QUINTA
PARTE DE LA INTRODUCCIÓN
Ejercicios
y avisos para renovar el alma
y confirmarla en la devoción
CAPÍTULO
I
QUE
CADA AÑO CONVIENE RENOVAR
LOS BUENOS PROPÓSITOS
CON
LOS EJERCICIOS
SIGUIENTES
El
punto capital de estos ejercicios consiste en reconocer de verdad su
importancia. Nuestra humana naturaleza decae fácilmente de sus buenos afectos,
a causa de la fragilidad y de la mala inclinación de nuestra carne, que gravita
sobre nuestra alma y siempre la arrastra hacia abajo, si ella no se eleva con
frecuencia, a fuerza de resolución; de la misma manera que las aves caen
continuamente, si no multiplican el ímpetu y el aleteo para mantenerse en el
aire. Por esta causa, amada Filotea, tienes necesidad de renovar y repetir con
mucha frecuencia los buenos propósitos que has hecho de servir a Dios, pues, de
no hacerlo, corres el peligro de caer en el primitivo estado o en otro peor;
porque las caídas espirituales son de tal naturaleza, que siempre nos
precipitan más abajo del estado desde el cual nos habíamos elevado hacia la
devoción.
No
hay reloj, por bueno que sea, al que no tengamos que dar cuerda dos veces al
día, por la mañana y por la noche; además, es menester, a lo menos una vez al
año, desmontar todas sus piezas, para sacar el orín que en ellas se haya
formado, enderezar las torcidas y reparar las ya gastadas. Así, el que tiene
verdadero cuidado de su corazón, ha de elevarlo hacia Dios, por la mañana y
por la noche, con los ejercicios más arriba indicados, y, aparte de esto, ha de
considerar muchas veces su estado, enderezarlo y arreglarlo; finalmente, a lo
menos una vez al año, ha de desmontar y examinar, una por una, todas las
piezas, es decir, todos sus afectos y pasiones, para reparar todas las faltas
que en ellos pudiera haber. Y, así como el relojero unta con algún aceite
refinado las ruedas y los resortes de su reloj, para que los movimientos se
produzcan con más suavidad y la máquina esté menos expuesta al orín, así la
persona devota, después de la práctica de este examen de su corazón, debe
untarlo, para renovarlo cual conviene, con los sacramentos de la confesión y de
la eucaristía. Este ejercicio reparará tus fuerzas abatidas por el tiempo,
enfervorizará tu corazón, hará que reverdezcan los buenos propósitos y que
florezcan de nuevo las virtudes de tu espíritu.
Los
antiguos cristianos así lo practicaban con toda diligencia, el día del
aniversario del bautismo de Nuestro Señor> en el cual, como dice San
Gregorio, obispo de Nacianzog renovaban la profesión y las protestas que se
hacen al recibir este sacramento. Hagámoslo también, amada Filotea,
preparándonos muy de buen grado y aplicándonos a ello con toda seriedad.
Habiendo,
pues, escogido el tiempo oportuno, según el consejo de tu padre espiritual, y
habiéndose retirado un poco a la soledad, así espiritual como real, y más que
de ordinario, harás una, dos o tres meditaciones sobre los puntos siguientes,
según el método trazado en la segunda parte.
CAPÍTULO
II
CONSIDERACIÓN
SOBRE EL INMENSO BENEFICIO
QUE DIOS NOS HACE AL
LLAMARNOS
A SU SERVICIO, SEGÚN LA
PROMESA YA CITADA
1.
Considera, los puntos de tu promesa.
El primero es haber dejado,
rehusado, detestado, renunciado, para siempre, todo pecado mortal; el segundo es
haber dedicado y consagrado tu alma, tu corazón, tu cuerpo, con todo lo que de
él depende, al amor y al servicio de Dios; el tercero es que, si llegases a
caer en alguna mala acción, te levantarías enseguida, mediante la gracia de
Dios. ¡Qué resoluciones tan bellas, justas, dignas y generosas! Reflexiona
bien en tu interior cuán santa, razonable y deseable es esta promesa.
2.
Considera a quien has hecho esta promesa: la has hecho a Dios. Si
la palabra razonable dada a los hombres nos obliga estrechamente, cuánto más
la palabra dada a Dios. « ¡Ah, Señor! -decía David-, es a Ti, a quien mi
corazón ha hablado; mi corazón ha dicho una buena palabra; jamás la
olvidaré».
3.
Considera en presencia de quien, pues ha sido delante de toda la corte
celestial. ¡Ah! la Santísima Virgen, San José, tu Ángel bueno, San Luis,
toda esta bendita compañía te miraba y, al oír tus palabras, exhalaba
suspiros de gozo y aprobación, y, con una mirada de amor inefable, veía
tu corazón, que, postrado a los pies del Salvador, se consagraba a su servicio.
En la Jerusalén celestial hubo un gozo muy particular, y ahora se celebrará
allí la conmemoración, si de corazón renuevas tus propósitos.
4.
Considera por qué procedimiento hiciste las promesas. ¡Ah! ¡Qué dulce
y generoso fue Dios para contigo en aquel tiempo! Mas díme ¿no fuiste invitada
por los suaves atractivos del Espíritu Santo? Las cuerdas, con las cuales
arrastró Dios tu barquichuela hacia este puerto de salvación, ¿no fueron el
amor y la caridad? ¿No te atrajo después con su azúcar divino, con los
sacramentos, la lectura y la oración? ¡Ah, amada Filotea!, tú dormías y Dios
velaba por ti, y pensaba pensamientos de paz sobre tu corazón, y meditaba para
ti. meditaciones de amor.
