JOB CRISOL DE LA FE: 2. VINO QUE REVIENTA LOS ODRES 32,1-37,24
Comentario al libro de Job
Emiliano Jiménez Hernández
a) La cuña del discurso de Elihú: 32,1-33,7
b) El sueño y el ángel: 33,8-26
c) La fuerza, ¿principio de justicia o de misericordia?: 33,27-34
e) La pedagogía de Dios: 35,1-37,24
2. VINO QUE REVIENTA LOS ODRES
a) La cuña del discurso de Elihú
Cuando se espera la respuesta de Dios a Job, sucede algo inesperado. Entra
en escena Elihú, sin que nadie le haya invitado ni presentado, pronuncia un
largo discurso y desaparece. Ni en el prólogo ni en el epílogo se le
menciona. El mismo se distancia de los amigos, "indignado contra ellos"
(32,3). Elihú responde, criticando, a los amigos y a Job sin que nadie le
conteste a él. Quizás todos, incluidos nosotros, sólo lamentamos la
interrupción, la cuña voluminosa entre el desafío de Job y la respuesta de
Dios. Elihú seguramente es un sabio joven, posterior a los tres amigos de
Job. Insatisfecho y ofendido por el papel de sus compañeros, se siente
irritado, provocado por la debilidad de su argumentación, y escandalizado
con la palabras de Job, que ha ofendido a Dios. Elihú piensa que falta algo
importante y lo añade a la obra. De lector se convierte en autor. Su largo
discurso se ha convertido en palabra inspirada, como parte del libro de Job.
El primer comentario se ha hecho parte de la obra. Pero, dado el lugar en
que se inserta, no es Elihú quien tiene la última palabra. También él queda
sometido al juicio que Dios da sobre los interlocutores de Job. Elihú dice
que Job ha hablado mal, Dios dirá que Job ha hablado bien. Como los otros
tres amigos se equivoca en su condena de Job. Job debería interceder también
por él. De todos modos, sus palabras se salvan gracias a Job.
Así, pues, después de todos los esfuerzos de los amigos por convencer a Job,
él ha respondido con un solemne juramento de inocencia. Es inútil seguir
discutiendo. Ante este silencio de los amigos, que ya no responden a Job,
dejándole en su convicción de inocencia, se alza el joven Elihú, como
ardiente abogado de Dios, haciendo alarde de su nombre, que significa "El es
mi Dios". Lleva el mismo nombre del profeta Elías, a quien también "le
consumía el celo por el Señor, Dios de los ejércitos" (1R 19,10) . Con el
fuego de Elías irrumpe en la escena Elihú: "Aquellos tres hombres dejaron de
replicar a Job, porque se tenía por justo. Entonces montó en cólera Elihú,
hijo de Barakel el buzita, de la familia de Ram. Su cólera se inflamó contra
Job, porque pretendía tener razón frente a Dios; y también contra sus tres
amigos, porque no habían hallado ya nada que replicar y de esa manera habían
dejado mal a Dios. Mientras hablaban ellos con Job, Elihú se había mantenido
a la expectativa, porque eran más viejos que él. Pero cuando vio que en la
boca de los tres hombres ya no quedaba respuesta, montó en cólera. Tomó,
pues, la palabra Elihú y dijo: Soy pequeño en edad, y vosotros sois viejos;
por eso tenía miedo, me asustaba el declararos mi saber"(32,1-6) .
Elihú, aunque joven, sin la sabiduría que dan las canas, se siente investido
por el espíritu de Dios: "Soy pequeño en edad, y vosotros sois viejos; por
eso tenía miedo, me asustaba el declararos mi saber. Me decía: Hablará la
edad, los muchos años enseñarán sabiduría. Pero en verdad, es un soplo en el
hombre, el espíritu de Sadday el que da inteligencia. No son sabios los que
están llenos de años, ni los viejos quienes comprenden lo que es justo. Por
eso he dicho: Escuchadme, voy a declarar también yo mi saber" (32,6-10).
Como don de Dios, la edad no cuenta: "Yo derramaré mi Espíritu en toda
carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos
soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Hasta en los siervos y
las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días" (Jl 3,1-2).
Elihú, con la arrogancia de su juventud (11,14), no puede permitir que se
conceda el triunfo a un adversario de Dios. En él arde el celo de defender a
Dios hasta hacerlo explotar: "Han quedado vencidos, no han respondido más:
les han faltado las palabras. He esperado, pero ya que no hablan, puesto que
se han quedado sin respuesta, responderé yo por mi parte, declararé también
yo mi saber. Pues estoy lleno de palabras, me urge un soplo desde dentro.
Es, en mi seno, como vino sin escape, que hace reventar los odres nuevos.
Hablaré para desahogarme, abriré los labios y replicaré. No tomaré partido
por ninguno, a nadie adularé. Pues yo no sé adular: bien pronto me aventaría
mi Hacedor" (32,15-22).
