Anónimo inglés del Siglo XIV

La Nube del No-Saber


 
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Que durante la contemplación la persona da de lado
toda meditación sobre la naturaleza de la virtud
y del vicio

Como ya he explicado, has de sumergir tu ser en la realidad espiritual significada por la palabra «pecado», no insistiendo, sin embargo, en una clase particular de pecado tal como el orgullo, la ira, envidia, codicia, pereza, gula, lujuria o cualquier otro pecado, sea mortal o venial. Pues, para un contemplativo, ¿qué importa la clase o la gravedad del pecado? A la luz de la contemplación cualquier cosa que le separa de Dios, por leve que sea, aparece como un mal atroz y le roba la paz interior.

Trata de experimentar el pecado como un conjunto de algo, entendiendo que eres tú mismo, pero sin definirlo con precisión. Luego grita en tu corazón esta única palabra: «pecado», «pecado», «pecado», o «socorro», «socorro», «socorro». Dios puede enseñarte lo que quiero decir por medio de la experiencia mucho mejor de lo que puedo hacerlo con palabras. Pues lo mejor es que esta palabra sea totalmente interior sin un pensamiento definido o un sonido real. En ocasiones, te sentirás tan saturado de lo que es el pecado, que la tristeza y el peso del mismo se extenderá por todo tu cuerpo y alma, hasta llegar a exclamar la misma palabra.

Todo esto es igualmente cierto de la palabra «Dios». Sumérgete en la realidad espiritual de que te habla, pero sin ideas precisas de las obras de Dios, sean grandes o pequeñas, espirituales o materiales. No consideres ninguna virtud en particular que Dios pueda enseñarte con su gracia, sea la humildad, la caridad, paciencia, abstinencia, esperanza, fe, moderación, castidad o pobreza evangélica. Porque, en cierto sentido, para el contemplativo todas son lo mismo. Él encuentra y experimenta todas ellas en Dios, quien es la fuente y esencia de toda bondad. El contemplativo ha llegado a comprender que si posee a Dios, posee todos los bienes, y por eso no desea nada en particular sino sólo al buen Dios mismo. Y tú también debes hacerlo así, en cuanto te es posible con su gracia. Que esta palabra represente para ti a Dios en toda su plenitud y nada más que la plenitud de Dios. Que nada sino Dios predomine en tu mente y en tu corazón.

Y dado que, mientras vivas en esta vida mortal, habrás de sentir en alguna medida el peso del pecado como parte y parcela de tu ser, sé lo suficientemente prudente para alternar entre estas dos palabras: «Dios» y «pecado». Acuérdate de este principio general: si posees a Dios te verás libre del pecado, y cuando estás libre del pecado posees a Dios.

 
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Que en todo, excepto en la contemplación,
la persona ha de ser moderada

Si me preguntas ahora qué clase de moderación has de observar en la obra de la contemplación, te responderé lo siguiente: ninguna. En todo lo demás, como el comer, beber y dormir, la moderación es la regla. Evita los extremos de calor y frío; guárdate contra el exceso por más o por menos en la lectura, la oración o el compromiso social. En todas estas cosas, repito, sigue el sendero del medio. Pero en el amor no guardes medida. En realidad, desearía que nunca cesaras en esta obra del amor.

Has de darte cuenta, en efecto, de que en esta vida te será imposible continuar en esta obra con la misma intensidad durante todo el tiempo. La enfermedad, los achaques del cuerpo y del espíritu y otras innumerables necesidades de la naturaleza te dejarán indispuesto y apartado de sus alturas. Al mismo tiempo, sin embargo, te aconsejo que te mantengas siempre con buen ánimo y si quieres, con alegría. Lo que quiero decir es que con el deseo puedes permanecer en ella aun cuando interfieran otras cosas. Por amor de Dios, evita, pues, la enfermedad en cuanto te sea posible, a fin de que no seas responsable de una enfermedad innecesaria.

