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DECALOGO - DIEZ PALABRAS DE VIDA:  2. MANDAMIENTO 'NO TOMARAS EL NOMBRE DE DIOS EN VANO'


EMILIANO JIMENEZ HERNANDEZ

Páginas relacionadas

      

1. Dios da a conocer su nombre


2. No tomarás el nombre de Dios en vano


3. Santificado sea tu nombre


4. Jesús, glorificación del nombre de Dios 

 

 

Los diez mandamientos de la Ley de Dios

 

No tomarás en falso el nombre de Yahveh, tu Dios;

porque Yahveh no dejará sin castigo

a quien toma su nombre en falso

          (Ex 20,7;Dt 5,11).

 

El segundo mandamiento está íntimamente unido al primero. Se trata de tutelar la gloria de Dios. En su contexto veterotestamentario expresa la prohibición de usar el nombre de Dios en fórmulas mágicas o ritos supersticiosos. Se trata, pues, de evitar la instrumentali­zación del nombre de Yahveh, práctica común en la religión de los pueblos vecinos de Israel.[1] Para evitar esta tentación, Israel llegó a no pronunciar el nombre de Yahveh, sustituyéndolo por otros nombres.

 

1. DIOS DA A CONOCER SU NOMBRE

Para la Biblia, el nombre no es un simple "flatus vocis", un sonido vacío. El nombre es un mensaje, hace presente la realidad que designa. Evoca las circunstancias del nacimiento o el porvenir previsto por los padres: Raquel, al morir en el parto, llama a su hijo "hijo de mi dolor", pero Jacob lo llama Benjamín, "hijo de mi diestra" (Gén 35,18). No tener nombre es ser un hombre sin valor (Job 30,8). Cambiar a alguien el nombre es darle una nueva personalidad. Así Dios cambia el nombre de Abram (Gén 17,5), de Saray (Gén 17,15) o de Jacob (32,29). El cambio de nombre indica que Dios toma posesión de su vida para encomendarles una misión.

 

El nombre, por tanto, habla, expresa el ser de la persona: "En efecto, como se llama, así es. Se llama Nabal (necio) y la necedad está con él" (1Sam 25,25). Cuando los padres dan un nombre a sus hijos, les asignan una peculiaridad, según una situación ya presente o según un deseo futuro.[2] Conocer el nombre es adquirir un cierto poder sobre la persona. De ahí el que a veces se mantenga en secreto el nombre o también, por ejemplo, la insistencia de Jacob por conocer el nombre del personaje que lucha con él en el Yaboq (Gén 32,30).

 

Si el nombre es la persona misma, apropiarse del nombre, pronunciarlo, es como adueñarse de la persona misma, utilizar su poder para el propio interés. Así un empadrona­miento significa una especie de esclavización de las personas (2Sam 24).

 

En un principio, el Dios de Israel, antes de revelar su Nombre a Moisés, sólo era conocido "como el Dios de los padres", "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob". A Jacob, en la lucha del Yaboq, Dios no le da a conocer aún su Nombre. Así Dios es designado únicamente con adjetivos como Shadday (el de la montaña), o con expresiones como "terror de Isaac" o "fuerte de Jacob". Pero un día, en el Horeb, desde la zarza ardiente, Dios reveló su Nombre a Moisés: El es Yahveh (Ex 3,13-16;6,3).[3]

 

Entre todas las palabras de la revelación hay una, singular, que es la revelación de su Nombre. Dios confía su Nombre a los que creen en El; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad (4).

 

El nombre de Yahveh expresa la presencia del Dios del Exodo, "YO SOY el que te sacó de Egipto, de la casa de servidumbre". El nombre de Yahveh significa "Yo estaré allí con vosotros"; implica la fuerza para salir de la esclavitud, para ponerse en camino. El nombre de Dios es Dios actuando, salvando.

