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Ansias de la manifestación de Dios: Comentario al profeta Isaías

 


Emiliano Jiménez


 Ansias de la manifestación de Dios

 

a) El lagarero

La evocación de los centinelas, con que termina el capítulo anterior, parece iniciar un diálogo a las puertas de la ciudad, como en los salmos 24 y 118. Los guardianes preguntan acerca del personaje que se acerca y, luego, le preguntan a él directamente. Las dos veces responde él mismo, presentándose con el pronombre personal “yo”, sin necesidad de pronunciar su nombre, como hace uno bien conocido. El personaje es famoso, pues viene como rey victorioso, que se ha enfrentado al enemigo y le ha vencido. En sus vestidos lleva las señales del combate. Como familiar cercano a su pueblo, ha salido a rescatarlo; es su goel o vengador de sangre:

-¿Quién es ése que viene de Edom, de Bosrá, con el vestido todo de rojo? ¿Quién es ése del vestido esplendoroso, y de andar tan esforzado?

-Soy yo que hablo con justicia, un gran libertador.

-Y ¿por qué está de rojo tu vestido como el de un lagarero?

-El lagar he pisado yo solo; de mi pueblo no hubo nadie conmigo. Los pisé con ira, los pisé con furia, y su sangre salpicó mis vestidos, y he manchado todo mi vestido (63,1-3).

El Señor ha aguantado mucho tiempo, pero ya ha llegado el día de la venganza contra el opresor de su pueblo. Como goel, el familiar más cercano de Israel, Dios sale a rescatarlo, como Abraham fue a rescatar a su sobrino Lot (Gn 14):

-¡El día de la venganza había llegado, había llegado el año del rescate! Miré bien y no había auxiliador; me asombré de que no hubiera quien apoyase. Por eso me salvó mi propio brazo, me sostuvo mi furia. Pisoteé los pueblos en mi ira, los pise con furia e hice correr por tierra su sangre (63,4-6).

La liturgia cristiana lee este texto en Semana Santa, contemplando en él el misterio de Cristo, que se enfrenta a solas con los enemigos, la angustia, el pecado y la muerte, quedando manchado de su propia sangre, pero triunfando de sus enemigos. Victorioso vuelve de la muerte, de Edom, con los estigmas de su pasión, sus llagas gloriosas. Ya el Apocalipsis aplica a Cristo este texto (Ap 19,15), completándolo con Is 11 y el Salmo 2.

 

b) Acción de gracias e invocación a Dios Padre

  Ante una situación angustiosa, el pueblo se dirige a Dios, que tantas veces se ha mostrado salvador a lo largo de su historia. Israel en una plegaria de acción de gracias hace un memorial de la historia pasada, invoca la ayuda de Dios en la situación presente y, de paso, reconoce su pecado e implora el perdón de Dios. La evocación de la historia penetra, por debajo de todos los mediadores, hasta al entrañas de Dios, que movía todos los hilos de la historia:

-Voy a recordar las misericordias de Yahveh, las alabanzas de Yahveh, por todo lo que hizo Yahveh por nosotros, por su gran bondad con la casa de Israel, por lo que hizo con nosotros en su misericordia, y por la abundancia de sus bondades. Él dijo: “Ciertamente ellos son mi pueblo, hijos que no engañarán” (63,7-8).

Dios es el padre que, aunque los hijos no respondan a sus deseos, les mira con amor y les salva en el peligro. Ha ido a elegir a Abraham, ha suscitado a Moisés, ha investido reyes y enviado profetas, pero en realidad era Él quien estaba detrás de todos sus enviados. Era Él quien cuidaba de sus hijos:

-Él fuel su Salvador en todos sus peligros. No fue un mensajero ni un enviado: él mismo en persona los salvó. Por su amor y su compasión los rescató: los levantó y los llevó sobre sus hombros todos los días (63,9).


La contemplación del amor paterno de Dios denuncia siempre el pecado del pueblo, la rebelión de los hijos:

-Pero ellos se rebelaron y contristaron a su Espíritu santo; entonces él se convirtió en su enemigo y peleó contra ellos. Pero se acordó de los días antiguos, de Moisés su siervo. ¿Dónde está el que los sacó del mar, el pastor de su rebaño? ¿Dónde el que puso en él su Espíritu santo,  el que hizo que su brazo fuerte marchase al lado de Moisés, el que hendió las aguas ante ellos, ganándose gloria eterna, el que les hizo andar por los abismos como un caballo por el desierto, sin que tropezaran, y como ganado que desciende al valle? El Espíritu de Yahveh los llevó a descansar. Así guiaste a tu pueblo, ganándote un nombre glorioso (63,10-14).

