[_Sgdo Corazón de Jesús_] [_Ntra Sra del Sagrado Corazón_] [_Vocaciones_MSC_]
 [_Los MSC_] [_Testigos MSC_
]

MSC en el Perú

Los Misioneros del
Sagrado Corazón
anunciamos desde
hace el 8/12/1854
el Amor de Dios
hecho Corazón
y...
Un Día como Hoy

y haga clic tendrá
Pensamiento MSC
para hoy que no
se repite hasta el
próximo año

Los MSC
a su Servicio

free counters

26. EL ARPA DE DAVID: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash

Emiliano Jiménez Hernández

Páginas relacionadas

David un hombre según el corazón de Dios

 

David recibe diversos nombres en la Escritura. Unos lo califican como guerrero, otros como estudioso de la Torá y otros como salmista. Su amor a la Escritura era mayor que su apego al reino. Y con su celo por la Escritura iba unida su devoción y piedad, que se traducía en cantos. Al comienzo hasta le desagradaba tener que cuidar de su cuerpo, perdiendo tiempo para el estudio y para la salmodia. Luego entendió que también con el cuidado del cuerpo daba gloria a Dios, pues en el cuerpo llevaba grabado el signo de la alianza. Los sabios, bendita su memoria, recordarán a David como salmista de Israel, según sus últimas palabras:

Oráculo de David, hijo de Jesé,
oráculo del hombre enaltecido,
el ungido del Dios de Jacob,
el suave salmista de Israel.
El espíritu de Yahveh habla por mí,
su palabra está en mi lengua.

Los sabios nos han dado también el significado de las cuerdas de las arpas de David. El arpa de seis cuerdas simboliza la perfección del cubo con sus seis lados y sus tres dimensiones. Con ella David acompañaba los salmos dedicados a cantar la perfección de la creación, que el Santo, bendito sea, llevó a cabo en seis días. El arpa de siete cuerdas era para el Sabath, el santo día séptimo, que corona toda la creación, llevándola a dar gloria al Creador. El arpa de ocho cuerdas, en cambio, la reservaba para anunciar la llegada del Mesías, que redimiría totalmente a Israel de todas las aflicciones y pecados de este mundo. Y para el mundo futuro estaba el arpa de diez cuerdas. David anhelaba llegar a él para poder tocarla en la asamblea celeste.

Para ser cantor eterno de la gloria del Señor estaba destinado David desde el principio de la creación. Dios mostró a Adán todas las generaciones futuras. Adán vio entonces que a David sólo le habían sido asignadas tres horas de vida en este mundo. Dijo entonces Adán:

-Soberano del universo yo ofrezco a David setenta de mis años para que él los viva cantando ante ti.

arpa de David cantando salmos



Dios accedió a la petición de Adán, que respondía a su plan sobre la creación del hombre. De todas las maravillas que Dios había creado, la más grande es el hombre. El hombre fue creado como un microcosmos, un mundo en miniatura, compuesto de todos los elementos que se hallaban en la creación entera. En el corazón del hombre resuena el eco potente del león junto con el suave balido del cordero. Una fuerte y dura veta de hierro recorre el ser del hombre entretejida con una hebra de ligero y flexible junco... Todos los elementos de los animales, vegetales y minerales se hallan en el hombre, dotado además de entendimiento y de santo espíritu, sustancia celeste. ¿Para qué había dotado al hombre el Creador de todos estos elementos? Toda la creación es un coro sonoro de cantos festivos. Todas las criaturas, desde el espléndido sol hasta la frágil hormiga, desde el dulce trino de las aves hasta el croar de las ranas, todas cantan uno u otro versículo de los salmos de alabanza al Creador:

-David dará voz a toda mi creación, uniendo sus voces al son del arpa.

Y es que, según nos cuentan los sabios, Dios había colocado a Adán como director del coro del universo. Para ello le había dotado de soberanía y dotes musicales. Dios puso todos los seres bajo el dominio de Adán para que lograra la armonía de todos ellos en la sublime sinfonía de la alabanza del Creador. Primero Dios creó a las criaturas y, finalmente, en la víspera del Sábado creó a Adán. Pero Adán, en vez de ensayar el canto de la creación para recibir al Sábado, pecó y arrastró con él fuera del paraíso a todos los seres; en lugar de la armonía, todo fue un caos.

