EL ESPIRITU SANTO, DADOR DE VIDA, EN LA IGLESIA, AL CRISTIANO: Introducción
Emiliano Jiménez Hernández
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Espíritu divino, perla preciosa,
en El amamos al Padre,
como El ama a su Hijo, y amamos
a su Hijo como lo ama el Padre.
Kiko Arguello
b) Conocer al Espíritu en el Espíritu
c) Del conocimiento a la vida en el Espíritu
Pablo VI, que llevó a término el concilio inaugurado por Juan XXIII,
decía en una audiencia:
A la cristología, y especialmente a la eclesiología del Concilio,
debe seguir un estudio nuevo y un culto nuevo sobre el Espíritu
Santo justamente como complemento que no debe faltar a la enseñanza
del Concilio.[1]
H.U. von Balthasar llama al Espíritu Santo "el desconocido allende
el Verbo". Con esta expresión manifiesta la unión del Espíritu con
Cristo y la continuación del Espíritu hacia adelante, en el espacio
y en el tiempo abiertos por Cristo en la historia de la salvación.
Por el olvido o ignorancia del Espíritu Santo, la fe, la oración y
la vida de muchos cristianos sigue siendo más monoteísta que
trinitaria. En muchos casos esto lleva a una fe abstracta, fría,
teísta; a una oración individualista, desligada de la comunión
eclesial, expresión viva de la unión trinitaria; a una vida en
evidente divorcio de la fe, pues sólo el Espíritu vivifica,
interioriza y hace actual en la vida la fe confesada y celebrada.[2]
La fe no está completa si se excluye a alguna de las personas
divinas. Y por otra parte, la liturgia y la vida, que se derivan de
la fe y se expresan en la adoración y glorificación no pueden
excluir a ninguna de las tres personas. Así lo dicen, por ejemplo,
San Basilio y San Cirilo de Jerusalén:
A quien confiese a Cristo, pero reniegue de Dios, le aseguro que no
le servirá de nada. De igual modo, vana es la fe de quien invoca a
Dios pero rechaza al Hijo; siendo vacía también la fe de quien
rechaza al Espíritu Santo, creyendo en el Padre y en el Hijo, pues
esta fe no existe si no se incluye al Espíritu. En efecto, no cree
en el Hijo quien no cree en el Espíritu, ya que "nadie puede decir
Jesús es el Señor si no es en el Espíritu Santo" (1Cor 12,3);se
excluye, pues, de la verdadera adoración, pues no se puede adorar
al Hijo si no es en el Espíritu Santo, como no es posible invocar al
Padre sino en el Espíritu de adopción (Gál 4,6;Rom 8,15). Nombrar a
Cristo es confesar al Dios que le unge, al Cristo que es ungido y al
Espíritu que es la unción misma (He 10,38;Lc 4,18;1Cor 1,22-23). Se
cree en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, así como se es
bautizado "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"
(Mat 28,19)".[3]
Nuestra esperanza está puesta en el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo. No predicamos tres dioses: callen los marcionistas. Sino que
predicamos un solo Dios Padre que actúa por medio del único Hijo con
el Espíritu Santo. La fe es indivisible, la piedad inseparable. Ni
separamos la Trinidad Santa, como hacen algunos (los arrianos) ni
introducimos confusión, como Sabelio.[4]
Sino que reconocemos con devoción al único Padre, que nos envió
como Salvador al Hijo. Reconocemos un único Hijo que prometió
enviar de junto al Padre al Paráclito. Reconocemos al Espíritu
Santo, que habló en los profetas y que en Pentecostés bajó sobre
los apóstoles en forma de lenguas de fuego...Pues la piedad es
indivisible.[5]
Y Juan Pablo II nos dice que "reconocer al Espíritu Santo como Persona
es una condición esencial para la vida cristiana de fe y de caridad"6.
En las fuentes de la revelación, el Espíritu Santo es el enviado por el
Padre en nombre de Cristo resucitado, para llevar a cumplimiento su obra
de salvación. El Espíritu Santo es el lazo de amor en la vida
trinitaria, autor de la santificación en la Iglesia entera y en cada
uno de los redimidos.
b) Conocer al Espíritu en el Espíritu
Como leemos en la Dei Verbum, "la revelación que la Sagrada Escritura
contiene y ofrece ha sido puesta por escrito bajo la inspiración del
Espíritu Santo", por lo tanto la misma Escritura "se ha de leer con el
mismo Espíritu con que fue escrita" (n.11 y 12).
