EL ESPIRITU SANTO, DADOR DE VIDA, EN LA IGLESIA, AL CRISTIANO: II. EL ESPIRITU SANTO EN LA IGLESIA - 2.1 EL ESPIRITU SANTO DON DE CRISTO A LA IGLESIA
2.1. EL
ESPIRITU SANTO, DON DE CRISTO A LA IGLESIA
a) El Espíritu Santo como Don
b) Don de Cristo a la Iglesia
c) El Espíritu, don interior
d) El Espíritu Santo,
don de la Iglesia
2.1. EL ESPIRITU SANTO, DON DE CRISTO A LA IGLESIA
El Espíritu Santo es el Don por excelencia. Es cierto que el Hijo de
Dios nos ha sido dado[1].
Pero el Espíritu es llamado Don. Es el Don prometido[2],
que nos ha sido dado, aunque sólo sea como arras o primicias, inaugurando
así para nosotros la vida eterna.[3]
Pues el Espíritu Santo, Don del Padre y del Hijo, es, como única persona, el
fruto y el testimonio eternos del amor mutuo del Padre y del Hijo.
El Espíritu Santo es el Don primordial del Padre que, dándose
eternamente, comunicando todo lo propio, engendra al Hijo Unigénito, quien,
a su vez, devuelve eternamente al Padre el Espíritu de amor recibido. Así,
si el Padre engendra al Hijo en el amor y el Hijo responde al Padre con el
Don del Espíritu de amor recibido, el Espíritu Santo, Don mutuo del uno al
otro, es como la llama de amor entre ambos, como origen y fruto de amor al
mismo tiempo. Como dice Juan Pablo II:
El Espíritu Santo es el Don increado y eterno, que las divinas personas se
hacen en la vida íntima del Dios uno y trino. Su ser-amor se identifica con
su ser-don. Se podría incluso decir que por el Espíritu Santo Dios
"existe" como Don. El Espíritu Santo es, pues, la expresión
personal de esta donación, de este ser-Amor. Es Persona-Amor. Es
Persona-Don.[4]
Y sigue Juan Pablo II, en la misma catequesis, citando a san Agustín
y a Santo Tomás:
Escribe san Agustín que, "como el ser nacido significa para el Hijo
proceder del Padre, así el ser Don es para el Espíritu Santo proceder
del Padre y del Hijo".[5]
Existe en el Espíritu Santo una equivalencia entre el ser-Amor y el
ser-Don. Explica muy bien Santo Tomás: "El amor es la razón de un don
gratuito, que se hace a una persona porque se la ama. El primer don es,
pues, el amor. Por eso, si el Espíritu Santo procede como Amor, procede
también como primer Don".[6]
Todos los demás dones son distribuidos entre los miembros del cuerpo de
Cristo por el Don que es el Espíritu Santo, concluye el Angélico, con san
Agustín.
San Agustín fue el principal impulsor del tema del Espíritu Santo
como Don, aunque se apoya constantemente en San Hilario, que escribe:
Cristo ordenó bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, es decir, confesando el Autor, el Hijo Unico y el Don. Uno solo es
el autor de todo. Porque no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien
vienen todas la cosas, y un solo Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, por
quien son todas las cosas, y un solo Espíritu, el Don, en todas las cosas.
De esta manera, todos están ordenados según sus virtudes y sus méritos: un
solo poder de donde vienen todas las cosas, un solo Hijo por quien vienen
todas las cosas, un solo Don de la esperanza perfecta. Nada falta a una
perfección tan consumada, en cuyo interior existe, en el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, la infinitud en lo eterno, la belleza en la imagen, la
puesta en práctica y gozo en el Don.[7]
San Agustín, comentando este texto, dice:
El inefable abrazo del Padre y de la Imagen no carece de fruición de
caridad, de gozo. Esta dilección, este gozo, esta felicidad o dicha, si es
posible que un término humano pueda expresarlo dignamente, Hilario la llamó
de manera concisa "goce" y es, en la Trinidad, el Espíritu Santo. No
engendrado, es la suavidad del que genera y del engendrado, que se difunde
por todas las criaturas con infinita liberalidad y abundancia, según su
capacidad, de manera que las criaturas puedan tener su rango respectivo y
ocupen el lugar que les corresponde.[8]
San Agustín hizo del Don un nombre propio del Espíritu Santo. Es el
nombre personal, porque expresa la relación del Espíritu Santo con el
Donador. El Donador es aquel que envía al Espíritu Santo, siendo idénticos
misión y don: son el Padre y el Hijo. Lo son eternamente. Ambos envían al
Espíritu Santo en el tiempo, pero el Espíritu procede eternamente de los dos
como su Espíritu común, su amor, su comunión substancial.[9]
Al mismo tiempo y eternamente, en el
ahora de Dios, el
Espíritu es el Don permanente del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. En ese
ahora, en Cristo, entra la Iglesia, Cuerpo y Esposa de Cristo,
participando del Don de Dios, que la recrea y santifica para poder responder
al amor de Dios con el Don recibido del Espíritu. Es el milagro inescrutable
del bautismo y la Eucaristía, brotados del costado abierto de Cristo.
