial está embargada por ese dolor de ver al Padre ofendido. Ofendido por uno mismo, pero sobre todo y quizás más, por las ofensas de otros. Cuanto más crece un hijo en el temor de ofender al Padre, más le duele ver que se lo ofende y cuánto se lo ofende; y cómo sus propias ofensas se suman a un mar de menosprecio y vituperio, que tanta Bondad no merecería. 

4) Esta petición expresa el sufrimiento filial de Jesús ante la gloria del Padre conculcada por sus propios hijos. Invita a considerar la ofensa que le infiere al Padre uno mismo, pero en el contexto de las de los hermanos y de los que se niegan a oír el llamado a vivir como hijos. “Perdona, pues, nuestras ofensas”. Siempre (y todos) nos quedamos cortos en el vivir como hijos. No le reconocemos al Padre sus derechos sobre nosotros. Y arrebatándole sus derechos, estamos en deuda con él. 

5) ¡Pero de ahí nacen las demás injusticias entre nosotros! Por eso se enlaza el pedido de perdón con la condición de perdonar. Si fuéramos hijos de Dios perfectos, seríamos también hermanos perfectos. Si no ofendiéramos al Padre no nos ofenderíamos entre nosotros. Y viceversa, si nos ofendemos y herimos, es porque ofendemos al Padre. A la comunión en la santidad se opone una especie de perversa comunión en la ofensa, la injusticia y las deudas no saldadas con Dios y con los demás. 

6) Esta comprobación no debe, sin embargo, engendrar en nosotros una culpabilidad destructiva y desesperanzada. El pecado original no tiene ya derechos sobre nosotros. Todo lo puede en nosotros la Sangre de Jesús si acudimos a su poder salvador. Esta petición nace de una convicción profunda de Jesús: ante el Padre de la misericordia podemos comparecer todos con todas nuestras llagas al descubierto, cuando las deploramos y pedimos ser sanados. En esa escuela, sanados de todo duro juicio puritano hacia nosotros mismos y hacia los demás, aprenderemos a compadecer la llaga del que nos ofende, del que es injusto con nosotros y nos niega lo que se nos debe. Y podremos vivir la Bienaventuranza de los que viven sin juzgar (Mt 7,1-5).


9. – PERDONA NUESTRAS OFENSAS (4)

Este es el clamor intercesor de Jesús ¿En qué sentido pudo orar Jesús diciendo: “perdona nuestras ofensas”?

1) Parecería que Jesús no se pudiese incluir en el Nosotros del Padre Nuestro cuando dice “perdona nuestros pecados”. ¡Cómo! ¡Si Él no tuvo pecado! ¿Cómo podría incluirse entonces Jesús a sí mismo en esa petición? 

2) Ciertamente el Padre es, como Jesús mismo dice: “Mi Padre y vuestro Padre” (Jn 20, 17). Por lo tanto, Jesús se incluye a sí mismo en el número de los hombres que invocan al Padre como “Padre nuestro”. Él es “el primogénito de muchos hermanos” (Rom 8,29; Col 1,15).

3) Las tres primeras peticiones del Padre Nuestro, que son invocaciones al Padre, expresan los sentimientos de Jesús y de todos los que tienen corazón de Hijo: “¡Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad!”. 

4) ¿En qué sentido puede decir Jesús: ‘perdona nuestras ofensas’? No ciertamente porque hubiese en Él pecado alguno. Él desafía a sus adversarios diciendo: “¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?” (Jn 8,46). La carta a los Hebreos afirma que Jesús es “en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hebr 4,15). E insiste afirmando que Jesús es: “Sumo Sacerdote santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos, que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día [...] por sus pecados propios” (Hebr 7,26). Sin embargo, Jesús se constituye “Sumo Sacerdote ... en orden a expiar los pecados del pueblo” (Hebr 2,17). 

5) Jesús se solidariza y considera propios los pecados del gran Nosotros humano y del gran Nosotros filial, y se ofrece a sí mismo por los pecados de todos, como apropiándose de ellos delante del Padre. Porque “Él cargó sobre sí nuestros pecados y fue triturado por nuestras rebeldías. Él soportó el castigo que nos trae la paz” (Isa 53,5). “Él fue contado entre los rebeldes” (a pesar de no serlo); “llevó los pecados de muchos e intercedió por los rebeldes” (Isa 53,12). “Cristo nos rescató de la maldición de la Ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros” (Gal 3,13).

6) “¡Perdona nuestras ofensas!” ¿Era ése el clamor de Jesús al Padre del que leemos en la carta a los Hebreos?: “Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente” (Hebreos 5,7-9). 

7) Jesús, nuestra cabeza, oró “una vez para siempre” (Hebr 7,27) pidiendo perdón por nuestros pecados. Y así como oró nuestra cabeza, así conviene que ore su cuerpo; los que tienen “los mismos sentimientos que Cristo Jesús” (Flp 2, 5). Aunque ellos mismos hayan sido sanados y sacados de una vida de pecado, piden perdón, sabiéndose pecadores y solidarizándose con los pecadores, como el justo Daniel con y por su pueblo:

8) “Derramé mi oración al Señor mi Dios, y le hice esta confesión: ¡Ah Señor, Dios grande y temible que guardas la Alianza y el amor a los que te aman y observan tus mandamientos! Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus normas. No hemos escuchado a tus siervos los profetas...” (Dan 9,4ss). “Todavía estaba haciendo yo oración y confesando mis pecados y los pecados de mi pueblo Israel... “ (Dan 9,20) 


10. - COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN

Si queremos orar como el Hijo tenemos que perdonar como el Hijo y con el Hijo

1) Viviendo como el Hijo, Jesús nos enseña a vivir como Hijos. Orando como el Hijo nos enseña a orar como Hijos. Y perdonando como el Hijo nos enseña a perdonar como Hijos. Si es que queremos ser hijos del Padre que perdona, tenemos que perdonar también nosotros a los que nos ofenden. Nadie es hijo si no obra como ve obrar a su Padre.