5.
Considera en qué tiempo te inspiró Dios estas grandes resoluciones; fue
en la flor de tu edad. ¡Ah! ¡Qué gozo conocer tan pronto lo que sólo podemos
saber demasiado tarde! San Agustín, ganado para Dios a la edad de treinta
años, exclamaba: « ¡Belleza antigua! ¿Cómo te he conocido tan tarde? ¡Ah,
te veía y no hacía caso de ti ! » Y tú podrías muy bien decir: « ¡Oh
Dulzura antigua! ¿ Por qué no te he saboreado antes?» Y sin embargo, todavía
no lo merecías, por lo tanto, reconociendo la gracia que te ha hecho Dios, de
atraerte en tu juventud, dile con David: « ¡ Oh Dios mío, Tú me has
iluminado y tocado desde mi juventud, y yo proclamaré siempre tu
misericordia». Y si esto no ha ocurrido hasta tu vejez, ¡qué gracia, Filotea,
que, después de los abusos de los años precedentes, Dios te haya llamado antes
de la muerte, y haya detenido el curso de tu miseria en un tiempo en el cual, si
esto hubiese continuado, hubieras sido eternamente desdichada!
Considera
los efectos de esta vocación: según me parece, encontrarás en ti muy buenos
cambios, si comparas lo que eres con lo que fuiste. ¿ No sientes gozo en saber
hablar de Dios por la oración, en sentirte inclinada a quererle amar, en haber
sosegado y pacificado muchas pasiones que te inquietaban, en haber evitado
muchos pecados y tropiezos de conciencia y, finalmente, en haber comulgado con
mucha más frecuencia que no lo hubieras hecho, uniéndote con esta soberana
fuente de gracias eternas? ¡Ah! ¡Qué grandes son estas gracias! Es menester
pesarlas con el peso del santuario. Es la diestra de Dios la que ha hecho todo
esto. «La bondadosa mano de Dios, exclama David, ha hecho la virtud; su diestra
me ha levantado. ¡Ah! no moriré, sino que viviré y proclamaré con el
corazón, con la boca y con mis obras las maravillas de su bondad».
Después
de todas estas consideraciones, las cuales, como ves, inspiran gran abundancia
de buenos afectos, es menester acabar sencillamente con una acción de gracias y
con una plegaria, anhelando sacar mucho provecho de ellas, retirándote con
humildad y confianza en Dios; reservando el esfuerzo que exigen las resoluciones
para después del segundo punto de este ejercicio.
CAPÍTULO
III
DEL
EXAMEN DE NUESTRA ALMA SOBRE
EL AVANCE EN LA VIDA DEVOTA
Este
segundo punto del ejercicio es un poco largo, y es mi parecer que, para
practicarlo, no se requiere hacerlo todo de una vez, sino por partes, por
ejemplo, examinando ora el propio comportamiento con Dios, ora lo une hace
referencia a ti mismo, ora lo que atañe a tus relaciones con el prójimo, ora
considerando tus pasiones. No es necesario ni conveniente que lo hagas de
rodillas, excepción hecha del comienzo y del fin, cuando se producen los
afectos. Los otros puntos del examen puedes hacerlos, con provecho, paseando, y
aun más útilmente en la cama, si puedes estar en ella sin adormecerte y bien
desvelada; mas, para hacer eso, es menester haberlos leído antes. Es, no
obstante, necesario hacer todo este segundo punto en tres días y dos noches,
tomando de cada día y de cada noche alguna hora, es decir, algún tiempo,
según te sea posible; porque, si este ejercicio se hiciese a intervalos muy
distantes, perdería su eficacia e impresionaría muy débilmente. Después de
cada punto del examen, verás si has faltado y en qué faltas has incurrido, y
cuáles son los movimientos más notables que has sentido, al objeto de
manifestarlo, para tomar consejo, resolución y ánimo. Aunque no es necesario
que los días en los cuales hagas éste y los demás ejercicios te apartes del
trato de la gente, conviene, empero, procurarlo algún tanto, sobre todo, hacia
el atardecer, para que puedas acostarte más temprano y tener el reposo de
cuerpo y de espíritu que se requiere para la consideración. También conviene
dirigir, durante el día, frecuentes aspiraciones a Dios, a la Santísima
Virgen, a los ángeles y a toda la corte celestial; importa también mucho
hacerlo todo con un corazón enamorado de Dios y de la perfección de tu alma.
Así,
pues, para comenzar bien este examen: 1. Ponte en la presencia de Dios. 2.
Invoca el Espíritu Santo, pidiéndole luz y claridad, para que puedas conocerle
bien, como San Agustín, que exclama delante de Dios: « ¡Oh Señor, conózcame
a mí, conózcate a Ti!»; y San Francisco, que preguntaba a Dios, diciendo:
«¿Quién eres Tú y quién soy yo?» Declara que no quieres conocer tus
progresos sino para alegrarte en Dios; no para glorificarte, sino para
glorificar a Dios y darle las gracias. 3. Asegura que, si, como crees, descubres
que has aprovechado poco, o bien que has retrocedido, de ninguna manera querrás
abatirte por ello ni enfriarte por ninguna clase de desaliento o relajación de
ánimo, sino que, al contrario, querrás alentarte y animarte más, humillarte y
poner remedio a tus defectos, con el auxilio de la gracia de Dios.