Elihú promete entrar en la discusión situándose al nivel de Job. Su
condición humana, barro y aliento, son el terreno común. Como los otros tres
amigos se olvida de que Job está en un plano mucho más bajo, en el dolor y
la angustia, en el desconcierto y el desgarramiento interior. Elihú no
desciende a ese nivel, para comprender a Job y luego darle una palabra de
consuelo auténtica. El habla desde arriba, como quien tiene la respuesta
definitiva: "Mi corazón dará palabras cuerdas, la pura verdad dirán mis
labios. El soplo de Dios me hizo, me animó el aliento de Sadday. Si eres
capaz, replícame, ¡alerta, ponte en guardia ante mí! Mira, soy como tú, no
soy un dios, también yo fui plasmado de arcilla. Por eso mi terror no te ha
de espantar, no pesará mi mano sobre ti" (33,3-7).
b) El sueño y el ángel
Tras este preámbulo, investido como un profeta (Jr 29,9) de la inspiración
divina, Elihú se enfrenta con Job, que ha acusado a Dios de serle hostil y
tratarlo injustamente, siendo él inocente, cuando Dios con el sufrimiento se
dirige a la conciencia del pecador, para estimularla a descubrir y rechazar
el pecado (33,13-18). Dios castiga para llevar al pecador a la conversión
(33,19-24). Sólo aceptando esta función purificadora del dolor Job
encontrará de nuevo la felicidad (33,25-30). Elihú es el único que da una
respuesta al interrogante: ¿por qué sufre el inocente? El sufrimiento es un
instrumento de la pedagogía de Dios. Dios conduce a su pueblo al desierto
para educarlo, purificarlo y llevarlo a la madurez de la fe. Es la luz del
Deuteronomio (Dt 8,7ss). El sufrimiento del desierto lleva al pueblo a
conocer lo que tiene en el corazón, a descubrir que el hombre no sólo vive
de pan, sino de todo lo que sale de la boca de Dios. La prueba es la
purificación de la fe. A través del sufrimiento también Jeremías recorre el
oscuro itinerario de la fe. El sufrimiento le lleva a interiorizar su fe y a
la intimidad con Dios, en una relación espontánea y total. El sufrimiento
conduce a Jeremías a encontrar a Dios y a encontrar su profundo yo.
Por otra parte Elihú, subrayando la transcendencia de Dios, impide la
reducción de Dios a los esquemas de la lógica humana (33,12;34,12;36,22-25)
y, contra la tesis del silencio de Dios, ve la presencia de un mensaje
divino en la historia (34,18-20), en la creación (36,24-37,13) y sobre todo
en el dolor, como misterio de la pedagogía de Dios para con el hombre
(33,19-28;36,8-21). En la protesta de inocencia y en la acusación
correlativa de Dios, Job no tiene razón, "porque Dios es más grande que el
hombre" (33,12). Pero que Dios sea más grande que el hombre ni lo ha negado
Job ni prueba que su actuar sea justo. Lo único que sí prueba es que es
peligroso para la criatura pedir cuentas a su Creador: "¡Ay del que litiga
con el que lo ha modelado, la vasija contra el alfarero! ¿Acaso la arcilla
dice al que la modela: '¿qué haces tú?' o 'tu obra no está hecha con
destreza'? ¡Ay del que dice a su padre!: ¿qué has engendrado? o a su madre:
¿qué has dado a luz? Así dice Yahveh, el Santo de Israel, su modelador:
¿Vais a pedirme cuentas acerca de mis hijos o a darme órdenes acerca de la
obra de mis manos?" (Is 45,9-11). "¿Quién eres tú, hombre, para contestarle
a Dios?" (Rm 9,20).
Job también ha acusado a Dios de que se niega a responder, a dar
explicaciones de su actuar. Elihú le responde enumerando los diversos modos
que Dios tiene de hablar, con los que busca la salvación del hombre. Dios
habla al hombre en el sueño, en la enfermedad y en el sufrimiento. Pero el
hombre no siempre comprende la voz de Dios. Dichoso el hombre que en el
dolor tiene a su lado un ángel que le interprete la palabra de Dios,
invitándole a la conversión. Entonces "su carne se volverá más fresca que en
la juventud, invocará a Dios y le otorgará su favor, mostrándole su rostro
jubiloso, le devolverá su justicia y él proclamará ante los demás su
salvación, diciendo: Había pecado y violado la justicia, pero Dios no me ha
dado mi merecido. Ha librado mi alma de la fosa y mi vida vuelve a
contemplar la luz" (33,23-28). En el sueño y en las visiones, Dios amonesta
y corrige al hombre. Cuando la noche cierra los oídos exteriores, Dios abre
los interiores. Así Dios se comunica en el silencio, cuando el hombre no
opone resistencia. Job, en vez de tanto hablar y gritar, "dando vueltas en
el lecho hasta el alba" (7,4), exigiendo una respuesta de Dios, más bien
debería recogerse, rendirse al sueño y abrirse al mensaje de Dios.
El problema no es el silencio de Dios, sino la escucha del hombre. El hombre
está distraído o se hace el desentendido o cierra el oído a lo que no le
gusta. El salmista bendice a Dios, que le habla en la noche: "Bendigo a
Yahveh que me aconseja; aun de noche me instruye internamente" (Sal 16,7).
Dios salvó a Abimélek, hablándole en el sueño, cuando tomó la mujer de
Abraham: "Entonces el rey de Guerar, Abimélek, envió por Sara y la tomó.
Pero vino Dios a Abimélek en un sueño nocturno y le dijo: Vas a morir por
haber tomado esa mujer que está casada. Abimélek, que no se había acercado a
ella, dijo: Señor, ¿vas a matar a un inocente? ¿No me dijo él: es mi
hermana, y ella misma no dijo: es mi hermano? Con corazón íntegro y con
manos limpias he procedido. Y le dijo Dios en el sueño: Ya sé yo también que
has procedido con corazón íntegro, por eso yo mismo te he estorbado de
faltar contra mí. Por eso no te he dejado tocarla. Pero ahora devuelve la
mujer a ese hombre, porque es un profeta; él rogará por ti para que vivas.
