HISTORIA DE LA IGLESIA PRIMITIVA: 3. P
ablo, Apóstol de las Gentes
a) El cristianismo
entre los paganos
b) El concilio de Jerusalén
c) Oposición a Pablo
a) El
cristianismo entre los paganos
El
entusiasmo de la fe y el amor entre los hermanos son algo
contagioso. El cristianismo viene de Oriente: “La salvación viene de
los hebreos” (Jn 4,22). El judaísmo es la fuente del cristianismo.
Israel es el pueblo elegido en el que nace Jesús, en el que escoge a
sus discípulos y al que predica el Evangelio. La Iglesia católica se
llama Iglesia romana, porque su cabeza vive en Roma. Pero su cuna
está en Palestina, de donde parte la difusión de la Iglesia. Desde
Palestina la fe en Cristo pasa a Samaría, Siria, Asia menor,
Macedonia, Grecia, Antioquía, Roma y España, que se considera “el
fin de la tierra”.
La efusión
del Espíritu Santo en Pentecostés impulsa un movimiento de
evangelización que ya no se detendrá. Los oyentes de Pedro no son
sólo judíos de Jerusalén, sino “partos, medos y elamitas; habitantes
de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia,
Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos,
judíos y prosélitos, cretenses y árabes” (Hch 2,9-11). Gran parte de
ellos, pasadas las fiestas, regresan a sus casas, llevando consigo
la fe y los dones del Espíritu Santo recibidos. No son fundadores de
Iglesias, pero sí misioneros que siembran la semilla del Evangelio a
lo largo del Imperio romano. Así la levadura de la fe cristiana
comienza a fermentar el mundo hebreo, helenístico y romano.
Los
contactos establecidos ya desde largo tiempo entre el judaísmo y el
helenismo ayuda notablemente a la difusión del cristianismo en el
ambiente greco-romano. En tiempos de Jesús Palestina forma parte del
Imperio romano y los primeros predicadores del Evangelio, los
apóstoles y otros discípulos, son súbditos de Roma. Por otra parte,
muchos hebreos viven en la diáspora, fuera de Palestina. Los
apóstoles encuentran en todas partes hermanos de raza. Entre ellos
halla la Iglesia los primeros cristianos. Toda ciudad importante,
visitada por los primeros heraldos de la buena nueva, tan pronto
como tiene un pequeño grupo de fieles, que acogen la predicación, se
convierte en sede de una comunidad cristiana. Así, por lo general,
se funda una Iglesia por cada ciudad, en la que reside su cabeza, el
obispo.
Sin embargo,
los apóstoles, pese a haber sido formados por el Señor durante largo
tiempo y haber sido enviados a todo el mundo y a todas las gentes,
no tenían conciencia clara de que también los paganos, es decir, los
“impuros”, podían ser admitidos en la Iglesia. La visión de san
Pedro de los animales puros e impuros, su informe ante la comunidad
de Jerusalén (Hch 11,1-18), así como la sorpresa de los judíos que
han ido con Pedro a Cesarea ante las gracias concedidas a los
paganos (Hch 10,45), dejan entrever los obstáculos que Pedro tiene
que superar para admitir en la Iglesia a Cornelio, el centurión
pagano. A pesar de las extraordinarias manifestaciones divinas que
le llevan a dar este paso, en los círculos judeocristianos subsiste
la oposición.
Pablo es el
hombre llamado por Dios para quebrantar esta oposición. Su vida
entera es una lucha para liberar al cristianismo de la ley judía y
ganar a todos los hombres para Cristo. Es de sangre judía, pero a él
se le encomienda la misión de arrancar al cristianismo del suelo
judío, llevarlo al escenario universal de la cultura greco-romana e
implantarlo en el amplio suelo del mundo. Lucas, en los Hechos de
los Apóstoles, nos describe los orígenes de la Iglesia de Jerusalén
y su expansión. La historia de Pedro ocupa los primeros capítulos y,
a continuación, se refiere casi exclusivamente a Pablo. Recoge
también la predicación de los evangelizadores Esteban, Felipe y
Bernabé, a quienes ha conocido personalmente. Como compañero de
Pablo, conoce a Felipe durante su estancia en Cesarea, y en
Antioquía conoce a Bernabé. A Esteban no lo ha conocido de vista,
pero sí de oídas, pues Pablo nunca podrá olvidar su martirio, cuando
él, muchacho aún, guardaba los vestidos de los lapidadores y
aprobaba su muerte (Hch 22,20).
