Dios Creador, Señor de la historia: 44,24-48,22: Comentario al profeta Isaías
Dios Creador, Señor de la historia: 44,24-48,22
a) Ciro, ungido
del Señor
Por primera vez
se va a escuchar el nombre de Ciro, como el siervo elegido y ungido
por Dios para realizar la salvación de su pueblo, que tantas veces
ya ha anunciado el profeta Isaías. Dios habla a Israel, el pueblo
elegido, a quien Dios “ha formado en el vientre”. Dios anuncia la
restauración del pueblo y se muestra con todo su poder creador. Si
algo se opone a la reconstrucción de Israel, de Jerusalén y de su
templo, Dios lo vencerá. La furia del océano o la sabiduría de los
hombres todo está bajo el dominio de Dios. Puede controlarlo, pues
Él es el creador de todo:
-Así dice
Yahveh, tu redentor, el que te formó desde el seno. Yo, Yahveh lo he
hecho todo, yo, solo, extendí los cielos, yo asenté la tierra, sin
ayuda alguna. Yo hago que fallen las señales de los magos y que
deliren los adivinos; hago retroceder a los sabios y convierto su
ciencia en necedad (44,24-25).
Dios formó a su
pueblo en el seno de su madre como le dice a Jeremías (Jr 1,11ss) o
como proclama el salmista (Sal 139,13ss). Frente a magos y sabios la
palabra de los profetas aparece en su fuerza y verdad. Ya en Egipto
se opuso la palabra de Moisés con la de los magos; también en
Babilonia triunfará en este momento la palabra de los profetas del
Señor frente a sus magos y adivinos (Cf Dt 18,9-22). A los magos son
equiparado los sabios, que se enorgullecen de su ciencia (Is
19,11ss; Jr 9,11-22). Por ello Israel puede estar seguro de que como
se cumplió en el pasado la palabra de Dios, también se cumplirá
ahora la palabra de su siervo:
-Yo confirmo la
palabra de mi siervo y hago que triunfe el proyecto de mis
mensajeros. Yo digo a Jerusalén: “Serás habitada”», y a las ciudades
de Judá: “Seréis reconstruidas”.¡Yo levantaré sus ruinas!
Yo digo al abismo: “¡Sécate! Yo desecaré tus ríos”. Yo soy el
que dice a Ciro: “Tú eres mi pastor y cumplirás todos mis
designios”, cuando yo diga de Jerusalén: “Que sea reconstruida” y
del santuario: “¡Echa los cimientos!” (44,26-28).
Con fuerza
resuenan los imperativos del Señor. Uno evoca la orden dada al Mar
Rojo para que dejara pasar al pueblo por el medio de sus aguas. Y
desde la evocación de la historia pasada cobran fuerza las órdenes
del presente sobre la reconstrucción de Jerusalén o sobre la llamada
de Ciro para que lleve a cabo los planes de Dios. Ciro es equiparado
a David, llamado a pastorear al pueblo de Dios.
Para ser pastor
Ciro recibe la investidura de parte de Dios. Por primera vez en la
historia de la salvación un rey extranjero recibe el título de
Ungido. Dios le introduce de alguna manera en la cadena de la
dinastía de David. La consagración de Ciro supera el calificativo de
“siervo de Yahveh” que Jeremías otorga a Nabucodonosor (Jr 27,6ss).
Dios, como Señor de la historia entrega a Ciro reinos, reyes,
ciudades y tesoros; así lo siente él mismo (Esd 1,2-4):
-Así dice
Yahveh a su Ungido, Ciro, a quien toma de la mano para someter ante
él a las naciones y desceñir las cinturas de los reyes, para abrir
ante él los batientes de modo que no queden cerradas las puertas. Yo
marcharé delante de ti y allanaré las pendientes. Quebraré los
batientes de bronce y romperé los cerrojos de hierro. Te daré los
tesoros ocultos y las riquezas escondidas, para que sepas que yo soy
Yahveh, el Dios de Israel, que te llamo por tu nombre (45,1-3).
