audi,
filia
San Juan de
Avila
Sacerdote, patrón de los
sacerdotes españoles, reformador,
escritor.
Preliminares
AL
MUY ILUSTRE SEÑOR DON LUIS PUERTO CARRERO, CONDE DE PALMA, EL
MAESTRO ÁVILA
La
causa, muy ilustre señor, porque, siéndome por Vuestra Señoría
mandado muchas veces por palabras y cartas que imprimiese el
presente tratado, no lo he hecho, no ha sido por falta de
voluntad de obedecerle y servirle, como creo que de mí tiene
conocido, mas haber temido de mi insuficiencia que,
imprimiendo el libro con intención de aprovechar a los que le
leyesen, se les tornase impedimento de leer otros muchos, de
los cuales mayor erudición y santo calor pudiesen sacar. Y con
pensar esto, me he estado hasta ahora y me estuviera de aquí
adelante en lo que toca a la impresión de este libro, sino que
los días pasados vino a mis manos, y, leyendo en él, vilo
trastrocado, borrado y al revés del como yo le escribí: que,
siendo por mí compuesto, yo mismo no le entendía. Y parecióme
que ya que no se perdiese mucho en estar tan depravado que
ninguno pudiese aprovecharse de él, mas no era cosa de sufrir
que sacasen daño de él, por las muchas mentiras peligrosas que
en él había, y cada día acaecieran más, porque cada uno que
trasladaba añadía errores a los pasados. Lo cual visto, quise
tornar a trabajarlo de nuevo e imprimirlo, para avisar a los
que tenían los otros traslados llenos de mentiras de manos de
ignorantes escriptores, no les den crédito, mas los rompan
luego; y, en lugar de ellos, puedan leer éste de molde y
verdadero. Y lo que primero iba brevemente dicho y casi por
señas (porque la persona a quien se escribió era muy enseñada
y en pocas palabras entendía mucho), ahora, pues, para todos,
va copiosa y llanamente declarado, para que cualquiera, por
principiante que sea, lo pueda fácilmente entender.
El
intento del libro es dar algunas enseñanzas y reglas
cristianas, para que las personas que comienzan a servir a
Dios, por su gracia sepan efectuar su deseo. Y estas reglas
quise más que fuesen seguras que altas, porque, según la
soberbia de nuestro tiempo, de esto me pareció haber más
necesidad. Danse primero algunos avisos, con que nos
defendamos de nuestros especiales enemigos, y después gástase
lo demás en dar camino para ejercitarnos en el conocimiento de
nuestra miseria y poquedad, y en el conocimiento de nuestro
bien y remedio, que está en Jesucristo. Las cuales dos cosas
son las que en esta vida más provechosa y seguramente podemos
pensar.
Reciba,
pues, Vuestra Señoría, el presente tratado, a él por muchas
partes justísimamente debido, porque el amor entrañable y
dulce benignidad con que su generoso corazón sé que lo ha de
recebir, y el mucho provecho que por la bondad de Dios espero
que de la lección de él ha de sacar, y el tan perseverante
deseo con que siempre me ha puesto espuelas para lo imprimir,
lo han hecho tan suyo, que sería gravísimo hierro quererlo
hurtar.
Plega
a Cristo hable a Vuestra Señoría en él, y le dé fuerzas para
que oya y obre lo ansí hablado, para que los buenos principios
que, por su gracia, en Vuestra Señoría ha puesto, vayan
continuamente adelante, hasta que sean colmados en la
eternidad de la gloria. Amén.
LUIS
GUTIÉRREZ, LIBRERO, AL DEVOTO LECTOR
Estoy
tan confiado, devoto lector, que ha de agradar y aprovechar
muy mucho esta obra a quien con buen deseo y ánimo afectuoso
en las cosas de Dios la leyere, que me pareció, presupuesta la
voluntad de su autor, que hacía yo algún servicio a nuestro
Señor, y ayuda a mis prójimos, en hacer imprimir obra tan
espiritual y tan excelente, y de muchos y muy grandes juicios
muy estimada. Que, cierto, yo no me fiara en esta parte del
mío, si no viera a muchos hombres muy sabios y muy
espirituales tener en tanto las obras de un tan santo varón,
como es el padre Ávila, que no hay ninguno de ellos que no las
haya hecho trasladar para tenerlas, siendo ellos tales que
podían escrebir otras muchas; y porque espero en Nuestro Señor
que de esta obra así pública se ha de seguir muy mucho
servicio suyo.
Espero
también en su misericordia que me dará gracia para que haga
imprimir otras del mismo autor y de otros hombres
espirituales, que puedan servir para los mismos efectos.
BREVE
REGLA DE VIDA CRISTIANA COMPUESTA POR EL REVERENDO PADRE
MAESTRO ÁVILA
Lo
primero que debe hacer el que desea agradar a nuestro Señor,
es tener dos ratos buenos entre día y noche diputados para
oración. El de la mañana, para pensar en el misterio de la
pasión; y el de la noche, para acordarse de la muerte,
considerando muy despacio y con mucha atención, cómo se ha de
acabar esta vida y cómo ha de dar cuenta de la más chica
palabra ociosa que hobiere hablado, con otras cosas
semejantes. Y así cumplirá el consejo de la santa Escriptura
que dice: Acuérdate de tus postrimerías, y no pecarás
jamás.
Lo
segundo sea que trabaje por traer siempre su memoria en algun
buen pensamiento, porque el demonio le halle siempre ocupado,
y ande siempre con una memoria que Dios le mira, trabajando de
andar siempre compuesto con reverencia delante tan gran Señor,
gozándose de que su Majestad sea en sí mismo tan lleno de
gloria como es. De esta manera le traían presente aquellos
padres del Testamento Viejo, los cuales juraban diciendo:
Vive el Señor delante de quien estoy. Por do parece que
traían consigo esta memoria. Y es mucha razón que así la traya
él, pues trae consigo un ángel que está siempre delante de
Dios, cuya Majestad hinche todo lo criado; diciendo el mismo
Dios: Yo hincho el cielo y la tierra. Y pues en todo
lugar está Dios tan poderoso y tan sabio y tan glorioso como
en el cielo, en todo lugar es razón que nuestra alma le adore,
para que ninguna criatura nos mueva a ofenderle.
El
tercero sea que trabaje de confesar y comulgar a menudo, por
imitar aquel santo tiempo de la primitiva Iglesia, cuando
comulgaban de ocho a ocho días los fieles. De cuya memoria
quedó agora el pan bendito que dan a los domingos con la paz,
para que, cuando vea sacar aquel pan, se acuerde que la
frialdad nuestra causó que se diese aquel pan bendito, y no el
mismo Santísimo Sacramento, como antes daban, según parece por
muchas historias.
El
cuarto documento sea que asiente en su corazón muy fijo que si
al cielo quiere ir, que ha de pasar muchos trabajos, y que ha
de ser escarnecido y perseguido de muchos, conforme a aquel
dicho de nuestro Redentor: Si a mí persiguieron, a vosotros
perseguirán; para que, estando así armado, no le aparten
de sus buenos ejercicios las malas lenguas, ni los contrarios
que dondequiera ha de hallar; sino, como hombre que ya lo
sabe, no se le haga nueva una cosa tan cierta a todos los que
sirven a Dios, sino mire a Cristo nuestro Redentor y a todos
los santos que fueron por aquí, y baje la cabeza sin alboroto
ninguno, dejando los perros que ladren cuanto quisieren.
Sea
el quinto, que ponga siempre sus ojos en sus faltas, y deje de
mirar las ajenas, conforme aquel dicho de nuestro Señor:
Hipócrita, ¿por qué miras la paja en el ojo de tu hermano,
y no consideras tú la viga que tienes atravesada en el tuyo?
No tenga cuenta más de con sus propios defectos, y si algo
viere en el prójimo digno de reprehensión, no se indigne
contra él, sino compadézcase de él, porque la santidad
verdadera, dice San Gregorio que es compadecerse de los
pecados, y la falsa, indignarse contra ellos. Si son personas
que tomarán su corrección, corríjales caritativamente
conociéndose por hombre de la misma masa de Adán, y si no lo
son, vuélvase a Dios, suplicándole que los remedie, y dándole
gracias porque ha guardado a él de pecado semejante;
hallándose muy obligado a servir al Señor, que de este mal le
libró, en el cual él también cayera, si el Señor no le
guardara.
Sea
el sexto, que trabaje lo más que pudiere por hacer alguna
caridad cada día a algún prójimo, acordándose de aquella
sentencia del Redemptor que dice: En esto conocerán todos
si sois mis discípulos, si os amáredes unos a otros. Y
conforme a esto debe también tener memoria cada día de rogar a
Dios por la Iglesia, que con tanta costa redimió.
Sea
el séptimo, que pida siempre a Dios perseverancia, acordándose
del dicho de nuestro Redemptor, que el que perseverare
hasta el fin será salvo. Y así ponga sus ojos en la
muerte, teniendo delante que si hasta allí no durare en la
virtud, que todo lo que hiciere se perderá. Y así quite
siempre los ojos del bien que hiciere, y póngalos en lo que le
quedaba por hacer, para que lo hecho no le ensoberbezca, y lo
por hacer le ponga humildad y cuidado de pedir a Dios gracia
para cumplirlo. Y tema siempre no sea él uno de aquellos que
dijo el Salvador que se habían de resfriar en la caridad,
porque había de abundar la malicia; como vemos que muchos
hacen, que la mucha maldad que ven por ese mundo en tanta
abundancia, les es ocasión de dejar los buenos ejercicios que
comenzaron, y saliéndose de Sodoma, como la mujer de Lot, por
tornar la cabeza atrás, se quedan hechos estatuas de sal, su
alma endurecida para el bien, y sabrosa y apetitosa para el
mal.
Sea
el octavo, que en todas su obras busque la gloria de Dios, y
no su consuelo ni su provecho, para que, aunque se halle seca
su alma y desconsolada, no por eso deje sus santos ejercicios,
con que Dios se glorifica y se sirve. Y así ordene cuanto
hiciere a que Dios sea glorificado, conforme al consejo de san
Pablo que dice: Ahora comáis o bebáis o hagáis otra
cualquier cosa, todo lo haced para la gloria de Dios. Y
pues las obras naturales, como el comer y beber, dice el
Apóstol que se hagan para gloria de Dios, mucha más razón es
que se haga la oración y lo demás. Y así, pretendiendo sólo
esto, no le desconsolará mucho la sequedad que a muchos
desconsuela, y hace aflojar en el servicio de Dios, habiendo
de ser entonces más diligentes en la guarda de si mismos, y
más solícitos en escudriñar si han hecho algún pecado por el
cual el Señor los dejase así desconsolados, y proveer en esto
con diligencia, pues las más veces nace el tal desconsuelo de
soberbia o murmuración o pláticas vanas, que, aunque parecen
pequeña culpa, todavía desconsuelan el alma.
Sea
el nono, que huiga muy de raíz toda compañía que no le trajere
provecho, porque de ella sale todo el mal que a nuestra ánima
lastima. Porque, como dice el Profeta, la garganta de los
malos es como una sepultura abierta, de donde siempre
salen hedores de muerte. Y por esto siempre debe huir la
compañía de los tales, porque, si en ello mira, nunca hablan
sino palabras conformes a la muerte que sus ánimas dentro de
sí tienen, y a mejor librar, cuando las palabras son cuerdas
al parecer de ellos, entonces son nocivas al prójimo, diciendo
mal y murmurando. Lo cual debe él con gran cuidado huir,
reprehendiéndolo, si es persona que aprovechará, y si no,
mostrándole un semblante triste, porque dice san Bernardo que
dubda cuál peca más, el que murmura o el que oye de buena gana
murmurar. Debe luego, por no caer en este pecado, mostrar mala
cara y no oír al murmurador, porque, viendo su semblante,
cesará su murmuración, porque, como dice san Hierónimo, pocas
veces uno murmura, cuando ve que el oyente oye de mala gana.
El
décimo y último sea que de tal manera obre bien, que ponga sus
ojos y confianza en los merecimientos de Jesucristo, no
mirando a lo que hace, sino a la muerte y pasión del Redentor,
porque sin él todo es poco lo que hacemos. Quiero decir, que
el valor de nuestras obras nace de los merecimientos de
Jesucristo, y de la gracia que por él se nos da. Así debe
lanzar toda soberbia y vanagloria de su corazón, por muchas
obras buenas que le parecía hacer, porque, si bien mira en
ello, hallará que por la mayor parte todo cuanto hace va
mezclado de mil imperfecciones, por donde más tenemos por qué
pedir perdón al Señor por la mala manera de obrar, que por
donde esperar galardón por la substancia de las obras. Porque
mirando su Majestad, delante cuyo acatamiento tiemblan los
serafines, van nuestras obras tan tibias, tan sin reverencia,
y con tanta mezcla de imperfecciones, que está muy claro
acetarlas Dios por el amor de su unigénito Hijo. Y así,
quitada toda liviandad de corazón, acabada la buena obra,
preséntese delante de Dios, pidiéndole perdón del desacato y
poca reverencia con que la hizo, y ofrezca a Jesucristo al
Eterno Padre, confiado que por amor de aquel Señor, el Padre
Eterno acetará aquella obra con que le hobiere servido. De
esta manera vivirá humilde y confiado, porque el verdadero
camino para el cielo dice un dotor que es obrar bien, y no
presumir de sí, sino poner su confianza en Cristo.
AUDI, FILIA, ET
VIDE,
ET INCLINA AUREM TUAM, ET OBLIVISCERE POPULUM TUUM ET DOMUM
PATRIS TUI. ET
CONCUPISCET REX DECOREM TUUM
Oye,
hija, y ve, e inclina tu oreja, y olvida tu pueblo y la casa
de tu padre. Y cobdiciará el rey tu hermosura.
Estas
palabras, devota esposa de Jesucristo, dice el profeta David,
o, por mejor decir, Dios en él, a la Iglesia cristiana,
amonestándola de lo que ha de hacer para que el gran rey
Jesucristo la ame, de lo cual a ella se le siguen todos los
bienes. Y porque vuestra ánima es una de las de esta Iglesia,
por la grande misericordia de Dios, parecióme escrebíroslas y
declarároslas, invocando primero el favor del Espíritu Santo,
para que rija mi péñola y apareje vuestro corazón, para que ni
yo la hable mal, ni vos oyáis sin fruto; mas lo uno y lo otro
sea a perpetua honra de Dios, y aplacimiento de su santa
voluntad.
I. AUDI, FILIA
Lo
primero que nos es amonestado en estas palabras es que
oyamos. Y es la causa, porque, como todo el fundamento
de la vida espiritual sea la fe, y ésta entre en la
ánima por el instrumento de la voz, mediante el oír,
razón es que seamos amonestados primero de lo que primero
nos conviene hacer; porque muy poco aprovecha que suene la voz
de la verdad divina en lo de fuera, si no hay orejas que la
quieran oír en lo de dentro, ni nos basta que, cuando fuimos
baptizados, nos metiese los dedos el sacerdote en los oídos,
diciendo que fuesen abiertos, si los tenemos cerrados a la
palabra de Dios, cumpliéndose de nosotros lo que de los ídolos
dice el profeta: Ojos tienen y no ven, orejas tienen y no
oyen.
A
las palabras que algunos hablan tan mal, que oírlos es oír
sirenas, que matan a sus oyentes, es bien que veamos a quién
tenemos de oír. Para lo cual es de notar que Adán y Eva,
cuando fueron criados, un solo lenguaje hablaban, y aquél duró
en el mundo hasta que la soberbia de los hombres, que
quisieron edificar la torre de la confusión, fue castigada,
con que, en lugar de un lenguaje con que todos se entendían,
sucediese muchedumbres de lenguajes, con los cuales no se
entendiesen unos a otros. En lo cual se nos da a entender que
nuestros primeros padres, antes que se levantasen contra el
que los crió, quebrantando su mandamiento con mala soberbia,
un solo lenguaje espiritual hablaban en su ánima, el cual era
una perfecta concordia que tenían uno con otro, y cada uno en
sí mismo, y con Dios, viviendo en el quieto y pacífico estado
de la inocencia. Mas, como edificaron torre de soberbia,
ensalzándose contra el Señor de los cielos, fueron castigados,
y nosotros en ellos, en que, en lugar de un lenguaje, y con
que bien se entendían, sucedan otros muy malos e innumerables,
que nos molestan con su fatiga y no nos entendemos con ellos,
con su gran confusión y tiniebla. Y aunque ellos en sí no
tengan orden en su hablar, recojámoslos, para hablar de ellos,
al número de tres, que son lenguaje de mundo y carne y
diablo.
A) A quién no debemos oír
Tres
lenguajes en el pecador. El primero es de cosas vanas; el
segundo, de cosas muelles; el tercero, de cosas malas y
amargas
1. Lenguaje del mundo y honra vana
Al
lenguaje del mundo no le hemos de oír, porque es todo
mentiras, y muy perjudiciales a quien las cree, haciéndole que
no siga la verdad que es, sino la mentira que tiene apariencia
y se usa. E así engañado echa atrás sus espaldas a Dios y a su
santo agradamiento, y ordena su vida por el ciego norte del
aplacimiento del mundo. Semejante a los soberbios romanos, que
por la honra mundana deseaban vivir y por ella no temían
morir. Y así, hecho el hombre esclavo de la vanidad, pierde la
amistad del Señor, cumpliéndose lo que Santiago dice: El
amistad de este mundo enemistad es con Dios. Y si alguno
quisiere ser amigo del mundo, constituido es enemigo de
Dios.
Mas
mirad que el mundo malo, a quien no hemos de oír, no es este
mundo que vemos y que Dios creó, mas es la ceguedad y maldad y
vanidad, que los hombres apartados de Dios inventaron,
rigiéndose por su parecer y no por la lumbre y gracia de Dios,
siguiendo su voluntad propria y no sujetándose a la de su
Criador; y poniendo su amor en las honras y deleites y bienes
presentes, siéndoles dados no para pegarse al corazón en
ellos, mas para usar de ellos recibiéndolos y sirviendo con
ellos al Señor que los dio. Éstos son los mundanos tan
miserables que de ellos dice Cristo nuestro Señor: El mundo
no puede recebir el espíritu de la verdad, porque, si este
corazón malo y vano no echa de sí, no podrá recebir la verdad
del Señor. Porque es tan grande la contrariedad que hay del
uno al otro, que quien de Cristo y de su espíritu quisiere
ser, es necesario que no sea del mundo; y quien del mundo
quisiere ser, a Cristo ha perdido. Y pues cualquier hombre
bueno debe aborrecer el hablar mentidas y oírlas aunque sea
sin perjuicio ajeno o suyo, ¡cuánto deben ser aborrecidas
aquellas que llegan hasta privar al hombre de la virtud y
verdad, y desnudarle de la rica joya de la amistad del Señor!
Y también porque, después que el mundo despreció al bendito
Hijo de Dios, que es eterna Verdad, no hay por qué cristiano
ninguno le crea, mas antes viendo que fue engañado, no
conociendo una tan clara luz, aquello repruebe que el mundo
aprueba, y aquello ame que el mundo aborrece, huyendo con
mucho cuidado de ser preciado de aquel que a su Señor
despreció, y teniendo por cierta señal [de] ser amado de
Cristo, ser despreciado del mundo.
Remedios
Y
si el tropel de la humana mentira quisiere cegar o hacer
desmayar al caballero cristiano, alce sus ojos a su Señor, y
pídale fuerzas, y oya sus palabras que dicen así: Confiad,
que yo vencí al mundo. Como si dijese: «Antes que yo acá
viniese, cosa muy recia era tornarse contra este mundo
engañoso y desechar lo que en él florece, abrazar lo que él
desecha; mas, después que contra mí puso todas sus fuerzas,
inventando nuevos géneros de tormentos y deshonras, los cuales
yo sufrí sin volverles el rostro, ya no sólo pareció flaco,
pues encontró quien pudo más sufrir que él perseguir, mas aún
queda vencido para vuestro provecho, pues, con mi ejemplo que
os di y mi fortaleza que os gané, ligeramente lo podréis
vencer, sobrepujar y hollar.» Pues mire el cristiano que como
los que son del mundo no tienen orejas para escuchar la verdad
de Dios, antes la desprecian, así el que es del bando de
Cristo no las ha de tener para escuchar las mentiras del
mundo, ni curar de ellas, porque ahora halague ahora persiga,
ahora prometa ahora amenace, ahora espante ahora parezca
blando, en todo se engaña y quiere engañar. Y en tal posesión
le debemos tener, pues en tantas mentiras lo hemos tomado que,
las medias que un hombre dijese, en ninguna cosa nos fiaríamos
de él, ni aún en las verdades no le daríamos crédito.
2.
El lenguaje de la carne
La
carne habla regalos y deleites, unas veces claramente,
y otras debajo de título de necesidad. Y la guerra de esta
enemiga, allende de ser muy enojosa, es más peligrosa, porque
combate con deleites, que son armas más fuertes que otras. Lo
cual parece en que muchos han sido de deleites vencidos, que
no lo fueron por riquezas ni honras ni recios tormentos, y
según sentencia del Salvador, los enemigos del hombre son
los de su casa. ¡Cuán de verdad es nuestra enemiga la
carne, pues que, de dos partes que nos constituyen, la una es
ella! Por tanto, quien de esta batalla quisiere salir
vencedor, de muchas y muy fuertes armas le conviene ir armado,
porque la preciosa joya de la castidad no se da a todos, mas a
los que con muchos sudores de importunas oraciones la alcanzan
de nuestro Señor, el cual quiso ser envuelto en sábana
de lienzo limpia, para reposar en el sepulcro; a dar a
entender que, como el lienzo pasa por muchas asperezas para
venir a ser blanco, así el varón que desea alcanzar o
conservar el bien de la castidad, y aposentar a Cristo en sí,
como en otro sepulcro, conviene con mucha costa y trabajos
ganar esta limpieza, la cual es tan rica que, por mucho que
cueste, siempre cuesta barata.
Remedios
a)
CASTIGAR LA CARNE
Debe
pues el tal hombre, especialmente si se siente tentado de la
carne, primeramente tratar con aspereza su carne, en cuanto le
fuere posible, sin muy gran daño de su salud. Que, aunque la
carne padezca alguna flaqueza por apagar las tentaciones, más
vale, como dice San Hierónimo, que te duela el estómago que no
el ánima, y mejor que mandes al cuerpo que no que le sirvas; y
más provechoso es que tiemblen las piernas de flaqueza, que no
que vacile la castidad. El siervo de Cristo que sintiere a su
carne rebelde, debe quitarle la cebada y trabajarla con carga.
Como San Hilario decía a su propia carne: Yo te domaré, y haré
que no tires coces, sino que pienses antes en comer que no en
retozar. Y pues San Pablo, vaso de escogimiento, no se
fía de su carne, mas dice que la castiga, y la hace servir,
porque, predicando él a los otros, no sea hallado malo,
cayendo en algún pecado, ¿cómo pensaremos nosotros que
seremos castos sin trabajar nuestro cuerpo, pues tenemos menos
virtud que él y mayores causas para temer? Muy mal se guarda
humildad entre honras, y temperanza entre la abundancia, y
castidad entre regalos; y sería digno de escarnio quien
quisiese apagar el fuego que arde en su casa y él mismo le
echase leña muy seca. Muy más digno de escarnio es quien por
una parte desea la castidad, y por otra hinche de manjares y
regalos su carne y se da a la ociosidad, porque estas cosas no
sólo no apagan el fuego encendido, mas bastan a encenderlo en
quien muy apagado le tuviese. Y pues el profeta Ezequiel da
testimonio que la causa porque aquella desventurada ciudad,
Sodoma, llegó a la cumbre de tan abominable pecado, fue la
hartura y abundancia de pan y la ociosidad, que tenían,
¿quién osará vivir en regalos, en ocio, ni aun verlos de
lejos, pues que los que fueron bastantes a hacer el mayor mal,
con más facilidad harán los menores? Ame, pues, la templanza
quien es amador de la castidad; porque, si la una quiere tener
sin la otra, no saldrá con ella, mas antes se quedará sin
entrambas, que a las que Dios juntó, ni las debe el hombre
querer apartar, ni puede, aunque quiera.
Mas
habéis de mirar que este remedio de afligir la carne es bueno
cuando la tentación nace de la misma carne. Y conocerlo héis
en que viene a los que tienen regalada su carne, o crece con
el holgar y regalo, y trae muchos movimientos de la misma
carne. Entonces aprovecha refrenarla y castigarla, pues el
principio del mal viene de ella.
b)
BUENAS OCUPACIONES
Mas
otras veces viene esta tentación de parte del demonio. Lo cual
veréis en que más combate al hombre con pensamientos y feas
imaginaciones del ánima que con consentimientos feos de la
misma carne; o, si los hay en ella, no es porque la tentación
comienza en alteraciones de carne, mas comienzan en
pensamientos y de ellos resultan a la carne; la cual algunas
veces es flaquísima y como muerta, y los pensamientos
vivísimos. Y tienen otra señal, que son del demonio, en venir
importunamente, sin catar reverencia a tiempos santos ni a
lugares sagrados, en los cuales un hombre, por malo que sea,
suele tener reverencia. Y éstos entonces le combaten más; y
algunas veces son tantos y tales que el hombre nunca oyó ni
imaginó tales cosas, y parece que otro es el que las dice y
que no nacen de él. Cuando éstas y otras semejables vierdes,
creed que es persecución del demonio en la carne, y que no
nace de ella, aunque se padece en ella.
Y
el remedio no es afligirla, porque muchas veces suele crecer
mientras más la afligen; más debéis de orar, y daros a buenas
ocupaciones, y hablar con buenas personas, para apartar el
pensamiento de aquellas imaginaciones; las cuales son tan
importunas y peligrosas que conviene, cuando mucho combaten,
tener por peligrosa la soledad y el ejercicio de los buenos
pensamientos, y es más seguro rezar vocalmente o leer, y otras
honestas ocupaciones, por el gran peligro que traen, hallando
aparejo de ser escuchados. De manera que el mal que nace de
carne, con afligimiento de carne, y el mal que nace de
pensamientos malos, con buenas ocupaciones y oraciones se
deben curar. Y, si con todo esto no cesare esta tentación, no
debéis desmayar, mas sufrirla con paciencia y creer que
nuestro Señor permite que te atormente como ángel de Satanás,
para que no te ensalces, o para otros provechos que su
sabiduría suele sacar de los males.
e)
EVITAR FAMILIARIDAD DE MUJERES CON HOMBRES
Es
también menester para guarda de la castidad que se evite la
conversación familiar de mujeres con hombres, por santos y
parientes que sean, porque las feas caídas que en el mundo han
pasado acerca de aquesto, nos deben ser un perpetuo
amonestador de nuestra flaqueza y un escarmiento en ajena
cabeza, con el cual nos desengañemos de cualquier falso
prometimiento que nuestra soberbia nos hiciere, queriéndonos
asegurar que pasaremos sin herida nosotros flacos, en lo que
tan fuertes, tan sabios, y, lo que más es, tan grandes santos
fueron muy gravemente heridos. ¿Quién se fiará de parentesco,
leyendo la torpe caída de Amón con su hermana Thamar; con
otras muchas, tan feas y más, que en el mundo han acaecido a
personas que las ha cegado esta bestial pasión de la carne,
por cercanas que fuesen en parentesco? ¿Y quién fiará en
santidad suya o ajena, viendo a David, que fue conforme al
corazón de Dios, ser tan feamente derribada en muchos y
feos pecados por sólo mirar a una mujer? Ninguno en esto se
engañe ni se fíe por castidad pasada o presente, que, puesto
que sienta su ánima muy fuerte y dura contra este vicio como
una piedra, aun debe huir las ocasiones, porque gran verdad
dijo el experimentado San Hierónimo: que a ánimas de hierro la
lujuria las doma.
Por
tanto, toda mujer, y especialmente doncella de Cristo, ha de
ser tan recatada y sospechosa en aquesto que de ninguna
persona se fíe mas oiga con atención lo que San Bernardo dice:
que las vírgines, que verdaderamente son vírgines, en todas
las cosas temen, aun en las seguras. Y las que no lo hacen,
presto se verán tan miserables con la caída, cuanto primero
estaban con falsa seguridad miserablemente engañadas.
Este
mal no combate abiertamente al principio a las personas
devotas; mas primero les parece que de comunicarse sienten
provecho en sus ánimas, y fiados de aquesto osan, como cosa
segura, frecuentar más veces la conversación, y de ella se
engendra en sus corazones un amor que los cautiva algún tanto,
y los hace tomar pena cuando no se ven, y descansar con verse
y hablarse. Y tras esto viene el dar a entender el uno al otro
el amor que se tienen; en lo cual y en otras pláticas, ya no
tan espirituales como las primeras, se huelgan de estar
hablando algún rato, y poco a poco la conversación que primero
aprovechaba a sus ánimas, ya sienten que las tiene cautivas,
con acordarse muchas veces uno de otro, y con el cuidado y
deseo de verse, y algunas veces de enviarse amorosos presentes
y dulces encomiendas. Y de estos eslabones suelen venir tales
fines que les dan, muy a su costa, a entender que los
principios y medios de la conversación, que primero tenían por
cosa de Dios, no eran otros que falsos engaños del astuto
demonio, que por allí los aseguraba, para después tomarlos en
el lazo que les tenía ascondido. Y así, después de caídos,
aprenden que hombre y mujer no son sino fuego y estopa, y que
el demonio trabaja por los juntar; y, juntos, soplarlos con
mil maneras, para encender en ellos el fuego de carne, y
después llevarlos al fuego del infierno.
Por
tanto, doncella, huid la familiaridad de todo varón, y guardad
hasta el fin la buena costumbre que habéis tomado de nunca
estar sola con hombre ninguno, salvo con vuestro confesor, y
esto no más de cuanto os confesáis, y aun entonces sin meter
otras pláticas. Y la esposa de Cristo no como quiera ha de
escoger confesor, mas mirando mucho que sea de muy buena vida
y de muy buena fama, y, si ser pudiere, de madura edad. Y de
esta manera estará vuestra conciencia segura delante de Dios,
y vuestra fama limpia y sin mancha delante los hombres; porque
entrambas cosas habéis menester. Y aunque de las
comunicaciones no se sigan siempre los mayores males que
pueden venir, todavía es bien que se eviten, por evitar el
escándalo que de ello puede nacer acerca de quien lo sabe, y
por evitar tentaciones y muchedumbre de pensamientos [que],
aunque no traigan a consentimiento, quitan al ánima su pureza
y libertad para pensar en Dios. Y parece que aquel secreto
lugar del corazón, donde, como en tálamo, quiere Cristo solo
morar, no está tan solo y cerrado a toda criatura como a
tálamo de tan alto esposo conviene, ni de todo parece estar
casto, pues hay en él memoria de hombre.
d)
DEVOTA ORACIÓN
Habéis
de saber que una de las principales cosas que aprovechan para
poseer castidad, es el gusto de la suavidad divinal, que
comunica Dios en el ejercicio de la devota oración; en la
cual, luchando el ánima a solas con Dios con los
brazos de pensamientos devotos, alcanza de él, como otro
Jacob, que la bendiga con muchedumbre de gracias y
entrañable suavidad; y hiérela en el muslo, que quiere
decir el sensual apetito, mortificándoselo de arte que de allí
adelante cosquea de él, andando viva y fuerte en las
afecciones espirituales, significadas por el otro muslo que
queda sano. Porque, así como el gusto de la carne hace perder
el gusto y fuerzas del espíritu, así con el gusto del espíritu
nos es desabrida toda la carne, y queda tan sin fuerzas que
algunas veces es tanta la dulcedumbre que el ánima gusta,
siendo visitada de Dios, que la carne con su flaqueza queda
tan desmayada y caída como lo podría estar habiendo pasado
alguna larga y grave enfermedad.
Por
tanto quien quisiere gozar de la excelencia de la castidad ame
el ejercicio de la devota oración; porque allí recibirá rocío
del cielo y beberá de una agua tan poderosa que le apague de
raíz los apetitos carnales. Y quien quisiere gozar de la
devota oración, ame el recogimiento y hallarla ha. De aquí
podréis conocer claramente cuánto mal causa la comunicación
que hemos dicho, pues hace derramar el corazón y perder la
devoción, que eran medios tan provechosos para alcanzar la
castidad.
e)
DESCONFIANZA EN SÍ Y CONFIANZA EN DIOS
Todo
lo dicho, y más que se pudiera decir, suele ser medio para
alcanzar esta preciosa limpieza; mas muchas veces acaece que
así como teniendo piedra y madera, y todo lo necesario para
edificar una casa, nunca se nos adereza el edificarla, así
también acaece que, haciendo todos estos remedios, no
alcancemos la castidad deseada. Antes hay muchos que, después
de vivos deseos y grandes trabajos pasados para que alcanzasen
esta joya, se ven miserablemente caídos en el lodoso cieno de
su carne, y dicen con gran dolor: Trabajado hemos toda la
noche y ninguna cosa hemos tomado, y paréceles que se
cumple en ellos lo que dice el Sabio: Cuando yo más lo
buscaba, tanto más lejos huyó de mí.
Lo
cual muchas veces suele venir de una secreta fiucia que en sí
mesmos estos trabajadores tenían, pensando que la castidad era
fruto que nacía de sus trabajos y no dádiva graciosa de Dios.
Y por no saber a quién se había de pedir, justamente se
quedaban sin ella; porque mejor daño les fuera tenerla y ser
soberbios e ingratos a su dador, que estar sin ella llorosos y
humildes y avergonzados, viendo que no la pueden haber,
sabiendo que no es pequeña sabiduría saber cuya dádiva es la
castidad; y no tiene poco camino andado para alcanzarla quien
de verdad siente que no es fuerza de hombre sino dádiva de
nuestro Señor. Lo cual nos enseña el Sabio, diciendo: Como
yo supiese que yo no podía ser continente, si Dios no me lo
diese, y esto era suma sabiduría, saber cuyo es este don, fuí
al Señor y hícele oración con todas mis entrañas.
f)
ACUDIR A LA VIRGEN Y A LOS SANTOS
Y
aunque los remedios ya dichos para alcanzar este bien sean
provechosos, y debemos ejercitar nuestras manos en ellos, ha
de ser con condición que no pongamos nuestra fiucia en ellos,
mas hagamos con devota oración lo que David hacía y nos
aconseja, diciendo: Alcé mis ojos a los montes, donde me
venía mi socorro. Mi socorro es del Señor, que hizo el cielo y
la tierra, Estos montes a los santos significan, a los
cuales conviene invocar con oraciones, para que nos alcancen
de Dios esta merced. Que [si] para sanar de corporales
enfermedades, visitamos sus casas, ayunamos sus vigilias,
celebramos sus fiestas y los invocamos con oraciones, ¿cuánto
con más razón debemos hacer todo esto, para que nos alcancen
de Dios remedio contra este fuego infernal? Principalmente y
particularmente se debe hacer esto en el servicio de la
castísima Virgen María, importunándola con servicios y
oraciones por esta merced, las cuales ella oye y recibe de muy
buena gana, y por ser muy amadora de limpieza y verdadera
abogada de los que la quieren tener. Porque, si hallamos en
las mujeres de acá algunas tan amigas de honestidad que
ampara[n] con todas sus fuerzas a quien quiere apartarse de la
vileza de este vicio y caminar por la limpieza de la castidad,
¿cuánto más se debe esperar de esta limpísima Virgen de
vírgines que pondrá sus ojos y orejas en los servicios y
oraciones del que quisiere la castidad que ella tan de corazón
ama?
No
te falte, pues, deseo de haber este bien; no te falte fiucia
en Cristo, ni importunas oraciones a sus santos y a su Madre,
y a Él, que no faltará en ellos cuidado ni amor para orar por
ti, ni en él misericordia para te conceder este don, que él
solo lo da; y quiere que todo hombre a quien lo da así lo
conozca, pues así es la verdad.
Es don sobrenatural que no se da a todos igualmente
a)
A UNOS SE DA CASTIDAD EN EL ÁNIMA SOLA
Y
es de mirar que este don no lo da por un igual, mas según a su
santa voluntad place. A unos da más y a otros menos. Porque a
algunos da castidad en la ánima sola, que es un propósito
firme y deliberado de no caer en este vicio por cosa que sea;
mas con este propósito bueno tienen en su carne y parte
sensitiva tentaciones penosas, que, aunque no hagan consentir
la razón en el mal, aflígenla y danla que hacer en defenderse
de sus importunidades. Lo cual es semejable a Moisén y a su
pueblo, que estando él en lo alto del monte en compañía de
Dios, estaba el vulgo del pueblo, adorando ídolos en el valle.
Y quien en este estado está debe hacer gracias a nuestro Señor
por el bien que le ha dado en su ánima, y sufrir con paciencia
la poca obediencia que su parte sensitiva le tiene, porque así
como, si Eva sola comiera del árbol vedado, no se cometiera el
pecado original, si Adán, su varón, no consintiera, así,
mientras aquel propósito bueno de no consentir cosa mala
estuviere vivo en lo más alto de la ánima, no puede hacer la
parte sensitiva, por mucho que coma, que haya pecado mortal,
pues el varón no consiente con ella, antes le desplace y la
reprende.
Y
si se te hiciere de mal sufrir guerra tan continua dentro de
ti, mira que con el trabajo de la tentación se purgan los
pecados pasados y se anima el hombre a servir más a Dios,
viendo que le ha más menester; y conocemos nuestra flaqueza,
por locos que seamos, viéndonos andar a tanto peligro, y a los
cuernos del toro, que, a dejarnos Dios un poquito de su mano,
caeríamos en la espantable hondura del pecado mortal. Y si
fueres fiel siervo de Dios, mientra más tu carne te
combatiere, tanto más tú con tu ánima te esforzarás a guardar
la castidad, y las tentaciones te serán como golpes que
ayudarán a arraigar más en ti la limpieza; y verás las
maravillas de Dios, que así como por nuestra maldad parece
mayor su bondad, así por la flaqueza de nuestra carne obra
fortaleza en nuestra ánima. Y acuérdate que vale más buena
guerra que mala paz. Y que es mejor trabajar nosotros por no
consentir, y dar en ello placer a nuestro Señor, que, por
tomar un poco de placer bestial, que en pasando deja doblado
dolor, dar enojos a quien con todas nuestras fuerzas debemos
amar y agradar. Llámale con humildad y con fe, que no dejará
de socorrer a quien por su honra pelea; que al fin hará que
salgas con ganancia de la pelea, y te contará este trabajo en
semejanza de martirio, pues como los mártires querían antes
morir que negar la fe, así tú padeces lo que padeces por no
quebrantar su santa voluntad, y hacerte ha compañero en la
gloria con ellos, pues lo eres acá en el trabajar.
b)
A OTROS TAMBIÉN EN SU PARTE SENSITIVA
A
otros da nuestro Señor este bien de la castidad más
copiosamente, porque no sólo les da en el ánima este
aborrecimiento de sucios deleites, mas tienen tanta templanza
en su parte sensitiva y carne que gozan de grande paz, y casi
no saben qué es tentación que les dé pena. Y esto suele ser en
dos maneras: unos tienen esta paz en limpieza por natural
complexión, otros por elección y merced de Dios.
Los
que por complexión natural, no deben engreírse mucho con la
paz que sienten, ni despreciar a quien ven tentado; porque no
se mide la virtud de la castidad por tener esta paz, mas por
tener propósito en el ánima de no ofender en este pecado a
nuestro Señor. Y si uno, siendo tentado y guerreado en su
carne, tiene este propósito bueno en su ánima, con mayor
firmeza que el que no tiene ni siente tentaciones, más casto
será éste combatido que el otro con la paz. Ni tampoco deben
estos bien acomplexionados desmayarse, diciendo: «Poco gano en
ser casto, pues lo tengo de complexión», mas deben
aprovecharse de la buena complexión que tienen, queriendo con
la razón la castidad, que su inclinación les convida,
suplicando a nuestro Señor les ponga mucha firmeza en sus
ánimos, y de esta manera servirán a Dios con el ánima por el
don suyo, y en la carne por su buena inclinación.
Otros
hay que no por inclinación natural, mas por merced de nuestro
Señor, son tan cumplidamente castos que en su ánima tienen muy
quitada la gana, y sienten entrañable aborrecimiento de esta
vileza; y en su parte sensiva, tanta obediencia que no
solamente va arrastrando a lo que la razón manda, mas
obedécela con deleite y presteza, concertándose en uno ella
con la razón, y teniendo entre sí entrañable paz y sosiego.
Este excelente estado rastrearon algunos filósofos, los cuales
dijeron que había algunos varones tan excelentes que tenían
sus ánimos tan purgados que obraban las virtudes con facilidad
y deleite, sin que se levantasen pasiones, o si vencidas se
levantaban, eran ligeramente y sin pena vencidas. Mas esto que
ellos hablaban e quizá no tenían -o, si lo tenían, era por
inclinación natural; o, si era por elección, era a cabo de
mucho tiempo que se ejercitaban en estas buenas costumbres, y
lo que obraban era a fuerzas de sus proprios brazos-, tiénenlo
los bienaventurados cristianos, a los que Cristo les quiere
conceder este don, no ganado por fuerza de ellos, mas
infundido por el fuerte Espíritu de él, el cual es de tanta
eficacia, cuando perfectamente obra en ánima y carne, que así
como hace que lo superior del ánima está con perfecta
obediencia sujetísimo a Dios, y recibe de Él poderosas fuerzas
y excelentísima lumbre, estando unido tan perfectamente con Él
y tan regido por la voluntad de Él, que diga el Apóstol: El
que se llega a Dios, un espíritu es con Él, así esta
eficacia de Dios que obra en la parte sensitiva hace que,
dejada la bestialidad y fiereza que de su naturaleza tiene,
obedezca con deleite a la razón y se le dé muy sujeta. Y
aunque en la naturaleza sean diversas, por ser una espiritual
y otra sensual, mas allégase tanto la parte sensitiva a la
razón que toma también su freno, que anda domada y doméstica,
y, aunque no es razón, anda como razonada, no
impidiendo, mas ayudando, como fiel mujer a su marido. Y así
como hay ánimas de algunos tan miserablemente dadas a la
voluntad de su carne que no se rigen por otro norte sino por
el apetito de ella y, siendo su naturaleza espiritual, se
abate a la miserable sujección de su cuerpo, tan transformadas
en carne, que se tornan encarnizadas, y parecen, en su
voluntad y pensamientos, un puro pedazo de carne; así la
sensualidad de estos otros se junta tanto con la razón que
parece más razonal que las mismas ánimas de los otros.
Dificultosa
cosa de haber parecerá ésta; mas, en fin, es obra y dádiva de
Dios, concedida por Jesucristo, su único Hijo, en el tiempo
del cual estaba profetizado que habían de comer juntos lobo
y cordero, oso y león; porque las afecciones irracionales
de la parte sensitiva, que como fieros animales quieren tragar
y maltratar la ánima, son pacificadas por el don de
Jesucristo, y dejada su guerra viven en paz, como se dice en
Job: Las bestias de la tierra te serán pacíficas, y
con las bestias de la región tendrás amistad. Y entonces
se cumple lo que está escrito en el Psalmo que dice: Tú,
hombre unánime conmigo, guía mía, y conocido mío, que comiste
conmigo los dulces manjares, y anduvimos en la casa de Dios de
un consentimiento. Las cuales palabras dice el hombre
interior a su exterior, teniéndolo tan sujeto que lo llama
de un ánima, y tan conforme a su querer que dice que
comen entrambos dulces manjares y andan en uno en la casa
de Dios; porque están tan amigos que, si el interior come
castidad, orar, ayunar y velar, y otros santos ejercicios,
hallando mucha dulzura en ellos, también el hombre exterior
hace estas obras, y le saben como dulce manjar.
c)
SÓLO CRISTO Y SU MADRE, LIBRES DE TODO MOVIMIENTO PECAMINOSO
Mas
no entendáis que venga uno en este destierro a tener tanta
abundancia de paz que no sienta alguna vez movimientos contra
su razón, porque, sacando a Cristo Redemptor nuestro, y a su
Madre sagrada, no fue a otros concedido este privilegio; mas
habéis de entender que, aunque haya estos movimientos en las
personas a quien Dios concede este don, no son tales ni tantos
que les den pena, antes, sin ponerlos en estrecho de guerra ni
quitarles la paz, son ligeramente por ellos vencidos. Como si
viésemos en una ciudad a dos muchachos reñir, y luego se
apaciguasen, no decíamos que, por aquella breve guerra,
faltaba paz en la ciudad, si la hobiese en los principales del
pueblo.
Y
pues esta alteza de virtud confesaban los filósofos, con no
conocer las fuerzas del Espíritu Santo, no debe ser
dificultoso al cristiano confesar esto, y desearlo, a gloria
de la redempción de Cristo, y de su poder, al cual no hay cosa
imposible, cuya paz, es tanta que sobrepuja a todo
sentido, como dice San Pablo. Pues, cuando la carne así
estuviere obediente y templada, estonces estamos bien lejos de
oír su lenguaje y seguros de caer en la terrible maldición que
echó Dios a Adán, nuestro padre, porque oyó la voz de su
mujer; antes nosotros hacemos a ella que nos sirva y oya,
y, como a pájaro encerrado en jaula, la enseñamos a hablar
nuestro lenguaje, y que con alegría nos obedezca. De la cual
luenga obediencia, que a la razón tiene, queda tan bien
acostumbrada que, si algo pide, no es deleite mas necesidad; y
entonces bien la podemos oír, según Dios mandó a Abraham
que oyese la voz de su mujer Sara, la cual era ya muy
vieja, y con su carne tan enflaquecida y mortificada que no
tenía las superfluidades de otras mujeres. Y de esta tal
carne algo más nos podemos fiar, oyendo lo que nos dice,
aunque no debemos tanto creerla que su solo dicho nos baste,
mas debemos examinarlo con razón y con el espíritu, porque la
que pensábamos estar muerta no se haga engañosamente
mortecina, y tanto más peligrosamente nos derribe cuanto por
más fiel la teníamos.
3.
Lenguaje del demonio
Los
lenguajes del demonio son tantos cuantas son sus
malicias para engañar, que son innumerables. Porque así como
Cristo es causa de todos los bienes, que se comunican a las
ánimas de los que se sujetan a Él, así el demonio es padre de
pecados y tinieblas, porque, instigando y aconsejando a sus
miserables ovejas, las induce a mal y mentira, con que
eternamente sean perdidas, y porque sus astucias son tantas
que sólo el Espíritu del Señor basta a descubrirlas,
hablaremos pocas palabras, remitiendo lo demás a Cristo, que
es verdadero enseñador de las ánimas.
a)
SECRETAMENTE PONE ASECHANZAS
De
muchos nombres es llamado el demonio, para alcanzar los males
que tiene, mas entre todos hablemos de dos, que son ser
llamado león y dragón. Dice San Agustín: dragón,
porque secretamente pone asechanzas; león, porque
abiertamente se enoja.
1)
Ensoberbeciendo al hombre
Y
la asechanza que tiene para enseñar es aquesta: alzarnos con
la vanidad y mentiras, y después derribarnos con verdadera y
miserable caída. Ensálzanos con pensamientos que nos inclinan
a estimarnos en algo, haciéndonos caer en soberbia. Y como él
sepa este mal, por experiencia, ser tan grande que bastó a
hacer de ángel demonio, trabaja con todas sus fuerzas hacernos
participantes en él, porque también lo seamos en los tormentos
que tiene. Sabe él muy bien cuánto desagrada la soberbia a
Dios, y cómo ella sola basta a hacer inútiles todas las otras
virtudes que un hombre tenga; y trabaja tanto por sembrar esta
mala semilla en el ánima que muchas veces deja de tentar a uno
y le dice algunas verdades, y le da algunos buenos consejos y
espirituales consolaciones, para inducirle a soberbia, y así
derribarlo y dejarlo, vacío.
Remedios:
a)MIRAR
NUESTROS MALES PASADOS, PRESENTES Y POR VENIR
Mas
cuanto él con más diligencia nos hablare este engañoso
lenguaje, tanto con mayor diligencia debemos nosotros hacernos
sordos a él, que si el profeta dice que debajo de la lengua
de los malos hay ponzoña, ¿cuánto mayor pensamos que la
habrá en el lenguaje del mismo demonio, más malo que los malos
todos? Y si él nos ensalzare de los bienes que tenernos,
humillémonos nosotros mirando los males que hacemos y hecimos,
los cuales son tantos, que, si el Señor no nos fuera a la
mano, y no nos quitara del camino que tan de corazón
caminábamos, fueramos creciendo en maldades como en la edad,
hasta que los infernales tormentos fueran pequeños para
nuestro castigo. ¡Oh abismo de misericordia!, y ¿qué te movió
a llamar a los que tan lejos iban de ti? ¿Qué te movió a mirar
cara a cara a los que tan vueltas tenían a ti las espaldas?