De esta manera se nos da Dios mismo en persona en el Don del Espíritu
Santo. Dios no se contenta con darnos algo que no sea El mismo.[10]
Por ello, amamos a Dios, nos amamos mutuamente y la Iglesia es una por
Aquel que, en Dios, es Amor y Comunión.[11]
Nos hacemos plenamente felices, alcanzamos la plenitud de nuestro ser,
gozando de Dios, que se nos da en su Don.
Cristo, el Esposo divino, entrega a la Iglesia, su Esposa, el gran
Don del Espíritu, con el que es amado por el Padre y con el que El ama al
Padre en el misterio trinitario de unidad eterna. Así el Vaticano II ha
podido definir a la Iglesia, santificada por el Don del Espíritu Santo, como
"el pueblo reunido por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo" (LG,n.4)
Cristo resucitado se comunica a la Iglesia en el don de su Espíritu:
"Cristo nos concedió participar de su Espíritu para que incesantemente nos
renovemos en El" (LG,n.7). Así, la Iglesia es la Iglesia de Cristo en cuanto
es la Iglesia del Espíritu de Cristo, que El, una vez glorificado, derrama
sobre sus discípulos:
Porque Cristo, levantado sobre la tierra, ha atraído hacia sí a todos los
hombres (Jn 12,33) y, habiendo resucitado de entre los muertos, envió su
Espíritu vivificante a los discípulos y por El constituyó su cuerpo, que es
la Iglesia, como sacramento universal de salvación;estando sentado a la
derecha del Padre actúa sin cesar en el mundo para llevar a los hombres a la
Iglesia y para unirlos más estrechamente consigo por medio de la misma y
hacerles partícipes de su vida gloriosa, al darles en alimento su cuerpo y
sangre. Así, pues, la restauración prometida, que esperamos, ya empezó en
Cristo, está impulsada por la misión del Espíritu Santo y por El se
continúa en la Iglesia (LG,n.48).
El don del Espíritu hace de la Iglesia un Pentecostés continuo. Todos
los evangelistas ponen de manifiesto la continuidad dinámica entre Cristo y
la Iglesia. Esta continuidad se refleja particularmente en Lucas. Y Lucas
nos presenta esta continuidad bajo el signo del Espíritu Santo. El Espíritu
que suscitó a Jesús en el seno de María, da a luz a la Iglesia; al igual que
condujo a Jesús en su ministerio después de la unción en el bautismo,
impulsa a la Iglesia en su misión "desde Jerusalén hasta los confines de la
tierra".
Los Hechos de los Apóstoles son el testimonio del Espíritu Santo
impulsando a la Iglesia en su misión evangelizadora. El Espíritu irrumpe en
Pentecostés sobre los discípulos y con Pentecostés arranca el anuncio de
Jesucristo y su Evangelio.
Pedro, el día de
Pentecostés, anunciará: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga
bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y
recibiréis el don del Espíritu Santo" (He 2,38). En Cesarea, en la
conversión de Cornelio, "se maravillaron los fieles judíos, que habían
venido con Pedro, de que el don del Espíritu Santo era derramado también
sobre los gentiles" (He 10,45). Es el mismo don que recibieron los
discípulos en Pentecostés (He 11,17), con los mismos signos manifesativos
de la venida del Espíritu Santo...El Espíritu Santo es el Don escatológico,
que lleva a plenitud el designio de Dios. Cristo corona su obra redentora
con el Don del Espíritu Santo, en el que van incluidos todos los dones.
El Espíritu Santo es don interior que el Padre bueno da a sus hijos,
si se lo piden en la oración (Lc 11,13). Pero como don sólo puede recibirse
gratuitamente, acogido en la fe. Simón es reprobado por haber creído que
podía comprar "el don de Dios", es decir, el Espíritu "dado por la
imposición de las manos de los apóstoles" (He 8,20). Jesús dirá a la
samaritana: "Si conocieras el don de Dios" (Jn 4,10), que es el agua viva
que sacia y salta hasta la vida eterna, lo habrías pedido y te lo habría
dado.
