HISTORIA DE LA IGLESIA PRIMITIVA: 6. Primeras Herejías
a) Corrientes heterodoxas judeo-cristianas
b) Gnosticismo
c) El marcionismo
d) Maniqueos
e) Tendencias rigoristas
a) Corrientes heterodoxas judeo-cristianas
La Iglesia, al mismo tiempo que se enfrenta a
las persecuciones sangrientas de los emperadores romanos, tiene que
mantener una batalla constante contra los escritores paganos, sus
calumnias y libelos difamatorios, y contra los herejes que proceden de
su mismo seno. Ya en el tiempo apostólico, las epístolas de San Pablo,
San Juan y San Pedro dan cuenta de diversos errores y herejías, cuya
característica es una cierta libertad exagerada, que lleva a los excesos
de la carne. Los seguidores de estas aberraciones reciben el nombre de
nicolaítas.
Durante el período que va del año 70 al 140,
el cristianismo se extiende en diversas regiones y según formas
diversas. Las iglesias arameas, asiáticas, sirias y romanas tienen cada
una sus tradiciones. Junto a ellas pululan distintos grupos heréticos:
gnósticos, ebionitas y otros. Al mismo tiempo que es una época de
expansión, es un tiempo de crisis para el judeo-cristianismo. San
Clemente Romano tiene que luchar, a fines del siglo I, contra los
ebionitas, quienes no creen en la divinidad de Cristo. Para ellos Cristo
es el profeta anunciado por Moisés, pero no es el Hijo de Dios, sino un
hombre como los demás, nacido de José y de María.
Un segundo grupo es el de Cerinto, que
mantiene la circuncisión y el sábado. Cerinto espera, después de la
resurrección, un reinado terrestre de Cristo y la restauración de
Jerusalén. Enseña, además, que el mundo no ha sido creado por Dios, sino
por un poder que desconoce al verdadero Dios. Cerinto niega el
nacimiento virginal de Jesús y su naturaleza divina. Jesús nació de José
y María y es sólo un hombre eminente. Cristo desciende sobre él en forma
de paloma en el bautismo del Jordán. Este Cristo anuncia al Padre
desconocido y obra milagros, y luego vuelve al Padre, antes de la
Pasión. Sólo Jesús padece y resucita. Por otro camino desvirtúan o
atacan la doctrina cristiana algunos cristianos imbuidos de la filosofía
pagana de su tiempo. Son los docetas, que niegan la humanidad de Cristo,
afirmando que su cuerpo es sólo aparente.
Frente a todas estas desviaciones de la
doctrina cristiana, y para que los cristianos tengan una base firme de
sus creencias, desde un principio se forma un símbolo bautismal, el
llamado símbolo apostólico. Históricamente, se nos presenta ya en el
siglo II en la Iglesia occidental, y San Ireneo y Tertuliano lo designan
como canon de la fe y regla de la verdad. Es la fórmula más antigua,
cuyo texto se ha encontrado recientemente, y que tiene su origen en los
Apóstoles. Toda la tradición cristiana está convencida de que sólo "la
Iglesia" tiene el poder y el deber de enseñar las verdades de fe. La
desviación de la verdad es herejía. Ya el Señor había anunciado que en
el reino de Dios la cizaña crecería junto con el trigo hasta el último
día de la siega; y, según palabras de Pablo (1Co 11,19), tiene que haber
escisiones (herejías). De hecho, la historia entera de la Iglesia de
Dios está surcada de herejías, siempre nuevas y condenadas por la
Iglesia.
Herejía, según su etimología griega, es una
elección unilateral. La teología ortodoxa de la Iglesia está dispuesta a
acoger la plenitud de la revelación. El teólogo es ante todo "oyente" y
"confesor" de la fe, antes de explicarla; y se cuida de dar razón de
todas las verdades de fe. En la herejía, por el contrario, prevalece el
afán de explicación, esto es, prevalece el propio juicio humano sobre la
fe predicada por la Iglesia y sobre la postura de oyente; y esto lleva a
hacer una selección de la revelación. La esencia de la herejía es el
subjetivismo y la unilateralidad.
