Gloria de la futura Jerusalén
Gloria de la futura Jerusalén
Comienza uno de
los grandes poemas del libro, que canta con espléndidas imágines el
triunfo de la luz del Señor y la peregrinación de los pueblos hacia
Jerusalén. El monte Sión aparece como un inmenso faro, cuyos
destellos alcanzan a todas las naciones, que se ponen en marcha en
busca de su luz, fuente de paz. La luz inaugura un día único. Se
trata de la aurora del día del Señor. Según amanece los hijos de
Israel dispersos por las naciones y los pueblos extranjeros se ponen
en camino. Son los mismos pueblos que habían esclavizado a Israel
los que ahora se ofrecen para llevarlos de vuelta a su tierra. Una
multitud de camellos inunda la ciudad y naves blancas, como una
bandada de palomas, vuelan hacia Jerusalén. Todos se apresuran,
llevando sus tesoros, pues no quieren ser excluidos de la
reconstrucción de la ciudad santa, en la triunfará la justicia y la
paz. El tiempo sigue su curso y el día avanza, pero no llega la
noche, porque ha llegado el día sin ocaso, el día de la luz. El
Señor, con su grito de júbilo, despabila a la ciudad:
¡Levántate,
resplandece, que llega tu luz; la gloria de Yahveh amanece sobre ti!
Mira, las tinieblas
cubren la tierra, y una densa nube a los pueblos; pero sobre ti
amanece Yahveh y su gloria aparece sobre ti (60,1-2).
La luz inunda
primero la ciudad y desde ella se refleja en su alrededores. La luz
es la gloria del Señor. La ciudad no tiene luz propia, es como la
luna que en la noche refleja sobre la tierra la luz del sol.
Pueblos, reyes
y los propios israelitas caminan juntos hacia la ciudad, de donde se
expande la luz. La gloria del Señor despliega un poder de atracción:
-Caminarán las
naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada. Alza
los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti. Tus hijos
vienen de lejos, y tus hijas las traen en brazos (60,3-4).
Una caravana
llega de oriente y flotas de occidentes, por tierra y por mar, todos
convergen en la ciudad. A la cabeza llegan los propios hijos. Todos
vuelcan sus tesoros sobre la ciudad iluminada. Lo citará Mateo,
cuando narre la llegada de los magos a la gruta de Belén (Mt 2,11):
Tú entonces, al
verlo, te pondrás radiante, se estremecerá y se ensanchará tu
corazón, porque vendrán a ti los tesoros del mar, te traerán las
riquezas de las naciones. Una multitud de camellos te inundará, y
jóvenes dromedarios de Madián y de Efá. Todos ellos vienen de Sabá,
trayendo oro e incienso y proclamando las alabanzas de Yahveh
(60,5-6).
Desde sus
almenas Jerusalén contempla los rebaños de ovejas que alegran las
colinas y las velas de las naves que se deslizan por el mar como
nubes bajas o palomas que vuelan:
-Las ovejas de
Quedar se apiñarán junto a ti, los machos cabríos de Nebayot estarán
a tu servicio. Subirán a mi altar como holocausto agradable, con lo
que honraré mi hermosa Casa. ¿Quiénes son esos que vuelan como nubes
y como palomas a sus palomares? Son los barcos que acuden a mí, a la
cabeza los navíos de Tarsis, trayendo a tus hijos de lejos, y con
ellos con su plata y su oro, por el nombre de Yahveh, tu Dios, del
Santo de Israel, que te honra (60,7-9).
Día y noche
afluyen las gentes con sus dones a Jerusalén, que no tiene necesidad
de cerrar sus puertas al anochecer, pues no hay peligro de agresión:
-Hijos de
extranjeros reconstruirán tus muros, y sus reyes se pondrán a tu
servicio, porque en mi cólera te herí, pero en mi benevolencia tengo
compasión de ti. Tus puertas quedarán abiertas de continuo; no se
cerrarán ni de día ni de noche, para dejar entrar en ti las riquezas
de las naciones, traídas por sus reyes. Pues la nación y el reino
que no se sometan a ti perecerán, esas naciones serán arruinadas por
completo. La gloria del Líbano, el ciprés, el olmo y el boj, vendrán
a ti, a embellecer mi Lugar Santo y honrar el lugar donde reposan.
mis pies (60,10-13).
La situación se
invierte. La ciudad humillada es exaltada y la que antes dominaba
ahora siente el peso de la carga sobre sus espaldas. Sión recibe el
nombre de su esposo y recibe el alimento de las naciones, el tributo
de reyes. Este es el rescate de Yahveh, su Dios:
-Los hijos de
los que te humillaban acudirán ante ti encorvados, se postrarán a
tus pies todos los que te menospreciaban, y te llamarán la Ciudad de
Yahveh, la Sión del Santo de Israel.
