26. EL ARPA DE DAVID: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash
Emiliano Jiménez Hernández
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David recibe diversos nombres en la Escritura. Unos lo califican como
guerrero, otros como estudioso de la Torá y otros como salmista. Su amor a
la Escritura era mayor que su apego al reino. Y con su celo por la Escritura
iba unida su devoción y piedad, que se traducía en cantos. Al comienzo hasta
le desagradaba tener que cuidar de su cuerpo, perdiendo tiempo para el
estudio y para la salmodia. Luego entendió que también con el cuidado del
cuerpo daba gloria a Dios, pues en el cuerpo llevaba grabado el signo de la
alianza. Los sabios, bendita su memoria, recordarán a David como salmista de
Israel, según sus últimas palabras:
Oráculo de David, hijo de Jesé,
oráculo del hombre enaltecido,
el ungido del Dios de Jacob,
el suave salmista de Israel.
El espíritu de Yahveh habla por mí,
su palabra está en mi lengua.
Los sabios nos han dado también el significado de las cuerdas de las arpas
de David. El arpa de seis cuerdas simboliza la perfección del cubo con sus
seis lados y sus tres dimensiones. Con ella David acompañaba los salmos
dedicados a cantar la perfección de la creación, que el Santo, bendito sea,
llevó a cabo en seis días. El arpa de siete cuerdas era para el Sabath, el
santo día séptimo, que corona toda la creación, llevándola a dar gloria al
Creador. El arpa de ocho cuerdas, en cambio, la reservaba para anunciar la
llegada del Mesías, que redimiría totalmente a Israel de todas las
aflicciones y pecados de este mundo. Y para el mundo futuro estaba el arpa
de diez cuerdas. David anhelaba llegar a él para poder tocarla en la
asamblea celeste.
Para ser cantor eterno de la gloria del Señor estaba destinado David desde
el principio de la creación. Dios mostró a Adán todas las generaciones
futuras. Adán vio entonces que a David sólo le habían sido asignadas tres
horas de vida en este mundo. Dijo entonces Adán:
-Soberano del universo yo ofrezco a David setenta de mis años para que él
los viva cantando ante ti.
Dios accedió a la petición de Adán, que respondía a su plan sobre la
creación del hombre. De todas las maravillas que Dios había creado, la más
grande es el hombre. El hombre fue creado como un microcosmos, un mundo en
miniatura, compuesto de todos los elementos que se hallaban en la creación
entera. En el corazón del hombre resuena el eco potente del león junto con
el suave balido del cordero. Una fuerte y dura veta de hierro recorre el ser
del hombre entretejida con una hebra de ligero y flexible junco... Todos los
elementos de los animales, vegetales y minerales se hallan en el hombre,
dotado además de entendimiento y de santo espíritu, sustancia celeste. ¿Para
qué había dotado al hombre el Creador de todos estos elementos? Toda la
creación es un coro sonoro de cantos festivos. Todas las criaturas, desde el
espléndido sol hasta la frágil hormiga, desde el dulce trino de las aves
hasta el croar de las ranas, todas cantan uno u otro versículo de los salmos
de alabanza al Creador:
-David dará voz a toda mi creación, uniendo sus voces al son del arpa.
Y es que, según nos cuentan los sabios, Dios había colocado a Adán como
director del coro del universo. Para ello le había dotado de soberanía y
dotes musicales. Dios puso todos los seres bajo el dominio de Adán para que
lograra la armonía de todos ellos en la sublime sinfonía de la alabanza del
Creador. Primero Dios creó a las criaturas y, finalmente, en la víspera del
Sábado creó a Adán. Pero Adán, en vez de ensayar el canto de la creación
para recibir al Sábado, pecó y arrastró con él fuera del paraíso a todos los
seres; en lugar de la armonía, todo fue un caos.
Afirmar que Adán, antes del pecado, moraba en el paraíso es poco. En
realidad el paraíso estaba dentro de él. Había sido bendecido con la alegría
interior, con la paz, la armonía, sin ninguna inclinación al mal. La
incitación al mal le llegó desde fuera, a través de la serpiente, la más
astuta de los seres del campo. Adán escuchaba la voz de Dios con el oído, el
único sentido que no engaña. Pero la serpiente tergiversó la palabra con la
visión de los ojos; hizo "ver que el fruto del árbol era bueno para comer y
apetecible a los ojos".
Después de la caída Adán cambió profundamente, al introducir dentro de sí al
enemigo, como parte integrante de su ser. Perdió la armonía interior. Su
vida se transformó en una lucha continua entre el bien y el mal, entre la
verdad y la mentira. La duda y la sospecha ante todo amargó sus días. Ante
esta situación, Adán, expulsado del paraíso, dedicó el resto de sus días al
arrepentimiento. En sus meditaciones, recorría las páginas de la historia,
buscando una persona que pudiera devolver la creación a su perfección
original. Así es como vio a su descendiente David, el cantor de Israel.