Hecho
esto, considerarás despacio y tranquilamente cómo, hasta la hora presente, te
has portado con Dios, con el prójimo y contigo misma.
CAPÍTULO
IV
EXAMEN
DEL ESTADO DE NUESTRA ALMA
CON RELACION A DIOS
1.
¿ Cómo está tu corazón con respecto al pecado mortal? ¿ Has hecho una
resolución firme de no cometerlo jamás, por cualquier cosa que te pueda
ocurrir? ¿Has mantenido esta resolución desde que la hiciste hasta ahora? En
esta resolución consiste el fundamento de la vida espiritual.
2.
¿ Cómo está tu corazón con respecto a los mandamientos de la Ley de Dios?
¿Te parecen buenos, dulces y agradables? ¡Ah, hija mía! el que tiene el gusto
en buen estado y sano el estómago, quiere los buenos manjares y rechaza los
malos.
3.
¿ Cómo está tu corazón en lo que atañe a los pecados veniales? Es imposible
vivir sin cometer alguno, en una u otra ocasión; mas, ¿tienes inclinación a
alguno en particular? Y, lo que todavía sería peor: ¿hay alguno al cual
tengas afecto y amor?
4.
¿Cómo está tu corazón si consideramos los ejercicios piadosos? ¿Los tienes
en la debida estima? ¿Los aprecias? ¿Te causan fastidio? ¿Encuentras gusto en
ellos? ¿Hacia cuáles te sientes más o menos inclinada? Escuchar la palabra de
Dios, leerla, hablar de ella, meditar, aspirar a Dios, confesarte, recibir
consejos espirituales, prepararte para la comunión, comunicarte, reducir los
afectos: ¿qué hay en todo esto que repugne a tu corazón? Y, si descubres en
ti alguna cosa a la cual tu corazón esté menos inclinado, examina de dónde
procede esta apatía, y cuál es la causa de la misma.
5.
¿ Cómo está tu corazón para con el mismo Dios? ¿Se complace tu corazón en
acordarse de Dios? ¿No siente una suavidad agradable? «¡Ah! -dice David-, me
he acordado de Dios y me he deleitado». ¿Sientes en tu corazón cierta
facilidad en amarle y un gusto especial en saborear este amor? ¿Goza tu
corazón al pensar en la inmensidad de Dios, en su bondad, en su suavidad? S i
el recuerdo de Dios viene a tu mente en medio de las ocupaciones del mundo y de
las vanidades, ¿te detienes en él y te conmueve? ¿Te parece que tu corazón
se inclina hacia él y, en cierta manera, se adelanta? Ciertamente, hay almas
que son así. Si el marido de una mujer vuelve de lejanas tierras, enseguida que
la esposa se da cuenta de su regreso y oye su voz, aunque esté muy atareada y
dominada por alguna violenta consideración en medio de sus ocupaciones, su
corazón, empero, no queda sujeto, sino que deja los demás pensamientos para
pensar en su recién llegado esposo. Lo mismo les ocurre a las almas que aman a
Dios; aunque anden muy atareadas, cuando les asalta el recuerdo de Dios, casi
apartan la atención de todo lo restante, a causa del gozo que sienten de que
vuelva este amable recuerdo, lo cual es muy buena señal.
6.
¿Cómo está tu corazón con respecto a Jesucristo, Dios y Hombre? ¿Estás
contenta cerca de Él? Las abejas se complacen alrededor de la miel, y las
avispas en la podredumbre; de la misma manera las almas buenas se gozan en
Jesucristo y sienten por Él una gran ternura de corazón;
pero las malas se gozan en las vanidades. 7. ¿ Cómo está tu corazón con
respecto a la Santísima Virgen, los santos y el ángel de tu guarda? ¿Tienes
una especial confianza en su protección? ¿Te gustan sus imágenes, su vidas,
sus alabanzas?
8.
En cuanto a tu lengua, ¿cómo hablas de Dios? ¿Te gusta hablar de Él según
tu condición y conocimientos? ¿Te gusta cantar los salmos?
9.
En cuanto a las obras examina si tienes interés por la gloria externa de Dios y
por hacer alguna cosa en honor suyo; porque los que aman a Dios, aman, con Él,
el esplendor de su casa.
¿Tienes
conciencia de haber arrancado algún afecto y renunciado a alguna cosa por Dios?
Ten en cuenta que es muy buena señal de amar, privarse de algo en obsequio de
la persona amada. ¿Qué has dejado hasta ahora por amor de Dios?
CAPÍTULO
V
EXAMEN
DE NUESTRO ESTADO CON
RELACIÓN A NOSOTROS MISMOS
1.
¿,Cómo te amas a ti misma? ¿Te amas demasiado para este mundo? Si es así,
desearás estar siempre en él y andarás preocupada para establecerte en esta
tierra; pero, si te amas para el cielo, desearás, o, a lo menos, fácilmente te
resignarás a salir de acá abajo, a la hora que plazca a Nuestro Señor.
2.
¿ Tienes bien ordenado el amor a ti misma? Porque nada hay que nos arruine
tanto como el amor desordenado de nosotros mismos. Ahora bien, el amor ordenado
quiere que amemos más al alma que al cuerpo, que tengamos más interés en
adquirir las virtudes que toda otra cosa, que nos preocupemos más del honor
celestial que del honor bajo y caduco. El corazón bien ordenado se dice con
frecuencia: «¿Qué dirán los ángeles si pienso tal cosa?», y no «¿qué
dirán los hombres?»