En vez de estar tú abandonada, aborrecida y sin viandantes,
yo te convertiré en lozanía eterna, gozo de siglos y siglos. Te
nutrirás con la leche de las naciones, serás amamantada con las
riquezas de los reyes, y sabrás que yo soy Yahveh tu Salvador, y el
que rescata, el Fuerte de Jacob (60,14-16).
Dios
reconstruye la ciudad con materiales preciosos, como en tiempos de
Salomón (1R 10,21-27), aunque lo más importante será la
reconstrucción interna:.
-En vez de
bronce traeré oro, en vez de hierro traeré plata, en vez de madera,
bronce, y en vez de piedras, hierro. Te pondré como gobernantes la
paz, y por gobierno la justicia. En tu tierra ya no se oirá hablar
de violencia, ni en tus fronteras de despojo o destrucción. Llamarás
a tus murallas “Salvación”, y a tus puertas “Alabanza” (60,17-18).
La creación
antigua queda superada por la nueva. La presencia de Dios hace
innecesarias las lumbreras que dividían el tiempo en día y noche y
distinguían los días de fiesta de los días de trabajo (Gn 1,14; Ap
21,23; 22,5). Toda la creación queda transfigurada:
-No será para
ti ya nunca más el sol luz del día, ni el resplandor de la luna te
alumbrará de noche, sino que tendrás a Yahveh por luz eterna, y tu
Dios será tu esplendor. No se pondrá jamás tu sol, ni tu luna
menguará, pues Yahveh será para ti luz eterna, y se habrán acabado
los días de tu luto (60,19-20).
La bendición de
Abraham se cumple en el presente: multiplicarse y poseer la tierra.
Y además, la tierra se poblará, según la promesa hecha a Abraham,
pero de hombres justos, de modo que pueden vivir por siempre en el
paraíso:
-Todos los de
tu pueblo serán justos, y heredarán por siempre la tierra; es el
retoño de mis
plantaciones, obra de mis
manos para manifestar mi gloria. El más pequeño vendrá a ser un
millar, el más chiquito, una nación poderosa. Yo, Yahveh, a su
tiempo me apresuraré a cumplirlo (60,21-22).
b) Proclamación
de la Buena Nueva a Sión
Este texto hay
que escucharlo de labios de Jesús en la sinagoga de Nazaret al
comienzo de su vida pública (Lc 4,16ss). Ya en el libro de Isaías
tiene una resonancia mesiánica o, quizás mejor, escatológica. Es la
proclamación de la Buena Nueva a Sión, a la que Jesús quita la frase
final sobre la venganza y añade, como comentario: “hoy se ha
cumplido esta Escritura”.
El profeta se
presenta en primera persona, señalando el envío y la misión.
Investido del Espíritu, queda constituido al servicio de la palabra.
Su misión es “evangelizar”, proclamar la buena nueva. Para ello es
ungido por el Espíritu de Dios:
-El espíritu
del Señor Yahveh está sobre mí, porque Yahveh me ha ungido. Me ha
enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los
corazones rotos; a pregonar la liberación a los cautivos, y la
libertad a los prisioneros; para pregonar el año de gracia de
Yahveh, el día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos
los que lloran, para darles una corona en vez de
ceniza, óleo de alegría en
vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido
(61,1-3).
La proclamación
de la buena nueva vence la muerte, cambia el vestido de luto en
vestido de fiesta (Sal 30; 45,8). Este cambio se sella con la
imposición de un nombre nuevo. Con una imagen vegetal, “se les
llamará robles de justicia, plantación de Yahveh para manifestar su
gloria” (61,3b). La renovación del pueblo supone la reconstrucción
de la ciudad y de la tierra con sus rebaños y campos cultivados por
los extranjeros, para que el pueblo quede libro para el culto a
Dios. Israel es un pueblo sacerdotal:
-Edificarán las
ruinas seculares, levantarán los lugares de antiguo desolados, y
restaurarán las ciudades en ruinas, los lugares por siempre
desolados. Vendrán extranjeros y apacentarán vuestros rebaños, e
hijos de extranjeros serán vuestros labradores y viñadores. Y
vosotros seréis llamados “sacerdotes de Yahveh”, “ministros de
nuestro Dios” (61,4-6).
