EL ESPIRITU SANTO, DADOR DE VIDA, EN LA IGLESIA, AL CRISTIANO: 2.2 LA IGLESIA NACE DEL ESPIRITU
Páginas relacionadas
2.2. LA IGLESIA NACE DEL ESPIRITU
a) La Iglesia nace de Cristo y del Espíritu
b) La Iglesia se manifiesta en Pentecostés
c) La Iglesia, Pentecostés continuado
d) El Espíritu forma el Cuerpo de Cristo
2.2. LA IGLESIA NACE DEL ESPIRITU
La Iglesia, "pueblo reunido por la unidad del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo" (LG,n.4), ha nacido y vive de dos "misiones", la de Cristo y
la del Espíritu Santo. "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios
a su Hijo, nacido de mujer, a fin de que recibiéramos la adopción filial"
(Gál 4,4-5).[1]
Y en el versículo siguiente, se dice: "Dios envió a nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo". El Padre envía al Hijo y al Espíritu Santo para fundar
la familia de sus hijos. Jesús nos invita a orar a Dios, diciéndole: "Padre
nuestro" y el Espíritu testifica a nuestro espíritu que somos hijos,
haciéndonos exclamar: "¡Abba, Padre!".
San Ireneo expresó, con la imagen de las dos manos de Dios, el
nacimiento de la Iglesia de las dos misiones, la del Verbo y la del Soplo:
Dios será glorificado en la obra modelada por El cuando la haya hecho
conforme y semejante a su Hijo. Ya que por las manos del Padre, es decir,
por el Hijo y el Espíritu, el hombre se hace a imagen y semejanza de Dios.[2]
El Padre manda primero al Hijo y luego, cuando el Hijo regresa a El,
envía el Espíritu Santo. El Hijo, cumplida su misión, vuelve al Padre para
que descienda el Espíritu en Persona. Pentecostés es la culminación
salvífica. San Atanasio ve la obra de Cristo como una preparación de la
venida del Espíritu Santo a los hombres: "El Verbo asumió la carne para que
nosotros pudiéramos acoger al Espíritu Santo. Dios se ha hecho sarcóforo
para que el hombre llegara a ser pneumatóforo".[3]
Por ello dirá Cristo: "Es mejor para vosotros que yo me vaya... Yo rogaré
al Padre y El os dará otro Paráclito". La ascensión de Cristo es la gran
epíclesis, la epíclesis divina, en la que el Hijo pide al Padre que envíe al
Espíritu Santo y el Padre, como respuesta a la oración del Hijo, envía el
Espíritu con toda la fuerza de Pentecostés.
Ascendido al cielo, Cristo, sumo Sacerdote, cumple eternamente su
intercesión sacerdotal. Su epíclesis ante el Padre hace de la Iglesia un
Pentecostés continuado en la evangelización y los sacramentos. El día de
Pentecostés, la Iglesia nace y se manifiesta en la predicación apostólica y
en la eucaristía de la comunidad convocada por el Espíritu Santo.
El nacimiento de la Iglesia es una nueva creación (Ef 2, 15). Cristo
resucitado, apareciéndose a los Apóstoles, "sopló sobre ellos", dándoles el
Espíritu Santo, como en la primera creación el soplo del Padre dio la vida
al hombre. Este Pentecostés anticipado del día de Pascua, en el interior
del Cenáculo, se hizo público el día de Pentecostés, cuando Jesús,
"exaltado por la diestra de Dios, recibió del Padre el Espíritu Santo
prometido y lo derramó sobre los Apóstoles" (He 2,33). Entonces, por obra
del Espíritu Santo, se realizó la nueva creación.
