El profeta Jonás: 14. LOS DOS NOMBRES DE DIOS
Emiliano Jiménez Hernández
14. LOS DOS NOMBRES DE DIOS
En el libro de Jonás, a Dios se le llama a veces Elohim y a veces Yahveh. Ya
en la profesión de fe de Jonás: "Soy hebreo y temo a Yahveh, Elohim del
cielo, que hizo el mar y la tierra" (1,9), aparecen los dos nombres de Dios.
Yahveh, el Dios que se ha revelado a Israel actuando en su historia, es
Elohim, el Dios creador de cielo, tierra y mar. El Dios de la elección y de
la alianza con Israel es el mismo Dios Creador del cosmos, Señor de la
creación y de la historia. Elohim es el Dios que nos da a conocer el primer
capítulo del Génesis. Es el Dios creador del cielo y de la tierra. Yahveh es
el nombre con el que Dios se muestra a Moisés, cuando pasó por delante de
él, sin dejarle ver su rostro, sino sólo sus espaldas, pero permitiéndole
oír su nombre: "Yahveh, Yahveh, Dios misericordioso y clemente, tardo a la
cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que
perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes" (Ex
34,1-7).
El nombre de Yahveh expresa y hace presente la misericordia, la clemencia,
el amor y la fidelidad de Dios. Yahveh es el Dios de la alianza, que acepta
cobijar a su pueblo bajo sus alas, cubrirlo con la nube de su presencia,
salvarlo con el poder de su Nombre (Cf Ex 34,8ss). El nombre de Yahveh
expresa la presencia del Dios del Exodo, "YO SOY el que te sacó de Egipto,
de la casa de servidumbre". El nombre de Yahveh significa "Yo estaré allí
con vosotros"; implica la fuerza para salir de la esclavitud, para ponerse
en camino. El nombre de Yahveh es Dios actuando, salvando. Como dice el
Catecismo de la Iglesia Católica: "Entre todas las palabras de la revelación
hay una, singular, que es la revelación de su Nombre. Dios confía su Nombre
a los que creen en El; se revela a ellos en su misterio personal. El don del
Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad" (CEC 2143).
Es Yahveh quien "dirige su palabra a Jonás" (1,1;3,1) y es de Yahveh de
quien huye Jonás (1,3-10), a quien se opone (4,3) o invoca (4,2.3). Yahveh,
el Dios de Israel, Señor de la historia es el que mete en crisis a Jonás con
su actuación. Los marineros, en cambio, como paganos no conocen a Yahveh,
pero él, mediante su profeta Jonás, les conduce paso a paso a la fe en él.
Comienzan por invocar, cada uno, a su elohim (a su dios o ídolo) y piden a
Jonás que también él invoque a su Elohim. Por encima de los elohims de los
paganos politeístas, está Elohim (1,6), el Creador del universo. Pero Jonás
no se queda en el Creador, sino que confiesa su fe en Yahveh, el Dios de la
historia, el Dios de Israel. Y los marineros, evangelizados por Jonás,
arrojan sus elojims al mar y terminan por convertirse a Yahveh, a quien
atribuyen el dominio sobre el viento, la tempestad, sobre Jonás y sobre
ellos mismos. En los acontecimientos imprevistos, en que se encuentran
envueltos por la desobediencia de Jonás, reconocen la mano de Yahveh: "Tú,
Yahveh, puedes hacer cuanto quieres" (1,14). El temor de Yahveh les lleva a
querer salvar a Jonás, para no mancharse de sangre ante El. Y, finalmente,
terminan ofreciendo un sacrificio a Yahveh y haciéndole votos (1,16).
El mismo camino de conversión de los marineros lo recorren también los
ninivitas. La Palabra de Yahveh conduce a su rebelde profeta hasta Nínive.
Los ninivitas, paganos como los marineros, sólo conoce a Elohim
(3,5.8.9.10). Su conducta es la expresión viva de la religión: oración,
penitencia y cambio de conducta. Pero su conversión es fruto del anuncio de
Yahveh, que les hace Jonás. Y Dios se muestra con ellos, paganos, como el
Dios salvador, lo mismo que con Israel. Nínive acoge la predicación de
Jonás, el hebreo, y así atestigua que "la salvación viene de Israel" (Jn
4,22). La palabra, que rechaza Jonás, la acogen los paganos. Se cumple la
palabra de Isaías, que Pablo dirige a los hebreos de Roma:
Cuando, en desacuerdo entre sí mismos, ya se marchaban, Pablo dijo esta sola
cosa: Con razón habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio del
profeta Isaías: Ve a encontrar a este pueblo y dile: Escucharéis bien, pero
no entenderéis, miraréis bien, pero no veréis. Porque se ha embotado el
corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado;
no sea que vean con sus ojos, y con sus oídos oigan, y con su corazón
entiendan y se conviertan, y yo los cure. Sabed, pues, que esta salvación de
Dios ha sido enviada a los gentiles; ellos sí que la oirán (Hch 28,25-28).