Dios, al elegir
a Ciro, busca que su nombre sea reconocido entre los hombres. Dios
repetirá Ezequiel actúa en la historia por amor de se nombre. Pera
ello Dios salva a Israel, se sirve de los reyes de la tierra, pasa
el poder de un imperio a otro. Con la salvación y con el castigo se
muestra como el Dios, Señor de la creación y de la historia. Para
glorificar su nombre, Dios realiza el rito de investidura de Ciro.
Le llama por su nombre, le da un título y le entrega una insignia.
Aunque no es Ciro el centro de la historia, sino Israel. Desde
Israel y en función de Israel Dios elige a Ciro:
-A causa de mi
siervo Jacob y de Israel, mi elegido, te he llamado por tu nombre y
te he dado un título, sin que tú me conozcas. Yo soy Yahveh, no hay
ningún otro; fuera de mí ningún dios existe. Yo te he ceñido la
insignia, sin que tú me conozcas, para que se sepa desde el sol
levante hasta el poniente, que todo es nada fuera de mí. Yo soy
Yahveh, y no hay otro (45,4-6).
Dios, que elige
para realizar sus designios a Ciro, que ni le conoce, se declara a
sí mismo “creador de la tiniebla y de la desgracia” lo mismo que de
la luz y la paz. Como Dios único todo procede de Él. La creación
entera es obra de sus manos. Ben Sira recoge esta doctrina y la
transmite a sus discípulos: “Los bienes están desde el principio
creados para los buenos, así como los males para los pecadores...
Todo son bienes para los piadosos, mas para los pecadores se truecan
en males” (Si 39,25.27):
-Yo modelo la
luz y creo la tiniebla, yo hago la dicha y creo la desgracia, yo soy
Yahveh, el que hago todo esto (45,7).
A este Dios
creador de todo se eleva la invocación del hombre, que quiere con su
plegaria rasgar las nubes y alcanzar la bendición de Dios. Es la
invocación que la Iglesia eleva a Dios en el tiempo de Adviento:
-Cielos,
destilad el rocío de lo alto; nubes, derramad la victoria. Abrase la
tierra y brote la
salvación, y germine juntamente la justicia. Yo, Yahveh, lo he
creado (45,8).
Quizás los
oyentes del Señor se extrañen de que llame “su Ungido” a Ciro, un
extranjero. Dios responde apelando a su soberanía absoluta, como
hará más tarde Pablo (Rm 9,19ss):
-¡Ay de quien
litiga con el que la ha modelado, la vasija con el alfarero! ¿Acaso
la arcilla dice al que la modela: ¿Qué estás haciendo?, o ¿Tu obra
no está hecha con destreza? ¡Ay del que dice a su padre!: ¿Qué has
engendrado? y a su madre: ¿Qué has dado a luz? (45,9-10).
Como abra de
sus manos o hijos de Dios son los hombres, que Él ha creado (Ml
2,10). Puede escoger a quien quiera, sin tener que dar razones de su
elección:
-Así dice
Yahveh, el Santo de Israel y su modelador: ¿Vais a pedirme cuentas
acerca de mis hijos y a darme órdenes acerca de la obra de mis
manos? Yo hice la tierra y creé al hombre en ella. Yo extendí los
cielos con mis manos y doy órdenes a todo su ejército. Yo le he
suscitado para la victoria y he allanado todos sus caminos. El
reconstruirá mi ciudad y enviará a mis deportados sin rescate y sin
recompensa, dice Yahveh Sebaot (45,11-13).
Con la
liberación que Dios realizará de su pueblo mediante Ciro, los
pueblos reconocerán la acción de Dios en la historia (45,14), y
confesarán de Sión y de Dios mismo:
-Sólo en ti hay
Dios, no hay ningún otro, no hay más dioses. De cierto que tú eres
un Dios oculto, el Dios de Israel, el Salvador (45,15).
