APÉNDICE HISTÓRICO 36-39: Comentario al profeta Isaías
a) Invasión de
Senaquerib y su embajada: 36-37
Los sucesos
ocurren en el año 701 (2R 18,9), cuando Senaquerib, rey de Asiria,
sube contra las plazas fuerte de Judá y las conquista (36,1). Desde
Laquis, a unos cuarenta kilómetros de Jerusalén, plaza fuerte
conquistada por Senaquerib y elegida como cuartel general, “el rey
de Asiria despacha al copero mayor a Jerusalén” (36,2). Antes de
llegar a Jerusalén, se detiene en el canal de la Alberca, donde
antes se había encontrado Isaías con Acaz (7,3). Allí manda Ezequías
a sus delegados Eliaquín, mayordomo de palacio, Sobná, el secretario
y Yoaj, el canciller (36,3).
El copero
mayor, en nombre de Senaquerib, intenta persuadir a los enviados de
Ezequías de lo absurdo que es poner la confianza en Dios para oponer
resistencia a los ejércitos de Asiria. En su discurso va desmontando
la confianza humana, las estrategias militares de Ezequías, la
alianza con Egipto, para terminar atacando la confianza en Dios. En
un primer momento no niega el poder de Dios, pero lo declara
contrario a Ezequías y favorable al emperador asirio. Es curioso
constatar cómo el discurso del copero mayor coincide en muchos
puntos con los oráculos de Isaías (36,4-10).
Isaías ha
intentado disuadir a Israel de la tentación de buscar un apoyo en
Egipto. Para Isaías Egipto es “una fiera que ruge y huelga”
(30,1-7), “los egipcios son hombres y no dioses, sus caballos son
carne y no espíritu (31,3). El copero mayor ahora dice a los
delegados de Ezequías: “¿En quién confías para rebelarte contra mí?
¡Te fías de ese bastón de caña cascada, que es Egipto? Al que se
apoya en él se le clava en la mano y se le atraviesa” (36,5-6).
Sigue
interpelando a Israel con una interpretación tergiversada de la obra
de renovación religiosa de Ezequías. La centralización del culto en
Jerusalén, con la destrucción de altares y santuarios en los lugares
altos de Judá, los asirios la interpretan como algo que ha dañado a
Dios y al pueblo de Israel. Es un argumento que puede haber tomado
de los rumores oídos entre algunos judíos, que pensaban de la misma
manera (36,7).
Con esto el
copero mayor pasa a presentar a Senaquerib como el enviado del Dios
de Israel para acabar con Ezequías: “¿Te crees que he subido a
devastar este país sin contar con el Señor? Ha sido el Señor quien
me ha dicho que suba a devastarlo” (36,10). Isaías piensa casi
igual, cree que Dios ha enviado a los asirios a atacar a Israel, por
infieles y rebeldes, pero no cree que les ha enviado a devastar a
Israel. Más bien Isaías anuncia que Dios “quebrantará a Asiria en su
país, la pisoteará en sus montañas” (14,25); para ese final la ha
convocado en Israel.
Los argumentos
del enviado asirio tienen su fuerza sobre los enviados de Ezequías,
que piden que la conversación se lleve a cabo en arameo y no en
hebreo, para que los hombres de Israel que están sobre las murallas
no entiendan. Pero el copero mayor de Senaquerib reacciona con
arrogancia, sigue hablando en hebreo y grita para que todos le oigan
(36,11-13). A voz en grito lanza la amenaza insultante, tratando de
dividir al pueblo del rey, promete paz y seguridad y niega el poder
de Dios para librar a su pueblo del poder asirio:
-Así dice el
rey: No os engañe Ezequías, porque no podrá libraros. Que Ezequías
no os haga confiar en Yahveh diciendo: “Yahveh nos librará y esta
ciudad no será entregada
en manos del rey de Asiria”. No escuchéis a Ezequías, porque
así dice el rey de Asiria: Haced paces conmigo, rendíos a mí, y
comerá cada uno de su viña y de su higuera, y beberá cada uno de su
cisterna, hasta que yo llegue y os lleve a una tierra como vuestra
tierra, tierra de trigo y de mosto, tierra de pan y de
viñas” (36,14-17).
Y sigue
insistiendo:
-Que no os engañe Ezequías,
diciendo: “Yahveh nos librará”. ¿Acaso los dioses de las naciones
han librado cada uno a su tierra de la mano del rey de Asiria?