Acordástete de los olvidados de ti, haciendo mercedes a los
que merecían tormentos, y tomaste por hijos a los que habían
sido malos esclavos, aposentando tu natural persona en las que
primero habían sido hediondo establo de suciedades. Estos
males que entonces hecimos, nuestros eran, y, si otra cosa
ahora somos, en Dios lo somos, como dice el Apóstol: Erades
algún tiempo tinieblas, mas ahora luz en el Señor.
Conviene,
pues, acordarnos del miserable estado en que por nuestra
flaqueza nos metimos, si queremos estar seguros en el dichoso
estado en que por su misericordia Dios nos ha puesto, creyendo
muy de verdad que lo mismo haríamos que antes hecimos, si la
poderosa y piadosa mano de Dios de nos se apartase. Y si
miramos a los muchos peligros a que estamos sujetos por
nuestra flaqueza, no osaremos del todo alegrarnos con el bien
que de presente tenemos, con el temor de los pecados que
podemos hacer. Grande alegría mostraron los hijos de Israel y
devotos cantares hicieron a Dios, cuando tan gran maravilla
hizo con ellos que los pasó por el mar a pie enjuto, y
parecíales que, pues en tan gran peligro no habían peligrado,
ninguna cosa había de ser bastante para los derribar ni
impedir que alcanzasen la tierra por Dios prometida; mas la
esperanza salió de otra manera porque, después de aquel gran
favor, sucedieron tentaciones y pruebas, y fueron hallados
flacos e impacientes en la prueba y pelea los que habían sido
devotos y alegres después de la pasada del mar. Y porque no
alcanzan la corona prometida por Dios, sino los que son
hallados fieles en las pruebas que él les invía, éstos no la
alcanzaron; mas que quedaron muertos en el desierto por sus
pecados.
¿Quién
será, pues, tan desatinado que ahora mire a la vida pasada,
ahora a la que resta por venir, ose alzar su cabeza a tomar
alguna soberbia, pues en lo pasado ve cuán miserable cayó, y
en lo por venir a tantos temores está sujeto? Y, si bien
conociere la verdad de cómo todo lo bueno viene de Dios, verá
que el tener dones de Dios no ha de ensalzar vanamente a los
que los tienen, mas abajarlos más, como a quien más
agradecimiento y servicio debe. Y cuando piensa que creciendo
las mercedes, crece la cuenta que ha de dar de ellas,
parécenle los bienes que tiene una carga pesadísima, que le
hace gemir y ser más cuidadosa y humilde que antes.
b)
PEDIR A DIOS HUMILDAD: CONOCER A DIOS Y A SÍ
Y
porque es tanta nuestra liviandad, y tenemos tan metida en los
huesos la secreta soberbia, que fuerzas humanas no bastan del
todo a limpiarnos de este pecado, debemos pedir a Dios este
don, suplicándole importunamente no nos permita caer en tan
gran traición, que nosotros seamos robadores de la honra que
de todo lo bueno a él es debida. Con el ayuno se sanan
pestilencias de la carne, y la oración las de la ánima; y por
eso conviene al que esta pestilencia siente en su ánima, orar
con toda diligencia y continuación, presentarse delante el
acatamiento de Dios, suplicándole abra los ojos para conocer
la verdad de quién sea Dios, y quién sea él, para que ni
atribuya a Dios algún mal, ni tampoco a sí algún bien.
Y
cuando Dios es servido de hacernos esta merced, invía una
celestial lumbre en el ánima, con que, quitadas unas gruesas
tinieblas, conoce ningún bien, ni ser, ni fuerzas haber en
todo lo criado mas de aquello que la bendita y graciosa
voluntad de Dios ha querido dar y quiere conservar. Y conoce
entonces cuán verdadero cantar es aquél: Llenos son los
cielos y la tierra de tu gloria.
Porque
en todo lo creado no ve cosa que buena sea, cuya gloria no sea
a Dios. Y entiende con cuanta verdad dijo Dios a Moisén, que
dijese a los hombres, que el que es me invío a
vosotros; y lo que dijo el Señor en el evangelio:
Ninguno es bueno, si no sólo Dios, porque, como todo el
ser que tengan las cosas y todo el bien, ahora sea del libre
albedrío ahora de la gracia, sea dado y conservado de la mano
de Jesucristo, conoce que más se puede decir que Dios es en
ellas y obra el bien ellas, más que ellas de sí mesmas. No
porque ellas no obren, mas porque obran como causas segundas
movidas por Dios, principal y universal hacedor, del cual
ellas tienen la virtud para obrar. Y así, mirando a ellas, en
cuanto de sí mismas, no les hallan tomo ni arrimo en si
proprias, sino en aquel infinito ser que las sustenta, en cuya
comparación parecen todas ellas, por grandes que sean, como
una pequeña aguja en un infinito mar.
Y
de este conocimiento de Jesucristo queda en el ánima una
profunda reverencia a la sobreexcelente majestad divinal que
le pone tanto aborrecimiento de atribuir a sí misma ni a otra
criatura algún bien, que ni aún pensar en ello no quiere,
considerando que así como el casto de Josef no quiso hacer
traición a su señor, aunque fue requerido de la mujer de él,
así no debe el hombre alzarse con la honra de Dios, la cual él
quiere para sí como el marido a su propria mujer, según está
escripto: Mi gloria no la daré yo a otro. Y está el
hombre entonces tan fundado en esta verdad, que aunque todo el
mundo lo ensalzase, él no se ensalzaría, mas, como verdadero
justo, desnúdase de la honra, pues ve no ser suya, y dala al
Señor, cuya es. Y en esta luz ve que cuanto más alto está, más
ha recebido de Dios y más le debe, y más pequeño y abajado es
en sí mismo; porque quien tan de verdad crece en otras
virtudes, también ha de crecer en la humildad, diciendo a
Dios: Conviene crecer en ti, y a mi ser abajado cada día
más en mí mismo.
Y
entonces no oye el ánima el falso lenguaje del demonio
soberbio, que con la propria estima la quería engañar; mas oye
la verdad de Dios, que dice que la verdadera honra y estima de
la criatura no consiste en sí misma, mas en recebir y ser
estimada y amada de su Criador.
2.
Desesperándole:
1.
Con la memoria de sus pecados
Otra
arte suele tener el demonio contraria a esta pasada, la cual
es, no haciendo ensalzar el corazón, mas abajándole y
desmayándolo, y así traello a desesperación. Y esto hace
trayendo a la memoria no los bienes que el hombre ha hecho,
mas sus pecados, gravándoselos cuanto puede, para que,
espantado con la muchedumbre y graveza de ellos, caya
desmayado como debajo de carga pesada, y así desespere. De
esta manera hizo con Judas, que, al hacer del pecado, quitóle
delante la graveza de él, y después trájole a la memoria cuán
grave mal era haber vendido a su maestro y por tan poco
precio, y para tan mala muerte. Cególe los ojos con la
grandeza del pecado, y dió con él en el lazo, y de allí en el
infierno.
De
manera que a unos ciega con las buenas obras poniéndoselas
delante y escondiéndoles sus señales, y así los engaña
haciéndolos ensoberbecer; y a otros escóndeles que no se
acuerden de sus bienes que por la gracia de Dios ha hecho, y
tráeles a la memoria sus males, y así los derriba. A los unos
díceles que sus bienes son muchos y sus pecados pocos y
livianos; a los otros, que los bienes que han hecho son pocos
y llenos de falta, y sus males muchos y grandes.
Remedio:
PONER
LOS OJOS EN LOS BIENES HECHOS
Y
EN LA MISERICORDIA DE DIOS Y BENEFICIO DE CRISTO
Mas
así como el remedio es, porque él nos quiere alzar de la
tierra, asirnos más a la tierra y tener los pies más hincados
en ella, y considerando, no nuestras plumas de pavo, mas
nuestros lodosos pies de pecados que hemos hecho o haríamos,
si Dios no nos guardase, así en este otro engaño es el remedio
quitar los ojos de nuestros pecados y ponerlos en los bienes
que hemos hecho y en la misericordia de Dios, de donde nos
vinieron. No es esto para poner confianza en las obras
nuestras, porque no cayamos en un lazo, huyendo de otro; mas
para creer que, pues nos dio gracia para las hacer, no las
dejará de galardonar, y, pues nos ha puesto en la carrera, no
nos dejará en la mitad de ella, pues sus obras son acabadas
como él lo es; y más hizo en sacarnos de enemistad que en
conservarnos en su amistad. Lo cual nos amonesta San Pablo
diciendo. Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados a
Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que somos
reconciliados seremos salvos en la vida de Él.
Cierto,
pues su muerte fue poderosa para resucitar a los muertos,
también lo será su vida para conservar en vida a los vivos.
Hízonos de enemigos amigos, pues no nos desamparará siendo
amigos. Si nos amó desamándole, no nos desamará amándole. De
manera que osemos decir lo que dijo San Pablo: Confío que
aquel que comenzó en vosotros el bien, lo acabará hasta el día
de Jesucristo.
Si
el demonio nos quisiere turbar con gravarnos los pecados que
hemos hecho, miremos que ni él es la parte ofendida, ni
tampoco el juez. Dios es a quien ofendemos cuando pecamos, y
él es el que ha de juzgar a hombres y demonios, y, por tanto,
no nos turbe que el acusador acuse, mas consuélenos que el que
es parte y juez nos perdona y absuelve. Y esto dice San Pablo
así: Si Dios con nos, ¿quién será contra nos? El cual a su
proprio Hijo no perdonó, mas por todos nosotros lo entregó.
Pues, ¿cómo es posible que dándonos a su Hijo, no nos haya
dado todas las cosas? ¿Quién acusará contra los hijos de Dios?
Dios es el que justifica, ¿quién habrá que condene? Todo
esto dice San Pablo. Lo cual, bien considerado, debe esforzar
a nuestro corazón a esperar lo que falta, pues tales prendas
de lo pasado tenemos. No nos espanten nuestros pecados, pues
el eterno Padre castigó a su Hijo unigénito por ellos para que
así viniese el perdón sobre nos, que merecemos el castigo. Y
pues Dios nos perdona, ¿qué aprovecha que el demonio dé voces,
pidiendo justicia? Ya una vez fue hecha justicia de todos los
pecados del mundo; la cual cayó sobre el inocente cordero, que
es Jesucrito, para que todo culpado que quisiese llegarse a él
sea perdonado. Pues, ¿qué justicia sería castigar otra vez los
pecados del penitente con infierno, pues ya una vez fueron
suficientemente castigados en Jesucristo? Él nos es dado por
la misericordia del Padre, y en él tenemos todas las cosas;
porque, en comparación de tal persona divina, como es el Hijo,
¿qué es todo lo demás sino menos que él? Y quien dio el Señor,
también dio el señorío; y quien dio el sacrificio, dio el
perdón; y quien dio al Hijo, dará todo cuanto
quisiéremos.
Así
que, doncella de Cristo, si nos quisiere el demonio cegar en
nuestros pecados, digamos que no son sino pocos y chicos, y
nuestros bienes muchos y grandes. Pocos son nuestros pecados,
no en sí, mas comparados a los muchos merecimientos de
Jesucristo. Muchos son nuestros bienes, no en nosotros, mas en
Cristo, que nos dio lo que él ayunó, oró, y caminó y trabajó;
y sus espinas y sus azotes, y clavos y lanza, muerte y vida,
haciéndonos participantes en todo mediante los sacramentos y
fe. Cuantas son las misericordias del Señor, tantos podemos
decir que son nuestros merecimientos; y cuantos son los bienes
de Cristo, en tantos tenemos parte nosotros. Y así como en el
mar Bermejo fueron ahogados Faraón y los suyos, que perseguían
a Israel por las espaldas, así, en la sangre y merecimientos
de Cristo, son los pecados que hemos hecho ahogados, que
ninguno queda. Por tanto, cerremos las orejas a este lenguaje,
y hagamos ir avergonzado al demonio, como lo fué de unos, de
los cuales dijo: «Estos me han vencido, porque cuando yo los
quiero ensalzar, ellos se abajan, y cuando yo los quiero
abajar ellos se ensalzan.» Y digamos con David: Siendo el
Señor mi ayudador, yo despreciaré a mis enemigos.
2.
Con pensamientos contra Dios
Otras
veces suele hacer desmayar, trayendo pensamientos muy sucios y
abominables aun contra las cosas de Dios, y hace entender al
que los tiene que de él salen y que él los quiere tener y con
esto atribúlale de tal manera que le quita toda el alegría del
ánima, y le hace entender que está muy desechado de Dios y
condenado de él, y dale gana de desesperar, creyendo que no
puede parar en otra parte sino en el infierno, pues ya le
parece tener blasfemias semejantes a las de allá. No es tan
necio el demonio que no se le entiende que el tentando no ha
de venir a consentir en cosas tan abominables, mas es su
intento asombrarle y desmayarle, para que así pierda la
confianza que en Dios tenía, y trabajarlo tanto con sus
importunidades e frialdades que le haga perder la paciencia y
sosiego, y así ganar él; como dicen: A río vuelto, ganancia de
pescadores.
Gran
merced hace Dios a muchas personas, que por mucho tiempo les
guarda y esconde dentro de sí, para que no sepan qué guerra es
aquesta ni oigan aqueste espantable lenguaje; mas otras veces
permite que aquel malvado turbe con sus voces importunas
nuestro silencio, y en lugar del gozo, que teníamos en pensar
cosas de Dios, nos hagan sus tentaciones echar lágrimas de muy
gran tristeza.
Remedios:
a)
NO DIALOGAR CON EL DEMONIO
Entonces
hemos de hacer lo que hacía David: Yo, como sordo, no oía;
y como mudo, que no abre su boca. Hecho soy como hombre
que no oye y que no tiene en su boca reprehensiones. Y pues no
podemos dejar de oír este lenguaje, pues que el demonio,
aunque no queramos, nos trae estos pensamientos y hablas tan
malas, seamos a lo menos como quien no oye. Lo cual hacemos
cuando no nos turbamos ni entristecemos con ellos, mas estamos
en nuestra paz como de antes, no curando de tomarnos a
palabras ni respuestas con el demonio ni sus asechanzas, mas
estamos como sordos y mudos, no haciendo caso de todo cuanto
nos dice. Dificultoso es creer aquesto a los que poco saben de
las astucias del demonio, los cuales piensan que, si no dejan
de hacer lo que hacían y se ocupan en ojear y andar matando
las moscas de los tales pensamientos, ya han consentido en
ellos, creyendo que es todo uno: sentir pensamientos y
consentir en ellos. En la verdad, mientras los tales
pensamientos son más abominales, más seguro está el hombre que
no consentirá en ellos. Y basta no curar de ellos con una
sosegada disimulación, porque no hay cosa que al demonio más
lastime que el despreciarlo tan despreciado que ningún caso
hagan de él ni hay cosa tan peligrosa como trabar razones con
quien tan presto nos puede engañar.
Y
por esto la mejor respuesta es no responder, aunque nos
parezca que teníamos qué, mas una vez al día decir que creemos
lo que cree la santa Iglesia Romana, y que no queremos
consentir en pensamiento falso ni sucio; y decir al Señor lo
que está escripto: Señor, fuerza padezco, responded vos por
mí; y sosegarnos, creyendo que él lo hará con condición
que tengamos esperanza en él y callemos nosotros. Porque, si
tenemos muchas respuestas nosotros, ¿cómo le diremos que
responda por nos? Por lo cual dice la sagrada Escriptura:
Vosotros callaréis y el Señor peleará por vosotros. De
manera que nuestro pelear no es a solas manos, mas muy más
principalmente con invocar al Señor todopoderoso, el cual por
nosotros pelea. Y esto es lo que dice el profeta Esaías: En
silencio y esperanza será vuestra fortaleza. Porque uno de
estos dos que falte, luego el hombre se turba y enflaquece.
b)
CRECER EN EL BIEN OBRAR, AUNQUE SEA SIN DEVOCIÓN
Mas
dirá alguno: «Quítanme estos pensamientos la devoción, y
suélenme venir cuando yo me llego a las buenas obras, y por no
oír tales cosas, estoy determinado muchas veces de no las
hacer.» A esto digo: que esto es por lo cual el demonio
andaba, por con sus importunidades estorbar el bien obrar;
aunque parece que a otra parte tiraba. Mas debes tú antes
crecer en el bien que menguar, como persona que adrede lo
hace, por hacer ir al demonio con pérdida de lo que pensaba
llevar ganancia.
E
si falta la devoción no te penes, pues no se miden nuestros
servicios por devoción, mas por amor; y el amor no es devoción
tierna, mas un ofrecimiento de voluntad a lo que Dios quiere
que hagamos y padezcamos, tengamos voluntad o no, y si
algunos, que parece dejan el mundo por servir a Dios, dejasen
también la desordenada codicia de los devotos sentimientos del
ánima, como dejan la codicia de los bienes temporales,
vivirían más alegres de lo que viven, y no hallaría el demonio
codicia en que asir, como en cabellos, con sus engaños, y
lastimarles con ellos. Desnudo murió Jesucristo, y desnudos
nos hemos de ofrecer a él, y sola nuestra vestidura ha de ser
su santísima voluntad, sin mirar a otra parte. Igualmente
hemos de tomar la tentación que la consolación de su mano, y
oír demonios como oír ángeles, y ser tentados y azotados como
ser abrazados. Finalmente, no estar asidos a los flacos ramos
de nuestros quereres, aunque nos parezcan buenos, mas a
aquella fuerte columna de la divina voluntad, que nunca se
muda. Para que así no vivamos en mudanzas, mas participemos a
nuestro modo de aquella immutabilidad y sosiego que la divina
voluntad tiene, haciendo siempre lo que quiere, y tomando lo
que nos invía.
Decidme,
doncella, ¿qué más hace al caso servir uno a Cristo por
consolaciones y gustos de ánima que servirle por dinero, qué
más por cielo que por tierra, si el postrer paradero es mi
codicia? Lucifer, según muchos doctores dicen, la
bienaventuranza deseó, mas, porque no la deseó como debía y de
quien debía, y que se le diese cuando Dios quería, no
aprovechó que lo que deseaba era bueno, mas pecó por no
desearlo bien; y así fué su deseo codicia, y no buen deseo.
C)
CONFORMAR NUESTRA VOLUNTAD CON LA DE DIOS
Pues
de esta manera digo que no hemos de estar atados a desear
nuestros consuelos o devociones, o sosiego, o semejantes
cosas, parando en ellas, mas, libres de estas cosas, asestar
nuestro querer en aquel norte inmutable de la divina voluntad,
tomando lo que nos diere, y cuando y como; y no holgarnos por
lo que nos da, principalmente por nuestro provecho, mas porque
se huelga él en dárnoslo, aparejados a carecer de ello, si
supiésemos que él es servido. Y no digo yo esto, porque se
puede excusar el gozo cuando el Señor nos visita, o la pena,
cuando nos deja en manos de nuestros enemigos para ser de
ellos tentados, mas porque, en cuanto pudiéremos, nos
mostremos a no hacer mucho caso del consuelo, porque no
sintamos las mudanzas que necesariamente hemos de sentir, si a
estas cosas nos arrimamos.
Suplicad
al Señor que nos abra los ojos, que más claro que la luz del
sol veríamos que todas las cosas de la tierra y del cielo son
muy poca cosa para desear ni gozar, si de ellas se apartase la
voluntad del Señor. Más vale sin comparación comer o dormir,
si el Señor lo manda, que estar en el cielo sin su querer. No
estemos pues tanto asidos de las cosas, por buenas que nos
parezcan, más de cuanto fuere siempre la voluntad buena de
nuestro Señor Dios. Y así ligeramente tendremos sosiego entre
los alborotos que el demonio causa, porque estará mortificada
nuestra voluntad, que es la que causaba el descontento, y
viviremos siempre en una continua paz, según en este destierro
se puede haber, por estar conformes con la voluntad de nuestro
Señor Dios, la cual tan bien se cumple en nosotros cuando
somos atribulados, como cuando somos consolados. Echemos, de
nosotros tanta fruta perdida, que estaba colgada de nuestra
secreta codicia, y cogeremos otros nuevos frutos de gozo y
paz, que de esta unión con la divina voluntad suelen venir.
Esta
es el arte con que se engaña el arte que el demonio traía. El
quería hacernos enojar, aunque a otra parte parecía que
tiraba. Nosotros guardámosle el golpe y cobrímonos con
paciencia, conformándonos con la voluntad divina, y así
quedamos sin llaga y aún con corona, porque, no curando de lo
que en nos pasa, por penoso que sea, mas de la voluntad del
que lo invía, vencemos nuestra propria voluntad; lo cual es la
causa de nuestra corona.
Y
porque el vencimiento de esta batalla más se hace por arte de
contentarnos con lo que viene, y de tener confianza, mientra
más el demonio nos la quiere quitar, que por vía de fuerza,
queriendo evitar que no nos vengan estos pensamientos, pues
que no son en nuestra mano, por eso dice el esposo a la esposa
en los Cantares: Cazadnos las pequeñuelas zorras, que
destruyen las viñas, porque nuestra viña ha florecido. La
viña de Cristo nuestra ánima es, plantada con su mano y
regada con su sangre. Esta florece cuando, pasado el
tiempo en que fue estéril y seca, comienza nueva vida y
fructifera al que la plantó. Mas porque a los tales principios
suelen acechar estas y otras tentaciones del astuto demonio, y
les suelen dañar con hacerles desmayar, trayéndoles
pensamientos tan feos estando ella ternecica y en flor, por
eso nos amonesta el esposo florido, que pues nuestra ánima,
viña suya, ha florecido, que tengamos manera para
cercar estas importunas tentaciones. En decir cazar, da
a entender que ha de ser por maña y no por fuerza. Y en decir
que son zorras, da a entender que son tentaciones
solapadas, que pareciendo ir a herir en una parte, hieren en
otra. En decir pequeñas, da a entender que para quien
las conoce no son grandes, porque el solo conocerlas es
vencerlas; y a quien le parecen grandes, es el que con su
temor y poco saber las hace grandes. Y en decir que
destruyen las viñas, da a entender cuánto daño hacen en
los hombres que no las conocen, hasta traerlos algunas veces a
tanto enojo, que de enojados, como no les quita Dios las tales
tentaciones, vienen por miserable consejo a consentir o casi
consentir en ellas, y algunas veces pasa tan adelante este mal
que, por no sufrir guerra tan cruda en el camino de Dios, lo
dejan y se dan abiertamente a pecar, pensando por allí huir de
ellas; o, si esto no hacen, algunos suelen venir a desesperar,
por no sufrir guerra tan cruda.
d)
BUSCAR UN BUEN CONFESOR
Y
suele a los que tales tentaciones tienen, dar mucha pena, el
haberlas de decir abiertamente a su confesor, por ser cosas
tan feas que no merecen ser tomadas en lengua, y que dan gran
desmayo, por su abominación, cuando se cuentan. Y, por otra
parte, si no se las dicen, paréceles no ir bien confesados, y
así nunca salen satisfechos de la confesión por el callar, o
salen muy penados por haber dicho cosas que tanta pena les
dan. Lo que estas personas cerca de esto deben hacer es buscar
un confesor sabio, experimentado en las cosas de Dios, y darle
a entender las tentaciones que pasan, de arte que, aunque no
se digan los pensamientos de la misma manera que se piensan,
porque esto no es menester y muchas veces daña y no se puede
hacer, mas dígase de manera que el confesor pueda entender la
enfermedad que es, y esto basta.
Y
el tal confesor no debe ser áspero, ni importunarse por muchas
veces que el penitente le pregunte una misma cosa, ni por
otras flaquezas que estas personas escrupulosas y tentadas
pueden tener; mas antes se acuerde de lo que el Apóstol dice:
Corrígele en espíritu de blandura, considerándote a ti
mismo, y no seas también tentado. Y por graves cosas que
en estas personas vea, no desmaye, porque no suele el Señor
olvidar sus ovejas en aquestos peligros, mas socórrelas cuando
más desesperado parece estar el remedio, según yo he visto en
muy muchas personas afligidas gravísimamente con estas
tentaciones, aun hasta trance de desesperar. De las cuales
ninguna he visto parar en mal, mas ser socorridas de Dios con
entera sanidad de estos trabajos.
Ore,
pues, el confesor, y busque oraciones ajenas; y encomiende al
penitente la enmienda de su vida; y déle buena esperanza de
parte de nuestro Señor, que él cumplirá las promesas que de su
parte le dieren con fe; y enseñe al penitente que ningún
pensamiento, por sucio y malo que sea, no puede ensuciar el
ánima, cuando no es consentido. Y pues el penitente no
consiente, mas toma mucho desplacer en aquestas cosas, antes
las debe tomar en purgatorio de sus pecados y en ejercicio de
paciencia, como quien está padeciendo martirio en manos de
crueles sayones, que pensar que ofende a Dios en ello, o que
va camino de perdición.
Y
con esta cordura y sabiduría engañará el arte que el demonio
como zorra trae, que era amagar para hacernos caer en
infidelidad o blasfemias, o suciedades o cosas semejantes; y
cuando nosotros íbamos a escudarnos de aquel golpe, penándonos
mucho, desmayándonos con los tales pensamientos, descubríamos
el ánima una vez o otra por la parte de la paciencia, y allí
nos hería en descubierto muy a su placer como quien amaga a la
cabeza y hiere a los pies. Mas contra este arte usemos de otro
arte, y es no asombrarnos ni desmayarnos, ni perder la
paciencia, mas cubrirnos de pies a cabeza y en todo tiempo con
la fe y conformidad de la voluntad del Señor; y estar
contentos de tener aquello, si el Señor es servido que lo
tengamos, toda la vida.
Y
así ganamos más con aquella paciencia que ganáramos con la
devoción que nos quitó, y ayúdanos a crecer en el servicio de
Dios el que pensaba estorbarnos. E hizo por su ocasión que,
estando nuestra ánima en flor de principios, comience a dar
frutos de hombres perfectos, porque nos hace desnudar de
nosotros mismos y que, comiendo antes leche de devoción
tierna, comemos ya pan con corteza, manteniéndonos con las
duras piedras de las tentaciones; las cuales él nos traía para
probarnos si éramos hijos de Dios, y sacamos de la
ponzoña miel, de las llagas salud; y así de la tentación
salimos probados y aprovechados.
Los
cuales bienes no hemos de agradecer al demonio, cuya voluntad
no es fabricarnos coronas, mas cadenas; sino a aquel sumo y
omnipotente Bien, Dios, el cual no dejaría acaecer mal
ninguno, sino para sacar mayor bien; ni dejaría a nuestro
enemigo y suyo, el demonio, atribular a nosotros, sino para
gran confusión del que atribula y bien del atribulado; y esto
es lo que dice David: Este dragón que formaste para que
hiciesen burla de él. Dragón llama al demonio por sus
asechanzas, al cual crió Dios bueno y él se hizo malo y
tentador de los buenos; mas permítelo Dios así, sacando bien
de sus males, porque mientras más piensa dañar a los buenos,
más provecho les hace, y queriéndolos abatir al infierno, les
da ocasión que ganen el cielo; de lo cual él queda tan corrido
y burlado que no quisiera haber comenzado el juego. Y
esto es en lo que todos harán burla de él, pues por sus
tentaciones aprovechó a los que pensaba dañar, cayendo
sobre su cabeza la maldad que a otros urdía, y cayendo en el
lazo que armó; y, quedando él con tristeza muerto de
invidia, verá ir a los amigos de Dios, que él, tentó, cantando
con alegría: El lazo ha sido quebrado, y nosotros quedamos
libres; nuestra ayuda es el nombre del Señor, que hizo el
cielo y la tierra.
b.
ABIERTAMENTE SE ENOJA
Remedios:
a)
TENER FE: DIOS ES NUESTRO AYUDADOR
Es
tanta la invidia que de nuestro bien tienen los demonios que
por todas las vías tientan que no gocemos lo que ellos
perdieron; y cuando en una batalla van de nosotros vencidos o,
por mejor decir, de Dios en nosotros, mueven otras y otras,
para si alguna vez hallaren algún descuidado a quien
traguen; mudan armas y género de batalla, pensando que a
los que no vencieron en una vencerán en otra. Por lo cual,
después que han visto que por astucia no han podido
empecer, por estar enseñados por la verdadera doctrina
cristiana, que nos enseña a ponernos en el justísimo querer
del Señor, intentan guerra más descubierta, haciéndose
león feroz, el cual antes era dragón ascondido. Ya no
tienta de uno y va a parar en otro, mas claramente se quiere
hacer temer, pensando de alcanzar por espanto lo que
por arte no pudo. Aquí no le verán hecho raposa, mas león
fiero, que con su bramido quiere espantar, como dice San
Pedro: Hermanos, sed templados y velad, porque vuestro
adversario el diablo, como león bramando, rodea, buscando a
quien trague; al cual resistid fuertes en la fe. No deben
ser destemplados ni descuidados los que tal enemigo
tienen, ni deben dejar de orar al verdadero pastor, las ovejas
que se ven cercadas de boca tan mala. Mas, ¿cuáles son las
armas con que se vence este bravo león, para que de esta
guerra, como de la pasada, vaya confundido el que pensó
confundirnos? Estas son la fe, según dice San Pedro.
Porque cuando una ánima desprecia lo que ve y confía en Dios,
al cual no ve, no hay por donde el demonio le entre; mas este
firme crédito y confianza en Dios la guarda muy firme y sin
temor, y le hace despreciar las amenazas de los demonios,
porque, como una de las principales, cosas en que él ponga sus
fuerzas sea en hacer los corazones pusilánimes y desmayados,
es eficacísimo remedio contra él la firme confianza en Dios,
como leemos haber dicho aquel gran vencedor de demonios San
Antón: La señal de la Cruz y la fe con el Señor nos es a
nosotros inexpugnable muro. ¿Cómo temerá al demonio quien cree
que ninguna cosa puede sin darle Dios el poder? ¿Pudieron
quizá los demonios tocar en Job, o en su hacienda, o siquiera
ahogar los puercos de los genesarios, sin tener licencia
primero de Dios? Pues quien no puede tocar a los puercos,
¿podía tocar a los hijos?
Si
el consejo de Cristo tomamos, muy seguros viviremos de este
temor, porque él nos le quita diciendo: Yo os enseñaré a
quien temáis: Temed a aquel que, después de haber muerto el
cuerpo, tiene poder para echar en el infierno: a éste
temed. Y quien a Dios no teme, aunque le pese, ha de temer
a mundo y demonios. De manera que, creyendo muy firmemente que
el demonio no puede llegar al cabello de nuestra cabeza,
porque todos los tiene Cristo contados, haremos burla de los
fieros del demonio, y decirle hemos que se vaya a hacer cocos
a niños, que acá no conocemos sino a Dios por Señor. El temor
a uno es hacerle un modo de reverencia y darle sujeción, y por
esto ni en poco ni en mucho debemos temer al demonio, pues
Cristo nos libertó y nos le puso debajo los pies; y
debemos estar siempre delante de Dios humillados con su santo
temor; mas para con el demonio, muy esforzados y llenos de una
santa soberbia. Cosa es muy probada que a los que el demonio
temen les hace mil befas, y a los que le desprecian huye, y
tanto cuanto él más braveza mostrare tanto menos se debe
temer. Por costumbre de meter a voces y guerra a quien le
falta justicia, y querer alcanzar por amenazas lo que no ha
podido por arte.
Creedme,
doncella de Cristo, que cuando el demonio asombra, tomando
figura de serpiente, o de toro o de león, o de otras bestias,
y estorbando la oración con sonidos, y hace crujir toda la
casa; y cuando impide el reposo del sueño con espanto, como al
santo Job se lee que hacía; cuando en estas y otras bregas
anda el demonio, no se debe temer, porque de puro vencido y
temeroso lo hace, mas decirles como San Antón: «Si tuviésedes
algunas fuerzas, uno solo de vosotros bastaría para pelear;
mas, porque sois quebrantados de Dios, trabajáis por
atemorizar, juntándoos muchos a una. Si el Señor os ha dado
poder sobre mí, veísme aquí, tragadme; mas si no podéis, ¿por
qué trabajáis en balde?». Verdad es que nuestras fuerzas,
cotejadas con las suyas, son muy pequeñas; mas la fe nos dice,
si sordos no estamos, que el Señor es delendedor de todos
los que esperan con Él. Y si tenemos un enemigo muy sabio
para hacer mal, muy fuerte, y que tanto nos aborrece, tenemos
un amigo más sabio, más fuerte, y que más nos ama sin
comparación. Mucho dicen que sabe el demonio, según el mismo
nombre lo dice -quieren decir resabido-, pues ¿qué es su saber
en comparación del abismo de la sabiduría divina que no tiene
fin? Si el poder del demonio no tiene igual sobre la tierra,
según se escribe en Job, el poder divino no tiene igual en el
cielo ni en tierra. Muy mal nos quiere el demonio, mas mucho
más nos ama Dios que él nos desama. No duerme el demonio,
buscando cómo nos dañe más. Mucho velan los benditos ojos de
Dios guardándonos como a sus ovejas, por las cuales derramó su
preciosa sangre. Pues, si tenemos el brazo del Omnipotente con
nos, ¿qué temeremos al demonio, cuyo poder es flaqueza en
comparación del divino?, ¿qué temeremos de este león que
busca a quien trague, pues nos defiende el fuerte
león de Judá, el cual siempre vence? Y si el demonio
nos cerca, Cristo está aparejado para pelear por nosotros;
empero, si no perdemos la fe, como se escribe en la Santa
Escriptura, la cual cuenta que, como contra el rey Josafat
viniese innumerable copia de gente, tanto que él fue lleno de
miedo, y dejando sus pocas fuerzas por las muchas de sus
enemigos, dióse a pedir favor al Omnipotente. Y respondióle
Dios por boca de un profeta de esta manera: Esto dice el Señor
Dios: No queráis temer ni haber miedo de esta muchedumbre,
porque no es la guerra vuestra mas del Señor. No seréis
vosotros los que habéis de pelear, mas solamente estad con
confianza, y veréis el socorro del Señor sobre vosotros. ¡Oh
Judea y Hierusalem, no queráis temer ni haber miedo, que
mañana saldréis y el Señor será con vosotros!
Si
bien hemos oído esta divina respuesta, que a todos los que
pelean en la guerra del Señor se da, veremos que, resistiendo
nosotros en fe, el Señor ha de hacer la victoria, y que es
gran maldad haber miedo los que tan mandados están que no lo
tengan, y los que tal favor tienen. No sienten bien del poder
de Dios los que, teniéndole a Él sólo por ayudador, tienen
temor del cielo o tierra; ni siente bien de su verdad quien no
cree esta promesa; ni siente bien de su bondad quien no cree
que tiene sus ojos y su corazón puesto en nosotros. Aún cuando
nos parece que más olvidados estamos, acordémonos de cómo San
Antón, siendo reciamente azotado de los demonios y acoceado,
alzando los ojos arriba, vio abrirse la techumbre de su celda,
y entra por allí un rayo de luz, tras del cual huyeron todos
los demonios, y el dolor de las llagas de él fue quitado. Y,
viendo a Jesucristo nuestro Señor, díjole con entrañables
sospiros: «¿Adónde estabas, buen Jesú, adónde estabas? ¿Por
qué no estuviste aquí al principio, para que sanaras todas mis
llagas?». A lo cual respondió el Señor diciendo: «Antón, aquí
estaba, mas esperaba ver tu pelea, y porque varonilmente
peleaste, siempre te ayudaré, y te haré ser nombrado por toda
la redondez de la tierra.» Con las cuales palabras, y con la
virtud de Cristo, se levantó tan esforzado que entendió haber
recobrado más fuerza que primero había perdido.
b)
PENSAR LAS MUCHAS VECES QUE NOS SACÓ VICTORIOSOS
E
ya que nuestra flaqueza nos hiciese sordos a todas estas
consideraciones, debemos mirar las muchas veces que nos ha
sacado victoriosos, y nos ha defendido de semejantes peleas.
En lo cual nos da crédito que así lo hará adelante. No deja el
Señor a los suyos venir a riesgo de extremos peligros, sino
para que vean que nada son de sí y como no hay en ellos ni un
cabello de fortaleza, ni se pueden aprovechar de los favores
que en tiempos pasados de Dios han recebido; y quedan desnudos
y en unas escuras tinieblas, sin hallar en qué hacer pie, mas
súbitamente los levanta y fortalece más que antes estaban.
Porque vean cuán fuerte es Dios en librarlos de tanta
flaqueza; cuán bueno, en acordarse de los que están
extremamente fatigados; cuán verdadero, en sus promesas, que
promete, de no desmamparar a los que le sirven. Para que,
conociendo el hombre por experiencia su propria flaqueza, no
le engañe la mentira de su estimación; y experimentando la
fortaleza y bondad divina, le adore y le crea, y espere en él,
cuando en otro peligro se viere. Y esto afirma San Pablo
haberle acaecido, diciendo: No quiero que ignoréis,
hermanos, nuestra tribulación en Asia, en que sobremanera y
sobre nuestras fuerzas fuimos atribulados, tanto que nos daba
pena el vivir, y nosotros, dentro de nosotros, tuvimos por
cierto que no habíamos de escapar de la muerte. Y esto
acaeció así, para que no tengamos fiucia en nosotros, mas
en Dios, que da vida a los muertos; el cual nos libró de tan
grandes peligros, y en el que esperamos que también nos
librará de aquí adelante.
Y
en esto no se hace mucho con Dios, porque cualquier hombre que
diez o doce veces nos hobiese enseñado su amor y favor en
nuestros trabajos, creeríamos que nos amaba y que nos lo
enseñaría también otra vez, si en trabajos nos viésemos. Y
pues tan muchas veces hemos a Dios experimentado en fidelísimo
en no dejarnos caer el tiempo de la tribulación, ¿por qué no
le ternemos en posesión de fiel amigo para todo lo que nos
puede venir? Extrema incredulidad es, y digna de grande
castigo, no creer más de Dios de lo que presente con nosotros
hace y nunca de lo pasado cobrar fe que no nos asegure de lo
por venir, pues esta fe es la que nos hace victoriosos, la
cual no nos engañará, porque los que en el Señor esperan nunca
serán confundidos, y así como cuando el demonio nos quiere
alzar, le vencemos abajándonos, así, mientra más él se hiciere
temer, más lo despreciemos; y, mientra más nos quisiere
abajar, más nos levantemos en el favor de aquel que es todo
nuestro y cuyos ángeles pelean por nos. Como fue enseñado el
criado del gran Eliseo, el cual tenía mucho temor de gran
compaña de gente que venía a prender a su señor. Al cual dijo
Eliseo: No quieras temer, porque más son con nosotros que
contra nosotros. Y como orase Eliseo: Abre, Señor, los ojos de
este mozo porque vea, abrió Dios los ojos del mozo, y vio que
estaba un monte lleno de caballería y carros enderredor de
Eliseo, los cuales eran ángeles del Señor, venidos a
defender al profeta de Dios. De manera que tenemos de nuestra
parte muchedumbre de ángeles, uno de los cuales puede más que
todos los infernales poderes, y, lo que más es, tenemos al
Señor de los ángeles, el cual, solo, puede más que los
infernales y celestiales poderes, y, por tanto, abastarnos
debe tanto favor para despreciar al demonio, dejado todo
temor; hacernos fuertes leones contra él en virtud de Cristo,
que fue manso cordero en entregarse por nosotros, y fue león
fuerte en despojar los infiernos, y vencer y atar los
demonios, y en defendernos como a sus amadas
ovejas.
B)
A quién debemos oír
1. Palabra primera.
De cómo hemos de oír a solo Dios
Mucho
nos hemos detenido en avisar que cerremos nuestras orejas de
estas malas hablas; queda ahora de oír la primera palabra, en
que el profeta David nos amonesta que oyamos. Y pues no
hemos de oír a la diversidad de los ya dichos lenguajes,
desearéis saber a quién hemos de oír. Brevemente digo que a
solo Dios, que es suma verdad y es oído con gran provecho del
que le oye, según él dice: Oyéndome, oíme; y comed del
bien, y deleitarse ha en grosura vuestra ánima; inclinad a
vuestra oreja, y venir a mí. Oíd y vivirá vuestra ánima, y
haré con vosotros un sempiterno concierto.
Grandes
promesas son éstas, las cuales ninguno otro que Dios basta a
cumplir; y dichoso es aquel a quien les cumple y con quien
hace este sempiterno concierto, el cual es que el Señor sea
Dios del hombre, y el hombre tenga al Señor por Dios y por
Padre. Y esto declara San Pablo diciendo: Vosotros sois
templo de Dios vivo. Como le dice Dios: Yo moraré entre
ellos, y andaré entre ellos, y seré Dios de ellos, y ellos me
serán pueblo. Por lo cual, salid de en medio de los malos,
y apartaos, dice el Señor; y no toquéis cosa sucia, e yo os
recibiré, y os seré Padre, y vosotros me seréis hijos y hijas,
dice el Señor todopoderoso.
No
puede haber duda en estas promesas, pues el Señor todopoderoso
lo dice; ni hay lengua que pueda explicar cuánta sea la merced
que Dios hace en querer ser Dios de alguna persona, porque es
tener un particular cuidado de ella, defendiéndola, guiándola,
favoreciéndola, y capitular con ella de serle su amparo, como
buen rey con sus vasallos o padre con hijos, y tornando por
ella, como dicen, en presencia y ausencia con gran fidelidad,
y, después de todo, darle su hacienda, para que en el cielo le
herede como hijo a Padre. Por todo lo cual decía David:
Bienaventurada la gente, de la cual el Señor es Dios, y el
pueblo al cual él escogió para heredad para sí. Y así como
Dios tiene cuidado de rey y de padre de aquellos de quien él
es Dios, así el tener uno al Señor por Dios es reverenciar y
adorar su Majestad infinita, y obedecerla como a padre y
señor, y vivir confiado debajo del amparo de él, creyendo que,
teniendo su Dios lo que tiene, no le podrá a él ir mal; y en
fin, esperar de Dios lo que un hijo espera de su Padre.
Este
concierto no es temporal, mas llámase sempiterno, porque no se
acaba aunque muera la una parte, mas, comenzándose en esta
temporal vida, durará en el cielo muy más perfectamente para
siempre jamás.
2.
Este oír es por la fe
Veis
aquí cuán grandes bienes nos trae el oír a Dios, y con cuánta
atención debemos oír esta palabra que nos manda que oyamos.
Este oír a Dios es por la fe; la cual no es enseñanza
humana, mas divina, porque no creemos a las Escripturas como a
palabras de Esaías o Jeremías, o de San Pablo o de San Pedro,
ni creemos más al evangelista que fue testigo de vista de lo
que escribió que al que no lo fue, mas recibimos estas
palabras como dichas de Dios por la boca de ellos, y a Dios
creemos en ellos. Y por eso nuestra fe imposible es dejar de
ser verdadera, como es imposible la suma verdad de Dios dejar
de ser.
1)
La fe, fundamento de todo bien
Esta
fe es fundamento de todos los bienes, y la primera reverencia
que el hombre hace al Señor cuando le toma por Dios; y es
fundamento tan firme de todo el edificio de Dios que no le
pueden derribar vientos de persecuciones, ni ríos de deleites
carnales, ni lluvias de espirituales tentaciones, mas entre
todos los peligros tiene el ánima en mucha firmeza como el
áncora tiene a la nao en las mudanzas del mar. Y es tanta su
firmeza que las puertas de los infiernos, que son
errores y pecados, y hombres malos y demonios, no
prevalecerán contra ella; porque no la enseñó carne ni
sangre, mas el Padre que está en los cielos, a cuyas obras y
poder no hay quien resista. Esta hace a los creyentes hijos de
Dios, como dice san Pablo: Todos vosotros sois hijos de
Dios por la fe que tenéis en Jesucristo; y por ella
alcanzan el cielo, pues, siendo hijos, han de ser herederos.
Ésta incorpora al hombre en el cuerpo de Jesucristo, y le hace
ser hermano y compañero de Él, y ser participante en la
justicia y merecimientos y bienes de Cristo, a lo cual no hay
igual bien.
2)
Es don de Dios
Y
cuando hablamos de fe, no entendáis de fe muerta, mas de la
viva, la cual dice San Pablo que es fe que obra mediante el
amor. Como cuando hablamos de hombres o de caballos, no
entendemos de los muertos, mas de los que viven y sienten, y
obran obras de vida. Y esta fe no es de nuestras fuerzas ni se
hereda de nuestros pasados, mas obra de divina inspiración,
como lo afirma en el evangelio Jesucristo nuestro Señor,
diciendo: Ninguno puede venir a mí, si mi Padre no le
trajere, y yo le resucitaré en el día postrero. Escripto está
en los profetas: Serán todos enseñados de Dios. Todo aquel que
oyó y aprendió de mi Padre viene a mí.
La
verdadera fe cristiana no está arrimada a decir: «nací de
cristianos», o «veo a otros ser cristianos, y por eso soy
cristiano», y «oyo decir a otros que la fe es verdadera y por
eso la creo»; porque a hombre principalmente cree, no mirando
a Dios. Mas esta otra es un atraimiento divino que hace el
Eterno Padre, haciendo creer con gran firmeza y certidumbre,
que Jesucristo es su único Hijo, con todo lo demás que de él
cree su esposa la Iglesia, en la cual está el verdadero
conocimiento y culto de Dios, y fuera de ella no hay sino
error y muerte y condenación. Y el que así cree es el que oyó
y aprendió del Padre, y el que dicen los profetas que es
enseñado por Dios. Y por eso, aunque viese titubear o caer a
todos los hombres, no se turbaría él por las caídas de ellos,
pues que no creía por ellos; mas, arrimándose a Dios, cree su
fe con mucho deleite, aun hasta derramar de buena gana la
sangre en confirmación de esta verdad. De la cual está tan
cierto que ni aun por pensamiento cosa contraria le pasa, o,
si pasa, es tan de paso que ninguna pena da en el corazón de
quien así cree.
Esta
fe debemos pedir con mucha instancia al Señor, si no la
tenemos con la certidumbre ya dicha; o, si la tenemos, pedir
que la conserve y acreciente, como la pedían los apóstoles
diciendo: Acreciéntanos, Señor, la fe. Y si algún rato
se atibiare, debemos convertir los ojos del entendimiento a la
cierta y suma verdad de Dios, que es el sol de donde ella
nace, para que sus rayos calienten y alumbren y esfuercen
nuestra flaqueza y tinieblas, y nos confirmen más y más en
esta verdad, con condición que, teniendo esta fe, seamos
fieles al dador de ella, conociendo que lo somos por él, y no
por nosotros ni por nuestros merecimientos, como lo amonesta
San Pablo, diciendo: Por gracia sois hechos salvos mediante
la fe. Y entonces no es de vosotros, porque don de Dios es, no
de vuestras obras, porque ninguno se gloríe. De lo
cual parece que ningún achaque ni ocasión pueden tener los
hombres vanos para atribuir a sí mismos la gloria de este
divino edificio, que somos nosotros; el cual consiste en fe y
caridad, pues que la fe, que es el principio de todo el bien,
es atraimiento de Dios, como dice el Evangelio, y don gracioso
de él, como dice el bienaventurado San Pablo, y la caridad,
que es el fin y perfección de la obra, tampoco es de
nuestra cosecha, mas como dice el Apóstol: es derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos es dado.
3)
Y obra del libre albedrío
Mas
dirá alguno: Pues Dios es el que infunde la fe y caridad,
¿para qué nos amonesta la Escriptura que creamos y amemos? A
esto digo que para que conozcamos nuestra flaqueza e
invoquemos la gracia de Dios, que por Jesucristo se da.
