Comentario Bíblico: 3. LOS SUEÑOS DE JOSÉ
Emiliano Jiménez Hernández
3. LOS SUEÑOS DE JOSÉ
Después de una lectura global de la historia de José, podemos pasar, según
el consejo de San Agustín, a ver los detalles de su vida.
"José tenía diecisiete años y era un muchacho" (37,2). Al señalarnos la
edad, el texto nos dice que José se comporta como un adolescente, con
actitudes vanidosas, tratando de aparecer más alto y más hermoso de lo que
es. Desde esa altura se permite ir con cuentos a su padre, delatando a sus
hermanos: "José tenía diecisiete años. Estaba de pastor de ovejas con sus
hermanos, con los hijos de Bilhá y los de Zilpá, mujeres de su padre. Y José
comunicaba a su padre las cosas malas que ellos hacían" (37,2). Bereshit
Rabbah especifica que José iba a su padre con cuentos sobre sus hermanos,
delatando que maltrataban a los rebaños, que miraban con pasión a las
jóvenes cananeas, y que los hijos de Lía eran insolentes con sus hermanos,
los hijos de Bilhá y de Zilpá, tratándoles como esclavos. Por ello, añade
Bereshit Rabbah, Dios le castigó en las tres cosas: sus hermanos mataron un
cabrito para ensangrentar su túnica (37,31), la mujer de Putifar puso sus
ojos sobre él (39,7) y él fue vendido como esclavo (Sal 105,17).
Es cierto que José ayuda como zagal en el pastoreo a sus hermanos, los hijos
de Bilhá y Zilpá. Pero los rumores o difamaciones que cuenta al padre le
hacen odioso. Esta delación es el primer eslabón de la cadena de motivos que
suscitan el odio de los hermanos hacia José. De nada sirven las reprensiones
del padre que le repite una y otra vez: "no vayas de acá para allá difamando
a los tuyos" (Lv 19,16).
Un segundo hecho viene a acrecentar el odio de los hermanos a José. Su padre
"ama a José más que a los otros hijos" (37,3). El padre se ve reflejado en
José. O quizás sea más exacto decir que en el hijo ve la imagen de la madre,
su amada Raquel. Jacob no oculta esta predilección por el hijo de su vejez.
José es el hijo deseado y esperado por tantos años. Esta predilección se
muestra abiertamente en el regalo de la larga "túnica hasta los pies y las
manos" (37,3), bien diferente de la de los otros hijos, que les llega hasta
las rodillas y sin mangas, para no estorbarles en el trabajo. Es como si
José vistiera de señor y los demás de siervos. La túnica de mangas largas es
un vestido real (2S 13,18-19).
La preferencia paterna marca una distinción llamativa. Y esa preferencia se
hace irritante, inaguantable, odiosa. Ese traje desigual está negando
permanentemente la igualdad entre los hermanos. De ahí brota la aversión
hacia el hermano preferido. Las preferencias de Rebeca y la bendición robada
del padre Isaac provocó el odio de Esaú contra su hermano Jacob, odio que
enturbió toda su vida, y ahora es Jacob quien está provocando el odio de
diez hijos contra su preferido. Jacob ve cómo la aversión de los hermanos
les lleva al punto de negar el saludo a José: "Viendo sus hermanos cómo le
prefería su padre a todos sus otros hijos, le aborrecieron hasta el punto de
no poder ni siquiera saludarle" (37,4). Y esto lleva al padre a duplicar sus
atenciones con el hijo despreciado. ¿Por qué se repite la historia? ¿Por qué
viendo lo que es bueno, se impone el mal? ¿Por qué las ondas del odio, que
dejan heridas tan hondas, se expanden sin cesar, de padres a hijos, de
generación en generación?
Procopio ve a José recorriendo la región de Judea como imagen de Cristo, que
recoge las ovejas dispersas de la casa de Israel (Mt 10,6; 15,24). Cristo,
siendo aún joven, pastorea el rebaño del Padre. Revestido de la condición de
esclavo (Flp 2,7), cuida las ovejas de Dios Padre (Jn 10,11). Y al mismo
tiempo, dice Ruperto, no se puede dudar del amor del Padre hacia el Hijo
predilecto. "En efecto el Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano" (Jn
3,35).
Luego vienen los sueños, que José se complace en contar a sus hermanos, con
lo que atiza aún más el odio. Los sueños de José, alimentados por las
preferencias de su padre, son reveladores de su interior. Todos sus sueños
se centran en su persona, colocando a los demás en torno a él: "José tuvo un
sueño y lo manifestó a sus hermanos, quienes le odiaron más aún. Les dijo:
-Oíd el sueño que he tenido. Me parecía que nosotros estábamos atando
gavillas en el campo, y he aquí que mi gavilla se levantaba y se tenía
derecha, mientras que vuestras gavillas hacían una corona en torno a ella y
se inclinaban con reverencia.
