23. AJITOFEL Y JUSAY: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash
Emiliano Jiménez Hernández
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El Señor creó siete cielos. El que está por debajo de todos se llama
cortina, pues es como la cortina que se pone ante las puertas de las casas:
los que están dentro ven a los de fuera, pero los que están fuera no ven a
los de dentro. En la cortina del cielo inferior hay ventanas y los ángeles
del servicio ven a los hombres que caminan por la tierra, tanto a los que
van por buen camino como a los que siguen el mal camino. Al que va por buen
camino le protegen y defienden; al que va por el mal camino, en cambio, le
dejan en paz, permitiéndole prosperar en su maldad hasta el día del Juicio
Final, en que le hacen ver el abismo en que ha caído.
Entre los cortesanos y consejeros de David, Ajitófel ocupa un lugar
eminente. El rey estaba unido a él por lazos familiares, pues era abuelo de
Betsabé. La sabiduría de Ajitófel era como la de un ángel; era más que
humana. Sus consejos siempre coincidían con los oráculos de los Urim y los
Tummin. David no respetaba a nadie como a Ajitófel, que era su maestro en el
conocimiento de la Torá. Nunca dudaba David en someterse a sus indicaciones.
De su consejero aprendió David dos cosas fundamentales: a buscar compañeros
con los que estudiar la Torá y a ser diligente en ir a la casa de Dios para
la oración y el servicio litúrgico.
Pero, aunque era tan excelente maestro, a Ajitófel le faltaba la piedad
sincera. No vivía lo que enseñaba. En vez de dejar que la Escritura
penetrara en lo íntimo de su ser, dejándose penetrar del amor a Yahveh,
Ajitófel se deleitaba en la interpretación sutil de la Torá, alimentando su
vanidad con su brillantez. Se complacía más en sí mismo que en la Torá. Por
ello la distorsionaba, buscando en ella su honor y no la gloria de Yahveh.
Por ello no gozó de la bendición del Santo, bendito sea, que lee en el
corazón de los hombres y no se deja engañar por las palabras de su boca.
Dios abandonó a Ajitófel a las luces de su mente y se extravió a pesar de
toda su ciencia. Ajitófel pensó que David había caído en desgracia ante el
Señor por el pecado que había cometido con su nieta Betsabé. Esto le llevó a
tomar parte en la rebelión de Absalón contra David. A pesar de todas las
lecciones que había impartido a David sobre la Torá, él no había aprendido
que ningún pecado puede borrar el amor de Dios, si uno ama su Torá. Este
amor salvó a David de la desgracia, mientras que Ajitófel perdió este mundo
e incluso su participación en el mundo venidero.
Ajitófel fue engañado por ciertos signos astrológicos, que él interpretó
como profecía de su propio reinado, cuando en realidad dichos signos
señalaban el destino real de su nieta Betsabé. Llevado de su errónea
creencia, obnubilada su mente por la ambición, con astucia incitó a Absalón
a cometer el crimen nunca oído: rebelarse contra su padre. Ajitófel sabía
que la rebelión de Absalón no le serviría de nada, pues cuando hubiese
arruinado a su padre, los ancianos de Israel le condenarían por haber
violado la piedad familiar. Así el camino quedaría libre para él, Ajitófel,
el gran sabio de Israel.
En realidad, la relación de Ajitófel con David se había enfriado mucho antes
de la rebelión de Absalón. Los sentimientos de Ajitófel hacia David se
habían ensombrecido desde el día en que David subió al trono. David, en
aquella ocasión, había investido a no menos de novecientos funcionarios
reales, quedando su consejero en el palacio real, pero en la sombra, en
medio de tantos otros que rodeaban al rey.
La hostilidad de Ajitófel hacia David tuvo una primera manifestación en el
traslado del Arca a Jerusalén. Cuando los sacerdotes intentaron agarrarla
fueron levantados en alto y arrojados violentamente al suelo. En su
desconcierto el rey se volvió a pedir consejo a Ajitófel, quien con mofa
replicó:
-Pregunta a los sabios que has instalado en tu palacio.
