EL ESPIRITU SANTO, DADOR DE VIDA, EN LA IGLESIA, AL CRISTIANO: 3.2 LA UNCION CON EL SELLO DEL ESPIRITU
Páginas relacionadas
a) Cristo: Ungido
con el Espíritu Santo
b) La unción con el sello del Espíritu
c) La
unción con el Espíritu nos configura con Cristo
d) La unción con el Espíritu nos hace ser con El un solo espíritu
e)
El Espíritu imprime en el cristiano la imagen de Dios
a) Cristo: Ungido con el Espíritu Santo
Jesús comienza su vida pública, presentándose como Mesías, el
Ungido por Dios con el Espíritu Santo. En la sinagoga de Nazaret Jesús
se aplica a sí mismo el texto de Isaías: "El Espíritu del Señor Yahveh
está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh"(Is 61,1;Lc 4,18).
Dios, con la unción del
Espíritu, ha constituido a Jesús en Cristo, Mesías, Ungido para la
misión salvadora de los hombres. Así le presenta San Pedro el mismo día
de Pentecostés ante el pueblo congregado en torno al Cenáculo y, luego,
en la misma forma, en su discurso en casa de Cornelio:
Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido
Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado
(He 2,36).
Dios ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la
Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor de todos.
Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea,
después que Juan predicó el bautismo; cómo Dios a Jesús de Nazaret lo
ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo El pasó haciendo el
bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba
con El (He 10,36-38).
Y lo mismo que Pedro, hacían los demás Apóstoles, que "no dejaban de
proclamar en el templo y por las casas la Buena Noticia de que Jesús
es el Cristo" (He 5,42). Para testimoniar que Jesús es el Cristo, el
Ungido, escribió Juan su Evangelio:
Jesús realizó, en presencia de los discípulos, otras muchas señales que
no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis
que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios, y para que creyendo
tengáis vida en su nombre (Jn 20,30).
Esto es lo que "confiesa con valentía Pablo" (He 9,22) y
también Apolo, que "rebatía vigorosamente en público a los
judíos, demostrando con la Escritura que Jesús es el Cristo" (He 18,
28).[1]
El Espíritu Santo penetra todo el ser del Mesías-Jesús, confiriéndole el
poder salvador del hombre. Por medio de la unción del Espíritu Santo, el
Padre realizó la consagración mesiánica del Hijo:
Cristo significa ungido, no con óleo común, sino con el Espíritu
Santo...Pues la unción figurativa, por la que antes fueron constituídos
reyes, profetas y sacerdotes, sobre El fue infundida con la plenitud del
Espíritu divino, para que su reino y sacerdocio fuera, no temporal como
el de aquellos, sino eterno.[2]
Como dirá San Justino:
Nombrar a Cristo es confesar al Dios que le unge, al Cristo que es
ungido y al Espíritu que es la unción misma.[3]
Los que acogen a Cristo en la fe y en el amor participan de la unción de
Cristo con el Espíritu Santo. El cristiano es ungido y la unción
permanece en él: "En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo...y la
unción que de El habéis recibido permanece en vosotros" (1Jn 2,20.27).
Como Jesús es el Cristo, el Ungido por el Espíritu Santo, nosotros
somos cristianos en cuanto discípulos de Cristo y en cuanto
ungidos por el mismo Espíritu, partícipes de la unción de Cristo:
Salidos del baño bautismal, somos ungidos con óleo bendecido, en
conformidad con la antigua praxis, según la cual los elegidos para el
sacerdocio eran ungidos con óleo, derramado por aquel cuerno con el que
Aarón fue ungido por Moisés (Ex 30,30;Lv 8,12), por lo que se llamaban
cristos, es decir, ungidos, ya que el vocablo
griego "chrisma" significa unción. También el nombre del Señor, es
decir, Cristo, tiene la misma derivación..4
El Espíritu realiza en la Iglesia y en la vida del cristiano lo que realizó
en Cristo en su concepción, bautismo y resurrección. El Espíritu es vida y
vivifica: es dador de vida. Se le invoca de manera especial en las
sacramentos de la iniciación: bautismo, confirmación y eucaristía. El
myron o unción del óleo santo, con su epíclesis, sella a fuego en el
cristiano la imagen de Cristo:
El fuego y el Espíritu están en nuestro bautismo; en el pan y el cáliz
también están el fuego y el Espíritu" (San Efrén). "Venid a beber, a comer
la llama que os convertirá en ángeles de fuego; gustad la dulzura del
Espíritu Santo" (Isaac de Antioquía). Y en la liturgia del tiempo de
Pentecostés, la Iglesia griega, en su oración, confiesa: "He aquí que el
cuerpo y la sangre son un horno en el que el Espíritu Santo es el fuego".