¿Dónde están los dioses de Jamat y de Arpad, dónde los dioses de
Sefarváyim, dónde están los dioses de Samaría? ¿Acaso han librado a
Samaría de mi mano? ¿Quiénes, de entre todos los dioses de los
países, los han librado de mi poder, para que libre Yahveh a
Jerusalén
de mi mano?”
(36,18-20)
Las promesas
del rey de Asiria suenan como las promesas de Dios en el
Deuteronomio: paz, bienestar, vida en vez de muerte, además de
llevarlos a una tierra mejor. Se coloca por encima de Yahveh, que
les sacó de Egipto para llevarles a Canaán. Pero lo que enfurece a
Isaías y provoca la ira de Dios es que sitúa al Señor al nivel de
los dioses de los pueblos que Asiria ya ha conquistado. Ante la
blasfemia el pueblo y los enviados de Ezequías guardan silencio,
según la consigna recibida. Los enviados de Ezequías vuelven y se
presentan ante el rey con las vestiduras rasgadas (36,21-22).
Al oír el
informe que le hacen sus embajadores, Ezequías se rasga las
vestiduras y se dirige en actitud penitencial al templo. Allí
convoca a Isaías (37,1-2), enviándole este mensaje:
-Así habla Ezequías: Este día es día de angustia, de castigo
y de vergüenza. Los hijos están para salir del seno, pero no hay
fuerza para dar a luz. Ojalá haya oído Yahveh tu Dios las palabras
del copero mayor, al que su señor, el rey de Asiria, ha enviado para
insultar al Dios vivo, y Yahveh, tu Dios, castigue las palabras que
ha oído. Dirige una plegaria en favor del
Resto que aún queda! (37,3-4).
Isaías les
escuchó y envió a Ezequías con esta respuesta:
-Esto dice
Yahveh: No tengas miedo por las palabras que has oído, con
las que me insultaron los criados del rey de Asiria. Yo mismo
pondré en él un espíritu, y cuando oiga una noticia, se volverá a su
tierra, y en su país lo haré caer a espada (37,5-7).
Lo que sigue
parece una nueva versión ampliada de lo anterior. Los mensajeros de
Senaquerib repiten la blasfemia contra Yahveh (37,8-11). Ezequías,
al leer el informe de la embajada, sube al Templo y eleva a Dios una
conmovida oración:
-Yahveh, Dios
de Israel, que estás sentado sobre los Querubines, tú sólo eres Dios
en todos los reinos de la tierra, tú que has hecho los cielos y la
tierra. Tiende, Yahveh, tu oído y escucha; abre, Yahveh, tus ojos y
mira. Oye las palabras con que Senaquerib ha enviado a insultar al
Dios vivo. Es verdad, Yahveh, los reyes de Asiria han exterminado a
todas las naciones y su territorio, y han entregado sus dioses al
fuego, porque ellos no son dioses, sino hechuras de mano de hombre,
de madera y de piedra, y por eso han sido aniquilados. Ahora, pues,
Yahveh, Dios nuestro, sálvanos de su mano, y sabrán todos los reinos
de la tierra que sólo tú eres
Dios, Yahveh (37,16-20).
A la súplica
del rey responde el Señor mediante la palabra de Isaías: “Así dice
el Yahveh, Dios de Israel: He oído lo que me pides acerca de
Senaquerib, rey de Asiria. Ésta es la sentencia que el Señor
pronuncia contra él” (37,21):
-Te desprecia y
se burla de ti la virgen hija de Sión. Menea la cabeza a tus
espaldas la hija de Jerusalén. ¿A quién has insultado y blasfemado?
¿Contra quién has alzado tu voz y levantado tus ojos altaneros?
¡Contra el Santo de Israel! (37,22-23).
La ciudad
asediada puede burlarse del conquistador de los pueblos. Senaquerib
no se está enfrentando a un pueblo más, como él cree, sino que, “por
medio de sus siervos, ha insultado al Señor, diciendo: Con mis
numerosos carros subo a las cumbres de los montes, a las laderas del
Líbano, derribo la altura de sus cedros, la flor de sus cipreses,
alcanzo el último de sus refugios, su jardín del bosque. Yo he
cavado y bebido aguas extranjeras. Secaré bajo la planta de mis
pies, todos los Nilos del Egipto” (37,24-25).