Te hablo seriamente cuando digo que esta obra exige una disposición relajada, sana y vigorosa tanto de cuerpo como de espíritu. Por amor de Dios, disciplínate en el cuerpo y en el espíritu a fin de mantener tu salud el mayor tiempo posible. Pero si, a pesar de tus mejores esfuerzos, la enfermedad te domina, sé paciente en soportarla y espera con humildad la misericordia de Dios. Esto basta. En efecto, tu paciencia en la enfermedad y en la aflicción puede ser a menudo más grata a Dios que los tiernos sentimientos de devoción en tiempos de salud.

 
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Que no teniendo moderación en la contemplación,
el hombre puede llegar a la perfecta moderación
en todo lo demás

Quizá estés preguntándote ahora cómo determinar la medida adecuada en la comida, la bebida, el sueño y demás. Te contestaré brevemente: conténtate con aceptar las cosas según vienen. Si te entregas generosamente a la obra del amor, estoy seguro de que sabrás cuándo has de comenzar y terminar cualquier otra actividad. No puedo creer que una persona entregada con toda su alma a la contemplación pueda errar por exceso o por defecto en estos asuntos externos, a menos que sea una persona que siempre yerre.

¡Ojalá yo pudiera estar siempre preocupado y ser fiel a la obra del amor en mi corazón! Dudo que entonces me preocupase mucho de mi comida, bebida, sueño y conversación. Pues ciertamente se consigue antes moderación en estas cosas por despreocupación de las mismas que a través de una introspección angustiosa, como si esta ayudara a determinar la medida adecuada. Con seguridad nada de lo que haga o diga puede realmente conseguirlo. Que otros digan lo que quieran; la experiencia es mi testigo.

Por eso te digo, una vez más, eleva tu corazón con un ciego impulso de amor, consciente ora del pecado, ora de Dios, deseando a Dios y detestando el pecado. A este lo conoces demasiado bien, pero tu deseo tiende hacia Dios. Pido que el buen Dios venga en tu ayuda, pues al llegar a este punto le necesitarás muchísimo.

 
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Que el hombre ha de perder la conciencia radical
de concentración en su propio ser,
si es que quiere llegar a las altas cimas
de la contemplación en esta vida

Sé cauto al vaciar tu mente y tu corazón de todo excepto de Dios durante el tiempo de esta obra. Rechaza el conocimiento y la experiencia de todo lo que es inferior a Dios, dejándolo bajo la nube del olvido. Y has de aprender también a olvidar no sólo a toda criatura y sus obras sino también a ti mismo, juntamente con cuanto has hecho por el servicio de Dios. Pues un verdadero amante no sólo quiere a su amado más que a si mismo sino que en cierto sentido se olvida de si mismo en relación al único que ama.

Y esto es lo que has de aprender a hacer. Has de llegar a abominar y detestar todo lo que ocupa tu mente excepto a Dios, pues todo es un obstáculo entre él y tú. Apenas si te ha de extrañar el que llegues a odiar el pensar sobre ti mismo en vistas a tu mayor comprensión del pecado. Esta mancha fétida y detestable llamada pecado no es sino tú mismo, y aunque no lo consideres con todo detalle, ahora sabes que es parte y parcela de tu mismo ser y algo que te separa de Dios.

Rechaza, pues, el pensamiento y la experiencia de todas las cosas creadas, pero aprende más especialmente a olvidarte de ti mismo, ya que todo tu conocimiento y experiencia depende del conocimiento y sentimiento de ti mismo. Todo lo demás se olvida fácilmente en comparación con uno mismo. Comprueba si la experiencia no me da a mí la razón. Aun mucho después de haberte olvidado con éxito de las criaturas y de sus obras, te darás cuenta de que un elemental conocimiento y sentimiento de tu ser sigue permaneciendo entre ti y Dios. Créeme, no serás perfecto en el amor hasta que esto sea también destruido.

 
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Cómo se ha de disponer la persona a fin de destruir
la conciencia elemental de concentración
en su propio ser

Me preguntas ahora cómo podrás destruir este elemental conocimiento y sentimiento de tu propio ser. Quizá tú llegas a comprender por fin que, si destruyes esto, cualquier otro obstáculo quedaría destruido. Si has llegado a entender esto, ya es mucho. Pero para responderte he de explicar que sin una gracia especial de Dios, libremente otorgada, y sin la perfecta correspondencia a esta gracia por tu parte, no puedes nunca esperar la destrucción de ese elemental conocimiento y sentimiento de tu ser. La perfecta correspondencia a esta gracia consiste en un fuerte y profundo dolor o tristeza interior.

