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EZEQUIEL, Parábolas, alegorías, cantos, enigmas y acciones simbólicas: 23. CAMBIO DEL CORAZÓN DE PIEDRA POR UNO DE CARNE

Emiliano Jiménez Hernández

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                23. CAMBIO DEL CORAZÓN DE PIEDRA POR UNO DE CARNE

 

Ezequiel se enfrenta con las naciones en los oráculos que se encuentran reunidos en medio de su libro. Se refieren a todos los pueblos vecinos de Israel: Amón, Moab, Edom, Filisteos, Tiro y Sidón. Y también interpela a Egipto. Ezequiel no se desinteresa de la marcha de la historia del mundo, pues es dentro de ella donde se desenvuelve la historia de la salvación. Israel vive en medio de los otros pueblos, “errando de pueblo en pueblo, de una nación a otra nación” (Sal 105,13). Separado de esa serie de oráculos contra las naciones está el oráculo contra el monte Seír, es decir, contra Edom. Aunque más que la amenaza contra los montes de Edom (c. 35), Ezequiel hace un anuncio de salvación para Israel, pues desemboca en la promesa para los montes de Israel (c. 36). Frente a la desolación de los montes de Edom, Ezequiel anuncia la bendición de Yahveh sobre los montes de Israel. Dios, pastor de Israel, defiende a sus ovejas y también los campos donde ellas pastan, la tierra de su pueblo. La tierra prometida volverá a ser un maravilloso edén para los repatriados. Aunque Dios ha enviado a su pueblo al exilio, Canaán sigue siendo “heredad de Israel”:

-Y tú, hijo de hombre, profetiza sobre los montes de Israel. Dirás: Porque el enemigo ha dicho contra vosotros: “¡Ja, ja, estas alturas eternas han pasado a ser posesión nuestra!”, porque habéis sido asolados y se os ha codiciado por todas partes hasta pasar a ser posesión de las otras naciones, porque habéis sido el blanco de la habladuría y de la difamación de la gente, así dice el Señor Yahveh a los montes, a las colinas, a los barrancos y a los valles, a las ruinas desoladas y a las ciudades abandonadas que han sido entregadas al pillaje y a la irrisión del resto de las naciones circunvecinas..., así dice el Señor Yahveh: Sí, en el ardor de mis celos voy a hablar contra las otras naciones y contra  Edom entero, que, con alegría en el corazón y desprecio en el alma, se han atribuido mi tierra en posesión para entregar su pasto al pillaje (36,1-5).

El celo de Dios se muestra en el castigo a las naciones y en la defensa de Israel. Dios, que preparó una tierra para acoger a su pueblo que llegaba de Egipto (Dt 6,10-11) o el paraíso para el primer hombre (Gn 2), ahora prepara un país fértil para su pueblo que vuelve del exilio. Ezequiel lo ve con sus ojos de profeta, aunque Jeremías habla de que hay que esperar setenta años (Jr 25,11-12; 29,10). Pero Dios está ya a la obra:

-Por ello, profetiza sobre la tierra de Israel. Dirás a los montes y a las colinas, a los barrancos y a los valles: Ved que hablo en mi celo y mi furor: Porque habéis sufrido el ultraje de las naciones, por eso juro mano en alto que las naciones que os rodean cargarán con sus propios ultrajes. Y vosotros, montes de Israel, vais a echar vuestras ramas y a producir vuestros frutos para mi pueblo Israel, porque  está a punto de volver (36,6-8).

Ezequial profeta- corazón de piestra en corazón de carne

La vuelta del Señor es el comienzo de las bendiciones. Como una brisa ligera recorre aquellos espacios desolados y saqueados. Como en el principio, en el día de la creación, el espíritu de Dios se difunde por las colinas de Israel, preparando los campos, como un nuevo jardín del Edén, para acoger a su pueblo a la vuelta del exilio. Dios promete bendiciones para los campos de sembradío y para la ciudades que serán reconstruidas:

-Sí, heme aquí por vosotros, a vosotros me vuelvo, vais a ser cultivados y sembrados. Yo multiplicaré sobre vosotros los hombres, la casa de Israel entera. Las ciudades serán habitadas y las ruinas reconstruidas. Multiplicaré en vosotros hombres y bestias, y serán numerosos y fecundos. Os repoblaré como antaño, mejoraré vuestra condición precedente, y sabréis que yo soy Yahveh. Haré que circulen por vosotros los hombres, mi pueblo Israel. Tomarán posesión de ti, y tu serás su heredad, y  no volverás a privarles de sus hijos. Así dice el Señor Yahveh: Porque se ha dicho de ti que devoras a los hombres y que has privado a tu nación de hijos, por eso, ya no devorarás más hombres, ni volverás a privar de hijos a tu nación. No consentiré que vuelvas a oír ultrajes de las naciones ni insultos de los pueblos, oráculo del Señor Yahveh (36,9-14).

De Canaán dijeron los exploradores que era “una tierra de devora a sus habitantes” (Nm 13,32). Ezequiel recoge esta información y la aplica a la situación anterior al exilio, cuando Palestina fue asolada y sus habitantes llevados cautivos a Babilonia. Pero ahora todo ha cambiado. Canaán experimentará la paz, porque Yahveh toma al país bajo su especial protección. Dios ha decidido ya la restauración de Israel. Poco importa que tarde más o menos en ponerla por obra. Ezequiel ya la anuncia, aunque comience haciendo el recuento de los pecados cometidos en la tierra y de los castigos sufridos en el destierro. La restauración de Israel no es una restauración externa de la tierra o de los muros de las ciudades. Se trata de una alianza nueva que tiene lugar primero en el interior del hombre y luego se difunde en bendiciones diversas. Para ello es preciso tomar conciencia del pecado, que provoca la ira del Señor, manifestada en el castigo. Y luego vendrá el paso de la cólera, que purifica, a la gracia de la salvación.

Ezequial profeta- corazón de piestra en corazón de carne

El elenco de los pecados es el primer paso en una liturgia penitencial. Dios a la hora de anunciar una nueva alianza hace que Israel tome conciencia de que es una casa rebelde. Mientras estaba en la tierra Dios respondió al pecado del pueblo con el castigo del exilio, necesario para purificar la tierra profanada. Ahora que el pueblo está en el exilio, su pecado se hace difamación de Dios entre los pueblos y, por ello, Dios sale en defensa de su nombre, repatriando a su pueblo. Dios, al elegir a su pueblo, ha comprometido la fama de su nombre con él: 

-La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: Hijo de hombre, los de la casa de Israel que habitaban en su tierra, la contaminaron con su conducta y sus obras; como la impureza de una menstruante era su conducta  ante mí.  Entonces yo derramé mi furor sobre ellos, por la sangre que habían vertido en su tierra y por las basuras con las que la habían contaminado.  Los dispersé entre las naciones y fueron esparcidos por los países. Los juzgué según su conducta y sus obras. Y en las naciones donde llegaron, profanaron mi santo nombre, haciendo que se dijera a propósito de ellos: “Son el pueblo de Yahveh, y han tenido que salir de su tierra” (36,16-20).

Profanar el nombre de Dios es hacer que se hable mal de Él. Es lo contrario de santificar su hombre, haciendo que se hable bien de Él, dándole gloria por su poder o bondad. Al castigar a su pueblo Dios revela su santidad (20,41; Si 36,4); pero también puede suceder lo contrario, dando la impresión de impotencia, de haberse equivocado en la elección (22,16). Moisés usa este argumento a la hora de interceder por el pueblo pecador (Ex 32,12; Nm 14,16). Dios llega a sentir lástima por su nombre e interviene:

-Yo he sentido lástima de mi santo nombre, profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde había ido (36,21).

Dios a veces actúa en favor del pueblo, porque escucha su súplica, implorando su renovación (Sal 51) o el clamor del cuerno que le recuerda el sacrificio de Isaac. El estado de humillación de Israel le mueve a Dios a intervenir, salvándolo de sus enemigos. Ahora el Señor le dice a Ezequiel que va a intervenir, sin tener en cuenta al pueblo, sino únicamente en consideración de su nombre:

-Di a la casa de Israel: No hago esto por consideración a vosotros, sino por mi santo nombre, que vosotros habéis profanado entre las naciones adonde fuisteis. Yo santificaré mi gran nombre, que vosotros habéis profanado entre las naciones. Y las naciones sabrán que yo soy Yahveh, cuando yo, por medio de vosotros, manifieste mi santidad a la vista de ellos (36,22-23).