Senaquerib, en
su orgullo, se ha atrevido a desafiar a Dios mismo. Por ello, Dios
mismo se le enfrentará para defender el honor de su nombre. Dios
irrumpe e interrumpe el discurso arrogante para recordar a
Senaquerib y a todos que Él es el señor que guía la historia.
Senaquerib no es más que el instrumento a través del cual el Señor
ejecuta sus planes:
-¿Lo oyes bien?
Desde antiguo lo tengo decidido; desde días remotos lo tengo
planeado, y ahora lo ejecuto. Por eso tú has convertido en cúmulos
de ruinas las plazas fuertes. Sus habitantes, de débiles manos,
confusos y aterrados, han sido planta del campo, verdor de hierba,
grama de tejados, pasto quemado por el viento de Oriente. Sé cuando
te alzas o te sientas, si sales o entras; cuando te alzas airado
contra mí, tu arrogancia sube a mis oídos. Te pondré mi argolla en
tus narices, mi brida en tu boca, y te devolveré por la ruta por la
que has venido” (37,26-29).
El Señor
controla todos los movimientos de Senaquerib. Sabe cuando entra y
sale por las fronteras (Sal 139); cuando se atreve a alzarse contra
el mismo Señor, Dios pronuncia su sentencia irrevocable contra su
arrogancia y decreta su destrucción. Isaías añade un signo concreto
de su anuncio salvador para el rey y para el pueblo: el tercer año
sembrarán y cosecharán, plantarán viñas y comerán sus frutos. Las
cosechas del presente año han sido saqueadas o destruidas por los
invasores; la nueva siembra ha sido imposible con el ejército
asentado en la tierra. Pero, como señal de que esta situación llega
a su fin, el tercer año todo volverá a la normalidad. La tierra
volverá a su ritmo de siembra y cosecha (37,30).
Pero esta
fecundidad de la tierra no es más que un signo visible de una
fecundidad mayor que se dará en el pueblo. El pueblo, el resto de
los salvados por Dios, como árbol frutal, “echará raíces por abajo y
dará frutos por arriba; pues de Jerusalén saldrá un resto, los
supervivientes, del Monto Sión” (37,31-32). El amor apasionado del
Señor a Jerusalén, la morada de su gloria, excita sus celos para
hacer que todo comience de nuevo (37,32).
Dios, en su
amor a Jerusalén, desbarata los planes de Senaquerib. El asedio no
se coronará con el asalto y conquista de la ciudad. La campaña del
rey de Asiria será un fracaso, aunque sí cobre un fuerte tributo.
Jerusalén es la ciudad de David, la doncella amada por Dios, el
lugar de su presencia en el templo. Este es su escudo de salvación.
Dios no permitirá que el ejército asirio lance ni una flecha contra
ella:
-Así dice
Yahveh acerca del rey de Asiria: No entrará en esta ciudad, no
lanzará flechas contra ella, no le opondrá escudo, ni alzará contra
ella empalizada. Por el camino por donde vino se volverá. No entrará
en esta ciudad, oráculo de Yahveh. Yo escudaré a esta ciudad para
salvarla, por el honor de mi nombre y por mi siervo David”
(37,33-35).
Isaías no sólo
lo anuncia, sino que narra su cumplimiento: “Aquella misma noche
salió el ángel de Yahveh e hirió en el campamento asirio a ciento
ochenta y cinco mil hombres; a la hora de despertarse, por la
mañana, no había más que cadáveres. Senaquerib, rey de Asiria,
partió y, volviéndose, se quedó en Nínive. Y sucedió que estando él
postrado en el templo de su dios Nisrok, sus hijos Adrammélek y
Saréser le mataron a espada y se pusieron a salvo en el país de
Ararat. Su hijo Asarjaddón reinó en su lugar” (37,36-38) .
La peste
violenta diezma el ejército y obliga a la retirada. El hecho evoca
la muerte de los primogénitos de Egipto (Ex 12). También, en el paso
del mar Rojo, la mañana descubre los cadáveres (Ex 14,24). Isaías ha
cantado este acontecimiento varias veces en sus poemas: “Al
atardecer, ahí está el espanto; antes que amanezca, ya no existen”
(17,14). “Acabará como sueño o visión nocturna el tropel de los
pueblos que combaten a Ariel (Jerusalén), sus trincheras, sus
baluartes, sus sitiadores” (29,7). El asesinato de Senaquerib en el
templo, cuando está postrado ante su dios, es la burla de esa fe en
los ídolos: el dios a quien ora no es capaz de librarlo de la
muerte. Con su muerte, en el año 681, comenzó la decadencia del
imperio asirio.
b) Enfermedad y
curación de Ezequías: 38
Es el año 713.
