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1.4. EL ESPIRITU SANTO EN LA HISTORIA DE LA SALVACION
e) El Espíritu, principio de nueva vida
1.4. EL ESPIRITU SANTO EN LA HISTORIA DE LA SALVACION
En la "brisa de la tarde" (Gén 3,8) Dios va al encuentro del hombre
en el paraíso. En la medida en que el hombre entra en la
ruah de
Dios, tiene vida; si se esconde, queda sin espíritu, sin aliento, sin
vida.[1]
Dios crea y renueva la tierra dando la ruah (Sal 104,30).
El Espíritu de Dios tiene como misión asegurar la realización de su
plan en la historia. Para ello da a los elegidos sabiduría y discernimiento.
El faraón lo reconoce en José: "Podemos encontrar un hombre como éste, en
quién está el espíritu de Dios?" (Gén 41,38). El espíritu invade a Moisés
para guiar al pueblo; y de él toma Dios y reparte entre los setenta
ancianos, que ayudarán a Moisés en su misión (Núm 11, 16ss.25). Y Moisés
desearía que todo el pueblo participara del mismo espíritu: "¡Ojalá que
todo el pueblo de Yahveh fuera profeta y pusiera Yahveh su espíritu sobre
ellos!" (Núm 11,29). Cuando Moisés esté a punto de morir, Dios asegura la
sucesión, dando a Josué su espíritu (Núm 27,18): "Y Josué, el Hijo de Núm,
fue lleno del Espíritu de sabiduría, porque Moisés impuso sus manos sobre
él" (Dt 34,9).
Dios llena de espíritu de sabiduría a los artesanos que han de hacer
las vestiduras sacerdotales (Ex 28,3). Y a Besalel, Dios le llama por su
nombre y le hace partícipe de su sabiduría, llenándolo de su Espíritu, para
que edifique el Santuario con habilidad, pericia y experiencia (Ex
31,3;35,31). Sobre el Santuario, que él y sus ayudantes levantan, se posará
la gloria de Dios, como presencia vivificante de Dios para el pueblo. Dios,
pues, da su Espíritu a quienes aseguran su presencia en el culto de la
asamblea. Así Dios, más tarde, moverá el espíritu de los sacerdotes y
levitas para que construyan la casa de Yahveh en Jerusalén (Esd 1,5). Y ya,
cuando David proyecta construir el templo, recibe por el Espíritu el
diseño de la casa de Dios (2Cro 28,12).
Es tal la fuerza del espíritu de Dios que, para asegurar la
realización de su plan en la historia, arrastrará a Balaam a profetizar
contra su voluntad:
Cuando Balaam alzó los ojos y vio a Israel acampado por tribus, vino sobre
él el espíritu de Yahveh y pronunció su oráculo diciendo: Oráculo de Balaam,
hijo de Beor, oráculo del hombre que ve lo secreto, oráculo del que oye las
palabras de Dios, del que ve la visión de Sadday, del que, al caer en
éxtasis, se le abren los ojos (Núm 24,2ss).
El espíritu de Dios se manifiesta en los
jueces, suscitados
por Dios para liberar al pueblo de la opresión. Son los salvadores de
Israel. Para ello, Dios infunde en ellos su espíritu:
-Dios suscitó a los israelitas un libertador que los salvó: Otniel,
hijo de Quenaz y hermano menor de Caleb. El espíritu de Yahveh vino sobre
él...(Ju 3,9-10).
-El espíritu de Yahveh revistió a Gedeón y le llenó de fuerza (Ju
6,34).
-El espíritu de Yahveh vino sobre Jefté...(Ju 11,29).
-Y Sansón, "cuando aún obedecía al Espiritu y no le entristecía (Ef
4,30), realizó cosas sobrehumanas", comenta San Cirilo. La Escritura dice de
él: "La mujer dio a luz un hijo y le llamó Sansón. El niño creció y Yahveh
le bendijo. El espíritu de Yahveh comenzó a excitarlo...(13,25). "El
espíritu de Yahveh lo invadió..." (14,6.19).
