El profeta Jonás: 15. JONAS Y CRISTO
Emiliano Jiménez Hernández
15. JONAS Y CRISTO
Jonás es enviado por Dios a anunciar un mensaje de misericordia al pueblo
enemigo de Israel. En medio de los profetas llamados por Dios para predicar
la conversión de su pueblo, Jonás es el predicador de los gentiles. Mateo y
Lucas le citan en el Nuevo Testamento: "Esta generación perversa y adúltera
pide un signo, y no le será dado sino el signo de Jonás. Como Jonás estuvo
en el vientre del pez tres días y tres noches, así el Hijo del Hombre estará
tres días y tres noches en el corazón de la tierra. Los ninivitas se alzarán
a condenar en el juicio a esta generación, porque ellos se convirtieron con
la predicación de Jonás; y aquí está alguien más grande que Jonás" (Mt
12,39-41; Lc 11,29-32). Los ninivitas convertidos son el símbolo de los
gentiles que se adhieren a la fe, superando la incredulidad del pueblo de
Dios.
La figura de Jonás es una de las favoritas del arte de las catacumbas. En la
historia de Jonás los cristianos primitivos veían un símbolo de la
resurrección de Cristo y de la salvación de los hombres. Dios salvó a Jonás
de la muerte, para salvar por él a un pueblo pagano. Dios salvó a Cristo,
resucitándole de la muerte, para salvar con la muerte y resurrección de su
Hijo a todas las naciones de la tierra. San Agustín lo comenta así:
Jonás fue enviado a la ciudad de Nínive para anunciarle su fin; Cristo fue
enviado por el Padre al mundo para mostrar a todos su fin. Jonás huyó a
Tarsis de la presencia del Señor; esta fuga representa el veloz paso de
Cristo por la tierra, pues de él dijo el Profeta: "se levantó como un
gigante para recorrer su camino". El Profeta, huyendo, subió a una nave;
Cristo, por el mar de este mundo, subió a la Cruz. Se levantó una tempestad
grande en el mar; la perturbación del mar es la oposición de los judíos.
Echaron suerte para arrojar al Profeta fugitivo a las aguas; echaron suerte
sobre la túnica de Cristo para predicar al mundo la unidad. Jonás fue
arrojado al mar; Cristo, con su muerte, fue arrojado al corazón de las
gentes. La bestia recibió al Profeta para guardarlo, no para devorarlo; oye
lo que decía David hablando de Cristo: "no dejarás mi alma en los abismos,
ni permitirás que tu Santo conozca la corrupción". En el vientre del
monstruo marino oraba Jonás; desde el vientre de la tierra bajaba Cristo a
resucitar a los muertos. Al tercer día sale el profeta incólume a la orilla;
al tercer día sale Cristo del sepulcro y es exaltado sobre todos los cielos.
Nínive se salvó por la predicación de Jonás; por la predicación de Cristo se
salvó el mundo.
Otro Padre anónimo repite algo similar, añadiendo nuevos significados:
Jonás va a Nínive a predicar el fin de la ciudad; Cristo viene a la tierra a
predicar el fin del mundo. Jonás busca la nave; Cristo, a la Iglesia. Jonás
es agitado por las olas; Cristo, por los vaivenes de la Pasión. Si Jonás no
se pierde no se salva la nave del peligro; si Cristo no muere no se liberan
los hombres. Los marineros que van a perder a Jonás tiemblan y dicen:
¡Señor, no caiga sobre nosotros esta sangre inocente! Pilatos, al condenar a
Cristo, dice: ¡Quiero estar limpio de la sangre de este justo! Dice Jonás en
su oración:¡Mátame, que para mí es mejor la muerte que la vida! Dice Cristo
a su Padre: ¡Mátame, que con mi muerte daré la vida a los hombres! Jonás
entra en el vientre del monstruo, es comido y no destruido, está en lo
profundo y no muere, sale de allí y predica la penitencia y la salvación.