3.
¿Qué amor tienes a tu corazón? ¿Te cansas de servirlo en sus enfermedades?
¡Ah! le debes estos cuidados: el de socorrerle, el de hacer que le socorran
cuando sus pasiones le atormentan y el de dejarlo todo para esto.
4.
¿Qué crees que eres delante de Dios? Nada, sin duda. Ahora bien, no arguye
gran humildad, en una mosca, el no tenerse por nada delante de una montaña, ni,
en una gota de agua, el no tenerse por nada en comparación con el mar, ni, en
una chispa o pequeña llama, el no tenerse por nada delante del sol; pero la
humildad consiste en no tenernos en más que los otros y en no querer ser
tenidos en más por ellos: ¿cómo estás respecto a este punto?
5.
En cuanto a la lengua, ¿haces alarde de alguna cosa? ¿Te alabas hablando de
tí?
6.
En cuanto a las obras, ¿te das algún gusto contrario a la salud? Me refiero al
placer vano e inútil, como velar sin motivo y otros semejantes.
CAPÍTULO
VI
EXAMEN
DEL ESTADO DE NUESTRA ALMA
CON RELACIÓN AL PRÓJIMO
El
marido y la mujer se han de amar con un amor dulce y tranquilo, firme y
perseverante, en primer lugar porque Dios así lo ordena y lo quiere. Lo mismo
digo de los hijos y de los próximos parientes, y también de los amigos, de
cada uno según su grado.
Mas,
hablando en general, ¿cómo está tu corazón con respecto al prójimo? ¿Le
amas cordialmente y por amor de Dios? Para conocer bien si es así, has de
imaginarte ciertas personas enojosas y antipáticas, pues aquí es donde se
ejercita el amor de Dios con el prójimo, y mucho más si se trata de aquellos
que nos hacen algún mal, de obra o de palabra. Examina bien si tu corazón es
franco con ellos, y si sientes alguna contrariedad en amarles.
¿Eres
propensa a hablar mal del prójimo, sobre todo de los que no te quieren?
¿Causas daño al prójimo directa o indirectamente? Por poco razonable que
seas, fácilmente te darás cuenta de ello.
CAPÍTULO
VII
EXAMEN
SOBRE LOS AFECTOS DE
NUESTRA ALMA
He
desarrollado así estos puntos, cuyo examen nos da a conocer el progreso
espiritual que hemos hecho, porque, en cuanto al examen de los pecados, se hace
con miras a las confesiones de los que no pretenden adelantar.
No
es menester, empero, ocuparse en cada uno de estos puntos sino con tranquilidad,
considerando el estado de nuestro corazón con respecto a los mismos, desde que
hicimos los propósitos, y examinando las faltas notables cometidas contra
ellos.
Mas,
para abreviar, es necesario reducir el examen al conocimiento de nuestras
pasiones; y, si se nos hace pesado el examen con los pormenores dichos, podemos
hacerlo considerando el estado de nuestra alma y la manera como nos hemos
conducido:
En
nuestro amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos.
En
nuestra aversión al pecado propio y al pecado cometido por los demás, pues
hemos de desear el exterminio de ambos.
En
nuestros deseos de bienes, de placeres y de honores.
En
el temor de los peligros de pecar, y de perder los bienes de este mundo: tememos
demasiado esto y muy poco aquello.
En
la esperanza, que, tal vez, tenemos demasiado puesta en el mundo y en las
criaturas, y muy poco en Dios y en las cosas eternas.
En
la tristeza, si es excesiva por cosas vanas.
En
el gozo, si es excesivo y por cosas indignas.
Finalmente,
¿qué afectos tienen atado nuestro corazón? ¿Qué pasiones le dominan? ¿Qué
cosas principalmente le alteran? Porque por las pasiones del alma conocemos su
estado, pulsándolas unas tras otras. Así como el que toca el laúd, que
pulsando todas las cuerdas descubre cuáles están desentonadas, y las afina,
tirando y aflojando, así, después de haber pulsado el odio, el deseo, la
esperanza, la tristeza y el gozo de nuestra alma, si encontramos estas pasiones
fuera de tono para la pieza que queremos tocar, que es la gloria de Dios,
podemos afinarlas, mediante su gracia y el consejo de nuestro padre espiritual.
CAPÍTULO
VIII
AFECTOS
QUE ES MENESTER EXCITAR
DESPUÉS DEL EXAMEN
Después
de haber considerado tranquilamente cada punto del examen, y visto en qué
estado te encuentras, pasarás a los afectos de la manera siguiente:
Da
gracias a Dios de tal o cual enmienda que hayas advertido en tu vida desde tu
resolución, y reconoce que ha sido únicamente su misericordia la que lo ha
hecho en ti y por ti.
Humíllate
mucho delante de Dios, reconociendo que, si has adelantado tan poco, ha sido por
tu culpa, porque no has correspondido con fidelidad, con esfuerzo y constancia,
a las inspiraciones, luces y movimientos que te ha comunicado en la oración y
por otros medios.
Prométele
alabarle por siempre jamás, por las gracias con que te ha favorecido, para esta
pequeña enmienda de tus inclinaciones.
Pídele
perdón de la infidelidad y deslealtad con que has correspondido.
Ofrécele
tu corazón, para que sea enteramente Señor del mismo.
Suplícale
que te haga enteramente fiel.