2) La principal razón por la que debemos perdonar es porque Jesús, el Hijo, perdonó. Perdonar es uno de los principales aspectos de la misión del Hijo al mundo. Jesús perdonó muchas veces a lo largo de su vida. Perdonó en nombre de Dios y en su propio nombre. Se presentó a sí mismo perdonando los pecados y provocó por eso la extrañeza o el escándalo de muchos: 

3) “¿Quién es este para perdonar pecados?” (Lc 7, 49). Viendo la fe del paralítico, le dijo “Tus pecados te son perdonados” (Mt 9,2; Mc 2,5). Y ante el escándalo de algunos presentes, afirmó que “el Hijo del Hombre tiene en la tierra poder para perdonar pecados” (Mc 2, 7). Viendo el gran amor de la mujer pecadora, dijo a quien la menospreciaba: “te digo que le son perdonados muchos pecados, porque amó mucho”. Y a ella le dijo: “tus pecados te son perdonados” (Lc 7, 47-48). 

4) Pero sobre todo, él mismo, personalmente, perdonó en la hora solemne de la Cruz, y pidió al Padre que perdonara: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Esta lección, dada a sus discípulos desde la cátedra de la Cruz, la han repetido desde entonces millones de discípulos mártires. Son, ellos también, herederos del ministerio del perdón que inauguró, en la Historia de la Humanidad, su Maestro.

5) En su primer visita de resucitado, junto con la infusión del Espíritu Santo, Jesús comunicó su misión de perdonar a los apóstoles y a través de éstos a la Iglesia: “como el Padre me envió, así os envío yo, ... recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados” (Jn 20, 21-23). 

6) Esta misión incluye no solamente la potestad del perdón sacramental propio del sacerdocio ordenado, sino también todo ejercicio del perdón, no sacramental, pero no menos fermentador de la historia humana, por parte de cualquier bautizado. Cuando un hijo de Dios perdona, actúa como ministro del perdón del Padre. 

7) El pueblo cristiano ha sido enviado a la historia de los pueblos a introducir y enseñar la sabiduría del perdón. Hay todavía pueblos que consideran que la venganza es una obligación de piedad y una virtud. No ha de ser así el pueblo cristiano. Por eso, si no perdona, no puede recibir perdón. Por lo cual Jesús enseña: “Perdonad y seréis perdonados” (Lc 6, 37).


11. - PERDÓNANOS COMO NOSOTROS PERDONAMOS 


Es la Iglesia la que dice esta oración y la que cumple la condición. 
Aunque yo no lo logre aún, su ejemplo me arrastra y me estimula.

1) Para que el Señor escuche nuestra petición de perdón, el Padre requiere de nuestra parte que perdonemos al prójimo las ofensas que nos haya hecho. Se trata de una condición. De otra manera no nos perdonaría. Leemos en la Escritura: “¿Guarda ira el hombre al hombre y pide a Dios la salud?” (Ecclo. 28,3). Y también: “perdonad y seréis perdonados” (Lc 6, 37). 


2) Es ésta la única condición que nos pone Jesús en todo el Padre Nuestro. Y es la única que se exige para alcanzar el perdón. Es imprescindible que la cumplamos para alcanzar el perdón. Si no perdonamos no nos perdonará a nosotros.

3) Argumenta Santo Tomás: “¿Podrías quizás decir: Diré lo primero, es decir, ‘perdónanos’ y callaré lo segundo ‘como nosotros perdonamos’?”. Y agrega con algo de buen humor: “¿Es que quieres engañar a Cristo? Ciertamente no lo engañarás. Puesto que fue Cristo quien compuso esta oración, se acuerda muy bien de ella. No puede ser engañado. Por lo tanto, si la dices con la boca cúmplela con el corazón” . 

4) ¿Entonces no habrá que decirla si uno no tiene el propósito de perdonar? Parecería que fuese cuestión de sinceridad y de verdad rezarla solamente si uno ha perdonado realmente, y que habría que omitirla si aún se guarda algún rencor en el corazón y no se tiene el propósito de perdonar. Pero, como observa el mismo Santo Tomás, quien la rezara así, no mentiría “porque no ora en nombre propio, sino en nombre de la Iglesia, y la Iglesia no se engaña. Por eso esta petición se expresa en plural” .

5) Acerca del ‘cómo’ perdonamos, hay dos modos de perdonar. Uno es el modo de perdonar de los perfectos, y consiste en que el ofendido vaya al encuentro del ofensor, conforme a la recomendación del salmista: ‘busca la paz’ (Sal 33, 15). El otro es el modo común a todos, que a todos obliga, y consiste en conceder el perdón a quien lo pide. ‘Perdona a tu prójimo cuando te agravie’, dice la Escritura, ‘y así, cuando tú implores el perdón, te serán perdonados tus pecados’ (Ecclo. 28,2)” . 

6) A esta petición corresponde la Bienaventuranza: ‘bienaventurados los misericordiosos’ porque la misericordia hace que tengamos piedad de nuestro prójimo, aún cuando nos ofenda.

¡Oh Padre, quiero ser hijo tuyo y obrar como tú obras! Sana en mí la herida del pecado original que me hace vengativo y rencoroso. Aseméjame a Jesús tu Hijo para que mi conciencia te glorifique. Sana en mí la herida de la iracundia.


12. - NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN 

¿Qué es la tentación? ¿Cómo y por quién somos tentados? ¿Cómo somos ayudados?

1) ¡Más vale prevenir que curar! Después de pedir perdón de los pecados cometidos, Jesús nos enseña a pedir ayuda para no volver a caer. No dice que pidamos ‘no tener tentaciones’ o ‘no ser sometidos a tentaciones’, ‘no nos tientes’ o ‘ no permitas que nos tiente el Malo’, sino que pidamos ayuda para no caer.

2) Comentando esta petición Santo Tomás se pregunta tres cosas: 
a) Qué es la tentación; 
b) Cómo somos tentados y por quién; 
c) De qué manera somos librados de la tentación.
3) Primero: Tentar es poner a prueba la virtud. Ser tentado es ser puesto a prueba. Es proponer nuevas ocasiones de elegir a quién amar, para ver a quién sigue uno eligiendo, a quién quiere seguir amando. Ser tentados no es malo, más aún, es inevitable. El amor es una elección y una elección que debe mantenerse a lo largo de toda la vida, renovándose cada día y en cada ocasión. La tentación no es otra cosa que una ocasión o una propuesta de elegir a quién amar. A quién amar más.