Afirmar que Adán, antes del pecado, moraba en el paraíso es poco. En realidad el paraíso estaba dentro de él. Había sido bendecido con la alegría interior, con la paz, la armonía, sin ninguna inclinación al mal. La incitación al mal le llegó desde fuera, a través de la serpiente, la más astuta de los seres del campo. Adán escuchaba la voz de Dios con el oído, el único sentido que no engaña. Pero la serpiente tergiversó la palabra con la visión de los ojos; hizo "ver que el fruto del árbol era bueno para comer y apetecible a los ojos".

Después de la caída Adán cambió profundamente, al introducir dentro de sí al enemigo, como parte integrante de su ser. Perdió la armonía interior. Su vida se transformó en una lucha continua entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira. La duda y la sospecha ante todo amargó sus días. Ante esta situación, Adán, expulsado del paraíso, dedicó el resto de sus días al arrepentimiento. En sus meditaciones, recorría las páginas de la historia, buscando una persona que pudiera devolver la creación a su perfección original. Así es como vio a su descendiente David, el cantor de Israel. Viendo que sólo le correspondían tres horas de vida, le cedió setenta años de su vida, para que David organizara el coro de la creación.

En el Sinaí, Dios concedió a Israel la oportunidad de recobrar la visión que Adán había perdido: "Todo el pueblo vio los sonidos". El pueblo ve lo que oye y oye lo que ve. La Palabra de Dios en el Sinaí era para los oídos de Israel más palpable, más real que los signos que percibían sus ojos. Israel vio la verdad y eternidad de la Palabra de Dios. Dos veces al día, el israelita fiel espera mantener este mensaje. Se cubre los ojos y declara solemnemente: "Escucha, Israel, Yahveh es nuestro Dios, Yahveh es uno", que es como decir: Cubre tus ojos; no prestes atención a las apariencias, a lo que aparece ante tus ojos. Vive conforme a lo que tus oídos oyen del Dios viviente.

Por un momento, en el Sinaí, Israel recobró el estado original de Adán antes del pecado. Pero, desgraciadamente, esta situación duró poco. Cuarenta días después de la Teofanía, los israelitas se dejaron engañar por los ojos, que imaginaron ver lo que en realidad no veían. En medio de las tinieblas y confusión creadas por Satán, el enemigo del hombre, los israelitas fueron engañados, lo mismo que Adán. Satán les dice: Seguramente Moisés ha muerto. El resultado de la decepción del pueblo fue el Becerro de oro y el abandono de Dios.


Muchos años después apareció Samuel. Era entonces rara la palabra de Dios. Más aún, cuando alguien iba a consultar a Dios, decía: "vayamos al Vidente". En vez de profeta -el que habla- se llamaba vidente. Samuel mismo acepta para sí este título: "yo soy el vidente". Los sabios nos dicen que Dios reprochó esto a Samuel: ¿Qué es lo que veía para llamarse vidente? ¿No era acaso Yahveh quien le veía a él? El veía lo que Dios le decía. En la unción de David, Dios le hizo conocer que las apariencias -lo que aparece ante los ojos- engañan. La fuente de su visión no eran los ojos, sino sus oídos.

Así hasta David, cuya vida era don de Dios, ante la petición de Adán. Nadie apreciaba a David, el pastor, que "era rubio, de bellos ojos". Cuando Samuel -¡el Vidente!- vio a David ante sí se alarmó: "Este tipo rojo es una copia del malvado asesino Esaú". Pero el Santo, bendito sea, cortó sus pensamientos: "¡No! Este es diferente, porque tiene bellos ojos. Los ojos de Esaú arrastraban sus pies a satisfacer sus bajos deseos; los bellos ojos de David le llevarán a cantar las alabanzas del Creador con el coro de toda la creación. Toda su pasión la empleará en dar gloria al Señor: ¡Ungelo!"

