->

[_Sgdo Corazón de Jesús_] [_Ntra Sra del Sagrado Corazón_] [_Vocaciones_MSC_]
 [_Los MSC_] [_Testigos MSC_
]

MSC en el Perú

Los Misioneros del
Sagrado Corazón
anunciamos desde
hace el 8/12/1854
el Amor de Dios
hecho Corazón
y...
Un Día como Hoy

y haga clic tendrá
Pensamiento MSC
para hoy que no
se repite hasta el
próximo año

Los MSC
a su Servicio

free counters

EL ESPIRITU SANTO,  DADOR DE VIDA, EN LA IGLESIA, AL CRISTIANO:  2.4 EL ESPIRITU SANTO PRINCIPIO DE LA CATOLICIDAD

 

Emiliano Jiménez Hernández
Páginas relacionadas 

 

 

El Espíritu Santo Dador de Vida, en la Iglesia, al Cristiano

 

2.4. EL ESPIRITU SANTO, PRINCIPIO DE CATOLICIDAD


a) El Espíritu recrea la unidad de lenguas


b) El Espíritu en el Apóstol y en el creyente


c) El Espíritu crea la unidad en la catolicidad


d) El Espíritu alcanza a todo hombre y a todo el hombre

 

 

2.4. EL ESPIRITU SANTO, PRINCIPIO DE CATOLICIDAD

 

 

            a) El Espíritu recrea la unidad de lenguas

 

            La Iglesia de los orígenes fue plenamente consciente de encontrarse bajo la acción del Espíritu Santo y de estar llena de sus dones. Clemente de Roma escribe:

 

Llenos de la seguridad que da el Espíritu Santo, los apóstoles partieron para anunciar por todas partes la Buena Nueva de la venida del Reino de los cielos.[1]

 

            En los Hechos, los apóstoles aparecen equipados con el Espíritu para emprender su misión, penetrados y configurados por el Espíritu. Cristo, antes de volver al Padre, les había prometido: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (He 1,8). El día de Pentecostés vieron cumplida esta promesa.

 

            Y no sólo los doce experimentan esta fuerza del Espíritu, sino todos los enviados a la construcción de la Iglesia, con hombres de todos los pueblos sin distinción de lengua o raza: Esteban (5,8;7,55), Bernabé (11,24), Pablo (13,9) etc. San Ireneo ve en el Espíritu Santo el restaurador de la unidad del género humano, disperso por el pecado:

 

Del Espíritu, Lucas nos dice que, después de la ascensión del Señor, descendió sobre sus discípulos en Pentecostés, porque El tiene poder sobre todas las naciones, para introducirlas en la vida y abrir para ellas la nueva alianza; por ello, mediante su efusión, se acordaron todas las lenguas en el canto del himno a Dios. Así el Espíritu Santo devolvía a la unidad las razas dispersas y ofrecía al Padre las primicias de todas las naciones.[2]

 

            El Espíritu, en Pentecostés, restaura lo que destruyó el pecado de Babel, la comunión de los hombres y la comunicación entre las naciones. Las primeras comunidades cristianas, esparcidas gracias a la fuerza evangelizadora del Espíritu por el mundo entero, son las primicias de la humanidad, ofrecida en Pentecostés al Padre: "todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios" (He 2,11). Un autor africano del siglo VI lo comenta así:

 

Los apóstoles se pusieron a hablar en todas las lenguas. Así quiso Dios, por aquel entonces, significar la presencia del Espíritu Santo, haciendo que todo el que lo recibía hablase en todas las lenguas. Hay que entender que se trata del Espíritu Santo por el cual el amor de Dios se derrama en nuestros corazones. Y, ya que el amor había de congregar a la Iglesia por todo el orbe de la tierra, del mismo modo que entonces cada persona que recibía el Espíritu Santo podía hablar en todas las lenguas, así ahora la unidad de la Iglesia, congregada por el Espíritu Santo, se manifiesta en la pluralidad de lenguas.

 

Por tanto, si alguien nos dice: "Has recibido el Espíritu Santo, ¿por qué no hablas en todas las lenguas?", debemos responderle: "Hablo ciertamente en todas las lenguas, ya que pertenezco al cuerpo de Cristo, esto es, a la Iglesia, que habla en todas las lenguas. Lo que Dios quiso entonces significar por la presencia del Espíritu era que la Iglesia, en el futuro, hablaría en todas las lenguas". De este modo, aquel milagro prefiguraba la catolicidad de la Iglesia, que había de abarcar a los hombres de toda lengua.[3]

 

            La Iglesia, por obra del Espíritu Santo, nace misionera y desde entonces permanece "in statu missionis" en todas las épocas y en todos los lugares de la tierra.