Es en el
martirio de Esteban cuando Pablo aparece por primera vez en la
historia de la Iglesia. Se llama Saulo y, siendo aún joven, es ya
enemigo encarnizado de los cristianos. Asiente al martirio de
Esteban y toma parte en él, cuidando los vestidos de los que le
apedrean (7,58). Por nacimiento, pertenece al grupo de los
helenistas. Nace en la ciudad helénica de Tarso de Cilicia, en el
Asia Menor, de padres judíos, que poseen el derecho de ciudadanía
romana (9,11; 16,37; 21,39; 22,3; 23,25ss; 25,10) y, por razón de su
familia, goza de la ciudadanía judía (21,39), es “de la raza de
Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo e hijo de hebreos” (Flp
3;5). En esta familia, establecida en territorio griego, pero fiel a
las tradiciones judías y fariseas, Saulo aprende desde la infancia
la lengua griega y la aramea. En arameo le habla Jesús, cuando le
hace caer en el camino de Damasco (26;14) y también en arameo se
dirige él mismo al pueblo de Jerusalén el día de su arresto (21,40).
La lengua aramea es para él la lengua religiosa y nacional. En
cambio, el griego es la lengua de las relaciones cotidianas y, por
tanto, la lengua de su apostolado.
Pablo es
judío, romano y helenista. De este modo, por nacimiento, educación y
estilo de vida, es un representante de las tres grandes culturas con
las que se enfrenta el cristianismo. Pablo se hace todo a todos para
ganarlos a todos, gentil para los gentiles, griego para los griegos,
judío para los judíos (1Co 9,20ss). Es un hombre “católico”. La
educación hebrea, iniciada en Tarso, la continúa en Jerusalén, “a
los pies de Gamaliel” (22,3), donde se forma como escriba fariseo,
que arde en celo por la ley de sus padres. El mismo lo testimonia:
“Yo he sido instruido en el conocimiento exacto de la Ley de
nuestros padres y estuve lleno de celo por Dios, como lo estáis
todos vosotros” (22,3). Asimismo, escribe a los filipenses: “En
cuanto a la observancia de la Ley, fui fariseo; y, por celo en
defenderla, perseguidor de la Iglesia de Dios, según la justicia de
la Ley irreprensible” (3,5-6).
En los
grupos helenistas de Jerusalén, enfurecidos por la predicación de
Esteban, Pablo se hacía notar por la violencia de su pasión:
“Vosotros habréis oído hablar, dice después a los gálatas, de mi
conducta, cuando aún vivía en el judaísmo, de cómo me ensañaba en la
Iglesia de Dios y la devastaba aventajando en el celo por el
judaísmo a muchos de los coetáneos de mi nación y mostrándome
extremadamente celador de las tradiciones paternas” (Ga 1,13-14).
También a los judíos de Jerusalén evoca los mismos recuerdos con
mayor precisión: “Yo mismo perseguí a muerte esta doctrina,
apresando y poniendo en la cárcel a hombres y mujeres, como son
testigos el príncipe de los sacerdotes y todo el colegio los
ancianos...” (22,4-5).
No le basta
el martirio de Esteban. Pide y consigue una misión para Damasco:
“Habiendo recibido de los ancianos cartas para los hermanos, partí
con dirección a Damasco para llevar encadenados a Jerusalén a los
que allí encontrara y hacer que fueran castigados” (22,5). Pero Dios
le espera en el camino de Damasco, donde Cristo le libera del
terrible yugo de la Ley, que ha sido una tortura para su alma (Rm
7). Siente al principio el dolor de alejarse de todo su pasado, pero
muy pronto comprende como nadie el valor de la libertad de Cristo.
Este acontecimiento fundamental en la historia de la Iglesia es
referido tres veces en el libro de los Hechos (9,3-8; 22,6-11;
26,12-16) y el mismo Pablo lo recuerda en sus cartas (1Co 15,7-8).
Mientras se acerca a Damasco, una gran luz le envuelve, cae a tierra
y oye una voz que le dice en arameo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues? Levántate, entra en la ciudad y allí se te dirá lo que
has de hacer”.
