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EZEQUIEL, Parábolas, alegorías, cantos, enigmas y acciones simbólicas: 20. ELEGÍA POR EL NAUFRAGIO DE TIRO

Emiliano Jiménez Hernández

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El profeta Ezequierl: elegía por el naufragio de Tiro

 

 

                                  20. ELEGÍA POR EL NAUFRAGIO DE TIRO

 

Los profetas se ocupan de las naciones, con cuya historia se ve envuelto Israel (Am 1-2; Is 13-23; Jr 47-51). Se trata siempre de oráculos “contra las naciones”. Se las censura sobre todo su orgullo ante Dios y su violencia contra el pueblo de Dios. La arrogancia que las lleva a exaltarse por encima de Dios, confiando en su propio poder, es el caso de las grandes potencias, como Asiria, Egipto, Babilonia y Tiro. Esta arrogancia las lleva a verse precipitadas en el polvo, cuando pasa el poder de una a otra de ellas. Quienes habían puesto su confianza en la potencia de turno, al verla hundida hasta el suelo, caen en la consternación. En cambio, las naciones más pequeñas pecan sobre todo saqueando y oprimiendo al pueblo de Dios, tratando a veces de devorarlo del todo.

Según Ezequiel el juicio de Dios contra las naciones se debe a que “se han alegrado de la caída de su pueblo” (25,3.6), han negado su elección (26,8), han desfogado su odio contra Israel (25,12.15). Ahora bien, Israel puede ser infiel a Dios y merecer su castigo, el exilio, pero es “siempre pueblo consagrado al Señor, primicias de su cosecha, quien lo come, lo paga” (Jr 2,3). Las naciones circundantes han tocado a Israel, Dios interviene contra ellas. Ezequiel profetiza contra siete naciones. Comienza por los vecinos de Israel, desde el este, siguiendo el sentido de las agujas del reloj: Amón, Moab, Edom, Filistea, Tiro, Sidón y Egipto (25,1-32,32).

La restauración de Israel, que anuncia Ezequiel, exige el exterminio de esos pueblos, para que Israel goce de una  paz duradera. La historia del Oriente Próximo estuvo dominada durante siglos por la rivalidad de dos grandes potencias: Egipto, por una parte, y Asiria y Babilonia, por otra. Israel se halla casi a la misma distancia de ambos rivales, entre el Nilo y el Éufrates. Situada en el camino que recorren esas potencias, desprovista de fronteras naturales, Palestina ocupa una situación singularmente incómoda. Se la considera “la puerta de los pueblos” (26,2).

Sólo comento la elegía por el naufragio de Tiro y el anuncio de la caída de Egipto. Para muchos comentaristas los capítulos (26-28) dedicados a Tiro son de los más brillantes de Ezequiel. Tiro, en el Líbano actual, se halla sobre una roca que emerge del mar, a unos cuantos kilómetros de la tierra firme (26,3-4). Circundada por el mar, era prácticamente inexpugnable. En realidad está suspendida en alto como un trono, donde se sienta orgulloso su rey. Desde la “Roca de los mares” parten en todas direcciones sus famosas naves. Sus marinos llegaron hasta Occidente, propagando el alfabeto, que asimilaron los griegos. De Tiro eran los arquitectos y constructores principales del templo de Salomón (1R 5; 9,25). Jezabel, la esposa de Acab, era hija del rey de Tiro (1R 1,16). Tiro fue uno de los promotores de la rebelión contra Nabucodonosor (Jr 27,2-11), por lo que éste atacó a Tiro, después de tomar Jerusalén (Ez 26,3). Pero el rey de Babilonia no pudo vencerla a causa de su posición estratégica. Sólo Alejandro Magno, después de unirla a tierra por un dique artificial, logró tomarla y destruirla en el año 332 antes de Cristo.

El profeta Ezequierl: elegía por el naufragio de Tiro

Lo que caracteriza a Tiro y la hace importante es sobre todo el comercio. Sus naves surcan el Mediterráneo, transportando mercancías de todos los pueblos de Oriente. Ezequiel escribe la larga lista de naciones que comercian con Tiro (27,12-25). Su comercio significa riqueza y poder. Seguridad, al estar defendida por el mar, y riqueza la llevan a sentirse “perfecta en belleza” (27,3), “rica y gloriosa en medio de los mares” (27,25). Pero esto tiene una consecuencia inmediata, según la denuncia de Ezequiel:

-Tu corazón se ha engreído y has dicho: Soy un dios, estoy sentado en un trono divino, en el corazón de los mares (28,2).