Pero los sabios no olvidan que también los ojos de David fueron puestos a prueba. En la somnolencia de la tarde, sus ojos se hallaron ante un signo que les arrastra desde la pureza del cielo hasta los deseos de la tierra: desde la terraza del palacio vio a una mujer excepcionalmente hermosa. En ese momento en que los ojos de David caen sobre Betsabé se distraen y dejan de mirar a Dios: "apartó los ojos de Dios", "hizo lo que está mal a los ojos de Dios". La rojez de David destruyó la belleza de sus ojos. La pasión oscureció su mirada. David que había dicho tantas veces: "tu amor está ante mis ojos" , "sin cesar tengo a Yahveh ante mí", después del pecado se lamenta: "mi pecado está sin cesar ante mí".

Para corregir su error David se refugió en el segundo don heredado de Adán: "el don del canto": "Sean gratas las palabras de mi boca y el susurro de mi corazón, sin tregua ante ti, Yahveh, roca mía, mi Redentor". Con el canto recobra la armonía interior. Cantor de la creación con todos los seres, recogiendo el son de todas las criaturas. La rana canta; el sol canta, las aves cantan... Cuando David les junta en la aclamación agradecida de la obra de Dios, el ramaje del pecado es podado, se seca y se desintegra.

David es el primero en convertirse, abriendo el camino de la conversión a los penitentes futuros. Antes de David se arrepintieron muchos pecadores. Muchos confesaron sus pecados. Sin embargo, en el momento en que fueron acusados de pecado, su primera reacción fue la de buscar una justificación. David es distinto; nunca dudó en reconocer su pecado y aceptar sus consecuencias. No así Saúl, por lo que fue rechazado; lo mismo Adán, por lo que fue expulsado del paraíso. David confiesa: "he pecado".

Arpa de David: Ten misericordia de mi por tu gran bondad



David será, por ello, recordado siempre como el verdadero creyente, dedicado al estudio de la Torá y al canto de las alabanzas del Señor. "Hasta la medianoche se dedicaba a escrutar las palabras de la Torá; y después al canto y la alabanza". Más aún, se dice que colgaba el arpa sobre su lecho y, cuando se acercaba la medianoche, el viento del norte soplaba sobre ella, y ella, por si sola, sonaba hasta despertar a David, que se alzaba para entregarse a la oración hasta que aparecían las primeras luces del alba.

El arpa era inseparable de David. Nunca pudo desprenderse de ella. Le acompañó en su vida de pastor, en sus muchas huidas, en las batallas y también en su vida real en el palacio de Jerusalén. Se sabe que las cuerdas del arpa estaban hechas de las tripas del carnero sacrificado por Abraham en el monte Moria. David nunca hubiera compuesto los salmos sin la ayuda de la música de su amada arpa. El Espíritu descendía sobre él sólo cuando entraba en éxtasis al son de la música. Entonces le llegaba la inspiración del Señor, que le llevaba a cantar la salvación de Israel y la esperanza mesiánica.

Jamás existió en el mundo persona alguna que tocase el arpa como David. Ya de muchacho, cuando se requirió su servicio para calmar el espíritu maligno que llevaba al borde de la locura al rey Saúl, David mostró una habilidad excepcional. Como es de todos sabido, Saúl se sentía perseguido por fantasmas que le hacían delirar. Allí donde el rey ponía su mirada estática se encontraba con las más extrañas visiones que le perseguían y de las que no lograba liberarse. Y si hasta de su misma sombra sentía terror, se puede comprender que viese en los demás traidores que buscaban matarlo.

Sólo las melodías suaves del arpa de David eran capaces de calmar el espíritu del rey, liberándolo de las terribles visiones que engendraba su enferma fantasía. Al son de la cítara los fantasmas del rey se cambiaban en visiones serenas de la creación. La imaginación del rey se iba poblando de imágenes tranquilas de campos amarillos, ricos de mieses ondulantes; otras veces, se trataba de montes encendidos con el sol del ocaso... Con estas imágenes el rey se calmaba y volvía a su vida normal.

Pero también, más tarde, cuando, pasados los años, David subió al trono y sus victorias le cubrieron de gloria, el arpa era el instrumento amado con el que David se recreaba, retirándose a la escondida estancia de su magnífico palacio, que se había mandado construir para él solo. Era una estancia revestida de cedro del Líbano, donde David, a solas, acompañaba con su arpa los cantos de acción de gracias al Creador.