En la tradición
cristiana ha visto a Cristo en este confesión de Dios que se oculta
y manifiesta. La divinidad de Cristo está oculta bajo el velo de su
carne. Dios, el Señor de la historia, no se muestra en imágenes sin
vida como los ídolos, sino en su actuación. Mientras “los
fabricantes de ídolos van al fracaso”, “el Señor salva a Israel con
una salvación perpetua” (45,16). Dios no creó la tierra vacía, sino
que se recreó en hacerla habitable. Sus obras son su manifestación.
Y también lo es su palabra, pronunciada abiertamente a la estirpe de
Israel (45,17-19). Por ello desea salvar a un resto de su pueblo
para que la tierra de Israel no quede desierta. En ella Dios se
enfrenta a los ídolos y a cuantos se arrodillan ante ellos. La
salvación de su pueblo es el testimonio de que Él es un Dios vivo,
que salva, en contraste con los ídolos muertos, que no pueden salvar
(45,20-23). Ante Él se doblará toda rodilla y toda lengua confesará:
-¡Sólo en
Yahveh hay victoria y fuerza! A él se volverán derrotados todos los
que se inflamaban contra él. Por Yahveh triunfará y se gloriará toda
la casa de Israel (45.24-25).
Con fuerza
vuelve el Señor a mostrar “al resto de la casa de Israel” el
contraste entre Él y los ídolos. Los ídolos no pueden cargar con el
pueblo, porque necesitan ser cargados en las procesiones por bestias
de carga (46,1-2). Yahveh, en cambio, ha cargado con el pueblo (Ex
19,4) desde el nacimiento, como una nodriza, y está dispuesto a
cargar con él hasta su vejez. El Señor no se cansa (40,28-31), como
Moisés que se quejaba (Nm 11) de que no podía con el pueblo:
-Escuchadme,
casa de Jacob, y todos los supervivientes de la casa de Israel, con
quienes he cargado desde que nacisteis, a quienes he llevado desde
que salisteis del vientre materno.
Hasta vuestra vejez yo seré el mismo, hasta que se os vuelva
el pelo blanco, yo os llevaré. Yo lo he hecho y yo os seguiré
llevando, yo me encargo de ello, yo os salvaré (46,3-4).
Sigue el
contraste entre Dios y los ídolos. No es el ídolo quien da riquezas,
sino que hacen falta riquezas para fabricarlo (46,5-7). La inercia,
donde lo ponen allí se queda, sin que pueda moverse ni salvar esta
de las características del ídolo. El Señor invitad a Israel a
reflexionar:
-Recordad esto
y sed hombres, reflexionad, rebeldes, recordad lo pasado desde
antiguo, pues yo soy Dios y no hay ningún otro, yo soy Dios, no hay
otro como yo (46,8-9).
Dios es Señor
del futuro, puede predecirlo y lo que anuncia se cumple, pues es Él
quien lleva a cabo sus planes y deseos en la historia:
-Yo anuncio
desde el principio lo que viene después y desde el comienzo lo que
aún no ha sucedido. Yo digo: Mis planes se realizarán y todos mis
deseos los llevaré a cabo. Yo llamo un ave rapaz del Oriente, de un
país lejano al hombre de mis designios. Tal como lo he dicho, así se
cumplirá; como lo he planeado, así lo haré (46,10-11).
El Señor tiene
un plan de salvación y sus designios se realizan. Su palabra se
cumple. Así se lo dice a su pueblo:
-Escuchadme
vosotros, los que habéis perdido el corazón, los que estáis alejados
de lo justo. Yo hago acercarse mi victoria, no está lejos, mi
salvación no tardará. Traeré la salvación a Sión, y mi honor a
Israel (46,12-13).
b) Caída de
Babilonia
Babilonia,
capital de los caldeos, comparada a una joven matrona, blanda y
refinada, recibe las órdenes del profeta, de Dios, como una esclava.