La Escritura designa al Espíritu siempre mediante símbolos que ponen de
manifiesto el impulso que suscita: soplo y viento, fuego, agua viva,
paloma que vuela, lenguas; el Espíritu es el impulso de los comienzos
de la evangelización, crea la libertad, la apertura al otro...No es algo
cerrado, extático...En la obra que Dios realiza fuera de sí por la
doble misión del Verbo y del Espíritu, éste es "la energía que
exorciza la fascinación del pasado y del origen para proyectar hacia
adelante, hacia un futuro que tiene la novedad como característica
principal" (Dionisio). El es Señor y dador de vida.
Pero para conocer al Espíritu Santo carecemos de las mediaciones de las
que disponemos respecto al Padre y al Hijo. Todos conocemos la
paternidad y la filiación, que caracterizan el ser y las relaciones
mutuas del Padre y del Hijo. En cambio en relación al Espíritu Santo nos
falta una connotación similar, lo que hace de El el "Dios desconocido".
Carece de un rostro personal reconocible para nosotros. El Verbo
encarnado tiene un rostro, nos lo ha dado a conocer en nuestra historia,
"haciéndose en todo semejante a nosotros". Y el Padre se nos ha revelado
en el Hijo.
El Espíritu Santo, en cambio, no presenta esos rasgos personales, está
como escondido en la obra del Padre y del Hijo, que él consuma. Se ha
hablado, por ello, de una especie de kénosis del Espíritu Santo, aún
mayor que la del Hijo en su encarnación. El Espíritu Santo, en su
manifestación a los hombres, se habría vaciado de su propia personalidad
para ser todo relativo, por un lado a "Dios" y a Cristo y, por otro, a
los hombres llamados a realizar la imagen de Dios y de su Hijo. Ya San
Agustín decía que apenas se hablaba del Espíritu Santo ni se escudriñaba
su misterio7.
Pero sin el Espíritu Santo no conocemos a Dios como Padre, a Jesús como
Señor ni a la Iglesia como sacramento de salvación. San Juan Crisóstomo
lo confiesa con fuerza:
¿Dónde se encuentran ahora los que blasfeman contra el Espíritu? Porque
si El no perdona los pecados, en vano le recibiremos en el bautismo.
Si, por el contrario, perdona los pecados, los herejes blasfeman contra
El en vano. Si el Espíritu Santo no existiera, no podríamos decir que
Jesús es nuestro Señor. "Porque nadie puede decir: Jesús es Señor, sino
en el Espíritu Santo' (1Cor 12, 3). Si no existiera el Espíritu Santo,
los creyentes no podríamos orar a Dios. En efecto, decimos 'Padre
nuestro que estás en los cielos" (Mt 6,9). Pero, así como no podríamos
llamar a Jesús nuestro Señor, tampoco podríamos llamar a Dios Padre
nuestro. ¿Quién lo prueba? El Apóstol que dice: "La prueba de que sois
hijos es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que
clama ¡Abba, Padre!" (Gál 4,6). Por consiguiente, cuando invoquéis al
Padre, recordad que fue necesario que el Espíritu tocara primero
vuestra alma para que fuerais considerados dignos de llamar a Dios con
ese nombre. Si el Espíritu no existiera, los discursos de la sabiduría y
de la ciencia no estarían en la Iglesia, "porque a uno se le da,
mediante el Espíritu, palabra de sabiduría; a otro, según el mismo
Espíritu, palabra de conocimiento" (1Cor 12,8). Si el Espíritu Santo no
existiera, no habría pastores ni doctores en la Iglesia, porque son
obra del Espíritu, según la palabra de San Pablo: "...en la cual el
Espíritu Santo os ha constituido inspectores para pastorear la Iglesia
de Dios" (He 20,28). ¿Comprendéis que también esto se hace por obra del
Espíritu? Si el Espíritu Santo no estuviera en quien es nuestro común
padre y doctor, cuando hace un momento ha subido a la sede santa,
cuando os ha dado a todos la paz, vosotros no habrías podido responderle
con una voz unánime: "Y con tu espíritu"; por eso, no sólo cuando él
sube al altar, habla con vosotros u ora por vosotros pronunciáis estas
palabras, sino también cuando habla desde esta cátedra, cuando va a
ofrecer el sacrificio tremendo; esto lo saben muy bien los iniciados: él
no toca las ofrendas antes de haber implorado la gracia del Señor para
vosotros, antes que vosotros le hayáis respondido: 'Y con tu espíritu'.
