Carta IV (Ammonas) El Discernimiento ¡A los queridísimos hermanos en Cristo, un alegre saludo! Saben que les escribo como a hijos muy queridos, como a hijos de la
promesa e hijos del Reino. Por eso me acuerdo de ustedes noche y día, para
que Dios los guarde de todo mal y tengan siempre la solicitud por obtener de
Dios que les otorgue el discernimiento y la visión de lo alto; a fin de
aprender a discernir en todas las cosas la diferencia entre el bien y el mal.
Porque está escrito: El alimento sólido es para los perfectos, para aquellos
cuyas facultades están ejercitadas por el hábito de discernir el bien y el mal
(Hb 5,14). Estos han llegado a ser hijos del Reino y son contados en el rango
de los hijos, de aquellos a quienes Dios les ha dado la visión de lo alto
en todas sus obras, para que nadie los engañe, ni hombre ni demonio. Puesto
que el fiel es cautivado por la imagen del bien, y así muchos son engañados,
pues todavía no han recibido esa visión de lo alto. Por eso el bienaventurado
Pablo, sabiendo que esta es la gran riqueza de los fieles, dijo: Doblo las
rodillas noche y día ante el Señor Jesucristo por ustedes, para que les otorgue
una revelación con su conocimiento, que Él ilumine los ojos de sus
corazones, para que sepan cuál es la anchura y largura, la altura y
profundidad, a fin de conocer la caridad de Cristo que supera todo
conocimiento, etc. (Efe 3,14-19). Como el bienaventurado Pablo los amaba de
todo corazón, él quería que toda la gran riqueza que conocía, es decir la
visión de lo alto en Cristo, fuera dada a sus hijos queridos. Sabía, en efecto,
que si se les daba, ya no se fatigarían más en ninguna cosa y no temerían nada,
sino que la alegría de Dios estaría en ellos noche y día, que la obra de Dios
les resultaría dulce en todo, más que la miel y que el panal de miel (Sal
18,11); y que Dios estaría siempre con ellos para darles revelaciones y
enseñarles grandes misterios, de los que no puedo hablar con la lengua. Ahora, por tanto, mis amadísimos, puesto que ustedes me han sido dados
como hijos, pido noche y día, con fe y lágrimas, que reciban el carisma de clarividencia,
que todavía no han obtenido después que entraron en la vida ascética. Y yo, el
humilde, pido también por ustedes, a fin de que lleguen a ese progreso y a esa
estatura, que no han alcanzado muchos monjes, sino sólo algunas almas amigas de
Dios aquí y allá. Si desean alcanzar esa perfección no tomen la costumbre
de recibir a un monje que lo es solamente de nombre y que se cuenta entre
los negligentes, sino aléjenlo de ustedes. De lo contrario, no les
permitirá progresar en Dios y extinguir su fervor. Porque los corazones
negligentes no tienen fervor, sino que siguen sus propias voluntades; y si
vienen a ustedes, les hablan de las cosas de este mundo y por medio de esa
conversación apagan su fervor y no les permiten progresar. Por eso está
escrito: No apaguen el Espíritu (1 Ts 5,19); ya que se apaga por las palabras
vanas y las distracciones. Cuando vean tales monjes, háganles el bien, pero
escapen de ellos y no se relacionen con ellos, ya que son los que no les
permiten a los hombres marchará en la vía de la perfección en estos tiempos
presentes. Compórtense bien en el Señor, mis queridísimos, en el Espíritu de
bondad. Volver a: La Escuela de San Ammonas
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