A Saúl, último juez y primer rey, le anuncia Samuel: "Te encontrarás
con un grupo de profetas que bajan del lugar alto...Entonces te invadirá el
espíritu de Yahveh..., de suerte que te transformarás en otro hombre" (1Sam
10,5-6). Y, luego, cuando debe liberar Yabés Galad "el espíritu de Dios le
invade de nuevo" y se duplican sus fuerzas (1Sam 11,6).
Pero hasta aquí el espíritu de Yahveh aparece como un don momentáneo
que Dios da a los elegidos para una misión concreta. Con David ocurre algo
nuevo. Cuando le unge Samuel, se dice: "A partir de entonces, vino sobre
David el espíritu de Yahveh" (1Sam 16,13). El espíritu de Yahveh le
acompañará durante todos los días de su vida (2Sam 7). Más aún, según la
profecía de Isaías: "Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un tallo de sus
raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahveh" (Is 11,2). El
espíritu de Yahveh, posado sobre el rey David, se prolongará en sus
descendientes, hasta llegar a Jesús, "hijo de David". El descendiente de
David, sobre el que reposará permanentemente el Espíritu con la plenitud de
sus dones, asegura a sus súbditos el reino deseado, gracias al Espíritu que
lo reviste de fuerza divina.
La ruah alcanza al rey, lo penetra y le confiere una fuerza superior;
como el óleo de la unción, el espíritu le invade por dentro y le llena de
fuerza.
El Espíritu actúa, de modo particular, en los profetas. Ya el símbolo
cristiano, al confesar la fe en el Espíritu Santo, dirá de El que "habló
por los profetas". La palabra profética se atribuye a la inspiración del
Espíritu.[2]
El Espíritu hace del profeta "la boca de Dios" (Jr 15,19). Sólo cuando han
recibido el don del Espíritu pueden profetizar (Nu 11,25-26; 24,2). Por
ello Miqueas "se siente lleno de fuerza, por el Espíritu de Yahveh, y de
juicio y de valor, para denunciar a Jacob su delito y a Israel su pecado"
(3,8). El nos dirá que la ruah es una fuerza de vida que Dios envía
(2,11). Igualmente Isaías, que se siente enviado por el Espíritu (48,16),
presentará a la ruah como una fuerza irresistible, tremenda, como el
viento que agita los árboles (7,2) o el torbellino que esparce el tamo por
los montes (17,13) o como un torrente que se desborda y cubre hasta el
cuello (30,28).
Dios actúa en los profetas por medio de su Espíritu. Hombre de Dios,
el profeta es, como tal, hombre del Espíritu, hombre que goza del don del
Espíritu, poseído por el Espíritu de Yahveh. Elías está enteramente en su
poder (1Re 18,12;2Re 2,16). Y cuando Elías desaparece en el carro de fuego,
el espíritu que animaba a Elías reposa sobre Eliseo (2Re 2,15-16). Tanto de
Elías (1Re 46), como de Eliseo (2Re 3,15) se dirá igualmente que posa sobre
ellos la mano de Dios. "Mano o dedo de Dios" será un nombre frecuente dado
al Espíritu.
El Espíritu llenó de sabiduría a Daniel -"Suscitó Dios al Espíritu
Santo en un muchacho" (Dan 13,45)-, para confundir a los ancianos y liberar
a la casta Susana. Hasta Nabucodonosor reconoce la presencia del Espíritu en
él: "He sabido que el Espíritu de Dios está en ti" (Dan 4,6). Dios "otorga
su buen Espíritu para instruirlos" (2Esd 9,20) a Azarías (2Cr 15,1), a Oziel
(2Cr 20,14) a Zacarías (2Cr 24,20).
