SAN
ANSELMO
(1033-1109)
PROSLOGION
PROEMIO 1.450
Después
de haber presentado en un opúsculo, cediendo a los ruegos de algunos
hermanos, que pudiese servir de ejemplo de meditación de los misterios de
la fe a un hombre que busca en silencio consigo mismo descubrir lo que
ignora, me he dado cuenta que esta obra tenía el inconveniente de hacer
necesario el encadenamiento de un buen número de raciocinios. Desde ese
momento comencé a pensar si no sería posible encontrar una sola prueba que
no necesitase para ser completa más que de sí misma y que demostrase que
Dios existe verdaderamente; que es el bien supremo que no necesita de
ningún otro principio, y del cual, por el contrario, todos los otros seres
tienen necesidad para existir y ser buenos; que apoyase, en una palabra,
con razones sólidas y claras, todo lo que creemos de la substancia divina.
Al revolver con infatigable atención estos pensamientos en mi mente, me
parecía unas veces que iba a obtener lo que buscaba, y otras que la
solución de esta dificultad se desvanecía para siempre y enteramente de mi
espíritu. Desesperado, por fin, de llegar a ello, decidí dejarlo como algo
cuya búsqueda era vana e imposible de obtener. En el temor de que este
pensamiento ocupando inútilmente mi espíritu, le apartase de otros objetos
en el estudio de los cuales podía hacer útiles progresos, quise alejarle
completamente de mí. Pero cuanto más me defendía contra esta idea y menos
quería darle entrada, más me perseguía ella con una especie de
importunidad. Un día, pues, cansado ya de resistir a esta persecución
importuna, en la lucha misma de mis pensamientos, se ofreció la idea que
ya desesperaba de encontrar, y la acogí con tanto entusiasmo como cuidado
había puesto en rechazarla. 1.451 Pensando en seguida que lo que yo había
encontrado con tanto placer podría, si era desarrollado por escrito,
causar otro tanto al que lo leyese, escribí sobre este tema y algunos
otros el opúsculo siguiente, en el cual hago hablar a una persona que
busca elevar su alma a la contemplación de Dios y que se esfuerza en
comprender lo que cree. Y como ni el primer tratado ni éste me parecen
merecer el nombre de libro, ni ser bastante considerables para que se
colocase al frente el nombre del autor, pero que, sin embargo, era
necesario que tuviesen un título que invitase a leerlos a aquellos en
cuyas manos podrían caer, les puse uno a cada uno de ellos, y designé al
primero por estas palabras: Ejemplo de meditación sobre el fundamento
racional de la fe; y al segundo por éstas: La fe buscando apoyarse en la
razón. Pero
como fueron transcritos después por varios con esos títulos, me
persuadieron algunas personas, y entre ellas el reverendo arzobispo de
Lyón, Hugo, legado apostólico de la Galia, más bien me ordenó con su
autoridad apostólica que pusiera en él mi nombre. Para que esto fuera más
fácil, intitulé a uno Monologium, es decir, conversación conmigo mismo, y
el otro Proslogium, es decir, alocución.
