EL ESPIRITU SANTO, DADOR DE VIDA, EN LA IGLESIA, AL CRISTIANO: 1.3 EL ESPIRITU SANTO EN LA CREACIÓN
1.3. EL ESPIRITU SANTO EN LA CREACION
a) La ruah de Dios, creadora de vida
b) La Palabra y el Espíritu, manos de Dios
c) El Espíritu recrea en el hombre su ser original
1.3. EL ESPIRITU SANTO EN LA CREACION
a) La ruah de Dios, creadora de vida
El término hebreo
ruah, traducido por el griego
pneuma,
significa soplo, aliento, aire, viento, alma. Cualquiera de estos
significados da a los textos bíblicos un realismo que, con frecuencia, no
sugiere la palabra española espíritu. La
ruah es el viento,
tanto el suave soplo de la brisa como el huracán irresistible.
La narración bíblica de la creación es un
testimonio de fe
en la acción de Dios, que saca las cosas de la nada. Así confiesa que "el
Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas"
(Gén 1,2);con su soplo (espíritu), "Dios amontona las aguas" (Ex
15,8.10) y las devuelve a su cauce, para salvar a Israel. El espíritu de
Dios sopla durante toda la noche para hacer vadeable el mar Rojo (Ex
14,21), lo mismo que había hecho después del diluvio: "hizo soplar un viento
sobre la tierra y comenzaron a menguar las aguas" (Gén 8,1). El salmo 147
canta a Dios que "hace soplar al viento y manan las aguas" (v.18). Israel ve
la actuación de Dios y de su Espíritu en el viento solano que derrite el
hielo y la nieve, al llegar la primavera.
Los seres son obra de las "manos de Dios". La vida es don del
Espíritu de Dios. Dios exhala su aliento y su hálito penetra como vida en
sus criaturas; Dios retira su hálito, escondiendo su rostro, y mueren: "Si
Tú escondes tu rostro, los seres se conturban; si les quitas el espíritu,
expiran y vuelven al polvo. Si mandas tu aliento, se recrían" (Sal
104,29-30). Job dirá: "El Espíritu divino me creó" (33,4) y "si El volviera
a sí su soplo y retrajera a sí su aliento, expiraría a una toda carne y
el hombre volvería al polvo" (34, 14-15).
La ruah bíblica es fuerza viva en el hombre; es el principio
de vida, sede del conocimiento y de los sentimientos. Debido a su
importancia vital, la ruah se atribuye a Dios, es la fuerza de vida por la
que El actúa y hace actuar.[1]
No se trata de algo desencarnado, sino de la animación de un cuerpo. Se
opone a basar, carne, que no es el cuerpo, sino la realidad puramente
terrestre del hombre, caracterizada por la debilidad y por su carácter
perecedero: "El egipcio es un hombre y no un dios y sus caballos son carne y
no espíritu" (Is 31,3); es inútil buscar en los egipcios el apoyo: son
perecederos; la verdadera fuerza y la vida no está en ellos. Antes del
diluvio, Dios constata que los hombres viven, no de su espíritu, no
apoyados en El, sino buscando la vida en sí mismos, en su principio
terrestre, débil y perecedero. Por ello, dirá: "No permanecerá para siempre
mi suplo, mi ruah, en el hombre, puesto que él es pura carne" (Gén
6,3).
La ruah, como aliento vital, es señal de vida y tiene su
origen en Dios mismo (Gén 2,7). El hombre vive mientras Dios le comunica su
ruah, pues puede darla o quitarla.[2]
La ruah Yahveh es siempre fuerza, principio de acción; anima y hace actuar
para realizar el plan de Dios. Es siempre energía de vida. De forma plástica
lo expresaba J. Danielou:
¿Qué queremos decir cuando hablamos de espíritu, cuando decimos
Dios es espíritu? ¿Hablamos en griego o en hebreo? Si hablamos en
griego, decimos que Dios es inmaterial. Si hablamos en hebreo, decimos que
Dios es un huracán, una tempestad, una fuerza irresistible. ¿Consiste la
espiritualidad en hacerse inmaterial o en estar animado por el Espíritu
Santo?.[3]
Aunque Elías descubrió la presencia de Dios, no en el huracán ni
en el fuego, sino en el susurro de una brisa suave, esto no tiene nada que
ver con la "suavidad" de su acción, sino con la intimidad de Dios que
penetra por dentro al profeta y lo arranca de su abatimiento y lo impulsa a
la misión (Cfr 1Re 19; particularmente v.15-17).