Invoca
a los santos, a la Virgen Santísima, al ángel de tu guarda, a tu santo
patrón, a San José, y a otros santos.
CAPÍTULO
IX
CONSIDERACIONES
OPORTUNAS PARA RENOVAR
NUESTROS
BUENOS PROPÓSITOS
Después
de haber hecho bien el examen y de haber consultado con algún director digno
sobre las faltas y sus remedios, harás las siguientes consideraciones, una cada
día, a manera de meditación, dedicando a ello el tiempo de tu oración y
empleando, en la preparación y en los afectos, el mismo método que indiqué
para las meditaciones de la primera parte, poniéndote ante todo, en la
presencia de Dios e implorando su gracia para afianzarte en su santo amor y en
su servicio.
CAPÍTULO
X
PRIMERA
CONSIDERACIÓN: DE LA EXCELENCIA
DE NUESTRAS ALMAS
Considera
la nobleza y la excelencia de tu alma, que posee un entendimiento capaz de
conocer no sólo el mundo visible, sino también la existencia de los ángeles y
del paraíso; que hay un Dios soberano absoluto, lleno de bondad e inefable; que
hay una eternidad; y, además, capaz de conocer lo que es menester para vivir en
este mundo visible, para juntarse con los ángeles en el paraíso, y gozar de
Dios eternamente.
Tu
alma tiene, además, una voluntad noble, la cual puede amar a Dios y no puede
odiarle en sí mismo. Mira cuán generoso es tu corazón, y que, así como nada
puede lograr que las abejas se posen en cosa alguna corrompida, sino tan sólo
en las flores, así también tu corazón sólo puede reposar en Dios, y ninguna
criatura puede satisfacerle. Recuerda francamente las mayores y más agradables
diversiones que, en otros tiempos, llenaron tu corazón, y juzga, con
sinceridad, si no estaban llenas de inquietud, de acerbos pensamientos y de
cuidados importunos, entre los cuales tu pobre corazón se sentía desgraciado.
¡Ah!,
nuestro corazón, cuando corre en pos de las criaturas, anda ansioso, pensando
que podrá en ellas saciar sus deseos; pero, en cuanto les ha dado alcance, ve
que todo queda por hacer y que nada puede contentarle, pues Dios no quiere que
nuestro corazón encuentre lugar alguno donde poder descansar, para que, como la
paloma soltada del arca de Noé, vuelva a su Dios, del cual salió. ¡Ah! ¡Qué
cualidad tan hermosa la de nuestro corazón! ¿Por qué, pues, lo ocupamos,
contra su voluntad, en el servicio de las criaturas?
¡Oh,
hermosa alma mía!, has de decir, tú puedes conocer y amar a Dios, ¿por qué
te entretienes en cosas de menor precio? Puedes aspirar a la eternidad, ¿por
qué te detienes en los instantes? Este fue uno de los lamentos del hijo
pródigo, el cual, habiendo podido vivir deliciosamente en la mesa de su padre,
comía vilmente con las bestias. ¡Oh, alma mía!, tú eres capaz de Dios;
desventurada de ti, si te contentas con lo que es menos que Dios. Eleva tu alma
a esta consideración; recuérdale que es eterna y digna de la eternidad,
aliéntala a que siga por este camino.
CAPÍTULO
XI
SEGUNDA
CONSIDERACIÓN: DE LA EXCELENCIA
DE LAS VIRTUDES
Considera
que las virtudes y la devoción pueden, por sí solas, contentar el alma en este
mundo; mira qué bellas son. Compara las virtudes con los vicios que le son
contrarios: qué suavidad la de la paciencia, en comparación con la venganza;
de la dulzura, en comparación con la ira y el despecho; de la humildad, en
comparación con la arrogancia y la ambición; de la esplendidez, en
comparación con la avaricia; de la caridad, en comparación con la envidia; de
la sobriedad, en comparación con el despilfarro. Las virtudes tienen esto de
admirable, a saber, que deleitan el alma con una dulzura y una suavidad
incomparables, cuando se han practicado, al paso que los vicios la dejan
infinitamente rendida y maltratada. ¡Ánimo!, pues, ¿por qué no ponemos manos
a la obra para conseguir estas suavidades?
En
cuanto al vicio, el que tiene poco no está contento y el que tiene mucho está
descontento: en cuanto a la virtud, el que tiene poca ya siente gozo, y siempre
siente más, conforme va avanzando. ¡Oh vida devota, qué bella, qué dulce,
qué agradable, qué suave eres! Tú endulzas las tribulaciones, haces suaves
los consuelos, sin ti el bien es mal y los placeres están llenos de inquietud,
de turbación y de desfallecimiento; el que te conoce puede muy bien decir con
la Samaritana: «Domine, da mihi hanc aquam»: «Señor, dame de esta agua»;
aspiración muy frecuente en Santa Teresa y en Santa Catalina de Génova, aunque
por motivos muy diferentes.
CAPÍTULO
XII
TERCERA
CONSIDERACIÓN: DEL
EJEMPLO DE LOS SANTOS
Considera
el ejemplo de toda suerte de santos; ¿qué no han hecho para amar a Dios y ser
devotos? Mira a estos mártires, invencibles en sus resoluciones: ¿qué
tormentos no han soportado para mantenerse en ellas? Pero sobre todo a estas
hermosas y jóvenes doncellas, más blancas que los lirios en pureza, más
encarnadas que la rosa en caridad; unas a los doce años, otras a los trece, a
los quince, a los veinte, a los veinticinco, han sufrido mil clases de martirios
antes que renunciar -a su propósito no sólo en lo tocante a la profesión de
fe, sino en lo que era una prueba de su devoción: unas muriendo antes de perder
la virginidad, otras antes que dejar de servir a los afligidos, de consolar a
los atormentados, de enterrar a los muertos. i Dios mío! i qué constancia ha
manifestado este débil sexo, en ocasiones parecidas!