La reina ahora es obligada a ocuparse de oficios serviles. La que
recibía honores se ve expuesta a la vergüenza:
-Baja, siéntate
en el polvo, virgen, hija de Babel ¡Siéntate en tierra, destronada,
capital de los caldeos! Ya no se te volverá a llamar la dulce, la
refinada. Toma el molino y muele la harina. Despójate de tu velo,
alza las faldas, desnuda tus piernas y vadea los ríos. Descubre tu
desnudez y que se vean tus vergüenzas. Voy a vengarme y nadie
intervendrá (47,1-3).
Dios juzga a
Babilonia, de la que se ha servido para castigar a su pueblo. Pero
Babilonia se ha excedido en su crueldad, sin tener compasión de
ellos, abrumando con el yugo de la opresión incluso a los ancianos
(47,4-7). Por ello ahora le toca el turno a ella. Desde la cumbre de
su orgullo el Señor la derriba al suelo, le tapa la boca.
Condenándola al silencio y a las tinieblas
-Tú decías:
“Seré por siempre la señora eterna”. No has meditado en tu corazón
cuál sería el desenlace... Tú que te dices en tu corazón: “¡Yo, y
nadie más! No seré viuda, ni sabré lo que es carecer de hijos”.
Estas dos desgracias vendrán sobre ti en un instante, en el mismo
día. Viuda y sin hijos te verás a la vez (47,8-9).
Los impíos en
su incredulidad se sienten seguros, pensando que nadie les ve (Sal
10,4; 73,11; 94,7; Si 16,17-23). Y si Dios no ve se rigen por lo que
ellos ven, por su ciencia, de la que se sienten orgullosos. Pero la
ciencia no libra a los hombres de los imprevistos de la historia.
Sólo la humildad alcanza a prever la desgracia, antes de que llegue.
Babilonia caerá en la trampa de su ciencia, más bien de carácter
mágico:
-Te sentías
segura en tu maldad, te decías: “Nadie me ve”. Tu sabiduría y tu
misma ciencia te han desviado. Dijiste en tu corazón: “¡Yo, y nadie
más!” Vendrá sobre ti una desgracia que no sabrás conjurar; caerá
sobre ti un desastre que no podrás evitar. Vendrá sobre ti
súbitamente una devastación que no sospechas. ¡Quédate, pues, con
tus sortilegios y tus muchas hechicerías con que te fatigas desde tu
juventud! ¿Te podrán servir de algo?... Hasta los que comerciaban
contigo, se irán por su camino, y no habrá quien te salve
(47,10-15).
c) La salvación
de Israel, obra gratuita de Dios
Dios decreta la
caída de Babilonia porque no se ha reconocido instrumento de Dios en
el castigo de Israel. Y el pueblo de Dios, ¿ha entendido el
destierro como castigo medicinal de Dios? ¿Acepta Israel que ha
sufrido por su pecado? Dios, al anunciar el final del exilio, quiere
que el pueblo lo crea y entienda su actuación con Babilonia y con
ellos. Recordándole todos los títulos, que le hacen el pueblo de la
alianza, distinto de los otros, Dios les invita a escuchar (48,1-2).
Y escuchar es recordar las cláusulas de la alianza, en las que ya
estaba anunciado el castigo a la infidelidad:
-El pasado Yo
lo anuncié de antemano, con mi boca lo di a conocer; de repente lo
realicé y se cumplieron las cosas anunciadas (48,3).
Dios anuncia
una palabra. La palabra queda en suspenso, quizás el hombre la
olvida. Pero Dios mantiene su palabra y llega el día en que esa
palabra se cumple. Dios puede afirmar que las profecías del pasado
se han cumplido. Con ello Dios busca romper la obstinación e
incredulidad del pueblo (48,4-5). Y si se ha cumplido la palabra que
predecía el castigo, también se cumplirá la palabra de salvación que
ahora le anuncia:
-Ahora te hago
saber cosas nuevas, secretas, que no conoces, que son creadas ahora,
no hace tiempo, de las que hasta ahora nada oíste, para que no
puedas decir: “Ya lo sabía” (48,6-7).
