Esta alma consagrada se
encontró a sí misma, estando aún encarnada, colocada por el ardiente amor de
Dios, en el Purgatorio, que la quemaba, limpiando en ella todo lo que necesitaba
ser limpiado, hasta que al dejar esta vida pudiera ella presentarse a la vista
de Dios, su amado Amor.
Por medio de este fuego
amoroso, ella comprendió en su propia alma el estado de las almas de los fieles
que van al Purgatorio al purgar su suciedad y manchas de pecado, que no pudieron
expiar durante sus vidas.
Y desde esta Alma, colocada
por el ardiente fuego divino en este amoroso Purgatorio, se unió a ese amor
divino con todos, y comprendió el estado de las almas que están en el
Purgatorio. Y ella dijo:
Las almas que están en el
Purgatorio no pueden, comprendo, elegir sino estar ahí, esto es por orden divina
para hacer justicia. Ellos no pueden cambiar sus pensamientos sobre sí mismos ni
decir: "Por haber cometido tales pecados merezco estar aquí", ni "no los he
cometido, y entonces tengo que estar en el Paraíso", ni "ese se irá más pronto
que yo", ni "yo me iré antes que él". Ellos no tienen memoria ni sobre sí mismos
ni sobre otros, ni lo bueno o lo malo, de ahí que ellos sufran un dolor mayor
del que ordinariamente sufrirían. Tan felices están de encontrarse dentro de la
voluntad divina, y de que Él pueda hacer todo lo que le place, como le place que
sufran este dolor sin pensar en sí mismas, ven solamente la obra de la bondad
divina, que conduce al hombre a su misericordia, para no tener que recaer. No
pueden ver que están penando por causa de sus pecados, esa visión no puede
mantenerse en sus mentes, debido a que estarían en una imperfección activa, en
donde ningún pecado actual puede haber.
Solo una vez, al dejar el
mundo, pueden ver la causa del Purgatorio, pero no la volverán a tener. Ellos ya
no pueden tener voluntad ni deseos salvo la voluntad de la caridad. Estando en
el fuego del Purgatorio ellos están dentro de la ordenanza divina, que es pura
compasión y nadie puede apartarse de ello porque ha sido privado del poder del
pecado, del mérito y del demérito.
CAPÍTULO
II.
En qué
consiste el disfrute de las almas del Purgatorio. Una comparación podría mostrar
cómo ellas ven cada vez más a Dios. Es difícil verbalizar ese estado.
Creo que ninguna felicidad
puede hallarse valiosa al ser comparada con ese estado de las almas del
Purgatorio, exceptuando el de los santos en el Paraíso; y es una felicidad que
crece día tras día al fluir Dios dentro de esas almas, más y más, a medida que
se consumen los obstáculos puestos a Su entrada. Las manchas de pecado van
siendo consumidas, y el fuego elimina la suciedad más y más hasta que las almas
se abren al influjo de la Divinidad. Un objeto que estuviese cubierto, no podría
recibir los rayos del sol, pero no por un defecto del sol, el cual brilla
siempre, sino por causa de que la cobertura pone un obstáculo; se quita éste y,
entonces, se abre al sol; cada vez más el obstáculo es consumido, y entonces,
más y más recibe los rayos del sol.
Esta es la forma en que las
manchas del pecado cubren a las almas, y en el Purgatorio esas manchas son
quemadas. Cuanto más sean consumidas, mayor es el acercamiento de las almas a
Dios, su verdadero sol. La suciedad del pecado decrece y el alma se abre al rayo
divino, crece así la felicidad, hasta que se cumple el plazo necesario para
ello.
El dolor no disminuye hasta
entonces. Y en cuanto a la voluntad, nunca pueden decir las almas que el dolor
es dolor, pues están contenidas en la ordenanza divina, con la cual, en pura
caridad, su voluntad está unida.
Pero, por otro lado, ellas
soportan un dolor tan extremo, que ninguna lengua lo podría describir, ni mente
comprender si Dios por medio de su gracia especial no nos lo mostrara. Eso
tampoco puede verbalizarse. La visión que tuve, la revelación que Dios me hizo
nunca abandonó mi mente, y yo contaré lo que pueda sobre ello. Comprenderán
aquellos cuya mente Dios se ha dignado abrir.
CAPÍTULO
III.
La
separación de Dios es el principal castigo del Purgatorio. Pero éste es
diferente del Infierno.
