Adrienne de Speyr: La primera promesa del Consolador
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Die Abschiedsreden
Johannes Verlag 1948
Meditaciones sobre el evangelio de San Juan
Jn 14, 16 Y pediré al Padre y el les enviará a otro consolador para que
esté con ustedes para siempre.
Y esto es probablemente la primera súplica del Hijo al Padre que la expresa
como tal. Pide algo que se puede comprender como resultado de su misión: que
alguien estaría para siempre con los hombres. Esto se lo pide al Padre, no
lo exige. Y no lo pide todavía para ahora sino lo pedirá más adelante, esto
quiere decir cuando regresará al Padre. También el hecho que pida y no exija
es una consecuencia de su vuelta al Padre. Es que vuelve a la plenitud del
amor y esta plenitud del amor compromete al Padre para que le cumpla
cualquier deseo, a él que ha hecho todo por amor al Padre. Con todo, el hijo
que regresa, se siente nuevamente totalmente como hijo; no quiere decir otra
cosa más que será él que de ahora en adelante vive solamente de la gracia
del Padre. Es como quien ha abandonado el Padre con una misión y luego sin
cualquier reclamo regresa al Padre solamente por puro amor.
Pero también con nuevas propuestas. Pues en el camino ha recogido
experiencias en su humanidad. También ha tenido la experiencia que el hombre
no puede vivir sin consolador. Lo ha comprobado de la manera más amarga en
su propia persona. Ya ahora, aunque no se encontraría todavía en esa soledad
extremada, ya ahora él sabe: es imposible vivir en la tierra sin consolador.
Ser despojado del consolador es ante sus ojos lo más terrible que tendrá que
sufrir; algo totalmente inhumano. Morir en la fe es fácil; pero morir
abandonado el horrible. En su caminar como humano por la tierra hasta ahora
siempre ha tenido a su disposición al Padre que habitó en él. Observa que
también los humanos necesitan algo que habite en ellos, que los capacite
para que puedan pertenecer realmente a él y al Padre, quiere que alguien
amplíe más espacio para ambos, y esto solamente puede hacer el Espíritu
Santo. Nuevamente el Espíritu es el que pone en comunión, que funde el uno
en el otro, que obra la unión entre Dios y el hombre.
Jamás el hijo habría llegado hasta dentro de los hombres si no estuviera
actuando el Espíritu que coloca a los hombres dentro del sentido y la visión
del hijo. Con todo, hubiera podido suceder que el hijo presentara su mandato
del amor sin que los hombres se sentirían aludidos. Le hubiesen objetado que
este mandato no les interesa, que otras cosas, como, por ejemplo, hacer
nuevos descubrimientos, leer libros y hacer política sí podrían acaparar su
propio espíritu. Hubieran podido dar la espalda al mandato del amor. Esto no
es por casualidad. Ha sido el espíritu que en la Madre del Señor ha
preparado el nacimiento del hijo. La Madre ha dado su consentimiento. Ella
misma dice que sí. Puesto que ha hablado se forma en ella el Hijo por obra
del Espíritu Santo. También nosotros tenemos en algún momento decir que sí;
y entonces el Espíritu Santo hace crecer al Hijo en nosotros.
El Espíritu Santo siempre es enviado desde el Padre. No obra sino en esta
misión desde el Padre que se realiza en respuesta a la súplica del hijo. No
es posible pensar que sople el espíritu donde el Padre y el hijo no están.
Que, por ejemplo, convierta a un hombre hoy en día del paganismo al
judaísmo. Siempre sopla entre el Padre y el hijo, entre el hijo y el Padre,
perteneciendo a los dos.
Es el que ha hecho que el hijo se haga presente en la Madre. Él ha bajado
sobre el hijo mismo y lo ha conducido desde entonces.
Pero ahora, el hijo ha vivido en el mundo y ha realizado una acción directa,
ahora que su misión está llegando a su fin y todo podría quedarse tullido y
pálido. Esto mismo sucedería si no fuera todo mantenido en la situación de
la inmediatez por medio del Espíritu. Que esto sea posible, es un efecto y
una función de la cruz. Sin embargo, es el Espíritu que obra para que la
cruz no se convierta en un hecho de una sola vez y se acabó.
Más bien se constituye en una presencia viva indestructible que, al mismo
tiempo, continúa siendo como una realidad perdurable. Efectúa ambas cosas:
la realidad eterna y la eternidad real de la salvación. Es permanente
vivificación del Hijo, ensancha las almas en el sentido del hijo . Da a las
almas el justo relieve y gradúa dentro de ellas los niveles de la
importancia. Está enraizado en lo más íntimo de las almas dentro de sus
fuerzas de las cuales no son conscientes y también en sus impulsos; está
emparentado con estos impulsos de manera misteriosa, nos dirige, nos da
vida, nos regula, nos dirige hacia aquello que debería ser.
Custodia la totalidad de lo inconsciente del alma y lo utiliza según la
mente de Dios. No es por nada que justamente la concepción de la Madre sea
una obra del Espíritu Santo. Que se pueda llevar adelante un matrimonio
cristiano totalmente en el Señor, que también lo impulsivo pueda utilizarse
e insertarse de manera sin problemas y correctamente es total y el realmente
una obra del Espíritu Santo. Pero también la vida espiritual del hombre, su
obrar espiritualmente cobra sentido y es fructífero. Sin él quedaría muerto
y secado, un juego sin sentido; por él se convierte para Dios y para los
hombres en algo vivo y útil. No es por nada que el Espíritu Santo sea un
Espíritu de ciencia y de sabiduría y de todos los dones espirituales. Él
sabe transformar todas las apetencias naturales legítimas del hombre en
apetencias cristianas.