Para describir este esplendor, Ezequiel coloca al príncipe de Tiro en el jardín del Edén:

-Eras el sello de una obra maestra, lleno de sabiduría, acabado en belleza. En Edén estabas, en el jardín de Dios. Toda suerte de piedras preciosas formaban tu manto: rubí, topacio, diamante, crisólito, piedra de ónice, jaspe, zafiro, malaquita, esmeralda; en oro estaban labrados los aretes y pinjantes que llevabas, aderezados desde el día de tu creación. Querubín protector de alas desplegadas te había hecho yo, estabas en el monte santo de Dios, caminabas entre piedras de fuego. Fuiste perfecto en su conducta desde el día de tu creación, hasta el día en que se halló en ti la iniquidad.(28,12-15).

El lujo desenfrenado de su riqueza lleva a Tiro al orgullo de sentirse por encima de Dios:

-Con tu sabiduría y tu inteligencia te has hecho una fortuna, has amontonado oro y plata en tus tesoros. Por tu gran sabiduría y tu comercio has multiplicado tu fortuna, y por su fortuna se ha engreído tu corazón. Por eso, así dice el Señor Yahveh: Porque has equiparado tu corazón al corazón de Dios (28,4-6)

Por ello a Tiro le llega el momento en “que se abajará toda altanería humana” (Cf Is 2,12-18). Es el día en que Dios se alza y le dice a Ezequiel:

-Hijo de hombre, di al príncipe de Tiro: Así dice el Señor Yahveh:... Tú que eres un hombre y no un dios, equiparas tu corazón al corazón de Dios (28,2).

Dios reduce Tiro a una roca pelada (25,4.14), convertida en un “tendedero de redes” (26,5). De sus magníficos palacios y de sus riquezas no quedará nada en pie. “Heme aquí contra ti” (26,3), dice el Señor, atribuyéndose lo que realiza mediante sus instrumentos, los “pueblos numerosos, es decir, el gran ejército de Nabucodonosor con sus innumerables mercenarios. Este ejército cae sobre Tiro como las olas del mar contra sus acantilados (26,3). Entonces cesa el tumulto de la ciudad alegre por su rico comercio:

El profeta Ezequierl: elegía por el naufragio de Tiro

-Yo haré cesar la armonía de tus canciones, y no se volverá a oír el son de tus cítaras.  Te convertiré en roca pelada, quedarás como secadero de redes; no volverás a ser reconstruida  (26,13-14).

Ezequiel presenta la ciudad de Tiro como un imponente edificio que se viene abajo ante el estupor de sus antiguos admiradores. Las ciudades costeras del Mediterráneo, las islas del mar, que vivían del comercio de Tiro, al verla hundida, hacer grandes manifestaciones de duelo, se despojan de sus mantos y se visten de espanto (26,16). También Ezequiel entona una bellísima elegía a la pasada gloria de la gran ciudad comercial. Es el capítulo 27, que se debe leer entero.

Bajo la imagen de un navío orgulloso y lujosamente empavesado, con una tripulación formada por excelentes soldados y ricos comerciantes, con sus bodegas llenas de exóticas mercancías, Ezequiel nos describe a Tiro en el momento de naufragar.  Los ejércitos, que el Señor manda contra Tiro, son como olas sucesivas que en un día de gran borrasca la cubren y la sacuden por todos lados.

El naufragio de Tiro va a asombrar al mundo. La nave, rica y gloriosa, sobrecargada de riquezas, conducida a alta mar, se hace pedazos al ser alcanzada por el viento huracanado del este. Con la nave se hunden en el mar sus riquezas y cuantos vivían de ellas. Así Tiro, que parecía un dios, yace en el abismo del mar, destruida para siempre.

En el capítulo 28 se personifica a Tiro con un rey arrogante que será hundido en el polvo porque, no siendo más que un hombre, se exalta por encima de toda medida humana, y en segundo lugar, se hunde porque, habiendo sido exaltado por Dios, rechaza ese honor y busca su propia gloria por su cuenta, por otros caminos de su agrado. Con ironía Ezequiel habla de la gran sabiduría de Tiro puesta al servicio de una locura, es decir, en la búsqueda de riquezas y esplendor que perecen:

-Con tu sabiduría y tu inteligencia te has hecho una fortuna, has amontonado oro y plata en tus tesoros. Por tu gran sabiduría y tu comercio has multiplicado tu fortuna, y por su fortuna se ha engreído tu corazón. Por eso, así dice el Señor Yahveh: Porque has equiparado tu corazón al corazón de Dios, por eso, he aquí que yo traigo contra ti extranjeros, los más bárbaros entre las naciones. Desenvainarán la espada contra tu linda sabiduría, y profanarán tu esplendor; te precipitarán en la fosa, y morirás de muerte violenta en el corazón de los mares. ¿Podrás decir aún: Soy un dios, ante tus verdugos? Pero serás un hombre, que no un dios, entre las manos de los que te traspasen. Tendrás la muerte de los incircuncisos, a manos de extranjeros (28,4-10).