Ezequías, con apenas veinte años, cae enfermo de muerte. Isaías fue
a visitarlo, llevándole una palabra del Señor: “Así habla Yahveh: Da
órdenes acerca de tu casa, porque vas a morir y no vivirás”. El
hecho de la enfermedad de Ezequías se nos narra con las mismas
palabras aquí en el libro de Isaías y también en el segundo libro de
los Reyes (2R 20,1-11). Es un hecho que conmueve la persona del
joven rey en todas sus dimensiones, físicas y espirituales. Según el
Deuteronomio a una vida recta y sincera ante Dios corresponde la
bendición de largos años. A ello se apela Ezequías en su oración.
Con la cara vuelta a la pared ora a Dios entre lágrimas y sollozos:
¡Ah, Yahveh!
Recuerda que yo he andado en tu presencia con fidelidad y corazón
perfecto haciendo lo recto a tu ojos (38,3).
Y Ezequías
lloró con abundantes lágrimas. Dios se conmueve y, antes de que
Isaías hubiera salido del patio central, le fue dirigida la palabra
de Yahveh, que le dijo:
-Vuelve y di a
Ezequías, jefe de mi pueblo: Así habla Yahveh, Dios de tu padre
David:
He oído tu
plegaria y he
visto tus
lágrimas y voy a curarte. Dentro de tres días subirás a la Casa de
Yahveh. Voy a darte quince años más de vida y te libraré a ti y a
esta ciudad de la mano del rey de Asiria, y ampararé esta ciudad por
mi santo nombre y por amor a mi siervo David (38,4-6; 2R 20,5-6).
Quince años más
de vida, paz para él y para la ciudad es una gran promesa para el
rey moribundo. Isaías, al mismo tiempo que se lo anuncia a Ezequías,
ordena a los siervos de la casa del rey:
-Tomad una masa
de higos y la apliquen al rey para que se cure (38,21).
La tomaron, la
aplicaron sobre la úlcera y Ezequías sanó, dice la crónica del libro
de los Reyes, pero en el libro de Isaías, el rey pide al profeta un
signo de su curación:
-¿Cuál es la
señal de que subiré a la casa del Señor (38,22).
Le respondió
Isaías:
-Esta será para
ti, de parte de Yahveh, la señal de que Yahveh hará lo que ha dicho:
¿Quieres que la sombra avance diez grados o que retroceda diez
grados?
Ezequías dijo:
Fácil es para
la sombra extenderse diez grados. No. Mejor que la sombra retroceda
diez grados.
El profeta
Isaías invocó a Yahveh y Yahveh hizo retroceder la sombra diez
grados sobre los grados que había recorrido en la habitación de
arriba de Ajaz (2R 20,9-11).
El libro de
Isaías recoge el “cántico de Ezequías, rey de Judá cuando estuvo
enfermo y sanó de su mal” (38,9). Es un canto de acción de gracias,
pero la mayor parte de ella es la narración de la desgracia. El
lamento abarca varios versículos:
“Yo me dije: A
la mitad de mis días me voy; en las puertas del Abismo se me asigna
un lugar para el resto de mis años” (38,10). Que le llegue la muerte
a los veinte años es como si le robaran un tiempo suyo, al que el
hombre cree tener derecho. Sin nombrar a Dios es a Él a quien
Ezequías pide cuentas. Y, como piensa en Dios, cree que Dios le
priva del encuentro con Él en el culto del templo: “Me dije: No veré
a Yahveh en la tierra de los vivos; no veré ya a ningún hombre de
los que habitan el mundo” (38,11).
“Mi morada es
arrancada, se me arrebata como tienda de pastor. Como tejedor
devanaba yo mi vida, y me cortan la trama. De la noche a la mañana
acabas conmigo; sollozo hasta el amanecer. Como león trituras todos
mis huesos. De la noche a la mañana acabas conmigo. Como
grulla, como golondrina
estoy piando, zureo como paloma. Se consumen mis ojos de mirar hacia
el cielo. Yahveh, estoy oprimido, sal fiador por mí” (38,12-14).