Pero si no la devuelves, sábete que morirás sin remedio, tú y todos los
tuyos" (Gn 20,3-7).
Del mismo modo, Dios corrige al pecador con el sufrimiento: "También es
corregido por el dolor, por el temblor continuo de sus huesos, cuando le
asquea el alimento y a su alma los manjares exquisitos, cuando su carne
desaparece de la vista, y sus huesos, que no se veían, aparecen; cuando su
alma se aproxima a la fosa y su vida a la morada de los muertos. Si hay
entonces junto a él un ángel, un mediador escogido entre mil, que declare al
hombre su deber, que de él se apiade y diga: 'Líbrale de bajar a la fosa,
que he encontrado el rescate de su alma', entonces su carne se renueva de
vigor juvenil y vuelve a los días de su adolescencia" (33,19-25). Dios no ha
negado al hombre este Mediador, que se compadece, intercede y rescata de la
muerte. Jesucristo intercede por nosotros (Rm 8,34), se compadece de
nosotros (Hb 4,15) y se entrega como rescate (1Tm 2,6), más aún, es nuestro
rescate (1Co 1,30).
En vez de quejarse de que Dios le hace sufrir y no responde a sus quejas,
Job debe entender que la enfermedad es precisamente la respuesta de Dios. Es
la palabra que Dios le da para su salvación. "El hiere y venda la herida,
golpea y cura con su mano" (5,27-28). Dios es solícito con los hombres, como
un padre con su hijo o un maestro con el discípulo (Dt 8,5), siempre atento
a educarles y corregir su inclinación al mal: "Ruego a los lectores de este
libro que no se desconcierten por estas desgracias; piensen antes bien que
estos castigos buscan no la destrucción, sino la educación de nuestra raza;
pues el no tolerar por mucho tiempo a los impíos, de modo que pronto caigan
en castigos, es señal de gran benevolencia. Pues con las demás naciones el
Soberano, para castigarlas, aguarda pacientemente a que lleguen a colmar la
medida de sus pecados; pero con nosotros ha decidido no proceder así, para
que no tenga luego que castigarnos, al llegar nuestros pecados a la medida
colmada. Por eso mismo nunca retira de nosotros su misericordia: cuando
corrige con la desgracia, no está abandonando a su propio pueblo" (2Mc
6,12-16):
c) La
fuerza, ¿principio de justicia o de misericordia?
Elihú aplica a Job este itinerario general. La alegría, que renacerá en el
corazón de Job, le llevará a proclamar el amor de Dios entre los hombres:
"Yo había pecado y torcido el derecho, mas Dios no me ha dado el merecido.
Ha librado mi alma de pasar por la fosa, y mi vida contempla la luz. He aquí
todo lo que hace Dios, dos y tres veces con el hombre, para recobrar su alma
de la fosa, para que sea alumbrado con la luz de la vida" (33,27-30). Lo
experimenta así el orante del salmo: "Yahveh le guarda, le depara vida y
dicha en la tierra y no le abandona a la saña de sus enemigos. Yahveh le
sostiene en su lecho de dolor, calma los dolores de su enfermedad. Yo dije:
Yahveh, ten misericordia, sana mi alma, pues he pecado contra ti" (Sal
41,3-4). Cuando el hombre reconoce su pecado, se cumple el plan divino, que
busca al hombre con la enfermedad. Esa es la sabiduría de Dios: "Por eso
corriges poco a poco a los que caen; les amonestas recordándoles su pecado
para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor" (Sb 12,2).
Para defender la justicia de Dios, Elihú la une al poder soberano de Dios.
En los hombres pueden separarse y hasta contraponerse, abusando del poder.
En Dios no. Algo semejante dirá el libro de la Sabiduría: "Como eres justo,
administras con justicia el universo y consideras incompatible con tu poder
condenar a quien no merece ser castigado. Tu fuerza es el principio de tu
justicia y tu señorío sobre todos los seres te hace indulgente con ellos...
Dueño de tu fuerza, juzgas con moderación y nos gobiernas con mucha
indulgencia porque, con sólo quererlo, lo puedes todo. Obrando así enseñaste
a tu pueblo que el justo debe ser amigo del hombre, y diste a tus hijos la
buena esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento" (Sb
12,15-19).
Elihú defiende a Dios como juez bien informado e imparcial, al mismo tiempo
que condena a Job, al acusarle de razonar como los malvados (34,5-9). Es lo
que Job niega y pide a Dios que lo pruebe. Dios, como parte ofendida, en la
liturgia penitencial, entabla un pleito con los hombres, a los que acusa,
para convencerles de pecado y ofrecerles el perdón (Sal 50-51; Is 1,10-20).