Contempla
a tantos santos confesores: i Con qué firmeza han despreciado el mundo! i Cómo
se han hecho invencibles en sus resoluciones! Nada ha podido hacerles desistir;
las han abrazado sin reservas y las han mantenido sin excepción. ¡Dios mío!
¡Dios mío! ¿ Qué es lo que dice San Agustín de su madre Santa Mónica?
¡Con qué firmeza sostuvo su empresa de servir a Dios en su matrimonio y en su
viudez! ¡ Y San Jerónimo, de su hija Paula! ¡ Con cuántos obstáculos y con
cuánta diversidad de acontecimientos! Mas, ¿qué no haremos nosotros,
alentados por tan excelentes patronos? Ellos eran lo que somos nosotros; lo
hacían por el mismo Dios, por las mismas virtudes; ¿por qué no haremos lo
mismo nosotros, según nuestra condición y vocación, por el cumplimiento de
nuestros amados propósitos y de nuestras santas promesas?
CAPÍTULO
XIII
CUARTA
CONSIDERACIÓN: DEL AMOR
QUE JESUCRISTO NOS TIENE
Considera
el amor con que Jesucristo ha sufrido en el huerto de los Olivos y en el monte
Calvario, Este amor era para ti, y, con todas aquellas penas y trabajos,
obtenía de Dios Padre, para tu corazón, las buenas resoluciones y promesas, y,
por los mismos medios, todo lo que necesitas para mantener, alimentar,
robustecer y consumar estas resoluciones. ¡Oh resolución, qué preciada eres,
siendo hija de tal madre, cual es la Pasión de mi Salvador! ¡Oh, cómo te ha
de amar mi alma, pues tan amada has sido de mi Jesús! ¡Ah Señor! ¡Oh
Salvador de mi alma! ¡Tú moriste para obtener en mi favor estas resoluciones!
Concédeme, pues, la gracia de que muera antes de dejarlas.
Ya
ves, Filotea, cuanta verdad es que el Corazón de nuestro amado Jesús veía el
tuyo, desde el árbol de la cruz, y le amaba, y, por este amor, obtenía para 61
todos los bienes que jamás podrás tener, y entre otros, tus resoluciones. Sí,
amada Filotea, nosotros podemos decir con Jeemías: «¡Oh Señor!, antes de que
yo existiese, Tú me mirabas y me llamabas por mi nombre>, como sea que su
bondad preparó, con su amor y su misericordia, todos los recursos generales y
particulares de nuestra salvación, y, por consiguiente, nuestras resoluciones.
Sí, ciertamente: así como la mujer que ha de ser madre prepara la cuna, las
mantillas y las fajitas, y además busca nodriza para el niño que espera,
aunque todavía no haya venido al mundo, así también Nuestro Señor, después
de haberte concebido en su bondad y llevado en sus entrañas, al querer darte a
luz para tu salvación y hacerte hija suya, preparó en el árbol de la cruz,
todo lo que era menester para ti: tu cuna espiritual, tus mantillas y fajitas,
tú nodriza, y todo lo que era conveniente para tu felicidad, a saber, todos los
recursos, todos los alicientes, todas las gracias por las cuales conduce tu alma
y quiere llevarla hasta la perfección.
¡
Ah, Dios mío! ¡ Cómo deberíamos grabar todo esto -es nuestra memoria! ¿ Es
posible que yo haya sido amada, y tan dulcemente amada, de mi Salvador; que Él
haya pensado particularmente en mí y en todos estos pormenores, con los cuales
me ha atraído hacia Él? ¡Cómo hemos de amarle y emplearlo todo para nuestra
utilidad! Todo esto es muy dulce: este corazón amable de mi Dios pensaba en
Filotea, la amaba y le procuraba mil medios de salvación, como si no hubiere
más almas en el mundo en quienes pensar, de la misma manera que el sol ilumina
un lugar de la tierra como si no iluminase otros y sólo iluminase aquél. Así
Nuestro Señor pensaba y cuidaba de todos sus hijos, de forma que pensaba en
cada uno de ellos, como si no hubiese tenido que pensar en los demás. «Me amó
-dice San Pablo-, y se entregó por mí»; como si dijera: sólo por mí, como
si nada hubiese hecho por los demás. Esto, Filotea, ha de permanecer grabado en
nuestra alma, para tener en mucho y fomentar tu resolución, tan preciosa para
el Corazón del Salvador.
CAPÍTULO
XIV
QUINTA
CONSIDERACIÓN: DEL AMOR
ETERNO DE DIOS A NOSOTROS
Considera
el amor eterno que Dios te ha tenido; porque ya antes de que Nuestro Señor
Jesucristo, en cuanto hombre, sufriese en la cruz por ti, su divina Majestad te
concebía en su soberana bondad, y te amaba en gran manera. Mas, ¿cuándo
comenzó a amarte? Comenzó cuando comenzó a ser Dios. ¿Y cuándo comenzó a
ser Dios? Nunca, pues siempre ha sido, sin principio ni fin, y te ha amado
siempre desde la eternidad; por esto te preparaba las gracias y los favores que
te ha hecho. Lo dice por el profeta: «Te amaré (dice a ti y a cada uno de
nosotros) con un amor perpetuo; por lo tanto te atraje, compadecido de ti». Ha
pensado, pues, entre otras cosas, en hacerte formar tus resoluciones para
servirle.