Según el contexto, la ruah puede ser simplemente el viento (Jn
3,8;He 2,1-4.6) o el aliento de Dios que comunica la vida (Ex 15,8-10;Sal
33,6) y, por derivación, el aliento del hombre, principio y signo de vida
(Gén 7,22;Sal 104,29-30).Es también el soplo, la inspiración que hace
realizar una obra de Dios, como el santuario (Ex 31,3ss). Así se habla de
espíritu de inteligencia (Ex 28,3), de sabiduría (Dt 31,3;24,9;35,31).
Pero el calificativo principal es el de espíritu de Dios, que
expresa el sujeto por cuyo poder surge algo en el mundo, en el hombre, en
los jueces, reyes, profetas...En estos casos,
Espíritu de Dios es
lo mismo que Dios en persona (Is 40,13): "Mas ellos se rebelaron y
ofendieron su Espíritu Santo" (Is 63,10).
Espíritu Santo, le llama Isaías (y Sal 51,13). Es santo porque es de
Dios. Y Dios es santo porque es Dios. De aquí que el Espíritu de Dios sea el
que hace actuar de modo que se realice el plan de Dios en la creación y en
la historia.
b) La Palabra y el Espíritu, manos de Dios
Espíritu y Palabra se hallan frecuentemente unidos en la Escritura:
"Por la Palabra de Yahveh fueron hechos los cielos, y todo su ejército por
el aliento de su boca" (Sal 33,6). "Manda su Palabra y las derrite, sopla
su Espíritu y manan las aguas" (Sal 147,18). "El Espíritu de Yahveh habla
por mí, y su Palabra está en mis labios" (2Sam 23,2). "Mi Espíritu que está
sobre tí y mis palabras que yo pongo en tus labios" (Is 59,21):
Si la creación y recreación se lleva a cabo por medio del Espíritu, no hay
duda de que el comienzo de la creación no tuvo lugar sin el Espíritu, lo
mismo que con el Verbo. El Verbo ciertamente crea los cielos, pero el
Espíritu Santo crea todo su ejército, es decir, su ornato.[4]
Pero, donde aparece con fuerza la acción de las
manos-Palabra
y Espíritu- de Dios es en la creación y recreación del hombre:
Por medio de las manos del Padre, esto es, por medio del Hijo y del
Espíritu, se hace el hombre a imagen de Dios (Gén 1,26).[5]
...Si eres obra de Dios, estáte atento a la mano de tu Artífice que lo hace
todo oportunamente. Ofrécele un corazón blando y moldeable y conserva la
figura con que te modeló el Artífice, guardando en ti mismo la humedad, no
sea que, endurecido, dejes que se desvanezcan las huellas de sus dedos.
Pues por la habilidad de Dios queda escondido lo que en ti hay de barro. Su
mano fabricó la sustancia que hay en ti y te cubrirá por dentro y por fuera
con oro puro y plata (Ex 25,11) y hasta tal grado te embellecerá que el
mismo Rey quedará prendado de tu hermosura (Sal 44,12). Mas, si endurecido,
te resistes a su arte y te muestras desagradecido con El, porque has sido
hecho hombre, convirtiéndote en ingrato para con Dios, entonces perderás, al
mismo tiempo, su arte y tu vida....[6]
El hombre, modelado al principio de la creación por las manos de
Dios, para llegar a ser hombre perfecto ha de confiarse al arte de tales
manos que saben dar el toque y el retoque oportuno al modelado. Mientras el
barro, que es el hombre, permanezca húmedo, con docilidad de corazón, las
manos de Dios, que son la Palabra y el Espíritu, lograrán plasmar en él la
imagen y semejanza perfecta de Dios.[7]
En la unidad de Palabra y Espíritu está presente Dios, creando y
comunicándose. El mundo fue creado "por el Padre por medio del Hijo en el
Espíritu Santo", como repite san Agustín y otros muchos Padres.[8]
El mundo fue creado por Dios Padre, "Señor del cielo y de la tierra" (Mt
11,25),"creador de todo" (He 4,24;Ef 3,9;Heb 1,2). En la vida trinitaria
ad intra, el Padre es el principio sin origen; así también, el Padre
es el principio último en la acción divina
ad extra. Pero el mundo
fue creado por medio del Hijo, Palabra del Padre. El Padre, de quien todo
procede en el cielo y en la tierra, creó el mundo por medio del Hijo[9]
y en orden a Cristo (Col 1,16).
