Ansias de la manifestación de Dios
Ansias de la manifestación de Dios
a) El lagarero
La evocación de
los centinelas, con que termina el capítulo anterior, parece iniciar
un diálogo a las puertas de la ciudad, como en los salmos 24 y 118.
Los guardianes preguntan acerca del personaje que se acerca y,
luego, le preguntan a él directamente. Las dos veces responde él
mismo, presentándose con el pronombre personal “yo”, sin necesidad
de pronunciar su nombre, como hace uno bien conocido. El personaje
es famoso, pues viene como rey victorioso, que se ha enfrentado al
enemigo y le ha vencido. En sus vestidos lleva las señales del
combate. Como familiar cercano a su pueblo, ha salido a rescatarlo;
es su goel o vengador de sangre:
-¿Quién es ése
que viene de Edom, de Bosrá, con el vestido todo de rojo? ¿Quién es
ése del vestido esplendoroso, y de andar tan esforzado?
-Soy yo que
hablo con justicia, un gran libertador.
-Y ¿por qué
está de rojo tu vestido como el de un lagarero?
-El lagar he
pisado yo solo; de mi pueblo no hubo nadie conmigo. Los pisé con
ira, los pisé con furia, y su sangre salpicó mis vestidos, y he
manchado todo mi vestido (63,1-3).
El Señor ha
aguantado mucho tiempo, pero ya ha llegado el día de la venganza
contra el opresor de su pueblo. Como goel, el familiar más cercano
de Israel, Dios sale a rescatarlo, como Abraham fue a rescatar a su
sobrino Lot (Gn 14):
-¡El día de la
venganza había llegado, había llegado el año del rescate! Miré bien
y no había auxiliador; me asombré de que no hubiera quien apoyase.
Por eso me salvó mi propio brazo, me sostuvo mi furia. Pisoteé los
pueblos en mi ira, los pise con furia e hice correr por tierra su
sangre (63,4-6).
La liturgia
cristiana lee este texto en Semana Santa, contemplando en él el
misterio de Cristo, que se enfrenta a solas con los enemigos, la
angustia, el pecado y la muerte, quedando manchado de su propia
sangre, pero triunfando de sus enemigos. Victorioso vuelve de la
muerte, de Edom, con los estigmas de su pasión, sus llagas
gloriosas. Ya el Apocalipsis aplica a Cristo este texto (Ap 19,15),
completándolo con Is 11 y el Salmo 2.
b) Acción de
gracias e invocación a Dios Padre
Ante una situación
angustiosa, el pueblo se dirige a Dios, que tantas veces se ha
mostrado salvador a lo largo de su historia. Israel en una plegaria
de acción de gracias hace un memorial de la historia pasada, invoca
la ayuda de Dios en la situación presente y, de paso, reconoce su
pecado e implora el perdón de Dios. La evocación de la historia
penetra, por debajo de todos los mediadores, hasta al entrañas de
Dios, que movía todos los hilos de la historia:
-Voy a recordar
las misericordias de Yahveh, las alabanzas de Yahveh, por todo lo
que hizo Yahveh por nosotros, por su gran bondad con la casa de
Israel, por lo que hizo con nosotros en su misericordia, y por la
abundancia de sus bondades. Él dijo: “Ciertamente ellos son mi
pueblo, hijos que no engañarán” (63,7-8).
Dios es el
padre que, aunque los hijos no respondan a sus deseos, les mira con
amor y les salva en el peligro. Ha ido a elegir a Abraham, ha
suscitado a Moisés, ha investido reyes y enviado profetas, pero en
realidad era Él quien estaba detrás de todos sus enviados. Era Él
quien cuidaba de sus hijos:
-Él fuel su Salvador en todos sus peligros. No fue un mensajero ni un enviado: él mismo en persona los salvó. Por su amor y su compasión los rescató: los levantó y los llevó sobre sus hombros todos los días (63,9).
La
contemplación del amor paterno de Dios denuncia siempre el pecado
del pueblo, la rebelión de los hijos:
-Pero ellos se
rebelaron y contristaron a su Espíritu santo; entonces él se
convirtió en su enemigo y peleó contra ellos. Pero se acordó de los
días antiguos, de Moisés su siervo. ¿Dónde está el que los sacó del
mar, el pastor de su rebaño? ¿Dónde el que puso en él su Espíritu
santo,
el que hizo que
su brazo fuerte marchase al lado de Moisés, el que hendió las aguas
ante ellos, ganándose gloria eterna, el que les hizo andar por los
abismos como un caballo por el desierto, sin que tropezaran, y como
ganado que desciende al valle? El Espíritu de Yahveh los llevó a
descansar. Así guiaste a tu pueblo, ganándote un nombre glorioso
(63,10-14).