Sólo cuando David profirió una maldición contra quien supiera el remedio y
no acudiera en auxilio de los necesitados Ajitófel dio su consejo:
-A cada paso de los sacerdotes que llevan el Arca se debe ofrecer un
sacrificio.
El consejo fue seguido y no volvió a ocurrir ningún desastre más. Pero nada
de lo que pueda hacer el hombre es suficiente para expiar lo que sale de su
boca. La lengua es la primera de todos los miembros en herir. Así dijo David
a Doeg, el edomita, el maestro de Ajitófel en el engaño y la intriga: "¿Por
qué te glorías del mal, héroe de la infamia? Todo el día proyectas ruinas,
es tu lengua cual espada afilada, oh artífice de engaño". También,
refiriéndose a Doeg y Ajitófel, dijo: "Mi vida está en medio de leones que
devoran a los hombres, cuyos dientes son lanzas y flechas, y su lengua, una
espada afilada". Lo compara con una espada afilada, pues "maza, espada y
aguda saeta, es el hombre que profiere contra su prójimo testimonio falso".
Ajitófel y Doeg, envidiosos los dos, ambicionaban la gloria de David y ambos
tramaron la caída de David, intentando borrar su nombre con la calumnia.
La calumnia mata a tres, como la espada de doble filo: al que la dice, al
que la escucha y a aquel de quien se dice. Y así como, cuando algo sale de
entre las manos del hombre no puede hacerlo volver a él, del mismo modo el
que profiere testimonio falso contra su prójimo, aunque se arrepienta cien
veces, no puede reparar su mal.
Absalón se ciñe la corona
Ajitófel es la imagen del traidor. Cuando vio que la gente se pasaba a
Absalón, pensó que la estrella de David estaba en declive y lo abandonó,
pasándose al bando de Absalón. ¿Para qué seguir con el viejo rey, que además
de viejo y caduco está dominado por Joab? La compañía de Ajitófel llevó a
Absalón de victoria en victoria, de triunfo en triunfo. Pero la senda del
malvado acaba siempre mal. Dios desbarata sus planes. Cuando David, descalzo
y llorando, subía por la ladera del monte de los olivos, le dijeron:
-Ajitófel se ha unido a Absalón.
David, que conocía su sabiduría, tembló y, elevando los ojos al cielo, gritó
a Yahveh:
-¡Señor, que fracase el plan de Ajitófel!
Luego, en su interior, prosiguió al son del zumbido de un enjambre de
abejas, que les salían por todas partes:
Escucha mis palabras, Yahveh, repara en mi lamento,
atiende a la voz de mi clamor, oh mi Rey y mi Dios.
Pues no eres tú un Dios que se complace en la impiedad,
el malvado no es huésped tuyo,
no, los arrogantes no resisten ante tus ojos.
Detestas a los agentes del mal, pierdes a los mentirosos.
Tú abominas al hombre sanguinario y fraudulento.
A mí, guíame tú, Yahveh, según tu justicia,
allana tu camino ante mí, mira cuántos son los que me acechan.
No hay en su boca lealtad, en su interior, tan sólo subversión;
sepulcro abierto es su garganta, melosa es su lengua.
¡Haz que fracasen sus intrigas!
El mal comienza cuando el hombre se sale de la esfera de influencia de Dios;
cuando el hombre saca a Dios de su vida, entonces atrae hacia ella el mal,
acarreando su ruina. Mientras David huía, le salió al encuentro Jusay, el
arquero, amigo de David. Iba con la túnica desgarrada y la cabeza cubierta
de polvo. David le dijo:
-Si vienes conmigo, me vas a ser una carga. Pero puedes hacer fracasar el
plan de Ajitófel si vuelves a la ciudad y le dices a Absalón: "Soy tu
siervo, oh rey mi señor; antes serví a tu padre, ahora soy siervo tuyo".