4) Segundo: ¿Quién tienta al hombre? Nos tientan: Dios, la carne, el mundo y el demonio; por contrarios fines. Dios nos prueba para aquilatar nuestra caridad. Jesús pone a prueba el amor de Pedro cuando le pregunta ¿Me amas? Dios nos ‘tienta’, con preguntas de amor encaminadas a que lo amemos más y a que nuestra caridad sea más gloriosa y agradable.

5) La Carne, el Mundo y el Demonio, al contrario, nos tientan intentando seducirnos para que elijamos amar otras cosas más que a Dios. 

6) ¿Cómo somos tentados por la Carne, el Mundo y el Demonio? 

a) La carne, es la naturaleza humana herida por el pecado original. Nuestra naturaleza herida nos tienta instigándonos al mal y apartándonos del bien. Habiendo sido creados como una creatura compuesta de cuerpo animal y alma espiritual, el hombre es como una combinación de animal y ángel. El Pecado original rompe el equilibrio entre ambos componentes y su armónica composición. Puede predominar en nosotros ya sea el componente corpóreo, animal e instintivo, ya sea nuestro componente espiritual, anímico. El predominio irracional de lo corpóreo nos ‘achancha’ por la preponderancia de los deseos instintivos. El predominio desordenado de lo anímico nos ‘angeliza’ por el exaltado predominio de la voluntad desorbitada. La carne nos tienta, pues, para rebajarnos ‘como animalitos’, o para remontarnos a lo angélico, al ‘ejercicio ilegal de la divinidad’, a la usurpación de la Providencia.

b) El Mundo es la sociedad de los hombres heridos por del pecado original. El Mundo es la Babilonia, la ciudad edificada sobre las siete colinas de los vicios capitales. El Mundo nos tienta pretendiendo imponérsenos. Lo hace al modo humano, como se imponen unos hombres a otros para someterlos a su voluntad: mediante el halago o la amenaza; por un afán excesivo de cosas temporales; o por el terror que inspiran los perseguidores y los tiranos. 

c) El Demonio, finalmente, tienta primero bajo apariencia de bien; luego encadena al hombre en el pecado. 

7) Tercero: ¿Cómo somos preservados de caer en la tentación?: por el fervor de la caridad y por la luz del entendimiento. Por eso, esta petición está relacionada con el don de entendimiento y con la bienaventuranza de los limpios de corazón.


13. - LA TENTACIÓN (1)

La tentación es algo inherente a la condición humana. Es la ocasión de elegir amar al Padre como hijos. 

1) Hay muchas tentaciones. Pero Jesús parece referirse aquí a una particular que es la raíz de todas; a la que todas pueden reducirse. En clave del pensamiento filial, podemos interpretar que es aquella tentación que nos hace caer del amor filial, que nos aparta del amor al Padre hacia otros amores alternativos. 

2) La tentación es inevitable. Adán y Eva fueron sometidos a ella aún antes del pecado original, es decir, siendo aún seres humanos inocentes. La tentación no es, por lo tanto, una consecuencia de la condición pecadora de la naturaleza humana caída por el pecado original. La tentación es algo inherente a nuestra condición de creatura libre y espiritual, que ha de elegir libremente responder con amor al amor de Dios. Es decir que, el bien y el mal, que se propone a la elección de la persona humana, no son de naturaleza material ni abstracta. 

3) El bien del hombre, como creatura compuesta que es - por su cuerpo, animal, material y orgánica, y por su alma, espiritual -, es, sin duda complejo y compuesto. Hay ‘bienes’ que el hombre tiene en común con los seres materiales, animales y orgánicos, como por ejemplo los alimentos. Y hay bienes que tiene en común con los seres espirituales: el amar y ser amado, el querer, el disponer. Pero el Bien adecuado para un ser de naturaleza personal, ha de ser otra persona. La tentación o la prueba no es otra cosa, que elegir a quién amar. 

4) Lo que se decide en la prueba o tentación es: si me juego por la comunión con las Tres Personas divinas; o con los bienes que me propone el Tentador. Jesús propone esta disyuntiva en estos términos: ‘servir a Dios o al dinero’. Una vez que, por la caída de Adán y Eva, ha sobrevenido el pecado original, quedamos con una voluntad debilitada para elegir bien. Es decir, para elegir a Dios una y otra vez y en todas las situaciones, por arduas que sean. 

5) Por eso, Jesús nos enseña a pedir la gracia que nos asista para no caer en la tentación: para no elegir mal. Elegir mal, no quiere decir solamente elegir un mal en vez de un bien, sino también un bien menor en vez del Bien mayor, adecuado a nosotros. 

6) La elección del bien es un acto de la virtud cardinal de la Prudencia en la que entran en juego las demás virtudes cardinales que hacen posible el acierto en la elección: justicia, fortaleza y templanza. La tentación es una propuesta, un desafío a nuestra prudencia. Que no nos deje el Padre errar en esa decisión es lo que nos hace pedir el Hijo.

¡Oh Padre, danos la prudencia de la serpiente y la mansedumbre de la paloma!

14. - LA TENTACIÓN (2)

La tentación se le presenta al varón y a la mujer en forma disimétrica

1) El pecado original desequilibró la armoniosa combinación de materia y espíritu que es el hombre. En esta creatura que somos, Dios quiso anudar armoniosamente el mundo animal y el angélico, lo material y lo espiritual, lo creatural con Lo Divino. Somos una creatura comparable al horizonte, dice Santo Tomás de Aquino, porque en el horizonte se tocan el cielo y la tierra, lo temporal y lo eterno . En nosotros se tocan la materia y el espíritu, lo humano y lo divino. Estábamos destinados a ser los diputados del universo material creado para dar gloria a Dios y cantar ‘delante de los ángeles´ Lo cual puede interpretarse de dos maneras: en presencia de los ángeles, o con precedencia sobre los ángeles.

