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EZEQUIEL, Parábolas, alegorías, cantos, enigmas y acciones simbólicas: 13. LA LEONA Y LOS CACHORROS

Emiliano Jiménez Hernández

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El profeta Ezequiel: la leona y los cachorros

 

 

                                          13. LA LEONA Y LOS CACHORROS

 

Ezequiel llama elegía a este poema de la leona y sus cachorros. La elegía se suele emplear en los ritos fúnebres. Es así, por ejemplo, la que entona David cuando le llega la noticia de la muerte de Saúl y Jonatán (2S 1). Cuando se entona una elegía por la muerte de un enemigo, suele cargarse de ironía, como la que entona Isaías a la muerte de un tirano (Is 14,3-23). Ezequiel entona esta elegía, que parece igualmente una alegoría, pensando en los reyes de Israel, como anuncia el primer versículo: “Y tú entona una elegía sobre los príncipes de Israel”:

-¿Qué era tu madre? ¡Una leona entre leones! Echada entre los leoncillos, criaba a sus cachorros. Exaltó a uno de sus cachorros, que se hizo un león joven; y aprendió a desgarrar su presa, devorando hombres. Reclutaron entre las naciones gentes contra él, lo apresaron en la fosa, y con garfios se lo llevaron al país de Egipto (19,1-4).

Ezequiel nos presenta a Israel como una madre, que ha dado a luz a todos sus hijos. Así aparece como una leona rodeada de sus cachorros. Israel se siente un reino fuerte en medio de los reinos vecinos. Cuida y nutre a sus pequeños y, sobre todo, exalta a uno, que crece como un león, que desgarra y devora la presa. Este león es Joacaz, nombrado rey después de la muerte de Josías en la batalla de Meguido. Joacaz, segundo hijo de Josías, fue violento y cruel, se apartó de los caminos emprendidos por su padre e “hizo el mal ante el Señor en todo” (2R 23,32). Le cae bien la descripción que hace de él Ezequiel: “aprendió a coger la presa”. Pero, a los tres meses de reinado, fue depuesto por el faraón Necao II y “con anillos llevado a la tierra de Egipto”. Se creyó león y sus enemigos, los egipcios, como cazadores que dan voces contra él, para asustarle y hacerle caer en las trampas puestas contra él, se lo llevan como a una fiera con anillos en la nariz. Aquí termina su historia. A Ezequiel le importa más el segundo cachorro:

El profeta Ezequiel: la leona y los cachorros

-Viendo ella desvanecida y burlada su esperanza, tomó otro de sus cachorros y lo hizo león joven. Andaba éste entre los leones, se hizo un león joven, aprendió a desgarrar su presa, devoró hombres; derribó palacios, devastó ciudades; la tierra y sus habitantes estaban aterrados con sus rugidos. Se alzaron contra él las naciones, las provincias circundantes; tendieron sobre él su red y lo atraparon en la fosa. Con garfios lo cerraron en jaula, lo llevaron al rey de Babilonia, metiéndolo en el calabozo, para que no se oyese más su rugido por los montes de Israel (19,5-9).

El segundo león seguramente no es Yoyaquim, a quien el faraón nombra rey y muere en el primer asedio de Jerusalén. Ezequiel salta a este rey, pues no le interesa su historia insignificante. Le interesa el rey Joaquín, que es llevado a Babilonia en la primera deportación y es para Ezequiel el rey legítimo, aunque Nabucodonosor nombra, en su lugar, a Sedecías, que se le rebela, provocando la destrucción de Jerusalén. Sedecías es juzgado y llevado al destierro. El segundo cachorro puede ser Joaquín o Sedecías. Quizás corresponda mejor a Joaquín cuanto dice Ezequiel en la alegoría.

Judá, después de la deposición de Joacaz, soportó por mucho tiempo (19,5) el yugo egipcio y babilonio y, viendo que se desvanecía su esperanza de independencia, tomó a otro de sus cachorros y lo convirtió en león adulto (19,5), es decir, nombró rey a Joaquín, en sustitución del fallecido Yoyaquim, impuesto por Necao. El nuevo rey, elevado al trono a los dieciocho años, con pretensiones de gran soberano, -andaba entre leones (19,6)-, se mostró también cruel e impío: aprendió a arrebatar la presa..., o como dice el cronista del libro de los Reyes: “se portó mal a los ojos del Señor, como había hecho su padre” (2R 24,9). Las gentes de los alrededores, amonitas y moabitas, se alzaron contra él (19,8), le cazaron como a una fiera y en una jaula con anillos le llevaron al rey de Babilonia (19,9). El cautiverio fue el destino de este joven e insolente rey. En Babilonia permaneció prisionero hasta la muerte de Nabucodonosor (Jr 52,31-34).

