EZEQUIEL, Parábolas, alegorías, cantos, enigmas y
acciones simbólicas:
8. CHACALES ENTRE LAS RUINAS
Emiliano
Jiménez Hernández
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8. CHACALES ENTRE LAS RUINAS
Ezequiel ha
proclamado la palabra de Dios, anunciando la destrucción de Jerusalén y
del templo, pero pasa el tiempo y las murallas siguen en pie, lo mismo
que el templo. El tiempo de Dios no coincide con el del hombre. Dios
espera siempre que el hombre escuche su palabra y se convierta de sus
perversiones. Pero la gente se burla de Ezequiel. Unos dicen: “Este
habla y habla, pero nada de lo que dice se cumple”. Otros, quizás más
burlones, dicen : “Las visiones de éste van para largo plazo”. Con sus
burlas hacen vana la palabra de Dios y así hacen irremediable la
ejecución de la sentencia. Dios interviene en el diálogo y con ironía se
burla de quienes se mofan de su palabra. La palabra de Yahveh llega a
Ezequiel en estos términos:
-Hijo de hombre,
¿qué queréis decir con ese proverbio que circula en la tierra de Israel:
“los días pasan y se desvanece toda visión”?. Pues bien, diles: Así dice
el Señor Yahveh: Yo acabaré con ese proverbio y no se repetirá más en
Israel. Diles en cambio este otro: “llegan los días en que toda visión
se cumplirá”, pues ya no
habrá ni visión vana ni presagio mentiroso en medio de la casa de
Israel. Yo, Yahveh, hablaré, y lo que yo hablo es una palabra que se
cumple sin dilación. Sí, en vuestros días, casa de rebeldía, yo
pronunciaré una palabra y la ejecutaré, oráculo del Señor Yahveh
(12,21-25).
Y, por si no han
entendido, Dios se lo repite:
-Hijo de hombre,
mira, la casa de Israel está diciendo: “La visión que éste contempla va
para largo, éste profetiza para una época remota”. Pues bien, diles: Así
dice el Señor Yahveh: Ya no habrá más dilación para ninguna de mis
palabras. Lo que yo hablo es una palabra que se cumple, oráculo del
Señor Yahveh (12,26-28).
Los profetas
viven en su tiempo, participan de los hechos de sus contemporáneos. En
su existencia y, con frecuencia, en su propia carne sienten las
sacudidas de la historia, los choques entre los grandes imperios. La
actualidad condiciona su vida. La caída de Jerusalén absorbe la mente y
el corazón de Jeremías y también de Ezequiel. La inminencia del derrumbe
les obliga a anunciarlo al pueblo con gritos de urgencia; antes de que
desaparezca la ciudad hacen de todo para vencer la indiferencia y
ceguera del pueblo, que “reducen sus palabras a risa”, sin tomarlas en
serio, convirtiéndose al Señor y, de ese modo, salvar la ciudad.
Sin embargo, mientras Ezequiel sufre el ridículo de las burlas,
pues su profecía es despreciada, los falsos profetas, al halagar los
oídos de los oyentes, reciben el aplauso de la gente, que no sabe
discernir entre ambas profecías (Jr 28,1-15; 14,13-16; Is 9,14).
Ezequiel tiene que desenmascarar la falsedad de estos profetas, que
pretenden proclamar la palabra de Dios, cuando sus profecías son fruto
de su fantasía, alentada frecuentemente por sus deseos avarientos.
Ezequiel les llama chacales o zorros. Por culpa suya la viña del Señor
(Ct 2,15) está desmantelada. En vez de acudir a reparar las brechas de
los muros, se aprovechan de ellas para su propio interés. En vez de
reparar las brechas se conforman con cubrirlas con un revoco de cal, que
da una buena apariencia, pero que con la lluvia se resquebraja y hace
que caiga toda la pared.
Los profetas, que
Dios no se cansa de enviar a Israel, son la prueba de su amor al pueblo
infiel. Los profetas se presentan en nombre de Dios con sus reproches,
exhortaciones y promesas, tratando de encauzar a Israel por el camino de
la fidelidad a Dios. Pero, a veces, los profetas actúan por su cuenta,
“dicen falsedades y cuentan visiones mentirosas”; en lugar de reparar
las brechas que amenazan la solidez del edificio, se contentan con
enjalbegar la pared, ocultando la brecha, con lo que aceleran la ruina
de Israel (13,3).