"Te adoramos, Señor Dios, Espíritu Santo Paráclito, que nos consuelas y
oras en nosotros...Tú has sellado la alianza de la Iglesia, esposa del
Verbo, Hijo de Dios, dándole los tesoros de tus dones"."En el día del
domingo triunfó la esposa, la santa Iglesia, y se tornó excelsa, porque la
alianza de sus nupcias concluyó con la venida del Espíritu Santo Paráclito
sobre ella.
La unción con el sello del Espíritu nos hace, pues, cristianos:
Ya que os habéis bautizado en Cristo y os habéis revestido de El, os habéis
hecho semejantes al Hijo de Dios. Pues Dios nos ha predestinado a ser sus
hijos, nos ha hecho semejantes al cuerpo glorificado de Cristo. Desde que
habéis tenido parte en el Ungido, sois llamados justamente ungidos
(cristianos). Cristo fue ungido con óleo de alegría, es decir, con el
Espíritu Santo y vosotros también fuisteis ungidos con ungüento, haciéndoos
consortes y partícipes de Cristo. De vosotros ha dicho Dios: "¡No atentéis
contra mi Ungido!". Pues vosotros os habéis vuelto ungidos, porque habéis
recibido la imagen (el sello) del Espíritu. Todo se ha realizado en
vosotros en figura, porque sois figura de Cristo. Mientras Cristo fue ungido
con óleo de alegría, es decir, con el Espíritu Santo, quien, como fuente de
alegría espiritual, se llama óleo de alegría, vosotros fuisteis ungidos con
aceite, por el que os convertisteis en partícipes y compañeros de Cristo. En
honor a esta unción santa sois llamados cristianos5.
c) La unción con el Espíritu nos configura con Cristo
El sello del Espíritu Santo nos configura con Cristo. Somos sellados con el
Espíritu Santo en el bautismo y en la confirmación:
El sello confiere la forma de Cristo, que es quien sella y cuantos son
sellados y hechos partícipes, son sellados en El. Por eso dice el Apóstol:
"Hijos míos, nuevamente estoy por vosotros como en dolores de parto hasta
que Cristo tome forma en vosotros"6
La unción con el sello del Espíritu ya en el bautismo, al nacer como hijos
de Dios, significa que Dios acoge al recién nacido como hijo en el Hijo. Lo
sella, lo marca con su Espíritu. Luego, la vida entera del cristiano será
sostenida y marcada por el Espíritu "hasta hacerle conforme a Cristo",
hasta hacer de él "fragancia de Cristo" (2Cor 2,15): "Quienes se dejan
conducir por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios...Y, si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo" (Rom 8,14.17):
En Cristo también vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el
Evangelio de vuestra salvación, y creído también en él, fuisteis sellados
con el Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda de vuestra herencia,
para redención del Pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria (Ef
1,13-14).
La venida del Espíritu Santo es suave, dulce y fragante. Se advierte su buen
perfume: "Ya se aspira la fragancia del Espíritu Santo", dirá san Cirilo a
los bautizandos. Y ya en la catequesis XVI les había dicho:
La venida del Espíritu Santo es apacible; su percepción, fragante; su yugo,
suavísimo. Antes de su venida refulgen rayos de luz y ciencia. Viene con
entrañas de un verdadero bienhechor, porque viene a salvar y a curar, a
enseñar, corregir, fortalecer, consolar, iluminar la mente del que lo
recibe, primero, y, después, también de los otros por su medio7
En el momento del bautismo, acércate al que te va a bautizar, pero acércate
sin atender a la persona que se ve, sino pensando en el Espíritu Santo. En
efecto, El está preparado para sellar tu alma y te dará un sello que temen
los demonios, algo celestial y divino, según está escrito: "En el cual,
cuando creísteis, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa" (Ef
1,13)8
Pero, a lo largo de todas sus catequesis, les ha explicado frecuentemente
el significado de la unción con el sello del Espíritu Santo. El Espíritu
sella con sello celestial y divino, santo e indeleble9,
con sello místico. Por él quedamos agregados a la grey del Señor10.