Incontables eran los motivos que hallaba David para agradecer al Señor y cantarle sin descanso. Al son del arpa David desahogaba igualmente su corazón de las tristezas y angustias que tampoco faltaron en la vida del rey. Al arpa le arrancaba los lamentos de su corazón contrito y arrepentido de sus pecados, que también fueron muchos. ¡Cómo lloró el que el Santo, bendito sea, no le considerase digno de construir el Templo de Jerusalén por haber derramado tanta sangre con su espada!

Cantos de alegría o gritos de guerra, cantos de victoria, de alborozo por los ricos botines, lamentos por las desgracias familiares, por sus pecados, o por el sufrimiento del pueblo, súplicas para mover al Señor, o simples alabanzas al Señor por su misma bondad... todo cabía en el arpa de David, todo era acompañado por sus notas. Del arpa emanaban los delicados acordes que imitaban el susurro del roce de las mieses mecidas por el viento o el ligero murmullo de las ramas ondeantes de los árboles o el gorjeo de las aves o el correr de las aguas en los regatos del prado... Reproduciendo los sonidos de la creación con el arpa, David ponía alma y corazón en los seres inanimados para con ellos alabar al Creador. Con su arpa alegró el rosado color de los montes de Moab y el valle alegre del Jordán. Desde su terraza cuántas veces David unió a su canto el himno de las colinas de Belén, su pueblo natal, con la tumba de Raquel, madre de todo Israel, en el camino, que le llevaba a David a los montes de Judea con sus viñedos y campos de trigo... ¿Cómo no celebrar el milagro diario de la creación despertada de la noche...?

En la noche, mientras dormía, David colgaba el arpa junto a su lecho y, de este modo, cuando la brisa se colaba por la ventana abierta, recorriendo las cuerdas con su toque suave, una melodía misteriosa acompañaba el sueño del rey. David se despertaba con esos acentos divinos en los oídos del corazón, subía a la terraza y, desde ella, contemplaba la Ciudad Santa, Jerusalén, que él mismo había construido como canto en piedra levantado al Señor. David la recorría con mirada agradecida y gozosa. Los montes la ceñían como corona espléndida. El rey no dudaba que el espíritu del Señor la protegía. Y, al solo pensarlo, el cantor que llevaba dentro entonaba las laudes, mientras las manos buscaban solas las cuerdas del arpa para acompañar los salmos que hoy nosotros seguimos entonando cada mañana.

¿Quién puede extrañarse que al son del arpa el aire se llenase de aromas y las flores del campo abrieran sus corolas como oídos para escuchar el canto de David? Los pájaros se removían en sus nidos y se unían a la sinfonía de voces que cada alba se elevaba al Señor del cielo y de la tierra. Los montes despertaban a los cipreses, sacudiéndolos de su sueño pesado, y las estrellas mismas corrían a presentarse ante el Señor para alumbrar el himno de alabanza de los ángeles del cielo.

Esta sinfonía de salmos duró lo que la vida de David y, a través de los salmos, sigue viva resonando en todos los ángulos de la tierra. David rogó a Dios que concediera al canto de los salmos el mismo mérito que al estudio de la Escritura, para que sus labios se movieran suavemente en la tumba mientras los piadosos, en medio de sus ocupaciones, susurran los salmos. Los sabios, bendita sea su memoria, nos cuentan que en la gruta en que fue sepultado el cuerpo de David, se depositaron también su espada y su arpa, símbolos de la vida del rey. Y se dice, de oído a oído, que en la larga noche en espera de la resurrección, el arpa sigue sonando por sí misma los acordes de los salmos, mientras un viento invisible y misterioso va pasando sin cesar las páginas del Cantar de los Cantares. Salmos y Cantar de los Cantares son el corazón de Dios en el hombre, música celeste que alegra al coro de la corte celestial, por ello no se extinguen jamás.