Y, para convencerlo, añadió:
-Anda, que allí están también los sacerdotes Sadoc y Abiatar. Todo lo que
oigas en la casa del rey, se lo comunicas a los sacerdotes y ellos, por
medio de sus hijos Ajimás y Jonatán, me transmitirán las noticias.
Jusay, amigo de David, entró en Jerusalén al mismo tiempo en que llegaba
Absalón, se postró ante él y exclamó:
-¡Viva el rey, viva el rey!
Absalón le dijo:
-¿Es este tu afecto por tu amigo? ¿Por qué no te has ido con él?
Jusay, según las instrucciones de David, respondió a Absalón:
-No. Yo quiero estar y permanecer con aquel a quien ha elegido Yahveh. Por
lo demás, ¿a quién voy a servir?, ¿no es a su hijo? Como he servido a tu
padre, te serviré a ti.
Absalón dijo a Ajitófel y a Jusay:
-Tomad consejo sobre lo que se debe hacer.
Ajitófel, que sabe que David y sus gentes están agotados, piensa que lo
mejor es atacar, sin darles tregua para recuperarse. Por eso aconseja a
Absalón:
-Es preciso seleccionar doce mil hombres y salir en persecución de David
esta misma noche. Fatigado y asustado como está, le daremos alcance y le
abandonarán todos los que le acompañan. Entonces, cuando quede solo, será
fácil darle muerte. Tú quieres que muera un solo hombre y que el pueblo se
quede en paz. Yo te traeré el pueblo como una esposa vuelve a su esposo.
La propuesta era acertada y le pareció bien a Absalón. Pero Dios, que vigila
y defiende a su elegido David, inspiró a Jusay para trastornar los planes de
Ajitófel. Absalón le dijo:
-Ajitófel propone esto. ¿Lo hacemos? ¿O qué propones tú?
Jusay respondió:
-Por esta vez el consejo de Ajitófel no es acertado. Tú conoces a tu padre y
a sus hombres. Son valientes y están furiosos como una osa a la que han
robado sus crías en el campo. Si les atacas ahora y las primeras bajas son
de los tuyos, se correrá la noticia por todo Israel de que Absalón ha sido
derrotado y te abandonarán todos. Te aconsejo lo siguiente: concentra aquí a
todo Israel, desde Dan hasta Berseba; reúne un ejército numeroso como las
arenas de la playa y tú mismo en persona sal al frente de ellos. Con este
ejército caerás sobre David como rocío sobre la tierra y no quedará vivo ni
uno de sus seguidores.
Absalón y los israelitas exclamaron:
-¡El consejo de Jusay es mejor que el de Ajitófel!
El Señor había determinado hacer fracasar el plan de Ajitófel, que era
bueno, porque había decretado la ruina de Absalón. Ajitófel no soportó la
humillación. Viendo que no había sido aceptado su consejo, aparejó su asno y
se fue a su casa, puso orden en ella y se ahorcó. Lo enterraron en la
sepultura de su padre. Este es el primero y único caso de suicidio en todo
el Antiguo Testamento. Es la suerte del traidor.
Al malvado se le pagan sus buenas acciones en este mundo; de este modo entra
en el mundo futuro sin obras meritorias y será condenado por todos sus
pecados. El justo, por el contrario, purgará en este mundo sus faltas y
entrará en el mundo futuro limpio de toda culpa. Pero Ajitófel perdió esta
vida y también la otra.
David, calumniado, siente en su interior como un fuego, que le quema las
entrañas, pero no se abate; desde su dolor eleva al Señor su alma:
Yahveh, Dios mío, a ti me acojo,
líbrame de mis perseguidores, sálvame,
que no me atrapen como leones
y me desgarren sin remedio...