La audacia de Job consiste en tomar la iniciativa y, como parte ofendida,
acusar a Dios. Es lo que hace el piadoso salmista cuando considera
injustificado su sufrimiento: "Todo el día está ante mí mi ignominia, la
vergüenza cubre mi semblante, bajo los gritos de insulto y de blasfemia,
ante la faz del odio y la venganza. Y todo esto nos llegó sin haberte
olvidado, sin haber traicionado tu alianza. ¡No se habían vuelto atrás
nuestros corazones, ni habían dejado nuestros pasos tu sendero, para que tú
nos aplastaras en morada de chacales, y nos cubrieras con la sombra de la
muerte! Si hubiésemos olvidado el nombre de nuestro Dios o alzado nuestras
manos hacia un dios extranjero, ¿no se habría dado cuenta Dios, él, que
conoce los secretos del corazón? Pero por ti se nos mata cada día, se nos
trata como ovejas llevadas al matadero. ¡Despierta ya! ¿Por qué duermes,
Señor? ¡Levántate, no nos rechaces para siempre! ¿Por qué ocultas tu rostro,
olvidas nuestra opresión y miseria? Pues nuestra alma está hundida en el
polvo, pegado a la tierra nuestro vientre. ¡Alzate, ven en nuestra ayuda,
rescátanos por tu amor!" (Sal 44,22).
Elihú afirma de Dios (34,10) lo mismo que Job implora, como hizo también
Abraham: "¡Lejos de ti hacer tal cosa! Matar al inocente con el culpable,
confundiendo al uno con el otro. ¡Lejos de ti! El juez de toda la tierra ¿no
hará justicia?" (Gn 18,25). Para Elihú Dios es justo porque tiene el poder
originario sobre todas las cosas. El, que ha dado la vida a los seres, no
les hace ninguna injusticia cuando se la retira, pues puede poner límites al
don: "¡Lejos de Dios el mal, de Sadday la injusticia! Dios paga al hombre
sus obras, le retribuye según su conducta. En verdad, Dios no hace el mal,
Sadday no tuerce el derecho. ¿Quién le confió a él la tierra, quién le
encomendó el universo? Si él retirara su espíritu, si hacia sí recogiera su
soplo, expiraría toda carne y el hombre volvería al polvo" (34,10-15). Job,
contemplando su vida, creación de las manos de Dios, razonaba de otra
manera: "Tus manos me formaron... ¿y ahora me aniquilas?" (10,8). Al dar la
vida al hombre, Dios se hace garante de esa vida.
Dios es imparcial, porque sus ojos miran las sendas del hombre y vigilan
todos sus pasos. No hay sombra que les encubran (34,17-22). Dios tiene sus
plazos y sus días, que para el hombre son siempre inminentes. Tiene plazos
de penitencia, como en la historia de Jonás, y tiempos de gracia: "Así dice
Yahveh: En tiempo favorable te escucharé, y en día nefasto te asistiré" (Is
49,8). No toca al hombre señalar el plazo para comparecer a juicio con Dios,
como pretende Job (34,23). Dios puede aniquilar un ejército en una noche,
por ello puede diferir su intervención y dar al hombre un tiempo de espera.
¿Quién puede acusarlo porque esconda por un tiempo su rostro? El sigue
velando sobre el mundo (34,30). Dios, sin necesidad de indagar, castiga el
crimen y el abuso del poder sobre los débiles e indefensos. Y Dios escucha
las reclamaciones de los oprimidos y les hace justicia (34,26-28): "Dios no
olvida los gritos de lo oprimidos" (Sal 9,13), "cuando uno clama, el Señor
le escucha" (Sal 34,18).
A Job, en vez de quejarse contra Dios, sólo le queda volverse a él,
reconocer su pecado y su ignorancia: "Dile a Dios: Me he equivocado, no
volveré a hacer mal; y si he pecado sin darme cuenta, instrúyeme tú, si he
cometido injusticia, no volveré a hacerlo" (34,31-32). Pero si, en vez de
arrepentirse, quiere dictar normas de justicia y juzgar a Dios según esas
normas, entonces los hombres sensatos y sabios dirán conmigo: "Job no habla
cuerdamente, sus palabras no tienen sentido. Que sea probado a fondo por sus
respuestas, dignas de un malvado. Porque al pecado añade la rebeldía, pone
fin al derecho entre nosotros, y multiplica sus palabras contra Dios"
(34,34-37). Elihú da por descontado el juicio contra Job, oponiéndose al
juicio final y decisivo de Dios (42,7). ¿Acaso no entonteció Dios la
sabiduría del mundo?: "Dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los
sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el
sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no
entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo mediante su
propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar
a los creyentes mediante la necedad de la predicación" (1Co 1,19-21).
e) La pedagogía de Dios
Elihú, sin nadie que le interrumpa, se interrumpe a sí mismo y sigue
hablando. San Gregorio, viendo en él el tipo del predicador vanidoso y
arrogante, comenta el nuevo comienzo: "Los que hablan mucho procuran
recomenzar sus discursos, para mantener suspensos a los oyentes con el nuevo
comienzo y para que escuchen con atención con la esperanza de oír algo
nuevo. Elihú, apenas termina con una cosa, empieza sin cesar con otra, dando
curso a su infinita locuacidad con nuevos comienzos". Ahora comienza con una
cita nueva de Job para refutarla. Si Job ha dicho que nada se saca de la
honradez, Elihú se lo retuerce preguntando qué saca Dios de nuestra
honradez: ni le favorece nuestra bondad ni le perjudica nuestra injusticia:
"¿Crees que es razonable lo que dices, pensando ser más justo que Dios? Y
añades: ¿De qué me ha servido, que he ganado con no haber pecado? Yo te daré
respuesta a ti y a tus amigos. ¡Mira a los cielos y observa cómo las nubes
son mas altas que tú! Si pecas, ¿qué le causas? Si se multiplican tus
ofensas, ¿qué le haces? ¿Qué le das, si eres justo, o qué recibe él de tu
mano?" (35,2-7). La distancia del cielo con las nubes subraya la
trascendencia incolmable de Dios. El hombre con las flechas de su maldad y
con su honradez no logra alcanzarlo directamente. Las acciones del hombre
sólo pesan sobre los hombres: "A un hombre igual que tú afecta tu maldad, a
un hijo de hombre tu justicia" (35,8). Dios no castiga para vengarse de una
ofensa recibida ni premia para agradecer un favor. Como juez resuelve los
litigios que turban la paz de los hombres. Por más que insista Job, Dios no
se dejará intimidar ni lisonjear. Su inocencia o culpabilidad se refieren a
otros hombres, es inútil que pleitee contra Dios, acusándolo de maltratarle
sin razón e injustamente. De nuevo Elihú contradice a Dios, que confesó en
el diálogo con Satán que había herido a Job sin razón (2,3). "Job abre la
boca y echa viento ensartando palabras sin sentido" (35,16). ¿Job o Elihú?