2) El pecado original ha destruido, en nosotros, esa armoniosa unión entre lo animal instintivo y lo espiritual angélico. Ha cesado en el hombre, como canta y pide un himno del oficio divino, la ‘concordia de cuerpo y alma’. Debió venir la gracia a sanarlo y restablecerlo.
A consecuencia del pecado original, el ser humano, o bien se rebaja a una vida según el instinto animal, o bien se exalta en soberbia voluntad de poder, usurpando lo que es propio de lo angelical o lo divino. 

3) Ese desequilibrio que ha introducido el pecado original, ha afectado tanto al varón como a la mujer. Pero los ha afectado en forma disimétrica. 

a) Al varón tiende más bien a bajarlo a lo animal haciéndole perder el dominio espiritual de lo pasional y lo instintivo. El pecado dominante del varón, el que más lo deshumaniza, es la lujuria. 

b) A la mujer, en cambio, tiende más bien a desordenarla por una exaltación indebida de lo anímico, de lo propiamente espiritual humano, tendiente a usurpar lo angélico o divino. El pecado dominante de la mujer es la dominación. El deseo desordenado de hacer el bien según ella lo entiende. A ella la inclina a usurpar el juicio divino acerca del bien y del mal y a incurrir en un apetito inmoderado de control. No necesariamente por malicia, sino por el bien de los suyos, ella quiere realizarlo todo tal como ella lo entiende y a toda costa. Así resulta inclinada al “ejercicio ilegal de la divinidad”. A fuerza de querer que todo sea como ella lo quiere, suele no ver a las personas, sobre todo a los que ama, como en realidad son.

4) Es por eso que el Tentador le ofrece a Eva, (y no a Adán) ‘ser como Dios’: por el conocimiento del bien y del mal. Y por eso Eva emplea sus ‘nuevos poderes’ para darle ‘una comida sabrosa’ a su marido. Eva usurpa ingenuamente la ‘Divina Providencia’ y Adán se ‘ceba’ como un animalito con el pan de la desobediencia. 

¡Padre, no nos dejes caer en estas tentaciones! ¡Libra a tus hijos de ser arrastrados por los instintos de su cuerpo y a tus hijas de la exaltación desordenada de los afectos de su alma!



15. - ¿PUEDE TENTARNOS DIOS?

El Señor nos pone a prueba para nuestro bien

1) Explicando por quién somos tentados dijimos, citando a Santo Tomás, que somos tentados por Dios, la carne, el mundo y el demonio. Parecería que esto no es así, porque la carta de Santiago 1, 13 dice expresamente que ‘Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie’.

2) Dios nos prueba, concederá alguno, pero objetará que no nos tienta, porque tentar dice relación al pecado. Por tanto parecería que no conviene emplear la palabra ‘tentar’ referida a Dios. 

3) Es verdad que en el uso corriente, tentar significa más bien inducir al mal. Pero no es así en la Escritura y en la Tradición. En realidad, en la Sagrada Escritura, tentar es lo mismo que poner a prueba. Y así lo ha reconocido la Tradición, los Santos Padres, Doctores y estudiosos.

4) “El tema de la ‘tentación’ o ‘prueba’ – dice Sabugal , que muestra que son sinónimos – recorre prácticamente todo el Antiguo Testamento, como una de sus ideas centrales, desde el principio (Gen 3,1-5; 22,1) hasta el final (Sap 3,5-6; 11,9). Una temática enraizada, por lo demás en el empleo del verbo hebreo nassáh cuya forma intensiva nissáh , significa no solamente intentar y experimentar, sino también, explícita e inequívocamente: poner a prueba a alguien . Así en la Escritura se habla de tentar o poner a prueba

a) un hombre a otro (1 Re 10,1) 
b) el hombre a Dios (Ex 17, 2.7; Nm 14,22) y 
c) Dios al hombre (Gn 22,1; Jue 2,22; Jdt 8,25.27; Tob 12,13; Job 10,17 etc.; Sal 26,2)”.

5) El Señor no sólo permite que el Malo nos tiente; sino que Él mismo tienta. Véanse los siguientes ejemplos bíblicos que lo demuestran: 

a) “Dios tentó (= nissáh) a Abraham” (Gen 22,1), quien, “en la prueba fue hallado fiel” (Ecclo 44,20). Santiago declara: “¡Feliz el hombre que soporta la prueba!” (Sant 1,12) y elogia a Abraham por haberla superado mostrando, gracias a ella, su fe en obras (Sant 2, 21-23). 
b) Dios puso a prueba repetidas veces al pueblo elegido en el desierto (Ex 15,25) y el autor sagrado explica con qué propósito: “para ver si anda o no según mi ley” (Ex 16,4); “para que el temor de Dios esté ante vuestros ojos y no pequéis” (Ex 20,20); “para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos [...] para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre” (Dt 8,2). 

c) El Eclesiástico advierte: “si quieres servir a Dios prepara tu alma para la prueba, [...] porque en el fuego se purifica el oro y los adeptos de Dios en el horno de la humillación” (Ecclo 2,1.5).

6) Santo Tomás enseña, pues, con razón, que nos tientan Dios, la carne, el mundo y el demonio; pero por contrarios fines. Dios: para aquilatar nuestra caridad. Lo que niega Santiago es que Dios sea tentado por el mal o tiente a nadie ‘para mal’. Pero que Dios tiente y ponga a prueba es modo de expresarse bíblico, que si se entiende bien su sentido, no debe escandalizarnos ni se ha de rechazar.


16. - NO NOS DEJES ‘ENTRAR’ EN LA TENTACIÓN

“La ‘entrada’ en la tentación es la ‘salida’ de la condición filial”. 

1) La fórmula habitual del Padre Nuestro que rezamos en la liturgia eucarística, la que encontramos impresa en los libros litúrgicos y en los devocionarios, la que rezamos habitualmente, dice: ‘no nos dejes caer en la tentación’. Pero Jesús no dijo: no nos dejes caer sino: ‘no nos hagas entrar’. El término griego eisenénken Mt 6,13; Lucas 11,4) quiere decir hacer entra, dejar entrar. También en latín se dice ‘ne nos inducas’: no nos hagas entrar en la tentación.
2) Con esta fórmula extraña se han roto la cabeza los intérpretes: “¡no nos hagas entrar en la tentación!” [me eisenénkes hemás eis peirasmón]. ¿Cómo puede Dios meterlo a uno en la tentación?. 

