El profeta Jonás: 7. PLEGARIA DESDE EL VIENTRE DEL PEZ
Emiliano Jiménez Hernández
7. PLEGARIA DESDE EL VIENTRE DEL PEZ
Jonás ha descendido a las entrañas del pez y en ellas ha bajado al fondo del
mar. Desde las profundidades del abismo, desde lo hondo de su ser, le brota
la plegaria. Ha necesitado tocar fondo para dar el primer paso hacia Dios,
para elevar los ojos a lo alto e implorar piedad. Y la plegaria se
transforma en salmo, en canto confiado, en alabanza a Dios. Tras el estilo
profético de los primeros versículos del libro se pasa al estilo sapiencial
y, ahora, en las entrañas del pez, a Jonás le nace la palabra en verso. Es
la fuerza del salmo que toca todas las fibras del alma: "Jonás oró a Yahveh
su Dios desde el vientre del pez" (2,2).
Jonás comienza a ser el profeta, que responde a su misión, cuando dice a los
marineros que lo arrojen al mar, para salvar la nave y sus vidas. Y continúa
cumpliendo su misión ahora cuando, hundido en el mar, desde el vientre del
pez eleva a Dios un canto de invocación y acción de gracias. Sumido en el
abismo se mantiene firme en la fe. En las tinieblas de las profundidades
marinas, su alma confiesa la fe en quien le ha llamado y se confía a él con
esperanza. Esta es la misión del creyente. Cuando por todos lados le
circunda la muerte, desde el fondo de su espíritu, eleva un himno a Dios,
señor de la historia, dándole gracias por la salvación que espera y no duda
que le otorgará. En el corazón del mundo, en el corazón del mal, el creyente
invoca a Dios y salva al mundo. La oración es el fundamento del mundo, la
única cosa necesaria para que el mundo no caiga en la nada. El grito de la
plegaria rompe los muros del mar, los muros del vientre del pez, y llega
hasta Dios, que rompe esos muros que encierran al mundo en su pecado. La
oración derrama sobre el mundo, sumido en las aguas de la muerte, las aguas
de la misericordia. Tomando sobre sí las aguas saladas, las evapora, y desde
lo alto, las nubes derraman la salvación.
Es un salmo de acción de gracias, dividido en cuatro estrofas. La primera es
la invocación a Dios, evocando las angustias pasadas desde la situación del
ya salvado; la segunda es la presentación del mal y del peligro con símbolos
de muerte, de abandono y un grito nostálgico; la tercera refleja el cambio
producido, la salvación ya operada; y la cuarta es la conclusión, con su
carácter didáctico. El movimiento completa el trayecto que hay que recorrer
entre la perdición y la salvación. Su fórmula es universal: es la
experiencia de Jonás, de los marineros y de los ninivitas. Es la plegaria
válida para cualquiera que se vea en peligro y experimente la salvación. Las
aguas simbolizan lo peligroso, la muerte, el seol, tan familiar al salmista:
"Las olas de la muerte me envolvían, me espantaban las trombas de Belial,
los lazos del seol me rodeaban, me aguardaban los cepos de la Muerte. Clamé
a Yahveh en mi angustia, a mi Dios invoqué; y escuchó mi voz desde su
Templo, resonó mi llamada en sus oídos" (Sal 18,5-7).
Aunque los exégetas consideren este salmo como una interpolación posterior
en el relato, lo cierto es que forma parte del texto actual de la Escritura.