Sin embargo Elihú, subrayando la transcendencia de Dios, acierta al impedir
la reducción de Dios a los esquemas de la lógica humana de los amigos (Cf
33,12; 34,12; 36,22-25).
A Elihú le quedan aún muchas palabras que pronunciar y algo que decir "en
defensa de Dios" (36,2). El sufrimiento tiene un valor pedagógico (36,21).
Dios corrige al malvado con el sufrimiento. Si el pecador lo acepta, el
dolor denuncia su pecado y así le exhorta a la conversión. El pecador, en su
libertad, puede también resistirse y no hacer caso, transformando el
sufrimiento, ordenado a la salvación, en castigo. El endurecimiento y la
contumacia le llevan a perder la vida. Ciertamente Dios no se apresura
siempre en castigar con la muerte, sino que da tiempo al malvado para que se
convierta: "Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y
viva" (Ez 18,23): "Dios no desprecia el corazón sincero ni deja vivir al
malvado en plena fuerza. Hace justicia a los pobres, y no aparta sus ojos
del justo, lo sienta en el trono real y lo exalta para siempre, pero si se
engríen él los amarra con cadenas, y quedan presos en los lazos de la
angustia. Entonces pone al descubierto sus acciones y sus culpas nacidas del
orgullo. Les abre el oído para que aprendan y les exhorta a convertirse de
la iniquidad. Si escuchan y son dóciles, acaban sus días en la prosperidad y
sus años en delicias. Si no escuchan, pasan el umbral de la muerte y expiran
por falta de cordura. Los obstinados, que acumulan cólera y no piden auxilio
cuando él los encadena, mueren en plena juventud, y su vida acaba en la edad
juvenil" (36,5-14). El impío se resiste y, en vez de aceptar la corrección
de Dios, aumenta el rencor contra Dios que le castiga. Así frustra la
intención salvífica de Dios.
Dios permite también el sufrimiento de los inocentes, para abrirles el oído,
haciéndoles comprender. También para ellos el sufrimiento es salvador. Dios
se ocupa de ellos y les hace justicia. El malvado es injusto con el pobre
inocente. Dios, actuando contra el malvado, que oprime a los inocentes,
vuelca la situación y exalta a los oprimidos. Dios levanta al humilde del
polvo y tapa la boca de los malvados: "Juzgará con justicia a los débiles, y
sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra. Herirá al hombre cruel
con la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado" (Is
11,4). "El levanta del polvo al desvalido, del estiércol hace subir al
pobre, para sentarle con los príncipes, con los príncipes de su pueblo" (Sal
113,7-8).
Elihú no aplica directamente a Job sus palabras. No le nombra. Pero Job
también sufre. ¿Sufre como oprimido?, ¿como inocente? ¿como malvado? Elihú
ya le ha situado antes entre los malvados. El sufrimiento para él es una
amonestación para que se convierta y no vuelva a la maldad. Para Job sólo
hay esperanza por el camino de la penitencia. Por ello su sufrimiento está
justificado y tiene sentido. Convertirse es volverse al Señor y no sólo
apartarse del mal. Isaías habla de la conversión que Dios busca con el
escarmiento del sufrimiento y rehusada por el pueblo: "Pero el pueblo no se
volvió hacia el que le castigaba, no buscaron a Yahveh Sebaot" (Is 9,12).
Dios ha probado a Job "en el crisol de la aflicción" (36,21; Is 48,10) para
que se vuelva de la maldad a él y celebre sus acciones: "No vuelvas a
inclinarte hacia la iniquidad, pues por ella te ha probado la aflicción.
Mira, Dios es sublime en su poder, ¿quién es maestro como él? ¿Quién le
señala el camino a seguir? ¿quién puede decirle: has hecho mal? Acuérdate
más bien de celebrar sus obras, que han cantado los hombres. Todos las
contemplan, los hombres las miran desde lejos. Sí, Dios es grande y no le
comprendemos, el número de sus años es incalculable. El atrae las gotas de
agua, pulveriza la lluvia en vapor, que luego derraman las nubes, la
destilan sobre la turba humana. ¿Quién además comprenderá el despliegue de
la nube, la altura de su tienda? En torno a sí despliega la niebla por
encima de las cumbres de los montes. Con la lluvia sustenta a los pueblos,
les da alimento en abundancia. En sus manos levanta el rayo y le ordena que
alcance su destino. Su trueno lo anuncia y su ira se inflama contra la
iniquidad" (36,21-33).