Todas las penas del Purgatorio
se relacionan con el pecado original y el actual. Dios creó al alma pura, simple
y limpia de toda mancha de pecado, con un cierto instinto beatífico hacia Él
desde el pecado original, que el alma encuentra en sí misma, quita de sí, y
cuando agrega otros pecados a ese original se aleja más y más de Dios.
No puede haber ningún bien
salvo por la participación de Dios, que va al encuentro de las necesidades de
sus criaturas irracionales como quiere y ha ordenado, no fallándoles nunca, y
responde al alma racional en la medida en que la encuentra limpia y sin el
obstáculo de pecados. Por consiguiente, cuando un alma se acerca al estado puro
y claro en que fue creada, su instinto beatífico se descubre a sí mismo y crece
sin cesar, tan impetuosamente hasta el final que cualquier obstáculo le parece a
esta alma algo del pasado. Y cuanto más ve, más extremo es su dolor.
Debido a que las almas en el
Purgatorio no sienten culpa de pecado, no hay obstáculo entre ellas y Dios,
excepto su dolor, que las lleva hacia atrás y así no pueden alcanzar la
perfección. Ven claramente la gravedad de cada obstáculo en su camino, y ven
también que su instinto es obstaculizado por una necesidad de justicia: de ahí
nace un rugiente fuego, como el del infierno, pero carente de culpabilidad. La
culpa es lo que las hace condenadas en el infierno, en donde Dios no concede Su
Bondad, y por eso permanecen allí, en desesperada mala voluntad, opuesta a la
voluntad de Dios.
CAPÍTULO
IV.
Acerca
del estado de las almas en el Infierno y su diferencia con las que se hallan en
el Purgatorio. Reflexiones de la santa sobre aquellos que descuidan su
salvación.
Es manifiesto que hay
perversidad en la voluntad contraria a la voluntad de Dios, donde la culpa es
conocida y la mala voluntad persiste; y es que la culpa de aquellos que han
pasado de esta vida al Infierno, no es remitida. No puede serlo, dado que ya no
hay cambio de voluntad; en el pasaje al otro mundo el bien o el mal se
estabilizó en concordancia con su deliberada voluntad. Como se ha escrito: "Ubi
te invenero", es en la hora de la muerte que prevalece la voluntad de pecar, o
el arrepentimiento, "Ibi te judicabo". Según se incline la balanza hacia un lado
u otro, después no hay remisión, según se me ha mostrado.
Después de la muerte el libre
albedrío ya no puede retornar, pues la voluntad ha quedado fijada en el momento
de la muerte. Y, dado que las almas en el Infierno han tenido en el momento de
la muerte la voluntad hacia el pecado, deben soportar la culpa a través de la
eternidad, sin mérito por sus penas, solo soportarlas, sin final.
En cambio, las almas del
Purgatorio solo soportan el dolor, no ya la culpa, por haberse arrepentido de
los pecados en el momento de la muerte, y de sus ofensas a la bondad divina.
Por lo tanto, su dolor es
finito, y su tiempo se va acortando, como ha sido dicho.
¡Oh, miseria más allá de toda
miseria, tan grande que la ceguera humana no puede verla!
El dolor del condenado no es
infinito en cantidad debido a que la bondad de Dios arroja su rayo de
misericordia aún en el Infierno. Porque el hombre que muere en pecado merecería
pena infinita por un tiempo infinito, mas la misericordia de Dios le ha puesto
infinitud solo al tiempo. En justicia, Dios podría haber dado al hombre más
pena.
¡Oh! Cuán peligroso es el
pecado cometido con malicia. Sin arrepentimiento, el hombre soportará la culpa
mientras persevere y desee pecar nuevamente.
CAPÍTULO
V.
De la
paz y disfrute que hay en el Purgatorio.
Las almas en el Purgatorio
tienen la voluntad, los deseos, en concordancia con la Voluntad de Dios, Quien
arroja sobre ellos Su bondad, y ellos, hasta donde pueden, son felices y se
limpian de todos sus pecados. En cuanto a la culpa, estas almas llegan a estar
limpias como lo estaban cuando Dios las creó. Dios perdona sus culpas
inmediatamente al dejar este mundo si ha habido confesión de los pecados y
arrepentimiento o voluntad de no cometerlos más. Solo las manchas que han dejado
los pecados es lo que deberá limpiarse mediante el fuego. Y una vez limpias de
toda culpa y unidas ala voluntad de Dios, ellas ven con claridad el grado en el
cual Él se les revela y ven cuán importante es disfrutarlo a Él, y que estas
almas han sido creadas para este fin.