Tú, que sondeas el corazón y las entrañas,
tú, el Dios justo, eres el escudo que me cubre
frente al enemigo, que afila su espada
y tensa su arco contra mí...
Contra mí apunta sus armas de muerte,
prepara sus flechas incendiarias.
El enemigo concibe el crimen,
está preñado de maldad;
por ello da a luz el fracaso:
en la fosa que cavó, él es quien cae,
la flecha que lanza hacia arriba
recae sobre su cabeza, su violencia sobre su cerviz.
Te daré gracias, Yahveh, por tu justicia,
tañeré en honor de tu nombre, oh Altísimo.
Jonatán y Ajimás informaron a David de los planes de Absalón. David dividió
el ejército en tres cuerpos; uno al mando de Joab; el segundo al mando de
Abisay, hermano de Joab; y el tercero al mando de Itay, el de Gat. Y dijo al
ejército:
-Yo también iré con vosotros.
Le respondieron:
-No vengas. Que si nosotros tenemos que huir, eso no tiene importancia; y si
morimos la mitad, tampoco nos importa. Pero tú vales por mil de nosotros. Es
mejor que nos ayudes desde la ciudad.
David aceptó y se quedó a las puertas, mientras todo el ejército salía al
combate, por compañías y batallones. Pero el rey gritó, de modo que todos
pudieron oírle, a Joab, Abisay e Itay:
-Por amor a mí, tratad bien al joven Absalón.
A las puertas de la ciudad se quedó David con toda su inquietud. Los que
quedaron con él, le animaban:
Yahveh te responda en el día de la angustia,
que te sostenga el nombre del Dios de Jacob,
que se acuerde de todas tus ofrendas
que cumpla el deseo de tu corazón
que dé éxito a todos tus planes,
y nosotros podamos aclamar tu victoria.
David les escucha y de su corazón brota la plegaria:
Yo sé que Yahveh da la victoria a su ungido,
desde su santo cielo le responderá
con los prodigios de su diestra poderosa.
Unos confían en sus carros y caballerías,
nosotros invocamos el nombre de Yahveh, nuestro Dios.
Ellos caerán derribados, mientras nosotros nos mantendremos en pie.
La batalla campal entre las tropas de Absalón y las de David tuvo lugar en
las espesuras de Efraín. Absalón no podrá hacerle frente. Fueron muchas las
bajas de los seguidores de Absalón. El mismo, que iba montado en un mulo, al
meterse el mulo bajo el ramaje de una encina, quedó enganchado por la
cabellera en la encina. Quedó colgando entre el cielo y la tierra, mientras
el mulo siguió corriendo.
Uno de los hombres lo vio y fue a decírselo a Joab:
-¡He visto a Absalón colgado de una encina!
Joab, con frialdad, le replicó:
-Pues si lo has visto, ¿por qué no le has derribado allí mismo por tierra y
yo te habría dado diez siclos de plata y un cinturón?
Pero el hombre le respondió:
-Aunque sintiera yo en la palma de la mano el peso de mil siclos de plata,
no alzaría mi mano contra el hijo del rey, pues ante nuestros oídos os
ordenó el rey a ti, a Abisay y a Itay que cuidarais la vida del joven
Absalón. Si yo hubiera cometido tal crimen, hubiera expuesto mi vida, pues
al rey nada se le oculta.
Entonces Joab le rechazó, diciendo:
-No me voy a quedar contemplando tu cara.
Y tomando tres dardos, los clavó en el corazón de Absalón, que estaba
todavía vivo en el ramaje de la encina. Luego se acercaron diez escuderos de
Joab y lo remataron. Agarraron a Absalón y lo echaron en un gran hoyo del
bosque, echando sobre él un montón de piedras. Todo Israel huyó, cada uno a
su tienda.
Ajimás, hijo del sacerdote Sadoc, dijo:
-Voy corriendo a llevarle al rey la buena noticia de que el Señor lo ha
librado de sus enemigos.