3) Precisamente porque es una fórmula que resulta chocante, la Iglesia nos la ha explicado maternalmente, haciéndonos orarla así: “no nos dejes caer en la tentación”. 

Esta fórmula suprime la extrañeza, pero tiene sus inconvenientes: solemos entenderla en un sentido reductivo o predominantemente moral. Como si se tratara de las tantas caídas contra los mandamientos o en las concupiscencias y los vicios capitales. Tendemos a entenderla como: “no nos dejes pecar cuando tenemos tentaciones”.

4) La expresión entrar en la tentación, nos pone, en cambio, sobre la pista de la justa comprensión del sentido del caer y de la naturaleza de la tentación. Sabugal lo explica luminosamente al poner esta expresión en paralelo con la que habla de “entrar en el Reino”. “‘Entrar en la tentación’ – explica Sabugal - es una expresión del todo análoga a ‘entrar en el Reino’ (Mc 9, 47) o ‘entrar en la vida’ (Mc 9,43.45) lo cual equivale a tomar posesión definitiva de esa realidad salvífica: instalarse en ‘el Reino’ y participar de ‘la vida’” . 

5) “El ingreso metafórico, sin embargo, es del todo normal para un semita” . Nosotros hemos explicado la expresión ‘entrar en el Reino’ como ‘entrar en la condición filial’. “Análogamente, ‘entrar en la tentación’ - explica Sabugal - significa, penetrar en su interior, [...] participar personalmente en ella o entrar en comunión con ella; [...] instalarse temporal o definitivamente en la tentación o sucumbir a ella. De esta instalación piden al Padre sus hijos ser preservados, cuando inician la súplica diciendo: “No nos hagas entrar”, o sea: “Haz que no entremos en...” .
6) Jesús no nos enseña a pedir que el Padre nos evite tentaciones o que no nos deje caer en las tentaciones. Jesús no habla de tentaciones, en plural, sino de la tentación, en singular. O sea, por lo visto, de una tentación; muy concreta; de la que brotan y a la que se reducen todas las demás, pero es la más grave de todas y la decisivamente fatal. La entrada en esa tentación no es otra cosa que la salida de la condición filial, el abandono o el menosprecio de la divina filiación. Y ésa es la gran tentación, la madre de todas las tentaciones. La mortal.

17. - ‘LA’ TENTACIÓN (3)


La tentación consiste principalmente en no buscar primero y ante todo la justicia filial.

1) Jesús no nos hace pedirle al Padre que nos exima de ‘pruebas y tentaciones’. Ellas son necesarias. Cuando Pablo pidió ser librado de una, el Señor le respondió: "Mi gracia te basta, porque mi fuerza se muestra perfecta en la debilidad de la prueba” (2 Cor 12,7-9). 

2) Pablo pudo así no sólo resignarse sino valorar y aceptar gozosamente las pruebas y tribulaciones. Comprendió perfectamente la sabiduría divina de las pruebas, que también celebra el capítulo once de la carta a los Hebreos.

3) Pablo aprendió así que Dios “no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas” sino que nos da el poder de resistirlas y vencerlas (1 Cor 10,13); y asimismo que todas las tentaciones contribuyen al bien de los que aman a Dios (Rom 8,28-39). Los Apóstoles enseñaron desde muy temprano a la Iglesia naciente que “nos es preciso entrar en el Reino de Dios a través de muchas pruebas” (Hech 14,22; ver Ecclo 2,1.5).

4) Jesús nos hace pedir que no entremos en la suprema tentación. ¿cuál? Es, como la de Cristo en el desierto, compleja pero una sola: “Si eres el Hijo de Dios”. 

5) Es ante todo “la” tentación polimorfa pero dirigida contra nuestra condición filial. ¿Cómo me pasa esto si Dios es mi Padre? ¿Cómo permite mi Padre que me pase esto? ¿De qué me vale vivir como hijo si Él me trata como a cualquiera? ¿De qué me aprovecha ser su hijo si nadie me lo tiene en cuenta? ¿Qué saco con ser su Hijo? ¿Cómo es que ni siquiera termina de corregirme del todo de mis miserias? ¿Cómo es que no me escucha? 

6) Apenas alguien se pone a vivir como hijo tiene que confrontarse con el Tentador en múltiples formas. No sólo con estas preguntas que le vienen desde adentro sino con los desafíos y las burlas que le vienen de afuera. Recordemos el cruel: “Si eres el Hijo de Dios, bájate de la Cruz” (Mt 27,40.42). 

7) Al que quiere vivir como hijo no faltará quien, desde afuera, lo desafíe a que lo demuestre con su conducta, con sus obras, con una virtud especial. ¿cuántas veces no hay que sufrir frases como: “¡Vos que sos tan católica!”, “¡¿De qué te sirve andar rezando todo el día y no perderte misa?!”.

8) La tentación en que podemos entrar, como se entra en una trampa, en una estafa, es que terminemos valorando más cualquier cosa que sea, así sea nuestra propia vida, que el vínculo filial que nos une al Padre. Eso es lo que Jesús nos advierte en el Huerto de los Olivos: “Velad y orad para que no entréis en la tentación” (Mt 26,41) de amar más este pellejo que el amor del Padre.


18. - ‘LA’ TENTACIÓN (4)


Es, en primer lugar, ‘la’ tentación de ser infieles a la condición filial: el escándalo ante la Cruz

1) Dice el P. Sabugal: “Los discípulos de Jesús no piden al Padre ser preservados de entrar en una tentación general, sino de “entrar en la tentación”, o sea instalarse en una tentación concreta. ¿Cuál es exactamente? ”. 

2) La exhortación de Jesús en el Huerto a los discípulos que no logran velar en oración nos orienta para comprenderlo: “¿De modo que no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para que no entréis en la tentación, porque el espíritu está pronto pero la carne es débil” (Mt 26,40-41; Lc 22,45-46; Mc 14,38). 