Por voluntad del único Señor no debe haber
más que una Iglesia y una doctrina. Conforme a sus palabras sólo hay un
único pastor y un solo rebaño. De acuerdo con la oración sacerdotal (Jn
17,2lss: ut omnes unum sint), las escisiones están en radical
contradicción con su voluntad. Así, aun en aquellos que se han separado,
se ha mantenido siempre vivo hasta tiempos recientes, por lo menos en
teoría, el pensamiento de una doctrina y una Iglesia. De hecho, en
visión de conjunto, hasta el siglo XI no ha existido más que una Iglesia
católica. El problema de una separación duradera se da a partir del
cisma entre la Iglesia oriental y occidental en el año 1054 y el de una
escisión de la fe a partir del siglo XVI.
En los tiempos primitivos, o sea, hasta el
fin de los tiempos apostólicos, pese a divergencias doctrinales y
ciertos partidismos (yo soy de Pablo, yo de Apolo, 1Co 3,4), no sólo
prevalece la conciencia de la unidad de todas las comunidades en una
Iglesia, sino que los cristianos viven verdaderamente esa unidad. Muchas
de las corrientes no ortodoxas o no completamente ortodoxas sucumbieron
relativamente pronto, aunque durante cierto tiempo y en determinadas
regiones causasen gran confusión y acarreasen graves daños.
b) Gnosticismo
El mayor peligro para la joven Iglesia es la
gnosis o el gnosticismo. Esencialmente se trata de un movimiento
religioso pagano de los primeros siglos de nuestra era. Los grandes
sistemas gnósticos cristianos se elaboran a lo largo del siglo II. Los
escritores de la Iglesia, que combaten a estos herejes, presentan las
tesis de los gnósticos como deformaciones tardías del pensamiento
cristiano. Basílides, que enseña el año 130 y pretende haber recibido su
doctrina de un discípulo de San Pedro, y Valentín, hombre de gran
talento, que eleva a su apogeo la gnosis alejandrina, tienen sus
precursores en los gnósticos combatidos por san Ignacio de Antioquía,
por san Judas y san Pedro, por san Juan y san Pablo. Ya antes de la
predicación del cristianismo, estaba difundida la gnosis en Siria, en
Palestina y en Egipto. El episodio de Simón Mago, narrado en el libro de
los Hechos, atestigua la precoz difusión de las aberraciones gnósticas.
En realidad, la gnosis es un gran movimiento
religioso anterior al cristianismo, al que se opone con sus tendencias
más profundas. Durante los primeros siglos de nuestra era, el
gnosticismo invade el mundo grecorromano, chocando con la religión
helenista y hebrea, antes de enfrentarse con el cristianismo. Su origen
debe buscarse en el sincretismo religioso que, después de las conquistas
de Alejandro y aún después de la conquista romana, mezcla y fusiona los
cultos del Oriente. Se trata siempre de una especie de revelación
divina, que hunde sus raíces en un mensaje antiguo, transmitido en
secreto a través de una cadena de iniciados. Por medio de esta tradición
misteriosa, se enlaza con los pueblos primitivos, por ejemplo, con los
egipcios, y, a través de ellos, con los dioses. De este modo, los libros
herméticos se nos presentan como revelaciones hechas a Hermes o
recibidas por él. Del mismo modo, los gnósticos cristianos ponen sus
revelaciones bajo el patronazgo de algún apóstol, o, a menudo, de María
Magdalena, que las habría recibido de Cristo resucitado, antes de la
Ascensión.
La gnosis herético-cristiana, que es la que
interesa a la historia de la Iglesia, es sólo una parte de este vasto y
complejo movimiento, que en el fondo no es más que una mezcla de
religiones. Este sincretismo, con sus confusas proliferaciones, sus
múltiples variedades y su mezcolanza de ideas religiosas, ha sido una de
las fuerzas determinantes de la vida espiritual de la humanidad. Las
religiones populares como las ideas filosóficas se penetran mutuamente,
se intercambian nombres, imágenes, figuras y mitos o interpretaciones
del origen del cosmos, de la purificación del pecado y del perdón. Todo
mezclado y mal interpretado por los hombres cultos, tan escépticos como
ansiosos de religión, o burdamente materializado por el pueblo
supersticioso. Cuando la gnosis se sirve de elementos cristianos, el
proceso de mixtificación se evidencia en la reelaboración de la
literatura apostólica recibida, que se arregla, recopila y completa con
productos propios. Esto vale para la gnosis siríaca, que hizo una
selección puramente arbitraria, como para los sistemas especulativos
mucho más exigentes, como el de Basílides.