Jonás, el profeta rebelde y obstinado, que huye de la presencia de Dios y,
en medio de la tempestad, se duerme mientras los demás oran, descendiendo
hasta el fondo del abismo, se vuelve piadoso. Desde lo más profundo de su
ser le brota el grito: "Yahveh, Dios mío" (2,7). Desde el abismo del mar,
afloran a su memoria las experiencias vividas en Jerusalén, con su templo,
sacrificios y asambleas festivas, lo mismo que a los exiliados al dejar
Israel. En el vientre del pez su palabra tiene ecos diversos de las
resonancias de su voz en el mar o en tierra firme. La prosa se transforma en
poesía, cargada de espléndidas imágenes. Su posición despierta la memoria y
la imaginación. Hasta el pez macho se transforma en hembra, pues a Jonás le
hace sentirse dentro de un útero de vida. El salmo, que brota de la boca de
Jonás, es un himno de acción de gracias. Hay imploración, invocación de
ayuda, pero es sobre todo un canto de acción de gracias, porque en la
oración tiene la absoluta certeza de la salvación. Jonás, no sólo espera e
invoca la ayuda de Dios, sino que está seguro de alcanzarla y canta la
gloria con que Dios se va a cubrir salvándolo. La tormenta en el mar, con su
pavorosa realidad y con su capacidad de simbolizar el caos y la muerte,
tiene en el canto de Jonás un valor de teofanía. Yahveh revela en ella su
poder sobre el caos y sobre los dominios de la muerte. Es lo que canta el
salmista:
¡Den gracias a Yahveh por su amor, por sus prodigios con los hijos de Adán!
Ofrezcan sacrificios de acción de gracias, y sus obras pregonen con gritos
de alegría. Los que a la mar se hicieron en sus naves, llevando su negocio
por las muchas aguas, vieron las obras de Yahveh, sus maravillas en el
piélago. Dijo, y suscitó un viento de borrasca, que entumeció las olas;
subiendo hasta los cielos, bajando hasta el abismo, bajo el peso del mal su
alma se hundía; dando vuelcos, vacilando como un ebrio, tragada estaba toda
su pericia. Y hacia Yahveh gritaron en su apuro, y él los sacó de sus
angustias; a silencio redujo la borrasca, y las olas callaron. Se alegraron
de verlas amansarse, y él los llevó hasta el puerto deseado. ¡Den gracias a
Yahveh por su amor, por sus prodigios con los hijos de Adán! (Sal
107,21-31).
La oración le brota a Jonás desde el vientre del pez, desde el fondo del
abismo, desde la angustia de su situación. Sin embargo le brota transida de
espíritu profético, con el que ya ve cumplido lo que suplica. El uso del
"pasado profético" es la expresión de su confianza absoluta. Jonás confiesa,
agradecido, como ya cumplido lo que implora. Jonás canta de antemano la
liberación que Dios ha concedido a un hombre atrapado por la experiencia de
la angustia: "Desde mi angustia clamé a Yahveh y él me respondió; desde el
seno del seol grité, y tú oíste mi voz" (2,3). Como en el Génesis (Gn
2,4-5), Dios es llamado con dos apelativos diversos, referidos a los dos
atributos: el de la misericordia y el de la justicia. Jonás en su plegaria
tiene en cuenta las dos formas en que Dios se le manifiesta: la justicia de
Dios ha desencadenado la tempestad y encerrado a Jonás en las entrañas del
pez, mientras que su misericordia le ha mandado el pez para salvarlo.
Nombrando los dos atributos, Jonás reconoce que la misma justicia de Dios es
misericordia: la tormenta y el pez salvador son expresión del designio
misericordioso de Dios. Proclamándole "su Dios", expresa su gratitud hacia
Dios, tan cercano a su vida que, al mismo tiempo que le persigue con la
tormenta, le salva con el pez. Su plegaria es la expresión de su fe y de su
agradecimiento.
El Midrash nos aclara el estado de Jonás en el momento de su plegaria.