A lo largo
de los treinta años de su vida cristiana, Pablo escucha muchas veces
la palabra del Señor y tiene muchas visiones. Pero ninguna de esas
gracias puede compararse con la aparición de Jesús en el camino de
Damasco, donde ha visto al Señor (1Co 9,1). Por eso es apóstol,
testigo de la resurrección de Cristo, como lo son los otros
Apóstoles (1Co 15,8; Hch 9,7.17; 22,14; 26,16). Es el propio Jesús
quien se le ha aparecido, le ha revelado su Evangelio (Ga 1,11-12) y
le ha confiado el apostolado de los gentiles (Hch 26,15-18).
Pablo,
deslumbrado, es conducido a Damasco, Donde le cura y bautiza
Ananías, que le dice: “Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te
apareció en el camino, te ha enviado a mí para que recobres la vista
y seas lleno del Espíritu Santo”. Apenas recibe el bautismo, el
apóstol se apresta al trabajo, “predicando en las sinagogas que
Jesús es el Hijo de Dios”. Quienes le oyen se asombran y dicen: “¿No
es éste el que perseguía en Jerusalén a los que invocaban este
nombre? ¿Acaso no vino aquí para llevarlos maniatados ante los
príncipes de los sacerdotes?” (Hch 9,20-21). Los Hechos añaden:
“Pero Saulo se hacía cada vez más fuerte y confundía a los judíos
que vivían en Damasco, demostrando que Jesús es el Cristo. Pasado un
tiempo, los hebreos acordaron matarle...” (9,22-23). Pablo tiene que
huir (2Co 11,32; Hch 9,23-25; Ga 1,17).
Entre estos
dos acontecimientos, que Lucas aproxima, hay una larga estancia de
tres años en Arabia y en Damasco, donde se prepara para su nueva
misión entre las gentes (Ga 1,15-19). Después de esta estancia en
Damasco, Pablo llega a la ciudad santa e intenta unirse a los
discípulos, “pero todos tenían miedo de él, no creyendo que fuera
discípulo” (9,26). Entonces Bernabé sale en su defensa y “le conduce
a los Apóstoles, refiriéndoles que Saulo había visto por el camino
al Señor, quien le habló, y que en Damasco había predicado con
libertad en el nombre del Señor”. De este modo, se disipan los
recelos. Pablo puede ver a Pedro y conversar quince días con él.
Encuentra también a Santiago, hermano del Señor. En Jerusalén
comparte la vida de los discípulos, hablando con absoluta sinceridad
en el nombre de Cristo.
Durante esta
primera estancia en Jerusalén Pablo tiene en el Templo la visión que
refiere más tarde a los judíos: “Cuando volví a Jerusalén, orando en
el templo tuve un éxtasis, y vi al Señor, que me decía: date prisa y
sal pronto de Jerusalén, porque no recibirán tu testimonio acerca de
mí. Yo contesté: Señor, ellos saben que yo era el que encarcelaba y
azotaba en las sinagogas a los que creían en ti, y cuando fue
derramada la sangre de tu testigo Esteban, yo estaba presente, y me
gozaba y guardaba los vestidos de los que le mataban. Pero él me
dijo: Vete, porque yo quiero enviarte a naciones lejanas” (Hch
22,17ss). Pablo pone en práctica inmediatamente esta palabra,
discute con los helenistas, le amenazan de muerte: “Los hermanos, al
saberlo, le condujeron a Cesarea e hicieron que partiera para
Tarso”. En Cilicia se queda hasta que va a buscarle Bernabé para
llevarle a Antioquía (años 42 ó 43). Catorce años más tarde vuelve a
Jerusalén a exponer su evangelio a los apóstoles, “para saber si
corría o había corrido en vano” y entonces Juan, Pedro y Santiago le
ratifican el encargo de la misión de los gentiles (Ga 2,1-9).
Pablo
realiza tres viajes misioneros. La predicación de Jesucristo, el
Kyrios, la cruz y su locura, y la justificación por la fe
constituyen el centro de su vida y de su misión:
“¡Ay de mí si no predicase el evangelio!” (1Co 9,16). Desde
Antioquía, con Bernabé y Juan Marcos, hacia el año 46, emprende su
primer viaje apostólico. Se dirigen, en primer lugar, a Seleucia de
Siria, y allí embarcan para Chipre (Hch 13,4-5). En el puerto de
Salamina predican el Evangelio, y luego marchan para Pafos, donde
logran la conversión del procónsul Sergio Paulo. Salidos de Chipre,
se dirigen al continente y llegan a Perge de Panfilia. Allí los
abandona Juan Marcos. Pablo, con Bernabé, llega a Antioquía de
Pisidia. En esta ciudad, y luego en Iconio, Listra y Derbe de
Licaonia predica el Evangelio conforme al plan que luego sigue en
todas partes. Primero, se presenta ante los judíos en la sinagoga,
les predica el Evangelio y, ante la oposición que encuentra entre
ellos, se dirige a los gentiles, entre los cuales obtiene numerosas
conversiones. Derbe es el punto extremo a donde llega en este primer
viaje apostólico. Desde allí vuelve, en orden inverso, por Listra,
Iconio y Antioquía de Pisidia, estableciendo presbíteros y
consolidando las comunidades. Luego parte para Antioquía de Siria,
en donde se halla hacia el año 49.
