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1. Lo tercero que hacen en el alma los apetitos es que la ciegan y
oscurecen. Así como los vapores oscurecen el aire y no le dejan
lucir el sol claro; como el espejo tomado del paño no puede
recibir serenamente en sí el rostro; o como (en) el agua envuelta
en cieno, no se divisa bien la cara del que en ella se mira; así,
el alma que de los apetitos está tomada, según el entendimiento
está entenebrecida, y no da lugar para que ni el sol de la razón
natural ni el de la Sabiduría de Dios sobrenatural la embistan e
ilustren de claro. Y así dice David (Sal. 39,13), hablando a este
propósito: Comprehenderunt me iniquitates meae, et non potui, ut
viderem, que quiere decir: Mis maldades me comprehendieron, y no
pude tener poder para ver.
2. Y en eso mismo que se oscurece según el entendimiento, se
entorpece tambien según la voluntad, y según la memoria se
enrudece y desordena en su debida operación. Porque, como estas
potencias, según sus operaciones, dependen del entendimiento,
estando el impedido, claro está lo han ellas de estar desordenadas
y turbadas. Y así dice David (Sal. 6, 4): Anima mea turbata est
valde, esto es: Mi ánima está muy turbada; que es tanto como
decir: desordenada en sus potencias. Porque, como decimos, ni el
entendimiento tiene capacidad para recibir la ilustración de la
sabiduría de Dios, como tampoco la tiene el aire tenebroso para
recibir la del sol, ni la voluntad tiene habilidad para abrazar en
sí a Dios en puro amor, como tampoco la tiene el espejo que está
tomado de vaho para representar claro en sí el rostro presente, y
menos la tiene la memoria que está ofuscada con las tinieblas del
apetito para informarse con serenidad de la imagen de Dios, como
tampoco el agua turbia puede mostrar claro el rostro del que se
mira.
3. Ciega y oscurece el apetito al alma, porque el apetito en
cuanto apetito, ciego es; porque, de suyo, ningún entendimiento
tiene en sí, porque la razón es siempre su mozo de ciego. Y de
aquí es que todas las veces que el alma se guía por su apetito, se
ciega, pues es guiarse el que ve por el que no ve, lo cual es como
ser entrambos ciegos. Y lo que de ahí se sigue es lo que dice
Nuestro Señor por san Mateo (15, 14): Si caecus caeco ducatum
praestet, ambo in foveam cadunt; si el ciego guía al ciego,
entrambos caerán en la hoya.
Poco le sirven los ojos a la mariposilla, pues que el apetito de
la hermosura de la luz la lleva encandilada a la hoguera. Y así
podemos decir que el que se ceba de apetito es como el pez
encandilado, al cual aquella luz antes le sirve de tinieblas para
que no vea los daños que los pescadores le aparejan. Lo cual da
muy bien a entender el mismo David (Sal. 57, 9), diciendo de los
semejantes: Supercecidit ignis, et non viderunt solem; que quiere
decir: Sobrevínoles el fuego que calienta con su calor y encandila
con su luz. Y eso hace el apetito en el alma, que enciende la
concupiscencia y encandila al entendimiento de manera que no pueda
ver su luz. Porque la causa del encandilamiento es que, como pone
otra luz diferente delante de la vista, ciegase la potencia visiva
en aquella que está entrepuesta y no ve la otra; y como el apetito
se le pone al alma tan cerca, que está en la misma alma, tropieza
en esta luz primera y cebase en ella, y así no la deja ver su luz
de claro entendimiento, ni la verá hasta que se quite de en medio
el encandilamiento del apetito.
4. Por lo cual es harto de llorar la ignorancia de algunos, que se
cargan de extraordinarias penitencias y de otros muchos
voluntarios ejercicios, y piensan que les bastará eso y esotro
para venir a la unión de la Sabiduría divina, si con diligencia
ellos no procuran negar sus apetitos. Los cuales, si tuviesen
cuidado de poner la mitad de aquel trabajo en esto, aprovecharían
más en un mes que por todos los demás ejercicios en muchos años.