Mientras en el primer versículo se trata de un pez, en masculino, ahora, en
el segundo, el pez aparece en femenino. Al principio, Jonás es tragado por
un pez macho, cuyas entrañas eran espaciosas. Jonás se encontraba bastante
cómodo y no le vino ni la idea de orar a Dios. Dios, entonces, hizo una
señal al pez para que transfiriera a Jonás a la boca de una hembra en
gestación. Allí, circundado por millares de huevos, Jonás se encuentra
apretado. Esta situación molesta por la estrechez es la que le impulsa a
orar. Según esta lectura del Midrash, algún sabio de Israel ha pensado que
Jonás, mientras estaba en el primer pez no había rezado porque había
aceptado con resignación su pena de muerte. Sabía que era culpable y pensaba
que Dios le había dejado con vida sólo por unos días para que tomara
conciencia de su culpa. Comprendiendo, pues, que Dios estaba airado con él,
se había acovachado en el vientre del pez en absoluto silencio. Pero no era
este el plan de Dios. Por eso para suscitar su arrepentimiento y su plegaria
lo transfirió a las entrañas angostas del pez hembra en gestación. Al
aumentar su sufrimiento, asqueado por los huevos que lo circundaban, Jonás
comprendió que Dios no quería castigarlo, sino dejarlo con vida, suscitando
su conversión mediante el dolor. En ese momento se puso en pie y elevó a
Dios su plegaria.
El Zohar lo comenta diversamente. El pez que se tragó a Jonás fue para él
una gran fortuna, porque en su vientre se hallaba seguro, bien protegido de
los demás peces que se cruzaban a su alrededor. Desde esa fortaleza, bien
resguardado, podía contemplar el maravilloso espectáculo del fondo del mar.
Estaba tan contento que ni se le ocurría elevar a Dios su oración. Entonces,
al verlo Dios tan alienado, se dijo: ¿Para esto te he hecho llegar hasta
aquí? Inmediatamente hizo morir al pez y Jonás se halló en una situación
catastrófica, porque de todas partes llegaban peces a comerse los despojos
del pez muerto. Esta situación realmente angustiosa es la que provocó la
oración de Jonás "desde el fondo del abismo" (2,3), es decir, desde el
vientre del pez muerto. Dios escuchó el grito de Jonás y resucitó al pez y
así salvó a su profeta. La palabra hebrea del segundo versículo es la misma
que aparece en el Exodo hablando de "los peces que murieron en el río" en la
plaga de la sangre (Ex 7,21).
De todos modos, la situación crítica es la que le lleva a la oración. "Desde
mi angustia he clamado a Yahveh y él me ha respondido; desde el seno del
abismo he gritado, y tú has escuchado mi voz" (2,3). Los verbos en pasado, y
en forma indirecta, muestran su confianza total, arraigada en su alma por la
experiencia de todo su pasado. La situación actual es un hecho más que se
añade a los memoriales de su vida. Por eso, comenzando en forma indirecta,
el versículo termina en plegaria personal: "tú has escuchado mi voz". El
hecho de haber sobrevivido a la prueba por tanto tiempo es para Jonás una
garantía indiscutible de que Dios escucha su oración y le dejará en vida,
aunque no sepa cómo le sacará del abismo del pez y del mar.
La plegaria de Jonás se apoya en su experiencia personal y en la experiencia
de todo orante. Sus palabras son palabras del salmista confiado: "Cuando me
encontraba en angustias, clamé a Yahveh, y él me respondió" (Sal 120,1).
Siempre que clamé desde la angustia, él me respondió. Jonás, como todo
elegido de Dios, lleva el salterio en sus entrañas y, hasta en el momento en
que no tiene tiempo de pensar, le brotan las palabras de la oración. Es la
plegaria sincera, no hecha de palabrería, sino suscitada por el estado de
angustia, nacida de lo hondo del corazón, desde el abismo del mar, desde el
seol, desde la tumba, en que se ha convertido el vientre estrecho del pez.
Jonás confiesa que sólo la angustia le ha llevado a gritar a Yahveh.
Reconoce que no merece ser escuchado, y menos en su condición de profeta
rebelde, pero no duda de que los oídos de Dios están atentos a su súplica.