En el año 49
acontecen dos episodios que marcan una crisis entre judeo-cristianos
y cristianos de la gentilidad: el concilio de Jerusalén y el
incidente de Antioquía. La Epístola a los Gálatas es la única que
menciona el incidente de Antioquía. El 48 Pablo vuelve a Antioquía
con Bernabé y expone los resultados conseguidos entre los paganos de
Asia (Hch 14,27). Los gentiles convertidos no son obligados a las
observancias judías ni, en particular, a la circuncisión. Pero ese
mismo año, “gente venida de Judea” turba a la comunidad de Antioquía
enseñando que la circuncisión es obligatoria para todos.
Se ha dicho
que se trata de judeo-cristianos de la tendencia de Santiago, que se
oponen a Pablo como representante de los cristianos de la
gentilidad. Sin embargo los judeo-cristianos, que son entonces casi
toda la Iglesia, han admitido desde el principio que los paganos
convertidos no están obligados a la circuncisión, cosa que Pedro
recuerda en el concilio de Jerusalén (Hch 15,10). La obligación de
la circuncisión es, por tanto, una novedad. Probablemente se debe a
la situación política del judaísmo en conflicto abierto con Roma. El
hecho de que los cristianos, considerados aún como parte de la
comunidad judía, admitan a no circuncidados aparece como una
traición a los ojos del judaísmo. Por eso, bajo la presión de judíos
nacionalistas, algunos judeo-cristianos pretenden mantener la
pertenencia de los cristianos a la comunidad judía, signo de lo cual
es la circuncisión.
El peligro
consiste en unir el cristianismo al destino temporal de Israel.
Pablo y Bernabé lo comprenden perfectamente y se oponen con viveza a
tales exigencias. Sin embargo, ante la gravedad de la cuestión, la
comunidad de Antioquía desea llevarla ante los Apóstoles, a
Jerusalén (Hch 15,2). Se envía a Pablo y Bernabé junto con Tito (Ga
2,1), a quienes reciben los Apóstoles y los ancianos. Algunos
cristianos de la secta de los fariseos defienden la tesis de la
circuncisión de los gentiles. Pedro, en nombre de los Apóstoles, y
Santiago, en nombre de los ancianos, deciden la cuestión en favor de
Pablo, precisando que los paganos sólo están obligados a “abstenerse
de carnes inmoladas a los ídolos, de carnes ahogadas y de la
fornicación” (Hch 15,20). Pablo y Bernabé, a quienes acompañan Silas
y Judas, llamado Barsabás, reciben el encargo de transmitir la
decisión a Antioquía. Esta decisión señala la ruptura del
cristianismo con la comunidad judía, ruptura que se irá acentuando
en los años siguientes.
El concilio
de Jerusalén es un momento importante para la comunidad cristiana.
En él participan Pedro
y Juan, que representan a los Doce. La presencia de Pedro en la
ciudad es significativa, pues había abandonado Jerusalén el año 43.
Ha vuelto a Jerusalén para el concilio. Santiago, rodeado de los
ancianos, representa a la comunidad local de Jerusalén. Silas y
Judas también forman parte de los ancianos. Son llamados
higoumenoi, término que parece sinónimo de presbíteros. Aparece
en la Epístola a los Hebreos (13,7.17.24) y en la Epístola de
Clemente (1,3). Además, participan en el concilio Pablo y Bernabé,
del mismo rango que Pedro y Santiago. Los acompaña Tito, que es en
el plano misional de mismo orden que los ancianos.