El profeta Ezequierl: elegía por el naufragio de Tiro

 

 

Tiro, elegida por Dios, es desechada (28,11-19). Ezequiel, en una evocación del paraíso perdido por Adán y Eva, presenta alegóricamente la historia de las relaciones entre Tiro e Israel. Tiro es la única nación vecina no hostil a Israel. Pero después de esa prolongada relación amistosa con Israel, Tiro se enriqueció, con lo que se llenó de orgullo y despreció al reino humilde y pequeño de Israel. Como sólo le interesaba “acumular riquezas” se fue corrompiendo hasta que, en la persona de un miembro de la familia real, fue expulsado del templo y de la tierra (2R 11,13-16), con lo que quedó sellada su separación del pueblo de Dios, ganándose la firme condena que anuncia Ezequiel.

             Ezequiel contempla al rey de Tiro bajo la misma luz con que Isaías había visto al rey de Babilonia (Is 14). Con su orgullo ha instalado su trono en los cielos, irguiéndose contra Dios. Por ello, Dios lo derriba de su trono, precipitándolo en el abismo del sheol. El príncipe de Tiro repite, como el rey de Babilonia, “yo soy un dios”. Ezequiel, en nombre de Dios, le replica:

-¡No, tú eres un hombre!

Ezequiel, para describir el pecado de Tiro, toma los símbolos del Edén perdido por el orgullo del hombre. En su arrogancia el hombre desea ocupar el puesto de Dios, suplantarlo y decidir por sí mismo lo que es justo y lo que es injusto, en vez de acoger lo que Dios propone como bueno o malo. El paraíso terrenal, que Ezequiel nos pinta, parece un jardín repleto de maravillas:

-Eras el sello de una obra maestra, lleno de sabiduría, acabado en belleza. En Edén estabas, en el jardín de Dios. Toda suerte de piedras preciosas formaban tu manto: rubí, topacio, diamante, crisólito, piedra de ónice, jaspe, zafiro, malaquita, esmeralda; en oro estaban labrados los aretes y pinjantes que llevabas, aderezados desde el día de tu creación (28,12-13).

La industria de orfebrería y de piedras preciosas, floreciente en Tiro, hace que Ezequiel compare al príncipe de Tiro, con una joya exquisita. Alude igualmente al vidrio de su litoral:

-Querubín protector de alas desplegadas te había hecho yo, estabas en el monte santo de Dios, caminabas entre piedras de fuego (28,14).

Sin embargo estos dones de Dios no han llevado a Tiro a la gratitud, sino al orgullo:

-Fuiste perfecto en tu conducta desde el día de tu creación, hasta el día en que se halló en ti iniquidad. Por la amplitud de tu comercio se ha llenado tu interior de violencia, y has pecado. Y yo te he degradado del monte de Dios, y te he eliminado, querubín protector, de en medio de las piedras de fuego. Tu corazón se ha pagado de tu belleza, has corrompido tu sabiduría por causa de tu esplendor. Yo te he precipitado en tierra, te he expuesto como espectáculo a los reyes. Por la multitud de tus culpas por la inmoralidad de tu comercio, has profanado tus santuarios. Y yo he sacado de ti mismo el fuego que te ha devorado; te he reducido a ceniza sobre la tierra, a los ojos de todos los que te miraban. Todos los pueblos que te conocían están pasmados por ti. Eres un objeto de espanto, y has desaparecido para siempre (28,15-19).

Unos siglos después, el autor del Apocalipsis, se sirve de las mismas imágenes, recreándolas a su modo, para describir la caída de otra potencia que se levanta, igualmente arrogante, sobre los mares: la gran prostituta, la gran ciudad, la bestia del Apocalipsis, Roma, la perseguidora de los cristianos (Ap 18-19).

Ezequiel tiene ante sus ojos la isla de Tiro, pero su palabra cobra un significado más profundo. Con su mirada de profeta nos da una visión del mundo y de la historia. Toda potencia humana, cuando se alza sobre la cresta de las olas, está amenazada de caer en la tentación de creerse dios. Y ésta es un tentación satánica. Sólo Dios es Dios y quien quiera revestirse del manto de dios caerá a tierra por su mismo peso. La historia es una letanía de ejemplos de esta parábola: Adán, los constructores de la torre de Babel, el Faraón de Egipto, Asiria, Tiro...