La selección de estos dos príncipes, Joacaz y Joaquín, en la alegoría de Ezequiel adquiere un valor ejemplar. Uno es deportado a Egipto y el otro a Babilonia, ambos víctimas del juego de las potencias del momento, provocadas por Israel, la madre de los cachorros.

Una segunda elegía completa el capítulo. En vez de la alegoría de la leona, ahora se trata de la vid fecunda, dotada de ramas robustas, en vez de cachorros. Pero esta vid firme ahora es arrancada de raíz y los sarmientos cortados y separados de ella. “¡Ha caído, no volverá ya a levantarse, la virgen de Israel; postrada está en su suelo, no hay quien la levante!” (Am 5,2), cantaba en su elegía el profeta Amós. Y Jeremías llora amargamente por la herida incurable de su pueblo (Jr 10,19; 15,18; 30,12-13). Con ellos también Ezequiel entona su lamento:

-Tu madre se parecía a una vid plantada a orillas de las aguas. Era fecunda, exuberante, por la abundancia de agua. Tenía ramas fuertes para ser cetros reales; su estatura se elevó hasta tocar las nubes. Era imponente por su altura, por su abundancia de ramaje. Pero ha sido arrancada con furor, tirada por tierra; el viento del este ha agostado su fruto; desgajada, el fuego ha devorado su fuerte vástago. Ahora está plantada en el desierto, en tierra calcinada y sedienta.  Ha salido fuego de su rama y ha devorado sus sarmientos y su fruto. No volverá a tener su rama fuerte, su cetro real. Esto es una elegía y sirve de elegía (19,10-14).

El profeta Ezequiel: la leona y los cachorros

La vid, de cuyos sarmientos en otros tiempos se formaron cetros de soberanos (19,11),  ha sido deportada a las arenas de la estepa en tierra sedienta y árida (19,13). Y todo esto ha sido como consecuencia de uno de los sarmientos, de un retoño de la dinastía davídica, el rey Sedecías, que en su arrogancia se encendió como fuego contra Nabucodonosor. Su rebelión insensata acabó con todo lo que constituía el orgullo de la nación: ha consumido su fruto (19,14). La vid ha quedado descepada, totalmente destruida, y ya no queda ni un solo cetro de dominio. De sus sarmientos ya no hay posibilidad de sacar uno capaz de convertirse en cetro de soberano. La dinastía de David ha terminado por la insensatez del último de sus vástagos, Sedecías. Sólo en la época mesiánica volverá a retoñar la antigua vid (Ez 17,22-24; Is 11,1). Mientras tanto, a los supervivientes sólo les queda la posibilidad de entonar una elegía en recuerdo de las glorias pasadas.

Es la tercera vez que Ezequiel se sirve de la imagen de la vid (15,2-6; 17,8-10; 19,10-14), que evoca al pueblo de Israel, y siempre lo hace en forma negativa. Israel, próspero en otro tiempo y del que salieron reyes poderosos, ahora va a ser destruido. La referencia al trasplante de la vid en el desierto, además de expresar la condición desolada de la monarquía davídica, indica la debilidad de los dos vástagos: Sedecías, ciego y arruinado, y Joaquín, en quien los exiliados depositan sus exiguas esperanzas.

Las imágenes espléndidas, que expresaban abundancia y vigor, son podadas en los labios de Ezequiel hasta quedar reducidas a la mezquindad de una leona sin cachorros o una vid sin sarmientos. “Es una elegía” repite Ezequiel. Ni siquiera desea acusar a los culpables, sino sólo llorar su situación de amargura y soledad, de abandono y esterilidad. Pero, en el fondo, lo que busca Ezequiel con las dos elegías es suscitar en Israel la conversión sincera al Señor. El llanto no salva, pero purifica, puede ablandar el corazón endurecido, desatar los nudos del orgullo. Con su llanto Ezequiel espera llevar a sus oyentes a tomar conciencia de la miseria en que han caído y entonces Israel quizás diga: “volveré a mi primer marido, pues entonces me iba mejor que ahora” (Os 2,9).

 

El profeta Ezequiel: la leona y los cachorros

 


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