 

 

           

El Espíritu Santo y la catolicidad

 

 

 

 b) El Espíritu en el apóstol y en los oyentes

 

            San Lucas presenta al Espíritu, que santificó a Jesús desde su concepción (1,35), y que le ungió en el Jordán y al comienzo de su misión en Nazaret, enviado a la Iglesia para darle vida e impulsarla a la misión. Y Pablo anuncia el Evangelio de Dios que, objeto de promesa y escondido en la antigua disposición, se ha manifestado convertido en realidad gracias a Jesús, "nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu santificador, a partir de su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro" (Rom 1,3-4;8,11).

 

            La experiencia de Pablo del Espíritu Santo está ligada entera e inmediatamente al acontecimiento de la pascua, a la resurrección y glorificación de Jesús como Cristo y Señor. El don del Espíritu a la Iglesia es fruto de la redención de la cruz, donde llega a cumplimiento la promesa hecha a Abraham:

 

"Cristo, muriendo en la cruz, se hizo maldición por nosotros para que en Cristo llegara a los gentiles la bendición de Abraham y por la fe recibiéramos el Espíritu de la promesa" (Gál 3,13-14).

 

            La bendición de Abraham, promesa para todas las naciones, es el Espíritu Santo, Espíritu de la promesa, que viene de Dios y llega a los gentiles por la predicación que suscita la fe. El Espíritu, objeto de la promesa, actúa en el anuncio del Evangelio y, simultáneamente, en la acogida del Evangelio en la fe. Y el Evange­lio predicado y acogido en la fe, hace "a los gentiles ofrenda agradable, consagrada por el Espíritu Santo" (Rom 15,1­6).

 

            Es el Espíritu el que da fuerza y poder a la palabra débil del apóstol y el que la sella en los oyentes, como repite Pablo en sus cartas:

 

Conocemos, hermanos queridos de Dios, vuestra elección; porque nuestro Evangelio no llegó a vosotros sólo con palabras, sino también con poder y con el Espíritu Santo...y vosotros acogisteis la palabra, en medio de tantas tribulaciones, con alegría del Espíritu Santo (1Tes 1,4-6).

 

Mi palabra y mi predicación no consistían en hábiles discursos de sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder...Nuestro lenguaje no consiste en palabras enseñadas por humana sabiduría, sino en palabras enseñadas por el Espíritu, expresando las cosas del Espíritu con lenguaje espiritual (1Cor 2,4-5.13).

 

¡Oh insensatos gálatas!...Sólo quiero saber de vosotros: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por la fe en la predicación? (Gál 3,1-2).

 

 

     

El Espíritu Santo y la catolicidad

 

 

       c) El Espíritu crea la unidad en la catolicidad

 

            El Espíritu Santo hace a la Iglesia católica tanto en el espacio del ancho mundo como en el tiempo de la historia. Los Hechos de los Apóstoles atribuyen al Espíritu Santo el crecimiento de la Iglesia: "La Iglesia por entonces gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría; se edificaba y progresaba en el temor del Señor y estaba llena de la consolación del Espíritu Santo" (He 9,31). Reconciliados con Dios por la cruz de Cristo, el Espíritu Santo edifica la casa de Dios con las piedras vivas de todos los pueblos:

 

Ahora, en Cristo Jesús, los que antes estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque El es nuestra paz. El ha hecho de los dos pueblos uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad..., reconciliando con Dios a ambos en un solo Cuerpo por medio de la cruz...Por El unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu. Así, pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edificación, bien trabada, se eleva hasta formar un templo santo en el Señor, en quien también vosotros estáis siendo edificados, hasta ser casa de Dios en el Espíritu (Ef 2,13-22).

 

            Si durante la existencia terrestre de Jesús, el Espíritu residía en El y actuaba en El, las apariciones pascuales del Señor comportaron un envío misionero.[4] Pero fue el don del Espíritu en Pentecostés el principio de la misión.[5] Los Hechos son el testimonio de esa acción del Espíritu, que se prolonga hasta nuestros días en los evangelizadores por todas las partes de la tierra. Pentecostés hizo nacer a la Iglesia universal, abierta a todas las naciones, haciendo que en todas las lenguas de la tierra se proclamen las maravillas de Dios (He 2,6-11):

 

Lo que el Señor había predicado una vez o lo que en El se ha obrado para la salvación del género humano, hay que proclamarlo y difundirlo hasta las extremidades de la tierra (He 1,8), comenzando por Jerusalén (Lc 24,47), de suerte que lo que se ha efectuado una vez para la salvación de todos, consiga su efecto en todos a lo largo de la sucesión de los tiempos.