¿Quién es este Jonás sino Nuestro Señor Jesucristo a quien el monstruo de la
muerte arrebata, pero no puede consumir en el sepulcro? Le ha visto
crucificado, pero como no le vio reo, no le puede tener por condenado. Mandó
Dios al pez y arrojó a Jonás a la playa; mandó a la muerte siempre
hambrienta, mandó a los abismos que arrojasen de nuevo a la vida al
Salvador. ¡La vida victoriosa de Cristo nos libra a nosotros de la muerte!
San Pedro Crisólogo, en una homilía sobre El signo de Jonás, nos dice que
ninguna acción de los santos es casual. Todas ellas son signos, que nos
revelan un misterio. Para él el libro de Jonás es una especie de parábola;
en su forma de relato tiene un valor profético: nos anuncia la misión y la
resurrección de Cristo. Paso a paso, toma el libro de Jonás y, con su método
alegórico, descubre en Jonás una figura de Cristo. Para su homilía parte del
evangelio del domingo: "Habiéndose reunido la gente, comenzó a decir: Esta
generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le dará otra
que la señal de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los ninivitas,
así lo será el Hijo del hombre para esta generación" (Lc 11,29-30):
La fuga del profeta lejos de Dios se transforma en una figura profética, lo
mismo que el naufragio, signo de la resurrección del Señor. El texto de la
historia de Jonás nos le muestra como tipo perfecto de Cristo. Jonás huye
lejos de la faz de Dios (1,3). El Señor, para asumir la condición y el
rostro del hombre, ¿no se alejó acaso de la condición y del aspecto divino?
Así dice el Apóstol: "El cual, siendo de condición divina, no retuvo
ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando
condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su
porte como hombre" (Flp 2,6-7). El Señor se reviste de la condición de
siervo, para pasar inadvertido en el mundo. A fin de vencer al demonio, como
que se aleja de sí mismo y toma la naturaleza humana.
El texto continúa: Jonás descendió a Jafa para huir a Tarsis (1,3). He aquí
quien desciende: "Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el
Hijo del hombre" (Jn 3,13). El Señor ha descendido del cielo a la tierra, el
omnipotente ha descendido hasta nuestra esclavitud. Jonás, que ha descendido
hasta la nave, ha tenido después que subir para poder viajar; así Cristo,
habiendo descendido a este mundo, ha subido con su potencia y sus milagros
sobre la nave de su Iglesia.
¿Y qué significa la tormenta de los vientos sino el diablo que, entrando en
el corazón de Judas, subleva a los reyes, las naciones, los pueblos, los
soldados, los jueces, y sopla sobre las olas para que, en la agitación de
las aguas, cada uno suplique a su propio dios que le devuelva la calma?
(1,5). Escuchad lo que dice el profeta de las aguas de este mundo: "¿Por qué
se agitan las naciones, y los pueblos mascullan planes vanos? Se yerguen los
reyes de la tierra, los caudillos conspiran aliados contra Yahveh y contra
su Cristo" (Sal 1,1-2).
Jonás mismo es quien decide que le arrojen fuera de la nave: "Tomadme y
arrojadme al mar", les dice (1,12): con este gesto designa la pasión del
Señor. ¿Por qué los marineros han esperado recibir la orden, cuando ellos
mismos hubieran podido tomar la iniciativa, poniendo así remedio al gran
peligro en que se encontraban? Cuando la salvación de todos exige la muerte
de una sola persona, se somete su muerte a su iniciativa. De este modo queda
plenamente figurada la historia del Señor, que no fue obligado a aceptar la
muerte, sino que ésta fue un acto de su voluntad: "Por eso me ama el Padre,
porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy
voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo;
esa es la orden que he recibido de mi Padre" (Jn 10,17-18). Pues, si Cristo
entregó su espíritu, no se lo dejó escapar, ya que quien tiene en su mano el
alma de todos los hombres, no podía perder la suya: "Yo tengo siempre en tus
manos mi alma", dice el profeta (Sal 118,109); y en otro lugar: "En tus
manos entrego mi espíritu" (Sal 30,6).