En Pentecostés, Cristo bautiza a los Apóstoles en "Espíritu Santo y
fuego" (Mt 3,11), según la promesa de Jesús: "Seréis bautizados en el
Espíritu Santo dentro de pocos días" (He 1,5). En Pentecostés, cuando los
Apóstoles "quedaron llenos del Espíritu Santo" (He 2,4), "se da la
revelación del nuevo y definitivo bautismo, que obra la purificación y
santificación para una vida nueva: el bautismo, en virtud del cual nace la
Iglesia".[4]
De las lenguas de fuego del Espíritu nace la Iglesia, cuerpo de
Cristo; el Espíritu hace de cada bautizado un miembro de Cristo; del vino y
del pan hace la sangre y el cuerpo del Señor, que nutre y hace perennemente
la Iglesia, cuerpo de Cristo. El Espíritu forma el cuerpo de Cristo uniendo
a los miembros entre sí y con la Cabeza. En la unidad del cuerpo, fruto del
mismo Espíritu en todos, el Espíritu Santo crea la diversidad de miembros
con la multiplicidad de sus dones: "Las lenguas de fuego se dividieron y se
posaron sobre cada uno de ellos" (He 2,3). "Nosotros somos como
fundidos en un solo cuerpo, pero distintos singularmente, personalmente",
dice San Cirilo de Alejandría.[5]
b) La Iglesia se manifiesta
en Pentecostés
El día de Pentecostés, la Iglesia, surgida del costado abierto de
Cristo en la cruz, se manifiesta al mundo, por obra del Espíritu Santo.
Cristo, transmitiendo a los Apóstoles el Reino recibido del Padre (Lc
22,29;Mc 4,11), coloca los cimientos para la construcción de la Iglesia.
Pero estos cimientos, los apóstoles, reciben la fuerza para anunciar y
realizar el Reino en Pentecostés, mediante la efusión del Espíritu Santo:
Como Jesús, después de haber padecido muerte de cruz por los hombres,
resucitó, se presentó por ello constituido en Señor, Cristo y Sacerdote para
siempre, y derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre
(LG,n.5).
Cristo, dirá Juan Pablo II, anunció la Iglesia, la instituyó y,
luego, definitivamente la "engendró" en la cruz. Sin embargo, la existencia
de la Iglesia se hizo patente el día de Pentecostés, cuando vino el Espíritu
Santo y los Apóstoles comenzaron a dar testimonio del misterio
pascual de Cristo. Podemos hablar de este hecho
como de un nacimiento de la Iglesia, como hablamos del nacimiento de
un hombre en el momento en que sale del seno de la madre y "se manifiesta"
al mundo.[6]
"Fue en Pentecostés cuando empezaron
los hechos de los Apóstoles"
(Ad Gentes 4). De este modo la Iglesia nació como misionera. Bajo la acción
del Espíritu Santo, "las lenguas de fuego" se convirtieron en
palabra
en los labios de los Apóstoles: "Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y
se pusieron a hablar en otras lenguas según el Espíritu les concedía
expresarse (He 2,4).
La misión del Espíritu Santo
fue manifestada en Pentecostés y coexiste con la vida de la Iglesia
(Hechos) y de los cristianos (Pablo). El Espíritu desciende sobre los
apóstoles reunidos en el cenáculo, impulsándolos a la evangelización del
mundo, y es "derramado en el corazón de los cristianos". San Ireneo, une los
dos aspectos, presentando a los apóstoles instituyendo y fundando la Iglesia
al comunicar a los creyentes el Espíritu que ellos habían recibido:
Instituyeron y fundaron la Iglesia distribuyendo a los creyentes este
Espíritu Santo que ellos habían recibido del Señor.[7]
Es lo que dice también Juan Pablo II en su encíclica
Dominum et
vivificantem:
El día de Pentecostes es manifestado en el exterior, ante los hombres, lo
que el domingo de Pascua había ocurrido en el interior del Cenáculo,
"estando las puertas cerradas". En Pentecostés se abren las puertas del
Cenáculo y los Apóstoles se dirigen a los habitantes y a los peregrinos
venidos a Jerusalén, para dar testimonio de Cristo por el poder del Espíritu
Santo. De este modo se cumplía el anuncio: "El Espíritu Santo dará
testimonio de mí; pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis
conmigo desde el principio (Jn 15,26s).
La era de la Iglesia empezó con la venida, es decir, con la bajada
del Espíritu sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo junto con María, la
Madre del Señor (He 1,14). Dicha era empezó en el momento en que las
promesas y las profecías, que explícitamente se referían al Paráclito, el
Espíritu de la verdad, comenzaron a verificarse con toda su fuerza y
evidencia sobre los apóstoles, determinando así el nacimiento de la Iglesia
(n.25).