Isaías presenta la
ruah como principio de vida. Lo que es
digno de este nombre, viene de Dios (28,5-6). En la tempestad y en los
peligros, Isaías anuncia la esperanza de liberación: a Ajaz con la profecía
del Emmanuel (7,10ss), a Ezequías cuando la invasión de Senaquerib: "El
resto que se salve, echará raíces en profundidad" (37,21-35). En medio de
estos dramas predice Isaías: "Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un tallo
de sus raíces brotará. Reposará sobre El el Espíritu de Yahveh,
espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y de temor de Yahveh" (11,1ss). Se trata del anuncio del
Mesías, el Ungido por excelencia, que recibirá del Espíritu todos los dones
necesarios para reinar según justicia. La efusión del Espíritu recreará el
mundo, devolviéndole el esplendor del paraíso:
Al fin será derramado desde arriba sobre nosotros el Espíritu. Se hará la
estepa un vergel, y el vergel será considerado como selva. Reposará en la
estepa la equidad, y la justicia morará en el vergel; el fruto de la
justicia será la paz, el fruto de la equidad, una seguridad perpetua. Y
habitará mi pueblo en albergue de paz, en moradas seguras y en posadas
tranquilas (32,11-18).
Esto será obra del
Siervo de Yahveh, sobre quien Dios pone su
Espíritu (Is 42,1). Se trata, sin duda, del anuncio del Mesías. Pero,
con el Mesías, lleva a cabo esta obra todos los elegidos por Dios para
realizar su plan de salvación, a los que la Escritura llama
siervos.[3]
La salvación es obra del soplo de Dios, de ese impulso de vida y de
actividad que es su Espíritu. Así lo celebra Isaías en los capítulos 60 y
61, dirigidos a los exiliados de Israel y que comienzan con la declaración
solemne:
El Espíritu de Yahveh está sobre mí, puesto que Yahveh me ha ungido y me ha
enviado para dar la buena noticia a los humildes...
Jesús, fiel Siervo de Yahveh, proclamará su cumplimiento en la
sinagoga de Nazaret: "Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír"
(Lc 4,21).
e) El Espíritu, principio de nueva vida
Ezequiel, el gran profeta de la
ruah, confesará con fuerza
expresiva: "Y el Espíritu cayó sobre mí y me dijo: Di, esto dice el Señor"
(11,5). Cuando el Espíritu de Dios cae sobre el profeta no sólo le alcanza,
le toca, sino que, como fuego (Am 5,6), le penetra (Ez 15,4;17,9). Ha
desaparecido la monarquía y el sacerdocio, el profeta es el apoyo del pueblo
y sobre él se posa el Espíritu de Dios. Al momento de la elección no sólo
cae sobre él y lo lleva de un lugar a otro, sino que "entra en él" (2,2),
"entra en él, lo pone en pie y le arrebata hasta hacerle sentir quemazón de
espíritu" (3,24). En Ezequiel actúa el Espíritu como en las ruedas de la
merkabá (1,20). Por eso, Ezequiel anunciará al pueblo abatido, sin ruah,
un Espíritu nuevo (11,19;18,31;36, 26). Dios mismo lo
infundirá
sobre la casa de Israel (39,29).
Ezequiel es consciente de estar bajo el influjo del Espíritu, de
hablar y actuar por inspiración suya (2,2;3,12.14.24). Ezequiel ha visto la
ruina de Jerusalén, que había predicho, la destrucción del templo, del que
había "visto" marchar la Presencia y, por último, ha contemplado la
deportación del pueblo a Babilonia. Ha muerto el culto y el pueblo que lo
celebra. Pero Yahveh está más presente que nunca en sus fieles. Por ello,
su Espíritu reanimará sus huesos (37,3-5.10), su soplo los devolverá a la
vida y, además, se comunicará a sus corazones. Son los capítulos 36 y 37:
Os rociaré con agua pura y quedaréis limpios; os limpiaré de todas vuestras
inmundicias y de todas vuestras idolatrías. Os daré un corazón nuevo e
infundiré en vuestro interior un espíritu nuevo; quitaré de vuestro cuerpo
el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré mi Espíritu en
vuestro interior y procederéis según mis leyes (36,25-27).