Esa respuesta os recuerda que quien está aquí nada hace por sí mismo,
que las obras que esperamos no son, en modo alguno, obras de los
hombres; que es la gracia del Espíritu, derramada sobre todos, la que
realiza sola este sacrificio místico. Por supuesto, un hombre está
presente, pero Dios es quien actúa por medio de él. Por consiguiente, no
os agarréis a lo que ven vuestros ojos, sino pensad en la gracia
invisible. Ninguna de las cosas que se realizan en el santuario vienen
del hombre. Si el Espíritu no estuviera presente, la Iglesia no formaría
un todo bien compacto: la consistencia de la Iglesia manifiesta la
presencia del Espíritu8.
A diferencia de Yahveh en el Antiguo Testamento y de Jesús en el Nuevo,
el Espíritu Santo no ha empleado el pronombre personal "yo"9.
Se nos revela no en sí mismo, sino por lo que obra en nosotros. Por
ello, como sólo conocemos al Espíritu Santo por el fruto de su
actuación, rastrearemos su manifestación en la Escritura, en la que
Dios nos habla y comunica lo que necesitamos saber para responder al
designio de amor que El acaricia sobre nosotros y que el Espíritu Santo
realiza en nosotros. San Cirilo de Jerusalén ya nos dejó escrito:
Digamos, pues, sobre el Espíritu Santo sólo lo que está escrito. Si algo
no ha sido escrito, no nos ocupemos de ello. El Espíritu Santo mismo
dictó las Escrituras y dijo de sí mismo todo lo que quiso o lo que somos
capaces de captar. Digamos, pues, lo que El dijo y no osemos decir lo
que El no ha dicho10.
¿Qué debe investigarse? Lo que encontramos en las Escrituras. Pero no
investiguemos lo que no encontramos en las Escrituras. Pues si nos
conviniera saberlo, ciertamente el Espíritu Santo lo hubiera expuesto en
las Escrituras: en efecto, no somos más sabios que el Espíritu Santo11.
Pero, nos ayudaremos también de la Tradición viva de la Iglesia para
captar lo que el Espíritu nos ha querido revelar de El mismo. En los
testigos (Heb 12,1), -bíblicos, patrísticos y actuales-, de su
actuación, vislumbraremos su
ser. Pues el Espíritu, que se cernía sobre las aguas de la creación,
que habló por los profetas, guió a los primeros cristianos, sigue
también hoy actuando en nosotros. La Escritura y la Tradición viva de
la Iglesia se unifican gracias al Espíritu Santo, presente y actuante
en ambas. La Escritura es el vestíbulo del Reino de Dios. Misión del
Espíritu Santo es introducirnos en él. Y este Espíritu es único y el
mismo en toda la historia de la salvación:
El mismo Espíritu dictó las Escrituras. No hay dos Espíritus. Uno, por
ejemplo, que haya actuado en el Antiguo Testamento y otro en el Nuevo y
en la Iglesia. La actividad del Espíritu a lo largo de toda la historia
de la salvación con ser múltiple y abundante no divide al Espíritu,
sino que permanece siempre uno y el mismo en la rica variedad de sus
manifestaciones, como también en sus muchos nombres. Sólo existe un
único Espíritu Santo, como también sólo existe un único Dios Padre y un
único Hijo de Dios. Esta es la fe que confiesa el Credo: Un solo Padre,
un solo Hijo y un solo Espíritu Santo12
.
Como nos dice el Vaticano II: "La Iglesia, Esposa de la Palabra hecha
carne, instruida por el Espíritu Santo, procura comprender cada vez
mejor la Sagrada Escritura" (DV n.23).
c) Del conocimiento a la vida en el Espíritu
Pero no se trata sólo de conocer. En el cristianismo, el conocimiento es
sólo camino para la comunión y el amor. Espero que estas páginas nos
lleven a la comunión y al amor, a la experiencia de la inhabitación del
Espíritu Santo en nosotros. Y con el Espíritu, vivir una vida en la
libertad de los hijos de Dios, en una doxología constante: vida en el
Espíritu que es vida de alabanza y celebración de la vida según el
Espíritu.
Rastrear la experiencia es ir tras la acción del Espíritu, que viene a
nosotros, actúa en nosotros y por medio de nosotros, arrastrándonos
hacia El en una comunión y amistad, que hace ser el uno para el otro. Se
trata de descubrir esa presencia invisible, que se hace visible a través
de los signos y de los frutos de paz, gozo, consuelo, iluminación,
discernimiento que deja en nuestro espíritu. En la oración, en los
sacramentos, en la vida de Iglesia y de evangelización, en el amor de
Dios y del prójimo, percibimos la experiencia de una presencia que
supera nuestros límites. "El Espíritu mismo da testimonio a nuestro
espíritu de que somos hijos de Dios" (Rom 8,16). Y sólo el Espíritu
"nos llevará a la verdad plena" (Jn 16,13).