El concilio
de Jerusalén, con la presencia de la jerarquía de la Iglesia, zanja
definitivamente la cuestión de la circuncisión de los gentiles. Pero
la preocupación de los judeo-cristianos no se aquieta tan
fácilmente, según lo que se ve a fines del 49, con ocasión de un
viaje de Pedro a Antioquía, donde se detiene algún tiempo. Al
principio se reparte entre las dos comunidades, la judeo-cristiana y
la pagano-cristiana. Pero, al llegar algunas personas del círculo de
Santiago, se abstiene de comer con los pagano-cristianos. Bernabé le
imita. Pablo se lo reprocha vivamente. ¿Obra así Pedro por simple
cobardía? Las preocupaciones de Pedro y de Pablo son opuestas. Para
Pablo, que piensa en los pagano-cristianos, es esencial librar al
cristianismo de sus ataduras judías. Por su parte, Pedro teme una
defección de los judeo-cristianos, quienes, bajo la presión del
nacionalismo judío, corren peligro de volver al judaísmo. Y pretende
conservarlos demostrando que es posible ser a la vez fiel a la fe
cristiana y a la Ley judía. Los hombres de Santiago han acudido
probablemente a pedirle un gesto de ese tipo. Las dos posiciones,
igualmente legítimas, son inconciliables. Pablo se resigna desde
este momento a prescindir del judeo-cristianismo. Sólo piensa en el
porvenir de la Iglesia en ambiente griego. Así se comprende la
hostilidad de los judeo-cristianos contra él. Pedro, por el
contrario, a pesar de la situación de la Iglesia en Judea, no pierde
la esperanza de conservar una comunidad judeo-cristiana.
Con la
decisión del concilio de Jerusalén, el peligro aún no está
eliminado. En la gran obra de la evangelización de los paganos, los
“falsos hermanos” de Palestina crean al Apóstol de las gentes
continuas dificultades en su misión. Frente a ellos tiene que
defender, a veces con duras palabras, el derecho de su misión y
anunciar al mismo tiempo la libertad de los hijos de Dios, que han
sido llamados a vivir según el espíritu de filiación y no en la
esclavitud (Rm 8,l6ss; Ga 5,13).
Para conocer
la expansión del pagano-cristianismo disponemos de una documentación
excelente: la segunda parte de los Hechos, donde Lucas, ya compañero
de Pablo, emplea su diario de viaje. Disponemos asimismo de las
Epístolas paulinas. A comienzos del año 50 Pablo emprende su segundo
viaje apostólico. Esta vez lleva como compañero a Silas. Atraviesa
Siria y Cilicia. Pasa, sin duda, por Tarso, su ciudad natal. Luego
visita las Iglesias de Derbe, Listra, Iconio y Antioquía de Pisidia,
ya evangelizadas por él. A partir de allí penetra en regiones
nuevas: Galacia, Frigia del Norte, Misia. En Listra conquista a
Timoteo, quien se le junta como compañero. Luego atraviesa Galacia y
llega a Tróade, donde se le junta, y ya no se le separa, San Lucas,
que es quien describe todos estos hechos. El acontecimiento
principal de esta misión es el paso de Pablo a Europa, del cual
depende la fundación de las iglesias de Macedonia y Acaya (1Ts
1,7-8). Indeciso sobre el rumbo a tomar, tiene en sueños una visión,
que lo decide a dirigirse a Macedonia. Así, pues, entra en Filipos
de Macedonia, donde convierte a la matrona Lidia y a numerosos
paganos. Pero, denunciado y apresado por las autoridades romanas, es
azotado y encarcelado. Pablo apela a su condición de ciudadano
romano (Hch 16,37; 1Ts 2, 2) y es puesto en libertad.
De allí
marcha a Tesalónica, donde, conforme a su plan, se dirige primero a
los judíos y luego a los gentiles (17,4). Lo mismo hace en Berea.
Pero de nuevo los judíos se levantan contra él y tiene que partir,
dejando sólidamente fundadas las cristiandades de Filipos y
Tesalónica. Poco después entra en Atenas (17,16-34; 1Ts 3,1), donde
dirige la palabra a los filósofos, estoicos y epicúreos, reunidos en
el areópago. Pero consigue poco fruto, pues aquellos hombres
altaneros no responden a la voz del Apóstol. Sin embargo, se
convierte uno de ellos, Dionisio, llamado por esto el Areopagita.