Sí, se confiesa Jonás, él me ha oído y me responderá. La oración que sube a
Dios desde un corazón afligido nunca queda sin respuesta. Desde la aflicción
de su corazón oró Ana, la madre de Samuel, y Dios escuchó su plegaria:
Después que hubieron comido, se levantó Ana y se puso ante Yahveh. Estaba
ella llena de amargura y oró a Yahveh llorando sin consuelo. Como ella
prolongase su oración ante Yahveh, Elí observaba sus labios. Ana oraba para
sí; se movían sus labios, pero no se oía su voz, y Elí creyó que estaba
ebria, le dijo: ¿Hasta cuándo va a durar tu embriaguez? ¡Echa el vino que
llevas!. Pero Ana le respondió: No, señor; soy una mujer acongojada; no he
bebido vino ni cosa embriagante, sino que desahogo mi alma ante Yahveh. No
juzgues a tu sierva como una mala mujer; hasta ahora sólo por pena y
pesadumbre he hablado. Elí le respondió: Vete en paz y que el Dios de Israel
te conceda lo que le has pedido (1S 1,9-17).
Jonás ahora también desahoga la aflicción de su corazón ante Yahveh: "Me has
arrojado en lo más hondo, en el corazón de los mares, una corriente me
cerca: todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí" (2,4). En la
confluencia del mar Rojo y del mar de Jafa las olas encrespadas pasan por
debajo y por encima de Jonás, que se siente zarandeado por todos los
costados. Mar y río le aprietan y absorben en su remolino. Has hecho de mí
el acantilado de todas tus aguas, que se estrellan contra mí. Las palabras
del salmo surgen espontáneas: "Levantan los ríos, Yahveh, levantan los ríos
su voz, los ríos levantan su bramido; más que la voz de muchas aguas, más
imponente que las ondas del mar, es imponente Yahveh en las alturas" (Sal
93,3-4). "Si Yahveh no hubiera estado por nosotros, cuando contra nosotros
se alzaron los hombres, vivos entonces nos habrían tragado en el fuego de su
cólera. Entonces las aguas nos habrían anegado, habría pasado sobre nosotros
un torrente, habrían pasado entonces sobre nuestra alma aguas voraginosas"
(Sal 124,2-5). Es la experiencia de un náufrago, en el sentido real o
simbólico de la palabra. Las imágenes de naufragio, con las aguas que
envuelven al hombre, con las olas que lo sacuden y lo precipitan hacia el
abismo, llenan el salterio:
¡Sálvame, oh Dios, porque las aguas me llegan hasta el cuello! Me hundo en
el cieno del abismo, sin poder hacer pie; he llegado hasta el fondo de las
aguas, y las olas me anegan. Estoy exhausto de gritar, arden mis fauces, mis
ojos se consumen de esperar a mi Dios... ¡Sácame del cieno, no me hunda,
escape yo a los que me odian, a las honduras de las aguas! ¡El flujo de las
aguas no me anegue, no me trague el abismo, ni el pozo cierre sobre mí su
boca! ¡Respóndeme, Yahveh, pues tu amor es bondad; en tu inmensa ternura
vuelve a mí tus ojos; no retires tu rostro de tu siervo, que en angustias
estoy, pronto, respóndeme; acércate a mi alma, rescátala, por causa de mis
enemigos, líbrame! (Sal 69,2-4.15-19).