También es capaz de cualquier situación humana que parece haber llegado a un
fin sin salida, - por ejemplo, de un matrimonio sin hijos - de formar algo
que comienza de nuevo, algo en Dios y lleno de sentido y vivo. Por medio de
él todo se vuelve fructífero y siempre es él como quien obra en el ser más
profundo del hombre, en lo que es lo más humano; lo dirige hacia Dios como
quien lleva lo más íntimo hacia lo exterior.
Justamente en eso de que está dando a cada cosa finita y sin sentido en la
vida humana desde adentro sentido divino, así es el Consolador, el asesor.
Justo ahí donde se encuentra lo humanamente sin futuro, realiza su
precedencia activa. ¿Y hay cosa más sin futuro que la tarea que el Señor nos
ha confiado? Nos ha propuesto la tarea de guardar sus mandamientos por amor
a él.
Al mismo tiempo la tarea suya consiste en pedir al Padre de enviarnos al
Consolador para que lo que tiene cara de lo que es sin futuro en lo total de
nuestra vida en el Señor, por ejemplo, el guardar sus mandamientos, no nos
veamos superados en lo que nos ha mandado que cambiemos, para eso nos da al
Consolador para que ante la imposibilidad de este mandato no desesperemos.
Siempre está presente el Consolador para ser intermediario y para mantener
una relación viva entre el Señor y nosotros para que ahí, donde parece
interrumpida por el pecado y la falta de perseverancia, restablecerla y ahí,
donde está la relación viva para que sea cobre más vida aún. Jamás hay algo
que queda detrás de nosotros: siempre todo seguirá siendo futuro vivo.
Por medio del Espíritu ya no hay un porqué humano. La existencia arrinconada
a la que la mayoría de los humanos ha sido condenados, la renuncia
permanente a tantas cosas en la vida, el sinsentido de la existencia en su
totalidad, lo incomprensible del reparto de los bienes y destinos, la falta
percibir la razón de un destino, el aburrimiento de la existencia, la
imposibilidad de salvar una situación humana, el desconsuelo de la vida que
está envejeciendo, la comprensión que jamás habrá algo verdaderamente
entero, la imposibilidad de vivir otro destino diferente del que se nos ha
impuesto contra nuestra voluntad, lo imposible que vuelva el pasado, las
preguntas de adivinanza: por qué somos laicos y no sacerdotes, sacerdotes y
no laicos, cristianos y no paganos, porque ese forma parte de la Iglesia y
aquel no, la imposibilidad de que encontremos esa perfección en respuesta a
nuestro anhelo innato, de ensanchar las limitaciones, una vida plena-: todo
esto es resuelto de un golpe por medio del Consolador, el Espíritu Santo.
Sería insoportable que fuera decidida nuestra elección de las mil
posibilidades que nos ofrece la vida y que quisiéramos elegir todas, por
medio de un destino incomprensible; cuando lo Único que deberíamos ser fuera
al mismo tiempo la despedida definitiva de todo y la renuncia de todo lo que
podríamos ser todavía, podríamos querer ser, deberíamos ser. En esto
consiste el consuelo del Espíritu que, en esta vida única, a pesar de todo,
puede estar incluido todo. Que nuestra vida humana angosta puede ser tan
rica que tenga espacio en ella la infinitud de Dios. Esto es el consuelo y
esto basta.
Sin embargo, el Espíritu no solamente quita de nosotros lo inútil de nuestra
vida sino también nos acerca más al Señor. Nos conduce a Dios, pero también
a Dios a nosotros. No lo hace en el sentido de fortalecer nuestro yo, sino
fortalecer la vida del Señor en nosotros. Porque él es el Espíritu del
Señor, y a este lo suscita en nosotros. siempre es el que estimula,
vivifica, reclama la atención, lo contrario de tedio cualquiera, enemigo de
cualquier muerte ensancha, libera, sopla donde quiere. Pero no procede de
manera arbitraria es que ha sido enviado por el padre respondiendo a la
súplica del Hijo. En su misión se ve determinado totalmente por el Padre y
el Hijo. Surge de esta fidelidad entre el Padre y el Hijo y por eso
transmite esta fidelidad. Jamás se le puede alejar del Padre y del Hijo como
si fuera un espíritu independiente de una espiritualidad como que flotando
libremente no fuera la espiritualidad del Padre y del Hijo hecho hombre.
Para que esté con ustedes para siempre. Es una de las características del
Espíritu que cuando una vez se ha alojado, permanece para siempre. Uno ya no
se separa de él ni voluntariamente ni contra la voluntad. Igual como la
madre del Señor se convirtió en madre por él y permanece para siempre madre,
y como no se le puede quitar esta característica jamás, de esta misma manera
cada cristiano individualmente es para siempre lo que es por medio del
Espíritu.
El sello con el cual el Espíritu marca a una persona, es imborrable. Es
impensable que una persona, por ejemplo, Juana de Arco o la pequeña Teresa
en este mundo hayan llevado adelante una función determinada, cumpliendo su
misión en el Espíritu y que esta misión ya no la poseería en el cielo. La
misión y la particularidad de una persona puede ser ampliada pero nunca
abolida: la función permanece. Cada cargo específico en la tierra será
llevado adelante en el cielo y desde el cielo continúa obrando en la tierra.
Tan fuertemente el Espíritu Santo marca las misiones y las dimensiones
específicas del apostolado de manera que lo hace de una persona esto quedará
para siempre. Por eso siempre vivirá en nosotros. Éste sello del cristiano
por medio del Espíritu tiene su paralelo en el carácter del orden
sacerdotal: aquí el alma se convierte en sello imborrable del cargo, allá se
le marca el de la misión; este signo es más o menos fuerte en hacer clic en
archivo cada cristiano, pero está siempre presente.