Sus hermanos le dijeron:
-¿Será que vas a reinar sobre nosotros o que vas a tenernos dominados?
Y acumularon todavía más odio contra él por causa de sus sueños y de su
palabras. Volvió a tener otro sueño, y se lo contó a sus hermanos. Les dijo:
-He tenido otro sueño: Resulta que el sol, la luna y once estrellas se
inclinaban ante mí. Se lo contó a su padre y a sus hermanos, y su padre le
reprendió y le dijo:
-¿Qué sueño es ése que has tenido? ¿Es que yo, tu madre y tus hermanos vamos
a venir a inclinarnos ante ti hasta el suelo?
Sus hermanos le tenían envidia, mientras que su padre reflexionaba"
(37,5-11).
José, en su vanidad de adolescente, sólo puede estar en el centro del mundo.
Pero esa vanidad se le pega al cuerpo como una sombra, que le sigue también
de adulto. Hasta en la prisión escapa de la miseria y humillaciones,
trepando a los honores. Se hace amigo íntimo y confidente de dos
ex-ministros y hasta consigue que le nombren administrador de la prisión.
Incluso en la cárcel logra ser el primero, ocupar el primer puesto, ser el
centro de la atención.
En el primer sueño José contempla una escena terrena, mientras que el
escenario del segundo es el cielo. Como ocurre normalmente en los sueños,
ambos representan algo de momento imposible. El sueño de la gavillas de
trigo no es proyección de los deseos inmediatos de José, sino que vaticina
más bien hechos futuros, ya que sus hermanos son pastores y no agricultores,
por lo que el sueño no refleja una escena de la vida real, cotidiana.
Anticipa la situación futura cuando, en Egipto, José sea el centro de todos
por la gran acumulación de grano, de modo que salva del hambre a los
habitantes del país y de las comarcas de los alrededores. Este sueño, que
ahora acrecienta el odio de los hermanos hacia él, se cumplirá a la letra en
Egipto, cuando los hermanos se postren repetidamente ante él. Era necesario
que las gavillas estériles se postraran ante la gavilla fecunda, que les iba
a librar de la carestía.
Y tampoco el segundo sueño es posible porque el sol, la luna y las estrellas
nunca aparecen juntos. Al contar este segundo sueño, los hermanos callan.
Pero José, comprendiendo que el sol podía hacer alusión al padre, se lo
relata también a él. El padre toma nota, aunque, temiendo el odio que estos
sueños despiertan en los hermanos, le reprende. A la madre no se lo cuenta,
pues está ya muerta (35,19). ¿No es un sueño vano pretender que la luna, la
madre ya muerta, venga a postrarse ante él? Rabbi Levi, en cambio, ve aquí
la fe de Jacob en la resurrección de los muertos. En ella piensa al decir:
"vendremos yo, tu madre y tus hermanos". También san Ambrosio ve en estos
sueños el anuncio de la resurrección de Jesucristo, cuando los once
discípulos le adoran en Jerusalén al verle resucitado, cumpliéndose lo que
canta el salmo: "Al ir, va llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve
cantando trayendo sus gavillas" (Sal 126,6).
Así lo comenta Cesáreo de Arlés en un Discurso sobre Jacob y su hijo José,
en el que se pregunta: Y el otro sueño, ¿cuándo se cumplió? José sueña que
el sol, la luna y las estrellas se inclinan ante él. Al contárselo a su
padre, éste le dice: ¿Acaso quieres que yo, tu madre y tus hermanos nos
inclinemos ante ti hasta el suelo? Este sueño no se ha podido realizar en la
persona de José, pero sí en nuestro Señor Jesucristo. El sol, la luna y once
estrellas se han postrado ante él cuando, después de su resurrección, la
Virgen María, semejante a la luna, el bienaventurado José, semejante al sol,
con once estrellas, los santos apóstoles, se han inclinado y postrado ante
él para cumplir la profecía: "Alabadlo, sol y luna, alabadlo astros todos
del cielo con vuestro fulgor" (Sal 148,3). El Señor mismo dice en el
Evangelio que los apóstoles brillan como estrellas: "Vosotros sois la luz
del mundo" (Mt 5,14). Dice además de los apóstoles y de cuantos se asemejan
a ellos: "Los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre" (Mt
13,43).
A los hermanos les muerde las entrañas la envidia y los sueños les aumentan
el odio, y sobre todo las "palabras de José", el hecho de que les cuente los
sueños. Le odian sin motivo, pues es normal que las personas que aman a
otras comparten con ellas sus sueños. Esto muestra que José, aun viendo que
sus hermanos le odian, él los ama y, por ello, les sigue contando los
sueños. Como joven que es le falta ciertamente la discreción. El sueño es
nítido y la interpretación clara. Los hermanos han entendido sin duda alguna
el significado. Y, como no lo aceptan, ironizan sobre él. Queriendo quitarle
certeza o conjurar su efecto, le recriminan: "¿Qué, vas a ser nuestro rey?".
