EZEQUIEL, Parábolas, alegorías, cantos, enigmas y
acciones simbólicas:
19. MUERTE DE SU ESPOSA
Emiliano
Jiménez Hernández
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19. MUERTE DE SU ESPOSA
Ezequiel es
profeta de Dios. Su palabra es palabra de Dios. Por ello también su vida
se convierte en palabra de Dios. Dios asume la vida del profeta y hace
de ella un símbolo de su acción. Con la actuación en la vida de
Ezequiel, Dios habla al pueblo, le transmite un mensaje. Esta vez no se
trata de una representación ante los desterrados, sino de la misma vida
de Ezequiel que aparece como espectáculo ante ellos. Es algo que también
vive Pablo, que nos dice: “pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios
nos ha puesto como espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres”
(1Co 4,9). Antes lo fue el matrimonio de Oseas con una mujer, prostituta
primero y adúltera después. Palabra de Dios es la vida célibe de
Jeremías. Todos ellos llevan en el dolor de su propia carne el mensaje
que anuncian. Ahora se hace palabra la muerte prematura de la esposa de
Ezequiel. Este acontecimiento doloroso de su vida se convierte en
parábola en acción. La palabra de Yahveh le anuncia lo más inesperado:
-Hijo de hombre,
mira, voy a quitarte de golpe el encanto de tus ojos. Pero tú no te
lamentes, no llores, no derrames una sola lágrima (24,15-16).
Ezequiel cierra
la primera etapa de su ministerio, en el que anuncia la caída de
Jerusalén, con esta acción simbólica, la acción más trágica de su vida:
la muerte de su esposa. A Jeremías Dios le prohíbe participar en el luto
de los demás: “No entres en casa de duelo, ni vayas a plañir, ni les
consueles; pues he retirado mi paz de este pueblo, la merced y la
compasión. Morirán grandes y chicos en esta tierra. No se les sepultará,
ni nadie les plañirá, ni se arañarán ni se raparán por ellos, ni se
partirá el pan al que está de luto para consolarle por el muerto, ni le
darán a beber la taza consolatoria por su padre o por su madre” (Jr
16,5-7). A Ezequiel se le prohíbe desahogar en público su dolor, ha de
sufrir en silencio:
-Lamentate en
silencio, sin hacer el duelo de muertos. Ciñe el turbante a tu cabeza,
ponte tus sandalias en los pies, no te cubras la barba, ni comas el pan
del duelo (24,17).
Isaías anuncia la
catástrofe de Jerusalén para el futuro. Jeremías y Ezequiel son
contemporáneos de su realización. En su vida cae Jerusalén, es
incendiado el templo, se derrumba el estado de Israel. Con ellos se
llega al final; tras ellos no hay porvenir. Ninguno de los dos tiene
hijos. Jeremías permanece célibe (Jr 13,1) y de Ezequiel, a quien se le
muere la esposa, el texto no dice nada de que le hubiera dado hijos. En
su propia existencia llegan al punto más bajo de la historia de Israel.
Aunque Ezequiel es más joven que Jeremías, ambos profetas asisten a los
acontecimientos que, desde el reinado de Josías, preparan la caída del
reino de Judá. Ambos ven desaparecer a cinco reyes. Dos de ellos, Josías
y su hijo Yoyaquim, mueren acribillados de flechas en el campo de
batalla. Los otros tres, -Joacaz, Joaquín y Sedecías, hijos o nietos de
Josías-, morirán en las prisiones del exilio, en Egipto o en Babilonia.
Y es que Jerusalén está situada entre los bloques rivales, inclinándose
unas veces ante uno y otras ante el otro, pero colocándose siempre del
lado peor. Jeremías y Ezequiel, en Jerusalén o en Babilonia, cargan en
su persona con el peso de esta realidad histórica. Si Jeremías se pasea
por las calles de Jerusalén con un yugo a sus espaldas (Jr 28), Ezequiel
permanece clavado en su lecho, inmóvil durante el tiempo de espera de la
catástrofe, mudo desde la muerte de su esposa.
Ezequiel ha
escuchado la palabra de Dios quizás en la noche; en la mañana se la
transmite al pueblo y en la tarde la palabra se cumple. Su esposa muere
repentinamente:
-Yo hablé al
pueblo por la mañana, y por la tarde murió mi esposa; y al día siguiente
por la mañana hice como se me había ordenado (24,18).
El comportamiento
de Ezequiel es llamativo, con lo que se convierte en signo para el
pueblo. Todos conocen el amor de Ezequiel a su esposa, “el encanto de
sus ojos”. ¿Cómo es que no le hace ni siquiera los gestos rituales de
duelo? El pueblo, que va a condolerse con él, le dice:
-¿No nos explicarás qué significado tiene para nosotros lo que estás
haciendo? (24,19).