El Padre crea por medio del Hijo en el Espíritu Santo. El Espíritu
Santo es el don original del amor intradivino, don que actúa en toda la
actividad de donación de Dios "hacia fuera". El Espíritu es "la fuerza de
arriba" (Lc 24,49). "El Espíritu del Señor llena el mundo" (Sab 1,7), es
el aliento de vida.[10]
"El soplo incorruptible de Dios está en todas las cosas" (Sab 12,1),"en
todo viviente".[11]
Es un espíritu creador (Jdt 16,27;Sal 37,6)."El Espíritu de Dios me ha
creado y el soplo del Omnipotente me da vida" (Job 33,4)."Envías tu soplo
y son creados, y renuevas la faz de la tierra" (Sal 104,30):
El don del Espíritu ha sido enviado "a toda la tierra"; en los últimos
tiempos, "ha sido derramado sobre todo el género humano"; y, al "descender
sobre el Hijo de Dios convertido en Hijo del hombre, con El se acostumbró a
habitar en el género humano, a reposar sobre los hombres, a residir en la
obra modelada por Dios".[12]
El don es siempre gratuito, sin espera de contracambio. El origen del
don es, pues, el amor. Y lo primero que el amor da, es a sí mismo. El mismo
es el don primero del que parten todos los demás dones. Puesto que el
Espíritu Santo procede como amor del Padre y del Hijo, El es el Don
primario. Por eso "por medio del Don que es el Espíritu Santo, se reparten
entre los cristianos muchos dones especiales".[13]
La ruah de Dios que aletea sobre la creación, como principio
vivificante y culminador de la creación, es el Don primario, la
manifestación del amor con que Dios se da a la creación de sus
manos
(Sab 11,24-26): "su Hijo y el Espíritu Santo". Para san Basilio las
propiedades de las personas divinas repercuten en la creación: el Padre es
la causa que prepara; el Hijo, la causa que realiza, y el Espíritu, la causa
que culmina la creación.[14]
San Agustín fusiona la teología de la creación y la teología
trinitaria, diciendo que "a todas las criaturas les ha dado el ser la
Trinidad creadora: el Padre por el Hijo en la donación del Espíritu Santo,
quien garantiza que son buenas".[15]
Este origen imprime en las cosas creadas las huellas (vestigia) de la
Trinidad, de su ser eterno, de su sabiduría, del gozo de su amor.[16]
Y el hombre -con memoria, entendimiento, y voluntad- es imagen del Dios
uno y trino, que se expresa en la vida de fe-esperanza-amor.[17]
Según Santo Tomás, siguiendo a san Agustín, la creación está en
íntima relación con la vida trinitaria de Dios. El Padre se reconoce en su
perfecta reproducción, el Verbo: engendra eternamente al Hijo; Padre e Hijo
se abrazan con un amor que da un fruto personal: espiran eternamente el
Espíritu. La creación tiene su origen en ese mismo conocimiento y en ese
amor de Dios. Igual que la naturaleza divina el Hijo la tiene del Padre y el
Espíritu Santo la tiene de ambos, también la fuerza creadora, a pesar de ser
común a las tres personas, les corresponde con un cierto orden, de acuerdo
con la peculiaridad de su origen propio: Dios Padre ha llevado a cabo la
creación por su palabra, que es el Hijo, y por su amor, que es el Espíritu
Santo. Son, por tanto, los orígenes de las personas los fundamentos del
origen de las criaturas. Así, al igual que el Padre se expresa a sí mismo y
a todas las criaturas por la Palabra que El engendró, así se ama a sí mismo
y a todas las criaturas por el Espíritu Santo.[18]
Pero el Espíritu, como el viento, es imprevisible e inasible. Donde
está el Espíritu está la libertad. El Espíritu abre al hombre a la novedad
creadora e insospechada, que El crea: "El viento sopla donde quiere, y oyes
su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace
del Espíritu" (Jn 3,8).