Viendo que sólo le correspondían tres horas de vida, le cedió setenta años
de su vida, para que David organizara el coro de la creación.
En el Sinaí, Dios concedió a Israel la oportunidad de recobrar la visión que
Adán había perdido: "Todo el pueblo vio los sonidos". El pueblo ve lo que
oye y oye lo que ve. La Palabra de Dios en el Sinaí era para los oídos de
Israel más palpable, más real que los signos que percibían sus ojos. Israel
vio la verdad y eternidad de la Palabra de Dios. Dos veces al día, el
israelita fiel espera mantener este mensaje. Se cubre los ojos y declara
solemnemente: "Escucha, Israel, Yahveh es nuestro Dios, Yahveh es uno", que
es como decir: Cubre tus ojos; no prestes atención a las apariencias, a lo
que aparece ante tus ojos. Vive conforme a lo que tus oídos oyen del Dios
viviente.
Por un momento, en el Sinaí, Israel recobró el estado original de Adán antes
del pecado. Pero, desgraciadamente, esta situación duró poco. Cuarenta días
después de la Teofanía, los israelitas se dejaron engañar por los ojos, que
imaginaron ver lo que en realidad no veían. En medio de las tinieblas y
confusión creadas por Satán, el enemigo del hombre, los israelitas fueron
engañados, lo mismo que Adán. Satán les dice: Seguramente Moisés ha muerto.
El resultado de la decepción del pueblo fue el Becerro de oro y el abandono
de Dios.
Muchos años después apareció Samuel. Era entonces rara la palabra de Dios.
Más aún, cuando alguien iba a consultar a Dios, decía: "vayamos al Vidente".
En vez de profeta -el que habla- se llamaba vidente. Samuel mismo acepta
para sí este título: "yo soy el vidente". Los sabios nos dicen que Dios
reprochó esto a Samuel: ¿Qué es lo que veía para llamarse vidente? ¿No era
acaso Yahveh quien le veía a él? El veía lo que Dios le decía. En la unción
de David, Dios le hizo conocer que las apariencias -lo que aparece ante los
ojos- engañan. La fuente de su visión no eran los ojos, sino sus oídos.
Así hasta David, cuya vida era don de Dios, ante la petición de Adán. Nadie
apreciaba a David, el pastor, que "era rubio, de bellos ojos". Cuando Samuel
-¡el Vidente!- vio a David ante sí se alarmó: "Este tipo rojo es una copia
del malvado asesino Esaú". Pero el Santo, bendito sea, cortó sus
pensamientos: "¡No! Este es diferente, porque tiene bellos ojos. Los ojos de
Esaú arrastraban sus pies a satisfacer sus bajos deseos; los bellos ojos de
David le llevarán a cantar las alabanzas del Creador con el coro de toda la
creación. Toda su pasión la empleará en dar gloria al Señor: ¡Ungelo!"
Pero los sabios no olvidan que también los ojos de David fueron puestos a
prueba. En la somnolencia de la tarde, sus ojos se hallaron ante un signo
que les arrastra desde la pureza del cielo hasta los deseos de la tierra:
desde la terraza del palacio vio a una mujer excepcionalmente hermosa. En
ese momento en que los ojos de David caen sobre Betsabé se distraen y dejan
de mirar a Dios: "apartó los ojos de Dios", "hizo lo que está mal a los ojos
de Dios". La rojez de David destruyó la belleza de sus ojos. La pasión
oscureció su mirada. David que había dicho tantas veces: "tu amor está ante
mis ojos" , "sin cesar tengo a Yahveh ante mí", después del pecado se
lamenta: "mi pecado está sin cesar ante mí".
Para corregir su error David se refugió en el segundo don heredado de Adán:
"el don del canto": "Sean gratas las palabras de mi boca y el susurro de mi
corazón, sin tregua ante ti, Yahveh, roca mía, mi Redentor". Con el canto
recobra la armonía interior. Cantor de la creación con todos los seres,
recogiendo el son de todas las criaturas. La rana canta; el sol canta, las
aves cantan... Cuando David les junta en la aclamación agradecida de la obra
de Dios, el ramaje del pecado es podado, se seca y se desintegra.
David es el primero en convertirse, abriendo el camino de la conversión a
los penitentes futuros. Antes de David se arrepintieron muchos pecadores.
Muchos confesaron sus pecados. Sin embargo, en el momento en que fueron
acusados de pecado, su primera reacción fue la de buscar una justificación.