Porque, viendo un hombre que le es puesto un mandamiento muy
alto, y sus pocas fuerzas para cumplillo, aunque, cuando no
había mandamiento, pensaba que podría mucho, mas ya conoce por
experiencia su mucha flaqueza, y acuerda de quitar la
confianza de sí, y humillarse a nuestro Señor, pidiéndole con
oraciones devotas que, pues él le puso la ley, él mismo le dé
la gracia y fuerza para cumplirla. No debe, pues, desmayar el
hombre por la grandeza de los mandamientos de Dios, por sentir
su inclinación ser contraria a ellos, mas debe trabajar con
ayuno, limosnas y otros buenos ejercicios, y principalmente
con importuna oración a Dios, invocando el nombre de
Jesucristo, su unigénito Hijo, y pedir el don de la gracia,
con que cumpla provechosamente los mandamientos de Dios, como
lo aconseja San Agustín diciendo: «Si no sientes que eres
traído de Dios, suplícale que traya». Y como Dios sea
sumamente bueno, da de buena gana su espíritu bueno a quien se
lo pide; y trae para sí al que estaba caído debajo de la
pesadumbre de su propria flaqueza. Y este atraer no es forzar,
mas suavemente convidar, y instigar y mover, de arte que el
libre albedrío del hombre es ayudado por el movimiento de Dios
a consentir y a obrar lo que Dios le inspira; mas no de tal
arte forzado, que, si él quisiese contradecir el llamamiento
de Dios, hobiese quien le fuese a la mano. De manera que, si
el hombre consiente, Dios le instigó y le puso gana para
consentir, y a él se debe la gloria; y si no consiente, a su
propria flaqueza se ha de imputar, que quiso con su libertad
escoger la peor parte, que fue no seguir a Dios que le
llamaba. Así como si tú quisieses traer hacia ti un hombre, y
le echases cuerdas tirándole hacia ti, no tan recio que lo
lleves por fuerza, mas tirando algún tanto, de manera que, si
él quisiere libremente seguir a tu traimiento, puédelo hacer,
y diremos que tú le trajiste, porque tú le tiraste y fuiste
causa que libremente fuese para ti; mas, si él no lo quisiese
hacer, y tirase hacia tras, contradiciendo a tu tirar,
podríalo hacer, y la culpa de ello sería propria suya, sin que
de ti se pudiese quejar. Porque, según dice el Señor: Tu
perdición es de ti, y tu remedio está en mí
solamente.
+++
II.
ET VIDE
Palabra
segunda. Que es ver y que cosa hemos de ver
Si
bien habéis oído las palabras ya dichas, veréis cuán necesario
es el oír para agradar a Dios nuestro Señor. Ahora escuchad la
segunda palabra, que dice: Ve.
No basta estar atento a las divinas palabras de
fuera y inspiraciones de dentro, que es el oír; mas conviene
también tener sano el otro sentido que es ver, porque no menos
son reprehendidos de Cristo los ciegos que no
ven la luz, que los sordos que no
oyen.
A)
Con los ojos del cuerpo
Mas
no penséis que, amonestándoos que veáis, os quiere decir
fiestas o mundo, porque aquel ver, ¿qué otra cosa es sino
cegar, pues impide la vista del ánima? Los ojos del cuerpo
basta que miren la tierra, en que se han de tornar; mas los
espirituales pasen adelante y deseen el cielo donde está su
deseo, según dice David: Veré
tus cielos, obra de tus dedos, la luna y estrellas que Tú
fundaste. E, si más criaturas quisiere ver, no lo
impedimos, con tal que sea la vista para pasar de ellas a
Dios, no para perder y olvidar a Dios en ellas; porque de esta
vista dice David al Señor: Aparta,
Señor, mis ojos, porque no vean las vanidades; en el camino
tuyo anímame. Bien sabía este santo rey que el
demasiado mirar es impedimento para correr con ligereza la
carrera de Dios, y suele entibiar el corazón encendido y por
eso dice: Avívame en tu carrera. Porque, según está claro a
los experimentados, cuanto más recogidos tienen estos ojos
exteriores tanto más ven con los interiores, cuya vista es más
alegre y más provechosa. Lo cual es justo que fácilmente crea
un cristiano, pues leemos de algunos filósofos haberse sacado
los ojos del cuerpo por tener más recogido su entendimiento
para contemplar. En el cual hecho debemos burlar de su error
en sacarse los ojos, y aprovecharnos de su buen deseo en tener
recogimiento en ellos.
Así
con toda guarda debemos guardar nuestros ojos, porque no nos
acaezcan los males que de la soltura suelen venir. ¿De dónde
pensáis que vino la causa de la perdición al mundo? Por
cierto, no de más que de una vista desordenada. Miró
Eva al árbol
vedado, dióle gana de comer de su fruto, porque le
parecía hermoso,
comió y hizo comer a su marido y la comida fue
muerte para ellos y cuantos de ellos vinieron. No es cordura
mirar lo que no es lícito desear, como parece en el santo rey
David, cuyos ojos se deleitaron en mirar la mujer que se
lavaba en su huerto; y tuvo después que mirar noches y días,
lavando
su cama y estrado con lágrimas, en tanta
abundancia que sus ojos estaban carcomidos, como de polilla,
de mucho llorar; y él dice: Arroyos
de aguas corrieron de mis ojos, porque no guardaron tu ley.
Buen consejo hobiera sido a sus ojos no deleitarse
en lo que después tan caro les costó, y también lo será a
nosotros pecadores, pues tan livianos somos que, tras los
ojos, se nos va el corazón. Pongamos, pues, un velo entre
nosotros y toda criatura, no hincando los ojos del todo en
ella; por ocupallos allí, no perdamos la vista del Criador,
quiero decir, nuestras devotas consideraciones que de Dios
teníamos.
Y
creed, por cierto, que una de las más ciertas señales de
corazón recogido es la mortificación en el mirar, y del
corazón disoluto, la disolución del mirar. No hay pulso que
tan cierto declare lo que hay en el cuerpo cuanto el ojo
declara lo que hay en el ánima, de bien o de mal. Por lo cual
el esposo alaba a la esposa de los ojos, diciendo: Tus
ojos son de paloma, dando a entender que son
honestos como los de la paloma, que suelen ser negros.
Miremos, pues, cómo miramos, si no queremos pagar llorando lo
que pecamos mirando.
B)
Con los ojos del ánima
E
si esto conviene mirar en
los ojos de fuera, ¿cuánto más en los interiores,
en los cuales verdaderamente está el bien o el mal
mirar, y por los cuales es uno juzgado que tiene vista o que
es ciego? Claro está que los fariseos a quien Jesucristo
nuestro Señor hablaba, ojos tenían en la cara, mas, porque no
veían con los del ánima, llámalos ciegos,
y guías de ciegos. Y, por el contrario, el
patriarca Isaac y Tobías muy clara vista tenían en los ojos
del ánima, y por eso poco les dañaba estar ciegos en los ojos
del cuerpo. Porque, como dijo San Antón a un ciego llamado
Dídimo, que era muy sabio en las Escripturas divinas. «No es
razón que toméis pena por no tener ojos del cuerpo, los cuales
tienen también los gatos y los perros, y otros menores
animales, pues tenéis claros los ojos del ánima, con los
cuales podéis ver a Dios.»
Pues
de esta vista debéis de entender lo que se amonesta en la
segunda palabra, que dice: Ve.
Si la queréis cumplir, ojos tenéis que es vuestro
entendimiento, que para ver a Dios os fue dado. No lo hincháis
de polvo de tierra y de honras, ni lo atapéis con gruesos
humores de pensamientos de cuerpo, mas sacudido de estas
poquedades, que ocupan la vista, tened vuestro entendimiento
claro, para emplearlo en aquel que os le dio, y que os le pide
para haceros bienaventurados en él. No penséis que os desocupó
Cristo en balde de las ocupaciones del mundo, y hizo que no
entrásedes a moler en la tahona de las cargas del matrimonio,
cuyos cuidados suelen turbar los ojos de quien anda en ellos,
si muy especial gracia del Señor no tienen para cumplir bien
con dos partes; mas libertóos el Señor, para que fuésedes toda
suya, y vuestros ojos a Él solo mirasen, como la esposa casta
a su solo esposo suele mirar.
1. Del proprio conocimiento
1) Necesidad
del propio conocimiento
Ternéis,
pues, este orden en el mirar: que primero os miraréis
a
vos, y después a
Dios, y después a
los prójimos. Miradvos porque os conozcáis y
tengáis en poco; porque no hay peor engaño que ser uno
engañado en sí mesmo, teniéndose por otro del que es. Lodo
sois de parte del cuerpo, pecadora de parte del ánima. Si en
más que esto os tenéis, ciega estáis y deciros ha vuestro
esposo: Si
te conoces, hermosa entre las mujeres, salte y vete tras las
pisadas de tus manadas, y apacienta tus cabritos par de las
moradas.
No
hay cosa tan de temer y temblar, como oír de la boca de Dios:
Salte
y vete. Porque si la más recia palabra de un padre
para su hijo, o marido con su mujer, que la tiene en grande
abundancia, es apartarla de su amparo y riquezas, diciendo:
«Vete de mí, y de mi casa», ¿qué será salirse el ánima y irse
de Dios, sino desterrarse de todos los bienes, y caer en todos
los males? ¿Dónde
iremos, dijo San Pedro a Cristo, que
palabras de vida tenéis? ¿Dónde iremos, Señor, que
fuente de vida tienes, y tú solo la tienes? ¿Dónde iremos,
alegre luz, sin la cual hay tinieblas? ¿Dónde, pan y vino, sin
el cual hay hombre mortal? ¿Dónde, firmísimo amparo, sin el
cual la seguridad es peligro? ¿Dónde irá la oveja, estando en
todas partes cercada de los lobos, si el pastor la desabriga y
alanza de sí? Recia palabra es: Salte
y vete. Y semeja aquella que Cristo ha de decir el
día postrero a los malos: Idos,
malditos, al fuego que os está aparejado. Otra vez
digo que no hay cosa que más deba temer, ni tanto deba
trabajar por evitar quien está en la abundante y alegre casa
del Señor, y debajo de su fortísimo amparo. ¿Cómo oirán sus
ovejas: Salte
y vete? Y esta salida no es cosa liviana, mas es
causa de todos los males. Porque, desmamparado el hombre del
amparo divino, ¿qué hará, como dice San Augustin, sino lo que
hizo San Pedro cuando negó a nuestro Señor, sin conocer ni
arrepentirse del mal que había hecho, hasta que el amparo y
mirar divino tornó sobre Pedro caído en pecado, y olvidado en
él? Y conoció que había hecho mal y haber caído, y que la
causa de su cuidado había sido haber confiado de sí.
De
manera que la causa porque el benigno Señor se torna riguroso
en echar de casa sus hijos, es porque no se conocen,
atribuyendo a sí los bienes que de él venían. Así a esta ánima
dice el esposo: Salte
y vete tras las pisadas de tus manadas; que quiere
decir, que la deja ir perdida, siguiendo las obras o rastros
de los pecadores, que andan juntos en sus pecados, como
manadas, ayudándose en ellos unos a otros. Los cuales también
serán en el día postrero atados como manojos, para ser en el
infernal fuego juntamente quemados los que fueron juntos en
los pecados. Dice el esposo a la tal ánima: manadas
tuyas, porque el pecado es de nosotros, no de
Dios; y el bien es de Dios y no nuestro, pues por su virtud lo
hacemos. Lo cual Él quiere muy de hecho que conozcamos ser
así, no tanto por lo que a Él toca, cuya gloria conoce en sí
mesmo, aunque nosotros no le glorifiquemos; mas por lo que
toca a nosotros, cuyo bien es muy grande conocer que de todo
el bien que tenemos, no a nosotros, sino a él se debe la
honra. Y si de lo que Él puso en nosotros para su alabanza,
queremos edificar ídolo, atribuyendo
la gloria del incorruptible Dios a nosotros, corruptibles
hombres, no lo dejará Él sin castigo, mas dirá:
«Razón es que te quedes con lo que es tuyo, y te pierdes, pues
no quesiste permanecer en mí para salvarte.» ¡Oh cuán de
verdad se cumplen en los soberbios estas palabras, y cuán
presto de espirituales se hacen carnales, de recogidos
disolutos, de oro lodo; y los que solían comer con sabor pan
celestial, deléitanse después en comer manjares de puercos,
siéndoles cosa muy pesada no sólo obrar las obras de Dios, más
aún oír hablar de Él! ¿Dónde pensáis que ha venido haber sido
algunas personas castos en el tiempo de su mocedad, aunque
fueron combatidos de graves tentaciones, y, venidos a la
vejez, haber miserablemente caído en vilezas tan feas que
ellos mismos se espantan de sí y se abominan? La causa fue que
en la mocedad vivían con santo temor y humildad, y, viéndose
tan al canto de caer, invocaban a Dios y eran defendidos por
Él. Mas después que, con la larga posesión de la castidad,
comenzaron a engreírse y confiar de sí mismos, en aquel punto
fueron desamparados de la mano de Dios y hicieron lo que era
proprio suyo, que es el caer.
Y
entonces se cumple que apacientan
sus cabritos, que son sus livianos y deshonestos
sentidos, cerca
de las tiendas de los pastores, que son los
cuerpos, porque en ellos están los siervos de Dios como en
cabaña
de campo, que presto se muda, y no comen en casa o
ciudad de reposo; y así, con mucha razón, en cuerpos y en
cosas de cuerpos apacientan sus sentidos, porque perdieron por
su soberbia el verdadero sentido, sintiendo de sí otra cosa
que es ser nada y pecadores, robando a Dios la gloria que tan
de verdad se le debe a todo lo bueno que, por libre albedrío o
por gracia, hemos.
Despertad,
pues, doncella, y escarmentad, como dicen, en ajena cabeza, y
aprovechaos de la amenaza, porque no probéis el castigo. Sed
semejable a la esposa, a la cual fueron dichas estas palabras,
la cual, oída la palabra, y de boca de quien son todos los
bienes: Salte
y vete, miróse, y conocióse, y quitó de sí algunas
osadías que antes tenía. Y hecha humilde con la reprehensión,
consuélala el esposo, diciendo: A mi
caballería en los carros de Faraón te he asemejado, amiga mía.
Hermosas son tus mejillas, como de tórtola. Por la
soberbia es una ánima semejable al demonio, el cual, como dice
el evangelio, no
estuvo en la verdad, que es Dios, mas quiso estar
en sí, poniendo a sí por su arrimo y descanso. Por eso cayó;
porque la criatura no puede estar en sí, sino en Dios. Mas por
el conocimiento de sí es un ánima semejable a los buenos
ángeles, que se arrimaron a Dios y desasiéronse de sí; porque
se veían ser caña quebrada. Y túvolos Dios, y confirmólos,
porque dieron voces diciendo: Michael?,
que quiere decir: ¿Quién
como Dios?, en lo cual contradecían al
malaventurado Lucifer y los suyos, que se querían hacer
ídolos, atribuyendo a sí lo que era de Dios, que es ser
principio, arrimo y descanso de toda criatura; no porque éstos
creyesen que lo podían ser, pues que se conocían ser
criaturas; mas porque se deleitan en ello, como si lo
tuvieran, como suelen hacer los soberbios, que, aunque su boca
y entendimiento diga a voces que de Dios tienen y esperan todo
su bien, más con la voluntad ensálzanse y gózanse vanamente en
sí mismos, como si de suyo tuviesen el bien; confesando con el
entendimiento que la gloria se debe a Dios, y robándosela con
la voluntad. Mas los buenos ángeles claman con el
entendimiento y voluntad: ¿Quién
como Dios?, porque de corazón se humillaron y
desestimaron, según por el entendimiento lo conocían. Y por
esto fueron ensalzados a ser participantes de Dios. Pues a
esta caballería,
que es el angélico ejército, que destruyó a Faraón
y sus carros en el mar Bermejo, asemeja
Cristo a su
esposa cuando se conoce y se mide por cosa baja.
Y
alábale las
mejillas donde suele estar la vergüenza, porque
hubo vergüenza la esposa de la tal reprehensión, por haber
perdido cosas mayores que a su poquedad convenían; y de
mejillas deslavadas tornáronsele vergonzosas y honestas,
como
de tórtola, que es ave honesta. Y por eso decía
aquel devoto Bernardo que había hallado por experiencia no
haber cosa tan provechosa para alcanzar y conservar la gracia,
y recobrarla, como vivir siempre en un temor y santo recelo.
Recelo cuando no la tenemos, porque estamos aparejados a todas
caídas; recelo cuando la tenemos, porque hemos de obrar
conforme al talento que nos es dado con ella; más recelo
cuando la perdemos, porque por nuestro descuido se ha ido
nuestro favor. Y por eso dice la Escriptura: Bienaventurado
el varón que siempre está temeroso.
De lo ya dicho, y de
muchas otras cosas que los santos dotores han hablado en
alabanza del proprio conocimiento, veréis cuán necesaria es
aquesta joya para venir al conocimiento de Dios. Y pues
queréis edificar casa en vuestra ánima para este tan alto
Señor, sabed que no los altos, mas los humildes de corazón,
son casas suyas.
Y
por tanto, el primero cuidado que tengáis sea cavar en la
tierra de vuestra poquedad, hasta que, quitado de vuestra
estimación todo lo movedizo que de vos tenéis, lleguéis a la
firme piedra que es Dios, sobre la cual, y no sobre vuestra
arena, fundéis vuestra casa. Y por esto decía el
bienaventurado San Gregorio: «Tú que piensas edificar
edificios de virtudes, ten primero cuidado del fundamento de
la humildad; porque quien quiere ganar virtudes sin ella, es
como quien llevase ceniza en su mano en contrario del viento.»
Lo cual dice, porque no sólo no aprovechan las virtudes sin la
humildad, mas son ocasión de muy grande pérdida, así como el
grande edificio sobre el pequeño y flaco cimiento es ocasión
de caída. Y por tanto, conforme al alteza de las virtudes ha
de ser lo bajo del cimiento de la humildad, porque la ánima
esté firme, y no sea derribada con el peso de la soberbia.
2) Cómo
conseguir el propio conocimiento
Y
si me dijeres: ¿Dónde hallaré esta joya del proprio
conocimiento?, dígoos que, aunque es de mucho valor entre el
establo y entre el estiércol de vuestra poquedad y defectos la
habéis de hallar. Quitad los ojos de las vidas ajenas, no os
entremetáis en saber cosas curiosas, volved vuestra vista a
vos misma, y perseverad en examinaros, que, aunque al
principio no halléis tomo en conoceros, como quien entra de la
claridad del sol a una cámara obscura; mas, perseverando en
sosiego, poco a poco veréis lo que en vos hay, aunque sea en
los muy secretos rincones.
a) LUGAR
DONDE RECOGERSE, Y TIEMPO
Y
para que sepáis el modo que cerca de esto, que tanto os va,
habéis de tener, oíd a San Hierónimo que dice a una mujer
casada: «De tal manera tengas cuidado de tu casa que también
tengas para tu ánima algún reposo; busca algún lugar
conveniente, y algún tanto apartado del bullicio de esta
familia, al cual te vayas, como quien va a un puerto, huyendo
de la gran tempestad de tus cuidados; y allí solamente haya
lección de cosas divinas, y oración tan continua, y
pensamiento de las cosas del otro mundo tan firme, que todas
las ocupaciones del otro tiempo del día ligeramente las
recompenses con este rato de desocupación. Y no te decimos
esto para apartarte de tu casa, mas antes porque allí aprendas
y pienses cómo te debes haber con ella.»
Si
este bienaventurado santo encomienda a una mujer casada quitar
a las ocupaciones de casa algún rato y que se recoja en quieto
lugar a leer y pensar cosas de Dios ¿con cuánta más razón la
doncella de Cristo, que está libre de los mundanos cuidados, y
que debe pensar que no vive para otra cosa sino para usar de
la oración y recogimiento, debe buscar en su casa algún lugar
ascondido y secreto, en el cual tenga sus libros devotos, e
imágines devotas, diputado para ver
y gustar cuán suave es el Señor? El estado de
religión y virginidad que habéis tomado, no es para que estéis
enlazada en ocupaciones perecederas; mas, así como es
semejable cuanto a la entereza e incorrupción de la carne, así
habéis de pensar que no ha de entrar en vuestro corazón
cuidado de tierra, mas habéis de ser un templo vivo, en el
cual se ofrezcan continuas oraciones y suenen continuos loores
a aquel que os creó. Daos por muerta a este mundo, pues ya os
habéis desposado con el rey celestial.
Y
acordaos que dice el esposo a la esposa: Huerto
cerrado, hermana mía, esposa, huerto cerrado.
Porque no sólo habéis de ser limpia y guardada en
la carne, mas también muy cerrada y recogida en el ánima.
Porque virginidad se toma entre cristianos no por sí sola, mas
por que ayuda para con más libertad dar el corazón a Dios. La
doncella que se contenta con virginidad del cuerpo, y no vive
cuidadosa en el recogimiento y gusto de Dios, ¿qué otra cosa
hace, sino pararse en el camino y nunca llegar a donde va, y
tener aparejo para coser y labrar, y nunca entender en ello?
Cosa vergonzosa es a todo cristiano no tener ejercicio de
santa lección y de santos pensamientos en su ánima; mas, en la
virgen que a Cristo se ha dado, no sólo es vergonzoso, más
intolerable y digno de mucho castigo. Por tanto, si queréis
gozar de los frutos de la santa virginidad, que a Cristo
habéis prometido, sed enemiga de ver y ser vista. Salid todo
lo menos que fuere posible, no os entremetáis en temporales
ocupaciones, buscad cuanto tiempo pudiéredes para os encerrar
en vuestro oratorio; que, aunque al principio se os haga de
mal, después probaréis que en las celdas se tratan negocios
del cielo, y que ningún rato de tanto contentamiento hay como
el que allí en sosiego se gasta.
Buscado,
pues, este lugar quieto, recogeos en él, a lo menos dos veces
al día, una por la mañana, para pensar en la sacra pasión de
Jesucristo nuestro Señor, como después diremos, y otra en la
tarde, en anocheciendo, a pensar en el ejercicio del proprio
conocimiento. Y el modo que tornéis sea éste.
b) PRINCIPIO
DE LA ORACIÓN: LECCIÓN Y REZO DE DEVOCIONES
Tomad
primero algún libro de buena doctrina, en que, como en espejo,
veáis vuestras faltas, y con él toméis manjar con que vuestra
ánima sea esforzada en el camino de Dios. Y este leer no ha de
ser con pesadumbre, ni pasando muchas hojas, mas alzando el
corazón a nuestro Señor y suplicarle que os hable en vuestro
corazón con su viva voz, mediante aquellas palabras que de
fuera leéis, y os dé el verdadero sentido de ellas. Con
aquella atención y reverencia estad atenta, escuchando a Dios
en aquellas palabras que de fuera leéis, como si a Él mesmo
oyérades predicar cuando en este mundo hablaba. De manera que,
aunque tengáis los ojos en el libro, no peguéis en él con
mucha ansia el corazón para que os haga olvidar de Dios; mas
tened a lo que leéis una mediana descansada atención, que no
os captive ni impida la atención libre y levantada que al
Señor habéis de tener. Y leyendo de esta manera no os
cansaréis, y daros ha nuestro Señor el vivo sentido de las
palabras que obre en vuestra ánima, unas veces arrepintiéndose
de vuestros pecados, otras confianza de ellos y de su perdón,
y os abrirá el entendimiento a conocer otras muchas cosas,
aunque leáis pocos renglones. Y algunas veces conviene
interrumpir el leer, por pensar alguna cosa que del leer
resultó, y después tornar a leer. Y así se van ayudando la
lección y la oración.
Y,
con el corazón así devoto y recogido, podéis empezar a
entender en el ejercicio de vuestro proprio conocimiento, de
esta manera. Vuestras rodillas hincadas, pensaréis a cuán
excelente y soberana Majestad vais a hablar; la cual no la
penséis lejos, mas que hinche cielos y tierra, y que ninguna
parte hay en que no esté, y más dentro de vos que vos misma. Y
considerando vuestra pequeñez, hacelle una entrañable
reverencia, humillando vuestro corazón como una pequeña
hormiga delante de un ser infinito, y pedir licencia para
hablarle.
Comenzad
primero en decir mal de vos, y rezad la confesión general, y
acordándoos particularmente, y pidiendo perdón de lo que en
aquel día hobierdes pecado.
Después
rezad algunas devociones que debéis tener por costumbre; no
tantas que demasiadamente os fatiguen la cabeza y os sequen la
devoción; ni tampoco las dejéis del todo, porque sirven para
despertar la devoción del ánima, y para ofrecer a Dios
servicio con nuestra lengua, en señal que él nos la dio. Y por
eso nos enseña San Pablo que hemos
de orar y cantar con el espíritu de la voz, y con el ánima.
Y estas oraciones no sólo sean para pedir mercedes
a nuestro Señor para vos, mas por aquellos por quien tenéis
especial obligación. Y otras, por toda la Iglesia cristiana,
el cuidado de la cual habéis de tener muy fijado vuestro
corazón, porque, si a Cristo amáis, razón es que os toque
aquello por cuyo nombre derramó su sangre. Y rezados así por
los vivos como por los que en purgatorio están, y otras por
toda la infidelidad, que está privada del conocimiento de
Dios, suplicándole traya a su santa fe a todos, pues todos
desea que sean salvos. Y estas oraciones han de
ser las más de ellas enderezadas a dos partes: una a nuestra
Señora, a la cual habéis de tener muy cordial obediencia y
amor, y entera confianza que os será muy verdadera madre en
todas vuestras necesidades; y la otra a la pasión de
Jesucristo nuestro Señor, la cual también ha de ser muy
familiar refugio de vuestros trabajos, y esperanza única de
vuestra salud.
Y
luego, dejad de rezar con la boca y meteos en lo más dentro de
vuestro corazón, y haced cuenta que estáis delante la
presencia de Dios, y que no hay más de él y vos.
C) MEDITACIÓN
DE LA MUERTE Y JUICIO
Pensad
cómo antes que a este mundo viniésedes érades nada, y como
aquella sobrepujante bondad de Dios nuestro Señor os sacó de
aquel abismo de no ser, y os hizo criatura suya, no
cualquiera, sino razonable. Pensar cómo os dio cuerpo y ánima,
para que con lo uno y con lo otro trabajésedes de le servir.
Haced
cuenta que estáis ya en el paso de vuestra muerte, lo más
verdaderamente que lo pudiéredes sentir, diciéndovos a vos
misma: «Llegar tiene algún día esta hora de mi acabamiento, no
sé si será esta noche o mañana, y pues ciertamente ha de
venir, razón es que piense en ello.» Pensad cómo caeréis mala
en la cama, y cómo habéis de sudar el sudor de la muerte.
Levantarse ha el pecho, quebrantarse han los ojos, perderse ha
el color de la cara, y con grandes dolores se apartará esta
juntura tan amigable del cuerpo y del ánima. Amortajarán
después vuestro cuerpo, y poneros han en unas andas, y
llevarlo han a enterrar cantando unos, llorando otros. Echaros
han en una breve sepultura; cobijaros han con tierra; y,
después de haberos pisado, quedaros heis sola y seréis presto
olvidada.
Pensad,
pues, que todo esto por vos ha de pasar. ¿Qué tal estará
vuestro cuerpo debajo de la tierra? Y cuán presto se parará
tal que ninguno, por mucho que os quiera, no os pueda ver, ni
oler, ni estar cerca de vos. Mirad allí con atención en qué
para la carne y su gloria, y veréis cuán necios son aquellos
que, habiendo de salir tan pobres de este mundo, trabajan acá
por ser muy ricos; y habiendo de ser tan presto hollados,
tienen gran sed de ponerse en más altos lugares que otros, y
cuán engañados viven los que regalan el cuerpo, y se van tras
sus deseos, pues que otra cosa no hicieron sino ser cocineros
de gusanos, guisándolos bien el manjar que han de comer, y
ganaron con sus bienes y deleites tormentos que nunca se
acaban. Considerad y mirad con muy gran atención y despacio
vuestro cuerpo tendido en la sepultura; y, haciendo cuenta que
ya estáis en ella, mortificad los deseos de la carne cada vez
que os vinieren a la memoria, con mirar qué muerto estará
vuestro cuerpo; Y mortificad los deseos de agradar y
desagradar al mundo, y de tener en algo cuanto en él florece,
pues que tan presto y con tanto abatimiento lo habéis de
dejar, y él a vos. Y considerando cómo nuestro cuerpo, después
de ser manjar de gusanos, se tornará en cieno y en polvo, no
miréis de ahí adelante, sino como a un muladar cubierto con
nieve, y que os dé asco de acordaros de él. Y teniendo al
cuerpo en esta posesión, no seréis engañada cerca de estima de
él, mas ternéis verdadero conocimiento, y sabréis cómo le
habéis de regir, mirando el fin en que ha de parar; como quien
se pone al fin de la nao, para desde allí regirla mejor.
En
esto que habéis oído ha de parar vuestro cuerpo; resta que
oyáis lo que ha de acaecer a vuestra ánima, la cual será en
aquella hora llena de angustias, acordándose de las ofensas
que en esta vida hizo a nuestro Señor, y pareciéndole entonces
muy grave lo que antes le parecía muy liviano. Será
desamparada de sus sentidos, no podría servirse de la lengua
para pedir socorro a nuestro Señor, y entenebrerse ha el
entendimiento, que aun pensar en Dios no podría, y, en fin,
poco a poco acercarse ha la hora en que por mandamiento de
Dios salga del cuerpo, y se determine de ella o perdición para
siempre o salud para siempre. Oír tiene de la boca de Dios:
Apártate
de mí a fuegos eternos, o:
Queda conmigo en estado de salvación. Colgada
habéis de estar de sola la mano de Dios, y en sólo Él estará
vuestro remedio. Por lo cual habéis mucho de huir de enojar en
vuestra vida al que a la hora de vuestra muerte habéis tanto
de menester. Demonios que os acusen y que pidan justicia a
Dios contra vuestra ánima, acusándoos particularmente de cada
pecado, no os faltarán, y si la misericordia de Dios entonces
os olvida, ¿qué haréis, oveja flaca, cercada de tan rabiosos
lobos, muy deseosos de os tragar? Pensad, pues, en el rato de
vuestro recogimiento, cómo en aqueste estrecho punto habéis de
ser presentada delante el juicio de Dios, desnuda y sola de
todas las cosas y acompañada del bien o mal que habiéredes
hecho. Y decid agora a nuestro Señor que vos os presentáis
agora de gana, para alcanzar misericordia en aquella hora que
por fuerza habéis de salir de este mundo. Haced cuenta que
sois un ladrón, a quien han tomado en el hurto, y le presentan
ante el juez, las manos atadas; o una mujer, que la halla su
marido haciéndole traición; los cuales, de confundidos, no
osan alzar los ojos ni pueden negar su delito; y creed que muy
más claramente os ha visto Dios en todo lo que contra Él
habéis pecado que pueden ningunos ojos de hombres ver cosa que
delante de Él se hiciese. Y por haber sido mala en la
presencia de tanta bondad, cubríos de la vergüenza que
entonces perdistes, y sentid en vos confusión de vuestros
pecados, como quien está delante la presencia de nuestro
Señor. Acusaos vos como habéis de ser acusada; y especialmente
traed a la memoria los pecados más graves que hobiéredes
hecho. Juzgaos y sentenciaos por mala, y abajad vuestros ojos
a considerar los infernales fuegos, creyendo que los tenéis
muy bien merecidos.
Poned
en una parte los bienes que Dios os ha hecho desde que os
crió, descurriendo por vuestro cuerpo y vuestra ánima, cómo
debíades de servir a nuestro Señor con todos los miembros y
potencias vuestras, cómo érades obligada a reverenciarlo y
serle agradecida, y amarle con todo vuestro corazón,
sirviéndole con toda obediencia, guardando su santa ley. Mirad
cómo os ha mantenido, con otros mil bienes que os ha hecho, y
de males que os ha librado; y, sobre todo, cómo, por
convidaros a que fuésedes buena, vino el mismo Señor al mundo,
haciéndose hombre; y por daros ejemplo, convidándoos que le
sirviésedes y remediaros de la ceguedad en que vos habíades
caído, pasó muchos trabajos y derramó muchas lágrimas, y
después su sangre, perdiendo la vida por vos. Todo lo cual se
ha de poner el día de vuestra muerte y juicio en una balanza,
haciéndoos cargo de ello como de recebido, y hanos de pedir
cuenta de cómo habéis servido tantas mercedes, y como habéis
usado de vos misma a servicio de Dios, y con qué cuidado
habéis respondido a tanta bondad con que Dios ha querido
salvaros. Mirad bien, y veréis cuánta razón tenéis de temer,
Pues que no sólo no habéis respondido con servicios conformes
a estas deudas, mas habéis dado males en pago de bienes, y
despreciado al que tanto os preció, huyendo y volviendo las
espaldas a quien os seguía para vuestro bien.
¿Qué
gracias os parece que se deben dar a quien por su infinita
misericordia nos ha librado, de los infiernos, habiéndolos
nosotros justamente merecido? ¿Qué daremos a quien tantas
veces tendió su mano para que los demonios no nos ahogasen y
llevasen consigo? Y, siendo nosotros crueles ofendedores de su
Majestad, Él nos fue piadoso padre y dulce defendedor. Pensad
que quizá están algunos en los infiernos con menos pecados que
vos. Y de tal manera os mirad y servid a Dios como si
hobiérades por vuestros pecados entrado en el infierno, y Él
os hobiera sacado de allá; porque todo es una cuenta: haber
estorbado que no vais allá, mereciéndolo vos, o sacaros de
allá, por su gran misericordia.
Y
si contejando los bienes que con vos Dios ha hecho y los males
que vos a Él, no sintieres vergüenza y dolor como deseáis, no
os turbéis por ello, mas perseverad en aqueste juicio, y
presentad delante los ojos de Dios vuestro corazón tan llagado
y tan adeudado. Suplicadle que os diga Él quién vos sois y en
qué posesión os habéis de tener. Porque el efecto de este
ejercicio no es solamente entender que sois mala, mas sentirlo
y gustarlo con la voluntad, y hallar tomo en vuestra maldad e
indignidad, como quien tiene un perro muerto a sus narices. Y
por eso estas consideraciones que os he dicho no han de ser
apresuradas, trabajando luego por llegar a cosas semejantes,
mas han de ser largas y despacio, y con mucho sosiego, para
que poco a poco se vaya embebiendo en vuestra voluntad aquel
desprecio o indignidad que con el entendimiento pensastes. El
cual pensamiento habéis de presentar delante de Dios,
pidiéndole y esperándole que Él lo asiente y haga embeber en
vuestra voluntad, estimándoos de ahí adelante, con mucha
sencillez y verdad, como una persona muy mala o indigna de
todo bien, y merecedora de todo desprecio y tormento, y como
una cosa infernal, maravillándoos mucho de la infinita
benignidad del Señor, cómo a un gusano hediondo no lo alanza
de sí, más mantiénelo y regálalo, y le hace mercedes, todo
para gloria de Él, sin que tengamos nosotros de qué
gloriarnos.
d) EXAMEN
COTIDIANO
Para
acabar este ejercicio de proprio conocimiento, dos cosas os
restan que oyáis: la una, que no se debe contentar el
cristiano en entrar en juicio delante de Dios para acusarse de
los pecados pasados, mas también de los que cada día comete. Y
por maravilla hallaréis cosa tan provechosa para enmienda de
la vida como tornarse el hombre cuenta de cómo lo gasta y de
los defectos que hace, porque el ánima que no es cuidadosa en
examinar sus pensamientos y palabras y obras, es semejable a
la viña del hombre perezoso, de la cual dice el Sabio
que
pasó por ella, y vio su seto caído, y a ella llena de
espinas.
Haced cuenta que os han
encomendado una niña, hija de un rey, para que tengáis cuidado
continuo de mirar por sus costumbres; y que, a la noche, le
pedís cuenta, reprehendiéndola de sus faltas y amonestándole
las virtudes. Miraos como a cosa encomendada por Dios, y
haceos entender que no habéis de vivir sin regla, mas debajo
de santas dotrinas y diciplina; y entrad en capítulo con vos a
la noche, juzgándoos muy particularmente, como haríades contra
tercera persona. Reprehendeos de vuestras faltas, y predicaos
a vos misma con muy mayor cuidado que a otra persona alguna,
por mucho que la améis. Y donde sintiéredes que más faltáis,
allí poned mayor remedio. Porque creed que, durando este
examen y reprehención de vos mismo, no podrán durar mucho
vuestras faltas sin ser remediadas.
Y
aprenderéis una ciencia
muy saludable que os haga llorar y no hinchar;
la cual os guardará de la peligrosa enfermedad de
la soberbia, que entra poco a poco, pareciéndose un hombre
bien a sí mismo. Velad sobre aquesta entrada, y guardaos con
todo cuidado no os parezcáis bien vos a vos misma, mas con la
lumbre de la verdad sabeos reprehender y desaplaceros; y seros
ha vecina la misericordia de Dios, al cual aquellos solos
parecerán bien, que a sí solos parecen mal, y a aquéllos
perdona sus faltas con largueza de bondad, que las conocen y
se humillan por ellas en el juicio de la verdad.
Y
escaparéis de otros dos vicios que suelen acompañar a la
soberbia, que son desagradecimiento y pereza, porque,
conociendo y reprehendiendo vuestros defetos, veréis vuestra
flaqueza y indignidad, y escaparéis de soberbia, y veréis la
misericordia grande de Dios en sufriros y perdonaros, y
haceros bienes, mereciendo vos males; y seréis agradecida al
hacerdor de tantas gracias. Y mirando el poco bien que hacéis,
y males en que caéis, despertaréis del sueño de la pereza, y
comenzaréis cada día de nuevo a servir a nuestro Señor, viendo
cuán poco habéis hecho en lo pasado.
Y
por esto, y por otros muchos bienes que de conocerse el hombre
suelen nacer, siendo preguntado un santo viejo de los pasados
dónde estaría uno más seguro, en la soledad o compañía,
respondió: «Si se sabe reprehender, donde quiera estará
seguro; y si no, donde quiera estará a peligro.»
Porque
por el mucho amor que nos tenemos, no sabemos conocernos y
reprehendernos con aquel verdadero juicio que requiere la
verdad, debemos suplicar al Señor que nos reprehenda Él con
amor, para que sintamos de nosotros lo que, según verdad,
debemos sentir. Y esto es lo que Hieremías pedía, diciendo:
Corrígeme,
Señor, en juicio, y no en furor; porque por ventura no me
tornes nada. Corregir en
furor pertenece al día postrero, cuando enviará
Dios al infierno a los malos por sus pecados; y corregir
en
juicio es reprehender en este mundo a los suyos
con amor de padre a sus hijos. La cual reprehensión es un
testimonio tan grande de amar Dios al que reprehende que
ninguno hay tan seguro y cierto en esta vida, y suele ser
víspera de grandes mercedes de Dios. Así cuenta San Marcos
que, apareciéndoles nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos,
los
reprehendió de incredulidad y dureza de corazón;
después de lo cual les dio poder para hacer obras
maravillosas. Y el profeta Esaías dice que el
Señor lava las suciedades de las hijas de Sión, y la sangre de
en medio de Jerusalén en espíritu de juicio y en espíritu de
ardor, dando a entender que el lavar el Señor
nuestras manchas, viniendo a nosotros, es dando a entender
primero quién somos, y esto es en juicio, y
espíritu de ardor, que es amor. Y así nos lava sin
que podamos atribuir a nosotros cosa buena, pues nos ha dado a
entender primero nuestra indignidad.
Y
esta reprehensión no entendáis ser alguna que desmaye y
demasiadamente entristezca el ánima, trayéndola desabrida; mas
es un sosegado conocimiento de las proprias faltas que así
avergüenza al reprehendido y le pone espuelas para con mayor
diligencia servir al Señor, que le da muy gran confianza que
el Señor le ama como a hijo, pues usa con él oficio de padre,
según está escripto: Yo a
los que amo corrijo.
Sed, pues, cuidadosa en
miraros y reprehenderos, y presentándoos delante la presencia
de Dios, delante del cual es más seguro el humilde
conocimiento de nuestras faltas que la soberbia justicia de
nuestras buenas obras. Y no seáis como algunos amadores de su
propria estima, que, por no parecerse mal a sí mismos, se
huelgan en pensar mucho otras cosas devotas, y pasan por el
conocimiento de sus defetos, porque no hallan en ellos sabor,
pues no aman su proprio desprecio; como, a la verdad, ninguna
cosa hay tan segura, ni que así haga que aparte Dios sus ojos
de nuestros pecados, como mirarnos nosotros y reprehendernos,
según está escripto: Si
nos juzgásemos nosotros mismos, no seríamos juzgados de
Dios.
e)
CONOCIMIENTO DE NUESTRAS BUENAS OBRAS
Lo
segundo que habéis de mirar cerca de este conocimiento es que,
aunque es bueno y provechoso, pues por él recebimos perdón de
nuestros pecados, mas tiene esta falta, que se funda sobre
haber pecado. Y no es mucho de maravillar, que un pecador se
conozca y estime por pecador, mas sería muy grande monstruo
que, siéndolo, se estimase por justo; como si un hombre lleno
de lepra se estimase por sano. Por tanto no nos hemos de
contentar con estimarnos en poco en nuestros pecados, mas aún
mucho más hemos de mirar esto en nuestros bienes, conociendo
profundamente que ni nuestros pecados son de Dios, ni los
bienes nuestros son de nosotros; y de todo lo bueno que en
nosotros hobiere, dar perfectamente la gloria al Padre
de todas las lumbres, del cual procede todo
don bueno y dádiva perfeta. De arte que, aunque
nosotros tengamos el bien, lo tratemos tan fielmente, que no
nos alcemos con la gloria de Dios; ni se nos pegue como dicen,
la miel en las manos.
Esta
humildad no es de pecadores como la primera, mas de justos; y
no sólo la hay en este mundo, mas en el cielo; porque de ella
se escribe: ¿Quién
como el Dios nuestro, que mora en las alturas, y mira las
cosas humildes en el cielo y en la tierra? Ésta
tuvo en pie a los ángeles buenos, y los hizo dispuestos para
gozar de Dios, pues le fueron sujetos, y la falta de ella
derribó a los ángeles malos, porque se quisieron alzar con la
honra de Dios. Ésta tuvo la sagrada Virgen María nuestra
señora, que siendo predicada por bienaventurada
y bendita por la boca de Santa Isabel no se hinchó
ni atribuyó a sí gloria alguna de los bienes que en ella
había, mas con humilde y fidelísimo corazón enseña a Santa
Isabel y al mundo un verso, que de las grandezas que ella
tenía, no a sí, mas a Dios se debía la gloria, y con profunda
reverencia comienza a cantar: Mi
ánima engrandece al Señor.
Y esta misma, muy más
perfeta, tuvo Jesucristo su Hijo, nuestro Señor, el cual, así
sus buenas obras como sus buenas palabras fidelísimamente
predicaba al mundo que las había recebido del Padre, diciendo:
Mi
dotrina no es mía, mas de aquel que me envió. Y en
otra parte dice: Las
palabras que yo os hablo, no las hablo de mí mismo, mas del
Padre que está en mí. Él hace las obras. Y así
convenía que el remediador de los hombres fuese muy humilde,
pues que la raíz de todos los males es la soberbia. Y
queriendo dar a entender cuánto más convenga esta santa y
verdadera humildad. Él se hace particularmente maestro de
ella, y se nos pone por ejemplo de ella, diciendo: Aprended
de
mí, que soy manso y humilde de corazón; porque,
viendo los hombres a un maestro tan sabio encomendar tan
particularmente esta virtud, trabajasen por la tener; e viendo
que un señor tan grande no atribuye el bien a sí mismo,
ninguno haya tan desvariado que tal maldad ose hacer.
Aprended,
pues, sierva de Cristo, de vuestro maestro y señor, aquesta
santa bajeza, para que seáis ensalzada, porque palabra suya
es: Quien
se humillare, será ensalzado. E tened en vuestra
ánima aquesta pobreza, porque de ella se entiende: Bienaventurados
los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los
cielos. E tened por cierto que, pues Jesucristo
nuestro Señor fue por camino de humildad ensalzado, el que no
la tuviera fuera va de camino; e débese desengañar con lo que
dice San Augustín: «Si me preguntardes cuál es el camino del
cielo, responderos he que la humildad; o si otra vez me lo
preguntardes responderos he que la humildad; e si tercera vez
me lo preguntardes, responderos he lo mismo; e si mil veces me
lo preguntardes, mil veces os responderé que no hay otro
camino sino la humildad.»
E
porque creo que deseáis agradar al Señor teniendo aquesta
santa bajeza, es razón que se os diga el modo que para ello
tendréis.
Y
sea primero, pedírsela con importuna y fiel oración al dador
de los bienes, porque éste es un muy particular don suyo. Y
aun el conocer que lo es, no es pequeña merced. La experiencia
que los que son tentados de soberbia tienen, da bien claro a
conocer que no hay cosa más lejos de nuestras fuerzas que esta
verdadera y profunda humildad, y que muchas veces acaece, con
los remedios que ellos ponen para la alcanzar, huir ella más;
y aun del mismo humillarse les suele nacer su contrario, que
es la soberbia. Por lo cual de tal manera tomad los ejercicios
para alcanzar esta joya, que no los dejéis de hacer, diciendo:
«¿Qué me aprovecha, pues es dádiva de Dios»?, ni tampoco los
hagáis poniendo confianza en vuestro brazo de carne, mas en
aquel que suele dar sus dádivas a los que da gracia para se
las pedir y para entender en los buenos ejercicios.
1.
Consideración de nuestro «ser»
El modo pues que ternéis
será éste. Considerad tres cosas por orden: una el ser,
otra el bien
ser, otra el bienaventurado
ser.
Cuanto a lo primero,
debéis de pensar qué érades antes que Dios os criase, y
hallaréis ser un abismo de nada y privación de todos los
bienes. Estaos un buen rato sintiendo este no
ser, hasta que veáis y palpéis vuestra nada. Y
después considerad cómo aquella poderosa y dulce mano de Dios
os sacó de aquel abismo profundo, y os puso en el número de
sus criaturas, dándoos verdadero y real ser. Y miraos a vos,
no como a hechura vuestra, sino como una dádiva de Dios, que
os hizo merced de vos a vos. Y por tan ajeno de vuestras
fuerzas mirad vuestro ser como miráis el ajeno, creyendo que
tan poco pudistes criaros a vos como criar a otro. Y tan poco
podíades salir de aquellas tinieblas de aquel no ser como los
que se quedaron en ellas, teniéndonos por igual de vuestra
parte a las cosas que no son, atribuyendo a Dios la ventaja
que les lleváis. E mirad que, después de criada, no penséis
que ya os tenéis en vos misma, porque no menos necesidad
tenéis de Dios cada momento de vuestra vida para no perder el
ser que tenéis que la tuvistes para, siendo nada, alcanzar el
ser que tenéis. Entrad dentro de vos misma y considerad cómo
sois una cosa que tiene ser y vive: y preguntaos: «¿Esta
criatura está arrimada a sí, o a otro? ¿Susténtase en sí o ha
menester mano ajena?» Y responderos ha el apóstol San Pablo
que no
está lejos Dios de nosotros, mas que en él vivimos, y nos
movemos, y tenemos ser. E considerad a Dios, que
es ser que es, y sin Él hay nada; y es fuerza de todo lo que
algo puede, de todo lo que es, y sin Él hay nada; y que es
vida de todo lo que vive y sin Él hay nada; y fuerza de todo
lo que algo puede y sin Él
hay flaquezas; e bien entero de todo lo bueno, sin
el cual no se puede ver el más pequeño bien de los bienes,
porque él es causa de todos. Y por esto dice la Escriptura:
Todas
las gentes son delante de Dios como si no fuesen, y en nada y
en vanidad son reputadas delante de Él. Y en otra
parte está escripto: El
que piensa que es algo, como sea nada, él se
engaña. Y el profeta David decía hablando con
Dios: Yo
soy delante de ti como nada. En las cuales partes
no habéis de entender que las criaturas no tengan ser o vida,
o operaciones proprias o distintas de las de su criador; mas,
porque lo que tienen no lo hobieron de sí, ni lo pueden
conservar de sí, dícese no ser, que quiere decir que tienen el
ser de mano de Dios, y no de la suya.