Este himno a la grandeza de Dios, compuesto con palabras de los amigos y
anticipando palabras de Dios, concluye los largos y prolijos discursos de
Elihú. Elihú entona el himno no para alabar a Dios, sino para probar su
tesis. Quiere probar el poder, la sabiduría y la justicia de Dios. El
dominio de Dios sobre las fuerzas de la naturaleza revela su poder; el orden
de los meteoros, lluvia y tormenta, revela su sabiduría y el uso que hace de
la creación para favorecer o castigar revela su justicia. Pero toda acción
de Dios manifiesta, al mismo tiempo que su cercanía, su distancia
insuperable, su sabiduría insondable y su justicia indiscutible. Es siempre
revelación que, al desvelar, vela el misterio de Dios, imponiendo respeto
hasta el estremecimiento. Las nubes sirven de "azote o de favor" (37,13),
pueden descargar lluvia, gota a gota, que fecunda la tierra, o descargarse
torrencialmente o en forma de granizo arrasador. El trueno infunde temor
reverencial, revelando lo inalcanzable de Dios (37,5) y las nubes lo
ocultan: "Al verlo mi corazón tiembla y salta fuera de su sitio. ¡Escuchad,
escuchad el trueno de su voz, el bramido que sale de su boca! Hace
relampaguear por todo el cielo, su fulgor llega a los extremos de la tierra.
Detrás de él una voz ruge: truena él con su soberbia voz, y nadie puede
sujetar sus rayos cuando retumba su voz. Dios nos hace contemplar
maravillas, realiza cosas grandes que no comprendemos. Manda a la nieve:
¡cae sobre la tierra!, y a los aguaceros:¡lloved fuerte! Retiene la mano de
todo hombre bajo sello, para que todos reconozcan su obra" (37,1-7). El
temblor del corazón es el símbolo del temor reverencial. Tormenta, trueno y
rayo son fenómenos que oímos o percibimos, pero que no comprendemos. La voz
de Dios se alza por encima de las voces humanas, pero no se hace inteligible
hasta que es articulada en palabras. Al hombre, lo mismo que a los animales,
se le impone la inacción durante las tormentas invernales. Es un tiempo en
que sólo Dios actúa y el hombre , refugiado en casa, no se puede atribuir
nada: Dios "encierra a todo hombre en casa para que reconozca que todo es
obra suya" (37,7). Fray Luis de León comenta que "Dios sella al hombre las
manos, se las entorpece y vuelve ateridas y como inútiles para tomar lo que
quieren".
Dios controla los fenómenos de la creación y les asigna una función. El
poder de Dios está al servicio de la justicia. Y lo que acontece con los
fenómenos atmosféricos sucede también en las demás incidencias de la vida
humana. Ben Sirá lo dice desde otro ángulo: "Las obras de Dios son todas
buenas y cumplen su función a su tiempo. Cada cosa tiene asignada su
función, cada cosa vale para su momento. Hay vientos creados para el
castigo. Todo ello fue creado para su función y está almacenado hasta el
momento oportuno" (Si 39,16-30): "Del sur llega el huracán; y el frío, de
los vientos del norte. Al soplo de Dios se forma el hielo, se cuaja la
superficie de las aguas. El carga a la nube de un rayo y el nublado esparce
su fulgor, que, gira girando, circula conforme a sus designios. Así ejecutan
todas sus órdenes sobre la haz de su orbe terráqueo. El los envía como
castigo para los pueblos de la tierra o como gracia" (37,9-13).
Con el himno a la grandeza de Dios, Elihú desea tapar la boca a Job. No
tiene derecho a reclamar, sino que debe convertirse en contemplador
maravillado del actuar de Dios: "Presta, Job, oído a esto, tente y observa
los prodigios de Dios" (37,14). Para llevar a Job a la contemplación, le
interpela y acosa con preguntas: "¿Sabes acaso cómo Dios los rige, y cómo su
nube hace brillar el rayo? ¿Sabes tú cómo las nubes cuelgan en equilibrio,
maravilla de una ciencia consumada? Tú, cuyos vestidos queman cuando está
quieta la tierra bajo el viento del sur, ¿puedes extender con él la bóveda
del cielo, sólida como espejo de metal fundido?" (37,15-18). Elihú une la
oscuridad de la nube con el fulgor del relámpago, símbolo del poder de Dios,
capaz de hacer brotar la luz de la oscuridad. El equilibrio de las nubes,
que, cargadas de agua pesada, se remontan y vuelan por la altura, muestra
que lo pesado, bajo la acción de Dios, puede elevarse. Job es invitado a
aprender la lección de las paradojas.
Y lo mismo que el frío del invierno encierra a hombres y animales en casa,
así también el calor enerva y paraliza al hombre. Bajo el bochorno del
verano la tierra se aletarga y se sume en la inactividad total. Invierno y
verano, frío y calor, muestran al hombre su debilidad e impotencia. ¿Podrá
Job argüir adecuadamente contra Dios? Elihú prepara la intervención de Dios,
que dejará a Job sin palabra. Envuelto en nubes de tormenta no podrá
enfrentarse a Dios. Nunca será él capaz de sacar la luz de la oscuridad.