Ezequiel, al
contraponerse a estos falsos profetas, nos describe la figura de sí
mismo como profeta de Dios. El falso profeta habla “a partir de su
corazón” (13,2), es decir, según sus deseos. En sus palabras no se
escucha la palabra de Dios, sino la proyección de sus esperanzas o el
fruto de sus angustias: “siguen su propio espíritu” (13,2). O peor aún,
se aprovechan de la angustia de la gente, buscando sacar provecho de
ella:
-Como chacales
entre las ruinas, tales son tus profetas, Israel (13,4).
Las ruinas son
imagen de desolación, pero no para los chacales. Para ellos, son lugar
de refugio o, más aún, lugar de botín. Así los falsos profetas de Israel
se hallan a gusto en medio de las ruinas del pueblo. Ante la amenaza de
destrucción no se preocupan de salvar al pueblo. Abiertamente se lo
reprocha Ezequiel:
-No habéis escalado a las brechas, no habéis construido una
muralla en torno a la casa de Israel, para que pueda resistir en el
combate, en el día de Yahveh (13,5).
De Moisés canta
el salmista lo contrario: “Moisés, su elegido, se mantuvo en la brecha
en su presencia, para apartar su furor de destruirlos” (Sal 106,23). Los
falsos profetas, en cambio, con sus “palabras vanas y sus visiones
mentirosas” (13,6) no hacen nada para salvar al pueblo. Más bien
“extravían a mi pueblo diciendo: ¡Paz! , cuando no hay paz” (13,10). Los
falsos profetas anuncian la paz, cuando no hay paz. La historia dio la
razón a Jeremías, a Ezequiel, a Dios: el desastre llegó, Israel conoció
el destierro, el fuego devoró la ciudad santa, no se salvó ni el templo,
que fue incendiado. Los profetas se han conformado con enlucir la tapia
que se resquebrajaba, cubriendo las rajas, para salvar las apariencias,
sin enfrentarse con el mal en sus raíces. Adornar una pared que está a
punto de caerse, no sirve para salvarla, sino para provocar su caída
sobre quien no ve el peligro y se recuesta sobre ella. Cerrar los ojos
del pueblo para que no vea la amenaza que incumbe sobre ellos lleva a
adormecerle, impidiendo su conversión y la salvación. Por ello Dios les
arranca de raíz de en medio de su pueblo:
-Extenderé mi
mano contra los profetas de visiones vanas y presagios mentirosos; no
serán admitidos en la asamblea de mi pueblo, no serán inscritos en el
libro de la casa de Israel, no entrarán en el suelo de Israel, y sabréis
que yo soy el Señor Yahveh (13,9).
Algo propio de
Ezequiel es su invectiva contra las “hijas de Israel que profetizan por
su propia cuenta” (13,17). Ezequiel las compara con “los cazadores que
atrapan a la gente como pájaros” (13,20). Con sus artes mágicas inducen
al pueblo a la superstición y a la idolatría. Con ello, se lamenta el
Señor:
-Me deshonráis
delante de mi pueblo por unos puñados de cebada y unos pedazos de pan,
haciendo morir a los que no deben morir y dejando vivir a los que no
deben vivir, diciendo mentiras al pueblo que escucha la mentira (13,19).
Aunque Israel es
“rebelde” es siempre “pueblo de Dios”. Dios le sigue considerando “mi
pueblo”. Por eso interviene decididamente contra quienes intentan
arrebatarle sus hijos con el engaño:
-Heme aquí contra vuestras bandas con las cuales atrapáis a las
almas como pájaros. Yo las desgarraré en vuestros brazos, y soltaré
libres las almas que atrapáis como pájaros. Rasgaré vuestros velos y
libraré a mi pueblo de vuestras manos; ya no serán más presa en vuestras
manos, y sabréis que yo soy
Yahveh. Porque afligís el corazón del justo con mentiras, cuando yo no
lo aflijo, y aseguráis las manos del malvado para que no se convierta de
su mala conducta a fin de salvar su vida, por eso, no veréis más
visiones vanas ni pronunciaréis más presagios. Yo libraré a mi pueblo de
vuestras manos, y sabréis que yo soy Yahveh (13,20-23).
La diferencia que
hay entre los falsos profetas y Ezequiel aparece en el capítulo
siguiente (c. 14). Los ancianos se presentan ante él con una consulta.