Con su arte narrativa, el libro de Jonás enseña a los hebreos, que
reivindican la exclusividad del verdadero Dios, que los gentiles son más
sensibles a la palabra de Dios que ellos. Sus privilegios les cierran el
oído al amor de Dios. La ternura de Dios es el corazón de la Escritura. Para
mostrar este amor de Dios a los hombres han sido elegidos. Su elección es
para un servicio. Dios promete a Abraham que en él serán bendecidas todas
las naciones. Si, como hijos de Abraham, poseen la promesa, si han recibido
las llaves de la revelación, no es para que se cierren las puertas a sí
mismos y menos para no permitir la entrada a los demás. Jesús se lo dirá
abiertamente a los fariseos: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros
ciertamente no entráis; y a los que desean entrar no les dejáis entrar" (Mt
23,13).
El libro se cierra con la palabra de Yahveh (4,9-11). En esta última palabra
Dios, lo mismo que hizo con Moisés, revela el sentido de su nombre santo: El
es el Dios de bondad, el Dios de la vida, que tiene entrañas de
misericordia, como un padre o, mejor, como una madre. Yahveh siente ante los
ciento veinte mil habitantes de Nínive, que no saben distinguir la mano
derecha de la izquierda, la misma ternura que siente ante el pequeño Efraím:
"¿Es un hijo tan caro para mí Efraím, o niño tan mimado, que tras haberme
dado tanto que hablar, tenga que recordarlo todavía? Pues, en efecto, se han
conmovido mis entrañas por él; ternura hacia él no ha de faltarme" (Jr
31,20). Yahveh siente por Nínive la misma piedad que por Sión: "Pero Sión
dice: Yahveh me ha abandonado, el Señor me ha olvidado. ¿Acaso olvida una
mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues
aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido. Míralo, en las palmas de
mis manos te tengo tatuada, tus muros están ante mí perpetuamente" (Is
49,14-16). Yahveh es Dios y no hombre, clemente y compasivo, lento a la ira:
"¿Cómo voy a dejarte, Efraím, cómo entregarte, Israel? ¿Voy a dejarte como a
Admá, y hacerte semejante a Seboyim? Mi corazón está en mí trastornado, y a
la vez se estremecen mis entrañas. No daré curso al ardor de mi cólera, no
volveré a destruir a Efraím, porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo
soy el Santo, y no vendré con ira" (Os 11,8-9).
El mundo y la historia no siguen un rumbo ciego, casual o arbitrario. Dios
conduce el camino de las cosas y de los hombres hacia un destino. Nada se
hace sin él o a sus espaldas, pues él está presente en todo lo que es y
acontece. Es imposible, como pretende Jonás, salirse de su presencia. La
pretensión de Jonás no es más que una huida a ninguna parte, pues lo que
busca no existe. En el camino de su huida, Dios le sale al encuentro, como
salió al encuentro de Balaam el día en que éste se puso en marcha para
maldecir a Israel en contra de la orden de Yahveh, que quería bendecirle:
"Se levantó Balaam de madrugada, aparejó su asna y se fue con los jefes de
Moab. Cuando iba, se encendió la ira de Yahveh y el Angel de Yahveh se puso
en el camino para estorbarle" (Nm 22,21-22). El ángel, que corta el camino a
Jonás, es la tormenta que detiene la nave. Jonás recuerda entonces que
Yahveh hizo el mar y la tierra firme y que, por tanto, está en ellos. Dios
no está circunscrito a un lugar, ni siquiera a la tierra de Israel, como
piensa Naamán, curado por el profeta Eliseo: "Dijo Naamán: Ya que no aceptas
mis presentes, que se dé a tu siervo, de esta tierra, la carga de dos mulos,
porque tu siervo ya no ofrecerá holocausto ni sacrificio a otros dioses sino
a Yahveh" (2R 5,17). Es una falsa interpretación de lo expresado en el
Deuteronomio: "Cuando el Altísimo repartió las naciones, cuando distribuyó a
los hijos de Adán, fijó las fronteras de los pueblos, según el número de los
hijos de Dios; mas la porción de Yahveh fue su pueblo, Jacob su parte de
heredad" (Dt 32,8-9). Dios, creador del cielo y de la tierra, manifiesta su
poder en el amor para con todos. Con claridad dirá más tarde el libro de la
Sabiduría, fruto de la experiencia de la historia:
Bien podía tu mano omnipotente ella que de informe materia había creado el
mundo enviar contra ellos muchedumbre de osos o audaces leones, o bien
fieras desconocidas, entonces creadas, llenas de furor, respirando aliento
de fuego, lanzando humo hediondo o despidiendo de sus ojos terribles
centellas, capaces, no ya de aniquilarlos con sus ataques, sino de
destruirlos con sólo su estremecedor aspecto. Y aun sin esto, de un simple
soplo podían sucumbir, perseguidos por la Justicia, aventados por el soplo
de tu poder. Pero tú todo lo dispusiste con medida, número y peso. Pues el
actuar con inmenso poder siempre está en tu mano. ¿Quién se podrá oponer a
la fuerza de tu brazo? Como lo que basta a inclinar una balanza, es el mundo
entero en tu presencia, como la gota de rocío que a la mañana baja sobre la
tierra. Te compadeces de todos porque todo lo puedes y disimulas los pecados
de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y nada de lo
que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías creado. Y ¿cómo
habría permanecido algo si no hubieses querido? ¿Cómo se habría conservado
lo que no hubieses llamado? Mas tú perdonas a todos, porque son tuyos, Señor
amigo de la vida (Sb 11,17-26).