Esto sería ya suficiente para ver en Jonás una figura de Cristo. Pero he
aquí aflorar desde la profundidad del mar un monstruo; un gran pez se
acerca. Este servirá para realizar y manifestar plenamente la resurrección
del Señor. Se presenta un monstruo, imagen terrificante del infierno que,
mientras se arroja con sus ávidas fauces sobre el profeta, gusta y asimila
el vigor de su creador y, devorándolo, se condena de hecho a un ayuno
absoluto. La temible residencia en sus entrañas prepara la morada del
huésped celeste: de este modo, la misma causa de la desgracia se convierte
en la increíble embarcación para la necesaria travesía, conservando al mismo
pasajero y arrojándolo luego, después de tres días, sobre la orilla del mar.
Como Jonás, Cristo descenderá a las profundidades del infierno y al tercer
día resucitará, mostrando su gloria en la victoria sobre la muerte. Con
razón los habitantes de Nínive se levantarán en el día del juicio para
condenar a esta generación, porque ellos se convirtieron por la predicación
de un profeta náufrago, extranjero, desconocido; mientras que los judíos,
después de contemplar tantos prodigios y milagros, seguidos del fulgor de la
resurrección, no han creído en el Hijo de Dios ni se han convertido. Se han
negado a creer en el signo de la resurrección. Al contrario, les vemos
confabular, impacientes, fábulas, tratando de cerrar los ojos de los
soldados con dinero, pretendiendo corromper sus corazones, para que cayen lo
que saben y han visto. Compran la mentira para ocultar la verdad. Y luego
hacen recaer su crimen sobre los discípulos de Cristo, recomendando a los
soldados: "Decid: Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras
nosotros dormíamos" (Mt 28,13). Tú te engañas, judío, no han sido los
discípulos quienes le han robado, sino el Maestro, por sí mismo, quien se ha
levantado de la tumba, el mismo que había sido matado ante los ojos de
todos.
Sí, la Reina del Sur puede venir en el día del juicio, junto con los
ninivitas, para condenar a esta generación perversa. Los ninivitas
prefiguran las naciones que aceptarían la fe entrando en la Iglesia,
representada en la Reina del Sur. Felices nosotros, hermanos, porque todo lo
acontecido simbólicamente, todo lo prometido en figura, a nosotros nos ha
sido concedido venerarlo, contemplarlo y poseerlo en la plenitud de la
realidad.
Del "signo de Jonás" hablan Mateo (Mt 12,38-42; 16,1-4) y Lucas (Lc
11,16.29-32). Marcos (8,11-13), presentando la misma ambientación, no hace
mención de Jonás. La petición de un signo está situada en un cuadro
geográfico especial. Jesús se ha presentado como pastor de Israel (Mc
6,30-56), pero anuncia la supresión de las prohibiciones relativas a la
pureza, superando las barreras entre judíos y paganos (Mc 7,1-23). Tras esto
Jesús invita a sus discípulos a "pasar a la otra orilla", para dirigirse a
los paganos (Mc 7,24-8,26). Aquí aparece la petición del signo. Esta
petición se sitúa, pues, fuera del territorio judío, tras la curación de la
hija de la sirofenicia (Mc 7,24-30), la curación del sordomudo en la
decápolis (Mc 7,31-37) y el milagro de la multiplicación de los panes (Mc
8,14-21), donde Jesús pone en guardia contra la levadura de los fariseos.
Sus opiniones sobre él pueden poner en peligro de contaminar la fe de los
discípulos. Este cuadro de Marco se halla casi idéntico en Mateo (Mt
16,1-4). Este lazo entre la multiplicación de los panes y la petición de un
signo se encuentra también en Juan (Jn 6,30-31). El signo de Jonás en Mateo
(12,38-42) y en Lucas (11,29-32) sigue a la discusión sobre el origen de los
milagros de Jesús, acusado de realizarlos en nombre de Belzebul, el príncipe
de los demonios.