Gnosis significa "conocimiento". Pero para el
gnosticismo, la palabra no significa conocimiento en general, sino
conocimiento salvífico. Ya Pablo deseaba que sus comunidades
construyesen sobre el fundamento de la predicación un edificio más alto,
hasta llegar a una "epignosis" (conocimiento superior) del evangelio (Ef
1,l6ss). Pero mientras este conocimiento superior está, según Pablo,
destinado a todos los cristianos, en el siglo II aparecen dentro del
cristianismo predicadores, que afirman que existe un misterioso
conocimiento salvífico que sólo es accesible a unos pocos, es decir, a
los "iluminados" (gnósticos), y que esta gnosis es diferente de la fe
(pistis) y superior a ella. Aquí se basa la división de las clases de
hombres en gnósticos (pneumáticos), psíquicos (písticos) e hílicos. Sólo
los primeros llegan a la bienaventuranza verdadera junto a los angeles.
Los psíquicos alcanzan el cielo inferior. Los hílicos, inmersos en la
materia, van en una u otra forma a la perdición. En un himno gnóstico
dice Jesús al pueblo: "Yo daré a conocer lo escondido del camino santo y
lo llamaré gnosis".
Al mismo tiempo que revelación, la gnosis se
presenta como doctrina de salvación. Enseña al alma a liberarse del
mundo material en el que está prisionera y a encaminarse al mundo
espiritual y luminoso, del que ha caído. Esta liberación se efectúa por
medio de una revelación celeste, acompañada a menudo de fórmulas y ritos
mágicos. A veces la misteriosa doctrina redentora va acompañada de ritos
similares a los sacramentos. Pero es patente la diferencia entre
auténtico sacramento y magia. En la redención gnóstica se trata de que
el espíritu se libere de la materia y no de que el alma quede
interiormente libre del pecado.
El gnosticismo se caracteriza por un dualismo
muy acentuado. La materia es despreciable y debe ser odiada. El dios
supremo se aleja al máximo del contacto de la materia. La creación del
mundo material es atribuida, bien a un dios inferior o demiurgo, bien a
los ángeles y arcontes. Entre el mundo visible y este dios hay seres
intermedios en menor o mayor cantidad, por medio de los cuales se
propaga la acción divina, descendiendo hasta el mundo material, y
también por su medio el alma se eleva poco a poco hasta el dios supremo.
El ascenso del alma, que atraviesa sucesivamente los siete círculos
planetarios, dando la palabra de orden a los arcontes y trasfigurándose
a semejanza de los ángeles que encuentra a su paso, es un tema
ordinario, que se encuentra, con variantes más o menos notables, en los
gnósticos paganos, judíos y cristianos.
Hubo hasta treinta sistemas diferentes de
gnosis, mezcla de la revelación judeocristiana y de la filosofía
greco-oriental. En algunos sistemas predomina el elemento cristiano,
pero lo principal no es la humilde aceptación del anuncio de la fe, sino
el intento de construir una imagen del mundo mediante la razón. No raras
veces la razón es sustituida por la fantasía y la extravagancia,
especialmente en la gnosis oriental propiamente dicha. Característico es
el modo y manera como las sencillas palabras de la Escritura son
hinchadas, seleccionadas y misteriosamente retocadas. La gnosis es una
degradación radical de la intangible revelación de Jesús, haciendo de
ella una filosofía. Su gran éxito se debe a su innegable contenido
religioso, enormemente atrayente sobre todo para la fantasía humana, a
la grandiosidad de su imagen del mundo y a su intento de hacer del
propio pensamiento del hombre el elemento determinante de la
interpretación de la realidad, aunque dentro de una revelación. Su
peligro especial se debe al ropaje de ciencia con que se presenta, que
fascina a las personas cultas.
La gran elasticidad aparece en la gnosis
simoníaca. Anterior al cristianismo, y rival suya, se esfuerza en
integrarse en su teología. Cuando Felipe llega a Samaría, encuentra la
ciudad seducida por Simón: "Había en la ciudad un hombre llamado Simón,
que de tiempo atrás practicaba la magia en la ciudad y maravillaba al
pueblo de Samaría, diciendo ser él algo grande. Todos, del mayor al
menor, le seguían y decían: Este es el poder de Dios llamado grande; y
se adherían a él, porque durante bastante tiempo los había embaucado con
sus magias" (Hch 8,9-11). Simón se hace bautizar por Felipe y, cuando
llegan Pedro y Juan, quiere comprar con dinero el poder de conferir el
Espíritu Santo. Pedro le reprende con dureza y Simón, arrepentido en
apariencia, se humilla. El Nuevo Testamento ya no habla más de él; pero
algunos libros posteriores permiten seguir la difusión de la secta. San
Justino, que era de Naplusa y conocía a sus compatriotas, refiere que
"casi todos los samaritanos y alguno de otras naciones reconocen a Simón
y lo adoran como al dios supremo".