Pero Joab le dijo:
-No serás tú quien lleve la buena noticia, porque ha muerto el hijo del rey.
Otro día le llevarás buenas noticias.
Y Joab ordenó a un etíope:
-Vete a comunicar al rey lo que has visto.
Pero Ajimás salió corriendo detrás de él y lo adelantó. David, con el
corazón en vilo, estaba entre las dos puertas. Cuando Ajimás llegó ante él,
dijo:
-Paz. Bendito sea Yahveh, tu Dios, que te ha entregado los que habían alzado
la mano contra mi señor el rey.
Como quien no ha escuchado, el rey preguntó:
-¿Está bien el joven Absalón?
Ajimás respondió:
-Yo vi un gran tumulto cuando tu siervo Joab me envió, pero no sé lo que
era.
Mientras estaba hablando llegó el etíope y dijo:
-Recibe, oh rey, la buena noticia, pues hoy te ha librado Yahveh de la mano
de todos los que se alzaban contra ti.
Preguntó el rey:
-¿Está bien el joven Absalón?
Respondió:
-Acaben como ese joven todos los enemigos de mi señor el rey y todos los que
se levantan contra ti para hacerte mal.
Al oírlo, el rey se estremeció, subió a la estancia que había encima de la
puerta y rompió a llorar, exclamando:
-¡Hijo mío, Absalón, hijo mío Absalón! ¡Ojalá hubiera muerto yo en vez de
ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!
La victoria se trocó en duelo aquel día, pues el rey, cubriéndose el rostro,
no dejaba de exclamar:
-¡Hijo mío, Absalón! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío!
Absalón deseaba matar a su padre, pero el padre no quería la muerte de su
hijo. Pero Joab, el duro y frío general, no soportó más el llanto del rey.
Fue a palacio y le dijo:
-Tus soldados, arriesgando su vida, han salvado la tuya y la de tus hijos,
hijas y mujeres y tú les avergüenzas, llorando a los que te odian y odiando
a los que te aman. Me doy cuenta de que, aunque hubiéramos muerto todos
nosotros, con tal de que Absalón hubiera quedado vivo, estarías contento...
Levántate, habla al corazón de tus soldados, porque te juro por Yahveh que,
si no sales, esta noche no quedará contigo ni un solo hombre.
El rey se levantó y se sentó a la puerta, mientras todo el ejército desfiló
ante él. El rey es, más que el soberano, el símbolo. Ha perdido a su hijo,
en batalla contra él. ¿Qué vale el poder? ¿Dónde está el triunfo? El
sufrimiento se sobrepone sobre todo lo demás. Mientras el ejército desfila
ante él, por su mente desfilan los torrentes de delitos de su vida, las
miserias, pecados, las intrigas, la sangre y la sombra oscura del general de
su ejército, Joab, que tiene ahora en sus manos las bridas del poder. Para
sus adentros, David ora:
A ti, Yahveh, me acojo, no quede yo confundido.
Dios mío, líbrame de la mano del impío,
de las garras del perverso y del violento.
Tú eres mi esperanza desde mi juventud,
en la hora de mi vejez no me rechaces,
no me abandones cuando decae mi vigor.
¡Oh Dios, no te quedes lejos, ven en mi auxilio!
Ahora que me llega la vejez y las canas,
oh Dios, no me abandones, sé mi sostén
y yo te daré gracias con las cuerdas del arpa,
para ti salmodiaré al son de la cítara.
Mientras tanto Joab y su ejército cantaban el canto que David les había
enseñado para celebrar otras victorias:
Yahveh, en tu fuerza se regocija el rey,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.
Te adelantaste a colmarlo de bendiciones
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida y le has concedido años sin término.
Tus victorias han engrandecido su fama,
lo has circundado de gloria y esplendor,
lo colmas de alegría en tu presencia.
¡Levántate, Yahveh, con tu poder,
y te cantaremos al son de instrumentos!