La evocación de la historia desemboca en súplica. Dios, que ha salvado a Israel en cada situación de peligro en que se ha encontrado, puede también salvarlo ahora. Y como se ha conquistado con esas actuaciones un nombre glorioso, puede glorificarlo también ahora:

            -Observa desde los cielos, mira desde tu morada santa y gloriosa. ¿Dónde está tu celo y tu fuerza, tu entrañable ternura y compasión? ¿Es que tus entrañas se han cerrado para mí? Porque tú eres nuestro Padre, pues Abraham no nos conoce, ni Israel nos recuerda. Tú, Yahveh, eres nuestro Padre, tu nombre es “Nuestro Redentor” desde siempre. ¿Por qué nos dejaste errar, Yahveh, lejos de tus caminos, endurecerse nuestros corazones lejos de tu temor? Vuélvete, por amor de tus siervos, por las tribus de tu heredad. ¿Por qué el enemigo ha invalido tu santuario, y nuestros opresores han pisoteado tu santuario? Estamos como antiguamente, cuando no nos gobernabas y no se nos llamaba por tu nombre (63,15-19).

El pueblo, en su súplica angustiada, apela a la ternura entrañable de Dios, esperando que se conmueva. No acepta la invitación que se le ha hecho: “Mirad a Abraham, vuestro padre” (51,2). El verdadero padre es Dios (Ex 4,22-23). Aunque los patriarcas tengan el título de “nuestros padres”, no pueden actuar como tales. Son un recuerdo memorable, pero no presencia salvadora. El pueblo está necesitado de un goel, un padre que les rescate, algo que corresponde a Dios. Con los interrogantes, que dirigen a Dios, confiesan su pecado, aunque parezca que culpan a Dios de él. No pueden comprender su actuar, les resulta incomprensible su dureza interior, que no logran vencer. ¿Por qué tarda Dios en darles el corazón de carne, que les ha prometido (Ez 36,26)?. El pueblo se ha apartado de Dios, Dios tiene que ir hasta ellos. Su amor de Padre le obliga a ello. Y Dios lo hará, superando esta súplica, descendiendo hasta el hombre en su Hijo Jesucristo.

Confesado el pecado y la impotencia de salir de él, toca a Dios actuar con su amor gratuito. La recreación aparece en el horizonte. El pueblo pide el adviento o teofanía del Señor, con su acompañamiento cósmico, que estremezca a los enemigos y les haga desaparecer:

-¡Ah si rasgases los cielos y descendieses, derritiendo los montes con tu presencia, como fuego que prende en la hojarasca o hace hervir el agua! Para dar a conocer tu nombre a tus adversarios, y hacer temblar ante ti a las naciones, haciendo portentos inesperados (63,19-64.2).

Dios, en su actuación salvadora, supera hasta la esperanza del pueblo. Pero desea que el hombre ponga la esperanza en él y no en los ídolos:

-Nunca oído oyó decir, ni ojo vio un Dios fuera de ti que hiciese tanto por el que espera en él. Te haces encontradizo de quienes se alegran y practican justicia y recuerdan tus caminos. Estuviste enojado, porque fuimos pecadores; vuélvenos a tu camino y nos salvaremos (64,3-4).

El pueblo reconoce su pecado y acepta las consecuencias del pecados. Son sus culpas las que les han dispersado por las naciones como hojas que lleva el viento:

-Somos como impuros todos nosotros, como paño inmundo todas nuestras obras justas. Caímos  como la hoja todos nosotros, y nuestras culpas como el viento nos llevaron.

  v6 No hay quien invoque tu nombre, quien se despierte para asirse a ti. Pues  encubriste tu rostro de nosotros, y nos dejaste a merced de nuestras culpas.

  v7 Pues bien, Yahveh, tú eres nuestro Padre. Nosotros la arcilla, y tú

nuestro alfarero, la hechura de tus manos todos nosotros.  v8 No te irrites,  Yahveh, demasiado, ni para siempre recuerdes la culpa. Ea, mira, todos nosotros somos tu pueblo.  v9 Tus ciudades santas han quedado desiertas, Sión  desierta ha quedado, Jerusalén desolada.  v10 Nuestra Casa santa y gloriosa,  en donde te alabaron nuestros padres, ha parado en hoguera de fuego, y todas nuestras cosas más queridas han parado en ruinas.  v11 ¿Es que ante esto te endurecerás, Yahveh, callarás y nos humillarás sin medida?

 

 

 

 





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