 

Dios se identifica de tal manera con su Nombre que hablando de él se designa a sí mismo (Lv 24,11-16). Este Nombre es amado (Sal 5,12), alabado (Sal 7,18), santificado (Is 29,23). Nombre temeroso (Dt 28,23), eterno (Sal 135,13). Por "su gran Nombre" (Jos 7,9) o "a causa de su Nombre" (Ez 20,9), Dios obra a favor de Israel. Es decir, Dios actúa, salvando a Israel, para dar gloria a su Nombre, para ser reconocido como grande y santo. Dios "ha hecho habitar en el templo su Nombre" (Dt 12,5). En el templo, que "lleva su Nombre" (Jr 7,10.14), el fiel encuentra la presencia de Dios (Ex 34,23).

 

Israel sabe, pues, que su Dios tiene un nombre propio, con el que puede y quiere ser invocado: "Así dirás a los israelitas: Yahveh, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi Nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación" (Ex 3,15). Yahveh es celoso de su Nombre (Ex 34,14). No permitirá que Israel invoque el nombre de otros dioses: "ni se oiga en vuestra boca" (Ex 23,13) (5).

 

 

2 Mandamiento de la ley de Dios

 

Dios ha usado gracia con Israel revelándole su Nombre antes de mandar a Moisés a salvar a su pueblo de la esclavitud de Egipto (Ex 3,13-15). Con este Nombre Moisés podrá presentarse ante el Faraón y ante los israelitas. Le acompaña el cayado, la fuerza prodigiosa de Dios. "¿No soy yo Yahveh? Así, pues, vete, que yo estaré contigo?" (Ex 4,11-12):

 

Por tanto, di a los hijos de Israel: Yo soy Yahveh: Yo os libertaré de los duros trabajos de los egipcios, os liberaré de su esclavitud y os salvaré con brazo tenso y castigos grandes. Yo os haré mi pueblo y seré vuestro Dios; y sabréis que yo soy Yahveh, vuestro Dios, que os sacaré de la esclavitud de Egipto y os introduciré en la tierra que he jurado dar a Abraham, a Isaac y a Jacob, y os la daré en herencia. Yo, Yahveh (Ex 6,6-8).

 

Luego, en la renovación de la alianza, Dios revelará un nuevo aspecto de su Nombre, al dar a Moisés las nuevas tablas de la ley. Dios, al pronunciar su Nombre, se revela a sí mismo, mostrando su gloria, según la súplica de Moisés: " Déjame ver, por favor, tu gloria" (Ex 33,18). La gloria de Dios es el esplendor de su presencia (Ex 24,16), que en la plenitud de los tiempos brillará plenamente en el rostro de Cristo (Jn 1,14;11,40;2Cor 4,4.6). Ver a Dios es participar de su gloria. Sólo Cristo ha visto así cara a cara a Dios y, al final de los tiempos, en la bienaventuranza del cielo, lo verán los discípulos de Cristo (Mt 5,8;1Cor 13,12). Moisés sólo consigue ver las espaldas de Dios:


Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré mi nombre de Yahveh delante de ti; pues hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia con quien tengo misericordia. Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo. Mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña. Y al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver (Ex 33,19-23).

 

Con las dos tablas nuevas, iguales a las primeras, Moisés sube al monte, para que Dios escriba en ellas las palabras que había en las primeras, que Moisés rompió. En el monte Moisés invocó el nombre de Yahveh. Y Yahveh pasó por delante de él, no dejándose ver, pero sí dejando oír su nombre: "Yahveh, Yahveh, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes" (Ex 34,1-7).

 

El nombre de Yahveh expresa y hace presente la misericordia, la clemencia, el amor y la fidelidad de Dios. Moisés, pues, le suplicará: "Si en verdad he hallado gracia a tus ojos, oh Señor, dígnate venir en medio de nosotros, aunque sea un pueblo de dura cerviz; perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y recíbenos por heredad tuya". Dios acoge la súplica de Moisés y renueva la alianza; acepta cobijar a su pueblo bajo sus alas, cubrirlo con la nube de su presencia, salvarlo con el poder de su Nombre. (Cfr Ex 34,8ss).

 

A su pueblo Israel Dios se reveló, dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la intimidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su Nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo, haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente(6).