Sólo Dios puede sacar el fulgor de la nube, la luz de las tinieblas: "Ahora
no se ve la luz, oscurecida por las nubes; pero el viento pasará y las
despejará. Una claridad llega del norte: gloria terrible alrededor de Dios,
¡es Sadday!, no podemos alcanzarle. Grande en fuerza y equidad, maestro de
justicia, sin oprimir a nadie. Por eso le temen los hombres: ¡a él la
veneración de todos los sabios de corazón!" (37,21-24). El cielo está
nublado. No vemos a Dios, escondido entre nubes. Pero ya se levanta un
viento, mensajero de Dios, que barre las nubes y Dios aparece mostrando todo
su esplendor. Con la manifestación de Dios la luz triunfa sobre las
tinieblas. Ante la aparición de Dios "fracasa la sabiduría de los sabios y
se eclipsa la prudencia de los prudentes" (1Co 1,19; Is 29,14). Es la
despedida de Elihú.
f) Adiós a Elihú
Elihú se presenta como un personaje excepcional. A diferencia de los tres
amigos, lleva un nombre israelita y se siente portavoz autorizado del Dios
de la alianza. A Elihú le complace apoyarse en experiencias espirituales
insólitas. De ahí su crítica a la sabiduría adquirida por los antiguos
(32,9) y su pretensión de haber recibido del soplo de Dios (32,8) un carisma
especial que emparienta sus "palabras de ciencia" con las revelaciones de
los profetas (32,18-20; 33,3). Por esto mismo concede gran importancia a los
sueños y a las "visiones nocturnas" (33,15-16), fisuras del ser humano por
donde Dios puede soplar el "espanto" y triunfar del orgullo. De ahí
igualmente la llamada que hace a la mediación de un ángel (33,23-24). Pero
ese recurso al ángel es un signo sospechoso, pues lo propio del ángel
mediador sería sentir compasión del hombre e interceder por él ante Dios, en
vez de llevar la cuenta de los fallos humanos. Este ángel de Elihú se
asemeja demasiado al Satán del prólogo.
Es el primer punto flaco de Elihú, pero no el único. Elihú se da a sí mismo
la importancia de un profeta, exagerando el valor de sus revelaciones
subjetivas, pero no da ningún criterio de su veracidad. Se arroga el derecho
de hablar en nombre de Dios, como inspirado por él, "lleno de palabras" y
"movido por el Espíritu" (32,18-19), pero se olvida de hablar en nombre del
hombre y de asumir su sufrimiento, por más que afirme que también él está
"modelado de barro" (33,2). Según Jeremías la intercesión es el criterio del
auténtico profeta,: "Di, Yahveh, si no te he servido bien: intercedí ante ti
por mis enemigos en el tiempo de su mal y de su apuro" (Jr 15,11).
Elihú no sólo no siente piedad de Job ni intercede por él. Ni siquiera busca
el diálogo con Job, ni con los amigos, ni con los sabios que, al menos,
imaginativamente, le rodean (34,2.10.34). Unas veces pide silencio, otras
veces exige una respuesta; pero todo ello es puramente artificial, ya que
nunca se interrumpe y sólo se escucha a sí mismo. A lo largo de su
interminable monólogo, deja vislumbrar su agresividad, se muestra irónico y
duro (34,16; 35,15-16). Cita a Job, pero sólo para refutarlo y juzgarlo
(34,7-8.34-37), de modo que sus discursos, anunciados como una exposición
imparcial de un maestro de sabiduría, se convierten en una requisitoria. Por
otra parte, Elihú intenta triunfar más que persuadir. No argumenta para
ayudar a Job, sino para salvar unos principios que siente atacados. Si Elihú
realiza un esfuerzo tan grande, si "saca su saber de tan lejos" es
únicamente "para dar razón a aquel que lo ha hecho", sólo tiene palabras "en
favor de Dios" (36,2-3). Para él se trata de defender a Dios contra el
hombre, mientras que Job espera que le defiendan a él contra Dios. La
preocupación por el honor de Dios, que podría ser noble y justa, se ve
adulterada por el hecho de que Elihú se apoya en Dios para juzgar a su
hermano, convirtiéndose en aliado del todopoderoso para ocultar mejor su
propia debilidad. Ni le pasa por la mente la idea de una intercesión del
hombre por su prójimo. Para él, cada uno está solo ante Dios y la piedad es
asunto de los ángeles. No puede venir más que de otro mundo. Ningún hombre
podrá servir nunca de rescate por su hermano (33,24). Job supera
maravillosamente a Elihú en este punto: Job intercede por sus hijos (1,5) y
por sus amigos-enemigos (42,8).
Enfrentado, como los tres amigos, con el misterio del sufrimiento del justo,
Elihú da por sentada la culpabilidad de Job. El misterio del dolor humano
sigue reducido a las dos ecuaciones tradicionales: acción buena igual a
felicidad y desgracia igual a culpabilidad. Ciertamente, para Elihú, esta
retribución no se lleva a cabo de una forma totalmente impersonal, ya que
está subordinada a la justicia y al poder de Dios. Elihú muestra muy bien
que los fenómenos atmosféricos, por ejemplo, no actúan para el premio o el
castigo del hombre sin un mandato concreto del creador (37,12-13). Pero esto
mismo vuelve a plantear la cuestión: si el cosmos no es más que un
instrumento en las manos de un Dios justo, ¿cómo puede encarnizarse con un
inocente? Paradójicamente, al subrayar el carácter personal del gobierno
divino, Elihú hace más injustificable la teoría de la retribución.