c) El Espíritu recrea en el hombre su ser original
Isaías anuncia una creación nueva en el Espíritu de Dios: "Al fin
será derramado sobre vosotros el Espíritu de lo alto y el desierto se
convertirá en vergel, y el vergel será tenido por selva; el derecho morará
en el desierto y la justicia en el vergel...y su fruto será el reposo y la
seguridad" (Is 32, 15-18). Es lo que pide el israelita piadoso: "Crea en mí,
oh Dios, un corazón puro y renueva dentro de mí un espíritu nuevo...No me
quites tu Santo Espíritu" (Sal 51,12-13). Es lo que, ante la visión de la
casa de Israel como un campo de huesos secos, anuncia Ezequiel: "Así dice el
Señor Yahveh a estos huesos: he aquí que voy a hacer entrar en vosotros el
Espíritu y viviréis...Sabréis que yo soy Yahveh cuando abra vuestras tumbas
y os haga salir de vuestros sepulcros, pueblo mío. Infundiré mi espíritu en
vosotros y viviréis" (37,5.13-14).
El Espíritu Creador es el que recrea y hace nuevas todas las cosas.
"Como el árbol seco, asociándose al agua, echa brotes, así el alma en
pecado, hecha digna del Espíritu Santo por la conversión, produce racimos de
justicia":
Bebamos del "agua viva, que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,14). El
Salvador dijo esto en relación al Espíritu que recibirían los que creyeran
en El (Jn 7,39). Atiende a lo que dice: "El que cree en mí, como dice la
Escritura, ríos de agua viva manarán de sus entrañas" (Jn 7,38). No ríos
visibles, que sólo riegan una tierra que produce espinas y árboles, sino que
iluminan las almas. Y en otra parte dice: "Pero el agua que yo le daré, se
hará en él una fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna" (Jn
4,14).
Y ¿por qué llamó agua a la gracia del Espíritu? Porque al agua se debe la
conservación de todas las cosas; porque el agua es la que produce la hierba
y los seres vivos; porque el agua de las lluvias viene de los cielos; porque
viene de una sola forma, pero obra de muy diversas maneras. Una sola fuente
riega todo un jardín; una misma lluvia cae en todo el mundo, y es blanca en
la azucena, roja en la rosa, purpúrea en la violeta y el jacinto, y distinta
y variada en las diversas clases de flores. En la palma es una; en la vid
otra; y todo en todo. Es uniforme y no diferente de sí misma. No es que la
lluvia se transforme, y ahora caiga una y luego otra, sino que se acomoda a
la manera de ser del que la recibe y es para cada uno lo que le conviene.
Del mismo modo el Espíritu Santo, siendo uno, simple e indivisible,
distribuye a cada uno la gracia como quiere (1Cor 12,11). Y como el árbol
seco, asociándose al agua, echa brotes, así el alma en pecado, hecha digna
del Espíritu Santo por la conversión, produce racimos de justicia.[19]
Como el hombre, con la primera insuflación, resultó un ser viviente
(Gén 2,7), con la nueva insuflación fue devuelto a la vida, perdida por el
pecado:
Cristo Resucitado agració a los Apóstoles con la comunicación del Espíritu
Santo, pues está escrito: "Y diciendo esto sopló y les dijo: recibid el
Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados y a
quienes se los retengáis, les serán retenidos" (Jn 20,22). Esta es la
segunda insuflación, porque la primera quedó oscurecida a causa del pecado.[20]
La imagen y semejanza de Dios se daban en el hombre hecho por las
manos de Dios, el Verbo y el Espíritu (Cat XII,5). El hombre recibió el
ser imagen y permanece para siempre. Sin embargo, la
semejanza,
quedó desfigurada, rota, velada por el pecado. Con la insuflación de Cristo
resucitado sobre los Apóstoles para el perdón de los pecados, se restablece
al hombre en su primer ser, tal como salió de las manos de Dios:
Entonces dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra
semejanza" (Gén 1,26). Lo de según la imagen lo recibió, pero lo de
según la semejanza se oscureció por la desobediencia. Pues bien, en
el tiempo en que lo perdió, en ese mismo tuvo lugar también la restauración.