La gnosis simoníaca exalta progresivamente a
su héroe. Al principio ve en él una divinidad intermedia, el gran Poder
de Dios; luego, lo adora como al dios supremo. A finales del siglo II,
Ireneo nos presenta la gnosis en su intento de adaptarse al dogma de la
Trinidad: "Simón pretende haber acontecido entre los judíos como el
Hijo, en Samaría como el Padre y en las otras naciones como el Espíritu
Santo". Junto a este dios supremo, se adora a una diosa, Helena. Parece
que este culto nació en Tiro, en donde la Luna (Selene o Helena) era
asociada al culto del Sol. Los gnósticos simoníacos identifican esta
diosa con la sabiduría, mientras que los gnósticos alejandrinos ven en
ella a Isis.
Los escritos clementinos y los "Hechos de
Pedro" describen la lucha de san Pedro con Simón Mago, primero en Siria
y luego en Roma. Estos relatos fantasiosos revelan la encarnizada
oposición que desencadena la gnosis contra el cristianismo, siguiéndolo
desde Siria hasta Roma. Entre la gnosis simoníaca y el cristianismo la
oposición era irreducible. Pero el peligro de contaminación aumenta
cuando la gnosis cobra un aspecto menos declaradamente pagano, cuando
toma la apariencia de una secta cristiana o judaizante. Así se presenta
con frecuencia la gnosis, contra la que reaccionan las cartas
apostólicas.
Al principio, en la carta a los gálatas, san
Pablo se defiende especialmente contra los ataques que provienen del
exterior, judíos o judaizantes. Pero muy pronto nacen herejes del seno
mismo de la Iglesia.
A partir de la cautividad, la controversia
ocupa un espacio mayor en la teología del apóstol. Las cartas a los
colosenses y a los efesios demuestran un mayor desarrollo en la doctrina
de la Iglesia. En la gnosis, que amenaza entonces al cristianismo,
destacan los siguientes puntos: en primer lugar, el dualismo, que se
manifiesta en el desprecio de la carne, que acaba negando la
resurrección (1Co 15,12) o entendiéndola en sentido figurado (2Tm,
5,18). De este principio se desprenden consecuencias morales diversas;
algunas veces el libertinaje: todo está permitido, porque todo lo que es
carnal es digno de desprecio (1Co 11 y 10; Ap 2,14; 2P 2,10; Judas 8);
por el contrario, en otras ocasiones, se postula un ascetismo rígido,
que prohíbe los contactos tenidos por impuros, como ciertos alimentos,
el matrimonio, etc. (Col 2,16-21; 1 Tm 4,3). En segundo lugar, Pablo
previene contra las especulaciones ambiciosas, que se abandonan a
visiones o a fantasías sobre los ángeles; que se complacen en
genealogías (Tt 3,9) y en "fábulas hábilmente urdidas" (2P 1,16). Se
llega incluso a poner a Cristo por debajo de los ángeles (Col y Hb) y
hasta a negarlo (1Jn 2,22; 2P 2,1; Judas 4). Sin llegar a esta negación
radical, muchos rechazan la realidad de la encarnación: Jesucristo no
vino en la carne. Este docetismo es combatido sobre todo por san Juan y
lo será también muy pronto por san Ignacio de Antioquía.
Entre los gnósticos más eminentes están
Basílides, que enseña probablemente en la primera mitad del siglo II en
Egipto, especialmente en Alejandría. Su discípulo, Valentino, es quien
da su nombre a una importante secta. Nacido en Alejandría, enseña en
Roma entre el 130 y el 160 y allí, alrededor del 140, pretende la sede
episcopal. Ideas más moderadas defiende Bardesanes de Edesa (+ 222),
quien al parecer no era partidario incondicional del dualismo. La
declarada oposición entre cristianismo y gnosis se hace particularmente
aguda cuando la hostilidad gnóstica contra la materia desemboca en celo
exagerado y en las consiguientes restricciones rigoristas, como el
rechazo del matrimonio, de la carne y del vino. Esto es precisamente lo
que propugna Taciano el Asirio, apologeta y fundador de los "encratitas"
(los rigurosos).