Así dice el Señor: He aquí que voy a hacer entrar el espíritu en vosotros y
viviréis...Os infundiré espíritu y viviréis; y sabréis que yo soy Yahveh
(37,5-6).
No les ocultaré más mi rostro, porque habré derramado mi espíritu sobre la
casa de Israel, oráculo del Señor Yahveh (39,29).
Es el Espíritu quien conduce a Ezequiel a donde están los exiliados
(Ez 3,12-15) y también al templo de Jerusalén (Ez 8,3; 11,1;43,5). La prueba
del exilio, interpretada por los profetas, llevó a una visión del Espíritu
de Dios que purifica los corazones, que penetra en la interioridad y
santifica a los fieles del Señor. Se tratará de un nuevo comienzo, un nuevo
éxodo, una nueva alianza, un pueblo renovado.[4]
Continuando a Ezequiel, el Deutero-Isaías anuncia que Dios, por su
Espíritu, será principio de vida nueva, fiel y santa para Israel:
Ahora, pues, escucha, Jacob, siervo mío, Israel, a quien yo elegí. Así dice
Yahveh que te creó, te plasmó ya en el seno y te da ayuda: No temas, siervo
mío, Jacob, Yesurún a quien yo elegí. Derramaré agua sobre el suelo
sediento, raudales sobre la tierra seca. Derramaré mi espíritu sobre tu
linaje, mi bendición sobre cuanto de ti nazca. Crecerán como en medio de
hierbas, como álamos junto a corrientes de aguas. El uno dirá: Yo soy de
Yahveh, el otro llevará el nombre de Jacob. Un tercero escribirá en su mano:
De Yahveh y se llamará Israel (Is 44,1-5).
Dios pondrá su Espíritu sobre su Siervo, su elegido (Is 42,1). Pero
Joel extenderá este don a todos los pueblos. La
ruah, que era un don
privilegiado primero del rey y luego del profeta, en la profecía de Joel,
esta destinada a todas las categorías del pueblo elegido, sin distinción de
sexo o edad:
Después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne. Vuestros hijos y
vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueños y vuestros
jóvenes verán visiones. Aún sobre los siervos y sobre las siervas derramaré
mi Espíritu en aquellos días (Jl 3,1-2).
Pedro anunciará el día de Pentecostés el cumplimiento de esta
promesa. Y San Pablo, a la luz de la historia de la salvación, llegada a su
plenitud en Cristo Resucitado, que derrama su Espíritu, puede decir:
A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para utilidad común. Así a
uno se le da por medio del Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de
ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe en el mismo Espíritu; a otro,
carismas de curaciones en el mismo Espíritu; a otro, poder de milagros; a
otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de
lenguas; a otro, interpretación de lenguas. Pero todo esto lo realiza un
único y mismo Espíritu, distribuyendo a cada uno en particular según su
voluntad (1Cor 12,7-11).[5]
Al final del Antiguo Testamento, los escritos sapienciales harán
casi una identificación entre Sabiduría y Espíritu. Idénticas son sus
acciones y frutos. La Sabiduría, como el Espíritu, procede de Dios y guía a
los hombres de acuerdo con la voluntad de Dios; ha elegido como residencia a
Israel, donde ha formado amigos de Dios y profetas; la Sabiduría posee un
espíritu (7,22), o es un espíritu (1,6), actúa bajo la forma de espíritu
(7,7); es la gran maestra interior de las almas:
En la Sabiduría hay un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil,
ágil, amigo de los hombres, firme, seguro, sin zozobras, que todo lo
puede, que está atento a todo, que penetra todos los espíritus, los
inteligentes, los puros, los más sutiles. La Sabiduría es más ágil que todo
movimiento; todo lo atraviesa y penetra por su pureza. Porque es un
soplo del poder de Dios, emanación pura de la gloria del todopoderoso;
por eso, nada manchado penetra en ella...Siendo una, todo lo puede; y,
permaneciendo la misma, todo lo renueva. En todas las edades entra en las
almas santas; hace de ellas amigos de Dios...Se extiende de un extremo al
otro y todo lo gobierna convenientemente (Sab 7,22-8,1).