Pero es de suma importancia modelar este dolor. Has de ser cauto para no forzar nunca de forma irreverente tu cuerpo o tu espíritu. Siéntete relajado y tranquilo pero sumergido en el dolor. El dolor del que hablo es genuino y perfecto, y bendito el hombre que lo experimente. Todo hombre tiene muchos motivos de tristeza, pero sólo entiende la razón universal y profunda de la tristeza el que experimenta que es (existe). Todo otro motivo palidece ante este. Sólo siente auténtica tristeza y dolor quien se da cuenta no sólo de lo que es sino de que es. Quien no ha sentido esto debería llorar, pues nunca ha experimentado la verdadera tristeza. Esta tristeza purifica al hombre del pecado y del castigo del pecado. Aún más, prepara su corazón a recibir aquella alegría por medio de la cual trascenderá finalmente el saber y el sentir de su ser.

Cuando esta tristeza es auténtica, está henchida del anhelo reverente de la salvación de Dios, pues de otra manera ningún hombre podría aguantarla. Si el hombre no estuviera un tanto alentado por el consuelo de la oración contemplativa, quedaría completamente aplastado por el conocimiento y sentimiento de su ser. Pues cuántas veces quiere llegar a un conocimiento y sentimiento verdaderos de Dios en pureza de su espíritu (hasta el punto que es posible en esta vida) y siente luego que no puede -pues se da cuenta constantemente de que su conocer y su sentir están como ocupados y llenos de una fétida y pestilente mancha de si mismo, que siempre ha de odiarse, despreciarse y desecharse, si se quiere ser perfecto discípulo de Dios y enseñado por él solo en el monte de la perfección-, casi se desespera por la tristeza que siente, llorando, gimiendo, retorciéndose, imprecando y reprochándose a sí mismo. Siente, en una palabra, el peso de si mismo de una manera tan trágica que ya no se cuida de si mismo con tal de poder amar a Dios.

Y sin embargo, en todo esto no desea dejar de existir, pues esto es locura del diablo y blasfemia contra Dios. De hecho, se alegra de existir y desde lo hondo de su corazón rebosante de agradecimiento da gracias a Dios por el don y el bien de su existencia. Al mismo tiempo, sin embargo, desea incesantemente verse libre del conocimiento y sentimiento de su ser.

Antes o después todos han de darse cuenta en alguna medida tanto de esta tristeza como de este anhelo de libertad. Dios, en su sabiduría, enseñará a sus amigos espirituales, según la fuerza física y moral de cada uno, a soportar esta verdad, de acuerdo con el progreso y la apertura a su gracia de cada uno. Él los instruirá poco a poco hasta que sean completamente uno en la plenitud de su amor; esa plenitud posible en la tierra con su gracia.

 
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Una buena exposición de ciertos engaños
que pueden acechar al contemplativo

Te debo advertir que un joven novicio, sin experiencia en la contemplación, está expuesto a una gran decepción si no está constantemente alerta y no es lo suficientemente sincero para buscar un guía seguro. El peligro es que puede dar al traste con su fortaleza física y caer en aberraciones mentales por medio del orgullo, la sensualidad y una engañosa sofistería.

He aquí cómo puede insinuarse la decepción. Un joven o una joven recién iniciado en el camino de la contemplación empieza a oír hablar del deseo por el que el hombre eleva su corazón a Dios, ansiando incesantemente experimentar su amor; oye hablar también sobre la tristeza que acabo de describir. Considerándose vanamente diestro y sofisticado en la vida espiritual, no tarda en comenzar a interpretar lo que oye en términos literales y materiales, perdiendo completamente de vista el sentido espiritual más profundo. Y por eso violenta locamente sus recursos físicos y emocionales más allá de toda razón. Despreciando la inspiración de la gracia y excitado por la vanidad y la presunción, fuerza su aguante tan mórbidamente que en poco tiempo se encuentra fatigado y extenuado en cuerpo y espíritu. Después siente la necesidad de aliviar la tensión creada buscando una compensación baladí, material o física, como relajación del cuerpo y del espíritu.