Los que piden un signo a Jesús, fariseos y escribas, buscan "tentar a
Jesús". Exigen un signo del cielo, de parte de Dios, como el milagro del
maná (Ex 16,1-4; Jn 6,28-31) o los milagros de Elías (1R 17,1-2R 1-18).
Según Marcos, ante esta petición, Jesús "gime en su espíritu": "salieron los
fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole una señal del cielo, con
el fin de ponerle a prueba. Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su
ser, dice: ¿Por qué esta generación pide una señal? Os aseguro: no se dará a
esta generación ninguna señal. Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue
a la otra orilla" (Mc 8,11-13). Jesús se aleja de ellos gimiendo, pues
reproducen la actitud indócil de la generación del Exodo. Testigos del
milagro del maná y de las codornices (Ex 16), los israelitas se rebelan
contra Moisés. Temen morir en el desierto (Ex 17,1-7) y exigen que Dios les
dé inmediatamente el agua (Ex 17,2). El salmo expresa los sentimientos de
Dios, semejantes a los de Cristo ante la petición de una señal: "No
endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Massá en el
desierto, donde vuestros padres me pusieron a prueba, me tentaron aunque
habían visto mis obras. Durante cuarenta años me asqueó aquella generación,
y dije: Es un pueblo de corazón torcido, que no reconoce mis caminos. Por
eso he jurado en mi cólera: ¡No entrarán en mi descanso!" (Sal 95,8-11).
Dios rechaza a la generación del desierto, no permitiéndola entrar en la
tierra, por su falta de fe. Igualmente la generación contemporánea de Jesús,
aunque ha visto el milagro de la multiplicación de los panes en el desierto,
reclama aún un signo, tentando a Dios. No creen en los signos que Cristo ya
les ha dado y exigen una señal límite, del cielo, que les dispense de creer.
Mateo y Lucas explicitan la relación con la generación del desierto,
calificando a ésta de "malvada y adúltera", evocando el Deuteronomio, que
narra las infidelidades de Israel a la alianza con Dios.
El signo de Jonás es Jonás mismo, un mensajero que se presenta a los
ninivitas con la palabra de Yahveh. Los ninivitas reconocieron en Jonás a un
profeta y tomaron en serio su mensaje, se convirtieron y alcanzaron el
perdón de Dios. Jonás fue para Nínive un verdadero signo de Yahveh. Con su
conversión, el signo se transformó en salvador. Eso es lo que representa
Jesús, con su persona y su mensaje, para la generación que le escucha. Jesús
es la presencia de la misericordia de Dios. Quien le acoge, como los
ninivitas a Jonás, se salva. Jonás, salvado de la muerte, hace partícipes a
los paganos de su salvación. Cristo, resucitado de la muerte, envía a sus
apóstoles a anunciar y a comunicar a todas las gentes la victoria sobre la
muerte. Así el Hijo del hombre será para esta generación lo que fue Jonás
para la suya.
Junto a este sentido, Mateo presenta también la predicación de Jonás como
señal de la predicación de Jesús con su llamada a penitencia. Jesús dice a
sus interlocutores que no les queda otra señal sino la invitación a la
conversión que él, enviado de Dios, les hace como hizo Jonás a los
ninivitas: "Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y
la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y
aquí hay algo más que Jonás" (Mt 12,41). Jesús, rechazado por los judíos,
marchará a las naciones, las cuales -como Nínive- se convertirán. Jesús está
ya anunciando la Iglesia. Rechazado por su generación, malvada y adúltera,
que se niega a acoger su evangelio, la comunidad de sus discípulos se abrirá
a todas las naciones. Resucitado al tercer día, como Jonás salió del seol,
las naciones, "de oriente y de occidente", vendrán a sentarse en la mesa del
banquete del Reino: "Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le
rogó diciendo: Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles
sufrimientos. Le dice Jesús: Yo iré a curarle. Replicó el centurión: Señor,
no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi
criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo
soldados a mis órdenes, y digo a éste: Vete, y va; y a otro: Ven, y viene; y
a mi siervo: Haz esto, y lo hace. Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a
los que le seguían: Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una
fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se
pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos,
mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera;
allí será el llanto y el rechinar de dientes. Y dijo Jesús al centurión:
Anda; que te suceda como has creído. Y en aquella hora sanó el criado" (Mt
8,5-13). Se puede recordar también la parábola de los invitados a la boda
(Mt 22,2-8; Lc 14,16-24): el lugar que dejan libre los primeros invitados,
los hijos de la promesa, será ocupado por otros.