c) El marcionismo
El sistema gnóstico más cristiano y al mismo
tiempo más serio desde el ángulo religioso y moral, y en el que más
fuertemente se acusa el peligro que este movimiento entraña para la
Iglesia, es la doctrina de Marción. Marción no es solamente un teólogo,
sino también un político. Es un hombre de voluntad e iniciativa, unidas
a dotes de organizador. Marción, dueño de una compañía naviera en Sinope
de Paflagonia, ya en su juventud tiene problemas con los dirigentes de
la iglesia de su patria, a propósito de diferencias de opinión en la
interpretación de doctrinas paulinas. Su propio padre, obispo de Sinope,
junto al Mar Negro, lo excomulga. A la exclusión de la comunión
eclesiástica en su patria, sigue la repulsa por parte de cristianos
eminentes de Asia Menor, como Papías y Policarpo de Esmirna. Hacia el
año 140 Marción llega a Roma y entra en la comunidad local, a la que
ayuda con generosos donativos, pero también es expulsado de ella en el
144.
Entonces se da cuenta que no basta la pura
interioridad de la doctrina. Para difundirse y perdurar, la verdad y el
mensaje cristiano deben presentarse en una forma clara y eficiente; se
ha de poder gobernar y administrar. Por eso Marción funda en Roma, en el
146, su propia Iglesia. Inmediatamente empieza a procurarse adeptos a
los que da una firme organización. Junto a las comunidades cristianas,
van surgiendo por doquier agrupaciones marcionitas, cuyo gobierno está
en manos de obispos, apoyados a su vez por presbíteros A partir del
siglo III adquiere una enorme difusión desde la Galia hasta el Eúfrates:
es una Iglesia con sus propios obispos, sacerdotes, templos, liturgia e
incluso mártires. La liturgia es muy parecida a la que practica la
Iglesia universal, por lo que a algunos cristianos les resulta fácil el
paso a la secta de Marción Así, pues, la doctrina heterodoxa de Marción
constituye un serio peligro para la Iglesia católica apostólica.
La doctrina de Marción se funda en una
Sagrada Escritura claramente delimitada, de la que de antemano queda
excluido el Antiguo Testamento, pues en él habla el Dios de la justicia,
el creador del universo, que no sabe de bondad y amor. El Dios bueno
sólo se revela cuando envía a Cristo como redentor que trae a la
humanidad atormentada el evangelio o buena nueva del amor de Dios. Pablo
es el único apóstol que recibe este evangelio no falseado, que queda
consignado en sus cartas y en el texto de Lucas, si bien aun estos
escritos han sido falsificados por aditamentos de los otros apóstoles
que pertenecen al Dios del Antiguo Testamento.
Por ello, Marción suprime de ellos todo lo
que tienda a introducir en la revelación traída por Cristo la justicia y
legalidad antiguas. Para Marción hay, pues, oposición entre el Antiguo y
el Nuevo Testamento. Esta tesis fundamental de Marción, con su punto de
partida dualista, constituye un ataque directo al concepto cristiano de
Dios, que no consiente la división en un Dios creador duro y solamente
justo y un Dios del amor desconocido hasta Cristo. Su cristología es
docetista. A Marción no le cabe en la cabeza que Cristo, redentor
enviado por el Dios bueno, haya escogido la impura carne humana para
morada de la divinidad. Finalmente Marción condena el matrimonio. Al
considerar al cuerpo como parte de la materia mala, lo prohíbe a todos
los bautizados.
Marción obliga a la Iglesia a reflexionar una
y otra vez sobre su propia actitud frente a la Escritura y la regla de
fe, a revisar sus formas de organización y a desplegar íntegramente su
fuerza frente a tal amenaza. La Iglesia procede frente al gnosticismo
con energía. Uno de los medios más eficaces para su defensa son los
escritos de San Ireneo, Hipólito, Tertuliano y otros. Pero, además, la
Iglesia toma algunas medidas prácticas, como excluir de las comunidades
a los herejes gnósticos y, muy particularmente, señalar el canon de la
Sagrada Escritura, es decir, los libros del Nuevo Testamento que deben
ser considerados como inspirados por Dios. Esto se hace necesario, pues
corren muchos escritos gnósticos presentados como canónicos o inspirados
por Dios, con lo que muchas personas son engañadas.
