Emiliano
Jiménez Hernández
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17. APÓLOGO DE LAS DOS HERMANAS ADÚLTERAS
Parece un cuento
erótico, que Dios narra a Ezequiel. Pero es la triste historia de la
infidelidad de Israel a su Dios. La alegoría del capítulo 16 se repite
una vez más, como una espina que Dios lleva clavada en el corazón. “La
palabra de Dios me fue dirigida”. Dios se desahoga con su profeta, como
un esposo traicionado necesita volver a contar su pena a un amigo.
-Hijo de hombre:
Había dos mujeres, hijas de la misma madre (23,2).
Es la comunidad
de Israel, la joven que Dios encontró abandonada (c. 16). Aquí son dos
hermanas, los dos reinos en que se dividió Israel a la muerte de
Salomón: Israel y Judá. Las dos hermanas, -Samaría, capital del reino
del norte, y Jerusalén, capital del reino de sur-, compiten en maldad,
parece que cada una trata de superar a la otra en fornicaciones.
Ezequiel coloca su primera infidelidad ya en su juventud o adolescencia.
Sus fornicaciones comenzaron en Egipto, antes de ser pueblo de Dios:
-Fornicaron en
Egipto; en su juventud ya fornicaron. Allí fueron palpados sus pechos y
acariciado su seno virginal (23,3).
Esta infidelidad
inicial subraya la total indignidad de las jóvenes y la elección
gratuita de Dios, que conoce su vida y, no obstante, las elige como
esposas. Algo que había simbolizado Oseas en su misma persona. Ezequiel
puede aludir también a la situación de Israel en el momento de la
separación de los dos reinos. Jeroboam, fundador del reino del norte,
buscó refugio en Egipto, huyendo de Salomón (1R 12,2; 11,40). Y Roboam,
rey de Judá, hijo de Salomón, estaba sometido a Egipto (1R 9,16). Los
dos reinos hermanos tenían, pues, alianza con Egipto, por lo que se dice
de desde su mocedad se prostituyeron a Egipto (23,2), aunque ambos
reinos pertenecían a Yahveh:
-Estos eran sus
nombres: Oholá, la mayor, y Oholibá, su hermana. Fueron mías y dieron a
luz hijos e hijas (23,4).
Mientras que en
la alegoría del capítulo 16 la infidelidad conyugal consistía en la
idolatría, ahora son las alianzas políticas con las potencias de turno,
de las cuales se sigue siempre la idolatría, pues un pacto con una
nación pagana supone abrir la puerta de Israel a sus ídolos y cultos
paganos. Ezequiel denuncia el pecado de Israel primero y luego el de
Judá con expresiones vivas y crudas, sin tapujos ni miramientos:
-Oholá, siendo
mía, fornicó y se enamoró perdidamente de sus amantes, los asirios...,
todos ellos jóvenes apuestos y hábiles caballeros. Eran todos ellos la
flor de los asirios y fornicó con todos ellos, contaminándose con los
ídolos de todos sus amantes. Pero no dejó de fornicar con los egipcios,
que se habían acostado con ella en su juventud, acariciando su seno
virginal, y desahogando con ella su lascivia (23,5-8).
El reino del
norte, Israel, se siente atraído por el poderío militar de Asiria, pero
al mismo tiempo busca el apoyo de Egipto para no caer del todo bajo el
poder asirio, con lo que provoca al soberano y se acarrea su ruina. Los
asirios destruyen el reino de Israel el año 721 (2R 17; Os 7,11). En sus
amantes encuentra su castigo:
-Por eso yo la
entregué en manos de sus amantes, en poder de los asirios, de quienes se
había enamorado. Ellos descubrieron su desnudez, le arrebataron sus
hijos y sus hijas, y a ella misma la mataron a espada. Vino así a ser
ejemplo para las mujeres, porque se había hecho justicia de ella
(23,9-10).
El pecado de
Oholibá, su hermana, es parecido, pero cargado de agravantes. En primer
lugar, por no haber escarmentado en su hermana. Viendo los frutos de las
alianzas con las potencias circundantes, Judá podía haberse mantenido
fiel a Dios, sin poner su confianza en el poder humano. Podía haber
adquirido un poco de discernimiento y prudencia. El exilio de Israel
bajo el dominio de Asiria podía haberla llevado a comprender donde
conduce la infidelidad a Dios. Pues no, Judá busca alianzas con las
mismas potencias, Asiria y Egipto, y además coquetea con la nueva
potencia, los caldeos, dueños ahora del nuevo imperio de Babilonia.