El náufrago sufre la experiencia de la soledad, de la angustia, de la
muerte, se siente arrastrado a la fosa, tragado por la tumba, hundido en el
seol. Cuando una mano le arranca de esa situación, brota agradecida la
plegaria: "Yahveh, Dios mío, clamé a ti y me sanaste. Tú has sacado, Yahveh,
mi alma del seol, me has recobrado de entre los que bajan a la fosa. Yo te
ensalzo, Yahveh, porque me has levantado; no dejaste reírse de mí a mis
enemigos. Salmodiad a Yahveh los que le amáis, alabad su memoria sagrada. De
un instante es su cólera, de toda una vida su favor; por la tarde visita de
lágrimas, por la mañana gritos de alborozo" (Sal 30,2-6)
Mientras era precipitado al fondo del mar, Jonás pensaba en su corazón en la
muerte, alejado para siempre de la presencia de Yahveh, y su corazón se
rebelaba en su interior. No, no podía ser ese su final, a pesar de su
pecado: "Yo pensé: ¡ He sido arrojado de delante de tus ojos! ¿Cómo volveré
a contemplar tu santo Templo?" (2,5). Y, como Ana, sin palabras, Jonás
recita a oleadas el salmo: "Desde lo más profundo grito a ti, Yahveh:
¡Señor, escucha mi clamor! ¡Estén atentos tus oídos a la voz de mis
súplicas! Si en cuenta tomas las culpas, oh Yahveh, ¿quién, Señor,
resistirá? Mas el perdón se halla junto a ti, para que seas temido. Yo
espero en Yahveh, mi alma espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor más
que los centinelas la aurora; más que los centinelas la aurora, aguarde
Israel a Yahveh. Porque con Yahveh está el amor, junto a él abundancia de
rescate; él rescatará a Israel de todas sus culpas" (Sal 130). Es una
lamentación, que no puede no conmover a Dios: "Sumergieron las aguas mi
cabeza y pensé: ¡Estoy perdido! Invoqué tu Nombre, Yahveh, desde la hondura
de la fosa. Tú oíste mi grito: ¡No cierres tu oído a mi oración que pide
ayuda! (Lm 3,54-56). Los muertos no son más que sombras vivas. El orante,
que eleva a Dios su súplica angustiada, se siente perdido, cautivo,
impotente. Desde esa situación le aflora el recuerdo de lo contrario, de las
horas pasadas en el templo de Jerusalén, donde experimentaba la presencia de
Dios: "Yo me dije: ¡Arrojado estoy de delante de tus ojos! ¿Cómo volveré a
contemplar tu santo Templo?" (2,5). El templo, con sus celebraciones, le
trae a la memoria la luz, el gozo, la vida. Lejos del templo, santuario de
la gloria de Dios, todo es muerte, exilio lejos del rostro de Dios:
Como jadea la cierva, tras las corrientes de agua, así jadea mi alma, en pos
de ti, mi Dios. Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ir a
ver la faz de Dios? ¡Son mis lágrimas mi pan, de día y de noche, mientras me
dicen todo el día: ¿En dónde está tu Dios? Yo lo recuerdo, y derramo dentro
de mí mi alma, cómo marchaba a la Tienda admirable, a la Casa de Dios, entre
los gritos de júbilo y de loa, y el gentío festivo. ¿Por qué, alma mía,
desfalleces y te agitas dentro mí? Espera en Dios: aún le alabaré,
¡salvación de mi rostro y mi Dios!Mi alma se acongoja, por eso, desde el
Jordán y el Hermón, te recuerdo a ti, montaña humilde. Abismo que llama al
abismo, en el fragor de tus cataratas, todas tus olas y tus crestas han
pasado sobre mí. De día mandará Yahveh su gracia, y el canto que me inspire
por la noche será una oración al Dios de mi vida. Diré a Dios mi Roca: ¿Por
qué me olvidas?, ¿por qué he de andar sombrío por la opresión del enemigo?
Con quebranto en mis huesos mis adversarios me insultan, todo el día
repitiéndome: ¿En dónde está tu Dios? (Sal 42).
"Las aguas me envuelven hasta el alma, me ha cercado el abismo y las algas
se han enredado a mi cabeza" (2,6). Son los "lazos de la muerte" que
envuelven al creyente: "Los lazos de la muerte me aferraban, me
sorprendieron las redes del seol; en angustia y tristeza me encontraba, y el
nombre de Yahveh invoqué: ¡Ah, Yahveh, salva mi alma!" (Sal 116,3-4). Las
aguas le entran por la nariz y están a punto de llevar a Jonás a exhalar el
último suspiro. El alma se le sale, envuelta por las aguas. Es el abismo lo
único que Jonás tiene en torno a sí. Se revuelve entre las algas, que se
enredan en su cabeza.