 

Y para conseguir esto, envió Cristo al Espíritu Santo de parte del Padre, para que realizara interiormente su obra salvadora e impulsara a la Iglesia a su propia dilatación. Sin duda alguna, El Espíritu Santo obraba ya en el mundo antes de la glorificación de Cristo. Sin embargo, descendió sobre los discípulos en el día de Pentecostés, para permanecer con ellos eternamente (Jn 14,16); la Iglesia se manifestó públicamente delante de la multitud, empezó la difusión del Evangelio entre las gentes por la predicación y, por fin, quedó presignificada la unión de los pueblos en la catolicidad de la fe por la Iglesia de la Nueva Alianza, que habla en todas las lenguas, entiende y abarca todas las lenguas en la caridad y supera de esta forma la dispersión de Babel (Ad gentes,n.3 y 4).

 

            Es lo que explica San Agustín contra los Donatistas, presentando la comunión en el amor como el signo visible de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia católica:

 

El prodigio de las lenguas en Pentecostés significa que todos los pueblos un día abrazarán la fe y que la Iglesia universal hablará las lenguas de todas las naciones, como aquel día las hablaba cada uno de los que había recibido el Espíritu Santo. Estamos en la verdad creyendo que el Espíritu Santo ha querido que el don de las lenguas fuese entonces la prueba y el signo de su presencia, para que también hoy, cuando él ha cesado de manifestar su presencia con el mismo signo, compren­diésemos que no se puede poseer el Espíritu Santo, incluso después de haber recibido el bautismo, si uno se separa de esta unidad que abraza a todos los pueblos...Así como el don de las lenguas era entonces en un hombre el signo de la presencia del Espíritu Santo, así ahora su presencia es atestiguada por el amor que tenemos, por la unidad que existe entre todos los pueblos.[6]

 

            La catolicidad de la Iglesia implica, por una parte, la unidad y, por otra, la plu­ralidad. Desde el inicio, la Iglesia nació universal. Ciertamente nació en Jerusalén como pequeña comunidad formada por los Apóstoles y los primeros discípulos, pero ya entonces quedó manifiesta su universalidad, "al hablar los Apóstoles en otras lenguas según el Espíritu les concedía expresarse" (He 2, 4), de forma que las personas de diversas naciones, presentes en Jerusalén, oían "las maravillas de Dios" (He 2,11) en sus propias lenguas, aunque los que hablaban eran galileos (He 2,7).

 

            Es también significativo y elocuente el origen galileo de los Apóstoles. La Galilea era designada como "Galilea de los gentiles" (Is 9,1;Mt 4,15;1Mac 5,15). La Iglesia, por consiguiente, nació en Jerusalén, pero el mensaje de la fe no fue proclamado allí por ciudadanos de Jerusalén, sino por un grupo de galileos; y, por otra parte, su predicación no se dirigió exclusivamente a los habitantes de Jerusalén, sino a los judíos y prosélitos de toda procedencia: "pertenecientes a todas las naciones que hay bajo el cielo" (He 2,5).

 

            Ya en el momento de su nacimiento la Iglesia era universal y estaba orientada a la universalidad, que se manifestaría a continuación por medio de todas las Iglesias particulares, unidas entre sí por su enraizamiento en la apostolicidad. Pedro será, en el primer concilio de Jerusalén, el heraldo de la universalidad de la Iglesia, abierta a acoger en su seno tanto a los miembros del pueblo elegido como a los paganos (He 15,13; 21,18).[7]

 

            Bajo la acción del Espíritu Santo queda, pues, inaugurada la catolicidad de la Iglesia, expresada desde el inicio en la multitud y diversidad de las personas, lenguas y naciones que participan en la primera irradiación de Pentecostés. El carácter misionero de la Iglesia pertenece a su misma esencia, es una propiedad constitutiva de la Iglesia de Cristo, porque el Espíritu Santo la hizo misionera desde el momento de su nacimiento[8]:

 

El Espíritu Santo unifica en la comunión y en el ministerio y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la Iglesia a través de todos los tiempos, vivificando, a la manera del alma, las instituciones eclesiásticas e infundiendo en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo (Ad gentes,n.4).