De Atenas pasa a Corinto, ciudad cosmopolita y comercial, donde
permanece año y medio (18,11), desde principios del 51 al verano del
52. En Corinto encuentra a dos judíos, Aquila y Priscila, que tienen
un taller de tejidos, con quienes Pablo trabaja. Aquila y Priscila
acaban de ser expulsados de Roma por Claudio en virtud de un edicto
del año 49, mencionado por Suetonio. Desde Corinto Pablo escribe las
dos Epístolas a los Tesalonicenses. También en Corinto los judíos se
le oponen y tiene que presentarse ante el procónsul Gallón; consigue
la conversión de Crispo, jefe de la sinagoga, y, a través de muchas
dificultades, organiza una de sus mejores cristiandades. Finalmente
parte para Efeso, donde promete volver, y de allí se encamina a
Cesarea y a Jerusalén, en cumplimiento de un voto.
Desde
Jerusalén Pablo parte para Antioquía, y da comienzo a su tercer
recorrido apostólico (54-58). Después de visitar las cristiandades
del Asia Menor, llega a Efeso, ciudad grande y próspera. El plan de
Pablo es establecer la Iglesia en las grandes ciudades, que sirvan
como centros de irradiación del cristianismo. En Efeso predica en la
sinagoga y también en una escuela para los paganos (19,9). Durante
los tres años que permanece en Efeso escribe la Carta a los Gálatas
y la Primera Carta a los Corintios.
En Efeso,
Pablo ha sido precedido por Apolo, un judío de Alejandría, instruido
en “el camino del Señor”, pero que “sólo conoce el bautismo de Juan”
(Hch 18,25). A él se debe la fundación de una comunidad (Hch 18,26).
Apolo se ha trasladado a Acaya alrededor del 54 y más tarde le vemos
en Corinto. Parece ser el origen de las dificultades de que habla
Pablo (1Co 1,12). Apolo enseña que en Cristo está la Sabiduría
(sophia) venida al mundo e ignorada de los arcontes (1Co 2,
6-11). Pablo reprocha a Apolo que convierta el cristianismo en una
gnosis, que en esa época para un judío no es sino la apocalíptica,
que revela los secretos celestes... Semejante gnosis se hallaba
particularmente desarrollada en los medios esenios. Pero se la
encuentra también en Egipto entre los terapeutas, que les están
emparentados. De ese medio procede Apolo. Convertido por Priscila y
Aquila, conserva en el cristianismo el enfoque especulativo que
encontramos en algunas obras judeo-cristianas, como la Ascensión de
Isaías.
Esto nos
ilustra sobre el cristianismo asiático. Durante su segundo viaje, el
Espíritu Santo prohíbe a Pablo dirigirse a Asia (Hch 16,6). Cuando
por fin llega a Asia, del 54 al 57, encuentra allí algunos
judeo-cristianos de la tendencia de Apolo. Choca con una viva
oposición por parte de los círculos judaizantes (Hch 19,33). El
mismo habla de los adversarios que le salen al paso (1Co 16,9).
Parece ser que se trata de una comunidad judeo-cristiana bastante
poderosa, frente a la cual intenta fundar una comunidad de
pagano-cristianos. A consecuencia de la hostilidad de los
judaizantes, es entregado a las bestias (1Co 15,32). En el 61, choca
de nuevo con los judeo-cristianos de Efeso (1Tm 1,3) y, más tarde,
en el 63, se lamenta de que en Asia todos le han abandonado (2Tm
1,15).
Mientras los
corintios, y después los efesios, son influenciados por Apolo, en
Galacia se registran la situación es más grave todavía. Los gálatas
vuelven a las prácticas judías; liberados por Cristo, vuelven a la
servidumbre (Ga 5,1), a la observancia de la Ley impuesta como
obligatoria a los pagano-cristianos (Ga 5,2). En concreto, conceden
especial importancia “a los días, a los meses, a las estaciones y a
los años” (Ga 4,10). Ahora bien, la apocalíptica judía de la época
concedía una gran importancia al calendario como expresión de la
determinación del tiempo por Dios. Tal importancia se relaciona con
la expectación del acontecimiento escatológico. Este es el espíritu
que anima al nacionalismo judío, que comprende dos elementos:
fidelidad fanática a las prácticas legales y exasperación de la
expectación escatológica. Precisamente las dos tendencias que agitan
a los gálatas.
Esta es la
dramática situación en que se encuentra Pablo. La Epístola a los
Romanos, escrita en el invierno del 57, es su expresión. El mundo
judío se ve sacudido por una fuerte corriente de rebelión contra
Roma, en la cual se hallan envueltos numerosos cristianos. El
conflicto que los opone a Pablo no es dogmático. No se trata de dos
cristianismos, sino de la situación de los cristianos respecto de la
comunidad judía de que proceden. Renunciar a la circuncisión les
parece una traición política, no una infidelidad religiosa.