Sabed,
pues, ahondar bien en el ser que tenéis, y no paréis hasta
hallar el fundamento postrero, que como firmísimo e
indificiente, y no fundado sobre otro, mas fundamento de
todos, os sustentará que no cayáis en el pozo profundo de la
nada, de la cual primero os sacó. Conoced este arrimo que os
tiene, y esta mano que, puesta encima de vos, os hace estar en
pie, y confesad con David: Tú,
Señor,
me hiciste, y me pusiste tu mano sobre mí. Y
pensad que estáis ya tan colgada de esta virtud de Dios que,
si ella faltase, en aquel momento vos faltaríades, como se
quita la lumbre que había en la cámara cuando sacan de ella la
hacha que la alumbraba, o como se quita la lumbre de sobre la
tierra por la ausencia del sol. Adorad, pues, a este Señor con
reverencia profunda como a principio de vuestro ser, y amarle
por continuo bienhechor vuestro y por conservador de él; y
llamadle con corazón y con lengua: Virtud mía, en que me
sostengo.
2. Nuestro
«bien ser»
Si con cuidado habéis
entendido en el conocimiento de vos, para atribuir a Dios la
gloria del ser que tenéis, con mucho mayor debéis entender que
el bien
ser que tenéis no es de vos, mas graciosa dádiva
de la mano del Señor. Porque, si atribuís a él la gloria de
vuestro ser, confesando que no vos, mas sus
manos os hicieron, y apropriáis para vos la honra
de vuestras buenas obras, creyendo, que a vos se debe la
gloria de ellas, mayor honra tomáis para vos que dais a Dios,
cuanto es mayor el bien ser que el ser. Por tanto, conviene
que, con grandísima vigilancia, entendáis a conocer a Dios por
causa de vuestro bien vivir, de arte que no se os quede asida
en vuestras manos punta ni repunta de loca soberbia, mas así
como conocéis que ningún ser, por pequeño que sea, podéis
tener de vos, si Dios no os le da, así también conozcáis que
no podéis tener de vos el menor de los bienes, si el
potentísimo y cumplido bien, Dios, no abre su mano para os lo
dar.
Pensad
que así como lo que es nada no tiene ser natural entre las
criaturas, así el pecador, por mucho estado y bienes que
tenga, faltándole la gracia, es contado por nada delante los
ojos de Dios. Lo cual dice San Pablo de esta manera: Si
tuviera profecía, y conociese todos los misterios y toda la
ciencia, y tuviese toda la fe, tanto que pase los montes de
una parte a otra, y no tuviere caridad, nada soy.
Lo cual es tanta verdad que aun el pecador es menos que nada,
porque peor es mal ser que el no ser. Ningún lugar hay tan
bajo ni tan apartado, ni tan despreciado en los ojos de Dios,
entre todo lo que es y no es, como el que vive en ofensa de
Dios, estando desheredado del cielo y sentenciado al infierno.
Y
para que tengáis alguna cosa que os despierte algo en el
conocimiento de este miserable estado, pensad, cuando alguna
cosa muy contra razón y desordenada viéredes, que muy más fea
y abominable cosa es estar en desgracia y enemistad de nuestro
Señor. Oís decir de algún hurto o traición, o maldad que
alguna mujer a su marido hace, o desacato que algún hijo hace
contra su padre, o algunas cosas de esta manera, que a
cualquier, por ignorante que sea, parecen muy feas por ser
contra toda razón. Pensad vos que ofender a Dios en un solo
pecado mortal es mayor fealdad, por ser contra su mandamiento
y reverencia, y agradecimiento que se le debe como a padre,
señor y esposo, y bienhechor y amigo, que todas las cosas que
pueden acaecer en el mundo por ser contra sola razón. Y, pues
veis cuán desestimados son de todos los que tales fealdades
cometen, teneos por una cosa muy despreciada y sumíos en el
profundo abismo de vuestro desprecio, que se debe al ofendedor
de Dios. Y así como para conocer vuestra nada os acordastes
del tiempo en que no teníades ser, así para conocer vuestra
culpa, os acordad del tiempo, cuando viviades en ella, y
mirad, cuan entrañable y profundamente pudiéredes, con mucho
espacio, en cuán miserable estado estuvistes, cuando delante
de los ojos de Dios estábades feas y desagradable, y contada
por nada y menos que nada; porque ni los animales, por feos
que sean, ni otros criaturas, por más bajas que sean, no han
hecho pecado contra nuestro Señor, ni están obligadas a fuegos
eternos, como vos estábades; y despreciaos y abajaos en el más
profundo lugar que pudiérades, que seguramente podéis creer
que, por mucho que os despreciéis, no podréis bajar al abismo
del desprecio que merece la ofensa de una cosa infinita que es
Dios. Y, después de haber bien sentido en el ánima y
embebídose en ella aquesta desestima de vos misma, alzad
vuestros ojos a Dios, considerando la infinita fuerza que de
pozo tan hondo os sacó, siendo para vos cosa imposible, y
mirad aquella bondad infinita que con tanta misericordia os
sacó, sin haber en vos merecimiento. Porque, antes que os
diese él su gracia, ¿qué cosa podíades vos hacer que no fuese
mala? O, si era buena, era imperfecta y muerta, y no
agradable. Sabed que quien os
sacó de vuestras tinieblas a su admirable lumbre,
y os hizo de enemiga amiga, y de esclava hija, y del no ser,
en cuanto tocaba a la gracia de Dios, os hizo tener ser
agradable en sus ojos, Dios fue. Y la causa porque lo hizo no
fueron vuestros merecimientos pasados, ni el respeto de los
servicios que le habíades de hacer; mas fue por su sola
bondad, y merecimiento de nuestro único medianero Jesucristo
nuestro Señor. Contad por vuestro el mal estado en que
estábades, y contad al infierno por lugar debido a vuestros
merecimientos, que lo que demás de esto es a Dios y a su
gracia es conocer por deudora. Oíd lo que dice el Señor a sus
amados discípulos y a nosotros en ellos: No
vosotros me escogistes a mí, mas yo a vosotros.
Mirad lo que dice el apóstol San Pablo: Justificados
sois de balde por la gracia de Dios, por la redención que está
en Jesucristo. Y asentad en vuestro corazón que
así como tenéis de Dios el ser,
sin que atribuyáis a Dios gloria de ello, así
tenéis de Dios el ser
algo delante de sus ojos, todo para gloria de él;
y traed en la lengua y en el corazón lo que dice San Pablo:
Por
la gracia de Dios soy lo que soy. Considerad que
así como cuando érades nada no teníades fuerzas para moveros,
ni para ver, ni para oír ni gustar, ni entender ni querer, mas
dándoos Dios el ser os dio aquestas potencias y fuerzas, así
no sólo está el pecador privado del ser agradable delante los
ojos de Dios, mas está sin fuerzas para obrar obras de vida
que agraden a Dios.
Si algún cojo
viéredes, o manco, pensad que así está el pecador en su ánima.
Si algún ciego, sordo o mudo, tomaldo por espejo en que os
miráis. Y en todos los enfermos, leprosos, paralíticos, y que
tengan los cuerpos corvados y los ojos puestos en tierra, con
toda la otra muchedumbre de enfermedades que se presentaban
delante el acatamiento de Jesucristo, nuestro verdadero
médico, otra no entendáis principalmente sino que tales están
los pecadores, cuanto a los espirituales sentidos, cuales
estaban aquellos en los corporales. Y mirad, como una piedra
con el peso que tiene es inclinada a ir hacia bajo, así, por
la corrupción del pecado original que traemos, tenemos una
vivísima inclinación a las cosas de nuestra carne y de nuestra
honra, y de nuestro provecho, haciendo ídolo de nosotros, y
obrando nuestras obras no por amor verdadero de Dios, sino por
el nuestro estamos vivísimos a las cosas terrenales, y que nos
tocan, y muertos para el gusto de las cosas de Dios; manda en
nosotros lo que había de obedecer, y obedece a lo que había de
mandar. Y estamos tan miserables que, debajo de cuerpo humano
y derecho, traemos apetitos de bestias y corazones encorvados
hacia la tierra. ¿Qué os diré sino que en cuantas cosas
faltas, y feas, y secas, y desordenadas viéredes, en tantas
miréis y conozcáis la corrupción y desorden que el hombre que
está en pecado tiene en sus sentidos y obras? Ninguna cosa de
éstas veáis que luego no entréis en vuestra ánima a considerar
que/aquello sois vos de vuestra parte, si Dios no os hobiera
dado salud; e, si verdaderamente estáis sana, habéis de
conocer que quien os abrió los sentidos para las cosas de
Dios, quien subjetó los afectos debajo de vuestra razón, quien
os hizo amargo lo que era dulce y os puso gana en lo que antes
tan desabrida estábades, obrando en vos obras nuevas, Dios
fue, según dice San Pablo: Dios
es el que obra en nosotros el querer, y el acabar, por su
buena voluntad.
Gracia y
libre albedrío
No entendáis por esto que
el libre albedrío del hombre no obre cosa alguna en las obras
buenas, porque esto sería grande ignorancia y error; mas
dícese que Dios
obra al querer y al acabar, porque él es el
principal obrador en el ánima del justificado, y el que mueve
y suavemente hace que el libre albedrío obre y sea su
ayudador, como dice el bienaventurado San Pablo: Ayudadores
somos de Dios. Lo cual hace incitándole
Dios a que dé libremente su consentimiento en las
buenas obras. Por eso obra el hombre, porque de su voluntad y
libre albedrío quiere lo que quiere y obra lo que obra; mas
Jesucristo obra más principalmente, produciendo la buena obra,
y ayudando al libre albedrío, para que también lo produzga; y
la gloria de lo uno y de lo otro a sólo Jesucristo se debe.
Por tanto, si queréis acertar en aquesto, no queráis
escudriñar qué bienes tenéis de naturaleza y libre albedrío, y
qué bienes de gracia; mas a ojos cerrados, regíos por la
sagrada fe, que nos amonesta que de los unos y de los otros
hemos de dar la gloria a Dios, y que nosotros de
nosotros mismos no somos suficientes ni aun para pensar un
buen pensamiento. Mirad lo que dice San Pablo,
reprehendiendo al que se atribuye a sí algún bien: ¿Qué
tienes que no lo hayas recebido? Y pues lo has recibido, ¿de
qué te glorias como si no lo hobieras recebido?
Como si dijese: «Si tienes la gracia de Dios, con
que le agradas y haces obras muy excelentes, no te glories en
ti, mas en quien te la dio, que es Dios. Y si te glorias de
usar bien de tu libre albedrío, en consentir con él a los
buenos movimientos de Dios y su gracia, tampoco te glories en
ti, mas en Dios, que hizo que tú consintieses, e incitándote y
moviéndote él suavemente, y dando él mismo libre albedrío con
que tú libremente consientas. Y si te quieres gloriar que,
pudiendo resistir al buen movimiento e inspiración de Dios, no
lo resististe, tampoco te debes gloriar, pues eso no es hacer,
mas dejar de hacer; y aun esto también lo debes a Dios que,
ayudando a consentir en el bien, te ayudó para no resistillo.
Y cualquier buen uso de tu libre albedrío, en lo que toca a tu
salvación, dádiva es de Dios, que desciende de aquella
misericordiosa predestinación con que determinó ab
aeterno de te salvar. Sea, pues, toda tu gloria en
solo Dios, de quien tienes todo el bien que tienes; y piensa
que, sin él, no tienes de tu cosecha sino nada y vanidad y
maldad.»
Y
con esto concuerda lo que dice una glosa sobre aquello de San
Pablo: El
que piensa ser algo, como no sea nada, a sí mesmo se engaña;
que el hombre de sí mesmo no es sino vanidad y
pecado, y, si alguna cosa más es, por merced y gracia del
Señor lo es. Ítem dice San Agustín: «Abrísteme los ojos, luz,
y despertásteme y alumbrásteme. Y vi que es tentación la vida
del hombre en esta tierra, y que ningún hombre se puede
gloriar delante de ti, ni es justificado todo hombre que vive,
porque, si algún bien hay chico o grande, don tuyo es. Y lo
que es nuestro, no es sino mal. ¿Pues de dónde se gloria todo
hombre? ¿Por ventura de mal? Esta no es gloria, sino miseria.
¿Pues gloriarse ha del bien? No, porque es ajeno. Tuyo es,
Señor, el bien, tuya es la gloria.» Y, concordando con esto,
dice el mesmo San Augustín: «Yo, señor Dios mío, confieso a ti
mi pobreza, y a ti sea toda la gloria, porque tuyo es todo el
bien que yo haya hecho. Yo confieso, según me has enseñado,
que otra cosa no soy sino toda vanidad y sombra de muerte, y
un tenebroso abismo, y tierra
vana y vacía que, sin tu bendición, no hace fruto,
sino confusión y pecado y muerte. Si algún bien en cualquier
manera tuviere, de ti lo recebí. Cualquier bien que tengo tuyo
es, de ti lo tengo. Si algún tiempo estuve en pie, por ti lo
estuve, mas, cuando caí, por mí caí. Y siempre me hobiera
estado caído en el lodo, sino me hobieras levantado; y siempre
fuera ciego, si tú no me hobieras alumbrado. Cuando caí nunca
me hobiera levantado, si tú no me hobieras dado tu mano. Y
después que me levantaste siempre hobiera caído, si no me
hobieras tenido. Muchas veces me hobiera perdido, si tú no me
hobieras guardado. Y así, Señor, siempre tu gracia y tu
misericordia anduvieron delante de mí, librándome de todos los
males, sacándome de los pasados, y despertando de los
presentes, y guardándome en los por venir; y cortando delante
de mí los lazos de los pecados, quitando las ocasiones y
causas. Porque si tú, Señor, esto no hobieras hecho, todos los
pecados del mundo hobiera yo hecho, porque sé que ningún
pecado hay que en cualquier manera haya hecho un hombre, que
no lo pueda también hacer otro hombre, si se aparta el
guiador, por el cual es hecho el hombre. Mas tú heciste que yo
no lo hiciese, y tú mandaste que me abstuviese, y tú me
infundiste gracia para que te creyese, porque tú, Señor, me
regías para ti, y me guardabas para ti, y me diste gracia y
lumbre para no cometer adulterio y todo otro pecado.»
3. Nuestro
«bienaventurado ser» por la predestinación
Considerad, pues,
doncella, con atención estas palabras de San Augustín, y
veréis cuán ajena debéis de estar de atribuir a vos gloria
alguna, no sólo de levantaros de vuestros pecados, mas del
teneros que no tornásedes a caer. Porque así como os dije que,
si la mano de Dios de vos se apartaba, en aquel punto
tomaríades al abismo de vuestra nada, en que antes estábades,
así, apartando Dios de vos su guarda, tomaríades a los
pecados, y otros peores, de donde Él os sacó. Sed por eso
humilde y agradecida a este Señor, de quien tanta necesidad en
todo tiempo tenéis, y conoced que estáis colgada de Él y todo
vuestro bien depende de su mano bendita, según decía David:
En
tus manos, Señor están, mis suertes. Y llama
suertes
a la gracia de Dios, a la eterna predestinación,
las cuales vienen por la sola bondad de Dios, y se conceden a
aquel a quien él con su justo, aunque oculto juicio, es
servido de dallas, y así como si él os quita el ser que os
dio, tornaréis nada, así, quitándoos la gracia, quedaréis
pecadora, y quitándoos su predestinación, quedaréis reprobada
y condenada. Lo cual no se os dice para que cayáis en desmayo
y desesperación por ver cuán colgada estáis de las manos de
Dios, mas para que tanto con mayor seguridad gocéis de la
gracia que Dios os ha dado, y tengáis confianza en la
misericordia de él, que acabará en vos lo que ha comenzado, y
os hará merced de os llevar al cielo, cuanto con mayor
humildad y profunda reverencia y santo temor estuviéredes
prostrada a sus pies, temblando de vuestra parte y confiando
de la suya. Porque ésta es una cierta señal que no os
desmamparará su infinita bondad según lo cantó aquella bendita
y sobre todos humilde María, diciendo: La
misericordia de él de generación en generación sobre los que
le temen. Y, si con estas consideraciones ya
dichas no halláredes en vos vivo el fruto del proprio
desprecio que deseáis, no desmayéis, mas llamad con
perseverante oración al Señor, que él sabe y suele enseñar
interiormente, y con semejanzas exteriores, lo poco en que la
criatura se ha de estimar; y, en tanto que viene esta
misericordia, vivid en paciencia y conoceos por soberbia. Lo
cual es parte de humildad como el tenerse por humilde es
verdadera soberbia.
2. Del poco conocimiento de sí mismo y del verdadero, de Jesucristo
a) FRUTOS DE
LA MEDITACIÓN DE LA PASIÓN
Los que mucho se
ejercitan en el poco conocimiento, como tratan a la continua,
y muy de cerca, sus proprios defectos, suelen caer en grandes
tristezas y desconfianzas, y pusilanimidad de corazón, por lo
cual les es necesario que se ejerciten en otro conocimiento
que les alegre y esfuerce mucho más que el primero les
desmayaba. Y para éste, ninguno otro hay igual como el
conocimiento de Jesucristo nuestro Señor, especialmente
pensando cómo padeció y murió por nosotros. Esta es la
nueva alegre, predicada en la nueva ley a todos los
quebrantados de corazón, que les es dada una
medicina muy más eficaz para su consuelo que sus llagas les
pudieron desconsolar. Este Señor crucificado es el que alegra
a los que el conocimiento de sus proprios pecados entristece,
y el que absuelve a los que la ley condena, y que hace hijos
de Dios a los que eran esclavos del demonio. A éste deben de
conocer todos los adeudados y flacos. Y a éste deben de mirar
todos los que sienten angustia en mirar a sí mismos. Porque
así como se suele dar por consejo que miren arriba los que
pasan por algún río y se les desvanece la cabeza, mirando a
las aguas que corren, así quien sintiere desmayo, mirando sus
culpas, alce sus ojos a Jesucristo, puesto en la cruz, y
cobrará esfuerzo. Porque no en balde se dijo: En
mí mismo fue mi ánima conturbada, y por esto me acordaré de
ti, de la tierra del Jordán y de los montes de Hermón y monte
pequeño. Porque los misterios que Cristo obró en
su baptismo y pasión son bastantes para sosegar cualquier
tempestad de desconfianza que en el corazón se levante, y así
por eso, como porque ningún libro hay tan eficaz para enseñar
al hombre de todo género de virtud, y cuánto debe ser el
pecado huido y la virtud amada, como la pasión del Hijo de
Dios; y también porque es extremo desagradecimiento poner en
olvidado un tan inmenso beneficio de amor como fue padecer
Cristo por nos, conviene, después del ejercicio de nuestro
conocimiento, ocuparnos en el conocimiento de Jesucristo
nuestro Señor, lo cual nos enseña San Bernardo, diciendo:
«Cualquiera que tiene sentido de Cristo, sabe bien cuán
expediente sea a la piedad cristiana, y cuánto provecho le
traya al siervo de Dios, y siervo de la redempción de Cristo,
acordarse con atención, a lo
menos una vez en el día, de los beneficios de la
pasión y redempción de nuestro Señor Jesucristo, para gozarse
suavemente en la conciencia, y para asentallos fielmente en la
memoria.» Esto dice San Bernardo. Y, allende de esto, sabed
que así como, queriendo comunicar Dios con los hombres las
riquezas de su divinidad, tomó por medio hacerse hombre, para
que en aquella bajeza y pobreza se pudiese conformar con la
pequeña capacidad de los pobres y bajos, y juntándose a ellos,
los ensalzase a la alteza de él, así el camino usado de
comunicar Dios su divinidad con las ánimas es por medio del
pensamiento de su sacra humanidad. Esta es la puerta por
donde
el que
entrare será salvo, y la escalera por donde suben al
cielo. Y quiere Dios Padre honrar la humanidad de
su unigénito Hijo, y no dar su amistad sino a quien la
creyere; y no dar su comunicación si no a quien con mucha
atención la pensaré. Hacedos, pues, esclava
de esta sagrada pasión, pues por ella fuistes
libertada del captiverio de vuestros pecados y de los
infernales tormentos. Y no sea a vos pesado pensar
lo que a Él con vuestro grande amor ro le fue
pesado pasar.
b) MODO DE
MEDITAR LA PASIÓN
Y
así como buscastes pensar en vuestras miserias un rato de la
noche, y un lugar recogido, así, y con mayor vigilancia,
buscad otro rato antes que amanezca, o por la mañana, en que
con atención penséis en aquel que tomó sobre sí vuestras
miserias y pagó vuestros pecados por daros a vos libertad y
descanso. Y el modo que ternéis será éste, si otro mejor no se
os ofreciere. Repartid los pasos de la pasión por los días de
la semana en esta manera: El
lunes, la oración y prendimiento del huerto, y lo
que aquella noche pasó en casa de Anás y Caifás. El
martes, las acusaciones de un juez a otro, y sus
crueles azotes, que, atado a la columna, pasó. El
miércoles, cómo fue coronado y escarnecido,
sacándole con vestido de grana, y caña en la mano, porque todo
el pueblo le viese, y dijeron: Ecce
homo. El
jueves, no le podemos quitar su misterio muy
excelente, conviene a saber, cómo el Hijo de Dios con profunda
humildad lavó los pies a sus discípulos, y después les dio su
Cuerpo y Sangre en manjar y bebida, mandando a ellos y a todos
los por venir que hiciesen
lo mismo en memoria de Él. Hallaos vos presente a
tal lavatorio y a tan excelente convite. Y esperad en Dios,
que ni saldréi sin lavar, ni muerta de hambre. Tras el jueves
pensaréis, el
viernes, cómo el Señor fue presentado delante el
juez, y sentenciado a muerte, y llevó la cruz encima sus
hombros, y después fue crucificado en ella, con todo lo demás
que pasó hasta que encomendó su espíritu en las manos del
Padre y murió. En el
sábado quédaos de pensar la lanzada cruel de su
sagrado costado; cómo le quitaron de la cruz y le pusieron en
los brazos de su sagrada Madre, y, después, en el sepulcro. E
id acompañando su ánima al limbo de los santos padres, y
hallaos presente en las fiestas y paraíso que allí les
concede. Y tened memoria de pensar en este día las grandes
angustias que la Virgen y Madre pasó. Y sedle compañera fiel
en se las ayudar a pasar, pues que, aliende de serle cosa
debida, os será a vos muy provechosa. Del
domingo no hablo, porque ya sabéis que es diputado
al pensamiento de la resurrección y a la gloria que en el
cielo poseen los que allá están, y en esto os habéis de ocupar
aquel día.
AVISOS
Y NORMAS PARA LA ORACIÓN
1.
Oraciones vocales y lección
Recogida, pues, en vuestra
celda, como os he dicho, haréis vuestra confesión general y
rezaréis algunas oraciones vocales, y leed, en algún libro de
la pasión, aquel mismo paso en que habéis de pensar aquel
rato. Y serviros ha esto de dos cosas: una de enseñaros como
acaeció aquel paso, para que vos lo sepáis pensar; otra, para
recogeros el corazón y pegaros alguna devoción, para que,
cuando fuéredes a pensar, no vais derramada ni tibia, y,
aunque no paséis de una vez todo lo que el libro dijere cerca
de aquel paso, no pierde nada, porque en otra semana, cuando
venga el mesmo día, se podía pensar. Y como os he dicho, no ha
de ser la lección hasta del todo cansar, mas para despertar el
apetito del ánima y dar materia al pensar y obrar.
2. Hacerse
presente con sencillez
Y la lección acabada,
hincadas vuestras rodillas y muy recogidos vuestros ojos,
suplicad al Señor tenga por bien de os dar verdadero sentido
de lo que piadosamente quiso padecer por vos. Y poned dentro
de vuestro corazón la imagen de aquel paso que quisierdes
pensar; y, si esto se os hiciere de mal, haced cuenta que la
tenéis allí cerquita de vos. Y digo esto así, por avisaros que
no habéis de ir con el pensamiento a contemplar al Señor a
Jerusalén, o apartaros lejos de vos, porque suelo ser gran
daño de la cabeza y secar mucho la devoción; mas, haciendo
cuenta que lo tenéis presente, poned los ojos de vuestra ánima
en los pies de Él, o en el suelo, cercano a Él. Y con toda
reverencia oíd lo que le dicen, y mirad lo que pasa, como si a
ello presente estuviérades guardándoos mucho de alborotar
vuestro corazón con tristezas forzadas, o con trabajar
demasiadamente por echar lágrimas, porque estas cosas suelen
secar más el corazón y hacerle inhábil para la visitación del
Señor, y suelen destruir mucho la salud corporal; y dejan el
ánima tan atemorizada con el sinsabor que allí siente, que
teme otra vez de tornar al ejercicio, como a cosa que ha
experimentado dalle mucha pena. Si el Señor da lágrimas, o
semejantes sentimientos, débense tomar, mas querer el hombre
tomarlos por fuerza, no es cordura, mas débese de contentar
con hallarse presente con vista sosegada y sencilla a lo que
el Señor pasó, y mirar el amor con que padecía, y cuán grandes
tormentos y deshonras eran los que padecía. Con otros mil
pensamientos buenos que el Señor suele dar, dejando en las
manos de Dios lo que toca a tener devoción o lágrimas.
3. No forzar
la imaginación
Debéis de estar avisada
que no trabajéis mucho los pechos ni cabeza, ni sienes, por
fijar
mucho en vuestra imaginación la
imagen del Señor, porque suelen venir de estas
cosas grandes peligros al ánima, pareciéndoles a algunos que
ven verdaderamente las imágines que de dentro piensan y caen
en locura o en soberbia. E ya que esto no sea, este modo de
imaginar tan profundo causa daño sin remedio en la salud. Por
eso haced este ejercicio con todo el mayor sosiego que
pudiérdes. Y con una simple atención que tengáis a aquel paso
que consideráis, fundaos más en el pensamiento espiritual de
la grandeza de quien padecía, y la bajeza vuestra, con otros
pensamientos devotos, que no en meter mucho vuestra ánima en
la imaginación y figura del Señor, no porque del todo lo
debéis dejar, mas para que de tal manera la imaginéis, que no
la tengáis a la contina ni con pena fijada, mas poquito a
poquito, según que sin trabajo se os diere. Y para esto sirve
mucho tener algunas imágines de los pasos de la pasión, bien
proporcionadas, en las cuales miréis muchas veces, para que
después, sin mucha pena, las podáis vos sola imaginar. Y no
sólo habéis de evitar este trabajo de la cabeza y sienes, y
pecho, en el imaginar, mas aun en el pensar. Porque algunos
piensan con tantos movimientos y trabajos que caen en daños de
cuerpo y grandes sequedades del ánima. Por tanto, quien
quisiere acertar en este negocio, fúndese principalmente en
humillarse a Dios y llegarse a él como un ignorante niño y
humilde discípulo a su maestro, yendo más proveído de sosegada
atención para oír lo que le han de decir, que con lengua
afilada para hablar.
4. De Dios
viene la fuerza del pensar
Pensad, pues, vuestros
pensamientos, de arte que no os metáis tanto ni pongáis tanta
fuerza en ellos, que parezca que vos sola lo habéis de hacer;
mas así obrad vos vuestro ejercicio como que no sale de vos,
sino que mana de aquel Señor que os alienta el corazón para
pensar. Y nunca de tal arte penséis que perdáis la atención a
lo que el Señor os quiere dar, teniendo aquello por principal,
y lo que vos pensáis por accesorio. Y, si esto no pudiéredes
hacer, y sintiéredes que la cabeza y lo que os he dicho siente
algún trabajo notable, no prosigáis adelante, mas sosegaos y
quitad aquella angustia de corazón; con entrañable sosiego y
simplicidad humillaos a Dios, para que de Él os venga la
fuerza para pensar, sin que sea tan a vuestra costa. Hasta que
esta pena y angustia se os quite, no prosigáis, por no caer en
los males ya dichos. Y, si el Señor os hiciere merced de os
dar este sosiego de pensamientos interiores, y más entrañable
devoción de lo que se suele sentir con movimiento de la
persona, y que os dure por muchos días, ya podréis estar
pensando muy largos ratos sin sentir pesadumbre; lo cual, todo
hallaréis, al contrario, si de otra manera pensáis. Y estad
avisada que el paso que en un día pensáredes no os contentéis
con pensarlo aquel solo rato del recogimiento, mas, en
abriendo los ojos en la cama, acordaos de Él y traedlo todo
aquel día en vuestro corazón; y dígolo así, porque algunos
piensan el paso como si tuviesen a nuestro Señor dentro de sí,
puestos los pies dentro de su corazón, y reclinados como otra
Magdalena, y ante ellos hallan reposo. Y otros lo piensan
fuera de sí, aunque cerca, mirando sus pies, según hemos
dicho. Lo que mejor cuadrare a uno por la experiencia, aquello
siga, con condición que el paradero del pensamiento devoto no
sea fuera de sí. Mas agora sea pensando, agora imaginando,
agora mirando o oyendo cualquier cosa de fuera, luego ha de
recurrir al corazón, en el cual ha de tener el hombre su
aposento y ejercicio, estando recogido dentro de sí, como
abeja solícita que dentro de su corcho hace la miel.
5. Los que no
son para oración mental
Cuando este ejercicio de
pensamiento es más excelente, tanto es razón que haya más
aviso en él, porque no dañe con indiscreción; mas, quitadas
las espinas de los errores, se cojan los buenos frutos que
suele dar. Y sea el primer aviso, que hay muchas personas las
cuales no conviene poner en este ejercicio por muchas causas:
una, por enfermedad corporal, especialmente de la cabeza,
porque, aunque a los muy ejercitados en tiempo de sanidad no
les sea penoso ejercitarlo, aun con indisposición corporal,
mas a los principiantes esles dañoso e imposible. Otros hay
tan dados a ocupaciones exteriores, que no las pueden dejar
sin pecado, ni las vaga con ellas darse al recogimiento ni es
bien que se den. Otros tienen el ánima tan inquieta, y del
todo indevota y seca, que por mucho tiempo y cuidado que en el
recogimiento gasten, ninguna cosa aprovechan.
Deben
éstos consolarse y saber que el espíritu del orar es dádiva de
nuestro Señor liberalmente dada a quien Él es servido, y pues
a ellos no se la da, débense contentar con rezar vocalmente
algunas devociones o pasos de la pasión. E yendo rezando,
piensen, aunque brevemente, en aquel paso de que rezan, y
tengan alguna imagen devota a quien miren, y usen mucho el
leer libros devotos; porque muchas veces acaece que de estos
escalones los suele subir el Señor al ejercicio del
pensamiento. Y, si no fuere servido, conténtense con lo que
les diere.
6. Ni sólo
pensar pecados ni nunca mirarlos
Hay otros que están mucho
tiempo de su vida ocupados en pensar los pecados que han
hecho, y nunca osan pensar en la pasión, o en otra cosa que
les dé algún consuelo. Los cuales no lo aciertan, según San
Bernardo dice; porque, aliende de levantarse tentaciones de
andar mucho pensando los pecados pasados, no se agrada nuestro
Señor de que anden sus siervos en continua tristeza y desmayo.
El contrario de lo cual hacen otros que, el primer día que
comienzan a servir a Dios, olvidan sus pecados del todo, y con
liviandad de corazón se dan a pensamientos más altos que
provechosos. A los cuales les está cercana la caída como a
casa sin edificio. Y, si después quieren tornar a pensar cosas
humildes, no aciertan ni pueden, por estar engolosinados en
cosas mayores, y ansí suelen quedar sin saber andar ni hablar.
Por tanto, conviene que a los principios nos ocupemos más en
el pensamiento de nuestros pecados que en otros por devotos
que sean. Y después, poco a poco, vamos aflojando en aquel
pensamiento y creciendo en el de la pasión, aunque nunca del
todo debemos estar sin el uno o sin el otro. Otros hay que se
suelen quejar que ninguna puerta hallan para entrar en el
pensamiento de la pasión, y, si quieren porfiar en ello,
sienten gran dureza en el corazón y gran sequedad. Débeseles
decir a éstos que no se lleguen a este pensamiento como por
fuerza y angustia de corazón, porque muchos con el
apretamiento que en sí mismos llevan, y afligimiento por
sentir y llorar, cierran la puerta a toda blandura y suavidad
que del pensamiento de la pasión les puede venir; mas, si
llegándose con humildad y sosiego, todavía no fueren
recebidos, no se desconsuelen, mas lean alguna cosa sobre
ello. Y si sintieren que en buena gana piensan o hablan en
devoción o en otra cosa, agora sea en pensamiento de muerte, o
de infierno o de cielo, o cualquier cosa, por chica que sea,
no la impidan ni la quiten de allí, mas entren por la puerta
que hallaren abierta, porque aquélla es por donde Dios les
quiere meter.
7. No atarse
demasiado a reglas y posturas del cuerpo
Y no hay cosa que más
contraria sea a este ejercicio que, hallando el ánima devoción
y provecho en alguna parte, sacarla de allí y forzarla a que
se vaya a meter a donde no la convidan. Y por eso es muy
loable cosa, poniéndonos en nuestro ejercicio, ir con libertad
y no estar atados a nuestras reglas, ni estar congojosos en
cómo pensaremos lo que deseamos; mas, con tranquilidad y santo
descuido, así pensar el paso que solemos que no impidamos a la
mano de Dios, si a otra parte nos quisiere llevar. Y lo mismo
se ha de entender de los que así toman a dientes el leer o el
pensar cierta cosa, que, aunque sienten mucha devoción en el
principio de ella, déjanla y piérdenla por acabar su tarea,
sabiendo que el fin del leer o el pensar al Señor, y cuando Él
se comunica no hemos de dejar a Él por proseguir nuestra obra.
Y a este propósito hace el rigor que otros tienen en estar
hincados de rodillas todo el tiempo de este ejercicio, puesto
caso que su flaqueza sea tanta que no puedan tener atención a
lo que hacen con el trabajo del cuerpo. Los cuales deben saber
que, aunque la oración tenga alguna poca de pena, y se ofrezca
en satisfacción de los pecados, no es éste el principal fruto
de ella, mas el menor, porque en comparación de la lumbre, y
del gusto y de las virtudes que en ella da Dios, muy pequeña
es la aflición y ejercicio del cuerpo, porque, como dice el
Apóstol, tiene
poco provecho. Por tanto, de tal manera debe estar
el cuerpo en tiempo de esta meditación como la salud lo sufre,
y como el ánima esté descansada para vacar al Señor,
mayormente si este tiempo es largo, de dos o tres horas, como
algunos lo usan, de los cuales muy pocos son los que pueden
tener el cuerpo penado, sin perder la atención que requiere
este ejercicio. Y por esto, por no perder la atención, tengan
el cuerpo como más esté descansado. También hay otros que se
fatigan tanto en la cabeza que otra cosa no sacan sino daño de
ella y ceguedad en el corazón. Y han de saber que este negocio
más es dado que tomado, y que no en la cabeza, más en el
corazón, ha de ser el mayor ejercicio, haciendo allí centro y
el nido de todo lo que hobiéremos de recebir.
8. Devoción
sensible
Y mírese mucho que, si en
este corazón se levantaren movimientos hervorosos de devoción
sensual, o demasiados sollozos, que no se vaya la persona tras
ellos, mas debe disimularlos, y, recogiéndose en su ánima,
débelos dejar pasar como si no los tuviese, y guardar dentro
de sí aquel pensamiento que se los causó. Quiero decir que,
quitando de sí los alborotos que causó la carne, goce con el
ánima en sosiego de la lumbre y devoción que Dios le dio. Y de
esta manera durarle ha mucho tiempo y será su consolación más
de raíz y entrañable, y no verná a dar muestras de si con
gemidos, y otras veces con gritos y con otras exteriores
señales. Lo cual no se podrá evitar sin muy gran trabajo, si
una vez la persona se acostumbra a darse mucho a los dichos
movimientos y hervores sensuales; los cuales, cuanto más
recios parecen de fuera, tanto más suelen apagar la lumbre de
dentro y ponerle impedimento que no pase adelante. Heos
querido dar estos avisos cerca de la oración, porque, huyendo
de los inconvenientes que os pueden acaecer, gocéis a vuestro
salvo de las muy grandes misericordias que Dios en ella suele
hacer.
9. No dejar
la oración por temor de los peligros
No
seáis vos como algunos ignorantes que, por temor de los
peligros que han acaecido a los que por su soberbia, o grande
ignorancia, han errado en el camino del bien, no quieren
servir a Dios ni tener oración, porque no les acaezca lo que a
los otros. No debe el hombre dejar de entender en otro
negocio, en que muchos han salido con ganancia, porque alguno,
por su propria culpa, salió de él con pérdida; mas la caída
ajena le debe a él hacer ser avisado, no para dejar el
negocio, mas para entender en él con mayor cautela. La
Escriptura dice: Quita
el orín de la plata y saldrá vaso purísimo; y así
debemos, con humildad y cautela, seguir el ejercicio de la
santa oracion, por lo cual tantos santos y amigos de Dios han
sido enriquecidos. Y no por el orín que algunos pocos
indiscretos le pegaron, arrojar de nos a él, y a ella. Que, si
a eso mirásemos, en ninguna cosa osaríamos entender corporal
ni espiritual, pues en todas ha habido quien yerre. Y por eso,
no débense con vanos temores espantar los que quieren seguir
el camino de la oración, mas con caridad amonestados y con
prudencia avisados. Y más nos deben convidar a la seguir los
muchos que en ella aprovecharon que espantarnos los pocos que
erraron.
10. Ejemplo
de Cristo y de los santos
Notorio
está cuán contino fue en Cristo el orar, y que se escribe en
Él que se le pasaba la noche en oración. Y como quien sabe el
bien que en ella va, nos amonesta muchas veces que oremos, y
que siempre oremos. Y sus santos apóstoles, especialmente San
Pablo, nos amonesta orar en todo lugar, y su discípulo San
Dionisio. Y después todos los santos a una boca nos enseñan
esto mismo, y nos dan reglas y avisos de cómo hemos de
entender en este santo ejercicio. Y muchos de ellos cuentan,
para nuestro ejemplo, las grandes mercedes que Dios por este
santo ejercicio les hizo. Entre los cuales oí lo que el devoto
San Buenaventura dice de la virtud de la oración, que es
inestimable y poderosa para alcanzar todas las cosas
provechosas y alanzar todas las dañosas: «Por tanto, si
queréis sufrir con paciencia las adversidades, sed hombre de
oración; si queréis sobrepujar las tentaciones y
tribulaciones, sed hombre de oración; si queréis conocer las
astucias de Satanás y huir sus engaños, sed hombre de oración;
si queréis vivir alegremente en la obra de Dios y andar con
fuerza el camino del trabajo y aflición, sed hombre de
oración; si queréis ejercitaros en la vida espiritual, y no
hacer caso de la carne en sus deseos, sed hombre de oración;
si queréis ahuyentar las moscas vanas de los pensamientos, sed
hombre de oración; si queréis engrosar vuestra ánima con
santos pensamientos y deseos, y hervores y devociones, sed
hombre de oración; si queréis establecer vuestro corazón en la
voluntad de Dios en espíritu varonil y propósito constante,
sed hombre de oración. En conclusión, si queréis extirpar los
vicios, y ser lleno de virtudes, sed lleno de oración, porque
en ella se recibe la unción del Espíritu Santo, que enseña al
ánima de todas las cosas. Y si queréis huir a la
contemplación, y gozar de las cosas del esposo, sed hombre de
oración, porque por el ejercicio de la oración van a la
contemplación y gusto de las cosas celestiales. ¿Veis de
cuánto poder y virtud sea la oración? Para confirmación de
todo lo cual, dejadas las probanzas de las escripturas, esto
os sea suficiente prueba, que hemos oído y vemos cada día por
experiencia personas sin letras y simples haber alcanzado
estas cosas ya dichas, y otras mayores, por virtud de la
oración. Por tanto, mucho deben dar su ánima a la oración
todos los que desean imitar a Cristo, y mayormente los
religiosos, los cuales han de tener mayor aparejo para vacar a
Dios. Por lo cual te amonesto y encomiendo estrechamente,
cuanto puedo, que tomes la oración por principal ejercicio
tuyo. Y ninguna otra cosa, sacados los cuidados necesarios, te
deleite sino la oración; porque ninguna cosa te debe tanto
deleitarte como estar con el Señor, lo cual se hace por la
oración.» Todo esto dice San Buenaventura, con el cual
concueran otros muchos en la alabanza de la oración, los
cuales no relato por ser cosa tan manifiesta, y porque para
vos es demasiada, pues Dios os ha hecho misericordia de
enseñaros por experiencia cuánta sea la ganancia de este santo
ejercicio. Y pues San Hierónimo cuenta y alaba de Santa Paula,
viuda honesta, que estaba en oración desde que anochecía hasta
que salía el sol, muy más lo alabará en la doncella dedicada a
Cristo, que tiene particular obligación a más se comunicar con
él, mediante la oración, pues tiene entereza de cuerpo, y
nombre de esposa.
11. No
meterse en consideraciones altas
Estas consideraciones que
habéis oído así del proprio conocimiento como del conocimiento
de Cristo deben ser de vos usadas más que ningunas, porque,
aunque haya otras más altas, son éstas más provechosas y más
seguras y manuales. Y es cosa delante de Dios agradable que,
orando, nos pongamos en el postrer lugar que es el
conocimiento de nuestras llagas, o en el lugar de nuestra
medicina, que son las llagas de Cristo. Y no debemos temer de
ser bajos por ponernos en esta bajeza, porque cuando Dios es
servido bien sabe levantar de estos lugares al pobre a la
alteza de los gozos de su divinidad. Mas, así como se huelga
de levantar al que está humillado a sus pies, así le suele
desagradar el desmesurado atrevimiento de los que se quieren
meter en consideraciones muy altas. A los cuales o se las
concede para su mal, siéndoles ocasión de soberbia o de error,
en pena de su atrevimiento, o usando con ellos de misericordia
les reprehende blandamente, para que, abajando sus alas, estén
más seguros y dispuestos para volar cuando Dios los llamare, y
no por su propria presunción. De esta manera acaeció a la
esposa que con atrevido amor dice en los Cantares: Enséñame
tú al que ama mi ánima, adónde apacientas, y adónde te
acuestas al mediodía. Quiere decir y pedir que le
sean demostrados los eternos y sobrelucientes pastos del
cielo, en los cuales el eterno Pastor Jesucristo, claro como
el sol de mediodía, apacienta sus bienaventuradas ovejas,
demostrándoles claramente su haz así como Él es. Mas esta
petición no le es concedida por Dios, antes es reprendida por
él, dándole a entender que más razón es que le pida ser
enseñada adonde Cristo apacienta y acuesta, no al mediodía,
sino a la tarde, cuando haciéndose tinieblas en la universa
tierra, porque se ponía el verdadero sol, Cristo, enclavado en
su cruz, como rey echado en su real cama. En la cruz apacienta
Cristo sus ovejas, y en la cruz veréis su cara no
resplandeciente, como el sol de mediodía, mas tan desfigurada
que aún sus conocientes tengan que hacer en conocerlo. Esta
cama y pasto pedid que os sea enseñada, que la otra su tiempo
se tiene. Agora tiempo es de cruz y de gustar el cáliz que el
Señor bebió la noche de la pasión. Después será tiempo de
gozo, y de beber del cáliz de los celestiales deleites que
embriagan en el reino de Dios. Y no debemos de celebrar
primero la fiesta que la vigilia, ni el domingo que el
viernes; mas, por el trabajo de nuestro conocimiento y de la
imitación de Jesucristo crucificado, hemos de pasar y esperar
la gloria eterna de su resurrección.
c) EXPOSICIÓN
DE UN LUGAR DE LOS CANTARES
Y
esto mismo nos es amonestado en los Cantares, que dicen así:
Salid
y mirad hijas de Sión al rey Salomón con la guirnalda con que
le coronó su madre en el día del desposorio de él, y en el día
de la alegría del corazón de él. En ninguna parte
de la Escriptura santa se lee que el rey Salomón fuese
coronado con guirnalda o corona de mano de su madre Bersabé en
el día del desposorio de él; y por eso según la historia no
conviene al Salomón pecador. Por fuerza, pues la Escriptura no
puede faltar, lo hemos de entender de otro Salomón verdadero,
el cual es Cristo, y con mucha razón, porque Salomón quiere
decir pacífico;
el cual nombre le fue puesto porque no trajo guerras en su
tiempo, como las trajo su padre David. Por lo cual quiso Dios,
que no David, varón
de sangres, mas su pacífico hijo le edificase
aquel tan solmne templo en Hierusalem en que fuese Dios
adorado. Pues, si por ser pacífico Salomón en la paz mundana,
que algunas veces los reyes, aunque malos, la suelen en sus
reinos tener, le fue puesto nombre de pacífico, ¿con cuánta
más razón le conviene a Cristo?, el cual hizo paz entre Dios y
los hombres, no sin su costa, mas cayendo sobre él la pena de
nuestros pecados que causaban la enemistad, e hizo paz entre
los dos contrarios pueblos, judíos y gentiles, quitando
la pared de la enemistad que estaba en medio, como
dice San Pablo; conviene a saber, las cerimonias de la vieja
ley, y la idolatría de la gentilidad, para que unos y otros,
dejadas sus particularidades y ritos que de sus pasados
traían, viniesen a una nueva ley de debajo de una
fe, y de un
baptismo y de un Señor, esperando partir una misma
herencia, por ser todos hijos de un
padre del cielo que los tornó a engendrar otra vez
por agua y Espíritu santo, con mayor ganancia y honra que la
primera vez fueron engendrados de sus padres de carne para
miseria y deshonra. Y estos bienes todos son por Jesucristo,
pacificador de cielos y tierra, y de los de lejos y cerca, y
de un hombre dentro de sí mismo, do la guerra es más trabajosa
y la paz más deseada. Estas paces no las pudo hacer Salomón,
mas tuvo el nombre, en figura del verdadero pacificador. Así
como la paz de Salomón, que es temporal, tiene figura y es
sombra de la espiritual y que no tiene fin.
Pues,
si bien os acordáis, esposa de Cristo, de lo que es razón que
nunca os olvidéis, la
madre de este Salomón verdadero, que fue y es la
bendita virgen María, hallaréis haberlo
coronado con guirnalda hermosa, dándole carne sin
ningún pecado en el día de la encarnación, que fué día
de ayuntamiento y desposorio
del Verbo divino con aquella santa humanidad, y
del Verbo hecho hombre con su Iglesia, que somos nosotros, y
de aquel sagrado vientre salió Cristo como
esposo que sale del tálamo. Y comenzó a correr su carrera como
fuerte gigante, tomando a pecho la obra de nuestra
redempción, que fué la más dificultosa que ha habido. Y, al
fin de la carrera, en el día del viernes santo, casóse con
palabras de presente con esta su Iglesia, por quien tanto
había trabajado como otro Jacob por Raquel, porque entonces le
fue sacada de su costado, estando él durmiendo el sueño de
muerte, a semejanza de Eva sacada de Adán, que dormía. Y por
esta obra tan excelente y de tanto amor en aquel día obrada
llama Cristo a este día mi
día, cuando dice en el Evangelio: Abraham,
vuestro padre, se gozó para ver mi día; viólo y
gozóse. Lo cual fue, como dice Crisóstomo, cuando
a Abraham fue revelada la muerte de Cristo en semejanza de su
hijo Isaac, que Dios le mandó sacrificar en el monte de Sión.
Y entonces vio este penoso día y gozóse. Mas, ¿por qué se
gozó? ¿Por ventura de los azotes, o tristezas o tormentos de
Cristo? Cierto es haber sido la tristeza de Cristo tanta que
bastaba a hacer entristecer de compasión a cualquiera por
mucha alegría que tuviese. Si no, díganlo sus tres amados
apóstoles, a los cuales dijo: Triste
es mi ánima hasta la muerte. ¿Qué sintieron sus
corazones al sonido de esta palabra, la cual suele aún a los
que de lejos la oyen lastimar su corazón con agudo cuchillo de
compasión? Pues sus azotes y tormentos y clavos y cruz, fueron
tan lastimeros, que, por duro que uno fuera, y los viera, se
moviera a compasión. Y aún no sé si los mismos que le
atormentaban, viendo su mansedumbre en el sufrir, y la
crueldad de ellos en el herir, algún rato se compadecían de
quien tanto padecía por ellos, aunque ellos no lo sabían.
Pues, si los que a Cristo aborrecían pudieran ser
entristecidos por ver sus tormentos, si del todo piedras no
fueran, ¿qué diremos de un hombre tan amigo de Dios como era
Abraham que se gozase de ver el día en que tanto pasó Cristo?