La comparación
de la vida con una tienda muestra que la vida es una peregrinación
por la tierra. El hombre está, como los nómadas, siempre de paso,
sin poder instalarse en ningún lugar, huésped en cada sitio. Y en el
diseño de la vida que el hombre teje sobre una tela nunca sabe el
tiempo que tiene para terminar su obra, en un momento le pueden
cortar el hilo y la obra queda para siempre como está en ese
momento. Job desde su dolor le grita a Dios, pidiéndole que “se
digne cortar de un tirón la trama de su vida” (Jb 6,9). Al hombre le
duele ese irse acabando poco a poco; le duele ver cómo los
acontecimientos le trituran los huesos como un león. Inerme e
indefenso como la golondrina o la paloma, sólo le queda elevar a
Dios el gemido de su corazón.
La plegaria le
lleva a ver a Dios en esos acontecimientos de dolor y a confiar en
que Él se muestre propicio y salve al pobre y oprimido que gime ante
Él (38,15). Y repentinamente cambia el tono de la oración. De la
angustia se pasa a la confianza, a la experiencia de la salud. En
ella ve la mano de Dios, que le devuelve a la vida: “me hiciste
revivir cuando bajaba a la fosa” (Sal30,4). Es lo que canta el
salmista y también Ezequías: “El Señor está con ellos, viven y todo
lo que hay en ellos es vida de su espíritu. Tú me has curado, me has
devuelto la vida. La amargura se me volvió paz, pues tú detuviste mi
alma ante la tumba vacía, porque te echaste a la espalda todos mis
pecados (38,16-17).
Ante la tumba
vacía el hombre siente su pecado que lo empuja hacia ella. Pero Dios
detiene la caída porque perdona el pecado, se lo hecha a la espalda
para no volver a verlo. Con gozo concluye cantando la acción de
gracias a Dios y prometiendo hacerlo todos los días de la vida
recobrada para ello: “El que vive, el que vive, ése te alaba, como
yo ahora. El padre enseña a los hijos tu fidelidad. Yahveh, sálvame,
y cantaremos nuestras canciones todos los días de nuestra vida en la
Casa de Yahveh (38,18-20).
c) La embajada
del rey de Babilonia: 39
Al enterarse en
la corte de Babilonia de la curación de Ezequías, “el rey Merodak
Baladán, hijo de Baladán, envía cartas y un presente a Ezequías”
(39,1). No es una embajada desinteresada, sino que el rey de
Babilonia se quiere ganar al rey de Judá, para contar con un aliado
más contra el imperio de Asiria. Ezequías se sintió halagado y se
alegró de que llegaran desde Babilonia a felicitarle por su
curación. Recibió a los enviados con cortesía, pero también con
vanidad, y “les enseñó su cámara del tesoro, la plata, el oro, los
aromas, el aceite precioso, su arsenal y todo cuanto había en los
tesoros; no hubo nada que Ezequías no les mostrara en su
casa y en todo su dominio (39,2).
Quizás la
juventud del rey, -tiene veinte años-, le hace inexperto y demasiado
confiado.
El profeta
Isaías se presenta ante el rey y le pide cuenta de su actuación:
-¿Qué han dicho
esos hombres y de dónde han venido a ti?
Le responde
Ezequías:
-Han venido de
un país lejano, de Babilonia.
Hay algo de
ingenuidad y vanidad en la respuesta. Isaías insiste:
-¿Qué han visto
en tu casa?
Responde
Ezequías:
-Han visto
cuanto hay en mi casa; nada hay en los tesoros que no les haya
enseñado.
La respuesta denota un exceso de confianza en Babilonia como
posible aliado. Isaías, con el dedo amenazador apuntado hacia
Ezequías o más allá del rey y su tiempo, replica:
-Escucha la
palabra de Yahveh Sebaot: Vendrán días en que todo cuanto hay en tu
casa y cuanto reunieron tus padres hasta el día de hoy, será llevado
a Babilonia; nada quedará, dice Yahveh. Y tus hijos, los que han
salido de ti, los que has engendrado, se los llevarán para que sean
eunucos en el palacio del rey de Babilonia (39,3-7).
La imagen del
futuro destierro a Babilonia queda flotando en el final de la primera
parte del libro de Isaías. El rey, que siente más la amenaza de Asiria,
al escuchar la amenaza lejana de Isaías, se queda en paz y le dice a
Isaías:
-Es buena la
palabra de Yahveh que me dices.
Pues pensaba: ¡Con
tal que haya paz y seguridad en mis días! (39,8). Con este final empalma
el canto de la vuelta del exilio de Babilonia, que comienza en el
capítulo siguiente, en el Libro de la Consolación de Israel.