Traicionar a la comunidad judía es poner a los cristianos de origen
judío en una situación difícil, exponerlos de nuevo a las
persecuciones de los judíos, inducirlos a la desesperación y a la
apostasía. Se trata, en resumidas cuentas, del problema planteado en
Antioquía, pero más agudo. Hombres doctos y eminentes, como Pedro,
Bernabé y otros, piensan que conviene hacer concesiones para
salvaguardar el judeo-cristianismo. Pablo está preocupado por la
ausencia de Tito. Por lo demás, le persiguen también los paganos, en
Filipos y en Efeso, y se burlan de él los filósofos de Atenas. Tal
vez se pregunta si no estará equivocado. Incluso está dispuesto a
hacer concesiones. De hecho, aconseja a los corintios que eviten
escandalizar comiendo de los idolotitos. Pero la certeza de la voz
que le ha hablado le impide claudicar.
En Efeso,
Pablo funda una cristiandad sólida; pero, a causa de una sedición
promovida contra él por la avaricia del platero Demetrio, tiene que
salir, partiendo para Macedonia. Su proyecto era regresar a
Jerusalén pasando por Corinto y Roma (19,21). Pero, de hecho, se
detiene en Macedonia (1Co 16,5) y no llega a Corinto hasta fines del
57 (20,2), después de reunírsele Tito (2Co 7,6). Durante el invierno
del 57 escribe la Epístola a los Romanos antes de dirigirse a
Filipos, donde le sale al encuentro Timoteo, quien vuelve de
Corinto. Luego se interna en el Ilírico, donde se detiene algún
tiempo; después parte para Corinto y, sin detenerse mucho allí,
vuelve por Macedonia y Tróade, donde obra el milagro de la
resurrección de un muerto; se detiene en Mileto y sigue hasta
Cesarea de Palestina. Aquí le anuncian muchas calamidades si marcha
a Jerusalén.
Pablo sabe a
lo que se expone regresando a Jerusalén (Hch 20,22), pero sigue su
camino, presentándose en Jerusalén para Pentecostés del 58, portador
de una buena limosna para aquella Iglesia. Le reciben Santiago y los
ancianos, que le advierten de las acusaciones que los judíos hacen
circular a su cargo: aparta a los judíos de la circuncisión y de sus
costumbres (21,21). Le aconsejan que haga un acto público de lealtad
judía. Pablo va al Templo. Pero los judíos de Asia le reconocen y
levantan contra él una sedición. Le acusan injustamente de haber
profanado el Templo introduciendo en él a un pagano. Los soldados de
Roma le detienen, pero hace valer su título de ciudadano romano,
evitando así ser objeto de malos tratos. Ante el Sanedrín tiene
lugar una discusión, seguida de un nuevo tumulto. A duras penas, el
tribuno Lisias, con sus soldados, puede librarlo de ser apedreado.
Lisias le conduce a la torre Antonia, donde trata de azotarlo. Pablo
se libra de esta ignominia alegando que es ciudadano romano. Un
grupo de judíos concibe el proyecto de asesinarle. Entonces el
tribuno le envía a Cesarea, al procurador Félix, que desempeña el
cargo del 52 al 59. Félix se da cuenta de su inocencia, pero le
retiene dos años en prisión. El 59, Félix es remplazado por Festo
(24,27). Los judíos reclaman que Pablo sea llevado a Jerusalén. Pero
éste apela al César. Por lo cual, Festo decide enviarle a Roma.
Antes le interrogan Agripa II y su hermana Berenice, quienes se
convencen de su inocencia.
En el viaje
a Roma, que emprende entre cadenas, está a punto de perecer junto
con toda la tripulación. Llegados milagrosamente a la isla de Malta,
Pablo obra allí
estupendos milagros. En la primavera del año 61 llega a Pozzuoli y
los cristianos le acogen con cariño, así como también en las
proximidades de Roma, en Tres Tabernas, y, finalmente, llega
a la capital del Imperio. En Roma vive en una cautividad suave,
del 61 al 63. Durante este tiempo Pablo escribe las Epístolas a los
Colosenses, a los Efesios y a los Filipenses. La carta a los
Colosenses alude a la actividad de los judeo-cristianos en Frigia:
turban a la comunidad con las cuestiones que suscitan sobre
prohibiciones alimenticias y problemas de calendario (2,16). Pablo
no las condena como malas, sino porque obedecen a un orden caducado.