d) Maniqueos
Como nueva forma de gnosis, aparece el
maniqueísmo, que se desarrolla en el siglo III. Mani predica sus ideas
en la India hacia el año 240; luego en Persia, donde después de muchos
años cae preso y es ajusticiado cruelmente. La base de su doctrina es la
oposición eterna entre el bien y el mal. Mani es el enviado de Dios,
cuyas enseñanzas se compendian en los tres sellos: las manos, que se
abstienen de trabajos serviles; la boca, que se abstiene de carne y
vino; y el seno, que se priva del matrimonio.
El medio judío del siglo III cuenta con un
cristianismo semita en plena vitalidad, desde Transjordania a Babilonia.
El centro más importante es Bostra. Entre 240 y 254, Bostra tiene por
obispo a Berilo. Eusebio le presenta como obispo de los árabes de Bostra
y le coloca entre los escritores eclesiásticos (H.E. VI,20,2). Berilo es
acusado de hereje. Después de reunirse en Bostra un sínodo, en el que
toma parte Orígenes, Berilo corrige las expresiones defectuosas (H. E.
VI,33,2-3). Un precioso documento sobre la comunidad de Bostra lo
tenemos en la Didascalía de los Apóstoles, que se remonta a mediados del
siglo III.
Más allá del Tigris, en Adiabene, el
cristianismo se encuentra también en pleno desarrollo. Ya en el siglo II
tiene un representante eminente en la persona de Taciano. Cuando éste
regresa a su patria, después de su estancia en Roma, compone su Armonía
de los Evangelios, que ejerce una gran influencia sobre el cristianismo
siriaco. La Crónica de Arbela nos dice que, en el 224, al establecerse
en Persia la dinastía de los sasánidas, hay más de veinte obispados en
la región ribereña del Tigris. El obispo de Arbela, el octavo según la
Crónica, es por entonces Hairán. Más allá todavía, el Libro de las leyes
de los países nos dice que hay cristianos en Partia, en Media y en
Bactriana. Cuando, el año 240, llega Mani a la India, encuentra allí
algunas comunidades cristianas. Precisamente en este medio, en la
primera mitad del siglo III, surge el maniqueísmo.
Mani, el fundador del movimiento, nace el 14
de abril del 216, en Babilonia del Norte. Su padre, Palek, a raíz de una
visión, se convierte a un ideal ascético, renunciando a la carne, al
vino y al matrimonio, uniéndose a una secta baptista de Transjordania.
Mani pertenece primeramente a esa secta baptista. Pero, durante su
juventud en Babilonia, entra en contacto con todas las formas religiosas
que allí se dan y de las que toma diversos elementos.
Encuentra, por supuesto, la religión
tradicional del Irán, el mazdeísmo, pero también encuentra brahmanes y
budistas. Por otra parte, halla judíos, que son numerosos en Babilonia,
y cristianos. Entre estos cristianos hay algunos marcionitas, y otros
cristianos ortodoxos de tipo judeo-cristiano, es decir, con las
características del cristianismo oriental: el ascetismo, el sentido
litúrgico, la gnosis.
En el 240 Mani recibe la revelación que da
origen a su misión. Cree que su misión prolonga la de Zoroastro, la de
Buda y la de Jesús. El es el revelador supremo, en quien se manifiesta
la verdad total. Se cree el revelador de una nueva religión. El fondo de
su sistema es un gnosticismo dualista que se inspira en el gnosticismo
judeo-cristiano y en el zoroastrismo iranio. Toma elementos de las
diversas religiones que conoce. Este sincretismo es constitutivo de su
mensaje, ya que él se cree el heredero de todas las religiones.
Pero en muchos puntos se inspira en el
cristianismo siríaco, cuyas tendencias lleva hasta las últimas
consecuencias: el dualismo cosmológico desemboca en una total
condenación del mundo material; el encratismo moral proscribe el
matrimonio y el uso de ciertos alimentos .Quizás el mayor peligro del
maniqueísmo es el abuso del nombre de Jesús y de su mensaje. Jesús y el
Paráclito desempeñan en su gnosis un papel eminente. La iglesia maniquea
se divide en perfectos, los únicos que, propiamente hablando,
constituyen la Iglesia, y en imperfectos, los oyentes o catecúmenos. El
maniqueísmo tiene expansión universal. Se extiende desde China hasta
Africa del Norte y se prolonga hasta la Edad Media. El monacato maniqueo
se desarrolla paralelamente al monacato cristiano.