Suponiendo que salga de esto, su ceguera espiritual y el abuso que inflige a su cuerpo en esta pseudocontemplación (pues difícilmente se puede llamar espiritual) le pueden llevar a fomentar sus pasiones de forma no natural o a crear en él un estado frenético. Y todo ello es el resultado de una pseudoespiritualidad y de un mal trato del cuerpo. Está instigado por su enemigo, el demonio, que se vale de su orgullo, sensualidad y presunción intelectual para engañarle.

Esta clase de personas creen, por desgracia, que la exaltación que sienten es el fuego del amor encendido en sus pechos por el Espíritu Santo. De este engaño y otros semejantes surgen males de todas clases, mucha hipocresía, herejía y error. Esta especie de pseudoexperiencia trae consigo el falso conocimiento propio de la escuela del diablo, de la misma manera que la auténtica experiencia comporta la comprensión de la verdad enseñada por Dios. Créeme cuando te digo que el diablo tiene sus contemplativos como Dios tiene los suyos.

La falsedad de las pseudoexperiencias y del falso conocimiento se da de mil maneras y situaciones según las diferentes mentalidades y disposiciones de los engañados, de la misma manera que la experiencia verdadera asume muy diferentes formas subjetivas. Pero voy a detenerme aquí. No quiero cargarte con más conocimientos de los que necesitas para hacer seguro tu camino. ¿De qué puede servirte el oír que el maligno ha engañado a grandes clérigos y en diferentes etapas de su vida? De nada, estoy seguro. Por eso, sólo describiré aquellas trampas que puedes encontrar con mas facilidad a medida que avanzas en esta obra. Te digo que puedes ser avisado de antemano y evitarías.

 
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Una instrucción provechosa para evitar estos engaños;
que en la contemplación se ha de confiar más
en un entusiasmo gozoso que en la simple fuerza bruta

Por el amor de Dios, pues, sé cauto y no te fuerces imprudentemente en esta obra. Confía más en un alegre entusiasmo que en la simple fuerza bruta. Pues cuanto más alegremente procedas, más humilde y espiritual se hará tu contemplación. Si, por el contrario, te conduces morbosamente, los frutos resultantes serán toscos y no naturales. Por eso, sé cauto. En efecto, todo el que pretende acercarse a esta encumbrada montaña de la oración contemplativa por medio de la simple fuerza bruta, será arrojado con piedras. Sabes que las piedras son cosas ásperas y secas que hieren terriblemente cuando golpean. Sin duda que una represión morbosa dañará tu salud, pues carece del rocío de la gracia y está completamente seca. Causará, además, un gran daño a tu mente alocada, llevándola a tropezar en ilusiones diabólicas. Por eso te vuelvo a decir que evites todo impulso no natural y que aprendas a amar con alegría con una suave y dulce disposición de cuerpo y de alma. Espera con alegre y modesta finura la iniciativa del Señor y no trates de arrebatar impacientemente la gracia cual codicioso lebrel muerto de hambre.

Hablo ahora medio en broma, pero trata de dominar el agudo y espontáneo suspiro de tu espíritu e intenta ocultar el ansia de tu corazón a los ojos del Señor. Quizá desprecies esto que te digo como algo infantil y frívolo, pero créeme, quien tenga la luz para entender lo que estoy diciendo y la gracia de seguirlo, experimentará, en efecto, las delicias de los gozos del Señor. Pues como un padre que juguetea con su hijo, estrechará y besará a quien viene a él con un corazón de niño- 

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Cómo crecer hasta la perfección de la pureza
del espíritu; cómo manifiesta un contemplativo
su deseo a Dios de una manera y los hombres de otra

No te molestes si te parece que hablo infantil y alocadamente y como si careciera de sano juicio. Lo hago adrede, pues creo que el Señor me ha inspirado en los últimos días para pensar y sentir así y decir a algunos de mis otros buenos amigos lo que ahora te digo a ti.