Dios, amigo de la vida, tiene una paciencia inmensa con todos los seres,
incluso con su profeta desobediente y rebelde. Se abaja a darle
explicaciones de su actuar. Le hace vivir una parábola en acción para
calmarle y abrirle el oído a su bondad. Dios se conmueve frente a sus
criaturas, obra de sus manos. Remueve el universo entero para salvar a unos
paganos y convencer a su profeta. Para ello enfurece el mar, envía el gran
pez para librarlo de la muerte en el mar o le prepara la sombra del ricino
para para ablandar su corazón endurecido.
Dios acosa a Jonás, profeta huidizo, tratando de darle caza a lo largo de
todo el itinerario de su camino. El envío a una misión indeseada, la
tempestad que le cierra la huida, el pez que le saca del mar, el segundo
envío a Nínive, el don y muerte del ricino son las redes o procedimientos
con los que Dios acosa a Jonás, para seducirle y romper sus resistencias.
Aunque Jonás intenta escapar de Yahveh, Dios no se ausenta ni un momento del
tortuoso camino del profeta. Dios busca la conversión y salvación de Nínive,
pero también la de Jonás. A primera vista parece que Dios, con Jonás, busca
a los marineros y a los ninivitas. Pero a quien Yahveh busca, en primer
lugar, es al mismo Jonás. Y lo hace mediante lo que viven todos esos
personajes que Jonás encuentra en su historia. Dios le busca, dándole su
palabra y los acontecimientos que pone en su vida. Dios le habla al corazón
directamente y se le insinúa en el testimonio de los demás. Lo que la
palabra hace con los demás, ¿no puede hacerlo también con él? Pero Jonás es
más duro de cerviz que los marineros y los ninivitas. Con pasos hacia
delante y hacia atrás, no se decide nunca enteramente. No llega a la
sintonía con Dios ni con ninguno de los personajes de la historia. Mientras
los otros rezan, él duerme; mientras los otros se convierten, él se irrita
hasta desear la muerte. Dios busca la vida del pecador y él prefiere la
muerte suya y de los demás.
Los movimientos externos de Jonás, su huir y su regresar, su hacer y
deshacer, reflejan movimientos del hombre interior: rechazar y aceptar,
consentir y disentir, estar en un momento alegre y en el siguiente
mortalmente irritado. Son dramáticas sacudidas que Yahveh, paciente y
misericordioso, suscita para modelar a su profeta. La tormenta, los
marineros, el pez, la conversión y perdón de Nínive le colocan ante Yahveh,
que le hace consciente de sus sentimientos interiores. Poner a Jonás en la
verdad es el primer paso, la gracia primera que Dios le concede, para que
salga de su estado y se convierta, aceptando sintonizar con los sentimientos
de Dios. Es lo que Pablo desea a los filipenses: "Tened entre vosotros los
mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no
retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo
en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la
muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre,
que está sobre todo nombre" (Flp 2, 5-9).
La historia de los pueblos está bajo la mano de Dios, Creador y Señor del
cosmos, y responde a su designio de misericordia para con todos. Yahveh,
Salvador de Israel, quiere la salvación de todos y precisamente, para
ofrecer esa salvación, elige a Israel y a los profetas. El Dios de Israel es
el Dios de todos los pueblos. La elección de un pueblo no es para la
destrucción de los otros pueblos, sino para su salvación. Israel vive para
los otros pueblos. Israel es el pueblo elegido para hacer llegar, con su
vida y con su palabra, el mensaje de Dios a las naciones. El ser y la misión
de Israel es dar a conocer a Dios a las naciones. Jeremías es constituido
profeta para las naciones. Y el Siervo de Yahveh es salvación para las
naciones. En Cristo Dios lleva a plenitud su designio: "Porque tanto amó
Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al
mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn
3,16-17).
Dios, Creador del universo y Salvador del hombre, es totalmente libre. En el
libro de Jonás, Dios se muestra libre de su propia palabra: se convierte de
su amenaza. Esto es lo que más irrita a Jonás, que quería tener en la
amenaza de Dios el arma para herir a los ninivitas y, al mismo tiempo, el
lazo con que tener agarrado a Yahveh. Pero Yahveh se muestra libre y, con
ello, invita a Jonás a liberarse de sí mismo, a romper su yo y su
irritación. Jonás, al final, se queda en silencio ante esta invitación de
Dios. Así, con su silencio, la invitación pasa a todo oyente o lector del
libro.