La Iglesia impugna la gnosis, en primer
logar, en forma de confesión positiva de fe. La pieza más importante es
la confesión bautismal oficial. La confesión romana más antigua que
conocemos (hacia el 125), que corresponde más o menos a nuestra
"confesión de fe apostólica", se opone claramente al intento de
espiritualizar la persona y la vida de Jesús: confiesa la encarnación
real de Dios en la historia, en el seno de María la Virgen. Afirma que
Jesucristo padeció y fue crucificado en un tiempo concreto y
determinado, "bajo Poncio Pilato". Al mismo tiempo confiesa la unidad de
Dios creador y Padre de Jesucristo y la divinidad de Jesucristo.
Igualmente es importante la fijación del canon del Nuevo Testamento. Su
empleo en el culto, por una parte, y los recortes de la revelación por
parte de los herejes, urgen su fijación, pues los escritos apócrifos
tratan de conseguir autoridad valiéndose del nombre de los apóstoles.
Hacia el año 200 el canon queda sustancialmente fijado. El fragmento
Muratoriano es de finales del siglo II. Y Atanasio, en su 39ª carta
pascual (367), recoge ya el índice de nuestros veintisiete libros del
Nuevo Testamento. Un Sínodo de Roma confirma este canon en el año 387, y
a él se adhieren unos años más tarde los sínodos africanos de Hipona y
de Cartago.
e) Tendencias rigoristas
La Iglesia es consciente de ser una comunidad
de santos. Como a tal le habla Pablo (Rm 1,7; 1Co 1,2). Pero, desde un
principio, en la Iglesia hay pecadores. Los evangelios nos dan noticia
no sólo de la fe y la fidelidad de los apóstoles, sino también de sus
pecados (Mt 19,27), de su tibieza. Pedro, con sus razonamientos,
escandaliza al Señor (Mt 16,22), en la hora del Getsemaní duerme igual
que sus compañeros, luego huye como los demás y niega al Señor
perjurando varias veces (Mt 26,40). En la cuestión vital de la libertad
del evangelio ante la ley, a pesar de la visión que lo fortalece (Hch
10,11ss), vacila.
Inmediatamente después de la santificación
por el Espíritu Santo en Pentecostés, en la Iglesia primitiva sigue
habiendo hipocresías y mentiras en cuestiones muy graves (Ananías y
Safira, Hch 5,1-11), descontentos y, en las comunidades, que se van
multiplicando, divisiones, fallos, tibiezas de fe, faltas de caridad y
fornicación; en Corinto, incluso tras la estancia de Pablo durante año y
medio, algunos enseñan que la libertad cristiana permite todo.
La Eucaristía, vínculo de santificación y de
unidad, resulta que en Corinto, y seguramente en otros lugares, el
banquete eucarístico da ocasión a divisiones y faltas de disciplina: los
ricos comen separados y tan abundantemente que rayan el límite de la
destemplanza, mientras los pobres se sientan aparte y pasan hambre (1Co
11,20-32).
Está, pues, claro que los primeros cristianos
no siempre viven conforme al evangelio. Esto, por lo demás, responde a
las parábolas del Señor de la cizaña entre el trigo y de los peces
buenos y malos en la red, del invitado a las bodas sin traje nupcial,
así como a su anuncio de los escándalos que habrían de sobrevenir (Mt
l3,25ss.47ss; Mt 22,11; Mt 18,7). Así, pues, ya desde los primeros
tiempos, en la Iglesia se plantean dos cuestiones: ¿Puede la Iglesia
tener en cuenta la mediocridad moral de los hombres? ¿Pervive entonces
la santidad objetiva de la Iglesia?
La Iglesia se opone siempre al pseudo-ideal
de los gnósticos, que restringen a unos pocos el círculo de los
verdaderamente redimidos. Dentro de la comunidad cristiana todos son
capaces de salvación plena. En medio de esta oposición de la Iglesia a
las pretensiones gnósticas, el hereje Montano, a partir del 150, llega
al extremo, exigiendo la completa negación del mundo. Anuncia la próxima
venida del Espíritu Santo Paráclito e incita a los cristianos a
abandonarlo todo y a congregarse en Frigia, para esperar allí el
comienzo de la nueva época. El eco de la profecía de Montano halla en el
siglo II una gran resonancia.