Mas,
porque de esto no nos maravillemos, oíd otra cosa más
maravillosa, la cual dicen las ya dichas palabras de los
Cantares: que esta guirnalda le fue puesta en
el día de la alegría del corazón de él. ¿Cómo es
aquesto? ¿Al día de sus excesivos dolores, que lengua no hay
que los pueda explicar, llama día de alegría de él? Y no
alegría fingida o de fuerza, mas dice: en
el de la alegría del corazón de él. ¡Oh alegría de
los ángeles, y río del deleite de ellos, en cuya cara ellos se
desean mirar y de cuyas sobrepujantes ondas ellos son
envestidos viéndose dentro de ti, nadando en tu dulcedumbre
tan sobrada! ¿Y que se alegre tu corazón en el día de tus
trabajos? ¿De qué te alegras entre los azotes y clavos, y
deshonras y muerte? ¿Por ventura no te lastima? Lastímate,
cierto, y más a ti que a otro ninguno, pues tu complexión era
más delicada que todas. Mas, porque lastiman más nuestras
lástimas, quieres sufrir de muy buena gana las tuyas por con
aquellos dolores quitar los nuestros. Tú eres el que dijiste a
tus amados apóstoles poco antes de la pasión: Con
deseo deseado comeré esta pascua con vosotros antes que
padezca. Tú eres el que antes dijiste: Fuego
viene a traer a la tierra, ¿qué quiero sino que se encienda?
Con baptismo tengo de ser baptizado, ¡cómo vivo en estrechura
hasta que se ponga en efeto! El fuego de amor de
ti, que en nosotros quieres que arda, hasta encendernos,
abrasarnos y quemarnos lo que somos, y transformarnos en ti,
tú lo soplas con las mercedes que en tu vida nos heciste. Y lo
haces arder con la muerte que por nosotros pasaste. ¿Y quién
hobiera que te amara, si tú no murieras de amor por dar vida a
los que por no amarte están muertos? ¿Y quién será leño tan
húmedo y frío, que, viéndote a ti, árbol verde, del cual quien
come vive, ser encendido en la cruz y abrasado con fuego de
tormentos que te daban, y del amor con que tú padecías, no se
encienda en amarte aún hasta la muerte?¿Quién será tan
porfiado, que se defienda de tu porfiada requesta, en que tras
nos anduviste desde que naciste del vientre de la Virgen y te
tomó en sus brazos y te reclinó en el pesebre, hasta que de
las mismas manos y brazos de ella te tomaron y fuiste
encerrado en el santo sepulcro como en otro vientre?
Quemástete, porque no quedásemos fríos; lloraste, porque
riésemos; padeciste, porque descansemos, y fuiste
baptizado en el derramiento de tu sangre, porque
nosotros fuésemos lavados de nuestras maldades. Y dices Señor.
¡Cómo
vivo en
estrechura, hasta que esto baptisino se acabe!,
dando a entender cuán encendido deseo tenías de
nuestro remedio, aunque sabías que te había de costar la vida.
Y como el esposo desea el día de su desposorio, para gozarse,
tú deseas el de tu pasión, para sacarnos con tus penas de
nuestros trabajos. Una hora, Señor, se te hacía mil años para
haber de morir por nosotros, teniendo tu vida por bien
empleada en ponerla por tus criados. Y pues lo que se desea
atrae gozo, cuando es cumplido, no es maravilla que se llame
día
de tu alegría el día de tu pasión, pues era
deseado por ti. Y aunque el dolor de aquel día fuese muy
expresivo, de manera que en tu persona se diga: ¡Oh
vosotros, todos los que pasáis por el camino, atended, y ved
si hay dolor que se iguale con el mío, mas el amor
que en tu corazón ardía sin comparación era mayor, porque, si
menester fuera a nuestro provecho que tú pasaras mil tanto de
lo que pasaste, y que estuvieras enclavado en la cruz hasta
que el mundo se acabara, con determinación firme subiste en
ella, para hacer y sufrir todo lo que para nuestro remedio
fuese necesario. De manera que más amaste que sufriste, y más
pudo tu amor que el desamor de los sayones que te
atormentaban, y por eso quedó vencedor tu amor, y, como
llama
viva, no se pudieron apagar los ríos grandes y
muchas pasiones que contra ti vinieron. Por lo cual, aunque
los tormentos te daban tristeza y dolor muy de verdad, tu amor
se holgaba del bien que de allí nos venía. Y por eso se llama
día
de alegría de tu corazón.
Y
este día vio Abraham, y se gozó, no porque le faltase
compasión de tantos dolores, mas porque veía que el mundo y él
habían de ser redimidos por ello. Pues en este día, salid,
hijas de Sión -que son las ánimas que atalayan a
Dios por la fe-, a
ver el pacífico rey, que son sus dolores, que va a
hacer la paz deseada; y miralde, pues, para mirar a Él os son
dados los ojos. Y entre todos sus atavíos de desposorio, que
lleva, mirad a la
guirnalda de espinas que en su divina cabeza
lleva, la cual, aunque la trajeron y se la pusieron los
caballeros de Pilato, que eran gentiles, dícese habérsela
puesto su
madre, que es la sinagoga, de cuyo linaje Cristo
descendió según carne; porque por la acusación de la sinagoga,
y por complacer a ella, fue Cristo así atormentado. Y si
alguno os dijere: «Nuevos atavíos de desposado son éstos: por
guirnalda, lastimera corona; por atavíos de pies y manos,
clavos agudos que se los traspasan y rompen; azotes por cinta;
los cabellos pegados y enrubiados con su propria sangre; la
sagrada barba arrancada; las mejillas bermejas con bofetadas;
y la cama blanda, que a los desposados suelen dar con muchos
olores, tórnese en áspera cruz donde justiciaban los
malhechores. ¿Qué tiene que ver este abatimiento extremo con
atavíos de desposorio? ¿Qué tiene que ver acompañado de
ladrones, con ser acompañado de amigos, que se huelgan de
honrar al nuevo desposado? ¿Qué fruto, qué música, qué
placeres vemos aquí, pues la madre y amigos del desposado
comen dolores y beben lágrimas, y
los ángeles de la paz lloran amargamente, y no hay
cosa más lejos de desposorio, que todo lo que aquí parece?
Mas
no es de maravillar tanta novedad, pues el desposado y el modo
de desposar todo es nuevo. Cristo es hombre nuevo, porque es
sin pecado, y porque es Dios y hombre, y despósase con
nosotros, feos, pobres y llenos de males, no para dejarnos en
ellos, mas para matar nuestros males y darnos sus bienes. Para
lo cual convenía, según la ordenanza divina, que pagase Él por
nosotros, tomando nuestro lugar y semejanza, para, con aquella
semejanza de deudor, sin serlo, y con aquel duro castigo, sin
haber hecho por qué, matase nuestra fealdad y nos diese su
hermosura y riquezas. Y porque ningún desposado puede hacer a
su esposa de mala, buena; ni de infernal, celestial; ni de fea
en el ánima, hermosa; por eso busca las esposas que sean
buenas, hermosas y ricas, y van, el día del desposorio,
ataviados a gozar de los bienes que ellas tienen, y que ellos
no les dieron. Mas nuestro nuevo esposo a ninguna ánima halla
hermosa ni buena, si Él no la hace. Y lo que nosotros le
podemos dar, que es nuestro dote, es la deuda que debemos de
nuestros pecados. Y porque Él quiso abajarse a nosotros, tal
le paramos, cuales nosotros estábamos. Y tal nos paró cual Él
es. Porque, destruyendo con nuestra semejanza nuestro hombre
viejo, nos puso su imagen de hombre nuevo y celestial. Y esto
obró Él con aquellos atavíos que parecen fealdad y flaqueza y
son altísima honra y grandeza, pues pudieron deshacer nuestros
muy antiguos y endurecidos pecados, y traernos la gracia y
amistad del Señor, que es lo más alto que se puede ganar. Este
es el esposo, en que os habéis de mirar, y muchas veces al día
para hermosear lo que viéredes feo en vuestra ánima. Y ésta es
la
señal puesta en alto, para que, de cualquier
víbora que seáis mordida, miréis aquí y recibáis
la salud en sus llagas. Y en cualquier bien que os viniere,
miréis aquí, y os sea conservado, dando gracias a este Señor,
por cuyos trabajos nos vienen todos los bienes.
3. Con que ojos hemos de mirar los
prójimos
a) CON OJOS
QUE PASEN POR NOSOTROS
Pues
ya habéis oído con qué ojos habéis de mirar a vos misma y a
Cristo, resta, para cumplimiento de la palabra del profeta que
os dice: Ve,
que oyáis con qué ojos habéis de mirar a los
prójimos, para que así de todas partes tengáis luz y ningunas
tinieblas
os hallen. Y para esto habéis de notar que aquél
mira bien a sus prójimos, que los mira con ojos que pasen por
sí mismo y pasen por Cristo. Quiero decir: tiene un hombre
trabajos, cuanto a su cuerpo, o tristezas o ignorancias y
flaquezas, cuanto a su ánimo. Claro es que siente pena con el
calor y frío, y le duele la enfermedad y desea ser no
despreciado ni desechado por sus flaquezas, mas sufrido y
remediado y aplacado. Pues de esto que pasa en él, así en
sentir los trabajos, como en desear remedio en ellos, aprenda
y conozca lo que el prójimo siente, pues es de la misma flaca
naturaleza de Él. Y con aquella compasión le mire y remedie y
sufra, con que se mira a sí mismo y desea ser de los otros
mirado y remediado. Y así cumplirá lo que la Escriptura dice:
De
ti mismo entiende las cosas que son de tu prójimo.
Y haga con su prójimo lo que quiere que se haga con Él; porque
de otra manera, ¿qué cosa puede ser más abominable que querer
misericordia en sus yerros y venganza en los ajenos? Querer
que todos le sufran con mucha paciencia, pareciéndole sus
yerros pequeños, y no querer él sufrir a nadie, haciendo él de
la pequeña mota
del ajeno defecto una gran viga?
Hombre que todos quiere que miren por él, y le
consuelen, y él ser desabrido y descuidado para con los otros,
no merece llamarse hombre, pues no mira a los hombres con ojos
humanos, que deben de ser piadosos. La Escriptura dice:
Tener
peso y peso, medida y medida, abominable es delante de Dios,
a dar a entender que quien tiene una medida grande
para recebir, y otra pequeña para dar, que es desagradable
delante los ojos de Dios. Y su pena será que, pues él no mide
a su prójimo con la misericordia que quiere que midan a él,
que le mida Dios a él con la crueldad y estrecha medida con
que él mide a su prójimo. Porque escripto está: con
la medida que midiéredes, seréis medidos. Y juicio sin
misericordia será hecho a quien no hiciere misericordia.
Pues, doncella, en cualquier cosa que en vuestro
prójimo vierdes, ¿qué es lo que vos sentís, o querríades que
otros sintiesen de vos, acaeciendos a vos?, y con aquellos
ojos que pasan
por vos compadeceos de él, y remedialdo en cuanto
pudiéredes y seréis medida de Dios con esta piadosa medida que
vos midiéredes, y así habréis sacado conocimiento del prójimo
de vuestro proprio conocimiento, y seréis piadosa con todos.
b) CON OJOS
QUE PASEN POR CRISTO
1.
Los prójimos son pedazos del Cuerpo de Cristo
Agora mirad cómo lo habéis de sacar del
conocimiento de Cristo. Pensad con cuánta misericordia se hizo
hombre por amor de los hombres, con cuánto cuidado procuró en
toda su vida el bien de ellos; y con cuán excesivo amor y
dolor ofreció en la cruz su vida por la vida de ellos, y así
como, mirándoos a vos, mirastes a los prójimos con ojos
humanos, así, mirando a Cristo, los miraréis con ojos
cristianos, quiero decir, con los ojos que Él los miró.
Porque, si Cristo en vos mora, sentiréis
de ellos como
Él sintió, y veréis con cuánta razón sois vos
obligada a sufrir y amar a los prójimos, a los cuales Él amó y
estimó como la cabeza ama su cuerpo, y el esposo ama a su
esposa, y como hermano a hermanos, y como amoroso padre a sus
hijos. Suplicad al Señor que os abra los ojos, para que veáis
el encendido fuego de amor que en su corazón ardía cuando
subió en la cruz por el bien de todos, chicos y grandes,
buenos y malos, pasados y presentes y por venir. Y por los
mismos que le estaban crucificando. Y pensad que este amor no
se le ha resfriado, mas, si la primera muerte no bastara para
nuestro remedio, con aquel amor muriera ahora que entonces
murió. Y como una sola vez se ofreció al Padre en la cruz
corporalmente por nuestro remedio, así muchas veces se ofrece
en la voluntad con el mismo amor. Decidme, ¿quién será aquel
que pueda ser cruel a los que Cristo es tan piadoso? ¿Cómo
hallará puerta para codiciar mal ni destruición al que ve que
Dios le desea todo bien y salvación? No se puede escribir ni
decir el amor que se engendra en el corazón del cristiano que
mira a sus prójimos, no según lo de fuera así como según
riquezas, linaje o parentesco, o otras condiciones semejables,
más como unos entrañables pedazos del Cuerpo de Jesucristo, y
como cosa conjuntísima a Cristo, con todo linaje de parentesco
y amistad. Porque, si según dice el refrán: «Quien bien quiere
a Beltrán, bien quiere a su can», ¿cuánto os parece que querrá
un amador de Cristo a su prójimo, viéndole hecho cuerpo de Él,
y que ha dicho el mesmo Señor, por su boca, que
el bien o el mal que al prójimo se hiciere, el mismo Señor lo
recibe hecho a sí? Y de aquí viene que conversa el
cristiano con sus prójimos con tanto cuidado de no los enojar,
y tanta mansedumbre para los sufrir, que le parece que con el
mismo Cristo conversa. Y tiénese en su corazón por más esclavo
de ellos y más obligado al provecho de ellos, que si por gran
suma de dineros fuera de ellos comprado. Porque, mirando el
precioso precio que Jesucristo dio por él, derramando su
bendita sangre, ofrécese todo en servicio de Cristo, sin
querer ser suyo en poco ni en mucho. Y tiene por muy gran
merced poder en algo emplearse en servicio de aqueste Señor. Y
como oye de la boca de él que los prójimos son su esposa y
hermanos, y entrañablemente amados de él, ocúpase con grande
alegría en provecho de ellos por él, pareciéndole el trabajo
pequeño y los años breves por la grandeza del amor, y trayendo
a la contina en su corazón lo que el Señor amoroso tan
estrechamente mandó, cuando dijo: Mi
mandamiento
es aqueste, que os améis unos a otros como yo os ame.
2. El amor
del Señor en los prójimos se paga
Y
añadid a esto otros ojos con que habéis de mirar a los
prójimos. Y sabed, que aunque por una parte sea gran verdad
que de los bienes que el Señor hace a uno no quiera ni espere
el Señor interese proprio, mas todo lo que da es para gracia y
merced; mas, mirando por otra parte, ninguna cosa da de la
cual no quiera retorno, no para sí, mas para los prójimos.
Así, como, si un hombre hobiese prestado a otro muchos
dineros, y héchole otras muchas buenas obras, y le dijese: «De
todo esto que por vos he hecho, yo no tengo necesidad de
vuestra paga; mas todo el derecho que contra vos tenía, lo
cedo y traspaso en la persona de hulano que es necesitada;
pagalde a él el agradecimiento y amor y deudas que a mí me
debéis, y con ello me doy yo por pagado, porque con esa
intención hice con vos lo que hice.» De esta arte entre el
cristiano en cuenta con Dios, y mire lo que de él ha recebido,
así en los trabajos y muerte que el Hijo de Dios pasó por él,
como en las misericordias que después de criado le ha hecho,
no castigándole por sus pecados, no desechándole por sus
enfermedades, esperándole a penitencia, y perdonándole cuantas
veces ha pedido perdón, dándole bienes en lugar de males, con
otras innumerables mercedes, que no se pueden contar. Y piense
que esta amorosa contratación de Dios con él, le ha de ser un
dechado y regla para la conversación que él ha de tener con su
prójimo. Y que el intento con que Dios ha obrado con él tantas
mercedes es para darle a entender que, aunque el prójimo no
merezca por sí ser sufrido, ni amado, ni remediado, quiere
Dios hacelle gracia de todas estas obligaciones que tiene
contra el que recibió las mercedes, para que el bien que el
prójimo por sí no merece, le sea concedido por lo que se debía
a Dios. Y se conozca por obligado y esclavo de los otros,
mirando a Dios, el que, mirando a ellos, se hallaba no deber
nada; y tema mucho no sea en algo cruel o desamorado con los
prójimos porque Dios no lo sea para con él, quitándole los
bienes recebidos y castigándole como a desagradecido del
perdón de los males pasados, así como lo hizo con aquel mal
siervo que, habiendo recibido de su Señor perdón de diez mil
talentos, fue cruel para con su prójimo, encarcelándole porque
le debía cien maravedís. Y oyó de la boca de su Señor palabras
de grandísima ira con que le dijo: Siervo
malo, perdonéte toda la deuda que me debías, porque rogaste,
¿pues no fuera razón que hobieras tú misericordia de tu
prójimo, como yo la hube de ti? Y airado el Señor
entrególe a los atormentadores, hasta que le pagase toda la
deuda que le había perdonado. Considerad, pues, a vos, y
considerad a Cristo y los bienes de él recebidos, y
engendrarse ha en vuestro corazón un limpio y fortísimo amor
con todos los prójimos, que ningún trabajo que por ellos
pasáredes, y ningunos males que ellos os hagan, os lo puedan
quitar; mas, ardiendo este amor como viva llama, vencerá
siempre los males que hicieren con bienes que él haga. Y
mirando que no los amáis por ellos, no los dejaréis de amar
por las malas obras de ellos; mas considerando a Cristo en
ellos, aunque os veáis desechada, no os airaréis; aunque
recibáis mal por bien, no os enojaréis, porque los ojos que
ternéis puestos en Cristo, por cuyo amor los amáis, os darán
tanta luz que en ninguna cosa que los prójimos hagan sentiréis
tropiezo.
Y
éste es el amor y el respeto que a los prójimos habéis de
tener, fundado en vos y fundado en Cristo. Y el que de estas
fuentes no nace es muy flaco y luego se causa. Y como casa
edificada sobre movediza arena a cualquier combate y ocasión
da consigo en el suelo.
+++
III.
ET INCLINA AUREM TUAM
Tercera
palabra. Como
hemos de inclinar nuestras orejas y
de
las malas revelaciones del demonio
Es
tanta la alteza de las cosas de Dios y tan baja nuestra razón,
y fácil de ser engañada, que para seguridad y salvación
nuestra, ordenó Dios salvarnos por fe, y no por nuestro saber.
Lo cual no hizo sin muy justa causa, porque, pues el mundo,
como dice San Pablo, no
conoció a Dios en sabiduría, antes desatinaron los
hombres en diversos errores, atribuyendo la gloria de Dios al
sol y luna y otras criaturas. Y otros ya que conocieron a Dios
por rastro de las criaturas, tomaron
tanta soberbia
de su rastrear y conocer cosa tan alta, que les
fue quitada esta luz por su soberbia, que el Señor por su
bondad les había dado; y así cayeron en tinieblas de idolatría
y de muchedumbre de otros pecados, como habían caído los que
no conocieron a Dios, por lo cual así como los ángeles malos,
después que pecaron, no consitió Dios, como quien queda
escarmentado, que hobiese en el cielo criatura que pudiese
pecar, así viendo cuán mal las se aprovecharon los hombres de
su razón, no quiso dejar en manos de ella el conocimiento de
él y salvación de ellos, mas antes, como dice San Pablo, quiso
que por la predicación de lo que la razón no alcanza, hacer
salvos no a los escudriñadores, mas a los sencillos creyentes,
por lo cual después de habernos el Espíritu Santo amonestado
las dos ya dichas palabras, oye
y ve, luego nos amonesta la tercera que dice:
Inclina
tu oreja.
A) Positivamente
1. A
la palabra de Dios: «toda la Sagrada Escritura»
En la cual nos da a
entender que debemos profundamente sujetar nuestra razón, y no
estar yertos en ella, si queremos que el oír
y ver no nos sea ocasión de perdición. Porque es
cierto que muchos han oído palabras de Dios, y han tenido
claros entendimientos de cosas sutiles y altas, y porque se
arrimaron más a la vista que a
inclinar la oreja, tornóseles la luz en ceguedad y
tropezaron en luz de mediodía como si fuera tinieblas. Por
eso, ánima, que no queréis errar en el camino del cielo,
inclinad
vuestra oreja, quiero decir, vuestra razón, y no
tengáis temor de ser engañada. Inclinada a la palabra de Dios,
que está dicha en toda la sagrada Escriptura, y, si no la
entendiérdes, y os pareciere que va contra vuestra razón, no
penséis que erró el Espíritu Santo que la dijo; mas sujetadle
vuestro entendimiento, y creed que por la grandeza de ella vos
no la podéis alcanzar. Y mirad que manda Dios por el profeta
Esaías que nuestro recurso sea a su santa Escriptura; y que a
los que no hallaren según ella, no les nacerá la luz de la
mañana. Porque aunque en otras cosas puedan ser sabios sin
tener ciencia de ella, mas tener conocimiento de Dios y de lo
que cumple a nuestra salud, no se alcanza sino por sabiduría
de la palabra de Dios.
Y
habéis de mirar que la exposición de esta Escriptura no ha de
ser por seso o ingenio de cada cual, que de esta manera qué
cosa habría más incierta que ella, pues comúnmente suele haber
tantos sentidos cuantas cabezas, mas ha de ser por la
determinación de la Iglesia católica, a interpretación de los
santos de ella, en los cuales habló el mismo Espíritu Santo,
declarando la Escriptura que habló en los mismos que la
escribieron. Porque de otra manera, ¿cómo se puede bien
declarar con espíritu humano lo que habló el Espíritu divino?
Pues que cada Escriptura se ha de leer y declarar con el mismo
espíritu con que fue hecha. Y aunque a toda la Escriptura de
Dios hayáis de inclinar vuestra oreja con muy gran reverencia,
mas inclinalda con muy mayor y particular devoción y humildad
a las benditas palabras del Verbo de Dios hecho carne,
abriendo vuestras orejas del cuerpo y del ánima a cualquier
palabra de este Señor, particularmente dado a nosotros por
maestro, por voz del eterno Padre que dijo: Este
es mi amado Hijo en el cual me he aplacido, a él oíd.
Sed estudiosa de leer y oír con atención y deseo
de aprovechar estas palabras de Jesucristo. E sin duda
hallaréis en ellas una excelente eficacia que obre en vuestra
ánima, la cual no la hallaréis en todas, las otras que desde
el principio del mundo Dios ha hablado ni ha de hablar hasta
el fin de él.
2. A la enseñanza de la
Iglesia católica, cuya cabeza es el Papa
Ítem, inclinad vuestra
oreja a la determinación y enseñanza de la Iglesia católica,
cuya cabeza en la tierra es el Pontífice romano. Y tened por
cierto, como San Hierónimo dice, que cualquiera persona que
fuera de esta obediencia y creencia comiere el cordero de
Dios, profano es. Y quienquiera que fuere hallado fuera de
esta Iglesia, necesariamente ha de perecer, como los que no
entraron en el arca de Noé fueron ahogados en el diluvio. Y
contra esta Iglesia no os mueva revelación ni sentimiento de
espíritu, ni otra cosa mayor o menor, aunque viniese ángel
del cielo a lo decir, porque como dice San Pablo,
esta Iglesia es
columna y firmamento de la verdad, y mora en ella
el Espíritu Santo, que ni engaña ni puede ser engañado.
Por
tanto nos os muevan doctrinas de herejes pasados, o presentes,
o por venir, los cuales desamparados de las manos de Dios, en
pena de su soberbia, siguen luz falsa, creyendo que es
verdadera, y, perdiéndose ellos, son causa de perdición de
cuantos los siguen. Mirad en lo que han parado los que se
apartaron de la creencia de esta Iglesia católica y cómo
fueron semejables a un ruido de viento que presto se pasa y
presto se olvida; y cómo la firmeza de nuestra fe ha quedado
por vencedora, y aunque combatida, nunca vencida, por
estar firmada sobre firme piedra, contra la cual
ni lluvias,
ni vientos, ni ríos, ni las puertas del infierno pueden
prevalecer. Cerrad vuestras orejas a toda la
dotrina ajena de la Iglesia y según la creencia usada y
guardada de tanta muchedumbre de años, pues sabéis de cierto
que en ella han sido salvados y santos grandísima muchedumbre
de gente. Porque no veo cosa de mayor locura que dejar un
camino, del cual está cierto que los que por él han caminado
han sido sabios, y han agradado a Dios, y han ido al cielo,
por seguir a unos menores que éstos sin comparación en todas
estas cosas, y solamente mayores en la soberbia y desvergüenza
de querer ser más creídos, sin prueba ninguna, que la
muchedumbre de los pasados, que tuvieron divinal sabiduría, y
excelentísima vida, y muchedumbre de grandes milagros. Esperad
un poco y veréis el fin de los malos, y como los vomitará
Dios con extrema deshonra, declarando el error de
ellos, como lo hizo de los pasados y pues esto es así, para
que estéis segura de estos engaños, tomad el consejo de esta
dicha palabra: Inclina
tu oreja, y sabed que, aunque es grande la
obediencia que Dios nos pide en nuestra voluntad, pues quiere
que ninguna cosa amemos sino a Él, o por Él, mas muy mayor sin
comparación es la que nos demanda en nuestro entender
mandándonos que, hollada nuestra razón, nos sujetemos a
creencia de lo que ella no alcanza. Y esto, para que
merezcamos ver claramente a Dios en el cielo como Él es, pues
le creímos en sus palabras a la Iglesia, aunque nuestra razón
no le alcanzase acá en el suelo, y para esta firme y
bienaventurada creencia no hay cosa que tan contraria sea como
tener entendimiento escudriñador, inquieto, dado a argumentos
y razones, y ajeno de simplicidad y humildad, y que quiere
tantear las inefables cosas de Dios y de su camino con la
poquedad de su rastrear. Y acaece a éstos lo que a los que
miran de hito al sol en su luz, los cuales no sólo no ven más
que antes, mas menos. Tornáseles la luz tinieblas, no en ella,
mas en los ojos de ellos, por ser tan flacos para mirar tan
excesiva copia de luz, lo cual dice así la Escriptura:
El
escudriñador de la Majestad será oprimido con la
gloria, como si dijese: «El que no se sujeta a
creer las cosas de Dios, mas quiere por escudriño entenderlas,
será derribado como con peso incomportable, con la altísima
gloria que quiere decir claridad que tienen las cosas de Dios
que él escudriña; y será rechazado su entendimiento, y cegado,
por el sumo exceso que hay de él a la alteza de las cosas de
Dios. Y así, en lugar de la luz que buscaba, saca tinieblas, y
en lugar de ir satisfecho y con sosiego del ánima, saca
inquietud, porque no se queriendo llegar a Dios con sencilleza
y humildad de niño, no se le comunica el Espíritu Santo, que a
solos los humildes
se da. Y sin él por fuerza ha de quedar el ánima
fría, inquieta, llena de dudas, y en hambre continua, diciendo
después que muchos trabajos aquella voz de filósofos cansados
de su curiosidad y vacío de contentamiento: «Esto sólo
sabemos, que ninguna cosa sabemos».
Quien
quisiere, pues, nadar sin ser ahogado en el abismo de las
cosas de Dios, no ha menester dos ojos y dos orejas, mas uno.
Acordaos como lo dice el esposo a la esposa en los Cantares:
Heriste
mi corazón, hermana mía, esposa, en uno de tus
ojos, y mirad también que en la palabra que
estamos declarando no dice el Espíritu Santo: Inclina tus
orejas, sino: Inclina
tu oreja, porque no con ojo de nuestra razón, mas
con ojo de fe herimos de amor al corazón de Jesucristo nuestro
Señor. Y no nos pide la oreja que escudriña y tantea lo que le
dicen, mas la que cree con sinceridad; porque la otra no es
oreja de quien quiere aprender, mas de quien se tiene por
sabio aún para con Dios, no queriendo creer de Él sino lo que
alcanza su ciega razón. Y aunque parece que esta oreja oye, no
se inclina, pues no quiere creer lo que no entiende. Y así
quédase pobre, porque, faltando la fe, ningún bien le puede
dar, mas la que se inclina es enriquecida de Dios con darle su
espíritu y otras innumerables mercedes que tras las humildad
de fe suelen venir, con las cuales queda el ánima hermoseada
en su corazón y en sus obras, a semejanza de Rebeca, hermosa
doncella, a la cual le fue dado de parte de Isaac ajorcas para
las manos y zarcillos para la oreja. Y, porque nos fuese más y
más encomendada esta sencilla sujeción del entendimiento a las
cosas de Dios, no se contentó el Espíritu Santo: Oye
hija, que bien entendido quiere decir: Cree, mas
añade la tercera palabra diciendo: Inclina
tu oreja; para que sepan los hombres que, pues
Dios no habla palabras ociosas, en decir tantas veces una
misma cosa por diversas palabras, nos quiere muy de verdad
encomendar este sencillo y humilde creer y decir que consiste
en ello nuestra salud.
B)
Negativamente
1. Malas
revelaciones del demonio
No
es razón que pase aquí sin avisaros de un peligro que a los
que caminan el camino de Dios acaece, y a muchos ha derribado.
El principal remedio del cual, consiste en el aviso que el
Espíritu Santo nos dio, mediante aquesta palabra que dice:
Inclina
tu oreja. Y este peligro es ofrecerse a alguna
persona devota revelaciones o visiones, o otros sentimientos
espirituales; los cuales muchas veces, permitiéndolo Dios,
trae el demonio para dos cosas: una, para, con aquellos
engaños, quitar el crédito de las verdaderas revelaciones de
Dios, como también ha procurado falsos milagros para quitar el
crédito de los verdaderos; otra, para engañar a la tal persona
debajo de especie de bien, ya que por otra parte no pueda.
Muchos de los cuales leemos en los tiempos pasados, y muchos
hemos visto en los presentes, los cuales deben poner
escarmiento y dar aviso a cualquiera persona deseosa de su
salud, a no ser fácil en creer estas cosas, pues los mismos
que tanto crédito primero les daban, dejaron y avisaron,
después de haber sido libres de aquellos engaños, que se
guardasen los otros de caer en ellos.
a) ENGAÑOS
PASADOS
Gersón
cuenta haber acaecido en su tiempo muchos engaños de aquesto.
Y dice haber sabido de muchos que decían y tenían por muy
cierto haberles revelado Dios que habían de ser papas, y
alguno de ellos lo escribió así, y por conjeturas y otras
pruebas afirmaban ser verdad. Y otro, teniendo el mismo
crédito que había de ser papa, después se le asentó en el
corazón que había de ser anticristo, o a lo menos mensajero, y
después fue gravemente tentando de matarse él mismo, por no
traer tanto daño al pueblo cristiano, hasta que por la
misericordia de Dios fue sacado de todos estos engaños, y los
dejó, enseñándolo para cautela y enseñanza de todos.
b) ENGAÑOS DE
ESTOS TIEMPOS
No
han faltado en nuestros tiempos personas que han tenido por
cierto que ellos habían de reformar la Iglesia cristiana, y
traerla a la perfección que en su principio tuvo, o a otra
mayor. Y el haberse muerto sin hacerlo, ha sido suficiente
prueba de su engañado corazón, y que les fuera mejor haber
entendido en su propria reformación que con la gracia de Dios
les fuera ligera, que, olvidando sus proprias conciencias,
poner los ojos de su vanidad en cosa que Dios no la quería
hacer por medio de ellos.
Otros
han querido buscar sendas nuevas, que les parecía muy breve
atajo para llegar presto a Dios. Parecíales que, dándose una
vez perfectamente a Él, y dejándose en sus manos, eran tanto
amados de Dios, y regidos por el Espíritu Santo, que todo lo
que a su corazón venía no era otra cosa sino lumbre e instinto
de Dios. Y llegó a tanto este engaño que, si aqueste
movimiento interior no les venía, no habían de moverse a hacer
obra, por buena que fuese. Y si les movía el corazón a hacer
alguna obra, la habían de hacer, aunque fuese contra el
mandamiento de Dios, creyendo que aquella gana que en su
corazón sentían era instinto y libertad del Espíritu Santo que
los libertaba de toda obligación de mandamiento de Dios, al
cual decían que amaban tan de verdad que, aún quebrantando sus
mandamientos, no perdían su amor. Y no miraban que predicó el
Hijo de Dios, por su boca lo contrario de esto, diciendo:
Si
alguno me ama guardará mi palabra. Y el que tiene mis
mandamientos y los guarda, aquel es el que ama,
dando claramente a entender, que quien no guarda
sus palabras, no tiene su amor ni amistad, porque, como dice
San Augustín: «No puede uno amar al rey, cuyo mandamiento
aborrece.»
Y
lo que el Apóstol dice, que al
justo no le es impuesta ley y que, donde
está el Espíritu del Señor, allí hay libertad, no
se ha de entender que el Espíritu Santo haga a ninguno, por
justo que sea, libertado de la guarda de los mandamientos de
Dios, mas antes, cuanto más se les comunica, más amor les
pone, y, creciendo el amor, crece el cuidado y gana de guardar
más y más las palabras de Dios, más amado: Si no que, como
este Espíritu sea eficacísimo y haga el hombre verdadero y
ferviente amador, pónele tal disposición en el ánimo que no le
es pesada la guarda de los mandamientos de Dios, antes muy
fácil, y tan sabrosa que diga David: Cuán
dulces son para mi garganta tus palabras, más que la miel para
mi boca. Porque, como este Espíritu ponga
perfectísima conformidad en la voluntad del hombre con la
voluntad de Dios, haciéndole que sea un espíritu
con él que quiere decir, tener un querer y no
querer, necesariamente ha de ser al hombre sabrosa la guarda
de la voluntad de Dios, tanto que si la misma ley de Dios se
perdiese, se hallaría escripta por el Espíritu Santo en la
voluntad del tal hombre, pues está conforme con la voluntad de
Dios, que hizo la ley.
Y
como sea fácil y dulce uno obrar lo que ama, de ahí es que
quien aqueste Espíritu de Dios, que hace libre tiene en
abundancia, obra tan sin pesadumbre y sin captiverio que,
aunque no hobiese infierno que amenazase ni paraíso que
convidase, ni mandamiento que constriñese, obraría por sólo el
amor de la voluntad de Dios lo que obra; y todo lo que
sufriese le sería agradable; como un amoroso hijo reverencia y
ama a su padre, y cumple sus palabras, por sólo el amor libre
que del filial parentesco se causa en su corazón, sin mirar a
otra. Pues como el Espíritu de Dios obró en el corazón del
hombre para con Dios lo que la generación humana en el corazón
del hijo para con su padre, hácele obrar por puro amor, sin
que ninguna cosa le sea carga. Y tras este perfeto amor viene
perfeto aborrecimiento de todo pecado, y viene la perfeta
confianza, que quita toda tristeza y temor. Y quitándole del
corazón maldad y temor, quítale toda pesadumbre y hácele libre
de toda carga; sufre los trabajos no sólo con paciencia, mas
con alegría. Y porque ninguna cosa tiene sobre su cuello que
se le apegue, dícese no ser esclavo, mas libre,
que obra por puro amor, y no forzado por las
promesas o amenazas de la ley. Y por eso dice que no
le es puesta ley; porque, aunque la guarda, no
siente aquella pena con ella que suelen sentir los que hallan
su corazón contrario a la ley, los cuales obran no por amor ni
con delites, mas apremiados y compelidos con el temor de la
ley. De manera que, aunque al justo lo es puesta ley, y es
obligado a guardarla, se dice no le ser puesta por el espíritu
que le da, y el amor que liberta, no de la guarda de ella, mas
de la carga de ella, que hace que no esté él debajo de ella
como caído y entristecido y atemorizado, mas encima de ella,
sintiendo su corazón tan lleno de amor que le hace obrar con
deleite lo que ella manda con majestad. No porque es mandado
con imperio cargoso, sino porque obrada a Dios entrañablemente
amado. Por el cual aun haría hombre más de lo que la ley
manda, si menester fuese, ardiendo con mayor fuego que el que
la misma ley pone. Y así no está justo debajo de ley,
haciéndosele de mal lo que ella manda, mas está encima de
ella, porque se deleita en el cumplimiento de ella. Y cuanto
tiene de amor, tanto tiene de libertad.
Y así se ha de
entender lo que dice el apóstol: Si
sois llevados por el espíritu, no estáis debajo de ley.
Como si dijese. El espíritu hace que no os tenga
apremiados ni derribados la ley como con peso. Y por eso se
dice este espíritu hacer libres, porque quita la gana del
pecar, y la pesadumbre de la ley, y las tristezas y congojas
que suelen dar los trabajos, y hace robustos y fuertes contra
el pecado, y amorosos para con la ley, y gozosos en los
trabajos, mas no quebrantadores de los mandamientos de Dios,
antes en esto más servidores, porque más amadores; y en
quebrándose uno de los mandamientos de Dios, este espíritu se
va luego, según está escripto, que se
aparta de los pensamientos que son sin entendimiento, y será
echado del ánima, por venir a ella la maldad. No
diga, pues, nadie quebrantando mandamiento de Dios, que sea
justo o libre con el amor de Dios; porque, como no hay
participación
de luz en tinieblas así no la hay entre Dios y el
que peca, según está escripto, que es
aborrecible a Dios el malo y su maldad.
c) REGLAS
PARA NO ENGAÑARSE
Heos
querido dar cuenta de este tan ciego error, como poniéndoos
ejemplo por donde saquéis otros muchos tan torpes y más que
aqueste, en los cuales han caído en tiempos pasados y
presentes los que han querido dar crédito ligeramente a lo que
sentían en su corazón, creyendo ser todo de Dios, y porque
vuestra ánima no sea una de aquestas, notaréis las reglas
siguientes, pidiendo a nuestro Señor que él, mediante ellas,
os libre de lazo tan peligroso.
1. No desear
revelaciones
Sea la primera, que
tengáis mucho aviso de no consentir poco ni mucho vivir en vos
el deseo de visiones o revelaciones, o cosas semejantes;
porque es señal de soberbia o curiosidad peligrosa. De lo cual
San Augustín fue en algún tiempo tentado, y suplicaba con
mucha instancia a nuestro Señor no le dejase consentir en
ello; cuyas palabras son éstas: «¡Con cuántas artes de
tentaciones trabajó conmigo el demonio porque pidiese a ti,
Señor, algún milagro!; más ruégote, por amor de nuestro rey
Jesucristo, y por nuestra ciudad Jerusalén, la del cielo, que
es casta y sencilla, que así como está lejos de mí el
consentimiento de aquesta tentación, así lo esté siempre más y
más lejos.» Y San Buenaventura dice que muchos han sido
derribados en muchas locuras y errores por el deseo de
aquestas cosas, y dice que antes deben ser temidos que
deseados.
2. No
ensoberbecerse, si se tienen
Y si, sin quererlas vos,
os vinieren, no os alegréis vanamente, ni les deis luego
crédito, mas recorred luego a nuestro Señor suplicándole que
no sea servido de llevaros por este camino, pues hay otros
muchos más dignos a quien puede su Majestad tomar por
instrumentos para estas cosas, y a vos que os deje obrar
vuestra salud en humildad, que es camino seguro. Especialmente
habéis de mirar aquesto cuanto la revelación o instinto
interior os convidare a reprehender, o avisar de alguna cosa
secreta a tercera persona, cuanto más, si es sacerdote, o
perlado, o semejante persona; desechar muy de corazón estas
cosas, y decir como dijo Moisén: Suplícote
Señor, envíes el que has de enviar. Y como
Jeremías decía: Mochacho
soy, Señor, y no sé hablar, teniéndose entrambos
por insuficientes, y huyendo de ser enviados a corregir y
avisar a los otros.
Y
no temáis que por esta resistencia humilde se enojará o
ausentará nuestro Señor, antes se acercará más, y lo aclarará
más, pues que quien da
su gracia a los humildes, no la quitará la que ya
ha dado a los que lo son. De San Ambrosio leemos que,
apareciéndole ciertas noches la figura de San Pablo, y de
Gamaliel no dio crédito que aquello fuese de parte de Dios;
mas suplicóle muchas veces, que, si era alguna ilusión del
demonio, él la hiciese huir, y, si era cosa buena, él la
aclarase. Mas, para que diese crédito a cosa cierta, y no
estuviese penado cada duda, y acrecentando él los ayunos y
oraciones, certificóle nuestro Señor que aquella visión no era
engaño, mas cosa de él. Y entonces se aseguró. De un padre del
yermo leemos que, apareciéndole uno en figura del crucifijo,
no solo no lo quiso adorar ni creer, mas cerrados los ojos,
dijo: «No quiero ver en este mundo a Jesucristo, que abástame
que lo vea en el cielo». Con la cual repuesta huyó el demonio,
que con figura ajena quería engañar al ermitaño. Otro padre
respondió a uno que decía ser el ángel enviado a él de parte
de Dios: «Yo no he menester ni soy digno de mensajes de
ángeles; por eso mira a quien te enviaron, que no es posible
que te enviaron a mí, ni te quiero oír». Y así con esta
humilde respuesta huyó el demonio soberbio.
Y
por esta vía de humildad, y de desechar de corazón estas
cosas, han sido muchas personas libres por la mano de Dios de
muy grandes lazos que por esta vía el demonio les tenía
armados, probando en sí mismos lo que dice David: El
Señor guarda a los pequeñuelos, humilléme yo, y libróme
Él. Y en otra parte dice: Él
me libró del lazo de los cazadores; y, por el
contrario, hallando la falsa revelación o instinto del
demonio, algún aplacimiento liviano en el corazón de quien le
recibe, prende allí y toma fuerzas para del todo engañar,
permitiéndolo Dios no sin justo juicio. Porque, como dice San
Augustín, la
soberbia merece ser engañada. Estad, pues, tan
limpio de aqueste aplacimiento, y de pensar que sois algo para
aquestas revelaciones, que se mude vuestro corazón del lugar
humilde en que antes estaba debajo del temor santo de Dios. Y
así os habed en ellas como si no os hobieran venido, esperando
la voluntad y mandamiento del Señor en todas las cosas, el
cual aclare a lo que cerca de ellas habéis de tener y a que
estéis libres del deseo curioso de aquestas cosas.
3. No darles
crédito fácilmente
Resta deciros en esto tres
reglas cómo se conocerá ser un espíritu de revelación bueno o
malo. La cual cuestión no sabría decir si es más necesaria que
dificultosa de saber. Porque, si al Espíritu bueno de Dios
tenemos por espíritu malo del demonio, ¿qué blasfemia puede
ser peor y en qué diferimos de los miserables fariseos
contraditores de la verdad de Dios, que atribuyen al espíritu
malo las obras que Jesucristo nuestro Redemptor hacía por el
Espíritu Santo? Y, si con facilidad de creencia aceptamos el
instinto al espíritu malo por cosa del Espíritu Santo, ¿qué
mayor mal que de éstos, que seguir las tinieblas por luz, y el
engaño por verdad, y lo que peor es al demonio por Dios? En
entrambas partes hay peligro grande, o teniendo a Dios por
demonio o al demonio por Dios. Y cuán gran necesidad haya de
saber distinguir y estimar cada cosa de éstas en lo que ella
es, ninguno hay, por ciego que sea, que no lo vea. Mas cuán
clara está la necesidad, tan ascondida y dificultosa está la
certificación y lumbre de aquesta duda. Y así como no es de
todos profetizar o hacer milagros, con otras semejantes
gracias, sino de aquellos a quien el Espíritu Santo por su
voluntad las reparte, así como no es dado al espíritu humano,
por sabio que sea, juzgar con certidumbre y verdad la
diferencia de los espíritus, si no fuese alguna cosa muy clara
contra la Escriptura o Iglesia de Dios. Necesaria es en todo
caso lumbre del Espíritu Santo, que se llama discreción
de espíritu, con la cual entrañable inspiración y
alumbramiento se hace huir todo error, y opinión y duda. Y
juzga el hombre, que este don tiene, cuál es el espíritu de
verdad o de mentira, sin error. Y si nuestro Señor os ha dado
este don, excusado es daros otra enseñanza más; sino, para
alguna ayuda de aquesta cosa tan alta, miraréis los siguientes
avisos, sacados de las palabras de Dios, y de sus santos.
2. Avisos de discreción de espíritus aviso primero para
conocer las revelaciones
a)
CONFORMIDAD CON LA SAGRADA ESCRITURA
Sea
el primero, que la tal revelación o espíritu no venga sola,
mas acompañada de la Escriptura de Dios, contenida en el Viejo
y Nuevo Testamento, y nuevas cosas conformes a la enseñanza y
vida de Cristo y de los santos pasados.
De
esta manera leemos que, cuando apareció Cristo en el monte
Tabor, no fue solo, mas con copia de abonados testigos. No
porque Él los hobiese menester, pues es verdad inmutable, de
cuya participación reciben firmeza todas las otras verdades,
mas por darnos a entender que así como en otras cosas Él
padeció y hizo por nuestro ejemplo lo que mirando a Él no
había necesidad de hacerlo, así trayendo testigos el que no
los hubo menester, se nos da a entender que no debemos recebir
cosa ninguna de aquestas, si no trae por testigos al Viejo
Testamento con sus profetas, que son figurados en Moisén y
Elías, y al Nuevo y dotrina apostólica, figurado en San Pedro,
San Juan y Santiago, que presentes estaban. En la cual
enseñanza hemos de estar tan firmes que, si el ángel del cielo
contra ésta nos enseñase, no lo hemos de creer, mas tenerlo
por engaño y maldición, como dice el apóstol San Pablo.
Lo
cual no se dice porque el ángel bueno pueda enseñar cosa
contra la Escriptura de Dios, mas, para que sepamos que hemos
de dar mayor creencia que a criatura del cielo ni de la tierra
a la Escriptura divina, pues quien en ella habló es más alto y
más verdadero que todos; y ella es el sello real que hace dar
crédito a las revelaciones y dotrinas que concuerdan con ella,
y es el cuño donde está la verdadera moneda de la verdad de
Dios, a la cual se ha de venir a examinar toda otra cosa para
ser aprobada, si fuere conforme, o reprobada, si discordare. E
ya os he arriba avisado, y por eso no lo torno a decir, que la
interpretación de esta Escriptura no ha de ser por humano
sentido, mas por luz del Espíritu Santo, que alumbra a su
Iglesia y a los santos dotores que en ella han hablado.
b) NO HAYA
MENTIRA
El
segundo aviso sea, que estéis muy atenta en la tal revelación
o instinto a ver si hay en ella alguna mentira.
Porque,
si la cosa es de Dios, desde el principio hasta el fin
hallaréis verdad sin mezcla de mentira, ni de salir en balde
lo que Él dijere; mas lo que es del demonio muchas veces hay
mil verdades, para hacer creer una mentira. Y avísoos que no
seáis fácil a dar crédito a palabras de revelación, que por
voz corporal oyéredes, o a las que dentro del ánima os fueren
dichas, las cuales, aunque a algunas ignorantes parecen ser
todas de parte de Dios, por ver que el ánima las percibe tan
claramente como si con las orejas del cuerpo las oyesen, y
sienten de cierto que no salen de ella, sino que les son de
otro espíritu dichas; mas, aunque así sea, muchas de ellas, y
muchas veces, son del demonio, que puede hablar a nuestra
ánima como un hombre a nuestro cuerpo. Y muchas de estas tales
palabras interiormente dichas al ánima he visto yo en personas
haber sido llenas de engaño, y del espíritu de la falsedad.
Esperad,
pues, hasta el fin, y mirad si se mezcla alguna mentira, y, si
se mezcla, tenedlo todo por sospechoso y examinadlo con
diligencia doblada.
c) TRAIGA
PROVECHO ESPIRITUAL
Sea
el tercero aviso, que la tal revelación traya algún provecho y
edificación para el ánima, dejando el corazón más aprovechado
que antes, instruyéndolo de cosa saludable. Porque, si un
hombre bueno no habla cosas ociosas, menos las hablará nuestro
Señor, el cual dice: Yo
soy el Señor, que te enseño cosas provechosas, y te gobierno
en el camino que andas. Y cuando viéredes que no
hay cosa de provecho, mas marañas y vanidad, tenedlo por fruto
del demonio que anda por engañar, o hacer perder tiempo a la
persona a quien la trae, y a las otras a quien se cuenta; y
cuando más no puede, con este perdimiento de tiempo se da por
contenta.
d) CIERTA
SEÑAL ES LA HUMILDAD
Otros
muchos avisos se suelen dar para esto mismo, así como si la
visión trae al principio espanto y después sosiego, suélese
tener por buena. Y, si al contrario, por sospechosa. Mas la
más cierta señal que asegura lo que el ánima tiene ser de Dios
es la humildad. Lo cual pone tal peso en la moneda espiritual,
que suficientemente la distingue de la falsa y liviana moneda.