Así las palabras de José van incubando el odio en los hermanos.
El padre, en cambio, como gran soñador que es, guarda en su memoria los
sueños de su hijo, esperando que un día se cumplan. Los sueños son
prefiguraciones de acontecimientos y situaciones ulteriores. Ofrecen
imágenes mudas de los hechos, sin palabras que aclaren su significado. Pero
su interpretación es obvia a primera vista. Los hermanos no se equivocan al
ver en ellos un anuncio de su sometimiento al hermano menor. Es este
significado, que ellos dan a los sueños, lo que les incita al rechazo del
hermano hasta negarle la palabra.
Pero, según la traducción del Midrash, cuando José cuenta sus sueños, "su
padre toma nota de ellos" (37,11). El Midrash dice que toma una pluma y
escribe el día, la hora y el lugar, pues el Espíritu le sugiere que los
ponga por escrito, pues un día se realizarán. Él sabe por experiencia que
"Dios habla en el sueño, cuando el sopor cae sobre los hombres y se duermen
en su lecho" (Jb 33,14; Gn 28,12.16). Por pura gracia, Dios concede a José,
el penúltimo de los doce, la preeminencia sobre sus hermanos. Los sueños,
con los que Dios le anticipa el futuro, son una prueba del don gratuito que
Dios concede a quien Él elige.
Los hermanos no se dan cuenta, dice Procopio, que odian, más que a José, a
Dios, que le predice estas cosas. Es lo mismo que dice más tarde Jesús en el
Evangelio: "Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían
pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado. El que me odia, odia
también a mi Padre. Si no hubiera hecho entre ellos obras que no ha hecho
ningún otro, no tendrían pecado; pero ahora las han visto, y nos odian a mí
y a mi Padre. Pero es para que se cumpla lo que está escrito en su Ley: Me
han odiado sin motivo" (Jn 15,22-25). Como han odiado a José sus hermanos
por sus palabras, así las parábolas que narraba Jesucristo suscitaban el
odio contra Él.
El padre desea calmar a los hijos, quiere apagar los celos, pues sabe por
experiencia de sus esposas lo peligrosos que son. Por ello reprende a José.
Pero, en su interior, se debate entre el temor y la esperanza. Sabe que todo
es posible. Él, que "pasó el Jordán con un bastón y volvió con dos
caravanas" (32,11), no se cierra al futuro. ¿Hasta dónde llegará su hijo
José?
Jacob, pues, toma nota de los sueños. O como traduce Rashí "aguarda", espera
anhelante que suceda la cosa. Aunque reprende a José, alienta una esperanza
sobre la grandeza de José en algún momento de su vida. Y esta esperanza
suscita la fe en la noticia de que José está vivo. A pesar de haber visto su
túnica desgarrada y ensangrentada y haber declarado que José había sido
devorado, cuando le anuncian: "José vive"(45,26), él no lo duda ni un
momento y, por ello, exclama: "¡Basta! ¡Todavía vive mi hijo José; iré y le
veré antes de morirme!" (45,28).
Jacob, como padre, dirige su mirada a José y se le ilumina una esperanza
ilimitada. Luego mira a los otros hijos y le embarga un temor no menos
profundo y sin límites. Así se debate entre el temor y la esperanza.
Recuerda el oráculo que oyó su madre, cuando en su seno sentía la pelea de
sus dos gemelos, él y su hermano Esaú: "El mayor servirá al menor". Y eso
mismo le dijo su padre Isaac a la hora de bendecirle: "Sé señor de los hijos
de tu madre, que se postren ante ti". ¿Para quién eran el oráculo y la
bendición, para él o para su hijo? En la duda, decide retener a José con él
durante un tiempo, mientras sus hermanos trashuman a Siquem con los ganados.
Que el tiempo y la distancia, como le dijo a él su madre, aplaque el odio.
La preferencia del padre y los sueños, que José cuenta, suscitan el odio de
los hermanos. Y el odio desencadena toda una serie de acontecimientos, que
se engarzan como una cadena hasta el desenlace final de la historia.
El amor a veces desencadena el odio. Por el simple hecho de que José es
amado, los otros hermanos le odian. La predilección de Jacob hace a José
odioso a sus hermanos. También en esto es figura de Jesucristo, el Hijo
"predilecto" de Dios Padre (Mt 3,17). El Padre ama al Hijo y "ha puesto todo
en sus manos" (Jn 3,35). Cristo, revelación del amor del Padre, también es
odiado y finalmente condenado a muerte precisamente por el hecho de
declararse Hijo de Dios (Mc 14,61-64). Cristo mismo confiesa: "Me han odiado
sin motivo" (Jn 15,25). "Por la envidia entró la muerte en el mundo" (Sb
2,24) y la envidia sigue causando muerte entre hermanos.