Tal sello es señal para ser reconocido por el amo y propietario. Ello indica
que se ha pasado del dominio de Satanás al dominio y posesión de Cristo,
el gran Rey11.
Y puesto que la signación es alistarse en el ejército, no es una ceremonia
que se haga en lo secreto. Se realiza delante de Dios y en presencia de
los ejércitos celestiales. Ante tal concurrencia se alista el bautizado. El
sello le servirá también de arma12,
provocando en los demonios terror e impidiendo que se le acerquen. La
unción con el sello es en sí misma un exorcismo para los demonios (Mt
12,28). Marcados con el sello del Espíritu Santo, los ángeles lo reconocen y
se acercan a los cristianos, con él signados, como a sus familiares (Cat.I
3).
Marcados con el sello del Espíritu, los fieles se hacen cristóforos,
portadores de Cristo, para convertirse así plenamente en templos de la
Trinidad. Lo dice bellamente una fórmula del rito de confirmación de la
Iglesia oriental:
Oh Dios, márcalos con el sello del crisma inmaculado. Ellos llevarán a
Cristo en el corazón, para ser morada trinitaria.
San Pablo se siente confortado en sus tribulaciones, sabiéndose ungido con
el sello del Espíritu:
Es Dios el que nos conforta en Cristo y el que nos ungió y el que nos marcó
con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones (2Cor
1,21-22).
Por ello, Pablo, para salvaguardar la unidad del cuerpo eclesial de Cristo,
creada por el vínculo del único Espíritu, recomendará a los efesios que "no
entristezcan al Espíritu Santo de Dios, con el que fueron sellados en el día
de la redención" (4,30). Pablo les habla desde su experiencia personal de
la acción del Espíritu, que le transformó de perseguidor en vaso de
elección:
También Pablo, después que nuestro Señor Jesucristo lo llamó, se llenó del
Espíritu Santo. Y sírvanos como testigo de esto el piadoso Ananías, que
estaba en Damasco, y que dijo: "El Señor Jesús, que se te apareció en el
camino por donde venías, me envía a ti para que vuelvas a recobrar la vista
y seas lleno del Espíritu Santo" (He 9,17). El cual actuando inmediatamente
no sólo transformó en visión la ceguera de los ojos de Pablo, sino que,
imprimiéndole un sello en el alma, le hizo "vaso de elección" para
que llevase el nombre del Señor, que se le había aparecido, ante los reyes y
los hijos de Israel (He 9,15). Y el anterior perseguidor se transformó en un
predicador y en un siervo bueno y fiel13.
d) La unción con el Espíritu nos hace
ser con El un solo espíritu
La unción del Espíritu Santo nos penetra tan íntima y profundamente que en
el Nuevo Testamento nos encontramos con infinidad de textos en los que no
sabemos si "espíritu" se refiere al Espíritu Santo mismo o al ser del
cristiano que El crea en el espíritu humano. "Lo nacido de la carne es
carne; lo nacido del Espíritu es espíritu" (Jn 3,6). El Espíritu Santo
penetra y empapa de tal modo el espíritu del cristiano que los Padres
comparan su acción a la del "alma" en el cuerpo. Esto a nivel individual y a
nivel eclesial:
En efecto, todos los que están animados por el espíritu de Dios, son hijos
de Dios. Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para volver a
caer en el temor, sino espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar:
¡Abba, Padre!. Y el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que
somos hijos de Dios (Rom 8,14-16).