CAPÍTULO
1 Exhortación
a la contemplación de Dios 1.452 ¡Oh hombre, lleno de miseria y
debilidad!, sal un momento de tus ocupaciones habituales; ensimísmate un
instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos; arroja lejos
de ti las preocupaciones agobiadoras, aparta de ti tus trabajosas
inquietudes. Busca, a Dios un momento, sí, descansa siquiera un momento en
su seno. Entra en el santuario de tu alma, apártate de todo, excepto de
Dios y lo que puede ayudarte a alcanzarle; búscale en el silencio de tu
soledad. ¡Oh corazón mío! , di con todas tus fuerzas, di a Dios: Busco tu
rostro, busco tu rostro, ¡oh Señor! 1.453 Y ahora, ¡oh Señor, Dios mío! , enseña a
mi corazón dónde y cómo te encontrará, dónde y cómo tiene que buscarte. Si
no estás en mí, ¡oh Señor! , si estás ausente, ¿dónde te encontraré? Desde
luego habitas una luz inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa luz
inaccesible? ¿Cómo me aproximaré a ella? ¿Quién me guiará, quién me
introducirá en esa morada de luz? ¿Quién hará que allí te contemple? ¿Por
qué signos, bajo qué forma te buscaré? Nunca te he visto, Señor Dios mío;
no conozco tu rostro. ¿Qué hará, Señor omnipotente, este tu desterrado tan
lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor, atormentado con el amor de tus
perfecciones y arrojado lejos de tu presencia? Fatígase intentando verte,
y tu rostro está muy lejos de él. Desea acercarse a ti, y tu morada es
inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No
suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro. Señor, tú eres mi
Dios, tú eres mi maestro, y nunca te he visto. Tú me has creado y
rescatado, tú me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te
conozco. Finalmente, he sido creado para verte, y todavía no he alcanzado
este fin de mi nacimiento. 1.454 ¡Oh suerte llena de miseria! El hombre ha
perdido el bien para el cual ha sido creado. ¡Oh dura condición, oh cruel
desgracia! ¡Ay! ¿Qué ha perdido y qué ha encontrado? ¿Qué se le ha
quitado? ¿Qué le ha quedado? Ha perdido la dicha para la cual había
nacido, ha encontrado la desdicha para la cual no estaba destinado. Ha
visto desvanecerse lejos de él las condiciones necesarias de la felicidad,
y no le queda más que una desdicha inevitable. El hombre comía el pan de
los ángeles, ahora tiene hambre y come el pan del dolor, que ni siquiera
conocía entonces. ¡Oh duelo público de la humanidad, gemido universal de
los hijos de Adán! Este padre común gozaba en la abundancia, ahora gemimos
en la necesidad; mendigamos, y él estaba en la riqueza. Poseía felicidad;
lo ha perdido todo y vive en las angustias de la miseria; como él, estamos
nosotros en la necesidad y el dolor; formamos deseos sellados con el
carácter de nuestros sufrimientos y, ¡ay! , no son satisfechos. Puesto que
lo podía fácilmente, ¿por qué no nos ha conservado un bien cuya pérdida
debía sernos tan dolorosa? ¿Por qué nos ha cerrado el acceso a la luz y
nos ha rodeado de tinieblas? ¿Por qué nos ha quitado la vida para
condenarnos a muerte? ¡Desgraciados! ¿De dónde hemos sido arrojados?
¿Dónde hemos sido relegados? ¿De dónde hemos sido precipitados? ¿En qué
abismo hemos sido sepultados? Hemos pasado de la patria al destierro; de
la vista de Dios, a la ceguera en que nos hallamos; de la dulce
inmortalidad, a la amargura y el horror de la muerte. ¡Funesto cambio!
¡Qué mal tan horroroso ha reemplazado a tan gran bien! ¡Pérdida lastimosa,
dolor profundo, terrible reunión de miserias! 1.455 ¡Cuán desgraciado soy, hijo infortunado
de Eva apartado de Dios por el crimen! ¿En qué empresa me he metido? ¿Qué
es lo que he hecho? ¿Dónde iba? ¿A dónde he llegado? ¿Qué es lo que yo
pretendía? ¿A qué término he llegado? ¿Quién suscita mis suspiros? He
buscado la dicha, y la consecuencia ha sido la agitación. Yo quería ir
hasta Dios, y no he encontrado más que a mí mismo. Buscaba el descanso en
el secreto de mi soledad, y no he encontrado en el fondo de mi corazón más
que dolor y tribulación. ¿Quería alegrarme con toda la alegría de mi alma?