c) La Iglesia, Pentecostés continuado
En las fórmulas más antiguas del Credo, la Iglesia aparece unida a
la confesión de fe en el Espíritu Santo: "Creo en el Espíritu Santo en la
santa Iglesia, para la resurrección de la carne". El Espíritu Santo no puede
ser separado de la Iglesia, ni la Iglesia del Espíritu Santo. El Espíritu
mora en la Iglesia, creándola, renovándola, santificándola, guiándola y
obrando a través de ella. "La Iglesia,-dice Y. Congar-, es el cuerpo del
Señor resucitado y glorificado; es el Pentecostés continuado, el signo
permanente de la misión del Espíritu Santo en el mundo redimido".[8]
Tertuliano explica esta unidad del modo siguiente:
Puesto que tanto el testimonio de la fe como la garantía de la salvación
tienen por garantes a las Tres Personas, la mención de la Iglesia (en la
confesión de fe) se encuentra añadida necesariamente a ella. Porque allí
donde están los Tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, allí también se
encuentra la Iglesia, que es el cuerpo de los Tres.[9]
Y San Agustín une siempre la santa Iglesia con el Espíritu Santo del
que ella es el templo.[10]
Este es el sentido de la confesión de fe apostólica y bautismal con su
estructura trinitaria. Si la creación es atribuida al Padre, la redención
al Hijo hecho carne, la santificación es fruto del Espíritu Santo. El
tercer artículo engloba la Iglesia, el bautismo, la remisión de los
pecados, la comunión de los santos, la resurrección y la vida eterna, todo
ello como fruto del Espíritu Santo.
En la escolástica explicaron el artículo del Credo
niceno-constantinopolitano referente al Espíritu Santo y a la Iglesia,
dándole el siguiente sentido: Creo en el Espíritu Santo, no sólo en sí
mismo, sino como Aquel que unifica, santifica a la Iglesia, la hace católica
y apostólica.[11]
Citemos un texto de San Alberto Magno:
Decimos "la santa Iglesia". Pero todo artículo de fe se funda en la verdad
divina y eterna, no en la verdad creada, porque toda creatura es vana y
carece de verdad firme. Por esto, este artículo tiene que ser relacionado
con la obra propia del Espíritu Santo, es decir, con "Creo en el Espíritu
Santo", no sólo en sí mismo, como lo enuncia el artículo anterior, sino que
creo en él igualmente en cuanto a su obra propia, la de santificar a la
Iglesia. Comunica esta santidad en los sacramentos, virtudes y dones que
distribuye para consumar la santidad; y en los milagros y gracias
gratuitas, tales como la sabiduría, la ciencia, la fe, el discernimiento de
los espíritus, las curaciones, la profecía y todo lo que el Espíritu da para
manifestar la santidad de la Iglesia.[12]
d) El Espíritu forma el cuerpo de Cristo
El Espíritu realiza una tarea decisiva en la construcción de la
Iglesia. La vida en Cristo es eclesial: "Todos fuimos bautizados en un solo
Espíritu para formar un solo cuerpo" (1Cor 12,13). Espíritu y cuerpo
eclesial se reclaman mutuamente. El que se une al cuerpo glorioso de
Cristo, totalmente penetrado por el Espíritu, por la fe viva, el bautismo,
el pan y el vino de la eucaristía, se convierte realmente en miembro de
Cristo: forma un cuerpo con El.
Este cuerpo de Cristo, que los fieles forman en la tierra, ha de ser
construido (1Cor 3,9;Ef 2,20;4,12), para llegar a ser "una morada de Dios
por el Espíritu" (Ef 2,22), una "casa espiritual" (1Pe 2,5ss;Filp 3,3).
La Iglesia de Cristo es, pues, creación del Espíritu Santo. Ha nacido
de la efusión del Espíritu, que ha comunicado, actualizando e
interiorizando en los hombres, la salvación cumplida en Cristo. La Iglesia
nace de Pentecostés y depende siempre de él. El Espíritu es su fuerza vital.
Pero hay que repetir que el Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo.
Su misión es configurar a la Iglesia y a cada cristiano con Cristo. El
Espíritu Santo no atrae hacia sí, sino que lleva a Cristo. Reune, congrega
la Iglesia y la centra en Cristo. Nosotros no pertenecemos al Espíritu Santo
como pertenecemos a Cristo; pero pertenecemos a Cristo
por el
Espíritu Santo: "Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo"
(Rom 8,9).
El Espíritu que da vida y anima a la Iglesia es el Espíritu de
Cristo, maestro y esposo de la Iglesia. Es el mismo Espíritu en la cabeza y
en los miembros del cuerpo de Cristo. El mismo Espíritu que ungió a Cristo
para su misión como Mesías, es quien, con su venida el día de Pentecostés,
funda la Iglesia en cuanto comunidad que continúa la obra salvadora de
Cristo. Es el mismo Espíritu el que habita y anima a Cristo y a la Iglesia.