 

 

Segunda Mandamiento de la Ley de Dios

 

 

2. NO TOMARAS EL NOMBRE DE DIOS EN VANO

 

El hombre puede evidentemente usar el nombre de Dios. Dios mismo ha dado a conocer su Nombre, para que el hombre le invoque por su Nombre. "Invocar el nombre de Yahveh" es darle culto. El nombre de Yahveh se grita en la oración (Is 12,14), con él se le llama (Sal 28,1;99,6), se le bendice, alaba y glorifica (Sal 29,2;96,2;113,1-2). A diferencia de las imágenes, el nombre de Dios no está prohibido usarlo. El nombre de Dios puede ser usado, pero "no se debe pronunciar en vano". El conocimiento del nombre de Dios, no pone a Dios a disposición del hombre, para el interés o capricho del hombre. El nombre de Dios no pone a Dios a disposición del hombre para que abuse de él, acabando por tentar a Dios. Esto no sería ya servir a Dios, sino servirse de Dios.

 

Está prohibido, por tanto, tomar el nombre de Dios en vano. El verbo hebreo šàw' en múltiples textos significa "usar inútilmente"(7). Está, pues, prohibido tomar el Nombre ritualísticamente, en forma puramente formal. Jesús, en el Evangelio, aplicado a sí mismo, hará una traducción del segundo mandamiento, diciendo: "No todo el que me diga: 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial" (Mt 7,21).

 

El abuso del nombre de Dios consiste, en su significado último, en el nombrar a Dios y no seguirle en la vida, decir "Señor, Señor, y no hacer su voluntad". Se nombra a Dios sin reconocerlo como Dios. Se pronuncia su Nombre sin aceptar a Dios como Dios. Se honra a Dios con los labios, "pero el corazón está lejos de El". Se vacía de contenido el nombre de Dios siempre que se le nombra sin dejarse implicar en lo que su Nombre significa. Jesús invita a sus discípulos a dar gloria al nombre de Dios, diciéndoles: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16;1Pe 2,12). Y San Pablo lo comentará ampliamente:

 

No son justos delante de Dios, los que oyen la ley, sino los que la cumplen...Si tú que te glorías en Dios, que conoces su voluntad, que disciernes lo mejor, amaestrado por la ley, y te jactas de ser guía de ciegos, luz de los que andan en las tinieblas, educador de ignorantes, maestro de niños, porque posees en la ley la expresión misma de la ciencia y de la verdad..., pues bien, tú que instruyes a los otros ¡a ti mismo no te instruyes! Predicas: ¡no robar!, y ¡robas! Prohíbes el adulterio, y ¡adulteras! Aborreces los ídolos, y ¡saqueas sus templos! Tú que te glorías en la ley, transgrediéndola, deshonras a Dios. Porque, como dice la Escritura, el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones (Rom 2,12-24)(8).

 

Se abusa del nombre de Dios, cuando se le usa "mágicamente", es decir, buscando el propio interés(9). Tomar el nombre de Dios en vano significa llamarse creyente y no ponerse a su disposición, sino ponerle a El al propio servicio, con fines pseudo-religiosos o profanos(10). "Hablan de ti pérfidamente, abusando de tu Nombre" (Sal 139,20). El Dios de la libertad se transforma en el dios personal, para uso y consumo personal, interesado. Es hacer de Dios un amuleto mágico.

 

El hombre abusa del nombre de Dios cuando lo utiliza para encubrir sus propios intereses. Y, en consecuencia, cuando se sirve del nombre de Dios para dañar la vida y la libertad de otros hombres. En el Padrenuestro a la petición "santificado sea tu Nombre", sigue la petición "hágase tu voluntad". Invocar a Dios como Padre es desear que se cumpla su voluntad y que su Nombre sea santificado. Nunca servirse de Dios para que se haga u otros hagan la propia voluntad.

 

Hoy, nuestra sociedad, aparte del uso en vano del nombre de Dios, frecuentemente peca por el lado opuesto, prescinde del nombre de Dios, o lo que es lo mismo, prescinde de Dios. También a esto responde el Decálogo: "A Yahveh tu Dios temerás, a El servirás, vivirás unido a El y en su Nombre jurarás" (Dt 10,20), "Yahweh... es mi Nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación" (Ex 3,15).