Así el Rey Salmista se perpetúa en su ciudad, y en las cercanías de la Torre de su nombre se oye, cuentan los sabios, bendito sea su oído, la melodía del arpa colgada junto a su lecho. ¡Dichosos los oídos que logran oír su eco, preludio del canto eterno del coro celeste. Dichoso Jesús Ben Sirá, que percibió el sonido del arpa de David y así cantó:

Como la grasa del sacrificio de comunión,
así es David entre los hijos de Israel.
Jugaba con leones como con cabritos
y con osos como con corderillos.
¿No mató de joven al gigante,
quitando la afrenta del pueblo,
cuando su mano blandió la honda
y abatió la arrogancia de Goliat?
Invocó al Dios Altísimo, que dio fuerza a su diestra
para aniquilar al potente guerrero
y realzar el honor de su pueblo.
Por eso le cantaban las muchachas,
dándole gloria por diez mil,
alabándole con las bendiciones del Señor,
ofreciéndole la diadema de gloria.
Pues él aplastó a los enemigos vecinos,
derrotó a los filisteos, sus adversarios,
quebrantando para siempre su poder.
En todas sus empresas elevó acción de gracias,
alabando la gloria del Dios Altísimo.
Con todo su corazón amó a su Creador,
entonando salmos en cada momento.
Instituyó salmistas ante el altar
y con su música dio dulzura a los cantos.
Dio a las fiestas esplendor y solemnidad;
cuando alababa el Santo Nombre del Señor,
el Santuario resonaba desde la aurora.
El Señor perdonó sus pecados y le dio gloria,
otorgándole el poder real para honor de Israel.

Al "cantor de los cánticos de Israel", los levitas atribuyen numerosos salmos, así como la organización del culto y de sus cantos. Y el profeta Amós le atribuirá la invención de los instrumentos musicales.

Las tres letras hebreas del nombre de Adán representan las iniciales de tres hombres: Adán, David y Mesías. Lo que Adán comenzó, David lo continuó y el Mesías lo lleva a plenitud. En sus días, Israel alcanzará la claridad de visión perdida por Adán y que David no restableció al fallar en la prueba. La visión del Mesías no será enturbiada por ninguna distracción colocada ante sus ojos. Los que sigan al Mesías verán con sus oídos, se dejarán guiar por la palabra que sale de la boca de Dios: "Se revelará la gloria de Yahveh y toda criatura a una la verá, pues la boca de Yahveh ha hablado". El canto de los salmos de David es un ensayo para la perfecta sinfonía de mañana, cuando llegue el Mesías.

El arpa de David: el canto de los salmos


[_Principal_]     [_Aborto_]     [_Adopte_a_un_Seminarista_]     [_La Biblia_]     [_Biblioteca_]    [_Blog siempre actual_]     [_Castidad_]     [_Catequesis_]     [_Consultas_]     [_De Regreso_a_Casa_]     [_Domingos_]      [_Espiritualidad_]     [_Flash videos_]    [_Filosofía_]     [_Gráficos_Fotos_]      [_Canto Gregoriano_]     [_Homosexuales_]     [_Humor_]     [_Intercesión_]     [_Islam_]     [_Jóvenes_]     [_Lecturas _Domingos_Fiestas_]     [_Lecturas_Semanales_Tiempo_Ordinario_]     [_Lecturas_Semanales_Adv_Cuar_Pascua_]     [_Mapa_]     [_Liturgia_]     [_María nuestra Madre_]     [_Matrimonio_y_Familia_]     [_La_Santa_Misa_]     [_La_Misa_en_62_historietas_]     [_Misión_Evangelización_]     [_MSC_Misioneros del Sagrado Corazón_]     [_Neocatecumenado_]     [_Novedades_en_nuestro_Sitio_]     [_Persecuciones_]     [_Pornografía_]     [_Reparos_]    [_Gritos de PowerPoint_]     [_Sacerdocip_]     [_Los Santos de Dios_]     [_Las Sectas_]     [_Teología_]     [_Testimonios_]     [_TV_y_Medios_de_Comunicación_]     [_Textos_]     [_Vida_Religiosa_]     [_Vocación_cristiana_]     [_Videos_]     [_Glaube_deutsch_]      [_Ayúdenos_a_los_MSC_]      [_Faith_English_]     [_Utilidades_]