Los tratos con
los asirios se remontan a los tiempos de Oseas e Isaías. Sus tratos con
Egipto son más recientes, más o menos simultáneos al pacto con
Babilonia. Como dato curioso Ezequiel ve un agravante en el hecho de que
Judá se enamore de los caldeos sólo por los grabados de ellos, que ha
visto en los muros. Dios se presenta, como testigo ocular, denunciando
estos amores adulterinos:
-Su hermana
Oholibá vio esto, pero su pasión y sus prostituciones fueron todavía más
escandalosas que las de su hermana. Se enamoró de los asirios... Yo vi
que estaba impura; la conducta era la misma para las dos, pero ésta
superó sus prostituciones: vio hombres pintados en la pared, figuras de
caldeos pintadas... y en cuanto los vio se enamoró de ellos y les envió
mensajeros a Caldea. Los babilonios vinieron donde ella, a compartir el
lecho de los amores y a contaminarla con su lascivia; y cuando se
contaminó con ellos, su deseo se apartó de ellos (23,11-17).
Dios, ante las
continuas infidelidades de Israel, tiene una sensación de hastío, como
si ya no pudiera aguantar más sus adulterios:
-Dejó al
descubierto sus prostituciones y su desnudez; y yo me aparté hastiado de
ella como me había apartado de su hermana (23,18).
Asirios y
babilonios no bastan para calmar sus apetencias. Judá se acuerda de sus
fornicaciones de juventud, añorando a los egipcios:
-Pero ésta
multiplicó sus prostituciones, acordándose de los días de su juventud,
cuando se prostituía en el país
de Egipto, y se enamoraba de aquellos disolutos de carne de asnos
y miembros de caballos (19-20).
Dios, señalados
sus amantes, interpela directamente a la adúltera:
-Has renovado así
la inmoralidad de tu juventud, cuando en Egipto acariciaban tu busto
palpando tus pechos juveniles (23,21).
Ante tal
situación, Dios impulsa a los amantes contra la adúltera, que es infiel
a todos. Lo que antes les hacía atrayentes, ahora se vuele amenazador.
De todas partes llegan los más diversos pueblos con toda clase de armas
contra Judá, la infiel:
-Pues bien,
Oholibá, así dice el Señor Yahveh: He aquí que yo suscito contra ti a
todos tus amantes, de los que te has apartado; los voy a traer contra ti
de todas partes, a los babilonios y a todos los caldeos, los de Pecod,
de Soa y de Coa, y con ellos a todos los asirios ... y vendrán contra ti
desde el norte carros y carretas, con una asamblea de pueblos. Por todas
partes te opondrán adargas, escudos y yelmos. Yo les daré el encargo de
juzgarte y te juzgarán conforme a su derecho (22-24).
La pasión de
Dios, que hace de los pueblos los ejecutores de su sentencia, es una
pasión de amor. Son los celos, que le provoca el amor traicionado, los
que encienden su cólera:
-Desencadenaré
mis celos contra ti, y te tratarán con furor, te arrancarán la nariz y
las orejas, y lo que quede de los tuyos caerá a espada; se llevarán a
tus hijos y a tus hijas, y lo que quede de los tuyos será devorado por
el fuego. Te despojarán de tus vestidos y se apoderarán de tus joyas
(23,25-26).
Con este castigo
acabarán las fornicaciones que comenzaron en Egipto y terminan con la
alianza fallida de Egipto:
-Yo pondré fin a tu inmoralidad y a tus prostituciones comenzadas en Egipto;
no levantarás más tus ojos hacia ellos, ni volverás a acordarte de Egipto.
Porque yo te entrego en manos de los que detestas, en manos de aquellos de
los que te has apartado... Porque he hablado yo, oráculo del Señor Yahveh
(23,27-34).
Toda esta situación tiene su origen en el olvido del Señor. El hombre no
puede vivir en el vacío. Su corazón descansa en Dios o en el vacío de los
ídolos:
-Puesto que me has olvidado y me has vuelto las espaldas, carga tú también
con tu inmoralidad y tus fornicaciones (23,38).
Toda la historia de Israel es una historia de pecado, que provoca el castigo
inevitable de parte de Dios. Ezequiel denuncia a Israel por su olvido
continuo de Dios. Al prostituirse con los egipcios, asirios y babilonios,
Israel y Judá han manifestado su desconfianza en Dios. Al entregarse a los
amantes, han ofendido al esposo. Y el colmo de la maldad, cargada de
cinismo, es que los habitantes de Samaría y de Jerusalén, después de manchar
sus manos de sangre sacrificando sus hijos a Moloc, se presentan el mismo
día a ofrecer sus ofrendas en el santuario de Yahveh (23,39).
Quizás pueda parecer duro el lenguaje de este capítulo. Pero el castigo no
es la última palabra de Ezequiel. Hay en él una palabra de salvación para
Israel y Judá. Para entender la historia de Dios con las dos hermanas
conviene esperar o quizás saltar hasta el capítulo de las “dos varas”,
símbolo de los dos reinos, que Dios une en su mano. Libres de pecado, unidos
en la mano del Señor, ambos reinos “serán mi pueblo y yo seré su Dios”
(37,23). Es la sentencia final de Dios sobre Israel y Judá.