Además, son llevadas a unirse
con Dios y movidas hacia Él en tal sabiduría, con Su natural instinto hacia las
almas funcionando en ellas, que ni argumentos ni figuras ni ejemplos podrían
hacerlo claro cuando la mente conoce esto por medio de su sentimiento interno y
lo comprende.
Deseo, no obstante, hacer una
comparación que viene a mi mente.
CAPÍTULO
VI.
Una
comparación para mostrar con qué empuje y qué amor las almas en el Purgatorio
desean disfrutar a Dios.
Si en todo el mundo no hubiera
más que un pedazo de pan para saciar el hambre de todas las criaturas, y si
ellas se vieran satisfechas sólo por verlo; entonces el hombre, si fuera
saludable con instinto para comer, si ni comiera ni enfermara ni muriera, su
hambre crecería incesantemente porque su instinto de comer no disminuiría.
Sabiendo que sólo había ese
pedazo de pan para satisfacerlo, y que aún estará hambriento, él caerá en un
insoportable dolor. Tanto más si se acercara al pan y no pudiera verlo, su
anhelo se reforzaría, su instinto se fijaría en ese deseo completamente. Si él
estuviera seguro de no volver a verlo, estaría en el Infierno. Así pasa con las
almas de los condenados que no tienen esperanza de ver su pan, que es Dios, el
verdadero Salvador, que les ha sido quitado. Pero las almas en el Purgatorio
tienen la esperanza de ver ese pan y se sienten satisfechas con ello. Por eso,
sufren hambre, y soportan la pena que hará posible satisfacerlas con el pan que
es Jesucristo, verdadero Dios, Salvador y nuestro Amor.
CAPÍTULO
VII.
Sobre la
admirable Sabiduría de Dios al hacer el Purgatorio y el Infierno.
Como el espíritu purificado y
limpio solo puede encontrar descanso en Dios, pues con ese fin ha sido creado,
no hay otro lugar para un alma en pecado que el Infierno, y así fue ordenado por
Dios. Cuando el alma deja el cuerpo en pecado mortal, en el instante en que
cuerpo y espíritu se separan, el alma busca el lugar que le corresponde, sin
ninguna guía excepto sus propios pecados. Y si en este momento el alma no
estuviera atada por ninguna ordenanza procedencia de la justicia de Dios, iría
aún a un infierno mayor que aquel donde Dios le ha dado menor pena de la que
realmente merece. El alma, que no encuentra lugar donde ir, manteniendo el mal
en ella, termina encontrando por ordenanza divina en el Infierno su propio
lugar.
Pero retornando a nuestra
cuestión, el Purgatorio, allí va el alma al separarse del cuerpo, cuando ya no
está limpia como ha sido creada. Viendo por sí misma este impedimento, sólo por
medio del Purgatorio puede limpiarse, y ella se ubica allí voluntariamente. No
hay una orden que así haga que suceda, y lo haría, aunque en ese momento hubiera
para ella un Infierno peor que el Purgatorio, porque ve que a causa de tal
impedimento, no puede acercarse a Dios, que es su objetivo. Y tanto le importa
ello, que en comparación el Purgatorio no cuenta en absoluto, aunque sea como el
Infierno, comparado con conseguir a Dios, ello aparece como casi nada.
CAPÍTULO
VIII.
Sobre la
necesidad del Purgatorio, y cuán terrible es.
Cuando veo a Dios, no veo
ninguna puerta que impida entrar al Paraíso y, como él es todo misericordioso,
desea que entremos allí. Él está ante nosotros con los brazos abiertos para
recibirnos en Su Gloria. Pero, bien veo, la esencia divina es de tal pureza,
mucho mayor de lo que pudiera imaginarse, que un alma con la más mínima
imperfección, mejor sería que ella misma se arrojara a mil infiernos, antes que
verse manchada en presencia de la Majestad Divina. Así pues, el alma,
comprendiendo que el Purgatorio ha sido hecho con el fin de eliminar tales
manchas, ella misma va allí y encuentra que ha sido tratada con misericordia al
permitírsele eliminar el impedimento constituido por las manchas del pecado.
No hay lenguaje que pueda
explicar, ni mente que pueda comprender la seriedad de esta cuestión acerca del
Purgatorio.