Una razón que tengo para aconsejarte que ocultes el deseo de tu corazón de los ojos de Dios es que, cuando tú lo ocultas, más clara y realmente lo ve él. Al ocultarlo consigues tu propósito y ves tu deseo cumplido antes que por otros medios que pudieras discurrir para atraer la atención de Dios. Otra segunda razón es que quiero que vayas independizándote de tus constantes emociones y que llegues a experimentar a Dios en la pureza y profundidad de tu espíritu. Finalmente, quiero ayudarte a anudar el nudo espiritual del amor ardiente que te atará a Dios en comunión de ser y de deseo. Pues, como sabes, Dios es espíritu, y todo aquel que desea unirse a él ha de entrar en la verdad y la profundidad de una comunión espiritual que trasciende con mucho toda representación terrena.

Dios, como es obvio, lo sabe todo y nada puede quedar oculto a sus ojos, sea material o espiritual. Pero, por ser espíritu, algo que se ha introducido a fondo en el espíritu es para él más claro y evidente que lo que se mezcla con las emociones. Y por eso lo espiritual es algo connatural a él. Por esta razón creo que cuanto más enraizado está nuestro deseo en las emociones, se encuentra más alejado de Dios que si surgiera simplemente de la actitud gozosa de un espíritu puro y profundo.

Ahora ya puedes entender mejor por qué te aconsejo alegremente cubrir y ocultar tu deseo de Dios. Con ello no te estoy sugiriendo que lo ocultes totalmente, pues sería el consejo de un loco y además, una tarea imposible. Pero te ruego que eches mano de tu ingenuidad para ocultarlo a sus ojos lo mejor que puedas. ¿Por qué te digo esto? Porque quiero que lo metas en el fondo de tu espíritu, lejos del contagio de caprichosas emociones que lo hacen menos espiritual y más alejado de Dios.

Sé, además, que a medida que tu corazón vaya creciendo en pureza de espíritu, estará menos dominado por la carne y más íntimamente unido a Dios. Él te verá más claramente y tú serás una fuente de delicias para él. Su visión, por supuesto, no queda literalmente afectada por esto o por aquello, pues es inmutable. Lo que trato de decirte es que cuando tu corazón se haya transformado por la pureza de espíritu, se hará connatural a Dios, pues él es espíritu.

Tengo todavía otra razón para aconsejarte que escondas tu ansia de la mirada de Dios. Tú y yo, y muchos como nosotros, estamos muy inclinados a desfigurar la realidad espiritual y a concebirla literalmente. Quizá si yo te hubiera urgido a mostrar el deseo de tu corazón a Dios, lo hubieras demostrado físicamente con gestos, sonidos, palabras o con cualquier otra actividad ingeniosa que hubieras podido emplear para manifestar un sentimiento secreto de tu corazón a un amigo humano. Pero esto sólo convertiría tu obra de contemplación en menos simple y depurada, pues nosotros presentamos las cosas al hombre de una manera y a Dios de otra.

 
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Que Dios desea ser servido por el hombre en cuerpo
y alma; que él glorificará a ambos; y cómo distinguir
entre goces espirituales buenos y malos

Mi intención en todo esto no es ciertamente disuadirte de que ores en voz alta cuando el Espíritu Santo te inspire hacerlo así. Y si el gozo de tu espíritu inunda tus sentidos de manera que comienzas a hablar a Dios como hablarías a un hombre cualquiera, diciendo cosas como «Jesús», «dulce Jesús», y otras parecidas, no necesitas apagar tu espíritu. Dios no permita que me entiendas mal en esta materia. Pues ciertamente no quiero apartarte de expresiones externas de amor. Dios me libre de querer separar cuerpo y espíritu, pues fue él mismo quien los hizo una unidad. En efecto, debemos honrar a Dios con toda la persona, cuerpo y espíritu juntos. Y en la eternidad él glorificará perfectamente toda nuestra persona, cuerpo y espíritu. Como primicia de su eterna gloria, Dios puede inflamar a veces los sentidos de sus fieles amigos con indecible delicia y consuelo, incluso aquí mismo, en esta vida. Y no solamente una o dos veces, sino quizá con mucha frecuencia, según juzgue más conveniente. Este goce, sin embargo, no se origina fuera de la persona entrando a través de las fuerzas de los sentidos, sino que brota de una abundancia de alegría espiritual y de verdadera devoción del espíritu. Consolación y gozo como este no ha de ser nunca puesto en duda o temido. En una palabra, creo que todo el que lo experimenta no podrá ya dudar de su autenticidad.

