Dones del Espíritu Santo: El Don del Temor de Dios - Catequesis del Papa Francisco
11 de junio de 2014
Páginas relacionadas
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El don del temor de Dios, del que hablamos hoy, concluye la serie de los
siete dones del Espíritu Santo. No significa tener miedo de Dios,
Omnipotente y Santo: sabemos bien que Dios es padre, que nos ama y quiere
nuestra salvación, motivo por el cual no hay motivo de tener miedo de Él. El
temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuanto
somos pequeños delante a Dios y a su amor, y que nuestro bien está en
abandonarnos con humildad, respeto y confianza en sus manos (…).
Cuando el Espíritu Santo toma posesión en nuestro corazón, nos infunde
consolación y paz, y nos lleva a sentirnos así como somos. O sea pequeños,
con esa actitud --tan recomendada por Jesús en el Evangelio-- de quien pone
todas sus preocupaciones y sus espectativas en Dios y se siente envuelto y
sostenido por su calor y su protección, ¡como un niño con su papá!
En este sentido entonces comprendemos bien como el temor de Dios pasa a
asumir en nosotros la forma de la docilidad, del reconocimiento, de la
alabanza, llenando nuestro corazón de esperanza.
Muchas veces de hecho, no logramos entender el designio de Dios y nos damos
cuenta que no somos capaces de asegurarnos por nosotros mismos la felicidad
eterna. Y justamente en la experiencia de nuestros límites y de nuestra
pobreza, el Espíritu nos conforta y nos hace percibir como la única cosa
importante sea dejarse conducir por Jesús entre los brazos del Padre.
Por ello tenemos tanta necesidad de este don del Espíritu Santo. El temor de
Dios nos hace tomar conciencia que todo viene de la gracia y que nuestra
verdadera fuerza está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el
Padre pueda derramar sobre nosotros la bondad de su misericordia. (...)
Cuando estamos tomados por el temor de Dios, entonces somos llevados a
Seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia. Esto entretanto, no
con una actitud resignada y pasiva (…) pero con el estupor y la alegría de
un hijo que se reconoce servido y amado por el Padre. El temor de Dios por
lo tanto, no nos vuelve cristianos tímidos, resignados y pasivos, pero
genera en nosotros: ¡coraje y fuerza! Es un don que nos vuelve cristianos
convencidos, entusiastas, que no se someten al Señor por miedo, pero porque
están conmovidos y conquistados por su amor.
Entretanto (…) el don del temor de Dios es también una 'alarma' delante de
la pertinacia del pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando
blasfemia contra Dios, cuando explota a los otros, cuando se vuelve tirano,
cuando vive solamente para el dinero, la vanidad, el poder, el orgullo.
Entonces el santo temor de Dios nos pone en alerta: atención (…) Así no
serás feliz, (…)
Pienso por ejemplo a las personas que tienen responsabilidad sobre otros y
se dejan corromper; (…) pienso a aquellos que viven de la trata de personas
y del trabajo de esclavo (...); pienso a quienes viven de la trata de
personas y del trabajo de esclavo (...); pienso a quienes fabrica armas para
fomentar las guerras... (…) Que el temor de Dios les haga comprender que un
día todo termina y será necesario rendir cuentas a Dios.
Queridos amigos, el salmo 34 nos hace rezar así: “Este pobre grita y el
Señor lo escucha, lo salva de todas sus angustias. El ángel del Señor se
acampa entorno a aquellos que lo temen y los libera”. Pedimos al Señor la
gracia de unir nuestra voz a la de los pobres, para recoger el don del temor
de Dios y poder reconocernos junto a ellos, revestidos de la misericordia y
del amor de Dios, que es nuestro padre, nuestro papá. ¡Qué así sea!