Este don del Espíritu, que el Padre nos hace, sin añadir nada a las
palabras de Cristo, las explica desde dentro, haciéndonos vivirlas, no como
ley externa, sino por connaturalidad. Por ello, Cristo dice a sus
discípulos: "Os conviene que yo me vaya para que venga el Espíritu
Paráclito" (Jn 16,7), que os introducirá en la verdad plena, haciendo mi
palabra eficaz en vuestro interior. Por el Espíritu, quienes siguieron a
Jesús sin entenderlo, le reconocerán como el verdadero Cristo glorioso,
como Señor (1Cor 12, 3), y al Padre le sentirán en su espíritu como Padre,
reconociéndose a sí mismos como hijos de Dios (Gál 4,6;Rom 8,14-16).
El Espíritu nos revela el misterio de Dios, no hablando, sino
introduciéndonos vitalmente en él. Nos revela nuestra vida en Cristo,
edificando la Iglesia como Cuerpo de Cristo.
Juan emplea una expresión singular para decir que Jesús muere. No usa
los términos de Mateo: "Exhaló el espíritu" (27,50) o de Marcos (15,37) y
Lucas (23,46): "expiró", que no tienen ninguna intención doctrinal. Juan
dice: "Inclinó la cabeza y entregó el espíritu" (19,30). Jesús inclina la
cabeza y "expira", entregando su Espíritu sobre María y Juan, que son la
Iglesia junto a la cruz. Entrega su espíritu a la Iglesia. Juan sabe cargar
de significación todos los signos. Aquí pone de manifiesto el lazo estrecho
entre el don del Espíritu y Jesús inmolado. Así lo entendieron San Ireneo,
San Cesáreo de Arlés y San Gregorio.[12]
Jesús entrega su último suspiro y, por su muerte voluntariamente
aceptada, entrega el Espíritu a sus discípulos. También ven simbolizado al
Espíritu algunos en el agua que brota del costado de Cristo abierto por la
lanza.
Así Cristo, que asciende al Padre, no deja huérfanos a sus
discípulos. Les deja el Otro Paráclito, que es como si fuera El mismo; el
Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo, que continúa su obra, la corona
desde dentro de los discípulos. Así lo experimentarán ellos, hasta poder
decir San Pablo: "El Señor es el Espíritu" (2Cor 3,17).
El Espíritu es el don pascual de Cristo a los discípulos. La
resurrección de Cristo y la efusión del Espíritu están íntimamente unidas.
Cristo resucitado comunica el Espíritu Santo y el Espíritu nos abre los ojos
para ver en Cristo Resucitado el cumplimiento de la historia de la
salvación. Jesús se aparece a los discípulos y les dice:
Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y
dicho esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos (Jn 20,21-23).
d) El Espíritu Santo don de la Iglesia
El Símbolo de la fe muestra cómo el Espíritu no puede separarse de
la Iglesia ni la Iglesia del Espíritu Santo: "Creo en el Espíritu Santo, en
la santa Iglesia católica". El Espíritu habita en la Iglesia y actúa en ella
y a través de ella. No cabe ninguna oposición entre el Espíritu y la
Iglesia. El Espíritu de Cristo actúa en su cuerpo que es la Iglesia y no
fuera o contra ella.
El Espíritu Santo hace referencia siempre a Cristo. Nos impulsa a
confesar que "Jesús es el Señor" (1Cor 12,3). Sin el Espíritu es imposible
reconocerlo. El Espíritu hace conocer, reconocer y vivir a Cristo, que, a su
vez, nos hacer conocer, reconocer y vivir a Dios como Padre.[13]
No hay un cuerpo del Espíritu, sino un cuerpo de Cristo. ¿Acaso el
Espíritu no es el Espíritu de Cristo (Rom 8,9;Filp 1,19), del Señor (2Cor
3,17),"Espíritu de su Hijo" (Gál 4,6)?. "El Espíritu establece la comunión
con Cristo".[14]
En la Iglesia el Espíritu Santo nos conduce a las palabras de Cristo
y a Cristo-Palabra, en quien retornamos al Padre, integrándonos en la vida
trinitaria. El Espíritu no inventa nada, no introduce otra economía de
salvación distinta de la de Cristo. El Espíritu vivifica la carne y las
palabras de Jesús (Jn 6,63); hace recordar las palabras de Jesús y penetrar
toda la verdad contenida en ellas: "No hablará por cuenta propia, sino que
hablará lo que oiga...El me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo
anunciará a vosotros" (Jn 16,14-15). Jesús es el camino y el Espíritu es el
guía que hace avanzar por este camino.