Dios es conocido siempre a través de su pueblo. En él es glorificado o despreciado. Las naciones conocen a Dios por lo que Israel refleja de Él. Para eso ha elegido Dios a su pueblo. Esa es la misión del pueblo elegido como propiedad personal del Señor (Sal 106,8). Pero Dios siempre es Dios. Puede recrear a su pueblo, devolverle a la tierra y cambiarle interiormente. Es la nueva alianza, que ahora anuncia Ezequiel. Dios arranca a Israel de la esclavitud del exilio, le purifica de sus pecados, le da un corazón nuevo y le infunde un nuevo espíritu. Es, pues, una nueva creación, fruto de la gracia de Dios, pues es obra totalmente suya:

-Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestro suelo. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; os purificaré de todas vuestras impurezas y de todas vuestras inmundicias. Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas (36,24-27).

Dios es el único sujeto de esta letanía de verbos. El primero es la clave de todos los demás: “yo santificaré mi gran nombre” (36,22). A esta acción se subordinan todas las demás. Dios desea santificar su nombre profanado por el exilio de su pueblo. Dios desea ser conocido por lo que es: el Dios santo y salvador, el Dios que se reveló a Moisés, exclamando: “Yahveh, Yahveh, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad” (ex 34,6),   “tardo a la cólera y rico en bondad” (Nm 14,18). Santificar el santo nombre de Dios es la primera y principal petición del Padrenuestro (Mt 6,9).

Ezequial profeta- corazón de piestra en corazón de carne

La santificación del nombre de Dios supone la salvación de su pueblo, al que se ha ligado, al elegirle como “su pueblo”, pueblo de su propiedad personal. Por ello con tres verbos anuncia Ezequiel el nuevo éxodo de Israel. Como les sacó de Egipto para constituirles “su pueblo”, ahora les toma, les congrega y les hace entrar en su tierra. Pero no basta con una simple vuelta a la tierra prometida. Si Israel vuelve con el mismo corazón y espíritu con que fue expulsado de la tierra la contaminaría de nuevo y debería repetirse una vez más el exilio. Por ello Dios les purifica de todas sus contaminaciones e idolatrías: “Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados” (36,25).

A esta primera acción negativa, sigue la acción positiva de recreación. Dios infunde su espíritu como principio de una vida nueva, pues el espíritu de Dios hace posible lo que la ley externa era incapaz de hacer (Rm 8,3). Esta será la nueva “alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días: pondré mi Ley en su interior y la escribiré sobre sus corazones, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jr 33,33). Ezequiel como en otras muchas ocasiones recoge la imagen de Jeremías y la elabora, ampliándola. También Jesucristo recoge la misma imagen al hablar de la nueva alianza. Ya no será una alianza escrita en tablas de piedra, sino en el corazón, no será una alianza exterior, sino que Dios la grabará en el interior del hombre, en lo íntimo del corazón, de modo que el hombre pueda ser fiel a Dios. Dios en nosotros, por su Espíritu, nos guiará en el amor al amor. Pablo presenta esta nueva vida en su teología de la gracia, que guía, impulsa, orienta nuestra libertad...

En el corazón de carne Dios infundirá su espíritu. Esta promesa del espíritu la recoge Joel (Jl 3,1ss), extendiéndola a todo el pueblo. En este sentido la cita san Pedro el día de Pentecostés (Hch 2,16ss). La acción interior del Espíritu no se limita a producir un cambio pasajero, sino que otorga un poder permanente para “vivir mis mandamientos”, con lo que se comienza un nuevo estilo de vida. Como fruto de la acción del Espíritu la alianza entre Dios e Israel será totalmente nueva, pues Israel podrá vivirla en fidelidad a Dios. Hasta la creación participa de este don del Espíritu:

-Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas (36,27).