Ezequiel no sólo no les halaga los oídos, respondiendo lo que ellos
desean escuchar, sino que ni siquiera toma en cuanta la pregunta que le
hacen. Se limita a transmitirles la palabra que Dios le da en ese
momento. No sabemos qué le han consultado al profeta, pero sí sabemos lo
que Dios pide a los ancianos y, a través de ellos, a todo el pueblo.
El enfrentamiento de Ezequiel con lo falsos profetas es parecido al de
Jeremías, a quien tanto hicieron sufrir los que se proclamaban a si mismos
profetas enviados por Dios. Ezequiel se encuentra con la misma problemática
de Jeremías, aunque con su peculiaridad propia impone siempre su impronta
distintiva.
Mientras el rey, Ezequías, no ve la realidad, el profeta es quien ve y
comprende lo que está aconteciendo. Israel se niega a escuchar la palabra
del profeta. No quiere comer el libro, alimentarse de la Palabra de Dios.
Anulan la palabra de Dios con la burla: “pasan días y días y la visión no se
cumple” (12,22); con sarcasmo dicen de Ezequiel: “las visiones de éste van
para largo” (12,27).
Los falsos profetas mienten, anunciando paz cuando no hay paz (13,10;
17-23), de este modo apoyan al malvado para que no se convierta (13,22). A
la palabra profética oponen sus falsas ilusiones.
Otra forma de cerrarse a la Palabra de Dios es la nostalgia, el apego a las
tradiciones del pasado, que les impide ver a Dios presente en la realidad
actual del exilio (14,1-8). El recuerdo de sus ídolos les lleva al pecado
(14,3). Estos ídolos son Jerusalén, el templo, la tierra prometida. Su
añoranza les impide aceptar la voluntad de Dios.
Ezequiel anuncia la caída de Jerusalén. ¿No bastarían diez justos para
salvarla? ¿Es más grave la situación de Jerusalén que la de Sodoma (Gn 18)?
Sí. Aunque se encuentren en Jerusalén Noé, Daniel y Job “no salvarán a sus
hijos ni a sus hijas; ellos solos se salvarán y el país será devastado”
(14,12-21).
Cuando Dios amenaza a su pueblo la misión del profeta es doble: convertir a
Dios a la misericordia y convertir al pueblo a la penitencia. El falso
profeta no hace ni lo uno ni lo otro. En tiempos de crisis y desgracias
proliferan los falsos profetas, que confirman en las gentes su deseos y
esperanzas. Son como zorras, que encuentran fácilmente guarida entre las
ruinas (13,4). A la zorra, símbolo de falsedad, se asemeja el profeta que
cultiva las falsas ilusiones de la gente. A veces se engañan a sí mismos;
inventan sus profecías y esperan que Dios las cumpla (13,6-7). Otras veces
es la gente quien inventa ilusiones y los profetas las confirman o decoran
“con palabras de Dios”: la gente levanta una tapia y el profeta la jalbega
(13,10s). El pueblo siempre está dispuesto a pagar por escuchar lo que
quiere oír. Al confirmar de este modo al malvado en su maldad, el profeta le
aparta de la conversión y le condena a muerte (13,22).
El verdadero profeta es profeta de otro, no habla nunca por propia cuenta.
En esto se distingue del falso profeta. Y junto al verdadero profeta siempre
hay muchos falsos profetas. Ezequiel, como los otros profetas enviados por
Dios, recibe “una palabra de Yahveh contra los profetas de Israel”; Dios le
envía a profetizar y decir a los que profetizan por su propia cuenta:
-Escuchad la palabra de Yahveh (13,1).
El atalaya no puede dormir mientras está de guardia y luego dar como palabra
de Dios sus propios sueños, sus pensamientos o deseos ni puede transmitir
como palabra de Dios lo que sabe que agrada a los oídos de los oyentes,
buscando halagarles y ganarse su simpatía o recompensa. Estos falsos
profetas, señala Orígenes, no pueden decir como san Pablo: “Nosotros tenemos
la mente de Cristo, pues no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el
Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha
otorgado” (1Co 2,16.12).
“Como chacales entre las ruinas han sido tus profetas, Israel” (13,4). Al
hablar según su inspiración, sin haber visto nada, se comportan como
chacales, que se parecen al lobo en la forma y el color, y a la zorra en la
disposición de la cola, es decir, fingen como la zorra y devoran a los demás
como el lobo.