Jonás ha tocado fondo en su descendimiento: "He descendido a las raíces de
los montes" (2,7), he visto los fundamentos, los pilares sobre los que se
apoyan los montes. "La tierra está cerrada con cerrojos detrás de mí para
siempre". No hay salida para mí. El fondo del mar será mi tumba perpetua.
Esto es lo que yo pensaba, "mas tú, Yahveh, Dios mío, sacaste mi vida de la
fosa" (2,7). Ahora, que tú me has concedido sobrevivir en las entrañas del
pez, estoy seguro que tú me sacarás de la tumba y me devolverás a tierra
firme. Con el salmista Jonás canta: "Por eso se me alegra el corazón, mis
entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa; pues no has de
abandonar mi alma al seol, ni dejarás a tu amigo ver la corrupción. Me
enseñarás el caminó de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu
derecha, delicias para siempre" (Sal 16,9-11).
"Mientras mi alma en mí desfallecía, me acordé de Yahveh, y mi oración llegó
hasta ti, hasta tu santo palacio de santidad" (2,8). Ahora sé que me hizo
bien llegar hasta el extremo de mi desesperación, pues ha sido mi precaria
situación la que me ha hecho acordarme de ti. Ya al borde de la agonía, mi
oración llegó a tus oídos. Llegado, en su descenso, a los fundamentos del
monte santo, sobre el que se encuentra el Templo, Jonás se acuerda del
Santuario de Jerusalén y eleva a Dios su plegaria. Y Dios, que está en lo
alto, en el Santuario, escucha el eco de su oración. Al acercarse a la roca,
que sirve de fundamento al Templo y al mundo entero, Jonás se ha sentido a
salvo. "Pues está en la Escritura: He aquí que coloco en Sión una piedra
angular, elegida, preciosa y el que crea en ella no será confundido" (1P
2,6). "El es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y
que se ha convertido en piedra angular" (Hch 4,11). "Y todos bebieron la
misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y
la roca era Cristo" (1Co 10,4). "Y Jesús les dice: ¿No habéis leído nunca en
las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon, en piedra
angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a
nuestros ojos?" (Mt 21,42). "Edificados sobre el cimiento de los apóstoles y
profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edificación
bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor" (Ef 2,20).
En esta inmersión de Jonás en el abismo de la muerte, Mateo contempla la
profecía de la sepultura de Cristo: "Porque de la misma manera que Jonás
estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el
Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches" (Mt
12,40). La experiencia de naufragio de Jonás, como aparece en su plegaria,
con su súplica y acción de gracia, desbordan su persona. Su salvación,
cantada por anticipado, es una palabra de salvación para todos: "La
salvación viene de Yahveh" (2,10).). Jonás anuncia que "la salvación está en
Dios" (Sal 3,9), aunque "el agua le llegue a la garganta, el océano le
envuelva y las algas se enreden en los cabellos de su cabeza" (2,6). El, en
su oración confiada, lo recuerda como algo del pasado, como ya superado:
"Bajaba hasta las raíces de los montes, la tierra se cerraba para siempre
sobre mí. ¡Y sacaste mi vida de la fosa, Señor, Dios mío. Cuando se me
acababan las fuerzas, invoqué al Señor, llegó hasta ti mi oración, hasta tu
santo templo" (2,7-8). Es la experiencia repetida de todo creyente que,
desde la angustia, eleva a Dios su súplica: "Sofocaron mi vida en una fosa y
echaron piedras sobre mí. Sumergieron las aguas mi cabeza y dije: ¡Estoy
perdido! Invoqué tu Nombre, Yahveh, desde la hondura de la fosa y Tú oíste
mi grito: ¡No cierres tu oído a mi oración que pide ayuda! Te acercaste el
día en que te invocaba y dijiste: ¡No temas!" (Lam 3,53-57). "Por eso te
suplica todo el que te ama en la hora de la angustia. Y aunque las muchas
aguas se desborden, no le alcanzarán" (Sal 32,6).