En el mundo nuevo, además de la renovación de la creación, sobre todo Dios anuncia la renovación interior del hombre, con un corazón nuevo y un espíritu nuevo. No basta con curar un corazón enfermo, se hace necesario cambiar el corazón de piedra por uno de carne. El corazón de piedra es el corazón viejo, duro, insensible, impermeable a toda acción de Dios y a todo reclamo del prójimo. El corazón viejo ha de ser cambiado por uno nuevo, sensible al amor y, por ello, fiel a Dios. Sólo así la fórmula de la alianza pasa de ser una fórmula ritual a ser una realidad:

-Habitaréis la tierra que yo di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios (36,28).

Dios se manifestará como Dios de Israel, colmándolo de bendiciones. La fecundidad de la tierra prometida asombrará a Israel hasta el punto de sonrojarlo. El contraste entre el pecado propio y la bondad de Dios les impedirá toda vanagloria:

-Os salvaré de todas vuestras impurezas, llamaré al trigo y lo multiplicaré y no os someteré más al hambre. Multiplicaré los frutos de los árboles y los productos de los campos, para que no sufráis más el oprobio del hambre entre las naciones. Entonces os acordaréis de vuestra mala conducta y de vuestras perversas acciones y sentiréis asco de vosotros mismos por vuestras culpas y vuestras abominaciones (36,29-31).

Israel no se gloriará de sí mismo, pues todo es pura gratuidad, don pleno de Dios:

-No hago esto por vosotros, sabedlo bien. Avergonzaos y sonrojaos de vuestra conducta, casa de Israel (36,32).

“No lo hago por vosotros” está al centro de esta palabra de salvación. Es una frase que puede resultar chocante. Puede sonar en el oído de los oyentes como si el Señor les dijera “no os salvo por amor a vosotros, sino por amor de mi nombre”. Pero también se puede leer de otra manera: “No os salvo por vuestros méritos, porque os lo hayáis merecido, sino por fidelidad al amor con que he puesto mi nombre sobre vosotros”. Si Dios actúa para salvar la gloria de su nombre, no niega el amor a Israel, sino que lo presupone. Es el amor gratuito de la elección. Sólo por amor ha unido Dios su nombre a Israel. La gloria de Dios es la salvación de Israel. Y la salvación de Israel es la santificación del nombre de Dios.

La bendición de Dios se muestra en el campo y en la ciudad. Si ahora Ezequiel lo ve para el futuro, Isaías lo anuncia como inminente y lo describe con gozosa esperanza:

            -El día que yo os purifique de todas vuestras culpas, repoblaré las ciudades y las ruinas  serán reconstruidas; la tierra devastada será cultivada, después de haber sido una desolación a los ojos de todos los transeúntes (36,33-34).

Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. Esta abundancia de frutos será tan visible, que todos, al verlo, glorificarán a Dios y dirán:

-Esta tierra, hasta ahora devastada, se ha hecho como jardín de Edén, y las ciudades en ruinas, devastadas y demolidas, están de nuevo fortificadas y habitadas (36,35).

Así, dice el Señor, “las naciones que quedan a vuestro alrededor sabrán que yo, Yahveh, he reconstruido lo que estaba demolido y he replantado lo que estaba devastado. Yo, Yahveh, lo digo y lo hago” (36,35-36).

En los días de la prueba, Ezequiel predicaba la conversión de Israel. Ahora, después de la caída de Jerusalén, Ezequiel descubre que el pueblo del exilio no es el pueblo fiel que él desea. El exilio no ha hecho de Israel el pueblo santo del Señor. En medio de las gentes sigue “profanando el nombre de Yahveh”. Realmente no merece la restauración prometida. Esta constatación le lleva a Ezequiel a dar un salto en la fe, abriéndose plenamente a Dios, por encima de toda concepción humana de la salvación. Dios es Dios y se dará a conocer como Dios a las naciones salvando gratuitamente a su pueblo. Así glorificará su nombre. Dios santifica su nombre santificando a su pueblo. El Evangelio de Jesucristo y la incansable predicación de San Pablo llevarán a plenitud esta visión de la gracia, que alumbra en esta página de Ezequiel.

El pecado del hombre no vence el amor de Dios. La rebeldía del hombre no impide a Dios llevar adelante sus planes de salvación. La conversión del hombre no es la condición previa para alcanzar la bondad de Dios, sino la consecuencia de su amor gratuito.

 Ezequial profeta- corazón de piestra en corazón de carne

 


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