¡Dios
mío! ¡Qué resoluciones son éstas, pensadas, meditadas, proyectadas por Dios,
desde toda la eternidad! ¡Cuán amadas y preciosas han de ser para nosotros!
¡Qué no hemos de sufrir, antes que dejar perder una sola brizna de ellas!
Ciertamente, ni que se hubiese de perder todo el mundo para nosotros, pues todo
el mundo junto no vale lo que vale una alma, y una alma no vale nada sin
nuestras resoluciones.
CAPÍTULO
XV
AFECTOS
GENERALES SOBRE LAS ANTERIORES
RESOLUCIONES,
Y
CONCLUSIÓN DEL EJERCICIO
¡
Oh amadas resoluciones!, vosotras sois el hermoso árbol de la vida que mi Dios
ha plantado, con su mano, en medio de mi corazón, y que mi corazón quiere
regar con su sangre, para que fructifique; antes mil muertes, que permitir que
viento alguno lo arranque. No, ni la vanidad, ni las delicias, ni las riquezas,
ni las tribulaciones me arrancarán jamás mi propósito.
¡Ah
Señor! Tú has plantado y eternamente has guardado este hermoso árbol dentro
de tu paternal corazón para mi jardín. ¡Ah! ¡Cuántas almas no han sido
favorecidas de esta manera! ¿Cómo podré yo humillarme jamás lo bastante a
vista de tal misericordia?
¡
Oh bellas, oh santas resoluciones! Si yo os conservo, vosotras me conservaréis;
si vivís en mi alma, mi alma vivirá en vosotras. Vivid, pues, por siempre
jamás, ¡oh resoluciones!, que sois eternas en la misericordia de mi Dios;
permaneced y vivid eternamente en mí: que nunca os abandone.
Después
de estos afectos, es menester que concretes los medios necesarios para mantener
estas preciosas resoluciones, y que asegures que quieres servirte de ellas
fielmente: la frecuencia de la oración, de los sacramentos, de las buenas
obras, la enmienda de tus faltas descubiertas en el segundo punto, el apartarte
de las ocasiones, la práctica de los avisos que te den en este sentido.
Hecho
esto, como quien toma aliento y fuerzas, declara mil veces que continuarás en
tus propósitos, y, como si tuvieses el corazón, el alma y la voluntad en tus
manos, dedícalos, conságralos, sacrifícalos e inmólalos a Dios, prometiendo
que jamás volverás a tomarlos, sino que los dejarás en las manos de su divina
Majestad, para seguir en todo y por todo sus mandamientos. Ruega a Dios que te
renueve toda entera; que renueve y robustezca tus propósitos; invoca a la
Virgen y a tu ángel, a San Luis y a los demás santos.
Con
esta emoción del corazón, ve a los pies de tu padre espiritual; acúsate de
las principales faltas que recuerdes haber cometido desde tu última confesión
general, y recibe la absolución, de la misma manera que la primera vez; haz la
promesa, en su presencia, y fírmala, y, finalmente, ve a unir tu corazón
renovado con su Principio y Salvador, en el Santísimo Sacramento de la
Eucaristía.
CAPÍTULO
XVI
DE
LOS SENTIMIENTOS QUE ES
MENESTER CONSERVAR
DESPUÉS
DE ESTE EJERCICIO
Este
día, en que habrás hecho esta renovación, y los días siguientes, has de
repetir con frecuencia, con el corazón y con la boca, estas ardientes palabras
de San Pablo, de San Agustín, de Santa Catalina de Génova y de otros santos:
«No, ya no soy mía; que viva, que muera, soy de mi Salvador; ya no digo ni yo
ni mío: el yo es Jesús; el mío es ser suya. ¡Oh mundo!, tú siempre eres el
mismo, y yo he sido siempre
la
misma, pero, en adelante, ya no seré yo misma». Nosotros no seremos más
nosotros mismos, porque tendremos el corazón cambiado, y el mundo, que tanto
nos ha engañado, será engañado en nosotros, pues, al no darse cuenta de
nuestra transformación, creerá que todavía somos Esaú y nosotros nos
habremos trocado en Jacob.
Conviene
que todos estos ejercicios reposen en el corazón, y que, al dejar la
meditación y la consideración, andemos con tiento, entre las ocupaciones y las
conversaciones, para que el licor de nuestras resoluciones no se derrame
enseguida, pues es necesario que se filtre y penetre bien en todas as partes del
alma, pero sin violentar ni el espíritu ni el cuerpo.