Además les pone en guardia contra las especulaciones sobre los
ángeles, que es otro de los rasgos de la apocalíptica judía (2,18).
Cristo ha desposeído en la cruz a los principados y a las potestades
(2,10).
El relato de
San Lucas no nos narra el final de la cautividad en Roma.
Sin embargo, un conjunto de argumentos sólidos prueban que a
los dos años es puesto en libertad, en el año 63. Así puede realizar
su proyectado viaje a España, volviendo luego al Asia Menor, donde
pone término a su actividad apostólica. Sobre este último período
estamos informados por las Cartas a Timoteo y
a Tito. Aumenta el conflicto con los judaizantes. Pablo
escribe a Tito, a quien ha dejado en Creta para que establezca
ancianos en cada ciudad (1,5). Le pone en guardia contra los judíos
(1,10). Estos dan oídos a fábulas (mythoi) judaicas. Insisten
en las prescripciones alimenticias (1,14-15). Tito debe dar de lado
las disputas relativas a genealogías, es decir, las especulaciones
sobre los ángeles, y a las observancias judías (3,9).
Las dos
Epístolas a Timoteo se refieren a la situación de Efeso. Pablo ha
confiado a Timoteo la iglesia de Efeso, al partir él para Macedonia,
desde donde le envía instrucciones para que combata a los que enseñan
fábulas y genealogías (1,4), que no hacen sino crear divisiones. Timoteo
debe conservar el depósito doctrinal y huir de “una ciencia que no
merece tal nombre (seudonymos)” (6,21). Este último término designa las
especulaciones judaicas. Lo emplea luego Ireneo para designar el
gnosticismo, que es una de sus ramas. Estos judeo-cristianos, además,
proscriben el matrimonio y el uso de ciertos alimentos (4,3). Timoteo se
ha dejado impresionar, pues Pablo le recomienda que beba vino (5,3).
Hallamos aquí un nuevo rasgo del judeo-cristianismo, el encratismo, que
proscribe el matrimonio y beber el vino. El encratismo afecta
especialmente al judeo-cristianismo palestinense y mesopotamio.
Otro rasgo
importante de la Primera Epístola a Timoteo es que Pablo da
instrucciones sobre la organización de la comunidad de Asia, paralelas a
las que ha dado a Tito para Creta. Hay un colegio de presbíteros. Este
colegio tiene un presidente, que es uno de sus miembros. Se le da el
titulo de obispo (episcopos), que indica más la función que la
dignidad. Hay, además, diáconos, que dependen directamente del obispo.
La insistencia de Pablo, en las Epístolas pastorales, sobre la jerarquía
institucional ha hecho dudar de la autenticidad de las mismas. Sin
embargo, la situación descrita parece corresponder a su momento
histórico. Lo único que encontramos es la sustitución de la jerarquía
misionera por una jerarquía local ordinaria. En Siria, por la misma
época, descubrimos la misma evolución en la Didajé.
Dos años más
tarde, cuando Pablo envía a Timoteo una segunda carta, la situación se
ha agravado aún más. Pablo se muestra hosco. Los hombres no soportan la
sana doctrina: prestan oído a las fábulas (mythoi) (4,3-4). Los falsos
apóstoles se insinúan en las familias, seducen a las mujeres (3,3). El
papel desempeñado por las mujeres es un rasgo característico de las
sectas judeo-cristianas. Aparece de nuevo en el gnosticismo. Tales
pseudoapóstoles son semejantes a Jannés y Jambrés, los adversarios de
Moisés y Aarón en la tradición judía (3,8). En particular, Himeneo y
Fileto enseñan que la resurrección ya tuvo lugar (2,18). Es una
afirmación que vemos más tarde en Cerinto: expresa la exasperación de la
espera apocalíptica. Todo el mundo abandona a Pablo en Asia (1,15).
Nunca el judeo-cristianismo se mostrado tan triunfante como en esta
hora. Sin embargo, se halla en vísperas de su ruina.
Julio del 64 es
la fecha del incendio de Roma. Nerón, que reina desde el 54, echa la
culpa del incendio a los cristianos. Pablo vuelve a estar preso en Roma,
donde el año 67 sufre el martirio, juntamente con san Pedro,
probablemente en la Vía Ostiense, según cuenta la tradición.