Porque, así como es necesaria a la tierra la labor para que lleve
fruto, y sin labor no le lleva, sino malas hierbas, así es
necesaria la mortificación de los apetitos para que haya provecho
en el alma; (sin) la cual oso decir que, para ir adelante en
perfección y noticia de Dios y de sí mismo, nunca le aprovecha más
cuanto hiciere que aprovecha la simiente echada en la tierra no
rompida. Y así, no quitan la tiniebla y rudeza del alma hasta que
los apetitos se apaguen. Porque son como las cataratas o como las
motas en el ojo, que impiden la vista hasta que se echan fuera.
5. Y así, echando de ver David (Sal. 57, 10) la de estos, y cuán
impedidas tienen las almas de la claridad de la verdad, y cuánto
Dios se enoja con ellos, habla con ellos diciendo: Priusquam
intelligerent spinae vestrae rhamnum: sicut viventes, sic in ira
absorbet eos, y es como si dijera: Antes que entendiesen vuestras
espinas, esto es, vuestros apetitos, así como a los vivientes, de
esta manera los absorberá en su ira Dios. Porque a los apetitos
vivientes en el alma, antes que ellos puedan entender a Dios, los
absorberá Dios en esta vida o en la otra con castigo y corrección,
que será por la purgación. Y dice que los absorberá en ira, porque
lo que se padece en la mortificación de los apetitos es castigo
del estrago que en el alma han hecho.
6. ¡Oh si supiesen los hombres de cuánto bien de luz divina los
priva esta ceguera que les causan sus aficiones y apetitos, y en
cuántos males y daños les hacen ir cayendo cada día en tanto que
no los mortifican! Porque no hay fiarse de buen entendimiento, ni
dones que tengan recibidos de Dios, para pensar que, si hay
afición o apetito, dejará de cegar y oscurecer y hacer caer poco a
poco en peor. Porque ¿quien dijera que un varón tan acabado en
sabiduría y dones de Dios como era Salomón, había de venir a tanta
ceguera y torpeza de voluntad, que hiciese altares a tantos ídolos
y los adorase el mismo, siendo ya viejo? (3 Re. 11, 4). Y sólo
para esto bastó la afición que tenía a las mujeres y no tener el
cuidado de negar los apetitos y deleites de su corazón. Porque el
mismo dice de sí en el Eclesiastes (2, 10) que no negó a su
corazón lo que le pidió. Y pudo tanto este arrojarse a sus
apetitos, que, aunque es verdad que al principio tenía recato,
pero, porque no los negó, poco a poco le fueron cegando y
oscureciendo el entendimiento, de manera que le vinieron a acabar
de apagar aquella gran luz de sabiduría que Dios le había dado, de
manera que a la vejez dejó a Dios.
7. Y si en este pudieron tanto, que tenía tanta noticia de la
distancia que hay entre el bien y el mal, ¿que no podrán contra
nuestra rudeza los apetitos no mortificados? Pues, como dijo Dios
al profeta Jonás (4, 11) de los ninivitas, no sabemos lo que hay
entre la siniestra y la diestra, porque a cada paso tenemos lo
malo por bueno, y lo bueno por malo, y esto de nuestra cosecha lo
tenemos. Pues, ¿que será si se añade apetito a natural tiniebla?
sino que como dice Isaías (59, 10): Palpavimus sicut caeci
parietem, et quasi absque oculis, attrectavimus: impegimus
meridie, quasi in tenebris. Habla el profeta con los que aman
seguir estos sus apetitos, y es como si dijera: Habemos palpado la
pared, como si fueramos ciegos, y anduvimos atentando como sin
ojos, y llegó a tanto nuestra ceguera, que en el mediodía
atollamos, como si fuera en las tinieblas. Porque esto tiene el
que está ciego del apetito, que, puesto en medio de la verdad y de
lo que le conviene, no lo echa más de ver que si estuviera en
tinieblas.
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