Mas yo, aunque veo que hay un
Purgatorio tan penoso como el Infierno, veo también que el alma con la menor
mancha de pecado acepta el Purgatorio, como he dicho, como una merced y aún le
parece poco comparado con el impedimento que implica.
Me parece que el dolor de las
almas en el Purgatorio por haber disgustado a Dios, esto es, lo que ellas
voluntariamente hicieron contra Su gran bondad, es mayor que cualquier pena que
puedan sentir en el Purgatorio, y por ello que ven, por su gracia, la verdad y
la gravedad de los obstáculos que les impide acercarse más a Dios.
CAPÍTULO
IX.
De cómo
Dios y las almas en el Purgatorio se miran mutuamente. La santa entiende que su
descripción no expresa cabalmente este asunto.
Todas las cosas que tengo en
mente, hasta donde en esta vida me ha sido posible comprenderlas, cuando las
comparo con lo que he dicho, se extreman en grandeza. Aparte de ellas, todas las
visiones, sonidos, justicia y verdades de este mundo me parecen mentiras o
parecen nada. Me he sentido confundida por no poder encontrar palabras que
expresen suficientemente todas estas cosas.
Percibo que debe haber
conformidad entre Dios y las almas cuando Él las ve en la pureza con que su
Divina Majestad las ha creado. El les da un ardiente amor que las acerca a Él
mismo, el cual es lo suficientemente fuerte como para destruirlas, aunque
inmortales, y las transforma hasta que Él las ve como si no fueran nada más que
Él mismo. Incesantemente las va acercando con el fuego, nunca se aparta hasta
que llegan al estado óptimo de total pureza con la cual las creó.
Cuando con su visión interna
las almas se ven así, llevadas por Dios con ese fuego amoroso, fundidas en ese
centelleante amor por Dios, su más querido Señor, se sienten inundadas por ese
amor; y ven que esa luz divina no cesa de llevarlos amorosamente hacia Él, con
gran cuidado y previsión a ser plena perfección de Su puro Amor.
Pero el alma, obstruida por el
pecado, no puede ir más que hasta donde Dios la lleva hacia Sí Mismo.
Nuevamente, el alma se da cuenta de que no puede trasponer, o avanzar hacia esa
luz unitiva todo lo que quisiera, y clama por ser destrabada.
Yo digo que es la visión de
estas cosas lo que logra en las almas el dolor que sienten en el Purgatorio, y
es imposible describirlo, es el más grande, y ya no pueden volver a verse a sí
mismas yendo contra la voluntad de Dios, cuyo amor por ellas ven tan claramente
dentro de este fuego.
Intensa e incesantemente este
amor lleva a las almas a esta unidad como si ninguna otra cosa pudiera hacerse.
Si pudiera el alma que comprendió, encontrar un peor Purgatorio donde librarse
más pronto de los obstáculos de su camino, rápidamente se arrojaría allí, guiada
por el amor entre ella y Dios.
CAPÍTULO
X.
De cómo
Dios utiliza el Purgatorio para hacer al alma íntegramente pura. El alma
adquiere ahí una pureza tan grande que estaría bien para ella permanecer allí
aún después de purgada de pecado, y ya no tuviera que sufrir.
Veo, además, ciertos rayos de
luz emanando del amor divino hacia las almas y penetrándolas tan fuertemente que
parecería destruir no solo el cuerpo sino el alma; esos rayos pueden cumplir dos
funciones. La primera, purificación; la segunda, destrucción.
Miren el oro, cuanto más se lo
funde, mejor se vuelve. Ustedes podrían fundirlo hasta que desaparezca toda
imperfección. Así actúa el fuego sobre las cosas materiales. El alma no puede
ser destruida en tanto está en Dios, pero en sí misma, como tal, sí puede ser
destruida; cuanto más purificada, más se destruye en sí misma hasta que al final
es pura en Dios.
Cuando el oro ha sido
purificado hasta 24 quilates, ya no puede ser consumido por el fuego, porque no
es el oro sino las impurezas lo que el fuego consume. Así funciona el fuego
divino con las almas. Dios mantiene a las almas en el fuego hasta llegar a la
perfección, igual que el ejemplo de los 24 quilates; cada alma según el grado de
imperfección que trae. Y, cuando el alma ya está por completo con Dios y nada de
egoísmo queda en ella, pues Él la ha limpiado para llevarla hacia Sí Mismo, ya
el alma no sufre, no hay más pena. El fuego de amor divino es como la vida
eterna, y en ningún caso, contrario a ella.