 

En realidad todo juramento es una confesión de fe. Así lo ve Isaías: "Escucha esto, casa de Jacob, vosotros que lleváis el nombre de Israel y descendéis de Judá, los que juráis en el nombre de Yahveh y confesáis al Dios de Israel" (48,1). El que jura por otro nombre, niega a Yahveh, rompe la alianza: "Son muchas sus rebeldías y sus apostasías son grandes. ¿Cómo te voy a perdonar por ello? Tus hijos me dejaron y juran por quien no es dios" (Jr 5,6-7).

 

El verbo hebreo šàw' aparece frecuentemente en relación a los procesos judiciales. El juramento falso es una de las ocasiones en que se abusa gravemente del nombre de Dios: "No juraréis en falso por mi Nombre: profanarías el Nombre de tu Dios. Yo, Yahveh" (Lv 19,12)(11). Así, pues, el segundo mandamiento prohíbe invocar a Dios como testigo de la veracidad de un falso testimonio, siendo El la Verdad (12).

 

El segundo mandamiento prohíbe el juramento en falso. Hacer juramento o jurar es tomar a Dios por testigo de lo que se afirma. Es invocar la veracidad divina como garantía de la propia veracidad. El juramento compromete, por tanto, el nombre del Señor... El juramento, cuando es veraz y legítimo, pone de relieve la relación de la palabra humana con la verdad de Dios. El falso juramento, en cambio, invoca a Dios como testigo de una mentira(13).

 

 

Las tablas de los diez mandamientos

 

 

3. SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

 

La forma positiva del segundo mandamiento es "santificar el nombre de Yahveh" (Is 29,23). Es la primera petición del Padrenuestro: "Santificado sea tu Nombre". Es lo contrario de "tomar el nombre de Dios en vano", que hace que por "nuestra culpa el nombre de Dios sea blasfemado entre las gentes". Por ello, ya en la Ley de santidad se condena la falta de respeto al "santo nombre de Yahveh" (Lv 20,3;22,2): "No profanéis mi santo Nombre, para que yo sea santificado en medio de los israelitas. Yo soy Yahveh, el que os santifica" (22,32)(14).

 

Con la alianza del Sinaí, Israel es "el pueblo de Dios", llamado a ser "nación santa", porque lleva el nombre de Dios: "Sed santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo" (Lv 19,2). Pero el pueblo se separó de Dios y "profanó su Nombre entre las naciones" (Ez 20,36). Pero, en la plenitud de los tiempos, el Nombre de Dios Santo se nos reveló en Jesucristo, que ora al Padre por sus discípulos: "Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad" (Jn 17,19).

 

Pedir a Dios que su Nombre sea santificado nos implica en "el benévolo designio que El se propuso de antemano" para que nosotros seamos "santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (Ef 1,9.4)(15) .

 

En el agua del bautismo, hemos sido "lavados, santificados, justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1Cor 6,11). Y a lo largo de toda la vida, Dios "nos llama a la santidad" (1Tes 4,7) para que su Nombre sea santificado en nosotros y por nosotros.

 

¿Quién podría santificar a Dios, puesto que El santifica? Inspirándonos nosotros en estas palabras "sed santos porque Yo soy santo" (Lv 20,26), pedimos que, santificados por el bautismo, perseveremos en lo que hemos comenzado a ser (16).

 

Pedimos a Dios santificar su Nombre porque El salva y santifica a toda la creación por medio de la santidad... Se trata del Nombre que da la salvación al mundo perdido, pero nosotros pedimos que este nombre de Dios sea santificado en nosotros por nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien, el Nombre divino es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las palabras del Apóstol: "el nombre de Dios, por vuestra causa es blasfemado entre las naciones" (Rom 2,24)(17).

 

Por ello los creyentes, que invocan el nombre de Dios y le niegan en su vida, son una de las causas de que el nombre de Dios sea profanado o negado:

 

También los creyentes tienen su parte de responsabilidad. Porque el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones y, ciertamente, en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios (GS,n.19).