3) Esta tentación es el escándalo ante la cruz: “Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche” (Mt 26,31). Es la tentación de Pedro ante el anuncio del destino sufriente del Mesías (Mt 16,21-23); la de los discípulos de Emaús (Lc 24,20-21). Es avergonzarse de pertenecer a Cristo ante “esta generación adúltera y pecadora” (Mc 8,38; Lc 9,26) y desemboca en la negación de Cristo ante los hombres (Mt 10,33; Lc 12,9); como Pedro ante la sirvienta del Pontífice (Mt 26,69). Por eso enseña Jesús que pidamos “Haz que no entremos en la tentación de avergonzarnos de tu Mesías, de tu Hijo y de su mensaje, y renegar de él delante de los hombres” .

4) Pero esta tentación se extiende a las ocasiones de la vida de los hijos en que se hacen partícipes de la suerte de su Maestro. Pablo exhorta a Timoteo: “no te avergüences de Jesucristo ni de mí su prisionero” (2 Tim 1,8). 

a) Es la tentación de ser infieles a la condición filial; de desconfiar de la Providencia del Padre en medio de las necesidades o de las persecuciones, ante los tribunales. 

b) Desconfiar de su misericordia en las tentaciones, en las caídas o pecados. 

c) Es la tentación de quedarse cortos en reflejar, amando a los enemigos, la perfección del Padre (Mt 5,48), que consiste en su misericordia amorosa con los pecadores y enemigos. 

d) Es la tentación de sacar gloria propia, o provecho material, de la condición filial. 

e) Es, por fin, la negativa a perdonar y la falta de esperanza en que seremos perdonados. 

5) Jesús nos enseña a pedir ser preservados de entrar en esta tentación de “desnaturalizarnos”, de salirnos de la condición filial. Tenemos que pedirlo porque nuestra carne, débil, sucumbiría sin el auxilio divino; sin la fuerza espiritual obtenida en oración. 

6) En efecto, los discípulos deberán soportar pruebas: persecución, odio, injuria, calumnias, denuncias, marginación y tortura. En esas situaciones la tentación consistirá en avergonzarse del maestro, renegarlo ante los hombres, ser infieles a la propia filiación divina, profanar el nombre del Padre, tergiversar el significado de su reinado, rechazar su señorío, dudar de su perdón o rehusar otorgarlo a los propios deudores. 


19. – ‘LA’ TENTACIÓN (5)


Nuestra tentación y ‘la’ tentación de Jesús

1) Jesús, verdadero hombre, conoció ‘la’ tentación. Por eso, meditar en las tentaciones de Jesús nos ayuda a entender mejor la naturaleza de la tentación a la que le pedimos al Padre que no nos deje entrar.

a) ¿Quién tentó a Jesús?: el Tentador (Mt 4,3); Satanás (Mc 1,13), el Diablo (Mt 4,1 y Lc 4,2). 

b) ¿Dónde y cuándo lo tentó?: en el desierto, durante toda su vida, y principalmente en su Pasión. Después del Bautismo en el Jordán y antes de comenzar su ministerio, el Espíritu Santo lo condujo a la confrontación con el Malo. Lo “levantó” dice San Mateo; lo “arrojó afuera”, dice Marcos; lo “condujo” dice Lucas (Mt 4,1; Mc1,12; Lc 4,1).

c) La Tentación aparece por lo tanto como algo a lo que el Espíritu Santo nos conduce, nos arroja y en la que nos guía. Jesús es llevado a la confrontación con el Tentador, pero también sostenido para que lo venza. 

d) ¿Cómo lo tentó? Estamos al comienzo de su ministerio. El Tentador procura desviar a Jesús de su vocación mesiánica, de su misión de Siervo de Dios, proponiéndole un mesianismo político; buscar su propia gloria. Trata de desvirtuar su condición filial. Lo induce a desviarse de su vocación mesiánica, de la misión que le asignaba el Padre: Siervo que realizara su voluntad salvadora, con obediencia gozosa, por el camino del sufrimiento (Isa 53). Jesús rechazó y venció esa tentación (Mt 4,4.7.10). 

2) Pero, aunque perdidoso, el Tentador volverá a tentarlo otras veces. Dice Lucas: “Acabado todo género de tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno” (Lc 4,13). 

3) No ha de extrañarnos que habiendo rechazado victoriosamente la tentación, ésta vuelva otra vez y aún muchas veces. La tentación nos acompaña toda la vida y acompaña a la Iglesia en todos los tiempos de la historia. Ni debemos extrañarnos de que vuelva a asaltarnos el Tentador, directamente o por medio de sus servidores, cuando nos ve debilitados por persecuciones, tristezas, infortunios, enfermedades o la cercanía de la muerte. 
4) Jesús sufrió muchas tentaciones durante su vida pública. Por ejemplo, cierta vez, después de la multiplicación de los panes, la muchedumbre lo buscaba para hacerlo rey (Jn 6, 15). Pero Jesús huyó de ellos porque querían cambiarle la misión del Padre e imponerle la misión política e intramundana de darles de comer (Jn 6,26-27). 

5) Cierta vez, Él y sus discípulos tenían hambre y sin embargo Jesús no multiplicó los panes para sí ni para ellos, sino que la calmaron desgranando espigas de trigo crudo al borde de un sembrado (Mt 12,1-8). Sigue siendo hoy una tentación que la Iglesia rechaza, la de que los hombres, a veces incluso el poder político, pretendan limitar su tarea a la asistencia social y al bienestar intramundano. 


20. - ‘LA’ TENTACIÓN (6)


Jesús, por haber sido tentado él mismo, puede ayudar a los que nos vemos tentados, como pontífice misericordioso

1) Hemos visto cómo Jesús fue tentado no solamente en el desierto, al comienzo de su ministerio, sino durante toda su vida. El Tentador, directamente o a través de los hombres, quiso desviarlo de la misión del Padre, imponiéndole miras mundanas y humanas. 