CAPÍTULO
XI.
Sobre el
deseo de las almas en el Purgatorio de ser completamente lavadas de sus pecados.
La sabiduría de Dios en ocultar, de pronto, sus faltas a estas almas.
El alma fue creada en total
capacidad de alcanzar la perfección, siempre y cuando viva como Dios ha ordenado
hacerlo, sin cometer pecados. Mas, habiendo ya fallado en el pecado original,
pierde sus dones, sus gracias, y muere no pudiendo resurgir salvo por intermedio
de Dios mismo.
Cuando Dios, por medio del
bautismo, la rescata dela muerte y del mal, se conduce al pecado actual
solamente, a menos que se resista, y entonces cae en la muerte otra vez.
Entonces Dios, por otra gracia especial, la levanta nuevamente, aún cuando
permanezca tan hostil y auto-centrada que todas las tareas divinas a las que me
he referido se necesitan para llevarla al estado prístino en que Dios la creó;
sin ellos, difícilmente retorne a ese estado.
Cuando el alma se encuentra a
sí misma en el camino a ese estado primario, se necesita para la transformación
un fuego como el Purgatorio. En realidad, es ese instinto o tendencia
irrefrenable hacia Dios, lo que hace al Purgatorio.
Un último acto de amor hace
Dios por el hombre sin su ayuda. Hay tantas imperfecciones escondidas en el alma
que, si pudiéramos verlas, viviríamos en la desesperación. Pero en el estado al
que me he referido, todas esas imperfecciones son eliminadas, y sólo entonces
Dios se muestra, y les enseña el funcionamiento de esto para que vean cómo el
fuego del amor, por bondad divina, está quemando, eliminando todas las
imperfecciones.
CAPÍTULO
XII.
De cómo
el sufrimiento en el Purgatorio va acoplado a la alegría.
Sé que lo que el hombre
considera perfección en él, a la vida de Dios no lo es, porque todas las cosas
que un hombre hace, lo que ve, lo que siente, o desea, o recuerda, no puede
tener un perfecto parecido porque el hombre hace sus cosas para él, cuando
deberían ser hechas para Dios y con Él, y no principalmente por el hombre.
Nos referimos al trabajo
divino que funciona en nosotros, como un amor limpiador, que solo a Dios
pertenece y no es mérito nuestro, y tan penetrante en el alma que el fuego
parece envolver al cuerpo en una hoguera...
Es cierto que el amor por Dios
llena el alma hasta rebasar y le da, así lo veo, una felicidad indescriptible,
felicidad que va junto con el dolor en el Purgatorio. Es el amor en estas almas
que se encuentran obstruidas lo que causa en ellas el dolor, y así, cuando mayor
es el alma que tienen, más grande es su dolor.
Para que las almas en el
Purgatorio disfruten la mayor felicidad en el Purgatorio debe haber también un
gran dolor, uno no va sin el otro.
CAPÍTULO
XIII.
Las
almas en el purgatorio ya no están en condiciones de hacer méritos. Cómo ven
estas almas la caridad hacia ellas en el mundo.
Si las almas en el Purgatorio
pudieran purgarse a sí mismas por medio de la contrición, pagarían toda su deuda
en un instante de tal vehemencia que quemarían todo lo que las separa de Dios.
Pero nada les será ahorrado ni abreviado, en lo que hace a ellas mismas, pues
eso ha sido determinado por la justicia de Dios. Tanto en lo que hace a ellas
mismas cuanto a lo que Dios hace, ellas no pueden elegir, sólo prevalece la
voluntad de Dios; porque así se ha decidido para ellas.
Y si alguna caridad es hecha
por aquellos que están en el mundo, para disminuir su tiempo de dolor, las almas
no pueden cambiar las cosas, pues está la balanza de la justicia divina; dejan
todo en manos de Dios y su infinita Bondad. Si pudieran volverse para contemplar
las caridades como si estuvieran dentro de la voluntad divina, habría egoísmo en
ello, y perderían de vista la voluntad de Dios, lo cual les acreditaría el
Infierno. Por lo tanto, ellas aguardan imperturbablemente lo que Dios quiera
darles, sea placer, felicidad o dolor, y nunca ya vuelven la mirada hacia atrás.
CAPÍTULO
XIV.
Sobre la
sumisión de las almas del Purgatorio a la voluntad de Dios.