Jonás, como Cristo, puede entonar, desde el abismo o desde lo alto de la
cruz, el salmo 22: "¡Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la
asamblea te alabaré!: Los que a Yahveh teméis, dadle alabanza, raza toda de
Jacob, glorificadle, temedle, raza toda de Israel. Porque no ha despreciado
ni ha desdeñado la miseria del mísero; no le ocultó su rostro, mas cuando le
invocaba le escuchó. De ti viene mi alabanza en la gran asamblea, mis votos
cumpliré ante los que le temen" (Sal 22,23-26).
"Los ojos de Dios están constantemente puestos sobre la tierra de Israel"
(Dt 11,12). Jonás, al huir de ella y verse arrojado al mar, ha llegado a
pensar que salía para siempre del "cuidado de Dios" (Dt 11,11). Lejos de la
presencia de Dios, según sus deseos al huir, siente que se ha colocado
también fuera de su providencia. Sólo el memorial del salmo, le devuelve la
confianza: "¡Y yo que decía en mi inquietud: Estoy dejado de tus ojos! Mas
tú oías la voz de mis plegarias, cuando clamaba a ti" (Sal 31,23). Ahora me
doy cuenta de que tú has seguido mis pasos y no has dejado de mirarme con
tus ojos de misericordia, salvándome de la muerte. Yo, ahora, sé que tu
intención es sacarme del abismo y que me permitirás contemplar de nuevo tu
santo templo, "el palacio de tu santidad". Aunque he sido yo quien se ha
alejado del lugar donde se manifiesta tu palabra y tu bondad, tú me
devolverás a él. Sí, retornaré a él con mi plegaria de acción de gracias. Es
lo único que mi alma desea.
¡Qué amables tus moradas, oh Yahveh Sebaot! Mi alma anhela y languidece tras
los atrios de Yahveh, mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios
vivo. Dichosos los que moran en tu casa, te alaban por siempre. ¡Yahveh Dios
Sebaot, escucha mi plegaria, tiende tu oído, oh Dios de Jacob! Vale más un
día en tus atrios que mil en mis mansiones, estar en el umbral de la Casa de
mi Dios que habitar en las tiendas de impiedad (Sal 84,2-11).
"Los que veneran ídolos vanos abandonan su propia gracia" (2,9). Jonás se
alegra de que los marineros hayan contemplado, gracias a él, el poder de
Dios y hayan abandonado la ignominia de la idolatría. Jonás espera que su
conversión sea sincera y constante. De todos modos, el primero en
convertirse debe ser él: "Mas yo con voz de acción de gracias te ofreceré
sacrificios, cumpliré los votos que hice. ¡De Yahveh la salvación!" (2,10).
Su acción de gracias se hará acción cultual en el sacrificio de alabanza,
cumplimiento ante el Señor de todos lo votos que ha hecho en el momento del
aprieto. El sabe que su situación le coloca entre las cuatro personas
obligadas a dar gracias a Dios: quienes han viajado por mar, quienes han
atravesado el desierto, quienes han sido curados de una enfermedad y los
presos que han recobrado la libertad. El ha experimentado las cuatro cosas.
Con razón confiesa y testimonia su fe: ¡De Yahveh la salvación! Y la fe se
hace invitación a la alabanza en medio de la asamblea: "¡Anunciaré tu nombre
a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré! Los que a Yahveh teméis,
dadle alabanza, raza toda de Jacob, glorificadle, temedle, raza toda de
Israel. Porque no ha despreciado ni ha desdeñado la miseria del mísero; no
le ocultó su rostro, mas cuando le invocaba le escuchó. De ti viene mi
alabanza en la gran asamblea, mis votos cumpliré ante los que le temen" (Sal
22,23-26). "De Yahveh la salvación. Tu bendición sobre tu pueblo" (Sal 3,9).