David es distinto; nunca dudó en reconocer su pecado y aceptar sus
consecuencias. No así Saúl, por lo que fue rechazado; lo mismo Adán, por lo
que fue expulsado del paraíso. David confiesa: "he pecado".
David será, por ello, recordado siempre como el verdadero creyente, dedicado
al estudio de la Torá y al canto de las alabanzas del Señor. "Hasta la
medianoche se dedicaba a escrutar las palabras de la Torá; y después al
canto y la alabanza". Más aún, se dice que colgaba el arpa sobre su lecho y,
cuando se acercaba la medianoche, el viento del norte soplaba sobre ella, y
ella, por si sola, sonaba hasta despertar a David, que se alzaba para
entregarse a la oración hasta que aparecían las primeras luces del alba.
El arpa era inseparable de David. Nunca pudo desprenderse de ella. Le
acompañó en su vida de pastor, en sus muchas huidas, en las batallas y
también en su vida real en el palacio de Jerusalén. Se sabe que las cuerdas
del arpa estaban hechas de las tripas del carnero sacrificado por Abraham en
el monte Moria. David nunca hubiera compuesto los salmos sin la ayuda de la
música de su amada arpa. El Espíritu descendía sobre él sólo cuando entraba
en éxtasis al son de la música. Entonces le llegaba la inspiración del
Señor, que le llevaba a cantar la salvación de Israel y la esperanza
mesiánica.
Jamás existió en el mundo persona alguna que tocase el arpa como David. Ya
de muchacho, cuando se requirió su servicio para calmar el espíritu maligno
que llevaba al borde de la locura al rey Saúl, David mostró una habilidad
excepcional. Como es de todos sabido, Saúl se sentía perseguido por
fantasmas que le hacían delirar. Allí donde el rey ponía su mirada estática
se encontraba con las más extrañas visiones que le perseguían y de las que
no lograba liberarse. Y si hasta de su misma sombra sentía terror, se puede
comprender que viese en los demás traidores que buscaban matarlo.
Sólo las melodías suaves del arpa de David eran capaces de calmar el
espíritu del rey, liberándolo de las terribles visiones que engendraba su
enferma fantasía. Al son de la cítara los fantasmas del rey se cambiaban en
visiones serenas de la creación. La imaginación del rey se iba poblando de
imágenes tranquilas de campos amarillos, ricos de mieses ondulantes; otras
veces, se trataba de montes encendidos con el sol del ocaso... Con estas
imágenes el rey se calmaba y volvía a su vida normal.
Pero también, más tarde, cuando, pasados los años, David subió al trono y
sus victorias le cubrieron de gloria, el arpa era el instrumento amado con
el que David se recreaba, retirándose a la escondida estancia de su
magnífico palacio, que se había mandado construir para él solo. Era una
estancia revestida de cedro del Líbano, donde David, a solas, acompañaba con
su arpa los cantos de acción de gracias al Creador.
Incontables eran los motivos que hallaba David para agradecer al Señor y
cantarle sin descanso. Al son del arpa David desahogaba igualmente su
corazón de las tristezas y angustias que tampoco faltaron en la vida del
rey. Al arpa le arrancaba los lamentos de su corazón contrito y arrepentido
de sus pecados, que también fueron muchos. ¡Cómo lloró el que el Santo,
bendito sea, no le considerase digno de construir el Templo de Jerusalén por
haber derramado tanta sangre con su espada!
Cantos de alegría o gritos de guerra, cantos de victoria, de alborozo por
los ricos botines, lamentos por las desgracias familiares, por sus pecados,
o por el sufrimiento del pueblo, súplicas para mover al Señor, o simples
alabanzas al Señor por su misma bondad... todo cabía en el arpa de David,
todo era acompañado por sus notas. Del arpa emanaban los delicados acordes
que imitaban el susurro del roce de las mieses mecidas por el viento o el
ligero murmullo de las ramas ondeantes de los árboles o el gorjeo de las
aves o el correr de las aguas en los regatos del prado... Reproduciendo los
sonidos de la creación con el arpa, David ponía alma y corazón en los seres
inanimados para con ellos alabar al Creador. Con su arpa alegró el rosado
color de los montes de Moab y el valle alegre del Jordán. Desde su terraza
cuántas veces David unió a su canto el himno de las colinas de Belén, su
pueblo natal, con la tumba de Raquel, madre de todo Israel, en el camino,
que le llevaba a David a los montes de Judea con sus viñedos y campos de
trigo... ¿Cómo no celebrar el milagro diario de la creación despertada de la
noche...?