Me veo obligado a gemir con los gemidos de mi corazón. Esperaba la
felicidad, y no he encontrado más que una triste ocasión de redoblar mis
suspiros. 1.456
Y
tú, Señor, ¿hasta cuándo nos olvidarás? ¿Hasta cuándo apartarás de
nosotros tu rostro? ¿Cuándo volverás hacia nosotros tus miradas? ¿Cuándo
nos escucharás? ¿Cuándo iluminarás nuestros ojos? ¿Cuándo nos mostrarás tu
rostro? ¿Cuándo accederás a nuestros deseos? Señor, vuelve tus ojos hacia
nosotros, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Sin ti no hay para
nosotros más que desdichas; ríndete a nuestros deseos para que la dicha
nos venga de nuevo. Ten piedad de nuestros trabajos y de los esfuerzos que
hacemos para llegar hasta ti, sin cuyo socorro no podemos nada. Tú nos
invitas, ayúdanos. Señor, yo te suplico que la desesperación no reemplace
a mis gemidos; que la esperanza me permita respirar. Suplícote, Señor; mi
corazón está sumergido en la amargura de la desolación que lleva en sí;
endulza su pena por tus consuelos. Señor, empujado por la necesidad, he
comenzado a buscarte; no permitas, te lo suplico, que yo me retire sin
quedar saciado. Me he acercado para apaciguar mi hambre; que no tenga que
volverme sin haberla satisfecho. Pobre como soy, imploro tu riqueza;
desgraciado, tu misericordia; que la negativa y el desprecio no sean el
efecto de mi oración. Y si suspiro por la llegada de ese precioso
alimento, que al menos no me falte después de la prueba. Encorvado como
estoy, Señor, no puedo mirar más que la tierra; enderézame, y mis miradas
se dirigirán hacia los cielos. Mis iniquidades se han alzado por encima de
mi cabeza, me rodean por todas partes y me oprimen como una carga pesada.
Desembarázame de estos obstáculos, descárgame de este peso; que no me
encierren en sus profundidades como en un pozo. Que me sea permitido
volver los ojos hacia tu luz desde lejos o del fondo de mi abismo.
Enséñame a buscarte, muéstrate al que te busca, porque no puedo buscarte
si no me enseñas el camino. No puedo encontrarte si no te haces presente.
Yo te buscaré deseándote, te desearé buscándote, te encontraré amándote,
te amaré encontrándote. 1.457
Reconozco,
Señor, y te doy gracias, que has creado en mí esta imagen para que me
acuerde de ti, para que piense en ti, para que te ame. Pero esta imagen se
halla tan deteriorada por la acción de los vicios, tan oscurecida por el
vapor del pecado, que no puede alcanzar el fin que se le había señalado
desde un principio si no te preocupas de renovarla y reformarla. No
intento, Señor, penetrar tu profundidad, porque de ninguna manera puedo
comparar con ella mi inteligencia; pero deseo comprender tu verdad, aunque
sea imperfectamente, esa verdad que mi corazón cree y ama. Porque no busco
comprender para creer, sino que creo para llegar a comprender. Creo, en
efecto, porque, si no creyere, no llegaría a
comprender.
CAPÍTULO
II Que
Dios existe verdaderamente, aunque el insensato haya dicho en su
corazón: Dios
no existe 1.458 Así, pues, ¡oh Señor! , tú que das la
inteligencia de la fe, concédeme, en cuanto este conocimiento me puede ser
útil, el comprender que tú existes, como lo creemos, y que eres lo que
creemos. Creemos que encima de ti no se puede concebir nada por el
pensamiento. Se trata, por consiguiente, de saber si tal Ser existe,
porque el insensato ha dicho en su corazón: No hay Dios. Pero cuando me
oye decir que hay un ser por encima del cual no se puede imaginar nada
mayor, este mismo insensato comprende lo que digo; el pensamiento está en
su inteligencia, aunque no crea que existe el objeto de este pensamiento.