Esta penetración de la unción del Espíritu Santo transforma y santifica
todo el ser del cristiano, cuerpo y espíritu, en su unidad personal:
¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en
vosotros y habéis recibido de Dios y no os pertenecéis? Glorificad por tanto
a Dios en vuestro cuerpo (1Cor 3,16;6,11).
En los cristianos "fervorosos en el Espíritu" (Rom 21,11), "abrevados" (1Cor
12,13), "colmados de Espíritu Santo" (He 2,4;Ef 5,18), el Espíritu actúa con
tal intensidad y profundidad que crea una misteriosa unión entre el
espíritu humano y el Espíritu divino: "El que se junta con el Señor se hace
con El un solo espíritu" (1Cor 6,17).
e) El Espíritu imprime en el cristiano
la imagen de Dios
El Espíritu lleva al cristiano a la conformación con Cristo, renovando todo
su ser, pues su unción penetra en lo más profundo del espíritu humano,
revelando el misterio de Dios, haciéndonos partícipes de él, hasta hacernos
una criatura radicalmente nueva. En definitiva, el Espíritu nos lleva a la
deificación:
La renovación se realiza en nosotros por medio del Espíritu Santo...Nuestra
mente, iluminada por el Espíritu Santo, se fija en el Hijo y, como en Imagen
viva, ve al Padre. Pues por la iluminación del Espíritu Santo, en sentido
propio y verdadero, contemplamos el esplendor y la gloria de Dios; por la
caridad, que infunde en nuestros corazones, somos llevados a aquel que es
su carácter y sello iguales. Así el cristiano entra en el círculo de la vida
trinitaria, en la participación de todos los dones paternos, de las
efusiones de sangre de Cristo y en la caridad vivificante del Espíritu. Y de
esta acción del Espíritu santificador proviene el gozo perenne, la
perseverancia en el bien, la semejanza con Dios14
Para actualizar la unión con Dios en Cristo, dirá san Cirilo, es necesaria
la acción espiritualizadora del Espíritu Santo, que imprime en nuestros
corazones, como en la cera, la Imagen de Cristo, Imagen de Dios:
El Espíritu Santo es fuego que consume nuestras inmundicias, fuente de agua
viva que fecunda para la vida eterna, sello que se imprime en el hombre para
restituirle la imagen divina. Inserto en nosotros nos hace conformes con
Dios y nos ensambla en el cuerpo eclesial de Cristo con su fuerza
unificadora, que funde, en la unidad, la Cabeza y los miembros. Tanto por la
Eucaristía como por el Espíritu Santo, nos fundimos todos, por así decir,
entre nosotros y con Dios. En efecto, por la presencia en nosotros del
Espíritu Santo, se realiza la presencia del Padre, Dios de todos, el cual
junta en la unidad mutua y en la unión consigo mismo, por medio del Hijo, a
cuantos participan del Espíritu15.
Y con un ejemplo gráfico:
¿Cómo puede decirse hecho (no Dios) a aquel que imprime en nosotros
la imagen de la esencia divina y fija en nuestras almas el distintivo de la
naturaleza increada? El Espíritu Santo no diseña en nosotros a la manera de
un pintor que, siendo extraño a la esencia divina, reprodujera sus rasgos;
no, no nos recrea a imagen de Dios de esta manera. Porque El es Dios y
procede de Dios, se imprime, como en la cera, en los corazones de los que
le reciben, a la manera de un sello, invisible; así por esta comunicación
que hace de sí mismo, devuelve a la naturaleza humana su belleza original y
rehace el hombre a imagen de Dios. (Ibidem)
Y San Ireneo, en su lectura del evangelio del buen Samaritano, ve a todo
hombre (al género humano) caído en manos de los salteadores y a Cristo como
el buen Samaritano que, movido a piedad, recoge al hombre, le cura las
heridas y, luego, habiéndole llevado a la posada de la Iglesia, entrega dos
monedas reales, para que "nosotros mismos, habiendo recibido mediante el
Espíritu Santo la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo, hagamos
fructificar el dinero que se nos ha dado y lo podamos devolver,
multiplicado, al Señor"16.
Esta inscripción de las monedas es el sello del Espíritu Santo, que
reviste al cristiano de santidad, devolviéndole la semejanza con Dios,
desfigurada por el pecado17