La cristiandad primitiva vive con gran
intensidad la esperanza de la venida gloriosa del Señor. Pero la fuerte
presión que esta espera ejerce en los cristianos se traduce más tarde en
desilusión, incluso en la desesperación que el incumplimiento de la
parusía provoca en muchos. La esperanza decía: "el Señor está cerca"
(Flp 4,5). La desilusión, al ver que no llega la parusía, está
consignada ya en la segunda carta de Pedro (3,3s). Pero esta desilusión
no es sino una mala inteligencia de la revelación. Con mucha frecuencia
se pretendía de Cristo la confirmación de los propios deseos e ideas,
sin tomar en cuenta las otras afirmaciones de la predicación de los
apóstoles o de la Escritura. La primitiva escatología cristiana era "no
sólo espera del futuro" ni sólo fe en el presente ya cumplido. Es ambas
cosas. Esta tensión entre el "ya" y el "todavía no" caracteriza desde el
principio la situación de la nueva alianza. La predicación de Jesús
afirma que el tiempo se ha cumplido, pero todavía no en plenitud: ha
aparecido la palabra, pero todavía hay que rezar para que llegue el
reino. El que no llegue la parusía no quita razón a la predicación
apostólica, sino a los que la interpretan arbitrariamente.
La esperanza de la parusía es central del
mensaje. Pero las incontroladas explosiones de entusiasmo predicadas por
Montano muestran el camino equivocado. La aceptación de su profecía
significa el abandono del mundo por parte de los cristianos. La Iglesia
de ese modo renuncia a la evangelización de la humanidad. El movimiento
iniciado por Montano es el primer movimiento fanático de la Iglesia. De
haberlo seguido, se habría llegado no a la Iglesia universal, sino a una
Iglesia de unos cuantos fanáticos. El montanismo hace entrar en acción a
numerosos defensores de la recta doctrina.
En su estilo rudo y rigorista, el africano
Tertuliano es un alma gemela de Montano. Entre él, cabeza significada de
la Iglesia de Africa, y Calixto (217-222), obispo de Roma, se da un
fuerte choque; Calixto, con mayor visión de la misión universal, hace
posible lo que Tertuliano no quiere permitir: el retorno de los
pecadores a la Iglesia con tal de que tengan verdadero arrepentimiento y
cumplan la penitencia prescrita. Esta lucha entre rigorismo y visión
pastoral se reaviva más adelante cuando, tras un largo período de paz,
la violenta persecución de Decio provoca tantos lapsi. Acabada la
persecución, muchos ansían ser admitidos nuevamente en la Iglesia. El
papa Cornelio (251-253), sucesor del papa Fabián (236-250), que ha
muerto mártir, el obispo Cipriano de Cartago, el obispo Dionisio de
Alejandría y un sínodo africano (251) tienen consideración con las
debilidades de los lapsi. Sin embargo, Novaciano, hasta entonces jefe
del colegio de presbíteros de Roma, se subleva como antipapa y cabeza de
los "puros". Novaciano crea una Iglesia que trata de imponer el
rigorismo primitivo en Italia, Galia y el Oriente.
El mismo problema se plantea con la cuestión
del bautismo de los herejes. Cuando los herejes confieren el bautismo,
¿es válido el sacramento? El obispo Cipriano y tres sínodos africanos lo
niegan. A los obispos africanos les parece que admitir el bautismo de
los herejes ataca la esencia de la Iglesia. No solamente declaran
inválido el bautismo conferido por un hereje, sino que afirman que no es
una mediación de vida, sino de muerte. Nuevamente es el obispo romano
Cornelio quien demuestra una comprensión más profunda del evangelio e
interviene en favor de la santidad objetiva de la Iglesia: el bautismo
bien administrado es válido, aunque lo confiera un hereje; no puede ser
repetido. Esto significa que el efecto del sacramento es independiente
de la santidad personal del que lo administra. Gracias a esta decisión
queda garantizada la plena y exclusiva autoridad y poder de Cristo en la
Iglesia, cuyos obispos y sacerdotes no son más que instrumentos a su
servicio.
Frente a todos los rigorismos la Iglesia, con
el obispo de Roma a la cabeza, defiende siempre la misericordia,
mostrando la solicitud del pastor por su pueblo, la preocupación por la
salvación de todos.