Porque una cosa es tener la idea de un objeto cualquiera y otra creer en
su existencia. Porque cuando el pintor piensa de antemano en el cuadro que
va a hacer, lo posee ciertamente en su inteligencia, pero sabe que no
existe aún. ya que todavía no lo ha ejecutado. Cuando, por el contrario,
lo tiene pintado, no solamente lo tiene en el espíritu, pero sabe también
que lo ha hecho. El insensato tiene que convenir en que tiene en el
espíritu la idea de un ser por encima del cual no se puede imaginar
ninguna otra cosa mayor, porque cuando oye enunciar este pensamiento, lo
comprende, y todo lo que se comprende está en la inteligencia: y sin duda
ninguna este objeto por encima del cual no se puede concebir nada mayor,
no existe en la inteligencia solamente, porque, si así fuera, se podría
suponer, por lo menos, que existe también en la realidad, nueva condición
que haría a un ser mayor que aquel que no tiene existencia más que en el
puro y simple pensamiento. Por consiguiente, si este objeto por encima del
cual no hay nada mayor estuviese solamente en la inteligencia, sería, sin
embargo, tal que habría algo por encima de él, conclusión que no sería
legítima. Existe, por consiguiente, de un modo cierto, un ser por encima
del cual no se puede imaginar nada, ni en el pensamiento ni en la
realidad.
CAPÍTULO
III Que
no se puede pensar que Dios no existe 1.459
Lo que acabamos de decir es tan cierto, que no se puede imaginar que Dios
no exista. Porque se puede concebir un ser tal que no pueda ser pensado
como no existente en la realidad, y que, por consiguiente, es mayor que
aquel cuya idea no implica necesariamente la existencia. Por lo cual, si
el ser por encima del cual nada mayor se puede imaginar puede ser
considerado como no existente, síguese que este ser que no tenía igual, ya
no es aquel por encima del cual no se puede concebir cosa mayor,
conclusión necesariamente contradictoria, Existe,
por tanto, verdaderamente un ser por encima del cual no podemos levantar
otro, y de tal manera que no se le puede siquiera pensar como no
existente; este ser eres tú, ¡oh Dios, Señor
nuestro! Existes,
pues, ¡oh Señor, Dios mío! , y tan verdaderamente, que no es siquiera
posible pensarte como no existente, y con razón. Porque si una
inteligencia pudiese concebir algo que fuese mejor que tú, la criatura se
elevaría por encima del Creador y vendría a ser su juez, lo que es
absurdo. Por lo demás, todo, excepto tú, puede por el pensamiento ser
supuesto no existir. A ti solo, entre todos, pertenece la cualidad de
existir verdaderamente y en el más alto grado. Todo lo que no es tú, no
posee más que una realidad inferior y no ha recibido el ser más que en
menor grado. ¿Por qué entonces el insensato ha dicho en su corazón: No hay
Dios, cuando es tan fácil a un alma racional comprender que existes más
realmente que todas las cosas? Precisamente porque es insensato y sin
inteligencia.
CAPÍTULO
IV Cómo
el insensato ha dicho en su corazón lo que no se puede
pensar 1.460
Pero
¿cómo el insensato ha dicho en su corazón lo que no ha podido pensar o
cómo no ha podido pensar lo que ha dicho en su corazón, puesto que decir
en su corazón no es otra cosa que pensar? Y si se puede decir
verdaderamente que lo ha pensado, puesto que lo ha dicho en su corazón, y
al mismo tiempo que no lo ha dicho en su corazón, porque no ha podido
pensarlo, hay que admitir que hay muchas maneras de decir en su corazón o
pensar. Se piensa de distinto . modo una cosa cuando se piensa la palabra
que la significa o cuando la inteligencia percibe y comprende la cosa
misma. En el primer sentido se puede pensar que Dios no existe; en el
segundo, no. Aquel que comprende lo que es Dios, no puede pensar que Dios
no existe, aunque pueda pronunciar estas palabras en sí mismo, ya sin
atribuirles ningún significado, ya atribuyéndoles un significado torcido,
porque Dios es un ser tal, que no se puede concebir mayor que El. El que
comprende bien esto, comprende al mismo tiempo que tal ser no puede ser
concebido sin existir de hecho. Por consiguiente, aquel que comprende
estas condiciones de la existencia de Dios, no puede pensar que no
existe. Gracias,
pues, te sean dadas, ¡oh Señor! Porque lo que he creído al principio por
el don que me has hecho, lo comprendo ahora por la luz con que me
iluminas, y aun cuando no quisiera creer que existes, no podría
concebirlo.