Tal es la intimidad con Dios
en el Purgatorio, y tan cambiadas están las almas, tornadas hacia Su Voluntad,
que en todas las cosas hay sumisión a la orden divina. Aún cuando un alma fuera
traída ante Dios cuando todavía algo aunque sea nimio le falta purgar, se le
haría un gran daño; venir manchada a la presencia de Dios sería un sufrimiento
mayor que diez Purgatorios. Ver a Dios cuando el tiempo aún no ha llegado,
aunque sea por un período tan corto como un pestañeo, sería intolerable para esa
alma. Se echaría ella misma a miles de infiernos, para quitar esa pequeña
suciedad que no ha sido eliminada, antes que permanecer así en la presencia
divina.
CAPÍTULO
XV.
Reproches que las almas del Purgatorio hacen a la gente del mundo.
Y entonces la bendita alma,
viendo las cosas mencionadas por la luz divina, dijo: "Querría lanzar un lamento
tan fuerte que diera miedo a todos los hombres en la tierra. Yo les diría:
'Desgraciados, ¿por qué ustedes se permiten deslumbrarse así por el mundo,
ustedes cuyas necesidades son tan grandes y dolorosas, como sabrán en el momento
de su muerte, y que no hacen ninguna previsión en absoluto para ésta?'
"Ustedes tienen todo el
resguardo tomado bajo la esperanza en la misericordia de Dios que es, como
ustedes dicen, muy grande, pero ustedes no ven que esta gran bondad de Dios los
juzgará por haber ido contra la voluntad de tan buen Señor. Su bondad debe
llevarlos a hacer toda Su Voluntad, no darles esperanzas en hacer mal las cosas,
porque Su justicia no puede fallar y de una manera u otra deben satisfacerse las
necesidades.
"Dejen de abrazarse, diciendo:
'Yo confesaré mis pecados y entonces recibiré la indulgencia plenaria, y en ese
momento me purgaré de todos mis pecados y así me salvaré'. Piensen en la
confesión y la contrición necesarias para esa indulgencia plenaria, que vienen
aparejadas. Si ustedes supieran, temblaría de gran miedo, más seguros de que
nunca la ganaron que de que alguna vez lo hicieron".
CAPÍTULO
XVI.
Las
almas mostraron nuevamente cómo los sufrimientos de las almas en el Purgatorio
no son obstáculo en absoluto para su paz y alegría.
Veo a las almas que sufren los
dolores del Purgatorio tener ante sus ojos dos trabajos de Dios:
Primero, ellas se ven
sufriendo dolor de buena gana, y cuando consideran sus propios desiertos y
reconocen cómo han afligido a Dios, les parece que Él les ha tenido una gran
misericordia, porque si Su bondad no hubiera templado la justicia con la
misericordia, satisfaciendo la misma con la preciosa sangre de Jesucristo, un
pecado merecería mil infiernos perpetuos. Y por consiguiente las almas sufren el
dolor de buena gana, y no lo dejarían por nada, sabiendo que ellas lo merecen
totalmente y que esto ha sido bien ordenado, y no se quejan de Dios, sino
aceptan su voluntad.
El segundo trabajo que ven es
la felicidad que sienten cuando contemplan la ordenanza de Dios y el amor y
misericordia con que Él trabaja en el alma.
En un instante Dios imprime
estas dos visiones en sus mentes, y porque ellas están en la gracia son
conscientes de estas visiones y las entienden como son, en la medida de su
capacidad. Así una gran felicidad se les concede qué nunca les falta; más bien
crece cuando tienen a Dios más cerca. Estas almas no ven estas imágenes en sí
mismas sino en Dios, en Quien están mucho más interesadas que en los dolores que
sufren, y de Quien tienen mucho tan gran beneficio que pierde toda comparación
con sus dolores. Cada destello que pueden tenerse de Dios cualquier dolor o
alegría que un hombre puede sentir es excedido. Sin embargo, aunque excede el
dolor y la alegría de estas almas, no los disminuye en absoluto.
CAPÍTULO
XVII.
Ella
concluye aplicando todo lo que ha dicho de las almas en el Purgatorio a lo que
ella siente, y ha probado en su propia alma.
Esta forma de purgación que yo
veo en las almas en el Purgatorio, las siento en mi propia mente. En los últimos
dos años he sentido la mayoría; todos los días las veo y siento más claramente.