Porque, según dice San Gregorio: «Evidentísima señal de los
escogidos es la humildad, y de los reprobados es la soberbia.»
Mirad, pues, qué rostro queda en vuestra ánima de la visión o
consolación, y espiritual sentimiento. Y, si os veis quedar
más humilde y avergonzada de vuestras faltas, y con mayor
reverencia y temblor de la infinita grandeza de Dios, y no
tenéis deseos livianos de comunicar con otras personas aquello
que os ha acaecido, ni tampoco vos ocupáis mucho en mirarlo o
hacer caso de ello, mas echaislo en olvido, como cosa que
puede traeros alguna estima de vos; si alguna vez os viene a
la memoria, humillaisos y maravillaisos de la gran
misericordia de Dios que a cosas tan viles hace tantas
mercedes, y sentís vuestro corazón tan sosegado y más en el
propio conocimiento, como antes que aquello os viniese lo
estábades, pensad que aquella visitación fue de parte de Dios,
pues es conforme a la enseñanza y verdad de Él, que es que el
hombre sea bajo y despreciado en sus proprios ojos. Y de los
bienes que de Dios recibiere se conozca por más obligado y
avergonzado, atribuyendo toda la gloria a aquel de cuya mano
viene todo lo bueno. Y con esto concuerda San Gregorio,
diciendo: «Así el ánima que es llena del divino espíritu tiene
sus evidentísimas señales, conviene a saber: verdad y
humildad. Las cuales entrambas, si perfectamente en una ánima
se juntaren, es cosa notoria que dan testimonio de la
presencia del Espíritu Santo. Con esto mismo concuerda lo que
dice el profeta Esaías: Que
lava el Señor la suciedad de las hijas de Sión en espíritu de
juicio y en espíritu de ardor, dando a entender
que la visitación primero obra en el ánima juicio, que es
darle a entender quién ella es y hacerla humillar, y después,
como sobre cosa segura, enviarle el espíritu del amor con
otros mil bienes.
Mas
cuando es espíritu del demonio es muy al revés. Porque, al
principio o al cabo de la revelación, o consolación, siéntese
el ánima liviana, deseosa de hablar lo que siente, y con
alguna estima de su proprio juicio, pensando que ha de hacer
Dios grandes cosas en ella y por ella. Y no tiene gana de
pensar en sus defetos, ni que otro se los diga ni reprehenda,
mas todo su hecho es hablar y revolver en su memoria aquella
cosa que tiene, y de ella querría que hablasen. Cuando estas
señales y otras que demuestran liviandad de corazón vierdes,
pronunciad sin duda ninguna que anda por allí el espíritu del
soberbio demonio. Y de ninguna cosa que en vos acaezca, por
buena que os parezca, ahora sea lágrima ahora sea consuelo,
ahora sea conocimiento de cosas de Dios, y aunque sea ser
subida hasta
el tercero cielo, si vuestra ánima no queda con
profunda humildad, no os fiéis en cosa ninguna, ni la
recibáis, porque, mientras más alta es, es más peligrosa y
haceros ha dar mayor caída. Pedí a Dios gracia para conoceros
y humillaros, y sobre esto deos más lo que fuere servido. Mas,
faltando esto, todo lo otro, por precioso que parezca, no es
oro, sino oropel, y no harina de mantenimiento, sino ceniza de
liviandad.
3.
La soberbia, causa de engaños. El director espiritual
Tiene
este mal la soberbia, que despoja al ánima de la verdadera
gracia de Dios y, si algunos bienes le deja, son falsificados
para que no agraden a Dios y sean ocasión al que los tiene de
mayor caída. Leemos de nuestro Redemptor que, cuando apareció
a sus discípulos el día de su Ascensión, primero les
reprehendió la incredulidad y dureza del corazón,
y después los mandó ir a predicar, dándoles poder para hacer
muchos y grandes milagros, dando a entender que a quien Él
levanta a grandes cosas, primero le abate en sí mesmo, dándole
conocimiento de sus proprias flaquezas para que, aunque vuelen
sobre los cielos, queden asidos a su propria bajeza, sin poder
atribuir a sí mismo otra cosa sino su indignidad.
Mas
habéis de notar que muchos sienten en sí mismos su propria
vileza, y cuán nada son de su parte, y paréceles que atribuyen
primeramente la gloria a Dios de todos sus bienes y tienen
otras muchas señales de humildad, y con todo esto están llenos
de soberbia y tan enlazados de ella, cuanto ellos más libres
piensan estar. Y ésta es la causa, porque ya que vivan en
verdad, por no atribuir los bienes a sí, viven en engaño por
pensar que son sus bienes más y mayores de lo que a la verdad
son. Y piensan tener de Dios tanta lumbre que ellos solos
bastan para regirse en el camino de Dios, y aun para regir a
otros, sin conocer persona que sea suficiente para los regir.
Son en gran manera amigos de su parecer, y aún tienen en poco
algunas veces lo que los santos pasados dijeron, y lo que a
los santos de Dios, que en su tiempo viven, parece. Y játanse
tener el espíritu de Cristo, y ser regidos por Él, y no haber
humano consejo, pues con tanta certidumbre Dios les satisface
en sus corazones. Piensan, como San Bernardo dice, que hay
nublado en las casas ajenas, y que en solas las suyas luce el
sol. Desfrezan y desprecian a todos los sabios, como Goliad al
pueblo de Dios. Sólo aquél es bueno en su juicio que con ellos
se conforma, y no hay cosa que más molesta les sea que hallar
quien los contradiga. Quieren ser maestros de todos y creídos
de todos, y ellos a ninguno creen. Y a la discreción cauta de
los experimentados llaman tibieza y temor. Y a los
desenfrenados fervores y novedades, llenas de singularidad, o
causadoras de alborotos, llaman libertad de espíritu y
fortaleza de Dios. Y aunque trayan en la boca casi a la
contina: «Y esto me dijo mi espíritu», «y esto tengo por
prueba muy suficiente», mas otras veces alegan la Escriptura
de Dios, mas no la quieren entender como la Iglesia y santos
la entienden, mas como a ellos parece, creyendo que no tienen
ellos menos lumbre que los pasados, antes que los ha tomado
Dios por instrumento para cosas mayores que a ellos. Y así,
haciendo ídolo de sí mismo, y poniéndose encima de las cabezas
de todos con abominable altivez, es tan miserable el engaño de
ellos, que, siendo extremadamente soberbios, se tienen por
perfetos humildes, y, creyendo que en solos ellos mora Dios,
está Dios muy lejos de ellos, y lo que piensan que es luz es
muy escuras tinieblas. De éstos dice Gersón: «Hay algunos a
los cuales es cosa agradable ser guiados por su parecer
proprio y andar en sus invenciones. Guíalos, o por mejor
decir, arrójalos su propria opinión, que es peligrosísima
guía. Macéranse con ayunos demasiadamente, velando mucho;
turban y desvanecen el celebro con demasía de lágrimas. Y
entre estas cosas no creen amonestación ni consejo de nadie.
No curan de pedir consejo a los sabios en la ley de Dios, ni
se curan de oírlos, y cuando los oyen, o piden consejo,
desprecian sus dichos y es la causa, porque han hecho entender
de sí mismos que son ya alguna cosa, y que saben mejor que
todos qué es lo que les conviene hacer. De estos tales yo
pronuncio que presto caerán en toda ilusión de demonios.
Presto caerán en la piedra del tropiezo, porque son llevados
con ciega precipitación y ligereza demasiada. Por tanto,
cualquiera cosa que dijeren de revelaciones no acostumbradas,
tenlo por sospechoso.» Todo esto dice Gersón.
a) LOS SANTOS
HABLAN DE LA NECESIDAD DEL DIRECTOR
Ítem
dice San Augustín, reprendiendo a los que quieren ser
enseñados inmediatamente por Dios y no por medio de los
hombres: «Huyamos tales tentaciones que son soberbiosísimas y
peligrosas, antes pensemos cómo el mesmo Apóstol San Pablo,
aunque fue postrado y enseñado con voz celestial, con todo eso
fue enviado a hombre para recebir los sacramentos, y ser
encorporado en la Iglesia. Y Cornelio centurión fue enviado a
San Pablo, no solamente para recebir sacramentos, mas para oír
de él lo que había de creer y y esperar y amar. Porque, si no
hablase Dios a los hombres por boca de hombres, muy abatida
cosa sería la condición humana. ¿Y cómo sería verdad lo que
está escripto; el
templo de Dios santo es, que sois vosotros, si no
diese Dios respuestas de este templo, que son los hombres, mas
todo lo que quisiese que aprendiesen los hombres se lo hubiese
de decir desde el cielo, y por medio de ángeles? Y también la
misma caridad no ternía entrada para que se juntasen y
comunicasen los corazones de unos con otros, si los hombres no
aprendiesen mediante otros hombres. San Felipe fue enviado al
eunuco. Y Moisén recibió el consejo de su suegro Yetró». Todo
esto dice San Agustín. Ítem dice San Joan Clímaco que el
hombre que se cree a sí mismo no ha menester que le tiente
demonio, porque él mismo se es demonio para sí. Ítem dice San
Hierónimo: «No quise yo seguir mi proprio parecer, el cual
suele ser muy mal consejero.» Ítem San Vicente aconseja mucho
que el hombre que quisiere ser espiritual tenga algún maestro
por quien se rija; y, si lo puede haber y no lo toma, que
nunca le comunicará Dios la gracia por su soberbia. San
Bernardo y San Buenaventura a cada paso aconsejan lo mismo. Y
la Escriptura de Dios está llena de esto mismo, que unas veces
dice: ¡Ay
de vosotros sabios en vuestros ojos y delante de vosotros
mismos prudentes!; y en otra parte: Si
vieres algún hombre que se tiene por sabio, cree que más bien
librado que éste será el ignorante. Y San Pablo
nos amonesta: No
queráis ser sabios acerca de vosotros mismos, y el
Sabio dice: Si
no dijeres al necio las cosas que él cree en su corazón no
recibirá las palabras de prudencia. Y en otra
parte: Si
inclinares tu oreja, recibirás dotrina; y si amares el oír,
serás sabio. Y, por no ser prolijo, digo que la
Escriptura y las amonestaciones de los santos, y las vidas de
ellos, y las experiencias que hemos visto, todas a una boca
nos encomiendan que no nos arrimemos a nuestra prudencia, mas
que inclinemos nuestra oreja al ajeno consejo. Porque de otra
manera, ¿qué cosa habría más sin orden que la Iglesia de Dios,
o cualquiera congregación, si cualquiera ha de seguir su
parecer, pensando que acierta? ¿Y cómo puede ser que el
espíritu de Cristo, que es espíritu de humildad, y paz, y de
unión, mueva y enseñe a uno a ser en contrario de todos los
otros en quien el mismo Dios mora? ¿Y cómo puede nacer del que
se tenga un hombre en tanta estima que no se halle en la
congregación de los hombres? ¿Quién lo puede enseñar ni juzgar
de él, si su espíritu es bueno o malo? Porque, como dice San
Augustín, no dejaría de tomar este ajeno consejo y obedecer,
sino por que piensa, por su soberbia, que es mejor que el otro
que le aconseja. E ya que sea tanta su soberbia que crea que
es mejor que los otros, debe pensar que así como puede ser uno
menos bueno que otro, y tener don de profecía, de sanar
enfermos o semejantes dones, de los cuales carezca el que es
mejor, así puede ser que el que es menor en otros dones sea
mayor en tener don de consejo, o de discreción de espíritus,
de los cuales carezca el otro que era mayor. Y, pues Dios es
tan amigo de humildad y paz, no tema nadie que, si lo que
tiene es de Dios, se vaya o se pierda por sujetarse por el
mismo Dios al ajeno parecer, antes más y más se confirmará. Y
si de otra parte fuere, huirá. Y si su sabiduría es infundida
de Dios, mire que una de las condiciones de ella, según dice
Santiago, es ser suadible.
Y
mire que llama San Augustín a estos pensamientos soberbísimos
y peligrosísimos, porque, aunque sea peligrosa la soberbia de
la voluntad, que es no querer obedecer a voluntad ajena, muy
más peligrosa es la soberbia del entendimiento, que es,
creyendo a su parecer, no sujetarse al ajeno. Porque el
soberbio en la voluntad alguna vez obedeciera pues tiene por
mejor el ajeno parecer. Mas quien tiene asentado en sí que su
parecer es mejor, ¿quién lo curará? ¿Y cómo obedecerá a lo que
no tiene por tan bueno? Si
el ojo del ánima, que es el entendimiento, con que
se había de ver y curar la soberbia, ese mismo está
ciego y lleno de la misma soberbia, ¿quién lo
curara? Y si
la luz se torna
tinieblas, y si la regla se tuerce, ¿qué tal
quedará lo demás? Y son tan grandes los males que vienen de
aquesta soberbia que turban a todos con cuantos contratan;
porque con quien defiende su parecer proprio y es amigo de él,
¿quién hay que en paz pueda vivir? Y porque del todo maldigáis
y huyáis de este vicio, sabed que llega su mal hasta hacer a
los que eran buenos cristianos ser perversos herejes. Ni por
otra cosa lo han sido, ni son, sino por creer más a su parecer
proprio que el de la Iglesia y de sus mayores. Pensaban ellos
que acertaban, y que lo que en sus corazones pasaba era obra
de Dios; y que si creían más al parecer ajeno que a lo que en
sus corazones sentían, dejaban a Dios por el hombre, la luz
por las tinieblas, mas la experiencia y verdad nos demuestran,
que lo que pensaban ser espíritu de verdad era espíritu de
engaño; el cual, cuando por otra parte no los pudo vencer,
combatiólos transformándose
en ángel de luz debajo de semejanza de bien, y así
quitóles la vida y el alma. Y todo esto por no querer
sujetarse a creer parecer ajeno.
Por
tanto, doncella, así como os amonesto que seáis enemiga de
vuestra voluntad y mandar, así, y mucho más, os mando que
seáis capital enemiga de vuestro parecer, y de querer salir
con la vuestra. Sed enemiga de él en vuestra casa y fuera de
casa. Y, aunque sea en cosas livianas, no lo sigáis, porque a
duras penas hallaréis cosa que tanto turbe el sosiego que
Cristo quiere en vuestra ánima, como el profiar y querer salir
con la vuestra. Y más vale que se pierda lo que vos deseábades
que se hiciese que cosa que tanto habéis menester para gozar
de Dios, como es el reposo de vuestra conciencia.
Por
tanto, hacedos tan baja y sin contradición, y sujeta a toda
criatura, como dice San Pedro, que pueda cualquiera pasar por
vos y hollaros como
a un poco de lodo. Y haced cuenta que primero
vuestra madre, y después todas las demás, son vuestra abadesa.
A las cuales obedeced con profunda humildad, sin cansaros,
pensando que no es muy amiga de obediencia la sierva de Dios
que a su sola abadesa o madre obedece, mas que debe buscar la
dicha obediencia en todas partes que la pudiere hallar, con
mayor deseo que la sierva del mundo y de la vanidad huye de
obedecer y desea mandar. Y, para que ligeramente y con gozo
hagáis esto, traed a la memoria cuando el soberano Maestro y
Señor se hincó de rodillas a lavar los pies de aquellos que
bien le querían, y de aquel que empleó los pies lavados en ir
a entregar a la muerte al que con tanto amor se los había
lavado. Y aunque estas cosas en que os digo que sigáis
voluntad y parecer ajeno sean de asco, y os parezcan de poca
importancia, no lo dejéis de hacer, porque, allende de evitar
la turbación de corazón que es pestilencia del ánima,
acostumbraros heis poco a poco a obedecer voluntad y parecer
ajeno en casos mayores, porque ya sabéis que los que se han de
ver en alguna obra de afrenta se suelen primero ensayar en
cosas livianas, para estar algo endustriados en las que son de
verdad mayores. Y así creed que quien tiene acostumbrado su
entendimiento a salir en cada cosita con la suya y hace ídolo
de él, estimándolo por más sabio que otro, hallarse ha de
nuevo y no se humillará tan sin pena a las cosas de Dios, como
el que en ninguna cosa le deja salir con la suya, mas a cada
paso le corrige y humilla como ignorante.
b) CUALIDADES
DEL DIRECTOR
Y
así, ejercitándoos en estas pocas cosas con obediencia,
conviene que, para lo que toca al regimiento de vuestra
conciencia, toméis por guía y padre alguna persona letrada y
ejercitada y experimentada en las cosas de Dios. Y no toméis a
quien tenga lo uno sin lo otro, porque las solas letras en
ninguna manera bastan a regir los particulares movimientos ni
necesidades del ánima, ni a saber juzgar de las cosas
espirituales, y muchas veces pensará ser engaño del demonio
las que son mercedes de Dios, como hicieron los apóstoles que,
andando en tormenta de la mar y tinieblas, pensaron que quien
venía a ellos andando sobre la mar era
alguna fantasma
siendo Cristo, que es verdad de Dios. Poneros han demasiados
temores, condenándolo todo por malo. Y como en sus corazones
están muy lejos de la experiencia del gusto e iluminaciones de
Dios, hablan de ello como de cosa no conocida y a duras penas
pueden creer que pasan en los corazones de los otros cosas más
altas que las que pasan en el corazón de ellos. Otros
hallaréis ejercitados en cosas de devoción, que se van
ligeramente tras un sentimiento de espíritu y hacen mucho caso
de él. Y si alguno les cuenta algo de aquestas cosas, óyenlo
con admiración, teniendo por más santo al que más tiene de
ellas; y aprueban ligeramente estas cosas, como si en ellas
todo estuviese seguro; y, como no lo esté, muchos de éstos,
por ignorancia, caen en errores y dejan caer a los que tienen
entre manos, por no darles suficientes avisos contra las
cautelas del demonio. Por lo cual no son buenos para regir
tampoco, como los pasados.
Y
pues tanto os va en acertar con buena guía debéis con mucha
instancia pedir al Señor que os la encamine Él de su mano. Y,
encaminada, fiadle con mucha seguridad vuestro corazón, y no
escondáis cosa de él, buena ni mala: la buena, para que la
examine y os avise; la mala, para que os la corrija. Y cosa de
importancia no hagáis sin su parecer, teniendo confianza en
Dios que es amigo de obediencia, que Él porná en el corazón y
lengua a vuestra guía lo que conviene a vuestra salud. Y de
esta manera huiréis de dos males y extremos: Uno, de los que
dicen: «No he menester consejo de hombre, Dios me regirá y me
satisface;» otros están tan sujetos al hombre, sin mirar otra
cosa sino que es hombre, que les comprehende aquella
maldición, que dice: Maldito
el hombre que confía en el hombre.
Sujetaos vos a hombre, y
habréis escapado del primer peligro; y no confiéis en el saber
ni fuerza del hombre, mas en Dios que os hablará y favorecerá
por medio del hombre. Y así habréis evitado el segundo
peligro. Y tened por cierto que, aunque mucho busquéis, no
hallaréis otro camino tan cierto ni tan seguro para hallar la
voluntad del Señor, como este de la humilde obediencia, tan
aconsejado por todos los santos, y tan obrado por muchos de
ellos, según nos dan testimonio las vidas de los santos
Padres, entre los cuales se tenía por muy gran señal de llegar
uno a la perfección en ser muy sujeto a su viejo. Y, entre las
muchas buenas cosas que en las órdenes de la Iglesia hay, por
maravilla hallaréis otra tan buena como vivir todos debajo de
obediencia.
Y
porque hará esto mucho a vuestro propósito, acordaos cómo
Santa Clara fue fidelísima y sujeta hija a San Francisco. Y
Santa Elisabel, hija del rey de Hungría, a un religioso, el
cual tenía tanto celo de ella que algunas veces la castigaba
con azotes, y ella a él tanta reverencia, que los recibía con
mucha paciencia y hacimiento de gracias. Otras muchas que
sabemos y no sabemos han ganado mucho por este camino, cuando
encontraban con buenas guías. Y así si Dios a vos os la
deparare, tomad el consejo de nuestra letra que dice:
inclina
tu oreja; y viviréis con tal que os acordéis de lo
que dice la Escriptura: Pacífico
sey ante muchos, mas consejero uno de mil, dando a
entender que, aunque debemos tener paz con todos, mas basta
consejo con uno. Porque así como en lo corporal muchas manos
diversas suelen más descomponer que ataviar, así suele acaecer
en lo espiritual, en lo cual pocas veces hallaréis dos guías
del todo conformes, si no fuesen muy enseñados por el Espíritu
del Señor, que es espíritu de paz y unión, y tuviesen muy
echado atrás su proprio sentido, que es causa de diversidad y
rencillas; y porque pocas veces éstos se hallan, es bueno, sin
decir mal de los otros, escoger a quien Dios os encaminare,
uno
entre mil, al cual en nombre de Dios inclinéis
vuestra oreja con toda obediencia y seguridad.
c) El Señor
nos da ejemplo
1. Cómo ninguna criatura oye ni inclina su
oreja a Dios
con tanta diligencia
como Él la
inclina a sus criaturas
Tiene
esto la gran bondad del Señor que para que sus mandamientos y
leyes sean de nosotros guardados, hácelos fáciles en sí, y más
fáciles por querer Él mismo pasar por ellos. Hanos mandado,
según hemos oído, que
le oyamos y miremos, e inclinemos nuestra oreja,
lo cual todo es muy justo y ligero; porque a tal Maestro,
¿quién no le oirá? A luz tan deleitable, ¿quién no se
deleitará de mirar? A sabiduría infinita, ¿quién no la creerá?
Mas, para que lo ligero más ligero nos sea, Él pasa por esta
ley que a nosotros pone, y la cumple con gran diligencia.
Él
nos oye, y Él nos ve, Él nos inclina su oreja,
para que no digamos: «No tengo quien mire por mí, ni quiera
escuchar mis trabajos.»
1. El Señor
nos oye con gran misericordia
Gran
consuelo es a un desconsolado tener una persona que a
cualquier rato del día, y de noche, esté desocupada para oír
de buena gana los trabajos y agravios que le quiere contar, y
que siempre, sin faltar un momento, esté mirando sus miserias
y llegas, sin decir: «Cansado estoy de ver miserias, y asco me
dan vuestras llagas.» E ya que esta tal persona fuese de muy
duro corazón, aún querríamos que nos oyese siempre y nos
viese, porque creeríamos que, dando siempre a su corazón la
gotera de nuestros trabajos, que, como por canal, entra a él
por las orejas y ojos, algún día cabaría en él y sacaría
compasión, pues, por duro que fuese, no sería tanto como
piedra, la cual es cabada de la gotera, aunque algún rato cesa
de dar. Y, aunque supiésemos que esta tal persona ningún
remedio nos podía dar para nuestros trabajos, aun nos
consolaríamos mucho con sola la compasión que de nos tuviese.
Pues,
si a esta tal persona debríamos mucho agradecimiento, ¿qué
debemos a Dios nuestro Señor y cuán alegres debemos estar por
tener sus orejas y ojos atados con nuestros trabajos, que ni
un solo rato los aparta de nos? Y esto, no con dureza del
corazón, mas con entrañable misericordia, y no con
misericordia de corazón solamente, mas con entero poder para
remediar nuestras penas. ¡Bendito seáis, Señor, para siempre,
que no sois sordo ni ciego a nuestros trabajos, pues los oís y
veis, ni cruel, pues se dice de vos: Hacedor
de misericordias, y misericordias de corazón, es el Señor,
esperador muy misericordioso, ni tampoco eres
flaco, pues todos los males del mundo son flacos y pocos,
comparados a tu infinito poder, que no tiene fin ni medida!
2. Ejemplo
del rey Exequias
Leemos que en tiempos
pasados concedió Dios una maravillosa vitoria de sus enemigos
al rey Ezequías, el cual no hizo al Señor que le dio la
vitoria aquellas gracias y cantares que era razón; por lo cual
le hizo Dios enfermar, y tan gravemente que ningún remedio por
naturaleza tenía. Y porque, con falsa esperanza de vivir, no
se olvidase de poner cobro a su ánima, fue a él el profeta
Esaías y díjole por mandado de Dios: Esto
dice el Señor: Ordena tu casa, porque sábete que morirás y no
vivirás. Con las cuales palabras atemorizado el
rey Ezequías vuelve su cara a la pared, y lloró con gran
lloro, pidiendo al Señor misericordia. Consideraba cuán
justamente merecía la muerte, pues no fue agradecido al que le
había dado la vida, y miraba la sentencia de Dios contra él
dada, que decía: No
vivirás. No hallaba otro superior que aquel que la
dio, para pedir que se revocase. Y, aunque le hubiera, no
tuviera buen pleito, pues al desagradecido justamente se quita
lo que misericordiosamente se le había dado. Vióse en
la mitad de sus días y acabarse en él la
generación real de David, porque moría sin hijos, y allende de
todo esto, era combatido de todos los pecados de su vida
pasados. Cayó en temor de los que más suelen penar a la hora
postrera. Y con estas cosas estaba su corazón quebrantado con
dolor, y turbado así como mar, y adondequiera que miraba
hallaba muchas causas de temor y tristeza; mas entre tantos
males halló el buen rey remedio, y fue pedir medicina al que
le había llagado, seguridad a quien le amedrentó, convertirse
por arrepentimiento y esperanza al mismo de quien por
ensoberbecerse huyó. Al mismo juez pide que le sea abogado, y
halla camino como apelar de Dios no para otro más alto, mas
apela del justo para el misericordioso. Y las razones que
alega son acusarse, y la retórica son sollozos y lágrimas. Y
puede tanto con estas armas en la audiencia de la misericordia
que, antes que el profeta Esaías, pregonero de la sentencia de
muerte, saliese de la mitad de la sala del rey, le dijo el
Señor: Toma,
e di
al rey Ezequías, capitán de mi pueblo: Oí tu corazón y vi tus
lágrimas, yo te concedo salud, y te añado otros quince años de
vida, y libra esta ciudad de tus enemigos.
Señor, ¿qué es aquesto?
¿Tan presto metes tu espada en la vaina, y tornas la ira en
misericordia? ¿Unas pocas de lágrimas derramadas, no en el
templo, mas en el rincón de la cama, y no de ojos que miran al
cielo, mas a una pared, y no de hombre justo, sino de pecador,
y así te hacen tan presto revocar la sentencia que tu Majestad
había dado y mandado notificar al culpado? ¿Qué es del sacar
del proceso? ¿Qué es de las cosas? ¿Qué es de los términos?
¿Qué es del presentar unos y otros escriptos? ¿Qué es del
tenerse por afrentado el juez, si le revocan la sentencia que
dio? Todo lo disimulas con el amor que nos tienes, y a todo te
haces sordo y ciego, por estar atento a hacernos mercedes. Y
dices: Oí
tu oración y vi tus lágrimas. Todo término se te
hace breve para librar al culpado, porque ninguno deseó tanto
alcanzar el perdón cuanto tú deseas darlo. Y más descansas tú
con haber perdonado a los que deseas que vivan que el pecador
con haber escapado de muerte. No guardas leyes, no dilaciones,
mas la ley es que los que hubieren quebrantado tus leyes,
quebranten solamente su corazón de dolor, y la dilación es
que
en cualquier hora que el pecador gimiere sus pecados,
luego y sin dilación no
te acuerdes más de ellos. Y porque los pecadores
cobrasen ánimo para te pedir perdón de sus yerros, quisiste
conceder a este rey más mercedes que él te pedía; quince años
de vida y librar la ciudad, y tornarse el sol diez horas
atrás, en señal que al tercero día subiría el rey sano al
templo; con otras secretas mercedes que le heciste tú,
benigno, que no desearías venirnos males, sino para sacar de
allí mayores bienes, enseñando tu misericordia en nuestra
miseria, tu bondad en nuestra maldad, tu poder en nuestra
flaqueza.
Tú, pues, pecador,
quienquiera que seas, que estás amenazado por aquella
sentencia de Dios que dice: El
ánima que pecare, aquella morirá, no desmayes
debajo de la carga de tus grandes pecados y del incomparable
peso de la ira de Dios, mas cobra ánimo en la misericordia de
aquel que
no quiere la muerte del pecador, mas que se convierta y
viva. Y humíllate llorando a aquel que
despreciaste pecando, y recibe el perdón de quien tanta gana
tiene de dártela, y aun de hacerte mercedes mayores que antes,
como hizo a este rey, al cual levantó sano del cuerpo y sano
del ánima, como él da gracias diciendo: Tú,
Señor, libraste mi ánima porque no se perdiese, y arrojaste
mis pecados tras tus espaldas.
3.
¿Cómo es posible amenazar Dios y no cumplirse el castigo?
Mas
dirá alguno: ¿Cómo esta palabra de Dios, dicha a este rey:
Morirás
y no vivirás, no se cumplió, pues que las palabras
que salen de su boca no son en vano? Para lo cual es de mirar
que algunas veces manda el Señor decir lo que Él tiene en su
alto consejo y eterna voluntad determinado que sea, y aquello
así verná como se dice, sin ninguna falta. Y de esta manera
mandó decir al rey Saúl que le había de de desechar y escoger
en su lugar otro mejor. Y de la misma manera mandó amenazar al
sacerdote Helí y así lo cumplió. Y de la misma manera al rey
David, que le mataría el hijo que hubo de adulterio de
Bersabé, y así fue. Y otras veces manda decir no lo que Él
tiene determinado ultimadamente de hacer, mas lo que hará, si
no se enmienda el hombre. O manda decir lo que le acaecerá,
según orden de naturaleza, o según merecen sus pecados. Así,
como si a uno que tuviese una herida mortal por naturaleza, le
enviase a decir: «Morirás», entiéndese que, según las reglas
naturales, no puede escapar de aquel mal, mas no por eso su
palabra, si después le diese la vida, porque no le fue dicho
sino lo que según las reglas o fuerza de naturaleza le había
de venir y no lo que su poder sobrenatural podía hacer.
También envió a decir a Nínive que de
ahí a cuarenta días sería destruida, y después,
por la penitencia de ellos, revocó esta sentencia. No tenía Él
determinado de la destruir, pues después no lo hizo, mas
envióles a decir lo que según el merecimiento de sus pecados
les viniera, si no se enmendaran. Y aunque de fuera parece
mudanza decir: Será
destruido, y no destruirla, en la alta voluntad de
Dios no es mudanza, el cual tenía determinado de no
destruirla; mas este no destruirla era mediante la penitencia,
a la cual los quería incitar con la amenaza. Como si un padre
amenazase a su hijo con intención que se enmendase, para que
no fuese menester castigarlo. E si este padre supiese que, con
esta amenaza, el hijo se había de enmendar, aunque le enviase
a decir: «Él me lo pagará», y después perdonase por su
arrepentimiento, no hay mudanza en la voluntad de este padre,
el cual nunca fue su intención castigar, mas perdonar, no sin
medio, mas mediante la satisfacción del que había criado. Y
esto es lo que Dios dice por Jeremías: Súbitamente
hablaré contra gentes, y contra reino que lo he de destruir de
raíz y destrozar; mas, si aquella gente hiciere penitencia de
su mal, haré yo también penitencia del mal que pensé hacerle.
Y también súbitamente hablaré de gentes y reino que los he de
edificar y plantar, mas si hicieren mal en mis ojos, no oyendo
mi voz, haré yo también penitencia del bien que dije que le
había de hacer. De lo cual se saca que, porque no
sabemos cuándo lo que Dios envía a decir es determinación
ultimada, o es amenaza, no debemos desesperar, aunque
amenazados, ni dejar de pedir que retoque la sentencia que
contra nos tiene dada, como hizo este rey a la ciudad de
Nínive, y fue hecho como quisieron. Y como hizo David, cuando
oraba al Señor por la vida del hijo, que había dicho al
profeta que había de morir; e, aunque no alcanzó lo que pidió,
mas no pecó en pedirlo.
Y
si Dios nos prometiere de hacer alguna merced, no nos hemos de
descuidar con decir: «Cédula tengo de palabra de Dios, que a
nadie engañó», porque dice el Señor que,
si nos apartáremos de hacer lo que Él quiere, Él hará
penitencia del bien que nos prometió. No porque en
Dios haya arrepentimiento de cosa que diga o que haga, o que
quiera, mas quiere decir que, así como uno que se arrepiente
torna a deshacer lo que había hecho, así Él deshará la
sentencia o el castigo que contra el hombre tenía dada, si el
hombre hace penitencia y deshará el bien que le tenía
prometido, si el hombre se aparta de Dios.
4. Las orejas
del Señor en los ruegos de los «justos»
Tornando, pues, al
propósito, bien claro parece cuán bien cumplió Dios esta ley:
Oye
y ve, pues tan presto oyó
la oración y vio
las lágrimas de este rey, y le consoló. No sólo a
él, mas lo mismo hace con todos, como dice David: Los
ojos del Señor sobre los justos y sus orejas en los ruegos de
ellos, para librar sus ánimas de la muerte, y para mantenerlos
en tiempo de hambre.
Bien creo que os parece
bien aquesta promesa, y también creo que os pone temor la
condición con que se dice. Y bienaventurada cosa es estar los
ojos y orejas de Dios en nosotros. Mas diréis, ¿qué hace que
dice a
los justos e yo soy pecadora? Así lo conoced por
verdad, porque, si hombres hubiera que no tuvieran pecados que
pecaran, ¿quién era más razón que lo fuesen que los apóstoles
de Jesucristo nuestro Señor, que, así como fueron los más
cercanos a Él en la conversación corporal, así también lo
fueron en la santidad? Y de ellos dice San Pablo que
recibieron las
primicias del Espíritu Santo, que quiere decir las
mayores gracias. Y pues a éstos mandó el Señor el Pater
noster, en el cual decimos: Perdónanos
nuestras culpas, claro es que las tenían. Y pues
ésta es oración de cada día, en la cual pedimos el
pan nuestro de cada día, dánoslo hoy, claro es que
por ella semos amonestados a conocer que, pues cada día la
debemos rezar, cada día pecamos. Por lo cual dice aquel limpio
de San Joan: Si
dijéremos que no tenemos pecado, nosotros nos engañamos, y la
verdad no está en nosotros. Pues si todos los
hombres, cuantos ha habido y habrá (sacando al que es Dios y
hombre, y a la que es verdadera Madre de Él) son pecadores,
¿decirme heis para quién se dijeron las dichas palabras:
Los
ojos del Señor sobre los justos, y sus orejas en los ruegos de
ellos? Respondo: No es Dios achacoso ni cumplidor
con solas palabras, mas vemos que al rey Ezequías, aunque
pecador, le oyó e miró. Y lo mismo a otros innumerables. Mas
sabed que justo
se dice uno, cuando no está en pecado mortal, pues
está amigo con Dios. Y de esta manera muchos ha habido justos,
que son todos los que están en estado de gracia; y a éstos oye
y mira el Señor, no obstante que tengan pecados veniales, de
los cuales se entiende lo que hemos dicho, que todos son
pecadores, como dice San Joan.
5. No se
ensoberbezcan los «justos»: en ellos oye el Padre el clamor de
Cristo
Mas, por oír nombre de
justos, no venga algún pensamiento de ciega soberbia, con la
cual se haga injusto el que se tenía por justo. La justicia de
los que son justos no es suya, mas de Cristo, el cual es justo
por sí y justificador de los pecadores que a Él se sujetan.
Por lo cual dice San Pablo que la que es verdadera justicia
delante los ojos de Dios es justicia por ser de Jesucristo,
porque no consiste en nuestras obras proprias, mas en las de
Cristo, las cuales se nos comunican por la fe, y así como
nuestra justicia está en Él, así, si somos oídos de Dios, no
es en nosotros, mas en Él. La voz de todos los hombres, por
buenos que sean, sorda es delante las orejas de Dios, porque
todos son pecadores de sí. Mas la voz de solo Cristo,
pontífice nuestro, está acepta delante del Padre, que hace ser
oídas todas las voces de todos los suyos.
Esta
voz, por ser tan grande se llama clamor, como dice San Pablo,
hablando de Cristo: Con
clamor grande y lágrimas ofreciendo, fue oído por su
reverencia. Ofreció el Señor ruegos
al Padre muchas veces por nosotros. Ofrecióle
también en la cruz su proprio cuerpo, el cual fue tan
atormentado que todo él era lenguas que daban voces al Padre,
pidiendo por nos misericordia. Y por ser sus oraciones con
entrañable amor hechas, por ser de persona al Padre tan
aceptable, y por ser muy oídas y muy eficaces en las orejas
del Padre, se llaman clamor.
Mas muy mayor clamor fue el ofrecer su proprio
cuerpo en la cruz, cuanto va de obrar a hablar, y de pagar a
prometer, y de padecer a desear. Para la cual os debéis de
acordar de lo que dijo Dios a Caín: La
voz de la sangre de tu hermano Abel da voces a mí desde la
tierra. Y también mira lo que dice San Pablo a los
cristianos: Llegado
os habéis a un derramamiento de sangre, que clama mejor que la
sangre de Abel. La sangre de Abel derramada en la
tierra daba clamores a la justicia divina, pidiendo venganza
contra aquel que la derramó, mas la sangre de Cristo derramada
en la tierra daba clamores a la misericordia divina, pidiendo
perdón. La de Abel pide ira, ésta blandura. La primera obra
enojó, esta reconciliación. La de Abel, venganza contra sólo
Caín; ésta perdón para todos los malos que fueron y serán, con
tal que ellos le quieran recibir, y aún para aquellos que
derramándola estaban. La sangre de Abel a ninguno pudo
aprovechar, porque no tenía virtud de pagar los pecados de
otros; mas la sangre de Cristo lavó cielos y tierra y mar,
y
sacó de las honduras del limbo a
los que presos estaban.
Verdaderamente es grande
clamor el de la sangre de Cristo, pidiendo misericordia; y
pues hizo no ser oídas las voces de los pecados del mundo, que
piden venganza contra los que los hacen, pensad, doncella, si
un pecado sólo de Caín tales voces daba, pidiendo venganza,
¿qué grita, qué voces y estruendo harán todos los pecados de
todos los hombres, pidiendo venganza a las orejas de la
justicia de Dios? Mas por mucho que clamen, clama más alto,
sin comparación, la sangre de Cristo, pidiendo perdón a las
orejas de la misericordia divina. Y hace que no sean oídas y
que queden muy bajas las voces de nuestros pecados, y que se
haga Dios sordo a ellos, porque más sin comparación le fue
agradable la voz de Cristo, que pidía perdón, que todos los
pecados del mundo desagradables, pidiendo venganza. ¿Qué
pensáis que significa aquel callar de Cristo y hacerse
como
sordo que no oye, y como mudo que no abre su boca
en el tiempo que era acusado? Por cierto, que,
pues los pecados por boca de aquellos que a Cristo acusaban
daban voces llenas de mentiras contra quien no les debía nada,
y Él, pudiendo con justicia responder, calló, que es bien
empleado que, en pago de su atrevimiento, que al restante del
mundo no puedan acusar los pecados aunque tengan justicia, mas
sean mudos, pues acusaron al que no tenían por qué. Y pues Él
se hizo sordo, pudiendo responder, justo es que se haga sorda
la divina justicia, a la cual Cristo se ofreció por nosotros,
aunque nosotros hayamos hecho cosas que pidan venganza.
Alegraos,
esposa de Cristo, y alégrense todos los pecadores, si les pesa
de corazón por haber pecado, que sordo está Dios a nuestros
pecados para vengarlos, y muy atentas tiene sus orejas para
hacernos mercedes. No temáis acusadores ni voces, aunque
hayáis hecho por qué, pues el inocente cordero fue acusado y
con su callar hizo callar las voces de nuestros pecados.
Profetizado estaba que
había de callar como calla el cordero delante quien lo
trasquila. Mas mientra más callaba y sufría, más
altas voces daba delante la divina justicia, pagando por nos,
y estas voces
fueron oídas, dice San Pablo, por
su reverencia, quiere decir que, por la gran
humildad y reverencia, con que se
humilló al Padre hasta
la muerte, y muerte de cruz, reverenciando en
cuanto hombre aquella sobreexcelente Majestad divina,
perdiendo la vida por honra de ella, fue oído del Padre, del
cual está escripto: Miró
en la oración de los humildes, y no despreció el ruego de
ellos. Pues, ¿quién tan humilde como el bendito
Señor que dice: Aprende
de mí que soy manso, y humilde de corazón? Por eso
fue oído, según estaba profetizado en su persona: No
quitó el Señor su faz de mí, y cuando clamé a Él me oyó.
Y el mismo Señor dice en el evangelio: Gracias
te hago, Padre, porque siempre me oyes.
Pues
no es maravilla que las orejas de Dios estén en los ruegos de
los justos, porque, no siendo justos por sí, no son oídos por
sí, mas por Cristo, que con su oración y padecer mereció ser
oído. A Él oye el Padre cuando nos oye, y por Él nos oye, en
señal de lo cual decimos en fin de las oraciones: Concédenos
esto por nuestro, Señor Jesucristo. Lo cual el mismo Señor nos
enseña, diciendo: Cualquier
cosa que pidierdes al Padre en mi nombre, os la
dará. Y porque no pensásemos que por Él, y no a
Él, hemos de pedir, dice también: Y cualquier
cosa que me pidierdes en mi nombre yo lo haré.
Cristo hombre nos ganó con su padecer el ser
oídos, y Cristo Dios, con el Padre y Espíritu Santo, es el que
nos oye.
Oíd,
pues, hija, a vuestro esposo, pues por él sois oída. La voz
del cual, aunque ronca, en la cruz dio virtud a nuestras
roncas voces, para que fuesen agradables a Dios. Y así como
debemos de oír al Señor con el profeta Samuel, diciendo:
Habla,
Señor que tu siervo oye, así nos dice el Señor:
Habla,
siervo, que tu Señor oye. Y así como dijimos que
el oír nosotros a Dios no es solamente recebir el sonido de
las palabras más aplacernos y poner en obra lo que nos dice,
así las orejas del Señor están puestas por Cristo en nuestros
ruegos, no para solamente oír lo que hablamos, que de esa
manera también oye las blasfemias que de Él se dicen, no para
que se agrade, mas para castigarlas, mas oye el Señor nuestros
ruegos para cumplirlos.
6. Antes de
que clamemos nos oye el Señor
Y porque veáis cuán verdad
es que oye el Señor los gemidos que le presentamos, oíd lo que
dice el mismo Señor por Esaías: Antes
que clamen, yo los oiré. ¡Oh bendito sea tu
callar, Señor, que de dentro y de fuera en el día de tu
prisión callaste: de fuera, no maldiciendo, no respondiendo; y
en lo de dentro, no contradiciendo, mas aceptando con mucha
paciencia los golpes y voces, y penas de tu pasión, pues tanto
habló en las orejas de Dios que antes que hablemos seamos
oídos!
Y
esto no es maravilla, porque, pues siendo nada tú nos heciste;
y, antes que te lo supiésemos pedir, nos mantuviste en el
vientre de nuestra madre, y fuera de él, y, antes que
pudiésemos conocer lo que tanto nos cumplía, nos diste
adopción de hijos y gracia del Espíritu Santo en el santo
baptismo; y antes que muchos pecados nos derribasen, tú nos
guardaste; y, cuando caímos por nuestra culpa, tú nos
levantaste y buscástenos, sin buscarte nosotros; y, lo que más
es, antes que naciésemos, ya eras muerto por nos, y nos tienes
aparejado tu cielo, no es mucho que de quien tanto cuidado has
tenido, antes que lo tuviesen de ti, lo tengas en esto, que,
viendo tú lo que habemos menester, nos lo des, no esperando a
que nos cansemos en te lo pedir, pues tú te cansaste tanto en
pedirlo y ganarlo por nos. ¿Qué te daremos, ¡oh Jesú
benditísimo!, por este callar que callaste, y qué te daremos
por estas voces que diste? Pluguiese a tu infinito amor que
tan callados estuviésemos al ofenderte, y sufrir de buena gana
lo que de nos quiseres hacer, como si fuésemos muertos; y
tantas voces de tus alabanzas te pudiésemos dar, y tan vivos
estuviésemos para ello, que ni nosotros, a quien redemiste, ni
cielo, tierra, ni debajo de tierra, con todo lo que en ellos
está, nunca cesásemos de con infinitas fuerzas y grande
alegría contar tus loores.
7. Dios se
huelga de oírnos
Y aún no te contentas,
Señor, con tener tus orejas r puestas en nuestros ruegos, y
oírnos antes que te roguemos, mas, como quien muy de verdad
ama a otro, que se huelga de oírle hablar o cantar, así tú,
Señor, dices al ánima por tu sangre redemida: Enséñame
tu cara, suene tu voz en mis orejas, porque tu voz es dulce y
tu cara mucho hermosa. ¿Qué es esto que dices,
Señor? ¿Tú deseas oír a nosotros? ¿Nuestra desgraciada voz te
es a ti dulce? ¿Cómo te parece hermosa la cara que, de afeada
de muchos pecados, los cuales hecimos mirándonos tú, habemos
vergüenza de alzarla a ti? Verdaderamente o merecemos mucho
bien o nos amas tú mucho. No es lo primero, ni plega a ti que
de tu buen tratamiento saquemos nosotros mal, creyendo que
merecemos el bien que nos haces; mas es lo segundo, porque tú
quieres agradar en los que por ti heciste amados y agradables
a ti. Sea, pues, Señor, a ti gloria, en el cual está nuestro
remedio. Y sea a nosotros, y en nosotros, vergüenza y
confusión de nuestra maldad, mas en ti gozo y ensalzamiento,
que eres nuestra verdadera gloria. En la cual nos gloriamos no
vanamente, mas con mucha razón y verdad, porque no es poca
honra ser tan amados de ti, que te entregaste a tormentos de
cruz por nosotros.
2.La mirada de Dios
sobre nosotros
Si
bien hemos sabido considerar cuánta es la presteza con que
Dios escucha nuestros ruegos y necesidades, veremos que
ninguna criatura oye ni inclina su oreja a Dios con tata
diligencia con cuanta el Criador la inclina a sus criaturas. Y
no sólo nos oye, más aún nos mira, para en todo cumplir lo que
nos manda a nosotros cuando dice: Oye
y ve. Los ojos del Señor, según dijo David,
están
sobre los justos, para librarlos de muerte; y
después dice: Mas
el gesto del Señor está sobre los que hacen mal, para echar a
perder de sobre la tierra la memoria de ellos, de
donde parece que pone el Señor sus ojos contra los malos, para
que no se le vayan sin castigo de sus pecados, y pone sus ojos
sobre los justos, como el pastor sobre su oveja, para que no
se le pierda. Dos cosas tenemos en nos: una que hecimos nos,
otra, que hizo Dios. La primera es el pecado; la segunda,
nuestro cuerpo y ánima, y cuanto bien en ellos tenemos.
1.
Dios mira con amor a los hombres, su hechura,
y
con ira a nuestra hechura, que es el pecado
Si nosotros no añadiésemos
mal sobre la buena hechura de Dios, no teníamos cosa a la cual
el Señor mirase con ojos airados, mas mirarnos hía con ojos de
amor, pues naturalmente quienquiera ama su obra, mas ya que
nosotros habemos afeado y destruido lo que el hermoso Dios
bien edificó, mas nuestra maldad no impide su sobrepujante
bondad, la cual por salvar lo bueno que crió, quiere destruir
lo malo que nosotros hecimos. Porque si vemos que este sol
corporal se comienza tan liberalmente, y anda buscando y
convidando a quien lo quiere recebir, y a todos se da cuando
no le ponen impedimento, y, si se le ponen, aún está porfiando
que se le quiten, o si algún agujero o resquicio halla, por
pequeño que sea, por allí se da, y hinche la casa de luz, ¿qué
diremos de la suma bondad divinal que con tanta ansia de amor
anda rodeando sus criaturas para darse a ellas, e henchirlas
de calor, de vida y de resplandores divinos? ¡Qué ocasiones
busca para hacer bien a los hombres! ¡Y a cuántos por un
pequeño servicio ha hecho no pequeños mercedes! ¡Cuántos
ruegos a los que de Él se apartan, para que a Él se tornen!