CAPÍTULO
V Que
Dios es todo aquello que es mejor que exista que no exista, y que, siendo
el único que existe por sí mismo, ha hecho todo de la
nada 1.461
¿Qué
eres tú, pues, ¡oh Señor Dios mío!, tú por encima del cual no se puede
suponer nada mejor? Y ¿quién puedes tú ser sino aquel que, existiendo solo
por encima de todos por sí mismo, lo ha hecho todo de la nada? Porque todo
lo que no es este poder creador, es inferior a lo que nuestro pensamiento
puede comprender en su más alto concepto; pero estos pensamientos no
pueden ser concebidos de ti ni convenir a tu esencia. ¿Qué bien podría
entonces faltar al bien supremo, a ese bien del cual todo bien ha emanado?
Eres, por tanto, necesariamente justo, verdadero, feliz y todo lo que vale
más que exista que no exista, porque vale más ser justo que no serlo, ser
feliz que no serlo.
CAPÍTULO
VI Cómo
Dios es sensible aunque no sea cuerpo 1.462
Pero
puesto que es mejor que seas sensible (capaz de sentir), omnipotente,
misericordioso, impasible, que carecer de todos estos atributos, ¿cómo
eres sensible si no tienes cuerpo, y todopoderoso si no puedes todo, o
lleno de misericordia y a la vez impasible? Porque si solamente los seres
corporales son sensibles, porque los sentidos están extendidos por el
cuerpo y forman parte de él, ¿cómo puedes tú ser sensible si no eres
cuerpo, sino espíritu supremo, y, por lo mismo, mejor que el cuerpo? Es
que, sin duda, sentir es conocer, porque el que siente conoce según la
propiedad de los sentidos, como los colores por la vista, los sabores por
el gusto. Con razón se dice, por tanto, que todo ser que de algún modo
conoce, siente. Así, ¡oh Señor! , aunque no seas cuerpo, eres, sin
embargo, soberanamente sensible, puesto que conoces en su ser mismo todas
las cosas, y no como un animal, que no conoce más que por los sentidos
corporales.
CAPÍTULO
VII Cómo
es omnipotente aunque muchas cosas le sean
imposibles 1.463
Pero
¿cómo eres omnipotente si no puedes todo, si no puedes corromperte, mentir
ni hacer que lo verdadero sea falso, que lo que está hecho no lo sea, y
otras cosas semejantes? ¿Cómo puedes todo, a menos, quizá, que poder hacer
algunas de estas cosas no sea potencia, sino, por el contrario, una
verdadera impotencia? Porque el que puede hacer tales cosas puede hacer lo
que es funesto, lo que es contra su deber. Ahora bien, cuanto más poderoso
es de esta manera, tanto más poder tiene sobre él la adversidad y el mal y
menos fuerza tiene él contra ellas. Semejante facultad no es poder, sino
impotencia. De hecho, no se dice que posee personalmente el poder, sino
que se deja que otros lo tengan sobre él; también es una manera de hablar,
como cuando se dicen muchas cosas impropiamente. Decimos, por ejemplo, ser
por no ser, y hacer para expresar una situación que consiste en no hacer o
no hacer nada. Por ejemplo, respondemos a un hombre que niega una cosa:
Así es como usted dice, aunque más conveniente sería decir: La cosa, en
efecto, no es como usted dice que no es. También decimos: éste se sienta
como este otro, o éste descansa como hace este otro, aunque por sentarse
entendamos no hacer una cosa, y por descansar no hacer nada. Así, pues,
cuando se dice de alguien que tiene poder de hacer o sufrir algo que no le
es provechoso o que no debe hacer, se entiende que es impotencia, aunque
se emplee la palabra potencia, porque cuanto más poderoso es en este
sentido, tanto más fuertes son contra él el infortunio y la perversidad, y
él tanto más débil contra ellas. Así, pues, Señor Dios nuestro, tú eres
verdaderamente omnipotente, en el sentido de que no puedes nada en lo que
es fruto de la impotencia y de que nada prevalece contra
ti.