2) Aún antes de la Pasión, durante la vida pública, Jesús había sido tentado una y otra vez: por sus propios discípulos, por las multitudes, por las autoridades de su pueblo. 

a) A Pedro debió reprenderlo porque se oponía al misterio de la Cruz: “apártate de mí Satanás, porque eres motivo de tropiezo para mí” (Mt 16,23). 

b) Otros lo tentaron pidiéndole signos (Mt 12,38-39; 16,1-4; Mc 8,11-13; Lc11,29-32; Jn 2,18; 4,48; 6,30). 
c) Los bienpensantes, que se escandalizaban de que comiera con publicanos y pecadores, lo hubieran desviado de su misión encerrándolo en sus criterios puritanos, ajenos a la justicia filial. 

3) El ‘momento oportuno’ en que volvió a atacarlo el Tentador fue la hora de la Pasión. En esa ‘hora’ en que la tentación alcanzó su clímax, se requirió de Jesús, verdadero hombre, una fortaleza heroica, alcanzada en la oración constante, que le mereció el título de “varón de dolores, familiarizado con el sufrimiento” (Isa 53,3) y lo erigió en el gran tentado y maestro de tentados: “habiendo sido tentado él mismo en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven tentados” (Hebr 2,18). 

4) Orando en el Huerto de los Olivos Jesús se muestra Maestro en resistir la tentación. Allí enseña a orar insistentemente al Padre y a pedirle la fuerza para “no entrar en la tentación” (Mc 14,35-39). Allí, un ángel lo conforta (Lc 22,43) para que “su pie no tropiece” (Sal 91,12 ¡ver Lc 4,9-11!) como tropezarán en la Pasión sus discípulos, a pesar de la enseñanza de su Maestro. 

5) Los que pasaban ante la cruz y los que la rodeaban, lo insultaban y se burlaban de él desafiándolo: “¡sálvate a ti mismo, si eres el Hijo de Dios, y baja de la cruz! [...] A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es, que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad lo quiere; ya que dijo: ‘soy Hijo de Dios’” (Mt 27,40-43). 

6) Así lo tentaban para que entendiese la salvación como ellos la entendían. Para que la redujese, como ellos, a la preservación de ‘esta’ vida y se apartase de la voluntad del Padre. Que hiciese su justicia filial a los ojos de los hombres para ser visto y aprobado por ellos. 

Así también es tentada la Iglesia y lo somos nosotros. Por eso: ¡Padre!: ¡no nos dejes entrar en ‘la’ tentación!


21. - LÍBRANOS DEL MALO


Esta petición es una sola con la anterior

1) Entre las múltiples enseñanzas que se desprenden de la meditación de las tentaciones de Jesús, ésta es una muy principal: el principal agente de la Tentación es el Malo. Comprendemos así que esta petición está íntimamente ligada a la anterior. Está como implicada en ella. Es su consecuencia lógica. Ésta y la anterior, son como dos partes o dos aspectos de una misma petición. 

2) En el estilo del pensamiento bíblico abundan estos paralelismos en que se repite lo mismo en forma distinta: “Una cisterna vacía, que no tenía agua” (Gn 37,24) “Soy viuda, murió mi marido” (2 Re 14,6). María los emplea abundantemente en su Magnificat: “Dispersó a los soberbios... derribó a los potentados” (Lc 1,51-52). Y Jesús también los usó “El que a vosotros escucha a mí me escucha, y el que a vosotros os rechaza a mí me rechaza” (Lc 10,16). “Todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz” (Jn 3,20). 

3) La expresión “No nos dejes entrar en la Tentación, sino líbranos del Malo” (Mt 6,13), es pues, una sola petición con dos miembros paralelos. Impedir la entrada en la tentación y librar del Malo son dos expresiones equivalentes para referirse a un mismo objeto, a un mismo hecho. 

4) El Malo, Satanás, el Demonio, es el Tentador, o sea el principal enemigo del vínculo filial; que pone todo su empeño en destruirlo minando la confianza de los hijos en la bondad del Padre. En eso consiste, precisamente, ‘la’ tentación. La tentación es lo contrario a la gracia. Procura impedirla o destruirla. 

5) En efecto, en el Nuevo Testamento, el espíritu impuro (pneuma akátharton) se presenta como el espíritu antagónico al Espíritu Santo (pneuma hagíon) porque obra el efecto contrario. Si el Espíritu Santo nos hace hijos y nos hace clamar: ¡Abbá!; el espíritu impuro, por el contrario, hace gritar “¡Qué tenemos que ver contigo! ¡viniste a arruinarnos! ¡te conocemos (pero no te amamos)!” (Mc 1,24; 5,7). 

6) El Espíritu Santo obra vinculación, pertenencia y fidelidad. El espíritu impuro, impide la comunión y la destruye donde existe. La obra propia del Malo es impedir la filialización de nuestro corazón, o provocar la desfilialización de nuestro interior y de nuestra vida. El Malo hacer dudar del amor del Padre, unas veces persuadiéndolos de que son demasiado malos, otras veces sembrando en ellos dudas acerca de la bondad del Padre. “El Padre no puede amarme siendo como soy”. “Si el Padre me amara no permitiría esto, no me abandonaría así”. 

Te pedimos Padre que nos mantenga fieles a nuestra pertenencia filial, que no nos dejes entrar en la tentación de dejar de tenerte por Padre, librándonos del Malo.



22. - ¡LÍBRANOS!


Eta liberación es la principal. La liberación de Egipto era su prefiguración, su imagen y su sombra. Pedimos que el Padre, como Go’el, nos dé y nos conserve la libertad de los hijos

1) Pedimos “¡líbranos!”. El verbo griego ruomai sugiere un matiz de liberación física, como un sacar o extraer de un poder personal enemigo, de una trampa, de una prisión: Zacarías celebra en su cántico: “nos libró de la mano de los enemigos para que lo sirvamos en santidad y justicia” (Lc 1,74). Pablo clama: “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom 7,24) y pide que el Señor “me libre de los incrédulos en Judea” (Rom 15,31). 

2) La liberación que se pide aquí es la acción propia del “Go’el”, el pariente redentor . El Go’el es una institución familiar del pueblo de Israel. El pariente poderoso, por ejemplo Bo’oz en el libro de Rut, era el Go’el, el libertador, el redentor, que debía auxiliar a sus familiares en toda necesidad, sobre todo rescatando al esclavo y recomprando las tierras. Análogamente, el “Dios Pariente”, el Santo de Israel es su Go’el poderoso (Isa 41,14) que promete tierra e hijos, que sale en defensa de los suyos, que los libera de la esclavitud de Egipto, les da tierras, es vengador de la sangre y asegura la descendencia.