Ezequiel se calla sus sentimientos y transmite la palabra que Yahveh le
dirige:
-He aquí que yo voy a profanar mi santuario, orgullo de vuestra
fuerza, encanto de vuestros ojos, pasión de vuestras almas. Vuestros
hijos y vuestras hijas, que habéis
abandonado, caerán a espada (24,21).
El santuario de Jerusalén es para Dios y para los israelitas lo que la
esposa es para Ezequiel. Dios proclama sus cualidades, exaltando al templo
como lugar de protección, expresión de belleza y de valor espiritual. Si
Ezequiel no muestra signos de conmoción ante la pérdida de su esposa, Yahveh
se mostrará también impasible ante la pérdida del templo. Ezequiel exhorta
al pueblo a hacer lo que él está viviendo ante ellos:
-Y vosotros haréis como yo: no os cubriréis la barba, no comeréis pan de
duelo, seguiréis llevando
vuestros adornos en la cabeza y vuestras sandalias en los pies, no os
lamentaréis ni lloraréis. Os consumiréis a causa de vuestras culpas y
gemiréis los unos con los otros (24,22-23).
La destrucción de Jerusalén será como la muerte de la esposa de Ezequiel.
Los israelitas se encontrarán ante un acontecimiento imprevisto, inesperado,
repentino, hasta el punto que no podrán hacer ni siquiera los gestos propios
del luto. Será algo tan desesperante que no tendrán ni lágrimas para
llorarlo. El profeta es un signo para todos:
-Ezequiel será para vosotros un símbolo; haréis todo lo que él ha hecho. Y
cuando esto suceda, sabréis que yo soy el Señor Yahveh (24,24).
Con la muerte de su esposa, prefiguración anticipada de la destrucción del
templo de Jerusalén, Ezequiel se queda mudo. La mudez le va a durar hasta
que un fugitivo lleve la noticia a los desterrados de la destrucción de
Jerusalén. En el anuncio de la destrucción del templo, Ezequiel nos deja el
eco mudo de su amor, como sacerdote, por el santuario de Dios. Se trata del
encanto de sus ojos, del amor de su alma. Ezequiel dedica al templo las
mismas expresiones que dedica a sus esposa y que la esposa del Cantar de los
cantares dedica al esposo. La destrucción de templo le deja mudo. Sólo el
dolor de la noticia le hará recobrar el habla:
-Y tú, hijo de hombre, el día en que yo les quite su apoyo, su alegre
ornato, el encanto de sus ojos, el anhelo de su alma, sus hijos y sus hijas,
ese día llegará donde ti el fugitivo que traerá la noticia. Aquel día se
abrirá tu boca para hablar al fugitivo; hablarás y ya no seguirás mudo;
serás un símbolo para ellos, y sabrán que yo soy Yahveh (24,25-27).
El anuncio de la destrucción de Jerusalén es una experiencia tan fuerte que
Ezequiel no olvida. Recuerda su fecha con precisión:
-El año duodécimo, el día cinco del décimo mes de nuestra cautividad, llegó
donde mí el fugitivo de Jerusalén y me anunció: “La ciudad ha sido tomada”.
La mano de Yahveh había venido sobre mí, la tarde antes de llegar el
fugitivo, y me había abierto la boca para cuando éste llegó donde mí por la
mañana; mi boca se abrió y no estuve más mudo (33,21-22).
La mudez de Ezequiel se hace palabra elocuente del silencio de Dios durante
la destrucción del templo y la ciudad. Al levantarse la gloria de Dios y
abandonar el templo de Jerusalén, Ezequiel queda paralizado y mudo. La
inmovilidad es símbolo del asedio de Jerusalén. También por esos días está
Jeremías encerrado realmente en prisión (Jr 20; 32,3; 33,1; 38). Ezequiel
nos dice de sí mismo:
-Entonces, el espíritu entró en mí y me dijo: “Ve a encerrarte en tu casa”.
Hijo de hombre, he aquí que se te van a echar cuerdas con las que serás
atado, para que no aparezcas en medio de ellos. Yo haré que tu lengua se te
pegue al paladar, quedarás mudo y dejarás de ser su censor, porque son una
casa de rebeldía. Mas cuando yo
te hable, abriré tu boca y les dirás: Así dice el Señor Yahveh; quien quiera
escuchar, que escuche, y quien no quiera, que lo deje; porque son una casa
de rebeldía (3,25-27).