CAPÍTULO
XIV Cómo
y por qué Dios es visto y no visto de aquellos que le
buscan 1.464
¡Oh
alma mía!, ¿has encontrado lo que buscabas? Buscabas a Dios, y has llegado
a conocer que está por encima de todas las cosas, mayor que lo que nuestro
pensamiento puede imaginar; que es la vida, la luz, la sabiduría, la
bondad, la bienaventuranza eterna y la eternidad feliz; que está por todas
partes y siempre. Porque si no has encontrado a tu Dios, ¿cómo es el ser
que has encontrado, y cómo has comprendido con verdad tan firme y tan
verdadera firmeza que el objeto que acababas de alcanzar era Dios? Si, por
el contrario, le has encontrado, ¿cómo no sientes la presencia de lo que
has encontrado? ¿Por qué, oh Señor Dios mío, mi alma no te siente si te ha
encontrado? 1.465
¿Será
que no te ha encontrado cuando ha creído comprender que eres luz y verdad?
¿Ha podido ella comprender esto si no es viendo la luz y la verdad? ¿Ha
podido comprender algo de tu esencia si no es por tu luz y tu verdad? Si,
pues, ella ha visto la luz y la verdad, ella te ha visto; y si t ella no
te ha visto, no ha visto la luz y la verdad. ¿Cómo creer, en efecto, que
ha visto la luz y la verdad y que, sin embargo, no te ha visto, si no es
que te ha visto de cierto modo, pero no cual eres
tú? 1.466
Señor,
Dios mío, creador y reparador de mi ser, di a mi alma, llena de deseos;
dile que eres otro del que ella ha visto, para que vea, en fin, sin velo
lo que aspira a ver. Atentamente busca ver más de lo que ha vista, pero no
ve nada más de lo que ha visto, nada sino profundas tinieblas. O, más
bien, no ve tinieblas, porque en ti no las hay, pero ve que no puede ver
más a causa de sus propias tinieblas. ¿Por qué esto, Señor-, por qué? ¿Su
ojo está oscurecido por su debilidad o deslumbrado por tu esplendor? Sí,
su ojo está oscurecido por sus propias tinieblas y deslumbrado por tu luz.
Su corto alcance la ciega, se pierde en tu inmensidad, está encerrado por
sus estrechos límites, sobrepasado por tu grandeza ilimitada. Porque,
¡cuán grande es esta luz de donde brota y brilla toda verdad, que luce a
los ojos del alma dotada de razón! ¡Cuán vasta esta verdad en la cual está
todo lo que es verdad y fuera de la cual no hay más que nada y mentira!
¡Cuán inmensa es, ella que de un solo vistazo ve todo lo que existe, de
qué principio, por qué poder y de qué manera ha sido hecho de la nada!
¡Qué pureza, qué simplicidad, qué certeza, qué brillo se encuentra en
ella! Mucho más, sin duda, de lo que la criatura puede
comprender.