 

El segundo mandamiento también manda al creyente que respete el misterio de Dios, sin pretender encerrarlo en unos conceptos o en unos ritos. Toda palabra sobre Dios siempre vela más que revela el ser de Dios. Cada vez que pronunciamos su santo Nombre es necesario reconocer que Dios es más grande y distinto de lo que podemos decir o imaginar de El: "Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos -oráculo de Yahveh-. Porque cuanto distan los cielos de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros" (Is 55,8-9).

 

Sin embargo, el no tomar el nombre de Dios en vano, no tiene por qué confundirse con el distanciamiento de Dios. Dios mismo en el Decálogo manifiesta su cercanía y ternura, como se trasluce en el uso del posesivo: "Yo soy tu Dios, el que te libera". Esta forma de presentarse Dios está pidiendo la respuesta del hombre: "Dios mío, tú eres mi Dios" (18).

 

Jesús, presentándose como Hijo de Dios, revela que el nombre que expresa más profundamente el ser de Dios es el de Padre (Jn 17,6.26). Dios es Padre: Jesús es su Hijo (Mt 11,25ss), pero su paternidad se extiende a todos los que creen en su Hijo (Jn 20,17). Así Jesucristo, revelación plena de Dios, nos ha dado a conocer el santo Nombre de Dios y nos ha invitado a dirigirnos a El, llamándole por su nombre: Padre (Mc 14,36;Rom 8,15;Gál 4,6). El respeto del nombre de Dios no se opone a la invocación de Dios. El temor exagerado puede llevar a ver a Dios distante, inaccesible, indiferente al hombre. En Jesucristo, Dios se manifiesta cercano, como Padre. Jesucristo nos impulsa a la osadía de invocarle con la misma ternura y confianza de un niño pequeño en relación a su padre.

 

Pero, para dirigirnos a Dios y llamarle Padre, necesitamos recibir el Espíritu de hijos, el Espíritu Santo: "En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre!" (Rom 8,14-15). O, como dice la carta a los Gálatas, es el mismo Espíritu del Hijo quien clama en nuestros corazones: ¡Abba, Padre! (Gál 4,6) (19).

 

 2 mandamiento

 

 

4. JESUS GLORIFICACION DEL NOMBRE DE DIOS

 

Jesús quiere decir en hebreo "Yahveh salva". Ya en la anunciación el ángel Gabriel le dio este nombre que expresa, a la vez, su identidad y su misión (Lc 1,31). "El nombre de Jesús significa que el nombre mismo de Dios está presente en la persona de su Hijo (He 5,41;3Jn 7), hecho hombre para la redención universal y definitiva de los pecadores. Es el Nombre divino, el único que trae la salvación (Jn 3,18;He 2,21) y de ahora en adelante puede ser invocado por todos porque se ha unido a todos los hombres por la encarnación (Rom 10,6-13) de tal forma que 'no hay bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos' (He 4,12;9,14;Sant 2,7)"(20).

 

Dios, resucitando a Jesús y sentándolo a su derecha, le dio el Nombre que está por encima de todo nombre (Filp 2,9;Ef 1,22s). Es el nombre de Dios (Ap 14,1;22,3s), porque participa de su misterio (Ap 19,12). Así es constituido Kirios, Señor (Filp 2,10). La fe cristiana consiste en "creer que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos", en "confesar que Jesús es Señor" e "invocar el nombre del Señor" (Rom 10,9-13). Así los primeros cristianos se designan como "los que invocan el nombre del Señor" (21). Invocar a Jesús como Señor supone reconocerlo como Señor en toda la vida, como dice San Gregorio de Nisa:

 

En esto consiste la perfección de la vida cristiana: en que, hechos partícipes del nombre de Cristo por nuestro apelativo de cristianos, pongamos de manifiesto, con nuestros sentimientos, con la oración y con nuestra vida, la virtualidad de este Nombre(22).