Dios sigue
actuando. Su actuación en la historia es creadora. Pero Dios busca
quebrar la rebeldía del pueblo con la novedad de su salvación. Es
ciertamente una salvación gratuita, inmerecida. El pueblo, rebelde
desde el seno materno (48,8), incluso de ver cumplidas las profecías
del pasado, se resiste a creer. La novedad del anuncio de Isaías es
que Dios salva a su pueblo por su amor a su nombre, por su bondad.
El pueblo no podrá decir respecto a la salvación que ya lo sabía ni
tampoco podrá atribuirsela a sus méritos:
-Por amor de mi
nombre retardé mi cólera, a causa de mi gloria me contuve para no
aniquilarte. Mira que te he refinado como plata, te he probado en el
crisol de la desgracia. Por mí, por mí, lo hago, para que mi nombre
no sea profanado. Mi gloria no la cedo a nadie (48,9-11).
El nombre de
Dios es santo y no puede quedar profanado entre las gentes. Si su
pueblo es aniquilado, las naciones se mofarían de Dios. Su gloria es
inalienable. Que lo escuche Babilonia y que lo escuche Israel:
-Escúchame,
Jacob, Israel, a quien llamé: Yo soy, yo soy el primero y también
soy el último. Sí, mi mano cimentó la tierra y mi diestra desplegó
los cielos. Yo los llamo y todos se presentan. Reuníos todos y
escuchad: ¿Quién de entre ellos anunció estas cosas? (48,12-14).
Dios, Señor de
la creación, dueño del tiempo y del universo, puede llamar a los
reyes y encomendarles una tarea. Dios llama a Ciro y le encomienda
una misión. Como llamó a Abraham su “amigo” (Is 41,8; 2Cro 20,7) y a
Moisés (Ex 33,11), así considera su “amigo” a Ciro, que ni le
conoce, pero elegido para aniquilar a Babilonia y salvar a Israel:
-Mi amigo
cumplirá mi deseo contra Babilonia y la raza de los caldeos. Yo
mismo le he hablado, le he llamado, he hecho que venga y triunfe en
sus empresas (48,15).
Con su palabra
y con los acontecimientos de la historia Dios enseña a su pueblo
(48,16; Dt 8,1-6). Les muestra el camino de la vida y el camino de
la conversión. Ahora les marca el camino de la vuelta inminente a su
patria:
-Acercaos a mí
y escuchad esto. Así dice Yahveh, tu redentor, el Santo de Israel.
Yo, Yahveh, tu Dios, te instruyo para tu bien y te marco el camino
por donde debes ir (48,17).
El camino del Señor
lleva a la vida (Dt 30,15ss). Seguir el camino indicado por Dios es
caminar bajo sus bendiciones, guiado por la nube de su presencia.
Desobedecer al Señor, salirse de su camino, conduce a la muerte, lleva
al exilio. El destierro debe quedar en la memoria del pueblo como una
amonestación:
-¡Si hubieras
atendido a mis mandatos, tu dicha habría sido como un río y tu victoria
como las olas del mar! ¡Tu descendencia sería como la arena, los salidos
de ti como sus granos! ¡Tu nombre nunca habría sido arrancado ni borrado
de mi presencia!(48,18-19).
Como una trompeta
resuena el grito del Señor. Es la palabra que arrancó a Abraham de la
tierra de la idolatría (Gn 12,1), la que Dios pronunció mediante el
faraón en la noche de la pascua en Egipto (Ex 12,31). Ahora, en
Babilonia, Dios la pronuncia y el pueblo responde con una aclamación
exultante:
-¡Salid de
Babilonia!¡Huid de los caldeos! ¡Anunciad con voz de júbilo, hacedlo
saber, proclamad hasta el extremo de la tierra, decid: Yahveh ha
rescatado a su siervo Jacob! No padecieron sed en los sequedales a donde
los llevó; hizo brotar para ellos agua de la roca. Rompió la roca y
corrieron las aguas. No hay paz para los malvados, dice Yahveh
(48,20-22).
La palabra ya crea
la salvación. La alegría se hace canto ya antes de ponerse en marcha. La
palabra de Dios antecede, acompaña y supera los acontecimientos.