El Espíritu habita en nuestros cuerpos y en la comunidad de los
cristianos: "¿O no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios
habita en vosotros? (1Cor 3,16;6,19;2Cor 6,16). El Espíritu es principio de
comunicación y de comunión entre Dios y nosotros y entre todos nosotros. El
Espíritu une las personas sin profanar la interioridad ni poner acotaciones
a la libertad (2Cor 13,13). El Espíritu, penetra lo más íntimo de la
persona. Es enviado a
los
corazones (Gál 4,6;2Cor 1,22; 3,2;Rom 5,5;Ef 3,17;2Tes 3,5). El Evangelio,
acogido, es una carta de Cristo "escrita no con tinta, sino con el Espíritu
de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones de carne"
(2Cor 3,2-3).
El Espíritu es, como le llama Jesús mismo, el otro
Paráclito,
"Espíritu de la verdad" (Jn 14,17;15,26), que "guía hasta la verdad
completa" (Jn 16,13). El es, según los significados de Paráclito, defensor,
ayuda, consolador, auxiliador, abogado, consejero, mediador, el que exhorta
y hace los llamados apremiantes... El "estará siempre con y en los
discípulos" (Jn 14,16), "les enseñará y recordará todo lo que Jesús ha
dicho" (Jn 14,26), "dará testimonio de El" (Jn 15,26) y "convencerá al
mundo de pecado" (Jn 16,8).
e) El Espíritu hace fiel a la Iglesia
Así la vida de la Iglesia está siempre bajo el signo del Espíritu
Santo Dominum et Vivificantem. Y de modo particular se atribuye al
Espíritu Santo la fidelidad de la Iglesia a la fe recibida de los apóstoles.
Nadie lo expuso mejor que san Ireneo, que presenta la fe como habitando en
la Iglesia como en su lugar propio de residencia, fundada sobre el
testimonio de los profetas, de los apóstoles y de los discípulos, fe que
"siempre, bajo la acción del Espíritu de Dios, como un licor exquisito
conservado en vaso de buena calidad, rejuvenece y hace incluso rejuvenecer
el vaso que lo contiene". En este don de la fe confiada a la Iglesia se
contiene "la intimidad de la unión con Cristo, es decir, el Espíritu Santo",
"porque allí donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios y
allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia. Y
el Espíritu es la verdad".[13]
La seguridad de la fidelidad, de la que el Espíritu es el principio y
el garante, es otorgada a la Iglesia. Esta goza de tal firmeza que
imputarle un error equivaldría a acusar de un desfallecimiento al Espíritu.[14]
Para ello, el Espíritu Santo confiere a los fieles el "sensus fidei" y "da a
los que se encuentran a la cabeza de la Iglesia, que tienen una fe recta, la
gracia perfecta de saber cómo tienen que enseñar y guardar todo".[15]
Contra la Reforma protestante, el cardenal Hosius (+ 1579), escribirá
un texto que, despojado de su carácter polémico, es precioso:
No hay Evangelio si no hay Iglesia. No es que no pueda tenerse Escritura
fuera de la Iglesia...Pero el evangelio viviente es la Iglesia misma. Fuera
de ella podemos tener los pergaminos, o los papeles, la tinta, las letras,
los caracteres con los que fue escrito el Evangelio. Por esta razón, los
apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no dijeron en el Símbolo: "Creo en la
Biblia o en el Evangelio", sino que afirmaron: "Creo en la santa Iglesia".
En ella tenemos la Biblia, el Evangelio, la auténtica interpretación de
éste. O, para ser más exactos, ella misma es el evangelio, escrito no con
tinta, sino por el Espíritu del Dios viviente, no sobre tablas de piedra,
sino sobre las tablas de carne del corazón.[16]
[2]
SAN IRENEO, Adv,Haer. V,6,1;V,28,4.Cfr. J. MAMBRINO, Les deux mains
du Père dans l'0uvre de S. Irénée, Nouv.Rev.Théol. 79(1957)355-370.
[11]
ALEJANDRO DE HALES, Summa, libro III, parte III, inq. 2,t.2; ALBERTO
MAGNO, In III Sent.,d.25, q.2,a.2 c;TOMAS DE AQUINO, In III
sent,d.25,q.1, a.2 ad 5...