Cuando el hombre creado fue por desobediente expulsado del paraiso, entonces
el creyente fue por su obediencia introducido. Entonces, pues, tuvo lugar
la salvación, cuando tuvo lugar la caída: cuando aparecieron las flores y
vino el tiempo de la poda (Cant 2,12).[21]
El Espíritu, recreando al hombre, da ojos nuevos al corazón para ver
a Dios (Mt 5,8) y para ver la creación recreada con los ojos de Dios. El
Espíritu, como la luz, con la emisión de un solo rayo, lo alumbra todo,
repiten San Cirilo y San Basilio a los catecúmenos, que van a ser
iluminados:
Simple en su esencia y variado en sus dones, el Espíritu está íntegro en
cada uno e íntegro en todas partes. Se reparte sin sufrir división, deja que
participen de El, pero El permanece íntegro, a semejanza del rayo solar
cuyos beneficios llegan a quien disfrute de él como si fuera único, pero,
mezclado con el aire, ilumina la tierra entera y el mar.[22]
El Espíritu no abandonó a Cristo después de la resurrección de entre los
muertos. Cuando el Señor, para renovar al hombre y para devolverle, pues la
había perdido, la gracia recibida de la insuflación de Dios, insufló sobre
el rostro de sus discípulos, ¿qué dice?: 'Recibid el Espíritu Santo, a
quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados....[23]
El paraíso, cerrado con la espada de fuego (Gén 3,24), con la venida
del Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego (He 2,3) se abrió de nuevo.
La "espada del Espíritu" (Ef 6,17) vence al Maligno y restaura la gracia
original, permitiendo a los hombres entrar de nuevo en el paraíso, que es la
Iglesia. La puerta iluminada que indica el acceso son los Apóstoles
coronados por el fuego del Espíritu:
Para que no se ignorase la magnitud de la gracia que descendía "se oyó de
pronto un ruído que venía del cielo, como el de un viento impetuoso" (He
2,2), que indicaba la venida del que se concedía a los hombres para
arrebatar con violencia el reino de Dios (Mt 11,12), para que los ojos
vieran las lenguas de fuego y los oídos oyeran el ruído. "Y se llenó toda la
casa en la que estaban aguardando" (He 2,2). La casa se convirtió en
recipiente del agua espiritual. Los discípulos, que aguardaban dentro,
fueron, pues, bautizados completamente según la promesa. Quedaron revestidos
en alma y cuerpo de una vestidura divina y salvadora. "Y se les aparecieron
repartidas lenguas como de fuego, y se posaron sobre cada uno de ellos, y
todos quedaron llenos del Espíritu Santo" (He 2,3-4). Recibieron un fuego
que no quema, sino un fuego que es salvador, que consume las espinas de los
pecados y que da luminosidad al alma. Este va a venir ahora también sobre
vosotros, y va a quitar y consumir las espinas de vuestros pecados, hará
mucho más brillante el precioso tesoro de vuestras almas y os dará la
gracia, que entonces dio a los apóstoles. Se posó sobre ellos en forma de
lenguas de fuego, para que con las lenguas de fuego nuevas y espirituales
coronaran sus cabezas. Una espada de fuego había cerrado antes la entrada al
paraíso, una salvadora lengua de fuego restauró la gracia.[24]
Como Espíritu Creador le invocamos en el himno de Vísperas de la
fiesta de Pentecostés:
Ven, Espíritu Creador,
y visita nuestras mentes,
llena de celeste gracia
los pechos que tú creaste.