¡Cuántos abrazos a los que a Él vienen! ¡Qué buscar de
perdidos! ¡Qué encaminar de errados! ¡Qué perdonar de pecados,
sin darlos en rostro! ¡Qué gozo de la salud de los hombres!
Dando a entender que más deseaba Él perdonar y que el errado
sea salvo y perdonado. Y por eso dice a los pecadores:
¿Por
qué queréis morir? Sabed que yo no quiero la muerte del
pecador, mas que se convierta y viva; tornaos a mí y viviréis.
Nuestra muerte es apartarnos de Dios, y por eso
nuestro tornar a Él es vivir. A lo cual Dios nos convida, no
poniendo sus ojos de ira sobre su hechura, que somos nosotros,
mas principalmente contra los pecados que hacemos. Estos
quiere Dios destruir, si nosotros no le impidiésemos, e
impedímosle cuando amamos nuestros pecados, dando vida con
nuestro amor, a los que, siendo amados, nos matan. Y es tanta
la gana que esta bondad tiene de destruir nuestra maldad, para
que su hechura no quede destruida, que, cuando quiera y
cuantas veces quisiere, y de cuantas maldades hubiere hecho,
quiera pedir al Señor que las destruya, está el Señor
aparejado para destruirlas, perdonando lo que merecemos,
sanando lo que enfermamos, enderezando lo que torcemos,
haciéndonos aborrecer lo que amábamos antes, olvidando
nuestros pecados como si no fueran hechos, y apartándolos
tanto de nos que dice David: Cuanta
distancia hay de donde sale el sol a donde se pone, tanto
lanzó Dios nuestros pecados.
Así que el derecho y el
primer mirar
de los ojos airados de Dios no es contra el hombre
que Él crió, mas contra el pecado que nosotros hecimos. Y si
algunas veces mira al hombre para lo echar a perder, es porque
el hombre no le dejó ejecutar su ira contra los pecados, que
Dios quería destruir; mas quiso perseverar y dar vida a los
que a Él mataban, y a Dios desagradaban. Y, por tanto, justo
es que su muerte quede viva, y su vida siempre muera pues que
no quiso abrir la puerta al que, por amor y con amor, quería y
podía matar a su muerte y darle vida.
2. El remedio
para que Dios no mire a nuestros pecados es mirarlos nosotros
Mas dirá alguno: ¿Qué
remedio para que Dios no mire a mis pecados para me castigar;
mas a su hechura para la salvar? La respuesta es muy breve y
muy verdadera: Míralos tú, y no los mirará Él. Suplicaba David
al Señor por sus pecados, diciendo: Habe
misericordia, Señor, de mí, según la gran misericordia
tuya. Y también le decía: Aparta,
Señor, tu faz de los mis pecados.
Mas veamos qué alega para
alcanzar tan gran merced. Por cierto, no servicios que hobiese
hecho; porque bien sabía que, si un siervo por muchos años con
gran diligencia sirviese a su señor, y después le hace alguna
traición digna de muerte, no se miraría a que ha servido,
porque su siervo era obligado a servir y por eso no echó en
deuda el Señor; mas mírase a la traición que hizo, la cual era
obligado a no hacer. Y por eso con pagar lo que antes debía,
no pudo pagar lo que hace agora. Ni tampoco ofreció David
sacrificios, porque bien sabía que Dios
no se delita con animales encendidos. Mas éste ni
en servicios pasados ni en merecimientos presentes halla
remedio; hallólo en
el corazón contrito, y humillado, y pide ser
perdonado diciendo: Porque
yo conozco mi maldad, y el mi pecado delante mis ojos está
siempre. Admirable poder dio Dios a este mirar
nuestros pecados, porque, tras nuestro mirar para
aborrecerlos, se sigue el mirar
de Dios para deshacerlos. Y convertiendo nosotros
los ojos a lo que malamente hecimos, para afligirnos,
convierte Él los suyos a salvar y consolar lo que Él hizo. De
manera que si el pecador conoce sus pecados, Dios le perdona;
si los olvida Dios le castiga.
Mas
dirá alguno: ¿De dónde es tanta fuerza a nuestro mirar, que
así trae luego tras si el mirar de Dios, lleno de perdón? No
por cierto de sí, porque por conocer el ladrón que ha hecho
mal en hurtar, no por eso merece que se le perdone la horca,
mas viene de otra vista muy amigable y tan valerosa que es
causa de todo nuestro bien. Esta es de la que dice David:
Defendedor
nuestro mira, Dios, y mira en la haz de tu Cristo.
En la primera vez que dice mira, suplica a Dios
que nos mire
aceptando nuestros ruegos, y haciéndonos bien.
Porque eso significa volver Dios a uno la cara. Por lo cual
mandaba Dios que bendijesen los sacerdotes al pueblo diciendo:
El Señor vuelva su cara a nosotros. Y la segunda vez que dice:
Mira, claro es a donde suplica que mire, que es a la faz de
Jesucristo; porque así como el mirar Dios a nosotros nos trae
todos los bienes, así el mirar Dios a su Cristo trae a nos la
vista de Dios.
3.
La mirada de Dios, llena de perdón, llega a nosotros a través
de Cristo, nuestro Sacerdote
No penséis, doncella, que
los agraciados y amorosos rayos de los ojos de Dios descienden
derechamente de Él a nosotros, porque si así lo pensáis, ciega
estás; mas sabed que se enderezan a Cristo, y de allí en
nosotros por Él. Y no dará el Señor una habla ni vista de amor
a persona alguna del mundo universo, por santa que sea, si la
ve apartada de Cristo; mas por Cristo, y en Cristo, mira a
todos los que se quisieren mirar, por feos que sean. El ser
amado Cristo es razón de ser amados nosotros, como dice San
Pablo, hablando del Padre: Hízonos
agradables en el amado, conviene a saber en
Cristo. E, si Cristo de en medio se saliese, ningún amado
habría de Dios. Y esto es lo que fue figurado en el principio
del mundo, cuando el justo Abel, pastor de ganados, ofreció
sacrificio a Dios de su manada. El cual sacrificio fue acepto
como la Escriptura dice: que
miró el Señor a Abel, y a sus dones; y éste
mirarlo
fue ser agradable, y señal de este agradamiento
invisible envió fuego visible que quemó el sacrificio.
Este
justo pastor aquel es el cual dice de sí: Yo
soy buen pastor. El cual también sacerdote. Y, por
consiguiente, como dice San Pablo, ha
de ofrecer dones y sacrificios a Dios. Mas, ¿qué
ofreciera, que digno fuera? No, por cierto, animales brutos;
no hombres pecadores; porque estos más provocaran la ira de
Dios que alcanzaran misericordia. Y no sin causa mandaba Dios
hacer tanto examen en la Vieja Ley sobre el animal que se
había de sacrificar; que fuese macho, y no hembra, que fuese
de tanta edad, ni muy chico ni muy grande, que no fuese cojo,
ni ciego, con otras mil condiciones, para dar a entender que
lo que se había de ofrecer para quitar los pecados, no había
de tener pecado. Y, porque ninguno sin él estaba, no tenía
este gran sacerdote qué ofrecer por los pecados del mundo,
sino a sí mismo, haciéndose hostia el que es sacerdote, y
ofreciéndose a sí mismo, limpio, por limpiar los sucios; el
justo, por justificar los pecadores; el amado y agradado,
porque fuesen amados y recebidos a gracia los que por sí eran
desamados y desagradados. Y valió tanto este sacrificio, así
por él como por quien le ofrecía, que todo era uno, que los
que estábamos apartados de Dios, como
ovejas perdidas, fuimos traídos, lavados,
santificados y hechos dignos de ser ofrecidos a Dios. No
porque nosotros tuviésemos algo digno, mas encorporados en
este pastor, siendo ataviados con sus riquezas y rociados con
su sangre, somos mirados de Dios por su Cristo. Lo cual dice
San Pedro así: Cristo
una vez murió por nosotros, el justo por los injustos, para
que nos ofreciese a Dios mortificados en la carne, y vivos en
el espíritu.
Veis, pues, como nuestro
Abel ofrece a Dios ofrenda de su manada, que son obedientes
cristianos, a los cuales mira Dios con amor, porque mira
primero a nuestro Abel, agradándose en él y por él sus dones,
que somos nosotros. Y así como acullá vino
fuego visible, así también lo vino acá, en figura
de lenguas, el día de Pentecostés. Y esto, después que Cristo
subió a los cielos,
para aparecer a la cara de Dios por nosotros, como
dice San Pablo. Del cual miramiento de los ojos de Dios
a la
haz de Jesucristo salió este fuego del Espíritu
Santo, que abrasó los dones que este gran pastor y pontífice
ofreció al Padre, que son sus discípulos, y todos los
creyentes en Él, que son ovejas de su rebaño. Veis aquí, pues,
doncella, qué habéis de mirar cada vez que Dios mirare, y será
conocer que no sois mirada en vos, ni por vos; porque no
tenemos qué sino males, mas sois mirada por Cristo, cuya cara
es
llena de gracia, como dijo Ester. Y tenemos tan
cierta esta vista de Dios a nosotros por Cristo, si nosotros
queremos mirarnos, que así como prometió Dios a Noé que,
cuando mucho lloviese, él miraría su arco, que puso en las
nubes en
señal de amistad de Él con los hombres para no
destruir la tierra por agua, así, y mucho más, mirando Dios a
su Hijo puesto en la cruz, extendidos sus brazos a modo de
arco, se acuerda de su misericordia, y quita de su riguroso y
castigador arco las flechas que ya quería arrojar. Y en lugar
de castigo da abrazos, vencido más por este valeroso arco, que
es Cristo, a hacer misericordia que movido por nuestros
pecados a nos castigar; y puesto que nosotros anduvimos
errados y vueltas las espaldas a la luz, que es Dios, no
queriendo mirarle, mas vivir en tinieblas, somos por este
pastor traídos en sus hombros, y por traernos él míranos el
Señor, haciendo que lo miremos a él.
4. Ni un
momento quita Dios sus ojos de nosotros
Y tiene tan especial
cuidado de nos que ni un momento quita sus ojos de nos, porque
no nos perdamos. ¿De dónde pensáis que vino aquella amorosa
palabra que Dios dice al pecador que se arrepiente de sus
pecados: Yo
te daré entendimiento, y te enseñaré en el camino que has de
andar, y poner sobre ti mis ojos, sino de aquella
amorosa vista con que Dios miró a su Cristo? El cual es la
sabiduría que nos enseña y el verdadero camino por donde vamos
sin tropiezo; y el verdadero pastor, por el cual, en cuanto
hombre somos mirados, y el cual, en cuanto Dios, nos mira,
quitándonos los peligros de delante, en los cuales ve que
hemos de caer; teniéndonos firmes en los que nos vienen;
librándonos en los que por nuestra culpa hemos caído; cuidando
lo que nos cumple, aunque nosotros hacemos descuidos;
acordándose de nuestro provecho, aunque nosotros nos olvidamos
de su servicio; velándonos cuando dormimos; teniéndonos
consigo cuando nos querríamos apartar; llamándonos cuando
huimos; consolándonos cuando venimos; y teniendo en todo y por
todo un tan vigilante y amoroso mirar con nosotros, que todo,
y en todo tiempo, nos lo ordena a nuestro provecho.
¿Qué diremos a
tantas mercedes, sino hacer gracias a aquel verdadero pastor
que, porque sus ovejas no muriesen de hambre, ni anduviesen
lejos de los ojos de Dios, ofreció su cara a tantas deshonras,
para que, mirándola el Padre tan afligida, sin culpa, mirase a
los culpados con ojos de misericordia, y para que traigamos
nosotros en el corazón y en la boca: Mira,
Señor, en la faz de tu Cristo, probando por
experiencia que muy mejor nos
oye el Señor y
nos ve, y nos inclina oreja, que nosotros a Él?
IV.
ET OBLIVISCERE POPULUM TUUM
Cuarta palabra. Cómo hemos de olvidar
nuestro pueblo
Para
declaración de lo cual es de notar, que todos los son
repartidos en dos bandos, o ciudades diversas; una de malos, y
otra de buenos. Las cuales ciudades no son distintas por
diversidad de lugares, pues los ciudadanos de una y otra viven
juntos y aún dentro de una casa, mas por diversidad de
afecciones. Porque, según dice San Augustín, dos amores
hicieron a dos ciudades. El amor de sí mismo, hasta despreciar
a Dios, hizo la ciudad terrenal;
el amor de Dios, hasta despreciar a sí mismo, hizo la ciudad
celestial.
La primera ensálzase en sí misma, la segunda, no
en sí, mas en Dios. La primera quiere ser honrada de los
hombres; la segunda, tiene por honra tener la conciencia
limpia delante los ojos de Dios. La primera ensalza su cabeza
en su honra; la segunda dice a Dios: Tú
eres mi gloria, y el que alzas mi cabeza. La
primera es deseosa de mandar y señorear; en la segunda
sírvense unos a otros por caridad: los mayores aprovechando a
los menores, y los menores obedeciendo a sus mayores. La
primera atribuye la fortaleza a sus poderosos y gloríase en
ellos; la segunda dice a Dios: Ámete
yo, Señor, fortaleza mía. En la primera los sabios
de ella buscan los bienes criados; o si
conocieron al Criador no lo honraron como a criador, mas
tornáronse vanos en sus pensamientos y diciendo: somos sabios,
tornáronse necios; mas en la segunda ninguna otra
sabiduría hay sino el verdadero servicio de Dios, y espera por
galardón honrar al mismo Dios en compañía de los santos
hombres y ángeles, para
que sea Dios todas las cosas en todos. De la
primera ciudad son vecinos todos los pecadores; de la segunda
todos los justos. Y porque todos los que de Adán descienden,
sacando el Hijo de Dios y su bendita Madre son pecadores, aun
en siendo engendrados, por tanto todos somos naturalmente
ciudadanos de aquesta ciudad, de la cual Cristo nos saca por
gracia para hacernos de la suya.
1. Los
diversos nombres que se dan al mundo, nuestro pueblo, indican
su maldad
Esta mala ciudad que es de
congregación, no de plazas ni calles, mas de hombres que se
aman a sí y presumen de sí, se llama por diversos nombres, que
declaran la maldad de ella. Llámase Egipto,
que quiere decir tiniebla
o angustia; porque los que en esta ciudad viven
carecen de luz, pues no conocen a Dios. Y no lo conocen,
porque no le aman; porque según dice San Joan: el
que no ama a Dios, no conoce a Dios; porque Dios es
amor. Y viviendo en tinieblas, no tienen gozo,
porque, según decía Tobías: ¿Qué gozo puedo yo tener, pues no
veo la lumbre del cielo?
Llámase
también Babilonia
que quiere decir confusión
el cual nombre fue puesto cuando los soberbios quisieron
edificar una torre que llegase hasta el cielo, para defenderse
de la ira de Dios, si quisiese otra vez destruir el mundo por
agua, y para hacer un tal edificio, por el cual fuesen
nombrados en el mundo. Mas impidió su locura el Señor de esta
manera, que les confundió el lenguaje, que antes era uno, en
muchos lenguajes, para que así no se entendiesen unos a otros.
De lo cual nacían rencillas, pensando cada uno que hacía el
otro burla de él, diciendo uno y respondiendo otro. Y así el
fin de la soberbia fue confusión y rencilla, y división. Muy
propiamente compete este nombre a la ciudad de los malos, pues
quieren pecar y no ser castigados. Y no quieren huir los
castigos de Dios, evitando el ofenderle, mas, si pudiesen por
fuerza o por maña pecar, y no ser castigados, lo intentarían.
Son soberbios, y todo su fin es que se nombre su nombre en la
tierra. Hacen torres de obras vanas, si pueden, y si no, a lo
menos en los pensamientos. Los cuales destruídos al mejor
favor que ellos están, según está escripto: A
los soberbios resiste y a los humildes da gracia,
y porque no quisieron vivir en unidad de lenguaje, dando
la obediencia a Dios son castigados en que ni
ellos se entiendan a sí mismos, ni entiendan a Dios, ni se
entiendan unos a otros, ni entiendan cosa criada; pues,
faltándoles la sabiduría de Dios, ninguna cosa entienden como
se debe de entender para su provecho. ¡Cuántas cosas pasan en
el corazón de los malos que los sacan de tiento, y no saben
cómo remediarse! Ya pide uno con deseo una cosa y otra, y a
las veces contraria; ya hacen, ya deshacen; lloran y
alégranse; ya quieren desesperar, ya se ensalzan vanamente;
buscan con mucha diligencia una cosa, y, después de habella
alcanzado, pésales por haberla alcanzado; desean una cosa y
hacen otra, siendo regidos, no por razón, mas por pasión. Y de
aquí es que como el hombre sea animal
racional, cuya principal parte es la ánima, que ha
de vivir según razón, y éstos viven según apetito, no se
conocen ni entienden, pues viven vida bestial, que es vida de
cuerpos, y no racional, que es propria vida de hombres. De lo
cual nace que, como Dios sea espíritu y haya de ser amado y
conocido no de nuestro cuerpo, mas de nuestro espíritu, estos
tales no le conocen, porque su vida es al contrario de Él. Y
como la unión de los prójimos nace de la unión de sí mismos, y
de la unión de sí con Dios, estos ciudadanos, divididos en sí
y divididos de Dios, no pueden tener buena y duradera paz unos
con otros; mas antes de sus hablas y obras y juntas nacen
rencillas, viviendo cada uno a su proprio querer, sin curar de
agradar al otro, y sintiendo cada uno a su injuria, sin curar
de sufrirse unos a otros. Estos son los que no entienden a qué
fin fueron criados, ni cómo han de usar de las criaturas, ni
temen infierno, ni desean el cielo; mas todas las cosas las
quieren para sí, haciéndose fin de todas ellas. Con mucha
razón, pues, son llamados Babilonia
los que todos andan en ceguedad, sin usar de sí ni
de otra cosa conforme al querer del Criador.
Llámanse
también caldeos,
llámanse Sodoma,
llámanse Edón,
con otros mil nombres que representan la maldad de este
pueblo, y todos aun no pueden declarar la malicia de él. Este
es el pueblo del cual manda Dios salir a Lot, porque no le
comprehenda el castigo que de Dios viene sobre él, y le es
mandado que se salve en el monte, que es la alteza de la fe y
buena vida. Este es el pueblo del cual manda Dios que salga a
Israel, para caminar a la tierra de promisión, que es figura
del cielo. Este es el pueblo del cual mandó Dios primero a
Abraham que se saliese, cuando le dijo: Sal
de tu tierra, y de tu tierra, y de tu parentela, y de la casa
de tu padre, y ven a la tierra que te mostraré.
Este es el pueblo del cual dice Dios por San Pablo a los que
quieren ser suyos: No
queráis tener compañía con los infieles. Porque ¿qué compañía
puede tener la maldad con la bondad, o la luz con las
tinieblas? ¿Qué junta puede haber en ti, Cristo, y Belial o
entre el fiel y el infiel? ¿Qué convención hay entre el pueblo
de Dios con los ídolos? Porque vosotros sois templos de Dios
vivo, como dice el Señor: Yo moraré en ellos, y andaré entre
ellos, y seré Dios de ellos, y ellos me serán pueblo. Por lo
cual salid del medio de ellos y apartaos, dice el Señor, de
ellos. Todo esto dice San Pablo.
De
las cuales cosas veréis claro con cuánta razón se os dice de
parte de Dios: Olvida
tu pueblo, y la casa de tu padre; porque no os
recibirá el Señor por suya, si no os extrañáis a este pueblo.
No es cosa segura
estar debajo de una casa, la cual sin duda se ha de caer y
tomar a cuantos debajo estuvieren, y no agradeceremos poco a
quien de tal peligro nos avisase. Pues sabed muy de cierto que
vendrá día en que se cumpla aquella visión que vio San Joan
cuando dijo: Vi
otro ángel que descendió del cielo, que tenía gran poder, y
que tenía la tierra alumbrada con su gloria. Y él clamó con su
fortaleza y dijo: Caído ha, caído ha Babilonia la grande, y
hecha es morada de demonios, y casa de todo espíritu sucio, y
de toda ave sucia y horrible. Y abajo dice:
Tomó
un ángel una piedra grande, como de molino, y echóla en la
mar, diciendo: Con este ímpetu será echada la gran Babilonia
en la mar, y no será más hallada. Y, porque no se
descuiden los que desean salvarse, pensando que, teniendo
compañía con los malos, no les comprehenderán sus azotes, dice
el mismo San Joan que oyó otra voz del cielo que decía:
Salid
de ella, pueblo mío, y no seáis participantes en sus delitos,
y no recibáis de sus plagas, porque llegado han sus pecados al
cielo, y acordado se ha el Señor de las maldades de ella.
2.
¿Qué quiere decir «salir del mundo»?
Sobre
lo cual dice San Augustín que este salir
del medio de Babilonia no quiere decir ir con el
cuerpo de entre los malos, mas con el ánima, porque en una
misma ciudad y en una misma casa está Jerusalén y Babilonia,
juntas cuanto al cuerpo, mas, si miramos a los corazones, muy
apartados están. Y en uno es conocida Jerusalén, ciudad de
Dios, y en otro Babilonia, ciudad de los malos. Olvidad,
pues, vuestro pueblo, y salid al pueblo de Cristo,
sabiendo que no podéis comenzar vida nueva, si no salís de la
vida vieja. Acordaos de lo que dijo San Pablo, que para
santificarle a su pueblo por su sangre, padeció muerte fuera
de la puerta de Jerusalén, y pues así es, salgamos a él fuera
de los reales, imitándole en su deshonra. Esto
dice San Pablo, amonestándonos que por eso Cristo
padeció fuera de la ciudad, para darnos a entender
que, si le queremos seguir, hemos de salir de esta ciudad, que
hemos dicho, que es congregación de los que se aman a sí. Bien
pudiera Cristo curar el ciego en Betsaida, y más quiso sacarle
de ella y así darle la vista, para darnos a entender que fuera
de la vida común, que siguen los muchos, hemos de ser curados
de Cristo, siguiendo el camino estrecho, por el cual dice la
misma verdad que andan pocos. No os engañe nadie; que no
quiere Cristo a los que quieren cumplir con Él y con el mundo.
Y por su bendita boca prometió que ninguno pudiese
servir a dos señores.
Por tanto, si queréis que
Él se acuerde de vos, olvidad
vuestro pueblo. Si queréis que os ame, no os améis
vos. Si queréis que Él cuide de vos, no estéis estribada en
vuestro cuidado. Si queréis que os mire con amor, no os miréis
complaciendo a vos. Si queréis estar arrimada a Él,
desarrimaos de vos. Y si queréis agradarle, no temáis
desagradar al universo mundo por Él. Y si deseáis hallarle, no
dudéis perder padre y madre, y hermanos y casa, y aun vuestra
propria vida, por Él. No porque conviene aborrecer estas
cosas, mas porque conviene mirar tan de verdad, y con todo
vuestro corazón, a Cristo, que no torzáis en un solo cabello
de agradar a Él por agradar a criatura alguna, por amada que
sea, ni aun por vos misma. San Pablo predica que los
que tienen mujeres las tengan como si no las tuviesen, y los
que compran como si no poseyesen, y los que venden como si no
vendiesen, y los que lloran como si no llorasen, y los que se
gozan como si no gozasen y la causa es lo que
añade, diciendo. Porque
se pasa presto la figura de este mundo. Pues así
os digo, doncella, que lo uno, porque presto se pasa, y lo
otro, porque ya no sois vuestra, así tened padres y hermanos,
parientes y casa y pueblo, como si no los tuviésedes, no para
no reverenciarlos y amarlos, pues la gracia no destruye la
orden de naturaleza, y aún en el mismo cielo ha de haber
reverencia de hijo a padre; mas para que no os ocupen el
corazón y estorben el servicio de Dios. Amaldos en Cristo, no
en ellos, que no os los dio Cristo para que os sean estorbo a
lo que tanto debéis siempre hacer, mas para que os sean ayuda.
San Hierónimo cuenta de una doncella, que estaba tan
mortificada a la afeción del parentesco, que a su propria
hermana, aunque era doncella, no curaba de verla,
contentándose con amarla por Dios.
Creedme
que así como en un pergamino no pueden escribir, si no está
muy raído, quitado de la carne, así no está el ánima aparejada
para que el Señor escriba sus gracias en ella, hasta que estén
en ella estas afecciones, que nacen de carne, muy muertas.
Leemos en los tiempos pasados que pusieron el arca de Dios en
un carro, para que la llevasen dos vacas paridas, cuyos
becerros quedaban en cierta parte encerrados, y aunque las
vacas daban
gemidos por sus hijos, mas nunca dejaron su camino
real, ni tornaron atrás, ni
se apartaron, dice la Escriptura, a la
mano derecha ni a la izquierda, mas por el querer
de Dios que así le hacía, llevaban su arca hasta la tierra de
Jerusalén, que era el lugar donde Dios moraba. Los que se han
puesto encima de sus hombros la cruz de Jesucristo nuestro
Señor, que es arca donde Él está y se halla muy de verdad, no
deben dejar ni tardar su camino por estas afecciones naturales
de amor de padres e hijos, y casa, y semejables cosas. Ni
deben gozarse livianamente con las prosperidades de ellos, ni
penarse por sus adversidades. Porque lo primero es apartarse
del camino de la mano derecha, y el segundo, a la izquierda;
mas proseguir en fervor su camino, encomendando al Señor que
guíe a su gloria lo uno y lo otro. Y estar tan muertos a estas
cosas, como si no les tocasen, o a lo menos, si esto no
pueden, no dejarse vencer de la tristeza o del gozo por lo que
a ellos toca, aunque algo lo sientan; lo cual fue figurado en
las vacas que, aunque daban
bramidos por sus hijos, no por eso dejaban de
llevar el arca de Dios. E si los padres ven que sus hijos
quieren de alguna manera servir a Dios que a ellos no es
apacible, deben de mirar lo que Dios quiere. Y, aunque giman
con amor de los hijos, deben vencerse con el amor de Dios,
ofreciendo sus hijos a Dios, y serán semejables a Abraham, que
quería matar a su unigénito hijo por la obediencia de Dios, no
curando de lo que su sensualidad deseaba. Y el dolor natural
que en estos trances se pasa, débese sufrir con paciencia, el
cual aún no irá sin galardón, pues que el Señor ordenó el
dicho amor, y por amor de él se vencen como quien padece
martirio. Olvidad,
pues, vuestro
pueblo, doncella, y sed como otro Melquisedec, del
cual no
se cuenta padre ni madre ni linaje alguno. En lo
cual, como San Bernardo dice, se da ejemplo a los siervos de
Dios, que han de tener tan olvidado su pueblo y parientes, que
sean de su corazón como este Melquisedec solos y extranjeros
en este mundo, sin tener cosa que les retarde su apresurado
caminar, que caminan a Dios.
3. La vanidad
de la nobleza del linaje
No querría que os cegase a
vos la vanidad que a muchos ciega, presumiendo de su linaje
carnal. Y, por tanto, quiéroos decir lo que a una doncella San
Hirónimo dice: «No quiero que mires aquellas que son doncellas
del mundo y no de Cristo, las cuales, no acordándose de su
propósito comenzado, se gozan en sus deleites, y se deleitan
en sus vanidades y glorias en el cuerpo, en la origen de su
linaje, las cuales, si se tuviesen por hijas de Dios, nunca
después del nacimiento divino, ternían en algo la nobleza del
cuerpo; y si sintiesen a Dios ser padre, no amarían la nobleza
de la carne. ¿Para qué te glorías con nobleza de tu linaje? Un
hombre y una mujer hizo Dios en el principio del mundo, de los
cuales descendió la muchedumbre del género humano. La nobleza
del linaje no la da la igualdad de naturaleza, mas la ambición
de la codicia; y ninguna diferencia puede haber entre aquellos
a los cuales el segundo nacimiento engendró, por el cual así
el rico como el pobre, el libre y el esclavo, es de linaje, y
sin él no son hechos hijos de Dios. Y el linaje de carne
terrena es oscurecido con el resplandor de la celestial honra.
Y en ninguna manera ya parece, pues que los que eran antes
desiguales por honras del mundo son igualmente vestidos con
nobleza de honra celestial y divina. Ningún lugar hay ya allí
de linaje bajo, y ninguno de aquéllos es sin linaje, a los
cuales el alteza del nacimiento divino los hermosea. Y, si lo
hay, en el pensamiento de aquellos que no tienen en más las
cosas celestiales que las humanas. O, si las tienen, cuán
vanamente lo hacen en tenerse en más que aquellos por cosas
menores, los cuales conocen serles iguales en las cosas
mayores, y estiman a los otros como a hombres puestos en
tierra debajo de sí, los cuales creen que son sus iguales en
las cosas del cielo. Mas, tú, quienquiera que eres, doncella
de Cristo y no del siglo, huye toda gloria de la vida
presente, para que alcances todo lo que se promete en el
siglo, que está por venir.» Todo esto dice San Hierónimo. De
lo cual podréis ver cuánto os conviene olvidar vuestro pueblo
y casa de padre, sabiendo que lo que de los padres de carne
traéis es ser concebida en pecado y llena de muchas miserias,
y nacida en ira de Dios por el primer pecado de Adán, que,
mediante nuestra concepción, heredamos. Un cuerpecillo nos
dieron nuestros padres, y tan vergonzosamente engendrado que
es asco pensarlo, y decirlo, y es tal este cuerpo que mancha
el ánima, que Dios cría limpia y la infunde en él. Como cuando
un limpio da una manzana limpia en las manos de un leproso,
que con sólo tomarla la ensucia. Un cuerpo nos dieron, lleno
de mil necesidades y flaquezas, y proprio para hacer
penitencia en sufrirlo. Un cuerpo, que, si un solo cuerezuelo
le quitasen de encima, los muy hermosos serían abominables. Un
cuerpo, que, mirándolo por defuera blanco, y considerando las
cosas que dentro en sí encierra, no diréis sino que es un vil
muladar, cubierto de nieve. Un cuerpo, que pluguiera a Dios
que no hubiera más en él que ser trabajoso y vergonzoso; mas
esto es lo menos, porque es el mayor enemigo que tenemos, y el
mayor traidor que nunca se vio, que anda buscando la muerte, y
muerte eterna, a quien le da de comer, y todo lo que ha
menester. Un cuerpo, que para haber él un poco de placer, no
tiene en nada dar enojos a Dios y echar el ánima en el
infierno. Un cuerpo, perezoso como asno y malicioso más que
mula; y si no, probá a dejarlo sin freno, que ande él como
quisiere, y descuidaos un poco de guardaros de él, entonces
veréis lo que tiene.
¡Oh
vanidad para burlar de los que de linaje presumen!, pues que
todas las ánimas Dios las cría, que no se heredan, y la carne
que se hereda, es cosa para haber vergüenza y temor. Digan los
tales lo que Dios dijo a Esaías: Da voces. ¿Y
qué diré a voces?, dijo Esaías. Respondió el
Señor. Que
toda carne es feno, y toda su gloria como la florecilla del
campo. Voces manda dar Dios, y aún no las oyen los
sordos, los cuales más se quieren gloriar de la suciedad, que
de la carne trajeron, que en la alteza que por el Espíritu
Santo les es concedida. No seáis ciega, esposa de Cristo, ni
desagradecida. La estima en que Dios os tiene no es por
vuestro linaje, mas por ser cristiana; no por nacer en sala
entoldada, mas por tornar a nacer en el santo baptismo. El
primer nacimiento es deshonra, el segundo es honra. El
primero, de desnobleza; el segundo, de nobleza. El primero, de
pecado; el segundo de justificación de pecados. El primero, de
carne que mata; el segundo, de espíritu que aviva. Por el
primero somos hijos de hombres; por el segundo, hijos de Dios.
Por el primero, aunque somos herederos de nuestros padres,
cuanto a su hacienda somos herederos cuanto a ser pecadores y
llenos de muchos trabajos; mas por el segundo somos hechos
hermanos de Cristo, y juntamente herederos del cielo con él:
de presente recebimos el Espíritu Santo y esperamos ver a Dios
cara a cara.
Pues,
¿qué os parece que dirá Dios al que se precia más ser nacido
de hombres, para ser pecador y miserable, que por ser nacido
de Dios, para ser justo y después bienaventurado? Éstos son
semejables a uno que fuese engendrado de un rey en una muy fea
esclava, y se preciase él de ser hijo de ella, y la trajese
mucho en la boca, y no mirase ni se acordase ser hijo del rey.
Olvidad,
pues, vuestro
pueblo, para que seáis del pueblo de Dios. El
pueblo malo, ése es el vuestro, y por eso dice: Olvida
tu pueblo, porque de vos no sois sino pecadora y
muy vil, mas, si os sacudís de eso que es vuestro, recebiros
ha el Señor en lo que es suyo, en su nobleza, en su
justificación, en su amor. Mas, mientra tuviéredes, no
recebiréis. Desnuda os quiere Cristo, porque Él os quiere
dotar, que tiene con qué. Porque de vos, ¿qué tenéis sino
deudas? Olvidad
vuestro pueblo, que es ser pecadora, extrañándoos
a los pecados pasados, y no viviendo según mundo. Olvidad
vuestro pueblo, olvidando vuestro linaje.
Olvidad
vuestro pueblo, haciendo cuenta que estáis en un
desierto sola con Dios. Olvidad,
pues, vuestro
pueblo, pues tantas razones y tan suficientes veis
para lo hacer.
V.
ET DOMUM PATRIS TUI
Quinta palabra. Cómo hemos de olvidar la casa de
nuestro padre
para hallar la de Dios
1. El padre
de nuestra casa es el demonio
Síguese otra palabra que
dice: Olvida
la casa de tu padre. Este padre el demonio es;
porque, según dice San Joan, el
que hace pecado, del diablo precede, porque el diablo pecó
desde el principio. No porque él crió o engendró a
los malos, mas porque imitan sus obras. Y de aquél se dice ser
uno hijo, según el santo Evangelio, cuyas obras imita.
Este padre
malaventurado vive en el mundo, y quiere decir en los malos,
según se escribe de él en Job: En
la sombra duerme, y en lo secreto de la caña, y en los lugares
húmidos. Sombra son las riquezas, porque no dando
el descanso que prometen, mas punzando el corazón con sus
congojas, como con espinas, experimenta el que las tiene que
no son riquezas, mas sombra de ellas, y verdadera necesidad, y
que ninguna cosa son menos de lo que suena su nombre.
Caña
es la gloria de este mundo, que cuando de fuera
mayor parece, tanto de dentro está más vacía, y aún lo que de
fuera parece es tan mudable que con razón se llama caña, que a
todo viento se mueve. Lugares
húmidos son las almas relajadas con los carnales
deleites, que corren tras ellos, sin detenencia, contrarias a
aquellas de las cuales dice el santo Evangelio que se
salen del espíritu sucio del hombre donde estaban, y va a
buscar donde entrar, y anda por los lugares secos, buscando
holganza, y no la halla, porque en las ánimas
ajenas de estos carnales deseos no halla el demonio posada,
mas en las codicias, honras y deleites es su aposento. Por lo
cual dice el
príncipe de este mundo, y regidor y señor de él,
no porque él lo haya criado, mas porque los malos, que son de
Dios por creación, quieren sujetarse al demonio, conformándose
con su voluntad para que así sean también conformes con él en
la infernal pena como les será crudamente dicho el día
postrero, por boca de Cristo: Id,
malditos, al fuego eterno, que está aparejado al diablo y a
sus ángeles.
2. Nuestra
casa es la propia voluntad
Y si bien consideramos
cuál sea esta casa
del demonio, hallamos que no es otra sino la
propria y mala voluntad de los malos, en la cual se asienta el
demonio como rey en silla, mandando desde allí a todo el
hombre, pues tiene lo principal de él. Olvidar,
pues, la
casa de vuestro padre no es otra cosa sino olvidar
y quitar la voluntad propria, en la cual algún tiempo
aposentamos a este mal padre, y abrazar con entero corazón la
divina diciendo: no
mi voluntad, Señor, sino la tuya sea hecha. El
cual amonestamiento es de los más provechosos que se nos
pueden hacer; porque, quitada nuestra voluntad, quitaremos los
pecados que nacen de ella, como ramos de raíz. Lo cual denota
San Pablo, contando muchedumbre de pecados que en los días
postreros había de haber. Primero dice que
serán los hombres amadores de sí mismos dando a
entender, como dice la glosa, que este amor de sí, es raíz y
cabeza de todos los pecados, el cual quitado, queda el hombre
en su sujeción de Dios, de la cual le viene su bien. Ítem, la
causa de nuestros desabrimientos, tristezas, trabajos, no es
otra sino nuestra voluntad, la cual querríamos que se
cumpliese. Y, porque no se cumple, tomamos pena; mas este
yerro quitado, ¿qué cosa puede venir que nos pene? Pues no
nace la tristeza de venir el trabajo, mas de no querer que nos
venga.
Y
no sólo se quitan las penas de acá, mas del otro mundo,
porque, como San Bernardo dice, cese la voluntad propria y no
habrá infierno; mas así como es la cosa más provechosa de
todas negar nuestra voluntad, así es la cosa más trabajosa que
hay; y aun por mucho que trabajemos no saldremos con ello, si
aquel Señor que mandó quitar
la piedra de la sepultura de Lázaro muerto, no
quita esta dureza que tiene muertos a los que debajo toma. Y,
si no mata a este fuerte Goliat, que no hay quien le pueda
vencer si no el que es invencible. Mas, aunque nosotros no
podamos librar nuestro cuello de estas cadenas, no por eso
debemos dejar de esforzarnos, según las fuerzas que el Señor
nos diere, llamándole con corazón, y considerando los males
que de seguirla nos vienen, y los bienes que de no seguirla.
Ítem, los santos ejemplos de Cristo, el cual dice de sí:
Descendí del cielo, no para hacer mi voluntad, mas la de aquel
que me envió. Y esto no en cosas de poca importancia, como
algunos hacen, mas en las cosas de afrenta y que llegan, como
dicen, al ánima. Tal era el padecer Cristo pasión por
nosotros, mas en ella se conformó con la voluntad de su Padre,
echando de sí la voluntad de su carne, que era no padecer,
para darnos ejemplo, que ninguna cosa nos debe ser tan amada,
que, por él, no la abracemos.
Y
si todas las cosas que consideramos no nos movieren a olvidar
este pueblo y casa de nuestro padre, a lo menos muévanos lo
que tanta razón es que nos mueva, conviene a saber, la palabra
que tras ésta se sigue, como para dar esfuerzo a cumplir las
pasadas, la cual dice así: Y
codiciará al rey tu hermosura.
VI.
ET CONCUPISCET REX DECOREM TUUM
Que tal ha de
ser nuestra alma, para que el Señor codicie su hermosura
Cosa
es de maravillar que haya hermosura en la criatura que pueda
atraer a los benditos ojos de Dios para ser de Él codiciada.
Dichosa cosa es enamorarse el ánima de la hermosura de Dios;
mas ni es de maravillar que la fea ame al todo hermoso, ni es
de tener en mucho que la criatura mire a su Criador. Mas
enamorarse y aplacer a Dios en su criatura, esto es de
maravillar y agradecer, y da a ella inefable causa de
gloriarse y gozarse. Si es grande honra ser cautiva una ánima
del Señor, ¿qué será tener ella a Él cautivo de amor? Si es
gran riqueza no tener corazón por dársele a Dios, ¿qué será
tener por nuestro el corazón del Señor?, el cual da Él a quien
da su amor. Y tras el corazón, da a todo si, porque de quien
es nuestro corazón, de aquél somos. Sin duda grandes y muchos
son los bienes que la infinita bondad da a los hombres, mas,
como no haciendo caso de todos ellos, dice Job a Dios: Señor,
¿qué
cosa es el hombre, porque le engrandeces y pones en él tu
corazón? Dando a entender que, pues por dar Dios
el corazón, se da a Él, tanta diferencia va de dar otras
dádivas a dar el corazón por amor, cuanto va de Dios a
criaturas. Y, si por las otras dádivas le debemos gracias, la
principal causa es porque nos las da con amor, y si en ellas
nos debemos gozar, mucho más por hallar gracia en los
altísimos ojos de Dios. Ésta es la verdadera honra nuestra, de
la cual nos podemos gloriar, no de que amamos nosotros a Él,
porque maldito es quien hace caso de sí, ensalzándose en las
obras que hace, mas de que un tan alto rey, a quien adoran
todos los ángeles, quiere por su sola bondad amar cosas tan
bajas como somos nosotros.
Mirad,
pues, doncella, si es razón de
oír y ver, e inclinar
a Dios nuestra oreja, pues el galardón de ello es
que codicie
Dios nuestra hermosura. Verdaderamente, aunque las
palabras que manda fueron muy recias, se tornarán livianas con
tales promesas, cuanto más siendo cosa tan poca lo que nos
pide.
1. Esta
hermosura no es la del cuerpo
Mas diréis: ¿De dónde
viene al ánima tener hermosura, pues que es pecadora, y de los
pecadores se escribe que es
denegrida su cara más que carbones? Si este Señor
buscase hermosura de cuerpo, no es de maravillar que la
hallase, pues Él lo crió; y así, como Él es hermoso, crió
todas las cosas hermosas, para que así fuesen algún pequeñuelo
rastro de su hermosura inefable, comparada a la cual, toda
hermosura es fealdad. Mas sabemos que dice David, hablando de
la esposa de este gran rey, que
toda su hermosura consiste en lo de dentro, que es
el ánima. Y esto con mucha razón, porque la hermosura del
cuerpo es muy poca cosa, y puede estar en quien tenga muy fea
su ánima. ¿Pues qué aprovecha ser fea en lo más, y hermosa en
lo que es casi nada? ¿Qué aprovecha la hermosura en lo que los
hombres pueden mirar, y fealdad en lo que Dios mira? De fuera
ángel, y de dentro diablo.
a) LA
HERMOSURA CORPORAL ES PELIGROSA AL QUE LA TIENE
Y
no sólo esta hermosura no aprovecha para ser el ánima amada de
Dios, mas aún por la mayor parte es ocasión para ser desamada.
Porque, así como la espiritual hermosura da seso y sabiduría,
así la hermosura del cuerpo la suele quitar. No tienen pequeña
guerra la castidad, la humildad, recogimiento, de una parte,
contra la hermosura corporal, de otra. Y a muchos les fuera
mejor extrema fealdad en la cara, para no tener con quién
pelear, que gran hermosura y gran liviandad, con que fueron
vencidas. No por pequeño mal dice Dios a tal ánima: Perdiste
la sabiduría entre tu hermosura. Y en otra parte
dice: Heciste
abominable tu hermosura. Y dice esto, porque,
cuando con la hermosura del cuerpo se juntan fealdades en las
costumbres, es abominable la tal hermosura, y tornada en
fealdad verdadera.
Bien
veo yo que si las ánimas de los que miran las cosas hermosas,
y de las que son hermosas, fuesen puros en buscar a Dios solo
en las criaturas cuanto ellas fuesen más hermosas, tanto más
claro espejo serían de la hermosura de Dios; mas, ¿adónde está
agora quien no llore lo que San Augustín lloraba cuando decía:
«Andaba hermosa, para tanto más guardarse limpia en el ánima,
cuanta más hermosura ve en su cuerpo»? Naturalmente huimos más
de ensuciarnos cuando estamos limpios, que cuando no. Y hacen
al contrario de esto muchas personas que, siendo feas, no
pecarían tanto, y de la misma limpieza toman ocasión a
ensuciarse. Y de éstas dice la Escriptura: Como
manilla de oro en el hocico del puerco, así es la mujer
hermosa, que es loca. Muy poca honra cataría el
puerco al oro que en su hocico tuviese, y no dejaría, por
mucho que resplandeciese, de ensuciarlo y meterlo en el
hediondo cieno; así es la mujer loca, que emplea su hermosura,
sin algún asco, en mil vanidades, hediondeces, ya de cuerpo ya
de ánima.
b) PUEDE SER
DAÑOSA A LOS DEMÁS
Pues
si la hermosura no ayuda, antes desayuda a guardar la limpieza
de la propria ánima, ¿qué pensáis que hace en las ánimas de
quien lo mira? ¡Cuán buena cosa sería no tener ellos ojos para
mirar, ni ellas pies para andar, ni manos para hermosear, ni
gana para ser vista! ¿Qué dirán estas miserables hermosas al
parecer, y feas, según la verdad, cuando les falte la
hermosura del cuerpo, para lo cual tanto trabajaron, y se
tornen tan hediondos sus cuerpos en las sepulturas cuan
hediondas andaban sus ánimas debajo de los cuerpos hermosos, y
sean así presentadas desnudas de bienes delante los ojos de
aquel, al cual no curaron parecer bien, y sean avergonzadas de
sus secretas maldades probando por experiencia, que vino el
día en que, como Dios había prometido, echó
a perder el nombre de los ídolos de la tierra? Ídolo
es la mujer vana y hermosa, que quiere contrahacer
a Dios verdadero, pintándose como Dios no la pintó, y
queriendo que los corazones de los hombres se ocupen de ellas,
y haciendo para ello todo lo que pueden y deseando lo que no
pueden. Los nombres muy mentados de éstas destruirlos ha Dios,
para que sepan que no aprovechó ser mentadas en las bocas de
los hombres, si están raídas del libro de Dios.
De
esta hermosura os amonesto, esposa de Cristo, que ni aun os
acordéis de ella, porque, si las mujeres vanas se pasan como
quiera donde no las ve hombre, y guardan su hermosura para
cuando las mire alguna muchedumbre del pueblo, o algún alto
príncipe, ¿por qué la esposa de Cristo no hará otro tanto,
esperando aquel día, cuando ha de ser vista de todos los
hombres y todos los ángeles, y del Señor de hombres y ángeles,
cuando parecerá mejor la cara llorosa que la risueña, y la
saya baja que la preciosa, y la virtud que la hermosura? Mas,
no penséis que os basta tener vuestro corazón limpio de esta
vanidad, mas conviéneos mucho mirar y remirar, no seáis causa
que a quien os miraré se le aparte el corazón de Dios ni un
solo punto.
Las
vanas doncellas del mundo desean bien parecer a los hombres,
mas la de Cristo ninguna cosa debe tanto huir ni temer, porque
no puede ser peor locura que desear el peligro ajeno y suyo.
Acordaos de lo que San Hierónimo dice a una doncella:
«Guárdate que no des alguna ocasión de deseo malo, porque tu
esposo es celoso, y peor será adulterar contra Cristo que
contra el marido.» Y en otra parte dice: «Acuérdate que te he
dicho que eres hecha sacrificio de Dios y el sacrificio da
santificación a las otras cosas, y cualquiera que de él
dignamente participare se hará participante en la
santificación. Pues de esta manera, por tu causa, como por
sacrificio divino, se santifiquen las otras, con las cuales
así vivas que, cualquiera que tocare tu vida con el mirarte, o
con el oírte, sienta en sí la fuerza de la santificación, y
deseándote mirar, sea hecho digno de ser sacrificio.» Todo
esto dice Hierónimo. De lo cual veréis que esta honra tan
grande que es ser esposa de Cristo, no anda sola, ni se ha de
poseer con descuido, mas así como es el más alto título que
decirse puede, así pide mayor cuidado que otro para tenerlo
como conviene. No penséis que por no tener marido que sea
hombre, ya por eso habéis de vivir ni con un solo punto de
descuido; mas sabed que estáis obligada a miraros más y más
cuanto vuestro esposo es mayor y más cosas las que os demanda.
Con el marido de acá cumple la mujer con no tener tachas muy
grandes, mas con el esposo celestial, no. Si no le amáis con
todo vuestro corazón y fuerzas, y una palabra y un rato ocioso
no pasará sin castigo, es tanto lo que a este Señor se le debe
que el no amarlo y reverenciarlo muy mucho es tacha, y de ella
se le debe pedir perdón. Y esto no os parezca pesado, porque
aun acá, en el mundo, cuanto una mujer alcanza marido más alto
está obligada a ser ella mejor. Pues, si podéis, considerad
quién es aquel a quien por esposo tomastes, o por mejor decir,
quién por esposa os tomó, y veréis que, aunque lo que mandase
fuese pequeño, por mandarlo él no hay mandamiento pequeño ni
pecado pequeño.
c) EJEMPLO DE
LA VIRGEN ASELA
Y
porque tal dignidad como ésta no la tengáis indignamente, y la
honra no se os torne en deshonra, quiero poneros delante un
dechado vivo en que os miréis, y del saquéis, que fue una
doncella llamada Asela, de la cual dice San Hierónimo así:
«Ninguna cosa había más alegre que su gravedad, ni más grave
que su alegría. Ninguna cosa más suave que su tristeza, ni más
triste que su suavidad. Y así tenía amarillez en la cara, que,
aunque fuese señal de abstinencia, no demostrarse hipocresía.