La nave de Jonás tiene su paralelismo en la escena de la tempestad calmada
(Mt 8,18-27) y en la expulsión de los demonios en el país de los gerasenos
(Mt 8,28-34), que está en la otra orilla. La nave es la Iglesia que pasa a
la otra orilla para dirigirse a los paganos. Contra ella se alza la
tempestad de la persecución. Aunque Jesús duerme, él está en la nave y puede
decir a sus discípulos: Animo, no temáis. El calma las olas del mar y
devuelve la paz a los discípulos, superando toda persecución, pues él es más
que Jonás:
Viéndose Jesús rodeado de la muchedumbre, mandó pasar a la otra orilla. Y un
escriba se acercó y le dijo: "Maestro, te seguiré adondequiera que vayas".
Le dice Jesús: "Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero
el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza". Otro de los
discípulos le dijo: "Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre". Le
dice Jesús: "Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos". Subió
a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una
tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero él
estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: "¡Señor,
sálvanos, que perecemos!". Les dice: "¿Por qué teméis, hombres de poca fe?".
Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran
calma. Y aquellos hombres, maravillados, decían: "¿Quién es éste, que hasta
los vientos y el mar le obedecen?" (Mt 8,18-27).
El paralelismo entre Jonás, que se niega a ir a los paganos (1,3-16) y la
invitación de Jesús a seguirle es evidente. Mateo habla por tres veces de
"seguir" a Jesús (Mt 8,19.22.23). Jesús se lleva a los discípulos en la
barca, que se enfrenta con el vendaval, hacia la orilla pagana, la
Decápolis, con animales impuros, en donde vive un hombre en estado salvaje,
poseído por una legión (como dice Marcos) de demonios (Mt 8,28-34). Así
comienza la misión en tierras paganas. Seguirá luego el discurso del envío a
la misión (Mt 10). Y al final del mismo evangelio: "Jesús se acercó a ellos
y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id,
pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que
yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta
el fin del mundo" (Mt 28,18-20).
El deseo de Dios de salvar a los paganos es tan grande que libra a Jonás de
la muerte, le saca del mar, como un día salvó a Moisés de la muerte en las
aguas del Nilo para liberar a Israel de la esclavitud de Egipto. Frente a la
actitud de Jonás, que se niega a obedecer a Dios y se enfada ante la acción
salvadora de Dios, la palabra final del libro de Jonás no es siquiera la
penitencia de los ninivitas, sino la ternura de Dios hacia los hombres
(4,11), cuya manifestación plena aparecerá en su Hijo Jesucristo. Juan
Bautista anuncia el juicio de Dios contra los pecadores (Mt 3,5-10), la
separación de los buenos y los malos (Mt 3,12), el día implacable de la
justicia divina. Jesús, en cambio, anuncia un año de gracia, el gran perdón
jubilar (Lc 4,16-19). No se dirige a los justos, sino a los pecadores y a
los enfermos (Mc 2,17), acoge a los pecadores y a los paganos (Mc 7,24-37),
va en busca de las ovejas perdidas de Israel (Mt 15,24)...