Pero te prevengo para que seas cauto ante otros consuelos, sonidos, alegrías o goces provenientes de fuentes externas que no puedes identificar, ya que pueden ser buenos o malos, obra de un ángel bueno o del espíritu maligno. Pero si evitas vanas especulaciones y tensiones físicas y emocionales no naturales en los caminos que yo te he enseñado (o en caminos mejores que tú puedas descubrir), importa poco que sean consuelos buenos o malos, pues no pueden hacerte mal. ¿Por qué está tu seguridad tan afianzada? Sin duda, porque la fuente de la auténtica consolación es el deseo reverente y amoroso que habita en un corazón puro. Esta es la obra del Dios todopoderoso labrada sin recurso de técnicas y por lo mismo libre de la fantasía y del error que llevan a caer a un hombre en esta vida.

Por lo que se refiere a otros consuelos, sonidos y goces, no entraré en los criterios para discernir si son buenos o malos ahora, pues no creo que sea necesario. Han sido tratados en toda su extensión en la obra de otro hombre que es muy superior a cuanto yo pudiera escribir o decir. Allí puedes encontrar cuanto he dicho y cuanto tú necesitas saber, y mucho mejor tratado. Pero ¿qué importa eso? De todos modos yo proseguiré, pues no me molesta contestar al deseo de tu corazón que busca la comprensión de la vida interior. Este deseo me lo manifestaste antes a mí con palabras y ahora lo veo claramente en tus acciones.

Diré una cosa relativa a estos sonidos y goces que percibes a través de las facultades naturales y que pueden o no ser malas. Aprende a estar continuamente ocupado en el ansia ciega reverente y gozosa del amor contemplativo como te he enseñado. Si haces esto, estoy cierto que este amor mismo te permitirá discernir sin error entre el bien y el mal. Es posible que estas experiencias puedan cogerte desprevenido al principio por ser tan poco comunes. Pero el ciego impulso del amor afirmará tu corazón y no les darás crédito hasta que reciban su aprobación desde dentro, por el Espíritu Santo, o desde fuera por la orientación de un prudente padre espiritual.

 
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Que la esencia de toda perfección es una buena
voluntad; los consuelos sensibles no son esenciales
para la perfección en esta vida

Y así puedes apoyarte confiadamente en este limpio impulso del amor que brota de tu corazón y seguirle donde te lleve, pues es tu guía seguro en esta vida y te llevará a la gloria de la venidera. Este pequeño amor es la esencia de una buena vida y sin él nada bueno es posible. Básicamente, el amor significa una radical y personal entrega a Dios. Esto supone que tu voluntad está armoniosamente sintonizada a la suya en una permanente alegría y entusiasmo por cuanto él hace.

Una buena voluntad como esta es la esencia de la más alta perfección. El goce y consolaciones del espíritu y del sentido, por sublimes que sean, son meramente accidentales en comparación con ella y de ella dependen totalmente. Digo que son accidentales, porque importa poco el que una persona las experimente o no. Son contingentes a la vida en la tierra, pero en la eternidad serán elementos esenciales de la gloria final del hombre, tan pronto como su cuerpo (que las siente ahora) se una real y esencialmente para siempre con su espíritu. Pero en la tierra el meollo de toda consolación es la realidad íntima de una buena voluntad.

Estoy seguro, además, de que la persona que ha madurado en la perfección de su voluntad (al menos en lo que le es posible en esta vida) no experimenta delicia o consolación a la que no pudiera renunciar voluntaria y gozosamente si Dios quisiera.

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