Como los
levitas recibían el sustento del pueblo por estar dedicados al
servicio del templo, así ahora todo el pueblo sacerdotal recibirá
para sustentarse “la riqueza de las naciones” (61,6b). Así ve Pedro
al nuevo Israel (1P 9-10). El Señor resarce con creces a su pueblo
el exilio sufrido entre las naciones. Les otorgará el doble en
bienes y en gozo:
-A cambio de su
vergüenza y afrentas, obtendrán una porción doble; poseerán el doble
en su país y tendrán alegría eterna. Pues yo, Yahveh, amo el derecho
y aborrezco la rapiña y el crimen. Les daré fielmente el salario de
su trabajo, y pactaré con ellos una alianza eterna (61,7-8).
Israel ya ha
vuelto del exilio, ha entrado en la tierra, pero aún espera tomar
posesión de ella. Es la situación permanente del pueblo de Dios, que
posee a Dios y le espera, tiene sus dones y los pide cada día. Si se
abre en la fe a Dios goza de Él y de sus bienes. Dios colma de
bendiciones a su pueblo, pues es la semilla sembrada en su
plantación para que le reconozcan todas las naciones:
-Su linaje será
conocido entre las naciones su raza y sus vástagos entre los
pueblos; todos los que los vean reconocerán que son estirpe bendita
de Yahveh. Porque, como la tierra echa sus brotes, como un jardín
hace germinar sus semillas, así el Señor Yahveh hace germinar la
justicia y la alabanza en presencia de todas las naciones (61,9.11).
Las promesas
espléndidas de Dios suscita la aclamación que sigue:
-Con gozo me
gozaré en Yahveh, exulta mi alma en mi Dios, porque me ha revestido
de ropas de salvación, me ha envuelto en manto de triunfo como
esposo que se pone la corona, como novia que se adorna con sus joyas
(61,10).
La ciudad
adornada como esposa del Señor se presenta espléndida en el día de
bodas. El amor del esposo ha rejuvenecido a Israel:
-Por amor de
Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que
rompa la aurora de su justicia, y su salvación brille como antorcha.
Verán las naciones tu justicia, todos los reyes tu gloria, y te
llamarán con un nombre nuevo que te impondrá la boca de Yahveh.
Serás corona brillante en la mano de Yahveh, y diadema real en la
palma de tu Dios (62,1-3).
En su esplendor
hay un recuerdo de los tiempos pasados, pero no para llorarlos, sino
como contraste de la situación actual:
-Ya no te
llamarán la “Abandonada”, ni a tu tierra la “Desolada”, sino que se
te llamará “Mi Complacencia”, y a tu tierra, “Desposada “. Porque
Yahveh se complacerá en ti, y tu tierra tendrá marido. Porque como
un joven se casa con una doncella, así te desposa tu edificador, y
con gozo de esposo por su novia se gozará tu Dios por ti (62,4-5).
El gozo de la
boda se desborda y prolonga en los regalos que el esposo ofrece a la
esposa, como expresión y recompensa del gozo que encuentra en ella.
La gloria de Jerusalén redunda en honor de Yahveh, pues la ciudad
santa es un himno viviente de alabanza a Dios. El heraldo canta e
invita a cantar a Dios, elogiando a su esposa, la ciudad de sus
preferencias:
-Sobre tus
murallas, Jerusalén, he puesto centinelas; no callarán ni de día ni
de noche. Los que invocáis a Yahveh, no hagáis silencio. No le
dejéis descansar, hasta que la restablezca, hasta que se alabe a
Jerusalén en toda la tierra (62,6-7).
Trabajar para
que otro se lleve los frutos es tarea de esclavos, es una maldición.
En cambio disfrutar de los productos del propio trabajo es una
bendición de Dios (Dt 28):
-Yahveh ha
jurado por su diestra y por su fuerte brazo: “No daré tu grano jamás
por manjar a tus enemigos. No beberán hijos de extraños el mosto por
el que te fatigaste, sino que los que lo cosechen lo comerán y
alabarán a Yahveh, y los que los recolecten lo beberán en mis atrios
sagrados (62,8-9).
Las bendiciones y
el gozo que desprenden señalan la inminencia de la salvación. Hay
urgencia en la invitación a entrar en la sala de las bodas. Llega el
Salvador, llega la salvación. Es una llegada con sones de triunfo y
exultación, como resuena en el evangelio de Lucas en los cantos del Magnificat, del
Benedictus y del Nunc Dimitis:
-¡Pasad, pasad por
las puertas! ¡Abrid camino al pueblo! ¡Preparad, preparad el camino,
limpiadlo de piedras! ¡Izad una bandera para los pueblos! Mirad
que Yahveh hace oír hasta los confines de la tierra: Decid a la hija de
Sión: Mira que viene tu salvación; mira, su salario le acompaña, y su
paga le precede. Se les llamará “Pueblo Santo”, “Rescatados de Yahveh”;
y a ti se te llamará “Buscada”, “Ciudad no Abandonada” (62,10-12).