CAPÍTULO
XVII
RESPUESTA
A DOS OBJECIONES QUE PUEDEN
HACERSE ACERCA DE ESTA
«INTRODUCCIÓN»
Filotea,
el mundo te dirá que estos ejercicios y estas advertencias son tan numerosos,
que el que quiera observarlos no podrá hacer otra cosa. ¡Ah, amada Filotea!,
aunque no hiciésemos otra cosa, mucho haríamos, pues haríamos lo que
deberíamos hacer en este mundo. Pero, ¿no te das cuenta del engaño? Si todos
estos ejercicios se hubiesen de hacer cada día, ciertamente nos ocuparían del
todo; pero no es necesario hacerlos sino a su debido tiempo y lugar, y según se
vaya ofreciendo la ocasión a cada uno. ¡Cuántas leyes no hay en el Código
que deben ser observadas! Pero esto se entiende según las circunstancias, y no
en el sentido de que se hayan de practicar
todos
los días. David, rey atareado en asuntos muy difíciles, practicaba muchos más
ejercicios de los que yo te he enseñado. San Luis, rey admirable así en la
guerra como en la paz, y que, con un cuidado sin igual, administraba justicia,
oía dos misas todos los días, rezaba vísperas y completas con su capellán,
hacía su meditación, visitaba los hospitales, se confesaba, y tomaba
disciplina todos los viernes, asistía con frecuencia a los sermones, celebraba
muchas conferencias espirituales, y, a pesar de ello, no desperdiciaba una sola
ocasión para procurar el bien público, y su corte era más bella y estaba más
floreciente que en tiempos de sus predecesores. Haz, pues, decididamente, estos
ejercicios, según te los he enseñado, y Dios te dará tiempo y fuerza para
resolver los demás asuntos; y así lo hará, aunque tenga que detener la
carrera del sol, como lo hizo con Josué, en otro tiempo. Hagamos siempre lo que
conviene hacer, pues Dios trabaja por nosotros.
Dirá
el mundo que yo supongo siempre que Filotea tiene el don de la oración mental,
y, como quiera que no todo el mundo lo tiene, esta Introducción no
servirá para todos. Es verdad que he supuesto esto, y también lo es que no
todo el mundo tiene el don de la oración mental; pero es igualmente cierto que
todos pueden tenerlo, aun los más ineptos, con tal que tengan buenos directores
y quieran trabajar para adquirirlo, según la cosa lo merece. Y si se encuentra
alguno que no posee este don en ningún grado (lo cual no ocurre sino muy raras
veces), el discreto padre espiritual fácilmente hará que suplan el defecto,
enseñándoles a que lean u oigan leer con atención las mismas consideraciones
puestas en las meditaciones.
CAPÍTULO
XVIII
TRES
ÚLTIMOS E IMPORTANTES AVISOS
PARA ESTA «INTRODUCCIÓN»
Cada
primer día del mes, después de la meditación, renueva la promesa que se
encuentra en la primera parte, y, en todo momento, promete que la quieres
guardar, diciendo con David: «No, jamás, eternamente, no me olvidaré de tus
justificaciones, ¡oh Dios mío!, pues en ellas me has vivificado». Y cuando
sientas en tu alma alguna turbación, toma en tu mano tu promesa, y, postrada
con espíritu de humildad, pronúnciala con todo tu corazón, y te sentirás en
gran manera aliviada. Haz abiertamente profesión de querer ser devota. No digo
de ser devota, sino de querer serlo, y no te avergüences de los actos comunes y
necesarios que conducen al amor de Dios. Confiesa, sin respetos humanos, que
procuras meditar, que prefieres morir antes que pecar mortalmente, que quieres
frecuentar los sacramentos y seguir los consejos de tu director (aunque a veces
no es necesario nombrarle, por muchos motivos). Porque esta franqueza en
confesar que queremos servir a Dios y que estamos consagrados a su amor con un
especial afecto, es muy agradable a su divina Majestad, que no quiere que nos
avergoncemos ni de Él ni de la cruz, y, además, cierra el camino a muchos
razonamientos que el mundo quisiera hacer en contra, y nos crea una reputación
que nos compromete a perseverar. Los filósofos se presentaban como filósofos,
para que se les dejase vivir como tales; nosotros nos hemos de dar a conocer
como deseosos de la devoción, para que se nos deje vivir devotamente. Y si
alguien te dice que se puede vivir devotamente, sin la práctica de estos avisos
y de estos ejercicios, no lo niegues; pero dile amablemente que tu debilidad es
tan grande, que necesita una ayuda y un auxilio mayor del que se requiere en los
demás.
Finalmente,
amada Filotea, te conjuro, por todo cuanto hay de sagrado en el cielo y en la
tierra, por el bautismo que has recibido, por los pechos que amamantaron a
Jesucristo, por el corazón amoroso con que Él te amó, y por las entrañas de
la misericordia en la cual esperas, que continúes y perseveres en esta
bienaventurada empresa de la vida devota. Nuestros días se deslizan y la muerte
está en la puerta. «La trompeta -dice San Gregorio Nacianceno-, toca a retiro;
que cada uno se prepare, porque el juicio está cerca». La madre de Sinforiano,
al ver que le conducían al martirio, gritaba detrás de él: «Hijo mío, hijo
mío, acuérdate de la vida eterna; mira al cielo, y piensa en Aquel que reina
en él; tu próximo fin presto acabará con tu carrera en este mundo». Filotea,
lo mismo te digo yo; mira al cielo, y no lo dejes por el infierno; mira al
infierno y no te precipites en él por gozar de unos momentos; contempla a
Jesucristo, y no reniegues de Él por el mundo, y, cuando la tribulación de la
vida devota te parezca dura, canta con San Francisco: «Mientras espero bienes
mejores, el trabajo de ahora es pasatiempo».
¡VIVA
Jesús! al cual con el Padre y el
Espíritu Santo, sea honor y gloria, ahora y siempre y por los siglos de los
siglos. Así sea.