CAPÍTULO
XXII Que
solamente Dios es lo que y el qué es 1.467
Por
consiguiente, ¡oh Señor! , tú solo eres lo qué eres y el que eres, porque
el ser que no es el mismo en su todo y en sus partes, el ser sujeto a
cambio en algún punto, no puede ser en modo alguno lo que él es. Lo que ha
comenzado por la nada, puede ser concebido como no existente, y si no
subsiste por el poder de otro, vuelve a la nada. Aquello cuyo pasado no
existe, cuyo futuro aún no es, no existe propiamente hablando. En cuanto a
ti, tú eres lo que eres, porque todo lo que eres una vez y de algún modo,
lo eres entero y siempre. Tú
existes verdadera y simplemente porque no tienes pasado ni futuro, sino
únicamente un presente, y no se puede suponer un momento en que no
existas. Pero tú eres la vida, la luz, la sabiduría, la felicidad, la
eternidad y todos los bienes, de cualquier clase que sean, y, sin embargo,
no eres más que el Bien único y supremo que te bastas a ti mismo
enteramente y no careces de nada. De ti, en cambio, han menester las demás
cosas para existir y estar como conviene.
CAPÍTULO
XXVI Esta
alegría, ¿será «la alegría llena» que promete el
Señor? 1.468
Mi Señor y mi Dios, mi esperanza y la alegría de mí corazón, di a mí alma
si es ésa la alegría que nos anuncias por las palabras de tu Hijo: Pedid y
recibiréis, a fin de que vuestra alegría sea completa, porque he
encontrado una alegría plena y más que plena. Después que haya llenado al
hombre entero su corazón, su espíritu, su alma, todavía le quedará más
allá de toda medida. Esta alegría no entrará enteramente en aquellos que
la disfruten, sino que éstos entrarán en la alegría. Di, Señor, di a tu
siervo en el fondo de su alma si es ésta la felicidad del Señor en la que
entrarán aquellos servidores tuyos que son llamados. Esta alegría de que
ciertamente gozarán tus elegidos, ni la ha visto el ojo, ni el oído la ha
escuchado, ni entró jamás en el corazón del hombre. No he expresado, pues,
todavía, ni pensado, ¡oh Señor! , lo que se alegrarán estos
bienaventurados. Su alegría será, sin duda, igual a su amor; su amor, a su
conocimiento. ¿En qué medida te conocerán entonces, Señor, y hasta qué
punto te amarán? Cierto que el ojo no ha visto en esta vida, ni el oído
escuchado, ni el corazón del hombre comprendido en qué medida te conocerán
y amarán en la otra vida. 1.469
Yo te suplico, ¡oh Señor! ;haz que te conozca, que te ame, a fin de que
encuentre en ti toda mi alegría. Y si en este mundo no puedo alcanzar la
plenitud de la dicha, que al menos crezca en mí cada día hasta ese momento
deseado. Que en esta vida cada instante me eleve más y más al conocimiento
de ti mismo, y que en la vida futura este conocimiento sea perfecto; que
aquí mi amor por ti aumente, que allí alcance su plenitud; que aquí mi
alegría en esperanza sea cada vez mayor, que allí sea completa; en
realidad, Señor, tú nos ordenas, nos aconsejas por tu Hijo que pidamos y
nos prometes que recibiremos, a fin de que nuestro gozo sea perfecto. Yo
te lo pido, Señor, como nos lo aconsejas por boca del Maestro admirable
que nos has dado: haz que reciba, como lo prometes por tu Verdad, a fin de
que mi alegría sea llena. Yo pido: haz, ¡oh Dios fiel en tus promesas! ,
que yo reciba, para que mi alegría sea completa. Y ahora, en medio de
estos deseos y favores, que sea éste el objeto de las meditaciones de mi
alma y de las palabras de mi lengua. Que sea eso lo que ame mi corazón, lo
que hable mi boca. Que mi alma tenga hambre de esa felicidad; que mi
cuerpo tenga sed; que mi sustancia entera la desee, hasta que entre la
gloria del Señor, que es Dios trino y uno, bendito en todos los siglos.
Así sea.
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