La evocación de
la historia desemboca en súplica. Dios, que ha salvado a Israel en
cada situación de peligro en que se ha encontrado, puede también
salvarlo ahora. Y como se ha conquistado con esas actuaciones un
nombre glorioso, puede glorificarlo también ahora:
-Observa desde los cielos, mira desde tu morada santa y
gloriosa. ¿Dónde está tu celo y tu fuerza, tu entrañable ternura y
compasión? ¿Es que tus entrañas se han cerrado para mí? Porque tú
eres nuestro Padre, pues Abraham no nos conoce, ni Israel nos
recuerda. Tú, Yahveh, eres nuestro Padre, tu nombre es “Nuestro
Redentor” desde siempre. ¿Por qué nos dejaste errar, Yahveh, lejos
de tus caminos, endurecerse nuestros corazones lejos de tu temor?
Vuélvete, por amor de tus siervos, por las tribus de tu heredad.
¿Por qué el enemigo ha invalido tu santuario, y nuestros opresores
han pisoteado tu santuario? Estamos como antiguamente, cuando no nos
gobernabas y no se nos llamaba por tu nombre (63,15-19).
El pueblo, en
su súplica angustiada, apela a la ternura entrañable de Dios,
esperando que se conmueva. No acepta la invitación que se le ha
hecho: “Mirad a Abraham, vuestro padre” (51,2). El verdadero padre
es Dios (Ex 4,22-23). Aunque los patriarcas tengan el título de
“nuestros padres”, no pueden actuar como tales. Son un recuerdo
memorable, pero no presencia salvadora. El pueblo está necesitado de
un goel, un padre que les rescate, algo que corresponde a
Dios. Con los interrogantes, que dirigen a Dios, confiesan su
pecado, aunque parezca que culpan a Dios de él. No pueden comprender
su actuar, les resulta incomprensible su dureza interior, que no
logran vencer. ¿Por qué tarda Dios en darles el corazón de carne,
que les ha prometido (Ez 36,26)?. El pueblo se ha apartado de Dios,
Dios tiene que ir hasta ellos. Su amor de Padre le obliga a ello. Y
Dios lo hará, superando esta súplica, descendiendo hasta el hombre
en su Hijo Jesucristo.
Confesado el
pecado y la impotencia de salir de él, toca a Dios actuar con su
amor gratuito. La recreación aparece en el horizonte. El pueblo pide
el adviento o teofanía del Señor, con su acompañamiento cósmico, que
estremezca a los enemigos y les haga desaparecer:
-¡Ah si
rasgases los cielos y descendieses, derritiendo los montes con tu
presencia, como fuego que prende en la hojarasca o hace hervir el
agua! Para dar a conocer tu nombre a tus adversarios, y hacer
temblar ante ti a las naciones, haciendo portentos inesperados
(63,19-64.2).
Dios, en su
actuación salvadora, supera hasta la esperanza del pueblo. Pero
desea que el hombre ponga la esperanza en él y no en los ídolos:
-Nunca oído oyó
decir, ni ojo vio un Dios fuera de ti que hiciese tanto por el que
espera en él. Te haces encontradizo
de quienes se alegran y practican justicia y recuerdan tus caminos.
Estuviste enojado, porque fuimos pecadores; vuélvenos a tu camino y
nos salvaremos (64,3-4).
El pueblo
reconoce su pecado y acepta las consecuencias del pecados. Son sus
culpas las que les han dispersado por las naciones como hojas que
lleva el viento:
-Somos como impuros todos nosotros, como
paño inmundo todas nuestras obras justas. Caímos
como la hoja todos nosotros,
y nuestras culpas como el viento nos llevaron.
v6 No hay quien
invoque tu nombre, quien se despierte para asirse a ti. Pues
encubriste tu rostro de
nosotros, y nos dejaste a merced de nuestras culpas.
v7 Pues bien, Yahveh, tú eres nuestro Padre. Nosotros la arcilla, y tú
nuestro alfarero, la hechura de
tus manos todos nosotros.
v8 No te irrites,
Yahveh, demasiado, ni para
siempre recuerdes la culpa. Ea, mira, todos nosotros somos tu pueblo.
v9 Tus ciudades santas han quedado desiertas, Sión
desierta ha quedado, Jerusalén
desolada.
v10 Nuestra Casa
santa y gloriosa,
en donde te alabaron nuestros
padres, ha parado en hoguera de fuego, y todas nuestras cosas más queridas han
parado en ruinas.
v11 ¿Es
que ante esto te endurecerás, Yahveh, callarás y
nos humillarás sin medida?