3) Invocamos pues, al Padre, como a nuestro Go’el, para que defienda nuestra vida filial, para que asegure nuestra libertad de hijos, para que no permita que su pueblo se suma en la esclavitud entrando en la tentación, como quien se vuelve a la esclavitud de Egipto. 

4) La condición filial es una condición de libertad: “ya no eres esclavo, sin hijo, y si hijo, también heredero” (Gal 4,7); “para ser libres nos libertó Cristo” (Gal 5,13); hemos sido “llamados a la libertad” (Gal 5,13). ¡Pero Pablo alerta a los Gálatas!: es posible recaer en la antigua esclavitud (Gal 5,1). 

5) La Verdad completa que enseñará el Espíritu Santo (Jn 16,13), aquélla verdad de la que da testimonio junto con nuestro espíritu, consiste en que somos hijos de Dios, y por tanto libres y herederos de su vida divina (Rom 8,15-16). Es el Espíritu de la “verdad que hace libres” (Jn 8,32), que hace hijos y no esclavos (Jn 8,35-36). 

6) El Malo, en cambio, esclaviza. Es Satanás, el Príncipe de este mundo. En la Iglesia antigua se le llamaba “el Tirano”. Faraón lo representa bien. Ante su capacidad de mentira, de hipocresía y de violencia, invocamos la asistencia de nuestro Goel, de Nuestro Padre que está en los Cielos. Nuestra condición filial nos llena de paz, gozo y esperanza. La preservación de que hemos sido objeto tantos de nosotros, es una experiencia que nos persuade de la eficacia y del poder de nuestro Padre.

“¡Padre! ¡Líbranos del Faraón, del Príncipe de este mundo! ¡No nos dejes recaer en la condición servil! ¡Completa la liberación comenzada en nosotros al hacernos hijos tuyos! ¡que no reincidamos en la trampa de la esclavitud!”

Líbranos del malo


23. - LÍBRANOS ‘DEL MALO’


Jesús personaliza la existencia cristiana. Pertenecer al Padre pide decisión.

1) Para Jesús no hay alternativa, o se es hijo del Padre o del Demonio. “Si Dios fuera vuestro Padre me amaríais a mí... pero vuestro Padre es el Diablo” (Jn 8,44). O se pertenece al Padre o a la “raza de víboras” (Mt 3,7), a esta ‘generación’ perversa, mala y adúltera (Mt 12,39; 16,4). 

2) Toda la vida cristiana es una elección de pertenencia filial y sólo secundariamente una elección de las implicaciones de esa pertenencia. Se elige recibir la vida y la biografía de manos de Dios Padre o de ‘Otro’ u ‘otros’. 

3) El lenguaje impersonal y en consecuencia des-interpersonalizador, que habla de los “valores y antivalores”, no es apto para dar cuenta de la singularidad de este drama Precisamente porque despersonaliza las opciones vitales, como si fuesen elecciones solitarias y abstractas entre valores abstractos. Opera una regresión al individualismo moral, y a la justificación por la ley natural, no por insensible menos insensata (Gal 3,1). 


4) Pablo pone en guardia a los Gálatas contra la ilusión de buscar la justificación por la Ley. ¡No! Estamos entre el Padre y el Tentador. La opción consiste en aceptar la vida que ofrece el Padre o rechazarla. Jesús nos sugiere optar decididamente por la vida filial pidiéndole al Padre: “No nos dejes entrar en la Tentación, sino líbranos del Malo”. ¡Upa Papá! ¡Queremos ser hijos tuyos para siempre!

5) Según la Sagrada Escritura, la tentación y la prueba desfilializadoras, son obra del ‘Tentador’. Así lo llaman Mateo y Pablo alertando a sus fieles (Mt 4,3; 1 Tes 3,5). Él es el principal agente de las tentaciones. Satán significa, en hebreo, fiscal, acusador. Él acusa a Dios ante los hombres y a los hombres ante Dios. Para separarlos enemistándolos. Acusa a Dios delante de Eva (Gn 3,1-4). A Job delante de Dios (Job 1,9-11; 2,4-5). Él puso a prueba a Jesús, tratando de desviarlo de su obediencia filial: “Si eres el Hijo de Dios” (Mt 4,3.6). Él es el Acusador, que sigue acusando a los fieles día y noche (Apoc 12,10). 

6) Antes, durante y después de la Pasión, zarandea rabiosamente a Pedro y a los discípulos, como el trigo en la zaranda, los criba y pone a prueba (Lc 22,31). Él aguarda junto al sembrado, como los pájaros, para robar la semilla de la Palabra apenas sembrada en el corazón (Mt 13,18). 

7) Ante este Tentador y Fiscal, Padre de la Mentira y Homicida desde el principio (Jn 8,44) el Espíritu Santo, Espíritu de Verdad y Vida, se hace nuestro Abogado defensor. Nos defiende día y noche. ¿Cómo? 

a) En primer lugar nos hace fuertes para vencer al Mundo (1 Jn 5,4) y al Maligno (1 Jn 2,13-14). 

b) En segundo lugar, ya que no sabemos ni podemos orar como conviene, Él acude en nuestra ayuda y gime en nosotros con gemidos infantiles: 

“¡Abbá! ¡Papito!. 
Mira cómo ataca y acecha el Malo nuestro vínculo filial contigo, 
mira cómo apunta y tira contra nuestro corazón filial, 
mira cómo intenta raptarte los hijos! 
¡Danos la abundancia de tu Espíritu Santo,
que fortalezca el vínculo que nos une a Ti, 
que refuerce nuestra conciencia, nuestra pertenencia filial. 
Danos en abundancia el Espíritu filial, 
Que, desde el día de nuestro bautismo nos inspira obras de hijos, 
nos da conciencia y corazón filiales. 
Y sobre todo, nos hace fuertes y nos da la victoria que vence al Mundo
Y nos hace fuertes para vencer al Maligno.
Amén, Amén, Amén.

 

 

 

 


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