 

El bautismo se confiere en el nombre del Señor Jesús (He 8,16;19,5;1Cor 6,11) o en el nombre de Cristo (Gál 3,27), de Cristo Jesús (Rom 6,3). El neófito invoca el nombre del Señor (He 22,16) o se invoca sobre él el nombre del Señor (Sant 2,7). De este modo, el cristiano se halla, desde el momento de su bautismo, bajo el poder del Señor Jesús. Su vida será "creer en el nombre del Hijo único de Dios" (Jn 3,17;Cfr. 1,12;2,23;20,30;1Jn 3,23; 5,5.10.13), es decir, adherirse a Jesucristo confesándole como Hijo de Dios, que es al mismo tiempo confesar a Dios como Padre.

 

Jesús, como Hijo, pide al Padre que glorifique su Nombre (Jn 12,28) y, al mismo tiempo, invita a sus discípulos a pedirle que lo santifique (Mt 6,9). Y Dios glorifica su Nombre manifestando su gloria y su poder (Rom 9,17;Lc 1,49) y glorificando a su Hijo (Jn 17,1.5.23). Pero quiere que los cristianos lo reconozcan y alaben el nombre de Dios (Heb 13,15) y cuiden de que su conducta no lleve a blasfemarlo (Rom 2,24;2Tim 6,1).

 

Jesús -Yahveh salva- glorifica a Dios realizando lo que su nombre significa: el que salva (Mt 1,21-25, devolviendo la salud a los enfermos (He 3,16) y, sobre todo, procurando la salvación eterna a los que creen en él (He 4,7-12;5,31;13,23). Invocando el nombre de Jesús, sus discípulos curan a los enfermos (He 3,6;9,34), expulsan demonios (Mc 9,38;16,17;Lc 10,17;He 16,18;19,13) y realizan toda clase de milagros (Mt 7,22; He 4,30). La evangelización no es otra cosa que anunciar a Cristo "predicando en su Nombre la conversión para el perdón de los pecados" (Lc 24,46-47)(23). Por el nombre de Jesús sufrirán persecución (Mc 13,13), y ello será un motivo de gozo (Mt 5,11;Jn 15,21;1Pe 4,13-16). Pablo, en el camino de Damasco, recibe de Cristo la misión de "llevar su Nombre a los gentiles" (He 9,15), aunque esto suponga "padecer por mi Nombre" (He 9,16). Al anuncio del nombre del Señor Jesucristo se consagró totalmente (He 15,26) hasta estar dispuesto a morir por él: "Pues yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino a morir también en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús" (He 21,13).

 

Como pronunciar el nombre de Yahveh sobre alguien atraía sobre él la protección divina (Am 9,12;Is 43,7;Jr 14,9), así es invocado el nombre de Jesús sobre los cristianos, único Nombre en el que se halla la salvación (He 2,21). Por ello Santiago reprocha a los que "blasfeman el hermoso Nombre que ha sido invocado sobre ellos" (2,7).

 

Los cristianos se reúnen en el nombre de Jesús (Mt 18,20), acogen a los que se presentan en su Nombre (Mc 9,37). Dan gracias a Dios en el nombre del Señor Jesucristo (Ef 5,20;Col 3,17), viviendo de modo que el nombre de Jesucristo sea glorificado (2Tes 1,11s). En la oración se dirigen al Padre en nombre de su Hijo (Jn 14,13-16;15,16;16,23-24.26).

 

Los apóstoles se sienten gozosos por haber sido "juzgados dignos de sufrir por el Nombre" (He 5,41). "Por el Nombre se pusieron en camino" (3Jn 7) para la evangelización. El Apocalipsis está dirigido a los cristianos que "sufren por el Nombre" de Jesucristo (2,3), al que se adhieren fielmente (2,13), sin renegarlo (3,8). Al vencedor en el combate contra el maligno, con la corona de gloria, se le concede "un nombre nuevo", pues Cristo "grabará en él el nombre de Dios" (Ap 3,12).