Egipto, la gran potencia del Oriente Medio antiguo, ha suscitado siempre una fuerte atracción sobre los pequeños reinos de Palestina. Israel, ya desde sus orígenes, siente esa atracción. Según Ezequiel, el nacimiento del pueblo como pueblo de Dios se identifica con el abandono de Egipto, donde predominaba la prostitución con los ídolos y donde la virgen de Israel ha sido violentada (23,3). Pero ya en el camino por el desierto Israel siente la tentación de volverse a Egipto. Y, una vez establecido en la tierra, son muchas las veces en que desea sellar una alianza con Egipto (c. 16,20 y 23), aunque ello suponga una infidelidad al Señor. Los oráculos contra Egipto son intentos del profeta que desea disuadir al pueblo de toda alianza con Egipto. Para Ezequiel una alianza con Egipto es inútil y peligrosa:

-Has sido un apoyo de caña para la casa de Israel; cuando ellos te agarraban, te rompías en sus manos y desgarrabas toda su palma; cuando se apoyaban en ti, te hacías pedazos y hacías vacilar todos los riñones (29,6-7).

Algo semejante había dicho Isaías (Is 36,6). Y también Jeremías se opone a toda alianza con Egipto. Para Ezequiel desear volver a Egipto, aliarse con Egipto, es desear el pasado cuando Israel no conocía a Dios; es un abandono del Señor y volver a la idolatría. Es poner a Egipto en  lugar de Dios.

Ezequiel presenta a Egipto como un inmenso cocodrilo recostado en medio del Nilo, que considera obra suya y no del Señor. Por eso Dios le amenaza con echarlo fuera del río, donde está su vida, y arrojarlo al desierto, donde se convertirá en carroña, en pasto de las fieras (29,4-5).

Este primer oráculo contra Egipto se concluye con una promesa. Es un texto curioso en el que Ezequiel anuncia la esperanza de una alianza con Dios por parte de una de las grandes potencias paganas y hostil a su pueblo: Egipto. Antes de Ezequiel, Isaías imagina a Dios dirigiéndose con amor a Egipto, Asiria e Israel. Dios desea construir un mundo nuevo en el que entran hasta los enemigos de Israel: “Será conocido Yahveh de Egipto, y conocerá Egipto a Yahveh aquel día, le servirán con sacrificio y ofrenda, harán votos a Yahveh y los cumplirán. Yahveh herirá a Egipto, pero al punto le curará. Se convertirán a Yahveh, y él será propicio y los curará. Aquel día habrá una calzada desde Egipto a Asiria. Vendrá Asur a Egipto y Egipto a Asiria, y Egipto servirá a Asur. Aquel día será Israel tercero con Egipto y Asur, objeto de bendición en medio de la tierra, pues le bendecirá Yahveh Sebaot diciendo: Bendito sea mi pueblo Egipto, la obra de mis manos Asur, y mi heredad Israel” (Is 19,21-25).

Ezequiel anuncia que Egipto “conocerá que Yahveh es el Señor” el día en que se convierta. Para su conversión Dios le hiere hasta reducirlo a una pequeña nación, sin orgullo, sin pretensiones de dominar el mundo, sin ofrecer una esperanza ilusoria a Israel. Dios le dice:

-Hijo de hombre, vuelve tu rostro hacia Faraón y profetiza contra él y contra todo Egipto. Dile: Aquí estoy contra ti, Faraón, rey de Egipto, gran cocodrilo, recostado en medio de sus Nilos, tú que has dicho: “Mi Nilo es mío. yo mismo lo he hecho”. Voy a ponerte garfios en las quijadas, pegaré a tus escamas los peces de tus Nilos, te sacaré fuera de tus Nilos, con todos los peces de tus Nilos, pegados a tus escamas. Te arrojaré al desierto, a ti y a todos los peces de tus Nilos (29,1-5)... Dispersaré a los egipcios entre las naciones y los esparciré por los países.  Pero al cabo de cuarenta años, reuniré a los habitantes de Egipto de entre los pueblos en los que habían sido dispersados. Recogeré a los cautivos egipcios y los haré volver al país de Patrós, su país de origen. Allí formarán un reino modesto. Egipto será el más modesto de los reinos y no se alzará más sobre las naciones; le haré pequeño para que no vuelva a imponerse a las naciones. No volverá a ser para la casa de Israel apoyo de su confianza, que provoque el delito de irse en pos de él. Y se sabrá que yo soy el Señor Yahveh (29,13-16).

Son siete los oráculos de Ezequiel contra Egipto (c. 29-32). Con ellos termina esta parte del libro de Ezequiel. El profeta ha hecho ver a los exiliados el juicio de Dios sobre su pueblo, la “casa rebelde de Israel”, y el juicio de Dios sobre las naciones paganas, que se han excedido en su papel de instrumentos de la justicia divina. Ahora comienza la segunda parte del libro, en donde Ezequiel anuncia la misericordia de Dios, que desea reconstruir a su pueblo. Desmontadas las falsas ilusiones de los exiliados, el profeta les anuncia el amor gratuito de Dios. A la desesperación del pueblo tras la caída de Jerusalén, Ezequiel responde con un mensaje de esperanza.

 El profeta Ezequierl: elegía por el naufragio de Tiro

 


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