En la noche, mientras dormía, David colgaba el arpa junto a su lecho y, de
este modo, cuando la brisa se colaba por la ventana abierta, recorriendo las
cuerdas con su toque suave, una melodía misteriosa acompañaba el sueño del
rey. David se despertaba con esos acentos divinos en los oídos del corazón,
subía a la terraza y, desde ella, contemplaba la Ciudad Santa, Jerusalén,
que él mismo había construido como canto en piedra levantado al Señor. David
la recorría con mirada agradecida y gozosa. Los montes la ceñían como corona
espléndida. El rey no dudaba que el espíritu del Señor la protegía. Y, al
solo pensarlo, el cantor que llevaba dentro entonaba las laudes, mientras
las manos buscaban solas las cuerdas del arpa para acompañar los salmos que
hoy nosotros seguimos entonando cada mañana.
¿Quién puede extrañarse que al son del arpa el aire se llenase de aromas y
las flores del campo abrieran sus corolas como oídos para escuchar el canto
de David? Los pájaros se removían en sus nidos y se unían a la sinfonía de
voces que cada alba se elevaba al Señor del cielo y de la tierra. Los montes
despertaban a los cipreses, sacudiéndolos de su sueño pesado, y las
estrellas mismas corrían a presentarse ante el Señor para alumbrar el himno
de alabanza de los ángeles del cielo.
Esta sinfonía de salmos duró lo que la vida de David y, a través de los
salmos, sigue viva resonando en todos los ángulos de la tierra. David rogó a
Dios que concediera al canto de los salmos el mismo mérito que al estudio de
la Escritura, para que sus labios se movieran suavemente en la tumba
mientras los piadosos, en medio de sus ocupaciones, susurran los salmos. Los
sabios, bendita sea su memoria, nos cuentan que en la gruta en que fue
sepultado el cuerpo de David, se depositaron también su espada y su arpa,
símbolos de la vida del rey. Y se dice, de oído a oído, que en la larga
noche en espera de la resurrección, el arpa sigue sonando por sí misma los
acordes de los salmos, mientras un viento invisible y misterioso va pasando
sin cesar las páginas del Cantar de los Cantares. Salmos y Cantar de los
Cantares son el corazón de Dios en el hombre, música celeste que alegra al
coro de la corte celestial, por ello no se extinguen jamás.
Así el Rey Salmista se perpetúa en su ciudad, y en las cercanías de la Torre
de su nombre se oye, cuentan los sabios, bendito sea su oído, la melodía del
arpa colgada junto a su lecho. ¡Dichosos los oídos que logran oír su eco,
preludio del canto eterno del coro celeste. Dichoso Jesús Ben Sirá, que
percibió el sonido del arpa de David y así cantó:
Como la grasa del sacrificio de comunión,
así es David entre los hijos de Israel.
Jugaba con leones como con cabritos
y con osos como con corderillos.
¿No mató de joven al gigante,
quitando la afrenta del pueblo,
cuando su mano blandió la honda
y abatió la arrogancia de Goliat?
Invocó al Dios Altísimo, que dio fuerza a su diestra
para aniquilar al potente guerrero
y realzar el honor de su pueblo.
Por eso le cantaban las muchachas,
dándole gloria por diez mil,
alabándole con las bendiciones del Señor,
ofreciéndole la diadema de gloria.
Pues él aplastó a los enemigos vecinos,
derrotó a los filisteos, sus adversarios,
quebrantando para siempre su poder.
En todas sus empresas elevó acción de gracias,
alabando la gloria del Dios Altísimo.
Con todo su corazón amó a su Creador,
entonando salmos en cada momento.
Instituyó salmistas ante el altar
y con su música dio dulzura a los cantos.
Dio a las fiestas esplendor y solemnidad;
cuando alababa el Santo Nombre del Señor,
el Santuario resonaba desde la aurora.
El Señor perdonó sus pecados y le dio gloria,
otorgándole el poder real para honor de Israel.
Al "cantor de los cánticos de Israel", los levitas atribuyen numerosos
salmos, así como la organización del culto y de sus cantos. Y el profeta
Amós le atribuirá la invención de los instrumentos musicales.
Las tres letras hebreas del nombre de Adán representan las iniciales de tres
hombres: Adán, David y Mesías. Lo que Adán comenzó, David lo continuó y el
Mesías lo lleva a plenitud. En sus días, Israel alcanzará la claridad de
visión perdida por Adán y que David no restableció al fallar en la prueba.
La visión del Mesías no será enturbiada por ninguna distracción colocada
ante sus ojos. Los que sigan al Mesías verán con sus oídos, se dejarán guiar
por la palabra que sale de la boca de Dios: "Se revelará la gloria de Yahveh
y toda criatura a una la verá, pues la boca de Yahveh ha hablado". El canto
de los salmos de David es un ensayo para la perfecta sinfonía de mañana,
cuando llegue el Mesías.