 

Cristo, como buen Pastor, conoce a cada una de sus ovejas por su nombre (Jn 10,3). Los nombres de los elegidos están inscritos en el cielo (Lc 10,20), en el libro de la vida (Filp 4,5;Ap 3,5;13,8;17,8). Entrando en la gloria, reciben un nombre nuevo e inefable (Ap 2,17); participando de la existencia de Dios, llevarán el nombre del Padre y el de su Hijo (Ap 3,12;14,1). Dios los llamará sus hijos (Mt 5,9), pues lo serán en realidad (1Jn 3,1). Desde el bautismo el cristiano quedó santificado por la invocación del nombre de Jesús sobre él. Con ese nombre recibido de Dios en la Iglesia, cada cristiano es conocido personalmente por Dios (Is 43,1;Jn 10,3). En el Reino de los cielos, cada uno llevará marcado en su frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre (Ap 14,1).

 



     [1] Es el pecado de servirse de Dios y de la religión para nuestras maldades. Un ejemplo fue la condena de Jesucristo en nombre de Dios y otro, por ejemplo, el grito blasfemo "Gott mit uns", "Dios con nosotros", con el que los nazis justificaban sus atrocidades. Cfr. Cat.Ig.Cat.,n.2148.

     [2] Cfr. el nombre de Isaac (Gén 21,6), de Esaú y Jacob (Gén 25,25-26), de Benjamín (Gén 35,6)... Un significado particular reviste la imposición del nombre por parte de los profetas (Os 1,6.6;Is 1,1ss) y en el caso de Juan Bautista y de Jesús (Lc 1,13.31.59-63;2,23).

     [3] Yahveh es el nombre del único Dios verdadero, dirán más tarde los profetas: "Antes de mí no fue formado otro dios, ni después de mí lo habrá. Yo, yo soy Yahveh, y fuera de mí no hay salvador" (Is 43,10-11).

     [4]  4. Cat.Ig.Cat., n.2143.

     [4]  5. Cfr. Cat.Ig.Cat., nn.203-227.

     [4] 6. Cat.Ig.Cat., n.203.

     [4] 7, Cfr. Sal 60,13;108,13;127,1;Jr 2,30;4,30;6,29;46,11;Malq 3,14...

     [4] 8. Is 52,5;Ez 37,20-23;Sant 2,7;2Pe 2,2.

     [4] 9. Cfr. el culto vano dado a los ídolos, condenado por los profetas, que usan el término sàw': Os 12,12;Jr 18,15;Jon 2,9;Sal 31,7. Las artes mágicas, como el culto al ídolo (vano), supone una profanación del nombre de Dios, al dejar la confianza en Yahveh para ponerla en lo que no tiene consistencia. Cfr. Cat.Ig.Cat.,n. 2149.

     [4] 10. Ezequiel usa el término šàw', a propósito de los falsos profetas, como sinónimo de mentira. El falso profeta usa el nombre de Dios para propagar sus propias palabras.

     [4] 11. Cfr. Sal 24,4;144,8.11;Is 59,4;Os 10,4.

     [4] 12. Cfr. Cat.Ig.Cat., nn 215-217.

     [4] 13. Cat.Ig.Cat.,n.2150-2151.

     [4]14. En Lv 24,10-23 se narra la lapidación de un hombre que ha blasfemado, maldiciendo el nombre de Yahveh.

     [4] 15. Cat.Ig.Cat.,n.2807.

     [4] 16. SAN CIPRIANO, Domin.orat. 12, citado en el Cat.Ig.Cat., n.2813.

     [4] 17. SAN PEDRO CRISOLOGO, Sermón 71, citado en el Cat.Ig.Cat. n. 2814.

     [4] 18. Se cuenta que San Francisco de Asís pasó toda una noche repitiendo: "Mi Dios y mi todo".

     [4] 19. La Iglesia, en la Eucaristía, la oración del Padrenuestro, la introduce con la monición: "Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza nos atrevemos a decir: Padre nuestro".

     [4] 20. Cat.Ig.Cat.,n. 432.

     [4] 21. He 9,14.21;2,21;Jn 3,5;1Cor 1,2;2Tim 2,22...

     [4] 22. SAN GREGORIO DE NISA, Sobre el perfecto modelo del cristiano: PG 46,286.

     [4] 23. He 4,17-18;5,28.40;8,12;10,43...


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