"El soplo del hombre es una lámpara del Señor que explora todos los
rincones de su ser" (Pr 20,27), citado por Clemente de Roma bajo la forma:
"El Espíritu del Señor es una lámpara cuya luz penetra hasta lo más profundo
del corazón" (Cor. XXI, 2). Así el Espíritu de Dios conduce sus fieles a la
realización interior de su plan. Salomón, que ha pedido a Dios y recibido
de El "el Espíritu de Sabiduría" (Sab 7,7), dirá:
Y ¿quién habría conocido tu voluntad, si tú no le hubieses dado la
Sabiduría y no le hubieses enviado de lo alto tu santo Espíritu? (Sab 9,17).
Ya en estos textos sapienciales hay una personalización del Espíritu
Santo. El monoteísmo riguroso de la religión judía asociaba a Dios
realidades que eran Dios pero que, en Dios, representaban modos de acción,
de presencia, de estar con los hombres: la
Sekinah, la Sabiduría. Así
lo que se dice de la Sabiduría en los capítulos 8 y 9 expresa una acción
íntima del Espíritu de Dios y es aplicable al Espíritu Santo. Sabiduría y
Espíritu, frecuentemente, aparecen unidos y significan lo mismo (Sab
1,4-5;7,22-23;9,17). Son Dios para nosotros, con nosotros. Erik Sjöberg
escribe:
La autonomía progresiva de la noción de espíritu en el judaísmo constituye
un fenómeno llamativo. Con mucha frecuencia, la literatura rabínica habla
del Espíritu como de una persona. Son muchos los textos que nos presentan al
Espíritu Santo que habla, que camina, que exhorta, se aflige, llora, se
alegra, consuela, etc. De igual manera, se describe a veces al Espíritu
hablando a Dios. De ahí que se estimara frecuentemente que aparece en el
judaísmo como una hipóstasis, como un ser personal semejante a un
ángel...El Espíritu Santo es una realidad divina enviada por Dios y que
actúa con una cierta autonomía, dentro de los límites impuestos por la
voluntad de Dios.[6]
En todo el Antiguo Testamento el Espíritu aparece como un ser,
dependiente de Dios, que obra en el mundo y crea el ambiente vital en el que
Dios se hace presente, se encuentra con el hombre. El Espíritu alcanza al
hombre, le penetra para llevarle a realizar las obras de Dios, acciones de
salvación en los jueces y reyes, anunciando por los profetas al Mesías y una
creación nueva, por su efusión en los corazones de todos los miembros del
pueblo elegido, pero reposará esencialmente sobre el Ungido por excelencia,
el Mesías, Cristo.
[3]
Son llamados siervos(Ebed) de Dios: Abraham(Gén 26,24;Sal
105,6), Moisés(Ex 14,31;Núm 12,7;Dt 34,5;Jos 1,1.2.7;9,24;11,15;1Re
8,53;2Re 21,8;Mal 3,22;Sal 105,26;Neh 1,7.8;9,14), Josué(Jos
24,29;Ju 2,8), David (2Sam 3,18;7,5.8; 1Re 3,6;8,66;11,13;14,8;2Re
20,6;Is 37,35; Jr 33,21ss.26;Sal 18,1;36,1;78,70), Elías(2Re
9,36;10,10), Isaías(Is 20,3), Zorobabel (2Re 9,36;10,10). Y de
manera colectiva, todos los profetas(2Re 9,7;Jr 7,25;Am 3,7).