Veo mi alma dentro de este cuerpo como en un purgatorio, formada como es el
verdadero Purgatorio, pero tan medido que el cuerpo puede soportarlo y no puede
morirse.
Veo a mi espíritu extrañado de
todas las cosas, incluso de las cosas espirituales, que pueden alimentarlo como
la alegría, deleite y consuelo, y sin poder para disfrutar algo, espiritual o
temporal, por voluntad o mente o memoria, que me permita decir que una cosa me
contenta más que otra.
Interiormente me encuentro
como si estuviera sitiada. Todas las cosas por las cuales la vida espiritual o
corporal es refrescada han sido, poco a poco, tomadas de mi interior, que sabe
que se han ido. Pero tan odiosas y detestables son estas cosas, como son
conocidas por el espíritu, que se han ido para nunca más volver. Esto es debido
al instinto del espíritu a librarse de cualquier cosa que impida su perfección;
así de duro es él para cumplir su propósito de guiarse a cualquier lugar menos
ser lanzado al Infierno. Por consiguiente alguna vez priva al hombre interno de
todo aquello en lo que puede alimentarse, sitiándolo tan hábilmente que no
permite el menor átomo de paso de imperfección inadvertido.
En cuanto a mi exterior, éste
también, desde que el espíritu no responde a él, está tan sitiado que no
encuentra nada que lo refresque en la tierra si sigue su instinto humano. Ningún
consuelo le queda excepto Dios que hace todo esto por amor y muy
misericordiosamente en la satisfacción de Su justicia. Percibir esto da a mi
naturaleza exterior gran paz y felicidad, pero felicidad que nada disminuye mi
dolor ni debilita el sitio. Ya ningún dolor podría infligirse en mi vida tan
grande que yo deseara escapar de la ordenanza divina. No dejo mi prisión ni la
busco: ¡permito a Dios hacer lo necesario! Mi felicidad es que Dios se
satisfaga, ni yo podría sufrir un peor dolor que el de huir fuera de la
ordenanza de Dios, así de justo lo veo y así de misericordioso.
Todas estas cosas de las que
he hablado son lo que yo veo, pero no puedo encontrar las palabras para decir
tanto cuanto podría del tema. Ni yo puedo decir exactamente lo que he contado
del trabajo hecho en mí debidamente, qué he sentido espiritualmente. Sin embargo
lo he contado.
La prisión en que parezco
estar es este mundo, mis cadenas el cuerpo, y es mi alma iluminada por la gracia
que sabe la gravedad de sujetarse o mantenerse lejos impedida de seguir su fin.
Esto da gran dolor a mi alma pero por su bien. Por la gracia de Dios recibe una
cierta dignidad que la hace ir hacia Dios; no, más bien Él le permite compartir
Su bondad para que se vuelva uno con Él. Y como que es imposible que Dios sufra
dolor, esta inmunidad ocurre a las almas que se acercan a Él también; cuanto más
se acercan a Él, más comparten de lo que es Suyo.
Por consiguiente estar en este
camino, como es, causa el alma un dolor insufrible. El dolor y las trabas la
arrebatan de su primer estado natural que por la gracia se revela a ella, y
encontrándose privada de lo que puede recibir, sufre un dolor más grande según
la medida de su estima por Dios. Cuanto más el alma conoce Dios, más lo estima y
más pura se vuelve, y así los estorbos hacia Él le parecen más terribles que
nunca, sobre todo porque el alma que está desembarazada y totalmente recogida en
Dios lo conoce como Él es de verdad.
Como el hombre que permitiría
que le maten antes de ofender a Dios siente la muerte y su dolor, pero se da por
la luz de Dios un celo que le hace valorar el honor divino antes que la muerte
corporal, para el alma que sabe la ordenanza de Dios la valora sobre todos los
posibles tormentos internos y exteriores, aunque puedan ser terribles, porque
esto es un trabajo de Dios que supera todo lo que pueda ser sentido o imaginado.
Es más, cuando Dios ocupa un alma, aunque sea en un grado pequeño, la mantiene
totalmente ocupada en Su Majestad para que nada más cuente para ella. Así pierde
todo lo que le es propio, y no puede por sí misma ver ni hablar sin conocer
pérdida o dolor. Pero, como ya he dicho claramente, sabe todo en un instante
cuando deja esta vida.
Finalmente y como conclusión,
debemos entender que Dios es mejor y más grande causa que todo lo que el hombre
ha de perder, y que el Purgatorio lo que hace es limpiarnos.