Sin el Espíritu Santo, este escrito no servirá de nada. Espero, con San
Cirilo, que el Espíritu me ayude a decir lo que la Escritura dice de El
y que el mismo Espíritu comunique a los lectores una noticia más
acabada y perfecta de Sí mismo que lo aquí escrito:
Que la prolijidad de mis palabras, carísimos, no os fatigue, y que el
mismo de quien hablamos nos conceda fuerza, a mí que hablo y a vosotros
que me escucháis...Es tarea del mismo Espíritu Santo perdonarme a mí por
lo que he omitido y a vosotros, que me escucháis, concederos el
conocimiento perfecto de lo que resta"13.
Pues la salvación de nuestra fe no procede de la locuacidad, sino de
la demostrcación de las Sagradas Escrituras14.
Es el mismo Espíritu quien, en el silencio de la oración, viene en ayuda
de nuestra debilidad y se nos comunica, revelándonos el designio pleno
de Dios. Más que de estudio, se trata de oración, pues como dice el
Vaticano II:
Al no haber querido Dios manifestar solemnemente el misterio de la
salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo,
vemos a los apóstoles, antes del día de Pentecostés, "perseverar
unánimes en la oración, con las mujeres y María la madre de Jesús y los
hermanos de Este" (He 1,14); y a María implorando con sus ruegos el don
del Espíritu Santo, que en la Anunciación ya la había cubierto con su
sombra (LG,n.59).
El INDICE del libro tiene una estructura lógica, pero su desarrollo ya
no lo es tanto. El Espíritu, que sopla cómo, dónde y cuándo quiere, no
se deja fácilmente encasillar en un esquema. Por ello se interfieren
unos capítulos con otros y se hace necesario repetir textos de la
Escritura y de los Padres, que son lo principal del libro, hasta
parecer a veces un simple mosaico de textos bíblicos y patrísticos
sobre el Espíritu Santo. Por tanto, se puede empezar la lectura lo
mismo por la primera parte que por la tercera o por la segunda.
El P. Congar, como cristiano y como teólogo, escribe: "¡Permítasenos
cantar nuestro canto! El espíritu es soplo. El viento canta en los
árboles. También nosotros querríamos ser una lira humilde a la que haga
vibrar y cantar el soplo de Dios. El estudio sólo pretende tensar y
ajustar las cuerdas de esa lira. ¡Que el Espíritu les haga emitir un
canto armonioso de oración y de vida!"
Y mejor dicho aún en la VI Oda de Salomón:
Como las manos se pasean por la cítara y las cuerdas hablan, así habla
el Espíritu del Señor en mis miembros y yo hablo por su amor.
[1]
PABLO VI, Audiencia general del 6-6-1973, Ecclesia
16-6-1973,p.5. Y en marzo de 1974, en la exhortación apostólica
Marialis Cultus volvía a invitar a "profundizar la reflexión
sobre la acción del Espíritu en la historia de la
salvación"(n.27).
[2]
El Metropolita ortodoxo Ignacio Hazim de Lattaquié decía en
Upsala en 1968: "¿Cómo se hace hoy nuestro el acontecimiento
pascual, ocurrido una vez para siempre? Por obra de Aquel que es
su artífice desde el principio y en la plenitud de los tiempos:
el Espíritu Santo. El es personalmente la Novedad que obra en el
mundo. El es la Presencia de Dios-con-nosotros, 'unido a nuestro
espíritu'(Rom 8,16); sin él, Dios está lejano; Cristo, en el
pasado; el Evangelio es letra muerta; la Iglesia, una simple
organización; la autoridad, una dominación; la misión es
propaganda; el culto, una evocación; y el obrar cristiano, una
moral de esclavo...Pero en El, Cristo resucitado está aquí, el
Evangelio es potencia de vida, la Iglesia significa Comunión
trinitaria, la autoridad es un servicio liberador, la misión es
un Pentecostés, la Liturgia es memorial y anticipación, el obrar
humano es deificado...El es Señor y Dador de vida".
[4]
El error del sabelianismo consiste en confundir las personas
divinas hasta el punto de reducirlas a una sola que asume rasgos
paternales, filiales o espirituales según los diversos momentos
de la economía de la salvación.
[5] SAN CIRILO DE
JERUSALEN, Cat.
XVI,4;IV,2;VII,1;Cfr. ATANASIO, Epist. al Serapionem I,14.17.30.
33;IV 12.
M, Cat. XVII,2.