 

 

 El Espíritu Santo y la catolicidad

 

 

 

 

           d) El Espíritu alcanza a todo hombre y a todo el hombre

 

            San Ireneo ilustra la misión unificadora del Espíritu Santo, que crea la unidad de la Iglesia en la catolicidad o universalidad del género humano, con la imagen del agua, puesta en relación con tres figuras de la Escritura:

 

Por esto el Señor ha prometido enviarnos el Paráclito para irnos adaptando a Dios. Pues así como la harina seca no puede convertirse en una sola pasta sin el agua (1Cor 10,16-17), así tampoco nosotros podemos convertirnos en una única realidad en Cristo Jesús sin el agua que viene del cielo. Y como la tierra árida, si no recibe el agua, no da fruto, tampoco nosotros, que éramos leño seco, hubiéramos podido dar fruto de vida sin la lluvia generosa derramada desde lo alto. En efecto, nuestros cuerpos han recibido en el baño del bautismo la unidad que les hace incorruptibles, y nuestras almas han recibido esa unidad mediante el Espíritu. Por eso, el agua y el Espíritu son necesarios para recibir la vida de Dios.

 

            Después de explicar la imagen del agua que transforma la harina en pasta y fertiliza la tierra, Ireneo pasa a ver el agua que quita la sed:

 

Nuestro Señor tuvo piedad de la Samaritana prevaricadora, que no había permanecido unida a su único marido, sino que había fornicado en múltiples bodas. Pero el Señor le ha mostrado y prometido el agua viva para que desde entonces no tuviera más sed y no viviera siempre afanada en saciar su sed con agua lograda fatigosamente. Desde entonces ella llevaría en sí misma la bebida que salta para la vida eterna. Se trata de la bebida que el Señor recibió como don del Padre y que El, a su vez, ha dado a cuantos participan de El, enviando el Espíritu Santo sobre toda la tierra.

 

            Y, finalmente, como tercera figura del Espíritu, Ireneo evoca el rocío celestial caído sobre el vellón de lana de Gedeón (Ju 6,36-40):

 

Gedeón, este israelita elegido por Dios para salvar a su pueblo Israel de la dominación extranjera, veía anticipadamente esta gracia del don del Espíritu Santo cuando cambió su petición. La primera vez, sólo cayó el rocío sobre el vellón de lana, figura del pueblo de Israel; pero al cambiar su petición, quedando seco el vellón, Gedeón mostró en profecía la sequedad de este pueblo, que ya no recibiría más de Dios el Espíritu Santo (como dice Isaías: mandaré a las nubes que no lluevan más sobre él); mientras que sobre toda la tierra se esparciría el rocío que es el Espíritu de Dios, el Espíritu que descendió sobre el Señor, el Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de ciencia y de piedad, Espíritu de temor de Dios. Este mismo Espíritu lo dio el Señor, a su vez, a la Iglesia, enviando desde los cielos el Paráclito a la tierra, de dónde ha sido expulsado el diablo, cayendo como un rayo. Por ello, este rocío de Dios nos es necesario para no quedar consumidos y estériles y para que allí donde se nos presente el acusador, tengamos presente un defensor. El Señor ha entregado el Espíritu al hombre (al género humano), que es suyo, pero que ha caído en manos de salteadores, que le han dejado medio muerto. El Señor ha tenido piedad de él, le ha curado las heridas y ha dado a la Iglesia dos monedas reales, para que, mediante el Espíritu imprima en nosotros la imagen e inscripción del Padre y del Hijo, esperando que nosotros hagamos fructificar el dinero que se nos ha confiado y lo devolvamos al Señor multiplicado.

 

 

 

 

El Espíritu Santo y la catolicidad

 

 

 

           El Espíritu Santo, saciando las exigencias más íntimas del hombre, recrea la unidad de todo el hombre, cuerpo y espíritu, abriéndole a la comunión con todos los hombres, rompiendo las barreras que alienan al hombre consigo mismo y con los demás. La catolicidad que crea el Espíritu no conoce límites de raza, pueblo o nación. En una sola lengua, la del amor, que crea un solo corazón en un único pueblo, extendido hasta los confines del mundo, el Espíritu inspira el mismo himno de alabanza a Dios por su Hijo Jesucristo.

 

            Pero esta presencia del Espíritu en el mundo, en el género humano, en medio de todas las naciones, para San Ireneo, se lleva a cabo mediante la Iglesia y en la Iglesia. Sólo a través de la Iglesia, el Espíritu actúa en el mundo entero. Pues, el Espíritu, principio de catolicidad de la Iglesia, es el mismo Espíritu de Cristo, el mismo Espíritu que recibieron los Apóstoles y que mantiene por los siglos la apostolicidad de la Iglesia; es el Espíritu con el que los Apóstoles regeneran y bautizan en todas las naciones, llevando a la unidad a todas las razas, dispersas por el pecado y, una vez regeneradas, son ofrecidas como primicias al Padre. Las primicias de todas las naciones, llenas del Espíritu Santo, forman la Iglesia en su catolicidad:

 

Es preciso amar entrañablemente a cuantos pertenecen a la Iglesia, por haber adherido a la tradición de la verdad. A esta tradición han adherido numerosos pueblos bárbaros, que creen en Cristo, poseen la salvación, escrita no con tinta sobre papel, sino por el Espíritu Santo en sus corazones...Si comparamos su lengua con la nuestra, son bárbaros para nosotros; pero si contemplamos sus pensamientos, sus costumbres, su estilo de vida, vemos que son como nosotros, pues a causa de la fe logran la más alta sabiduría y a Dios le agrandan porque viven según toda justicia, castidad y sabiduría.[9]

 

            Las multitudes de pueblos bárbaros, de un extremo al otro del universo, adhiriendo a la misma fe, llevan en su corazón la misma impronta del sello del Espíritu Santo, que crea la catolicidad en la unidad de la Iglesia:

 

La predicación del kerygma, que la Iglesia ha recibido, ella, esparcida por todo el mundo, la conserva con esmero, como si morase en una sola casa; cree de tal modo en lo mismo como si tuviera un solo corazón y una sola alma. En una perfecta comunión predica, enseña y transmite en todas partes lo mismo, como si tuviera una sola boca. En efecto, aún siendo diversos los idiomas a lo ancho del mundo, la fuerza de la tradición es la misma e idéntica en todas partes. De este modo, las Iglesias fundadas en Germania no creen de un modo distinto de como creen las Iglesias Celtas, o las Iberas, o las del Oriente, de Egipto o de Libia o las fundadas en el centro del mundo. Sino que, como el sol, criatura de Dios, es único y el mismo en todo el mundo, así el kerygma de la verdad resplandece en todas partes e ilumina a todos los hombres que quieren llegar al conocimiento de la verdad.[10]



     [1] CLEMENTE DE ROMA, Cor., XLII,3.

     [2] SAN IRENEO, Adv.Haer. III,17,2.

     [3] De un autor anónimo del s. VI, Sermo 8,1-3:PL 65,743.

     [4] Mc 16,15-18;Mt 28,18-20; Gál 1,16.

     [5] Lc 24,46-49;He 1,6-11;Jn 20,21.

     [6] SAN AGUSTIN, Sermón CCLXIX, en PL 38,1235-1236.

     [7] Cfr. JUAN PABLO II, Catequesis del 27-10-1989.

     [8] Cfr. JUAN PABLO II, Catequesis del 20-10-1989.

     [9] SAN IRENEO, Adv.Haer. III,4,2.

     [10] SAN IRENEO, Adv.Haer. I,10,2. En una época como la nuestra con tantas tentaciones de crear Iglesias nacionales y con los riesgos de la tan cacareada inculturación, no se debe­ría olvidar este texto de San Ireneo contra las herejías.

 

El Espíritu Santo y la catolicidad


[_Principal_]     [_Aborto_]     [_Adopte_a_un_Seminarista_]     [_La Biblia_]     [_Biblioteca_]    [_Blog siempre actual_]     [_Castidad_]     [_Catequesis_]     [_Consultas_]     [_De Regreso_a_Casa_]     [_Domingos_]      [_Espiritualidad_]     [_Flash videos_]    [_Filosofía_]     [_Gráficos_Fotos_]      [_Canto Gregoriano_]     [_Homosexuales_]     [_Humor_]     [_Intercesión_]     [_Islam_]     [_Jóvenes_]     [_Lecturas _Domingos_Fiestas_]     [_Lecturas_Semanales_Tiempo_Ordinario_]     [_Lecturas_Semanales_Adv_Cuar_Pascua_]     [_Mapa_]     [_Liturgia_]     [_María nuestra Madre_]     [_Matrimonio_y_Familia_]     [_La_Santa_Misa_]     [_La_Misa_en_62_historietas_]     [_Misión_Evangelización_]     [_MSC_Misioneros del Sagrado Corazón_]     [_Neocatecumenado_]     [_Novedades_en_nuestro_Sitio_]     [_Persecuciones_]     [_Pornografía_]     [_Reparos_]    [_Gritos de PowerPoint_]     [_Sacerdocip_]     [_Los Santos de Dios_]     [_Las Sectas_]     [_Teología_]     [_Testimonios_]     [_TV_y_Medios_de_Comunicación_]     [_Textos_]     [_Vida_Religiosa_]     [_Vocación_cristiana_]     [_Videos_]     [_Glaube_deutsch_]      [_Ayúdenos_a_los_MSC_]      [_Faith_English_]     [_Utilidades_]