Los tres grados de la vida espiritual
Vamos a presentar una descripción
sintética, parecida a las que nos legaron los autores que
acabamos de enumerar ([1]).
EN LOS PRINCIPIANTES:
aparecen, con el
primer grado de
caridad,
las
virtudes iniciales
o el primer grado de mansedumbre,
paciencia, castidad y humildad. La
mortificación
interior y exterior les hace evitar cada vez más los pecados
veniales deliberados, y hace que salgan inmediatamente del
pecado mortal, si en él hubieren caído. Existe en ellos
la
oración vocal y la meditación discursiva,
que tiende a convertirse
en oración afectiva simplificada. Comienzan a aparecer
en ellos
los dones del divino Espíritu,
pero todavía
permanecen
más bien latentes.
Hay de tiempo en tiempo
inspiraciones especiales del Espíritu Santo, pero poca preparación
para aprovecharse de ellas. La docilidad a ese Di-vino
Espíritu es débil; el alma tiene sobre todo conciencia
de su actividad y debe reconocer
frecuentemente su pobreza ([2]).
Ve bien palpable el alma esa pobreza en las
crisis de sensible
aridez de la purgación pasiva de los sentidos,
purgación
dolorosa que sobrelleva con más o menos perfección, y
señala la transición a la vía
iluminativa plena
y
verdadera-
mente digna de tal nombre ([3]).
EN LOS PROFICIENTES O AVANZADOS:
junto con el segundo
grado de caridad, hacen su aparición las virtudes sólidas y
no ya las iniciales, particularmente la dulzura y la paciencia, una humildad
más fundada que inclina a la benevolencia con
el prójimo, y el espíritu de los tres consejos de pobreza,
castidad y filial obediencia a Dios que ven presente en los
superiores a los que la obediencia les somete.
Con estas sólidas virtudes, comienzan a manifestarse los
dones del Espíritu Santo,
principalmente los menos perfectos de temor, ciencia y piedad. El alma, más
dócil ya, aprovecha
mejor las inspiraciones e ilustraciones interiores.
En este punto, si el proficiente responde con generosidad,
comienza
de ordinario la oración infusa, en actos aislados de
contemplación de esa misma naturaleza durante la oración
adquirida de recogimiento; más tarde, y poco a poco, sigue,
si el alma es fiel, la oración de recogimiento sobrenatural, de
quietud (árida o consoladora), en la que se pone de manifiesto
la influencia del don de piedad, que nos hace exclamar:
"Abba, Pater",
como dice
San Pablo ([4]).
Y la conversación
íntima con nosotros mismos se convierte
aquí en conversación con Dios.
Entonces el alma generosa se contempla llena de defectos de disimulada
soberbia, de falta de caridad para con el prójimo,
de dureza a veces, de falta de celo por la salud de
tantas almas que se pierden; defectos que antes no veía, y
que exigen una nueva purificación pasiva, que es la del
espíritu ([5]).
EN LOS PERFECTOS:
simultáneamente con el tercer grado de
caridad,
aparecen, a pesar de ciertas imperfecciones más bien
involuntarias, las virtudes eminentes
y aun heroicas; gran
mansedumbre, paciencia casi inalterable, profunda humildad
que no afectan los desprecios, y antes
busca las humillaciones; un elevado espíritu de fe que le inclina a ver
todas las cosas desde arriba; gran
confianza en Dios; magnanimidad
que les hace aspirar a grandes empresas, no obstante los
obstáculos y los fracasos, y el perfecto
abandono en la voluntad de Dios.
Los dones de inteligencia y de sabiduría se muestran más
y con mayor frecuencia. Está el alma como dominada por
el Espíritu Santo, que la mueve a mayor perfección
en la
práctica de las virtudes.
Aparece entonces, de ordinario, la oración infusa de unión
por la influencia cada vez más patente del don de sabiduría
([6]).
El interior del alma es, en fin, purificado, y las
facultades inferiores y superiores sometidas por completo a la voluntad de
Dios, íntimamente presente en el santuario
interior. Y este estado es, verdaderamente, a pesar de las
penumbras de la fe, la vida eterna comenzada o el preludio
normal de la beatitud que nunca ha de tener fin.
Notas
[1]
En particular con el propuesto por el P. Cayré, t. n, pp. 811 y 834
[2]
Éstas son las dos primeras Moradas de Santa Teresa.
[3]
Es la tercera Morada de Santa Teresa, con un principio de árida
quietud.
[4]
Ésta es la cuarta
Morada de Santa Teresa, y algo de la quinta. En esta quinta Morada
existen, como lo veremos más tarde, gracias
extraordinarias que no entran en la vía normal de la santidad.
[5]
Santa Teresa habla de
esta purgación en la sexta Morada.
[6]
Trata la santa de los
diversos grados de esta oración infusa de
unión en la 5ª
6ª
y 7ª
Moradas