La Confirmación: Catequesis II del Papa Francisco
La íntima relación de la Confirmación con toda la Iniciación Cristiana
Queridos hermanos y hermanas:
Continuando con el tema de la Confirmación o Crismación, hoy deseo resaltar
la “íntima relación de este sacramento con toda la iniciación cristiana”
(Sacrosanctum Concilium, 71).
Antes de recibir la unción espiritual que confirma y fortalece la gracia del
bautismo, los que van a ser confirmados están llamados a renovar las
promesas hechas un día por sus padres y padrinos. Ahora son ellos mismos los
que profesan la fe de la Iglesia, dispuestos a responder “creo” a las
preguntas del obispo. Dispuestos, en particular, a creer “en el Espíritu
Santo, Señor y dador de vida, que hoy os será comunicado de un modo singular
por el sacramento de la Confirmación, como fue dado a los Apóstoles el día
de Pentecostés” (Rito de Confirmación, No. 26).
Ya que la venida del Espíritu Santo requiere corazones reunidos en oración
(Hechos 1:14), después de la oración silenciosa de la comunidad, el obispo,
con las manos extendidas sobre los que se van a confirmar, suplica a Dios
que infunda en ellos su santo Espíritu Paráclito. Uno sólo es el Espíritu,
(cf. 1 Cor 12,4) pero viniendo a nosotros trae consigo riqueza de dones:
sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y santo temor
de Dios (cf. Rito de la confirmación, 28-29). Hemos escuchado el pasaje de
la Biblia con estos dones que trae el Espíritu Santo. Según el profeta
Isaías (11: 2), estas son las siete virtudes del Espíritu derramadas sobre
el Mesías para el cumplimiento de su misión. También San Pablo describe el
abundante fruto del Espíritu que es “amor, alegría, paz, paciencia,
afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (Gal 5, 22). El
único Espíritu distribuye los múltiples dones que enriquecen a la única
Iglesia: él es el Autor de la diversidad, pero al mismo tiempo el Creador de
la unidad. Así, el Espíritu da todas estas riquezas que son diversas, pero
del mismo modo aporta la armonía, es decir la unidad de todas estas riquezas
espirituales que tenemos nosotros, los cristianos.
Por tradición atestiguada por los Apóstoles, el Espíritu que completa la
gracia del bautismo se comunica a través de la imposición de las manos (cf.
Hechos 8.15 a 17; 19.5 a 6; Heb 6,2). A este gesto bíblico, para reflejar
mejor la efusión del Espíritu que impregna a los que la reciben, muy pronto,
para mejor significar el don del Espíritu Santo, se añadió a la imposición
de las manos una unción con óleo perfumado (crisma)[1]], mantenida en uso
hasta hoy, tanto en Oriente como en Occidente. (cf. Catecismo de la Iglesia
Católica, 1289).
El óleo –el crisma- es una sustancia terapéutica y cosmética que, al
penetrar en los tejidos del cuerpo cura las heridas y perfuma los miembros;
por estas cualidades fue asumido por el simbolismo bíblico y litúrgico para
expresar la acción del Espíritu Santo que consagra e impregna al bautizado,
embelleciéndolo con carismas. El sacramento es conferido mediante la unción
con el crisma en la frente, efectuada por el obispo con la imposición de la
mano y con estas palabras: “Recibe por esta señal el Don del Espíritu
Santo”[2]. El Espíritu Santo es el don invisible otorgado y el crisma es su
sello visible.
Al recibir en la frente la señal de la cruz con el óleo perfumado, el
confirmado recibe así una huella espiritual indeleble, el “carácter” que lo
configura más perfectamente a Cristo y le da la gracia para difundir entre
los hombres el “buen olor” (ver 2 Cor 2:15).
Escuchemos nuevamente la invitación de San Ambrosio al recién confirmado.
Dice así: “Recuerda que has recibido el sello espiritual […] y guarda lo que
has recibido. Dios Padre te ha marcado, Cristo el Señor te ha confirmado y
ha puesto en tu corazón como prenda al Espíritu “(De mysteriis 7,42: CSEL
73,106; cf. CIC, 1303). El Espíritu es un don inmerecido, que hay que
recibir con gratitud, dejando espacio a su creatividad inagotable. Es un don
para conservar con cuidado, para secundar con docilidad, dejándose moldear,
como la cera, por su ardiente caridad, ‘para reflejar a Jesucristo en el
mundo de hoy’ (ibid.Gaudete et Exsultate, 23).
***
[1] Este es un pasaje de la oración para la
bendición del crisma “Te pedimos que te dignes santificar con tu bendición +
este óleo y que, con la cooperación de Cristo, tu Hijo, de cuyo nombre le
viene a este óleo el nombre de Santo Crisma, infundas en él la fuerza del
Espíritu Santo con la que ungiste a sacerdotes, reyes, profetas y mártires…
haz que las personas consagradas por esta unción, libres del pecado en que
nacieron, y convertidas en templo de tu divina presencia, exhalen el perfume
de una vida santa”
[2] La fórmula “recibir el Espíritu Santo”- “el
don del Espíritu Santo” aparece en Jn 20,22, Hechos 2,38 y 10, 45-47