Según los Hechos, el papel del Espíritu Santo consiste en actualizar,
interiorizar y extender la salvación, lograda en y por Cristo. La salvación
se atribuye siempre a Cristo, se nos comunica en el "nombre de Cristo", es
decir, en virtud de Cristo. El Espíritu anima a los discípulos a anunciarla.
En la evangelización, El Espíritu guía a los apóstoles hasta marcándoles el
itinerario.[15]
El Espíritu Santo interviene en cada uno de los momentos decisivos de
la evangelización. San Lucas va señalando una especie de pentecostés
sucesivos: en Jerusalén (2;4,25-31), en Samaría (8,14-17); el que pone en
marcha la aventura misionera con Cornelio y el acontecimiento de Cesarea
(10,44-48;11,15-17); en Efeso (19,1-6). En cada uno de estos grandes
momentos se da un signo de la intervención del Espíritu, don de Cristo a la
Iglesia.
El Concilio Vaticano II, fiel a la Escritura, ha mantenido al hablar
del Espíritu Santo, la referencia cristológica. La pneumatología no es
pneumatocentrica. El Espíritu es Espíritu de Cristo
(LG,n.7,8,14,etc); realiza la obra de Cristo, la construcción del
Cuerpo
de Cristo; es el principio de la vida de este cuerpo que es la Iglesia
(AAS,n.3;29;LG, n.21...). Cristo hace a la Iglesia partícipe de su unción
por el Espíritu:
Dios, cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, el Verbo
hecho carne, ungido por el Espíritu Santo (SC,n.5).
Para que incesantemente nos renovemos en El (Ef 4,23), Cristo nos concedió
participar de su Espíritu, que siendo uno mismo en la cabeza y en los
miembros, de tal forma vivifica, unifica y mueve el cuerpo entero (LG,n.8).
Cristo llenó a la Iglesia de su Espíritu (n.9).
El Señor Jesús, "a quien el Padre santificó y envió al mundo" (Jn 10,36),
hizo partícipe a todo su cuerpo místico de la unción del Espíritu con que El
está ungido (PO,n. 2).
En conclusión, la Iglesia es la única Esposa de Cristo, como dice San
Pablo, amigo del Esposo: "Os he desposado con un solo Esposo para
presentaros cual casta virgen a Cristo" (2Cor 11,2). Y como única Esposa,
sólo ella puede engendrar hijos de Dios, mediante el nuevo nacimiento de lo
alto y del Espíritu Santo" (Jn 3,6). Sólo en la Iglesia actúa el Espíritu
Santo:
Somos un solo pan; aunque seamos numerosos, somos un solo cuerpo. Por tanto,
sólo la Iglesia católica es el cuerpo de Cristo, del que El, como Salvador
de su cuerpo, es la cabeza. Fuera de este cuerpo, el Espíritu no vivifica a
nadie, porque, como dice el Apóstol, el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. No participa,
pues, del amor de Dios quien es enemigo de la unidad. Por tanto, no poseen
el Espíritu Santo quienes están fuera de la Iglesia...Quien quiera poseer
el Espíritu Santo, que no se quede fuera de la Iglesia ni se conforme con
fingir estar en ella, para poder participar del árbol de la vida.[16]
"Que sean el cuerpo de Cristo, si quieren vivir del Espíritu de
Cristo. No vive del Espíritu de Cristo quien no es del cuerpo de Cristo",
dice Agustín de los Donatistas. Por ello, la Eucaristía es el signo visible
del don del Espíritu Santo a la Iglesia. Unos hombres distintos, separados y
dispersos por todos los gérmenes de división que llevan consigo por su
condición de pecadores, pero lavados en el baño de regeneración y
vivificados por el Espíritu, se convierten en Iglesia, que bendice con una
sola voz y un solo corazón al Padre. Una misma savia, que emana de Aquel que
es, a la vez, cabeza y plenitud, un mismo soplo vital, el Espíritu Santo,
que actúa de modo distinto en los diversos miembros, prepara, mediante el
ministerio de todos, el crecimiento armonioso del cuerpo eclesial hasta
llevar a todos y a cada uno hasta la estatura del hombre perfecto, en el día
en que Cristo, cabeza y miembros, se presentará al Padre en la Pascua por
fin plenamente realizada.