Sin embargo, hay algunos rasgos que salvan a Elihú de intromisión inútil al
retardar la respuesta esperada de Dios. En primer lugar, Elihú subraya con
acierto la transcendencia divina. Para Elihú en Dios las perfecciones se
complementan mutuamente: la omnipotencia garantiza la justicia, y la
omnisciencia exalta el derecho. Por ello, la santidad y la sabiduría de Dios
constituyen un punto inatacable para el hombre. Esto le permite rebatir
indefectiblemente las quejas de Job contra Dios: "En esto no tienes razón,
porque Dios es más grande que el hombre" (33,12). "El es sublime en su
fuerza, ¿quién enseña como él?, ¿quién le impondrá su camino? (36,22-23). El
hombre no puede contemplar más que "de lejos" la obra de Dios (36,24-25); su
obrar, pues, escapa siempre a toda concepción que el hombre se haga de él.
Estas afirmaciones claras, que doblegan al hombre bajo la obediencia de la
fe, están presentes en la tradición profética (Is 29,16; 40,13; 45,9; Jr
18,6; 23,18; Sb 12,12; 15,7) y las recogerá también San Pablo cuando
emprenda la defensa de Dios contra las acusaciones de injusticia o de
infidelidad (Rm 9,20-21; 11,33-36).
La transcendencia, sin embargo, no aleja a Dios del mundo y del hombre, pues
su providencia está activa en la vida de los hombres (34,18-20; 36,5-16) y
en el universo entero (36,24-37,13). Elihú se rebela contra la acusación de
Job de que Dios no responde ni actúa. Para refutarle Elihú despliega ante
Job un gran fresco de la actuación de Dios en el cosmos. Elihú intenta
convencer a Job de que, a través de la armonía del mundo, Dios busca la
realización del hombre, pues no deja de interpelarlo y de revelársele por
medio de "las maravillas que le hace contemplar" (37,14). Pero Job nunca
debe olvidar que Dios sigue siendo soberanamente libre de utilizar el cosmos
para sus fines pedagógicos, "bien para el castigo (shebet), bien para la
misericordia (hesed)" (37,13).
Esta apertura al misterio de la pedagogía divina es la aportación más
personal de Elihú para la comprensión del sufrimiento. Para los amigos el
sufrimiento era siempre un castigo merecido. Para Elihú, sin descartar este
aspecto, el sufrimiento tiene, ante todo, un significado pedagógico. Así
Elihú eleva el sufrimiento al rango de medio de salvación y de revelación:
"Dios salva al desdichado por medio de su desdicha y abre los oídos por
medio de su desgracia" (36,15). Las lluvias torrenciales, que espantan a los
hombres y a los animales, los rugidos del trueno, que anuncian la cólera
divina, las cadenas, las "cuerdas de la desgracia", las pesadillas, las
enfermedades agotadoras, lo mismo que el resplandor deslumbrante de la luz,
presagio de las teofanías (37,21-22), son para los hombres, si saben leer
los signos de Dios, manifestación de sus deseos de salvación. A través de
las pruebas se muestra el hesed, el amor de Dios, que no quiere que el
hombre "descienda a la fosa", sino que "se convierta de su iniquidad"
(36,10) y "quede iluminado por la luz de la vida" (33,30). Elihú coincide
con Ezequiel (18,23; 33,11). Sin embargo a Elihú le falta el aspecto
propiamente paternal de la pedagogía de Dios, esa larga paciencia de Dios
como un padre con su hijo. La dimensión paternal de Dios se muestra en el
castigo de sus hijos (Sal 118,18). Así lo dirán los Proverbios: "No
desdeñes, hijo mío, la instrucción de Yahveh, no te dé fastidio su
reprensión, porque Yahveh reprende a aquel que ama, como un padre al hijo
querido" (Pr 3,11-12). Tampoco recoge el valor redentor del sufrimiento del
justo en favor de los demás hombres, como lo hallamos en el canto del Siervo
en Isaías 53.
Hay muchos textos en el Antiguo Testamento que consideran el sufrimiento
humano dentro del eje de la pedagogía de Dios. El sufrimiento permitido por
Dios se presenta ante todo como un medio de purificación. Así lo expresan
los profetas y muchos salmos con la imagen del crisol (Is 1,25; 48,10; Za
13,9; Dn 11,35; 12,10; Sal 17,3; 26,2; 66,10). El dolor revela y elimina las
impurezas del corazón como el fuego las escorias del metal (Si 2,2-5; Jr
6,29-30; Sal 105,19). Esta purificación mediante la prueba es necesaria (Si
2,1.17; Tb 12,13 Vulg) y, por tanto, bienhechora (Lm 3,26-30). Junto a este
valor purificador, el AT asigna con frecuencia al sufrimiento un papel de
instrucción. Revela los designios de Dios (Dt 8,2; Sal 94,12; 119,71; Si
4,17-18). Como una gracia de luz, la prueba es una llamada a la conversión
(Sal 119,67; Sb 12,2). La fidelidad de Dios a sus designios garantiza el
valor salvífico de las pruebas que atraviesan sus fieles (Lm 3,31-33; Sal
119,75). Es el mismo Dios quien hiere y cura la herida (Dt 32,39; Jb 5,18;
Os 6,1). El sufrimiento de los siervos de Dios tiene además un valor de
intercesión y de rescate (Ex 32,30-33). Es la misión del Siervo de Yahveh
(Is 52,13-53). El castigo que desfigura al "hombre de dolores" (52,14;
53,3-4) oculta en realidad "el éxito del designio de Dios" (53,10), la
"revelación de su brazo" (53,1). El inocente se confunde con los pecadores e
intercede por ellos (53,12), ofreciendo su vida en expiación (53,10).