Su palabra callaba, y su callar hablaba; ni muy tardo ni
presurado su andar; su hábito, de una misma manera; su
limpieza era sin ser procurada; y su vestido, sin curiosidad;
y su atavío, sin atavío. Y por la bondad de su vida mereció
que en la ciudad de Roma, donde tantas pompas hay, en la cual
ser humilde es tenido por miseria, los buenos digan bien de
ella, y los malos no osen murmurar de ella. Esta es el dechado
que debéis de mirar para lo de fuera, que, para lo de dentro,
no hay sino Jesucristo, puesto en la cruz. Al cual tanto más
os debéis conformar cuanto tenéis nombre de mayor unión con
él, que es casamiento.»
Mas
mirá, no desmayéis por la mucha santidad que vuestro título
pide, temiendo más tal estado que gozándoos con él. Cuando
oyerdes que os amonestan cosas altas, no debéis derribaros,
más esforzaros, porque así como las cargas y mantenimiento del
matrimonio no cargan principalmente sobre los hombros de la
mujer, mas cumple con guardar bien lo que el marido trae
ganado, así no penséis que os tomó el Señor por esposa para
dejar sobre vuestros hombros los trabajos de manteneros, pues
que ni vos seréis para ello, ni quiere él que la honra de ser
vos la que debéis, sea vuestra. Plega a él que sepáis vos
darle vuestro corazón y responderle a sus inspiraciones que él
os enviará; y que no ensuciéis con tibieza o con soberbia, o
con negligencia, o con indiscretos fervores, el agua limpia
que en vuestra ánima él lloverá; que en lo demás, y aun en
esto, vuestra ánima ha de reposar en confianza no de vos, mas
de vuestro esposo, que sabe vuestra necesidad y puede muy bien
manteneros, si vos de vuestra voluntad de su casa no os vais.
d) EL ESTADO
DE VIRGINIDAD
El
estado de virginidad que tenéis no se debe tomar livianamente
por cualquier breve devoción que venga, ni por no poder hallar
casamiento con hombre; mas, como cosa en que mucho va, ha de
haber mucho consejo y experiencia, y aparejo para servir a
Cristo, y haberlo encomendado a Dios muchos días, y muy de
corazón, porque no se guarde negligentemente el estado que
livianamente se tomó.
Mas,
cuando es tomado como debe, y por el fin que es razón, debe
tener mucha alegría la persona que lo tuviere, porque es
estado de incorrupción y estado de fecundidad. Porque, así
como la bendita Virgen María, que por su excelente y limpísima
virginidad se llama Virgen
de vírgines, y es amparadora de vírgines, dio
fruto y no perdió la flor de su limpieza, así las vírgines,
que son de verdad vírgines, tienen fruto en su ánima y
entereza en su cuerpo. Porque este celestial esposo, Cristo,
no es como los de la tierra que quitan la hermosura e
integridad a sus esposas; mas es tan guardador de hermosura y
tan amador de limpieza que, como dice santa Inés, «a Él solo
guardo mi fe, a Él solo me encomiendo con toda devoción, al
cual, cuando amare, soy casta, cuando le tocare, soy limpia,
cuando lo recibiere, soy virgen. Ni faltarán hijos de aquestas
bodas, en las cuales hay parto sin dolor, y la fecundidad de
cada día es acrecentada.» Esto dice santa Inés, como quien
probaba la suavidad de este celestial desposado. Porque
confusión, y no pequeña, es para la doncella que se llama
esposa de Cristo, no gustar más de las condiciones y suavidad
de su esposo que si fuera un extranjero. ¡Oh cuántos dolores
ahorra la virginidad, y cuántos cuidados y desasosiegos! Unos,
que por fuerza los trae el mismo estado de matrimonio de
carne; otros, que de la mala condición del marido suelen
nacer. Más acá, los hijos son gozo,
caridad y paz, con otros semejables que cuenta San
Pablo; el esposo, bueno, pacífico, rico, sabio y hermoso, y,
según la esposa dice en los Cantares, todo
para desear.
¿No os parece, pues, que
hace este rey gran merced a quien toma no sólo para esclava, o
sirvienta, más para esposa? ¿No os parece buen trueco, parto
con dolor por parto con gozo, hijos de cuidado con hijos de
descanso, y que ellos traen consigo la paz y la honra? Por
cierto, como San Hierónimo dice, hablando a una madre de una
doncella: «No sé por qué tienes por mal que tu hija no quiso
ser mujer o esposa de caballero por ser esposa del rey, y que
te hizo a ti suegra de Cristo.» No resta, pues, doncella, sino
que así os alegréis con el estado que el Señor por su sola
bondad os dio, que tengáis cuidado de ser la que debéis, y así
temáis de vuestra flaqueza que confiéis en el Señor que
acabará en vos lo que ha comenzado; para que así ni la merced
fecha os dé alegría liviana, ni el temor de lo mucho que
debéis os derribe. Mas entre temor y esperanza caminéis hasta
que el temor se quite con el perfeto amor que en el cielo
obra, y la esperanza, cuando tengamos presente, y sin temor de
perder, aquello que aquí en ausencia esperamos.
2. Hermosura
del alma
Mucho nos hemos apartado
de la pregunta que preguntamos: ¿De dónde viene hermosura al
ánima, para que Dios la codicie? Y ha sido la causa, porque no
pensemos que lo había este rey por la hermosura del cuerpo.
Agora tornemos a nuestro propósito.
a) EL PECADO
AFEA EL ALMA
Habéis
de saber que, para ser una cosa del todo hermosa, cuatro cosas
se requieren: la una, cumplimiento
de todo lo que ha de tener; porque, faltando algo,
ya no se puede decir hermosa, como faltando una mano, o pie, o
cosa semejante; la segunda, es proporción
de un miembro con otro, y, si es imagen de otra
cosa ha de ser sacada muy al proprio de su dechado; lo
tercero, ha de tener viveza de
color; lo cuarto, suficiente
grandeza, porque lo pequeño, aunque sea bien
proporcionado, no se dice del todo hermoso.
Pues,
si consideramos todas estas condiciones en el ánima pecadora,
hallaremos que ni una sola de ellas tiene. No cumplimiento,
porque faltándole la fe, o la caridad, o dones de
Espíritu Santo, los cuales había de tener, no se puede decir
hermosa a quien tantas cosas le faltan. No tiene proporción
entre sí, porque ni obedece la sensualidad a la
razón, ni la razón a Dios, mayormente que, siendo el ánima
criada a imagen de Dios, como lo es en su ser natural; pues,
siendo Dios bueno y el ánima mala, Dios limpio y ella sucia,
Dios manso y ella airada, y ansí en lo demás ¿cómo puede haber
hermosura en imagen que tan desconforme está a su dechado?
Pues lo tercero, que es una luz espiritual de gracia y
conocimiento, que avivan la hermosura del ánima como los
colores
al cuerpo, también le falta, porque ella anda en
tinieblas, y queda denegrida
más que carbones, como lo llora Jeremías. Pues
menos tiene lo cuarto, pues no hay cosa más poca ni más
chica
que ser pecadora, que es nada. De manera que,
faltándole todas las condiciones para ser hermosa, sin duda
será fea. Y porque todas las ánimas de los cuerpos que de Adán
vienen son criadas, ordinariamente son pecadoras, síguese que
todas son feas.
Y
esta fealdad de pecado es tan dificultosa, o por mejor decir,
es tan imposible de ser quitada por fuerzas de criaturas que
todas juntas no pueden hermosear una sola ánima fea. Lo cual
denota el Señor por Jeremías diciendo: Si te
lavares con salitre, y con abundancia de jabón, todavía estás
manchada en mi acatamiento; quiere decir: que para
quitar esta mancha, ni aprovecha el salitre de reprehensiones
de los profetas, ni recios castigos de la Ley Vieja, ni
tampoco la blandura de los halagos y prometimientos que Dios
entonces hacía. Manchados estaban los hombres entre los
castigos y entre las consolaciones, y entre amenazas y
promesas. Porque
por las obras de la Ley Vieja ninguno era justificado delante
los ojos de Dios, como dice San Pablo, y por eso
no podía haber hermosura
para ser codiciada
de Dios, pues no había justificación, que es causa
de la hermosura. Y, si en la ley y sacrificios dados por Dios
no podía darse hermosura, claro es que menos la habría en la
ley de naturaleza, pues no tenía tantos remedios contra el
pecado como la de Escriptura.
b) EL VERBO
DE DIOS HERMOSEA NUESTRA FEALDAD
Considerad,
pues, qué cosa tan fea, es y cuanto se debe huir la fealdad y
mancha del pecado. Pues que, una vez recebida en el ánima, ni
pudo lavar con todas las fuerzas humanas ni con tanto
derramamiento de sangre que por mandamiento de Dios se ofrecía
en su templo. Y si el hermoso Verbo de Dios, dechado de
hermosura, no viniera a hermosearnos, para siempre la fealdad,
en que por nuestra culpa incurrimos, nos durara. Mas, viniendo
el Cordero sin mancha, pudo y supo y quiso lavar nuestras
manchas. Y amando a los feos, destruyóles la fealdad y dióles
la hermosura.
Y
para que veáis cuán razonablemente el Hijo de Dios, más que el
Padre y el Espíritu Santo, convenía que hermosease lo feo,
considerad que así como los santos doctores atribuyen al
Eterno Padre la eternidad, y al Espíritu Santo el amor, así al
Hijo de Dios, en cuanto Dios, se le atribuye la hermosura,
porque El es perfetísimo, sin defeto alguno, y es
imagen del Padre, tan al proprio que, por ser
engendrado del Padre, es semejable del todo al Padre y tiene
la mesma esencia del Padre. De manera que quien
a Él ve, ve al Padre, como Él mismo dice en el
santo Evangelio. Pues proporción
tan igual del Hijo e imagen con el Padre, cuyo es
imagen con razón se le atribuye la hermosura pues tan bien es
sacado. Esta luz no le falta, pues que se llama Verbo, que es
cosa engendrada del entendimiento y en el entendimiento, y por
eso dice San Joan que era luz
verdadera, y confesamos que es Dios
de Dios, y lumbre de lumbre. Pues grandeza
no le falta, teniendo como tiene su inmensidad
infinita, y por eso convino que este hermoso, por quien fuimos
hechos hermosos, cuando no erramos, viniese a repararnos
después de perdidos. Y se vistiese de carne, para en ella
tomar las cargas de nuestra fealdad, y dar en nuestras ánimas
la lindeza de su hermosa.
Y
aunque ni el ser nosotros castigados ni halagados, no nos
podía quitar nuestra mancha, fue de tanto valor para nosotros
el ser castigado el hermoso que, cayendo sobre sus hombros el
recio salitre de su pasión, cayó sobre nosotros el blanco
jabón de su blancura. Y aunque Dios dice al pecador: Aunque
tú te laves con salitre e yerba de jabón no serás limpio,
mas, dando a entender que había de enviar remedio
para esta mancha, dice en otra parte: Si
fueren vuestros pecados como la grana, serán blanqueados como
la nieve. Y si fueren bermejos como sangre con que tiñen
carmesí, serán blancos como lana blanca. Muy bien
creía esto David cuando decía: Rociarme
has con hisopo, Señor, y seré limpio, lavarme has y seré
emblanquecido más que la nieve. Hisopo es una
yerba pequeña y un poco caliente, y tiene propiedad para
purgar los pulmones por do resollamos. Y esta yerba juntábanla
con un palo de cedro como vara, y atábanlos con una cuerda de
grana dos veces teñida, y a todo junto decían hisopo, con el
cual, mojado con sangre y agua, y otras veces con agua y
ceniza, rociaban al leproso y al que había tocado cosa muerta,
y con aquello era tenido por limpio. Muy bien sabía David que
la yerba ni el cedro, ni la sangre de pájaros y animales, ni
el agua ni ceniza, no podían dar limpieza en el ánima, aunque
lo figuraban. Y por eso no pide a Dios que tome en su mano
este hisopo y le rocíe con él, mas dícelo por la humanidad y
humildad de Jesucristo nuestro Señor, la cual se dice yerba,
porque nacía de la tierra de la bendita Virgen María, y porque
nació sin obra de varón, como la flor nace en el campo sin ser
arada ni sembrada. Y por eso dice: Yo
soy flor del campo. Esta yerba se dice pequeña,
por la bajeza que en este mundo tomó hasta decir:
Gusano
soy y no hombre, deshonra de hombres y desprecio del
pueblo. Esta carne humillada es remedio contra el
viento de nuestra soberbia, porque no hay soberbia tan loca
que no sea curada con tanta humildad. Si el hombre mira, verá
que no es razón que se ensalce el gusano, viendo abatido el
rey de la majestad, y se olvida que el hisopo es caliente,
porque Cristo, por el fuego de amor que en sus entrañas ardía,
se quiso abajar para nos purgar, dándonos a entender que, si
el que es alto se abaja, cuanta razón es el que tiene tanto
para se abajar no se ensalce. Y si Dios es humilde, que el
hombre lo debe ser. Esta carne medicinal fue juntada al palo
del cedro, fue puesta en la cruz, y atada con delgada hebra de
grana dos veces teñida, porque aunque duros y gruesos, y
largos clavos le tenían fijados con ellas los pies y las
manos, mas, si su abrasado hilo de amor no lo atara a la cruz,
queriendo Él entregar su vida para matar nuestra muerte, poca
parte fueran los clavos para lo tener. De manera que no ellos,
más el amor le tenía. Y este amor es doblado, como grana dos
veces teñida, porque, por satisfacer a la honra del Padre, que
por los pecados era ofendida, y por amor de los pecadores,
padeció Él.
e) LA SANGRE
DE JESUCRISTO
La
ropa que el sumo pontífice se vestía en la ley había de ser
grana teñida dos veces, porque la santa humanidad de Cristo,
que es su vestidura, se había de teñir en sangre por amor de
Dios y del prójimo. Esta carne, puesta en la cruz, es el velo
que Dios mandó hacer a Moisés de hiacinto
y carmesí, y grana dos veces teñida, y de blanca y
retejida holanda, hecho con labores de aguja, y tejido con
hermosas diferencias, porque esta santa humanidad es teñida
con sangre como el carmesí; es abrasada con fuego significado
en la grana según hemos dicho; es blanca como la holanda con
castidad en inocencia, y es retejida, porque no fue muelle ni
relajada, mas apretada debajo de toda disciplina virtuosa y de
muchos trabajos, y es también significada e el hiacinto,
que tiene color de cielo, porque es formada por
obra sobrenatural del Espíritu Santo, y por eso se llama
celestial, con otras mil lindezas y virtudes que tiene
formadas por el saber muy sutil de la sabiduría de Dios. Y
este velo manda que se cuelgue delante cuatro columnas que lo
sustenten, que quiere decir que en cuatro brazos de cruz fue
puesto Cristo, y cuatro evangelios ponen y predican manifiesto
delante del mundo.
Pues,
como el real profeta David fuese tan alumbrado profeta en
saber los misterios de Cristo que habían de venir, viéndose
afeado con aquel feo pecado, cuando tomó la ovejita y mató al
pastor, temiendo la ira del Omnipotente, con la cual estaba
amenazado por boca del profeta Natán, suplica a Dios que le
hermosee su fealdad, no con hisopo material, pues que el mismo
David dice a Dios: No
te deleitarás con sacrificio de animales, mas pide
ser rociado con la sangre y carne de Jesucristo, atado con
cuerdas y lazos de amor en la cruz, confesando que, aunque su
fealdad sea mucha, será
emblanquecida más que la nieve con la sangre que
de la cruz cae. ¡Oh sangre hermosa de Cristo hermoso, que,
aunque eres colorada más que rubíes, tienes poder para
emblanquecer más que la leche! ¿Y quién viera con cuánta
violencia eras derramada por los sayones y con qué amor eras
derramada del mismo Señor? ¡Cuán de buena gana, extiendes,
Señor, tus brazos y pies, para ser sangrado de brazo y
tobillo, para remediar nuestra soltura tan mala que en deseos
y obrar tenemos! ¡Gran fuerza ponen contra ti tus contrarios,
mas muy mayor fuerza te hizo tu amor, pues que te venció!
Hermoso
llama David a Cristo sobre
todos los hijos de los hombres. Mas este hermoso
sobre hombres y ángeles quiso disimular su hermosura y
vestirse en su cuerpo, y en lo de fuera, de la semejanza de
nuestra fealdad, que en nuestras ánimas tenemos, para que así
fuese nuestra fealdad absorbida en el abismo de su hermosura,
como lo es una pequeña pajita en un grandioso fuego, y nos
diese su imagen hermosa, haciéndonos semejables a Él.
d)
POR HERMOSEARNOS, EL HIJO DE DIOS ESCONDE SU HERMOSURA A LOS
OJOS DEL CUERPO
Y
si bien miramos las condiciones ya dichas que se requieren
para ser uno hermoso, todas las cuales están excelentemente en
el Verbo divino, hallaremos que todas las disimuló y escondió,
para que, siendo escondidas en él, se manifestasen en
nosotros. ¡Cuán entero, acabado
y lleno es el Verbo de Dios, pues ninguna cosa le
falta ni puede faltar, y quita él la falta a todas las cosas!
Mas a este tan rico en el seno del Padre, miradle hecho hombre
en el vientre y brazos de su Madre. Id por todo el discurso de
su vida y muerte, y veréis cuántas veces le faltó el comer y
el beber en toda su vida: cuán falto de cama para se echar,
cuando le puso la Virgen en
el pesebre, porque ni cama ni lugar tenía en el
portal de Belén; cuántas veces le faltó con qué remediar su
frío y su calor, y no tenía sino lo que le daban. Y si en la
vida no
tenía a dónde reclinar su cabeza, como él lo dice,
¿qué diréis de la extrema pobreza que en su muerte tuvo? En la
cual menos tenía donde reclinar su cabeza, porque o la había
de reclinar en la cruz, y padecer extremo dolor por las
espinas que más se le hincaban en ella, o la había de tener
abajada en vago, no sin grave dolor. ¡Oh sagrada cabeza, de la
cual dice la esposa que
es oro finísimo, por ser cabeza de Dios, y cuán a
tu costa pagas lo que nosotros contra tu amor nos declinamos
en las criaturas, amándolas y queriendo ser amados y alabados
de ellas, haciendo cama de reposo en lo que habíamos de pasar
de camino hasta descansar en ti! Y dinos, ¿para qué pasas
tanta falta y pobreza? Oyamos a San Pablo que dice: Bien
sabéis, hermanos, la gracia que nos hizo nuestro Señor
Jesucristo, que, siendo El rico, se hizo pobre por nos, para
que, con la pobreza, fuésemos nosotros ricos.
Veis aquí, pues,
disimulada muy por entero la primera condición de hermosura,
que es ser cumplido, pues le falta tanto en el suelo al que en
el cielo es la misma abundancia. Pues, si miráis a la otra
condición del hermoso Verbo de Dios, como es perfetísima
imagen del Padre, igual a Él y proporcionado con Él, hallaréis
que no menos que la primera la disimula en la tierra. Decidme,
¿qué es el Padre sino fortaleza, saber, honra, hermosura,
bondad, gozo, con otros semejantes bienes? Pues poned de una
parte este admirable dechado, glorioso en sí y adorado de
ángeles, y acordaos de aquel paso que había de pasar y
traspasar a lo más dentro de nuestras ánimas, de cuando la
hermosa imagen del Padre, Jesucristo nuestro Señor, fue sacado
de la audiencia de Pilato, cruelmente azotado y vestido con
una ropa colorada, y con corona de escarnio en los ojos de los
que lo vían, y de agudo dolor en el celebro de quien la tenía.
Las manos atadas, y una caña en ellas; los ojos llenos de
lágrimas, que de ellos salían, y de sangre, que de la cabeza
venía; las mejillas amarillas y descoloridas, llenas de sangre
y afeadas con salivas. Y con este dolor y deshonra fue sacado
a ser visto de todo el pueblo diciendo: Mirad
el hombre. Y esto para que a Él le creciese la
vergüenza de ser visto de ellos, y ellos hobiesen compasión de
Él, viéndole tal, y dejasen de perseguir a quien tanto vían
padecer. Mas, ¡oh cuán malos ojos miraron las penas de quien
más se penaba por la dureza de ellos que por sus proprios
dolores!, que, en lugar de apagar el fuego de su rabiosa
malquerencia con el agua de sus deshonras, ardíoles más y más
como fuego de alquitrán que arde en el agua, y no escucharon
la palabra a ellos dicha por Pilatos: Mirad
el hombre, mas no queriendo verle allí, dicen que
lo quieren ver en la cruz.
e) «ECCE
HOMO»
Ánima
redimida por los dolores de Cristo, escuchad vos y escuchemos
todos esta palabra: Veis
ahí el hombre; Mirad el hombre, porque no seamos
ajenos de la redención de Jesucristo, no sabiendo mirar y
agradecer sus dolores.
Cuando
quieren sacar alguna cosa para ser vista, suelen ataviársela
lo mejor que pueden, para que enamore a los que la vieren. Y
cuando quieren sacar otra para que sea temida, cércanla de
armas y de cuantas cosas pueden, para que haga temblar a los
que la vieren. Y cuando quieren sacar una imagen, para hacer
llorar, vístenla de luto y pónenle todo lo que incita a
tristeza. Pues, decidme, ¿qué fue el intento de Pilato en
sacar a Cristo a ser visto del pueblo? No, por cierto, para
ser amado ni temido, y por eso no lo hermoseó y cercó de armas
y caballeros, mas sacólo para aplacar los corazones crueles
con la vista del Redemptor, y esto no por amor, que bien sabía
que entrañablemente le aborrecían, mas a poder de sus grandes
tormentos, y a propria costa de su delicado cuerpo. Y por eso
atavió Pilato tan ataviado a Cristo de tormentos tales y
tantos que pudiesen obrar compasión en los corazones de los
que lo viesen, aunque muy mal lo quisiesen. Y, por tanto, es
de creer que lo sacó él más afligido y abatido y deshonrado
que él pudo, reveyéndose en afearlo, como se revén en una
novia para ataviarla, para que por esta vía aplacase la ira de
los que le desamaban, pues no podía por otras que había
intentado.
Pues
decidme, si salió Cristo tal que bastaba a apagar el fuego de
la malquerencia en los corazones de los que le aborrecían,
¿cuánta razón es que su vista y salida encienda fuego en los
corazones de quien lo conoce por Dios y le confiesa por
Redemptor? Mucho tiempo antes que esto acaeciese vio el
profeta Esaías este paso y, contemplando al Señor, dijo:
No
tiene lindeza ni hermosura. Mirámosle y no tenía vista; y
deseámosle despreciado y el más abatido de los hombres, varón
de dolores y que sabe de penas. Su gesto fue como escondido y
despreciado, y, por tanto, no le estimamos. Verdaderamente Él
llevó nuestras enfermedades, y El mismo sufrió nuestros
dolores; y nosotros estimámosle, como a leproso y herido de
Dios y abajado.
Si estas palabras de
Esaías quisiéredes mirar una por una, veréis cuán escondida
estaba la hermosura de Cristo en el día que
trabajó para hermosearnos. Dice la esposa en los Cantares,
hablando con Cristo: Hermoso
eres y lindo, amado mío y aquí dice Esaías que
no
tiene lindeza ni hermosura; y aquel en cuya cara
se revén los ángeles, y la
desean mirar, aquí dice que no tiene vista. Y en
aquel que, cuando
entró en este mundo, fue por mandado del Padre
adorado
de todos los ángeles, agora que sale del mundo,
despreciado de muy viles hombres. Dice David de Cristo que
es
ensalzado sobre todas las obras de las manos de Dios.
Y dice Esaías que está el
más abatido de todos los hombres. Y si esto fuera,
comparándolo con los que eran buenos, no fuera tanto el
desprecio. Mas, ¿qué diréis, que, siendo cotejado con
Barrabás, matador y alborotador y ladrón, les parece mejor que
Cristo, que es dador de la vida, hacedor de las paces del
Padre y del mundo; y está tan lejos de tomar lo ajeno, que,
como David, pagó lo
que no tomó. Cristo no tenia por qué tener dolor,
pues la causa de él es el pecado, que en Él nunca cupo; mas
llámale aquí Esaías varón
de dolores. Y aunque nunca supo por experiencia de
malos deleites, es varón que sabe de penas, porque las
experimenta, y en tanta abundancia que diga Él por boca de
David: Muy
llena de penas está la mía ánima.
Cristo
se llama luz, porque con sus admirables palabras y obras
alegraba y sacaba de tinieblas al mundo; mas esta luz dice
Esaías que tiene
su gesto como escondido, porque, si solamente es
mirado con ojos del cuerpo, no se vio quien le pudiera conocer
por el rostro, por mucho que antes le hobiera tratado, lo cual
no es mucho de maravillar, porque, aunque la Virgen para
siempre bendita y en aquel día lastimada, lo parió y envolvió,
y se remiraba en su cara como en espejo luciente, mas con todo
esto creo que, si allí estaba presente en este paso de tanto
dolor, miraba y remiraba, con cuanta atención las lágrimas de
los ojos y el dolor del corazón le daban lugar, si era aquél
su bendito hijo, que tan de otro color y manera estaba, que
antes le había conocido. Y si los que miraban creyeran que
todo esto pasaba el Señor, no porque lo debiese, mas porque
amaba a los que lo debíamos, ser alivio a la peni de Cristo.
Mas, ¿qué diremos, que dice Esaías que le tuvieron por
herido
de Dios y abatido?, porque pensaban que Dios lo
abatía así por sus pecados, y que merecía aquello y mucho más,
y que por eso pidieron que fuese puesto en la cruz. De manera
que en lo de fuera quitaban sus ojos de mirarle, porque habían
asco como de un leproso, y en el corazón lo tenían por malo y
digno de aquello y mucho más. Cosa era para mirar y llorar,
que, si lo miraban escupían hacia Él, y, si no le miraban,
hacían grandes ascos, como de cosa muy fea. Lo que de Él
hablaban eran injurias que tanto lastimaban como los dolores,
y con todo decían que aún no tenía lo que merecía, mas que lo
pusiesen en cruz.
¿Quién
no se maravillará y dará mil alabanzas a Dios por su saber
infinito, que por modo tan extraño quiso remediar el mundo
perdido, sacando los mayores bienes de los mayores males que
los hombres hicieron? ¿Qué cosa peor en el mundo se ha hecho
ni se hará que deshonrar y afear, y atormentar y crucificar al
Hijo de Dios? ¿Mas de cuál otra cosa tanto provecho vino al
mundo como de esta bendita pasión? Pensaba Pilato, cuando
ataviada a este desposado con atavíos de muchos dolores, que
para los ojos de aquel pueblo no más le ataviaba. Y atavíalo
para ser visto de los ojos del mundo universo, sirviendo en
esto, aunque él no lo sabía, a lo que Dios tanto antes había
prometido, diciendo: Verá
todo hombre la salud de Dios. Esta salud
Jesucristo es, al cual dijo el Padre: en
poco tengo que despiertes a servirme los tribus de Jacob, y
que me conviertas las heces de Israel, yo te di en luz de las
gentes, para que seas salud mía hasta lo postrero de la
tierra.
Jesucristo
predicó en persona a
las ovejas que habían perecido de la casa de
Israel no más, y después, sus santos apóstoles, en el mismo
pueblo de Israel, comenzaron a predicar y convertiéronse no
todos los judíos, mas algunos. Y por eso dice las heces.
Mas
no paró la
salud del Padre, que es Cristo, en el pueblo de
los judíos, mas salió cuando fue predicado por los apóstoles
en el mundo, y agora lo es, acrecentándose cada día la
predicación del nombre de Cristo a tierras más lejos, para que
así sea luz no sólo de los judíos, que creyeron en Él, y a los
cuales fue enviado, mas también a los gentiles, que estaban en
ceguedad de idolatría lejos de Dios. Y esto es lo que aquel
santo cisne Simeón cantó, ya que se quería morir, diciendo:
Agora
dejas, Señor, a tu siervo en paz, según tu promesa; porque
vieron mis ojos a mi salud, la cual pusiste ante el
acatamiento de todos los pueblos, lumbre para los gentiles y
honra para tu pueblo Israel. Si miramos que Cristo
fue puesto por mano de Pilato a ser visto de aquel pueblo en
su propria casa, y después en el alto de la cruz en el monte
Calvario, claro es que, aunque de todo estado y linaje, y
naturales y extranjeros, que habían venido a la Pascua había
gran copia de gente, mas no fue Cristo puesto en
el acatamiento de todos los pueblos, como dice
Simeón. Y, por tanto, es Cristo, puesto
en el acatamiento y vista de todos los pueblos,
cuando es predicado en el mundo por los apóstoles
y sus sucesores, de los cuales dice David; que
en toda la tierra salió su sonido y hasta los fines de la
tierra sus palabras. Y Cristo predicado es
luz
entonces y agora para
los judíos que le quisieren creer; porque grande
honra es para ellos venir de ellos, y principalmente a ellos,
el que es Salvador de todo el mundo y verdadero Dios y hombre.
Pues
miremos cuán de otra manera lo ordenó Dios de como lo pensaba
Pilato. Él pensaba que ponía a Cristo en acatamiento de
aquella gente no más, y dijo: Veis
ahí el hombre, y pensó que, cuando no quisieron
que fuese suelto, mas pidieron que lo crucificase, ya no había
Cristo de ser más visto de nadie. Mas, porque vio el Padre
eterno que tal espectáculo como aquel de su unigénito Hijo, e
imagen
de su hermosura, no era razón que tan pocos ojos
lo mirasen, ni que a corazones tan duros se presentase, ordenó
que se diese otra voz muy mayor que sonase en el mundo, y por
boca de muchos y muy santos pregoneros, que dijesen: Mirad
este hombre, porque la voz de Pilato sonaba poco,
y era uno y malo, y lleno de temor, por lo cual crucificó a
Cristo y no merecía ser el pregonero de esta palabra:
Mirad
a este hombre, y por eso lo manda Dios pregonar a
otros, y tan sin temor, que antes quisieron y quieren morir
que ni un solo punto dejen de predicar y confesar la verdad
que es Cristo. Pilato era sucio, porque era infiel y pecador,
mas los pregoneros de esta voz: Mirad
a este hombre, profetizó Isaías diciendo:
Cuán
hermosos son los pies, sobre los montes, de los que predican
nuevas buenas de paz y de bienes, y que dicen: Sión, reinará
tu Dios.
El
Dios de Sión es Jesucristo, en cuya
persona dice David: Yo
soy constituido rey, de mano de Dios, sobre Sión, monte santo
suyo, predicando su mandamiento. Y este rey
que predica el mandamiento del Padre, que es la
palabra del santo Evangelio, comenzó a reinar en Sión, cuando
fue recebido el domingo de Ramos por rey de Israel en el
templo que estaba puesto en el monte de Sión. Y, para dar a
entender que este reino había de ser en las cosas
espirituales, se dice en David ser
constituido rey sobre el monte de Sión, que es
monte donde estaba el templo, en que a Dios se ofrecía su
divino culto. Y después, cuando este Señor envió en el mismo
monte Sión el Espíritu Santo sobre los creyentes, y fue
predicado públicamente en medio de Jerusalén, y en las orejas
de los pontífices y fariseos, entonces se acrecentaba su
reino; y, cuando se convirtieron del primer sermón de san
Pedro casi
tres mil hombres, crecía este reino; y, cuando más
gente se convertía, predicaban los apóstoles a Sión: Reinará
tu Dios. Como quien dice: Aunque agora es conocido
de pocos, mas siempre irá creciendo su reino, hasta que, al
fin del mundo, reine en todos los hombres, galardonando con
misericordia a los buenos, castigando con
vara de hierro de rigurosa justicia a los malos.
Ésta es la voz de los predicadores de Cristo, que dice:
Reinará
tu Dios. Y porque en el corazón del hombre sucio
no reinará Cristo, pues reina el pecado, no es razón que
predique a los otros el reino de Cristo el que en su ánima no
consiente reinar a Cristo. Y por eso dice Esaías que son
hermosos los pies de los que predican la paz.
Porque en
los pies son significados los deseos del ánima,
que han de ser hermosos.
Y por eso no quiere Cristo que se cubran con zapatos los pies
de los predicadores por la parte de arriba, porque lo hermoso
de ellos lo pone Dios en público para ejemplo de muchos. Mas
mire mucho quien tiene limpios los pies, no piense que Él se
los alimpió, mas dé gracias a aquel que lavó el jueves santo
los pies a los discípulos con agua material, y lava las ánimas
de todos los lavados con su sangre bendita. No era pues razón
que tan limpio rey como Cristo fuese anunciado con boca tan
sucia como la de Pilato, ni que para espectáculo de tantas
maravillas había que mirar cómo sea a Cristo, cuando salió a
ser visto del pueblo, y hobiese un pregonero no más, y que tan
poco sonase. Y si Pilato pensó que ya no había de haber
memoria de Cristo, ni quien de Él hobiese compasión, ordenó
Dios que, en lugar de los pocos que le escupían, hobiese, y
haya, y habrá, muchos que con reverencia le adoren y, en lugar
de los que no querían mirarle de asco, haya muchos más que se
revean en mirar aquella bendita cara como en espejo muy
luciente, y, en lugar de los que pensaban que lo que padecía
lo merecía, haya tantos que confiesen que ningún mal hizo por
que padeciese, sino que ellos pecaron y Él padeció por
amarlos. Y si la crueldad de ellos fue tanta que no hubieron
de Él compasión, mas pidieron que fuese muerto en la cruz,
quiere Dios que haya muchos que deseen morir por Cristo y
digan con toda su ánima: Heridas
tenéis amigo y duelen vos, ¡yo las tuviese por vos!
No piense Pilato que atavió a Cristo en balde,
aunque no pudo mover a compasión a los que allí estaban, pues
que tantos, acordándose de estos trabajos de Cristo, han
compasión tanta de Él que están azotados y coronados y
crucificados en el corazón con
Él.
Y
pues esto ha sido así, y es y será en tantas personas,
trabajad, doncella, en ser vos una de ellas, para que no seáis
vos de los duros que aquella voz oyeron en balde, mas de los
que el oírla fue causa de su salvación. No seáis de aquellos
que no supieron estimar al que presente tenían; mas de los que
dice Esaías: Deseamos
verle, porque muchos reyes y profetas desearon ver la cara y
oír la voz de Cristo nuestro Señor. Oíd doncella
esta voz y mirad a
este hombre, que por un indigno pregonero de
Cristo os es pregonado. Mirad
a este hombre, para oír sus palabras. Este es el
maestro que el Padre nos dio. Mirad
a este hombre, para imitar su vida, porque no hay
otro camino para ser salvos, si él no. Mirad
a este hombre, para haber compasión de él, pues
estaba tal que bastaba mover a compasión a los que mal lo
querían. Mirad
a este hombre, para llorar, porque nosotros le
paramos tal cual está por nuestros pecados. Mirad
a este hombre, para le amar, pues padece tanto por
vos. Mirad
a este hombre, para os hermosear, porque en él
hallaréis cuantas colores quisierdes, con que os hermoseéis;
bermejo de las bofetadas que recientes le han dado, y colorado
de las que rato ha, y en la noche pasada, le dieron; amarillo,
con la abstinencia de toda la vida y trabajos de la noche
pasada; blanco, de las salivas que en la cara le echaron;
denegrido, de los golpes que le habían magullado su sagrada
cara; las mejillas hinchadas, y de cuantos colores las
quisieron pintar los sayones, porque, según estaba profetizado
por Esaías en persona de Cristo: Mis
mejillas di a los que las arrancaban, y mi cuerpo a quien lo
hería. ¡Qué matices, qué aguas, qué blanco, qué
colorado hallaréis aquí para os hermosear! Mirad,
pues, doncella a este
hombre, porque no puede escapar de muerte quien no
lo mirare, porque así
como alzó en un palo Moisés la serpiente en el desierto,
para que los heridos mirándola viviesen, y quien
no la mirase muriese, así quien a Cristo puesto en el madero
de la cruz no mirare, morirá para siempre, y así como arriba
os dije que hemos de suplicar al Padre, diciendo: Mira
señor en la haz de tu Cristo, así nos manda el
Eterno Padre diciendo: Mira, hombre, la haz de tu Cristo, y si
quieres que mire yo a su cara para te perdonar él, mira tú a
su cara, para me pedir perdón por él. En la cara de Cristo
nuestro mediador se junta la vista del Padre y la nuestra.
Allí van a parar los rayos de nuestro creer y amar, y los
rayos de su perdonar y hacer mercedes.
Cristo
se llama Cristo
del Padre, porque el Padre lo engendró y le dio lo
que tiene, y llámase Cristo nuestro, porque se ofreció por
nos, dándonos todos sus merecimientos. Mirad,
pues, en
la haz de vuestro Cristo, creyendo en Él,
confiando en Él, amando a Él y a todos por Él. Mirad
en la faz, de vuestro Cristo, pensando en ti y
cotejando vuestra vida con Él, para que en Él, como en espejo,
veáis vuestras faltas y cuán lejos vais de Él, para que,
conociéndoos por fea, toméis de sus lágrimas y de su sangre,
que por su cara hermosa veréis correr, y alimpiéis vuestras
manchas. Mirad vuestro Cristo, y conoceréis quién sois vos,
porque tal cual está Él de fuera, tal érades vos de dentro,
que por eso se vistió de nuestra fea semejanza, para
destruirla y darnos su imagen hermosa. Y así como los judíos
quitaban sus ojos de Cristo, porque le veían tan mal tratado,
así Cristo quita sus ojos de la ánima mala y la abomina como a
leprosa, mas, después que la ha hermoseado con sus trabajos,
pone sus ojos en ella, diciendo: ¡Cuán
hermosa eres, amiga mía, cuán hermosa eres! Tus ojos son de
paloma, sin lo que está escondido de dentro. Dos
veces dice hermosa,
porque ha de ser en cuerpo y en ánima. De dentro
en deseos y de fuera en obras. Y porque ha de ser más lo de
dentro que lo de fuera, por eso dice: sin
lo que de dentro está escondido. Y porque la
hermosura del ánima, como dice San Augustín, consiste en amar
a Dios, por eso dice: Tus
ojos son de paloma. En lo cual se denota la
intención sencilla y amorosa que a solo agradar a Dios mira,
sin mezcla de interese proprio. Mirad, pues, a Cristo, porque
os mire Cristo. Vos veréis a vos en Él, y Él verá a sí en vos,
porque ni era propria de Él la imagen que tenía de tanta
afeción, ni es propria del ánima la imagen hermosa que tiene,
y así como no habíades de pensar que Él había hecho alguna
cosa por la cual mereciese tomar sobre sí imagen de feo, así
no penséis que habéis vos merecido la hermosura que ti os ha
dado de gracia, que no de deuda se vistió de nuestra fealdad,
y de gracia y sin deuda nos vistió de su hermosura, y a los
que piensan que la hermosura que tiene en su ánima la tienen
de sí, dice Dios por Ezequiel: Perfeta
eras con hermosura que había puesto sobre ti, y teniendo
fiucia en tu hermosura, fornicaste en tu nombre, y pusiste tu
fornicación a cualquiera que pasaba, para ser hecha suya.
Esto dice Dios. Porque, cuando una ánima atribuye
a sí misma la hermosura que Dios le dio, es como fornicar
consigo misma, pues quiere gozar de sí misma en sí, y no de
Dios, que es su verdadero marido, del cual le viene el ser
hermosa, y quiere más gloriarse en su nombre, que es fornicar
en su nombre, que gloriarse en Dios, que le dio lo
que tiene, y por eso quítale Dios su hermosura, pues se le
quería alzar con ella. Y como ese vano y mal aplacimiento en
sí mismo es soberbia y principio de todo mal, por eso dice:
Pusiste
tu fornicación a todo cualquier que pasaba, porque
el soberbio, como tiene por arrimo a sí mismo, que es vanidad,
a cualquier viento es llevado, y es hecho captivo de cualquier
pecado que pasa, y con mucha razón, pues no quiso abajarse
para permanecer en ser guardado de Dios. Mirad,
pues, este
hombre en sí, y miraldo en vos. En sí, para ver
quien sois vos; en vos, para ver quién es él. Sus deshonras y
abatimientos vos los merecíades, y por eso aquello es vuestro.
Lo bueno que en vos hay suyo es, y, sin merecerlo vos, se os
ha dado.
f) CRISTO
HERMOSO A LOS OJOS DE LA FE
Sabed,
pues, mirar a este hombre con ojos de fe y de amor, y
aprovecharos ha más que si lo viérades con ojos de cuerpo. A
los ojos de cuerpo parecía Cristo afeado; mas a los de la fe
muy hermoso. A los del cuerpo dice Esaías que
estaba su gesto como escondido; mas a los de la
fe, no hay cosa que se le esconda. Mas con ojos de lobo
cerval, que ven tras paredes, así traspasan lo que parecen de
fuera, y debajo de aquella flaqueza humana hallan fortaleza
divina, y debajo de la fealdad y desprecio, hermosura con
honra. Y por eso lo que dijo Isaías: Vímosle,
y no tenía hermosura, díjolo en persona de los que
lo miraron con ojos del cuerpo no más.
Mas,
tomad, doncella, la luz de la fe, y mirá más adentro, y veréis
cómo este que sale en semejanza de pecador es justo y
justificador de pecadores, éste, que es muerto, es inocente
como cordero; éste, que tiene la cara muy amarilla, es en sí
muy hermoso, y por hermosear a los feos se para tal. Y, pues,
mientra el esposo más pasa por la esposa y más se abaja, más
lo debe ella ensalzar; y mientras más sudando viene, y con
heridas y sangre, por amor de ella, más hermoso le parece,
mirando el amor con que se puso al trabajo, claro es que,
mirando la causa de tomar Cristo esta fealdad, parecerá más
hermoso mientra más afeado. Decidme si la
primer condición de hermosura escondió, cuando de
rico y abundante se abajó a que le faltasen muchas cosas, ¿qué
fue la causa, si no porque a nos ningún bien faltase? Y si fue
hecho al parecer desemejable
a la imagen del Padre hermoso, no fue sino porque
ordenó el Padre de no darnos hermosura, sino tomando su Hijo
nuestra fealdad. Y si escondió lo
tercero, que es la luz o color, cuando aquella
sagrada cara estaba amortiguada y escurecida, y aquellos ojos
lucientes se escurecían, ya que quería morir y después de
muerto, ¿por qué fue esto, sino por dar luz y color vivo a
nuestras escuridades?, según él mismo lo figuró, cuando de su
saliva, que significa a él en cuanto Dios, y de la tierra, que
significa la humanidad, hizo lodo, que significa su abatida
pasión, y con aquella bajeza recibió vista el ciego, que
significa el género humano. Y si lo
cuarto, que es el ser grande, escondió cuando se
hizo hombre y el más abatido de todos los hombres, ¿por qué
fue sino para conformarse con los chicos y pegarles su
grandeza?, según fue figurado en el grande Eliseo, que, para
resucitar el mochacho chico, se encogió y midió con él, y así
le dio vida. Pues si San Augustín dice que, amando a Dios
somos hechos hermosos, claro es que en la obra de mayor amor
más somos hermosos. Pues, ¿en qué cosa tanto demostró el
grande amor que Jesucristo tenía al Padre, como padecer por su
honra como él dijo porque
conozca el mundo que amó al Padre, levantaos, y vamos de aquí?
Mas, ¿adónde iba? Claro es que a padecer. Y
mientra una es mejor obra tanto es más hermosa, porque lo
bueno es hermoso y lo malo feo. Claro está que cuanto Cristo
más padecía mejor obra era; y por tanto, mientra más abajado y
afeado, más hermoso es a los ojos de quien conoce que quien lo
pasó no lo debía, más pasólo por honra del Padre y provecho de
nosotros.
Estos
son los ojos con que habéis de
mirar a este hombre, para que siempre os parezca
hermoso, como lo es, y para que sepa Pilato allá en el
infierno, donde está, que pone Dios unos ojos al mundo, con
los cuales, mirando a Cristo, tanto más hermoso parezca cuanto
él más afeado lo quiso. Agora oíd cómo todo esto dice San
Augustín: «Amemos a Cristo, y si algo feo en él halláremos, no
le amemos, aunque él halló en nosotros muchas fealdades, y nos
amó. Y si halláremos en él algo feo no le amemos, porque el
estar vestido de carne, por lo cual se dice de él: Vímosle,
y no tenía hermosura, si considérares la
misericordia con que se hizo hombre, allí también te parecerá
hermoso, porque aquello que dijo Isaías: Vímosle,
y no tenía hermosura, en persona de los judíos lo
decía. Mas ¿por qué le vieron sin hermosura? Porque no le
miraban con entendimiento; mas a los que entienden al
Verbo hecho hombre, gran hermosura les parece. Y
así dijo uno de los amigos del desposado: No me
gloríe yo en otra cosa sino en la cruz de Jesucristo, nuestro
Señor. ¿Poco os parece, San Pablo, no haber
vergüenza de las deshonras de Cristo, si no que aun os honráis
de ellas, porque no tuvo Cristo crucificado hermosura, porque
Cristo crucificado es escándalo para
los judíos, y parece necedad a los infieles
gentiles? Mas ¿por qué Cristo tuvo en la cruz
hermosura? Porque,
lo de Dios, que parece necedad, es más lleno de saber que lo
sabio de todos los hombres. Y lo de Dios, que parece flaco, es
más fuerte que lo más fuerte de todos los hombres.
Y pues así es, parézcaos Cristo esposo hermoso. Siendo Dios es
hermoso, Palabra acerca del Padre. Hermoso también en el
vientre de la Madre, adonde no perdió la divinidad y tomó la
humanidad. Hermoso el Verbo nacido infante, porque aunque él
era infante que no hablaba, cuando mamaba, cuando era traído
en los brazos, los cielos hablaron, los ángeles cantaron
alabanzas, la estrella trujo a los Reyes magos, fue adorado en
el pesebre, como manjar de animales mansos. Hermoso, pues, es
en el cielo, hermoso en la tierra, hermoso en el vientre de la
Madre, y hermoso en los brazos de ella, hermoso en los
milagros, hermoso en los azotes, hermoso convidando a la vida,
hermoso no teniendo en nada la muerte, hermoso dejando su
ánima cuando expiró, hermoso tornándola a tomar cuando
resucitó, hermoso en la cruz, hermoso en el sepulcro, hermoso
en el cielo, hermoso en el entendimiento, la suma y verdadera
hermosura, la justicia es. Allí no le verás hermoso, adonde le
hallares no justo. Y pues en todas partes es justo, en todas
partes es hermoso.» Esto todo dice San Augustín.
Y cierto, si con
esos ojos miráredes a Cristo, no os parecerá feo, como a los
carnales, que en su pasión le despreciaban; mas con los santos
apóstoles que en el monte Tabor le miraron, pareceros
ha
su cara resplandeciente como el sol, y sus vestiduras blancas
como la nieve, y tan blancas, que, como dice San
Marcos, ningún
batanero sobre la tierra los pudiera emblanquecer, tan bien,
lo cual significa que nosotros, que somos dichos
vestidura
de Cristo, porque le rodeamos y ataviamos con
creerle y alabarle, y amarle, somos tan blanqueados por Él,
que ningún hombre sobre la tierra nos pudiera dar la hermosura
que Él nos dio. Parezcaos Él como
el sol, y las almas por Él redimidas blancas
como la nieve. Aquéllas, digo, que confesando y
conociendo y aborreciendo su propria fealdad, piden ser
hermoseadas y lavadas en esta piscina de sangre del Salvador,
de la cual salen tan hermoseadas por Él que basten para
enamorar a Dios, y que le sean cantadas con gran verdad las
palabras ya dichas: Deseará
el Rey tu hermosura.
Impreso
en la florentísima Universidad de Alcalá de Henares, en casa
de Juan de Brocar, que santa gloria haya, año
1556.
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Gracias por venir a
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