Esta conducta de Jesús suscita escándalo, discusiones, oposiciones y
finalmente el rechazo. Los judíos repiten con Jesús el enfado de Jonás para
con Dios. Y es que Jesús, ante sus opositores, justifica su conducta
diciendo que ésa es la conducta de Dios, su Padre (Mc 2,23-27). Juan lo
explicitará constantemente (Jn 5,17.19-20; 8,19; 14,7). En su vida y en su
muerte, Jesús encarna al Dios de Jonás: un Dios compasivo y clemente,
paciente y misericordioso, un Dios Padre. En la parábola del hijo pródigo
(Lc 15,11-32), la figura del hijo mayor presenta los rasgos que caracterizan
a Jonás; el hijo menor es, en cambio, la concreción personal de Nínive, el
hijo descarriado que vuelve al padre, que es Yahveh, que perdona y acoge con
amor al hijo, que estaba muerto, lejos de la casa paterna. Y el Padre,
Yahveh, trata de hacer comprender al hijo mayor la misericordia, que él
rechaza. La parábola de los jornaleros de la viña (Mt 20,1-16) recuerda
estos mismos prototipos. Los jornaleros de la hora temprana no aceptan que
los llegados a última hora reciban el mismo salario. El dueño de la viña
defiende su derecho a la generosidad y quiere que los primeros no lo vean
con malos ojos. Las parábolas del evangelio, lo mismo que el relato de
Jonás, son llamadas a entrar en la misericordia de Dios, dirigidas a todo
hombre.
Jonás, enviado a predicar a los ninivitas, que habían sido siempre enemigos
implacables de Israel, nos muestra que el amor de Yahveh se extiende más
allá de los confines del pueblo elegido, abarcando incluso a los enemigos.
En la elección de Nínive está la clave para entender plenamente este mensaje
del libro de Jonás. Nínive, capital del imperio asirio a partir de
Senaquerib, había quedado en la conciencia de Israel como símbolo de la más
cruel agresividad contra el pueblo de Dios (Is 10,5-15; So 2,13-15; Na).
Nínive representa a los opresores, al enemigo, y a ellos debe dirigirse
Jonás para exhortarlos a la conversión, y a ellos les concede Dios su
perdón. De este modo el libro de Jonás, profecía del Evangelio, muestra el
amor de Dios a todos, incluso a los enemigos. Esa es la característica
propia de Dios, "que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la
lluvia sobre justos e injustos" (Mt 5,45). Y esa es la señal distintiva de
los hijos de Dios: "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a
tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os
persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su
sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis
a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también
los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de
particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed
perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5,43-48). "El Padre
celestial es misericordioso con los ingratos y perversos. Sed, pues,
compasivos como vuestro Padre es compasivo " (Lc 6,35-36).
El corazón de Dios Padre se nos muestra abiertamente en su Hijo Jesucristo,
que "vino a buscar lo que estaba perdido". El amor de Dios es el que lleva a
Jesús a acercarse a Zaqueo, recaudador de impuestos, prototipo del opresor.
Jesús se hace invitar por Zaqueo y, al entrar en su casa, suscita la
conversión y salvación del opresor (Lc 19,1-10). Dios, en Cristo, que da la
vida por quienes le crucifican, nos muestra el amor en su plenitud.
El odio y el deseo de venganza no caben en Dios ni en sus fieles. La
justicia de Dios no es vindicativa, sino que consiste en justificar al
pecador, haciéndole justo con el perdón. La venganza, por otra parte, es
siempre injusta. Nínive puede ser símbolo de opresión, pero quienes la
habitan son "más de ciento veinte mil hombres que no distinguen la derecha
de la izquierda" (4,11). ¿Sería justo que Dios aniquilase a todas esas
personas inocentes para borrar de la tierra a los culpables? Abraham, el
amigo de Dios, se escandalizaría: "Abraham le dijo: ¿Así que vas a borrar al
justo con el malvado? Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Es que
vas a borrarlos, y no perdonarás a aquel lugar por los cincuenta justos que
hubiere dentro? Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el
malvado, al inocente con el culpable. Tú no puedes. El juez de toda la
tierra ¿va a fallar una injusticia?" (Gn 18,23-25). Y Abraham, en su
intercesión, desciende hasta diez justos, escuchando la respuesta de Dios:
"No la destruiría en gracia de los diez" (Gn 18,32). Por un sólo justo,
Cristo, Dios perdona al mundo entero. El "ser dueño de todos los seres, le
hace perdonarlos a todos" (Sb 12,16).